Molly

Molly


Capítulo 17

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Capítulo Diecisiete

Davina miró a las dos niñas, que estaban acurrucadas en el suelo en una esquina, una casi detrás de la otra. Intercambió miradas con Jennet, la que había arruinado su vida. Estaba claro que no tenía miedo.

—Mira a quién tenemos aquí —dijo Davina—. La chiquilla que me arruinó la vida. Finalmente te tengo entre mis garras. —Apretó los puños mientras les gruñía.

—No sé de qué hablas. ¿Cómo podría una niña arruinar tu vida? Eres responsable de lo que sea que hagas, no yo. —Jennet se echó la trenza hacia atrás.

La pequeña que estaba a su lado asintió con vehemencia.

—Mi mamá siempre dice lo mismo. Sé responsable. —Apoyó su cabeza en el hombro de la otra niña con las manos entrelazadas.

—Te llamas Jennet, si no recuerdo mal. ¿Y tú cómo te llamas? —Señaló a la que no reconocía mientras se acercaba a ellas.

—Su nombre es Brigid, y no me intimidarás —declaró Jennet con un gesto de cabeza.

Brigid levantó la cabeza para imitar el gesto de Jennet, aunque tenía la mirada en el suelo.

—A mí tampoco me inti... ina... asustarás.

—No necesito asustarte, eres mi prisionera, así que no puedes hacer nada.

—Si tuvieras corazón, nos ayudarías a escapar —anunció Jennet.

Davina se rio.

—Si tuviera corazón... Mmm...

Brigid se animó, con los ojos abiertos.

—¿Tienes? ¿Tienes corazón?

Jennet miró desdeñosamente a su prima.

—Por supuesto que tiene corazón, o no estaría viva y hablando.

Brigid frunció el ceño y clavó la mirada en sus manos.

—Tal vez tenga, pero no lo utiliza demasiado. Es mala, igual que él.

—¿Soy mala? ¿Eso es lo que has dicho? —Davina se cruzó de brazos y echó la cabeza hacia atrás riéndose, dando vueltas por la habitación como un buitre, haciendo cualquier cosa que pudiera atemorizarlas.

Brigid se encogió de hombros.

—Quiero a mi mamá.

—Ya estoy harta de vosotras dos. Brigid —señaló hacia la otra esquina—, siéntate allí. No me gusta que estéis juntas.

Brigid se agarró a su prima, con lágrimas en los ojos.

—No, por favor, deja que me quede aquí. No diré ni una palabra más.

Davina saltó sobre ellas, repitiendo la orden con un rugido.

—¡Ahora! —¿Por qué las dos pequeñas le molestaban tanto? ¿Y por qué Ranulf había insistido en que vigilara a las niñas cuando había dos personas capaces al otro lado de la puerta? En realidad, ahora que lo pensaba, ¿cuál era el propósito de tener a esas dos allí sentadas sobre sus culos? Odiaba aquella tarea y tenía preguntas para Ranulf.

Jennet saltó y fue hasta la otra esquina.

—Ya voy yo, Brigie.

Brigid se acurrucó en la esquina con una rabieta.

—A mi mamá no le gustarías. No eres muy considerada con los demás.

—Nada desconsiderada. —Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Brigid.

Mierda, no soportaba que las niñas llorasen. ¿Nadie les había enseñado a no llorar como su padre le había enseñado a ella? Había encontrado una fuerza interior que no sabía que poseía, pero lo había descubierto por las malas.

—¡Simplemente cállate!

Jennet miró a su prima, sentada en la esquina.

—¿No recuerdas haber tenido una amiga o una hermana o una prima cuando eras pequeña? Preferimos estar juntas.

—No, no había chicas en mi familia, y no se me permitía jugar con las hijas de los sirvientes. Me fue muy bien por mi cuenta. —Sin embargo, se acordaba de algunas noches solitarias en las que lloraba hasta dormirse deseando tener una amiga. No, le había ido bien por su cuenta, tal como había dicho.

—Parece que no —murmuró Jennet mientras jugaba con los pliegues de su falda.

—¿Qué has dicho, pequeña zorra? —Davina se agachó frente a ella.

—Nada, no he dicho nada que tenga que repetir. Me quedaré callada.

Davina cogió la parte delantera del vestido de la muchacha, levantándola del suelo.

—¿Qué has querido decir con eso? —Cómo deseaba que no le importara lo que pensaran otros, pero por desgracia sí que le importaba. Estaba obsesionada con lo que los demás pensaban de ella. Ese era su principal defecto, le decía Ranulf.

—Quiero decir que ojalá hubieras conocido lo que es la amistad. Yo quiero a mi prima y lamento que no tengas lo mismo en tu vida.

Davina la dejó caer al suelo.

—No necesito una amiga.

—Quizás no, pero serías más feliz si tuvieras una. Brigie me entiende. Cuando nuestras madres no nos entienden, hablamos entre nosotras. Ambas sabemos lo que es ser la más joven de la familia.

Brigid dijo:

—Sí, yo quiero a mi prima más que a ninguna otra persona. Mis hermanos a veces son unos idiotas, pero Jennet no.

—Ranulf me entiende —dijo Davina—. Él es todo lo que necesito. No necesito primas o hermanas.

—¿Por qué? Él no puede ser muy amable contigo. No está en su naturaleza.

—Ranulf me quiere.

—¿Pero tú por qué le quieres? No se quedará contigo cuando esto termine.

—Sí, lo hará. Me ha prometido que nos casaremos y viviremos juntos donde yo quiera. Vigila lo que dices, muchacha. —Más molesta de lo que parecía, empezó a caminar en círculos. Ranulf aún la quería, ¿verdad? ¿No estaba emocionado de verla? Se detuvo un momento antes de seguir. No era el mismo que había sido antes de que todo esto hubiera sucedido. No podía estar segura de qué había cambiado en él, pero había algo... Se mordió una uña, la que más solía morderse—. ¿Por qué dices eso? ¿Dónde crees que irá cuando esto se acabe?

Jennet se encogió de hombros, mirando alrededor de la habitación y después a la puerta. Su voz salió en un susurro:

—Porque le oí decirle a un hombre que se iban a Inglaterra cuando esto terminase.

Los ojos de Davina se abrieron de par en par antes de que se diera la vuelta en dirección a la puerta. La abrió y gritó hacia el gran salón:

—¡Ranulf!

El corazón de Molly palpitaba tan fuerte que pensó que se le saldría. Su madre se acercó saltando a la pata coja para hablar con ella.

—Escucha, querida, puedes hacerlo. Yo creo en ti, y tu padre también. ¿Crees que podrás hacerlo?

Se lo pensó durante un momento, y luego asintió. Era cierto. Tras mucha confusión interna, ahora podía decir que estaba lista. Tormod se mantuvo unos pasos por detrás de ella mientras su madre repasaba las instrucciones. Ella deseaba decirle lo mucho que significaba para ella tenerlo allí y que le sirviera de apoyo para superar aquella situación. Empezaba a pensar que con su ayuda podría conseguirlo y hacer que sus padres se sintieran orgullosos. Esperaba ver la cara sonriente de su hermana pronto.

—Empezarán a embestir las puertas con troncos enseguida, en cuanto se haga de noche. Tenéis que estar preparados y alerta en todo momento. ¡Buena suerte! Y Tormod, cuídala.

Su madre le besó las mejillas y después dejó que Logan la subiera a su caballo.

—Mamá, mantente a salvo. Ten cuidado. Y Sorcha, quédate en los árboles. —Su hermana le dijo adiós mientras se dirigía al lugar que habían elegido.

Su padre se inclinó y la besó en la mejilla.

—Atraparemos a ese bastardo, Molly, y tú encontrarás a nuestras niñas. Siempre supe de lo que eras capaz. Él no es mejor que Randall Baines.

¿Cómo sabía su padre que ese nombre le daría el empujón que necesitaba? Baines era el hijo de la mujer inglesa a la que había servido durante algún tiempo, y a quien odiaba.

Su familia se apartó y se giró para ver cómo su hermano y sus primos traían un tronco intentando hacer el menor ruido posible, y los guardias traían otro. Ella y Tormod estaban muy lejos del muro. Los troncos estaban lo suficientemente cerca como para que los vieran, pero habían esperado hasta el oscurecer para ocultar sus movimientos tanto como fuera posible. Atacarían siguiendo las instrucciones de Torrian. Respiró hondo y apretó los labios, expirando lentamente e intentando calmar su acelerado corazón.

Tormod se acercó y le cogió la mano.

—Podemos hacerlo. Tu padre y tus primos derrotarán a ese bastardo, y nosotros encontraremos a tu hermana y a tu prima. Por la mañana todo habrá terminado. —El sol se acababa de poner, y podían oír algunos de los guardias de MacNiven tomando unas copas, tal como su padre había predicho.

—Lo sé, pero siempre pensé que, si alguna vez participaba en algo importante como un rescate o algo así, estaría con mi madre y ella me guiaría. Esperaba que las noticias llegaran hasta Inglaterra, y que mi verdadero padre supiera que mi madre y yo habíamos luchado contra el mal y vencido. Esa oportunidad ha desaparecido para siempre.

—¿No soy adecuado para servir como sustituto? Aunque no sea tan buen arquero como tu madre, pelearé por ti. Juntos, encontraremos a las niñas y las traeremos de vuelta. Espero que trabajemos unidos. Me siento honrado y estoy orgulloso de los dos. Danos una oportunidad.

Tormod había logrado darle a todo un enfoque completamente diferente. ¿Qué hubiese pasado si hubieran elegido a otro muchacho? Aquella idea la ponía enferma. Estaban juntos, eso era lo importante. Tenía que ver las cosas de otra manera. Acercándose a él, apoyó la cabeza sobre su hombro.

—Sí, estoy muy agradecida de que estés a mi lado. No me malinterpretes, pero es como si mis entrañas se hubieran convertido en una canasta llena de ranas. Mi madre me tranquiliza. Tú me excitas, algo completamente distinto.

Eso le valió una pequeña sonrisa.

—No te preocupes por tu madre —dijo—. Pronto volverá a hacer de espía junto con tu padre. Tómatelo como una oportunidad para hacerla sentir orgullosa.

Se giró hacia él. Qué ganas tenía de pasarle los dedos por el pelo y besarlo en aquel mismo instante.

—Tormod, sacas lo mejor de mí. No importa si se sabe que hemos sido nosotros. Lo más importante es salvar a mi hermana y a mi prima, y que nos deshagamos de esa escoria de MacNiven. Es lo que nuestro rey quiere. Estoy segura.

—Háblame de tu hermana, de Brigid. Nadie habla de ella, y me da cosa mencionar su nombre.

Sonrió en cuanto pronunció el nombre de su hermana. Cuánto quería a Brigid.

—Brigid nos hace sonreír a todos. Tiene el corazón más grande de todos nosotros. Una de las cosas favoritas de Jennet y Brigid es salvar animales. A menudo se entretienen rescatándolos. Hace una luna, Brigid encontró un animal recién nacido cuya madre había muerto debajo de un árbol. Se lo llevó a la tía Brenna, y determinaron que era una ardilla roja. La tía Brenna les dio las herramientas necesarias para criar a la ardilla hasta la edad adulta, y así lo hicieron. Es maravilloso lo bien que trabajan en equipo. Jennet es la sanadora, y ella establece la forma correcta de tratar a sus pacientes, la frecuencia, qué hay que darles de comer, etcétera. Brigid es la cuidadora. Pensar en cómo sostenía esa ardilla bebé entre sus pequeñas manos casi me hace llorar. Le cantaba, la acariciaba y la abrazaba todo el día. Mi madre tuvo que decirle que nada de ardillas en la cama por la noche.

—¿Sobrevivió?

—Sí. Sigue siendo su mascota. Juega con ellas por igual, como si fueran su mamá y su papá.

La voz de Torrian lanzó el grito de guerra Ramsay, al que sus guardias se unieron inmediatamente.

El primer tronco golpeó las puertas y estalló el caos. Molly apretó la mano de Tormod, esperando sus instrucciones para moverse.

Ya no había vuelta atrás.

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