Monster

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—Por favor Nathaniel, siéntate.

—Sí señor Ferguson.

Cerró la pesada y trabajada puerta de madera del despacho en Lower Manhattan. Caminó hacia la silla, se sentó.

—Dígame.

—Hace dos meses que mi pequeña Ashley cumplió los diecinueve.

Como si no lo supiera.

Los verdes ojos observaron la multitud de fotografías de la niña de papá sobre la mesa de caoba. Maldita fuera ella y su perfecto y respingón culo. Le había costado cuatro jodidos años adiestrar a su erección para que no brincara por ella a cada maldito segundo. Se dio una sacudida mental y apartó la mirada de las fotografías, la centró en el jefe.

—Sí señor.

—Ya no sé qué hacer con ella.

Si no le hubiese dado todo cuanto pedía... incluso antes de que lo hiciera ya lo tenía. Coches, joyas, vestidos de alta costura. ¡¿Para qué quería ella un diamante azul con catorce años?! Todo cuanto la nena deseaba le era concedido. Hasta tuvieron que adaptarle una habitación entera para convertirla en zapatero.

—Discúlpeme Señor Ferguson, no entiendo que puedo hacer yo.

Llevaba trabajando para la familia ocho años. Ashley siempre le había parecido una mocosa impertinente y malcriada. Que fuera hija única no era excusa para consentirle tanto. No obstante todo cambió cuando, tras cumplir los trece, su padre la internó en un colegio para señoritas en Suiza. Éste se desplazaba al país y compartía fines de semana largos y fiestas navideñas con ella.

—Entiéndame, sólo soy un miembro de seguridad.

—Eres el jefe de seguridad —le corrigió apartando sus cansados ojos del papeleo. Dejando la pluma a un lado cruzó los brazos sobre la madera

—Y de las pocas personas en quien confío.

—Y yo le agradezco enormemente que sea así.

Condenado Dios pensó, todavía recordaba el día en que ella llegó tras casi tres largos años sin tener que sufrir sus rabietas. Ashley volvía para quedarse y dos semanas después celebrar la fiesta por sus Sweet sixteen. Ese día fue su muerte. La muerte del Nathaniel McNamara cuerdo para pasar a ser Nathaniel McNamara enfermo de obsesión por una alocada adolescente.

—Pero sigo sin entenderle.

Seguía sin entenderle porque además estaba recordando a la joven que había vuelto de Europa. Adiós a las dos coletas que siempre había llevado sujetándole el largo cabello caramelo. Sayonara a la niña repelente y hola a la rica ondulación de las taquicárdicas curvas.

En aquel entonces debía haber cogido su pistola reglamentaria tantas veces como se había quedado obnubilado por esas nalgas tan redondas bajo los pantalones cortos y haberse volado la tapa de los sesos. Muerto mejor que hambriento por ella. O aún mejor, tendría que haber pedido hora a un psiquiatra y contarle su situación: “Mire, resulta que estoy perdidamente colgado de la hija de mi jefe que es veinte años más joven que yo. Sólo pienso en hacer cosas que...Jesús, me llevarían directamente a la cárcel. Cosas sucias.” Se dio un puñetazo mental.

—¿Whisky?

La botella.

—Sí, por favor.

Le siguió atentamente con la mirada. Quería la botella para ahogarse en ella, para que Ashley no hiciera como las súcubo y le atacara en sus sueños, que cada vez habían ido a más conforme transcurría el tiempo. Las femeninas caderas se ensancharon, los senos aumentaron ligeramente de volumen. Ella lo iba matando sin siquiera ser consciente de ello.

La botella, la botella.

—No se ha presentado a varias citas que le había concertado. —Vertió el dorado líquido en los vasos—. Ella no es una chica cualquiera. Su madre llevaba ya un año casada conmigo a su edad. Una muchacha de su clase social debe casarse con un buen partido, tener hijos e ir de vacaciones a los Hamptons.

Dio media vuelta con los vasos en la mano y estiró un brazo entregándole el suyo.

—Me está obligando a que escoja por ella.

Algún abogado hijo de puta o tal vez un cirujano famoso tan solo por ser de la familia tal y tener una más que buena cuenta bancaria se metería a Ashley en su cama. Nathan lo encontraría y lo mataría, secuestraría a la chica y entonces... ¡Buena idea, lumbreras! —Pensó.

No saboreó el scotch, lo tragó de golpe.

—Déle un ultimátum. Su hija no es tonta señor, sólo necesita... —le miró directamente a los ojos— un poco de..., no se ofenda por favor.

—No, hijo por favor, —tomó asiento en el butacón de cuero italiano. —continua.

—... disciplina.

Esta vez miró el interior del vaso vacío en su mano.

—Siempre podría chantajearla con cortarle el suministro. Eso la haría entrar en razón.

Quedaba una gota. Condujo el vaso a sus labios, su lengua esperó a que esa gota cayera en ella.

—Sin dinero no hay ropa, complementos, fiestas...

—Nathaniel, sé lo tuyo con The Pleasure House.

Obsesionado por una niña de papá bastante menor que tú y en la puta calle. ¡Bravo!...capullo.

—Señor Fergu...

—Déjame acabar.

Extrajo una carpeta azul de un cajón y de ella un grupo de papeles grapados.

—Sé a quién pertenece ese club y es un señor respetable y de muy buena familia.

Allí está tu despido ¿Dónde demonios iba a ir ahora?...Podía volver al cuerpo, la CIA le recibiría con los brazos abiertos. ¡No! ¡Que les jodan, les había regalado diez años de su vida! Antes se metía a peón de obra que volver a trabajar para ellos. Aun que le estuvieran esperando.

Dejó el vaso sobre un posavasos.

—Usted lo acaba de decir, creo que mis visitas al club nunca me han afectado para hacer este trabajo.

El señor Ferguson le pasó los documentos, presionó un botón en el teléfono de sobremesa y dijo:

—Charles, Nathaniel te escucha.

¿Charles Guire? ¿El dueño de The Pleasure House? ¿El magnate?

—Buenas noches Nathan. Lamento no poder estar con vosotros, negocios.

¿De qué va todo esto?

—Una de las proposiciones de matrimonio que tiene la señorita Ferguson es de mi hijo mayor, James. Lamentablemente ella no parece dispuesta a aceptarla y tanto para su padre como para mi ese matrimonio sería muy rentable.

—Discúlpenme —interrumpió mirando al señor Ferguson ante él y luego al teléfono como si Charles Guire pudiera verle a través del mismo—. ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

—Ashley tiene dos remedios: o casarse con mi hijo o quedar fuera de la familia Ferguson. Su vida de constantes fiestas y sin responsabilidad no hace otra cosa que manchar el nombre de su impecable linaje.

Una pausa y tras ella un profundo suspiro. —Llevas en mi club más de trece años, me consta lo buen —rió —educador que eres.

¡Un momento, un momento! ¿Querían que disciplinara a Ashley? Lo que él hacía era un modo de vida, algo que uno escoge, no que se le impone.

—Queremos que la conviertas en una futura esposa obediente y centrada en complacer a su esposo.

Rió. No pudo evitarlo. ¿Tener la oportunidad de zurrar las nalgas que constantemente temblaban a cada azote imaginario que les daba? ¿Alimentarla directamente de su mano? ¿Ordenarle cuando podía dejarse llevar por el clímax y cuando no? ¿Poder golpear el fondo de la garganta de Ashley a cada arremetida de sus caderas y luego verla cerrar los ojos mientras se vaciaba en ella?

¡Acepto, acepto!

Presionó entre dos dedos el puente de su nariz y carcajeó.

—¿Podrías conseguirlo en un mes?
-preguntó Guire.

¿En un mes? Una vez la tuviera no iba a devolverla. ¿Consistiría eso en educarla para luego devolverla a su familia, entregarla a su futuro marido? ¡Nooo!...

—¿Nathan? —llamó el señor Ferguson al ver que éste no dejaba de carcajear como un demente —¿Hijo?

—No,... —todavía reía. Las lágrimas se despeñaban de sus salvajes ojos verdes. —¡No!

—¿Dos meses? —preguntó Charles.

—Ni uno ni dos meses. —Cortó el aire de un manotazo —No voy a hacerlo.

—Hijo, eres el único en quien tengo confianza para tratar algo tan delicado. Se te recompensará debidamente.

Recogió el vaso olvidado sobre la mesa. Rápidamente lo llenó de whisky y regresó tendiéndoselo.

—Podrás dejar de trabajar e irte a las Maldivas de por vida.

Nathan se cuadró de hombros en la silla. Aceptó, bebió de golpe y enseñó los dientes al caer el whisky en su estómago como un pesado plomo.

—¿Tienen idea de lo que me piden? —Dejó el vaso vacío sobre el trozo de corcho remachado en oro que hacía de posavasos. —¿Me están pidiendo que sea el Maestro de su hija y de su futura nuera?

—No. Te estamos pidiendo que seas el Amo de Ashley sólo por un mes o dos, el tiempo que consideres necesario. Debe aprender rápido pues la técnica que tú le enseñes deberá practicarla ella con James quien se convertirá en su nuevo Amo, —rió —tú sólo lo serás temporalmente.

Nathaniel McNamara, estás soñando. Cuenta hasta diez y despertarás. Uno dos, tres... ¡diez!

—No, —Se levantó —con todos mis respetos, señores, yo no puedo ejercer ese papel. El BDSM es para mí una filosofía de vida, no un juego para enriquecer sus negocios. Lo siento, —caminó hacia la salida —busquen a otro que quiera hacerlo.

Agarró el picaporte.

Noo. No, no, otro no. Es tu derecho por todo el sufrimiento que ella te ha hecho padecer. Inconscientemente, pero lo ha hecho y sigue haciéndolo día tras día.

—Va a ser su filosofía de vida, Nathan, por eso debe ser adiestrada.

¿Sientes como duele, como te agujerea por dentro?

—Tal vez ella no lo crea así.

Un mes con tus dedos tatuados en sus nalgas. Un mes llorando tu nombre mientras un orgasmo tras otro la golpea haciendo que pierda el conocimiento. Un mes... llevando tu collar de pertenencia, Nathaniel.

—No puede seguir siendo tan egoísta.

Duele, duele tanto...

—¿Y si no consigo que sucumba?

—Todo lazo con la familia Ferguson será cortado.

¿Cómo podía un padre vender de ese modo a su única hija? Si la señora Ferguson levantara la cabeza, si la leucemia no se la hubiera llevado... Sólo Ashley puede anestesiar tu dolor. Si ella está contigo, está dormido y si no, vuelve el dolor.

Nathan estrujó el tirador de la puerta con la palma, cerró los ojos, gruñó.

—Denme veinticuatro horas para que pueda pensarlo, sólo veinticuatro horas.

Mejores son unas horas de felicidad que toda una vida sin ella. ¿No?

—Veinticuatro horas —acordaron los dos al unísono.

—Mañana por la noche tendrán mi respuesta —acató abriendo la puerta. Sus ojos se agrandaron al verla, al parecer ella iba a entrar justo al tiempo que él abría. —Buenas noches.

Duele tanto, hace que arda.

McNamara, el sueño más caliente y musculoso que una chica pudiera tener, hecho carne y hueso ante ella. La respiración se atascó en su garganta como una gran bola estropajosa. Ordenó a sus piernas que no temblaran, soltó el pomo de la puerta y se hizo a un lado.

No tonta, teóricamente es él quien tiene que cederte el paso.

—Buenas noches —respondió ella dirigiendo rápidamente la mirada al suelo. No podía mirarle a los ojos, demasiado salvajes. Cinco minutos con aquellos ojazos verdes traspasándola y probablemente convulsionaría en el suelo por culpa del orgasmo disparado en su matriz.

—Por favor, —carraspeó dándole paso y sujetando la puerta —por favor señorita Ferguson.

Ashley reaccionó. El sonrojo subió a sus pálidas mejillas dándoles color. Entró en la estancia, alzó los ojos color chocolate esperando algo. Un parpadeo, un... como siempre, nada. Indiferencia absoluta.

—Gracias.

—¿Sí? ¿Quería decirme algo, señorita?

Qué bonita se vería la Ball gag entre los rosados labios femeninos, esos dientes blancos rozando el material de la mordaza. Un escalofrío subió por la espina dorsal de Nathan.

Sí. Pensó Ashley ¿Puedo venir a tu habitación esta noche y abrazarme a ti? Sólo abrazarme... y se mordió inconscientemente el labio inferior. Vale, vale, prefiero lamerte.

Pero —No —dijo forzando una sonrisa. La desesperación hacía que una hiciera locuras. Si papá supiera las veces que se había escabullido para ver a esa máquina de hacer pesas nadando de una punta a otra de la piscina del servicio y admirar los poderosos bíceps contraerse y las poderosas piernas golpear el agua. Miró sus zapatos, la punta de sus deditos con las uñas debidamente pintadas de rosa chicle...... Su estómago se retorció.

—Entonces, que pasen buena noche, Señor —dijo dirigiéndose al jefe. Luego, clavando su mirada en los ojos de Ashley, —Señorita.

Cerró la puerta y se fue por el pasillo, escaleras abajo.

Piénsalo. Las correas de cuero de la Spreader bar abrazando las pequeñas muñecas. Los dedos retorciéndose deliciosamente. Piénsalo...

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