Moksha

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Segunda Parte: Experiencia psicodélica y visionaria » Capitulo 29: 1960. Hongos para el almuerzo

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Capítulo 29

1960

Hongos para el almuerzo

TIMOTHY LEARY

Huxley y Osmond visitaron al doctor Timothy Leary en Harvard, donde se había puesto en marcha el Proyecto de Investigaciones Psicodélicas. Leary describe aquí la impresión que le produjo Huxley durante sus primeras entrevistas en Cambridge.

… George [Littwin] abordó el tema de la literatura sobre estados visionarios y me preguntó si había leído los libros de Aldous Huxley sobre la mescalina: The Doors of Perception y Heaven and Hell. Cuando le contesté que no, corrió pasillo abajo hasta su despacho y los trajo consigo. Pequeños rectángulos delgados. Me los guardé en los bolsillos de la americana.

El problema final era el más importante. ¿Dónde conseguiríamos los hongos? Alguien me había informado que el Servicio de Salud Pública había conseguido sintetizar los hongos y dije que escribiría a Washington y que intentaría verificar el dato. En México, Gerhart [Braun] me había advertido que seguiría buscando a la bruja Juana, y que si la encontraba dispondría de un gran acopio y me enviaría algunos. Y en Berkeley, Frank Barron me había dicho que la gente de la Universidad de México había cultivado hongos y que quizás él podría conseguir que le dieran algunos.

Esa noche leí a Huxley. Y después volví a leer los dos libros. Y los releí nuevamente. Ahí estaba todo. Toda mi visión. Huxley había ingerido mescalina en un jardín y se había despojado de la mente y había despertado en la eternidad.

Aproximadamente una semana más tarde alguien me contó, en una fiesta, que Aldous Huxley estaba pasando el otoño en la ciudad, y esto me pareció un buen augurio, así que me senté y le escribí una carta.

Dos días más tarde, durante una de nuestras conferencias de planificación, el señor Huxley telefoneó para decir que estaba interesado y convinimos almorzar juntos.

Aldous Huxley se alojaba en un nuevo apartamento del M.I.T., frente al río Charles. Cuando llamé a la puerta la abrió —alto, pálido, endeble—, se reunió conmigo y nos encaminamos hacia el Club de Profesores de Harvard. Leyó el menú lentamente a través de su lupa. Le pregunté si quería sopa y me preguntó de qué era y yo consulté el menú y resultó ser una sopa de setas, así que nos reímos y pedimos hongos para el almuerzo.

Aldous Huxley: un Buda gris, encorvado, gigantesco. Un hombre sabio y bondadoso. La cabeza como una enciclopedia políglota. Voz elegante y riente excepto cuando levantaba el tono con indignación pasajera y divertida ante la superpoblación o el engreimiento de los psiquiatras.

Conversamos acerca de la forma de estudiar y utilizar las drogas que expanden la mente y concordamos afablemente respecto de lo aconsejable y lo desaconsejable. Eludiríamos el enfoque behaviorista de la conciencia ajena. No encasillaríamos ni despersonalizaríamos al sujeto. No impondríamos a los demás nuestra propia jerga o nuestros propios juegos experimentales. No nos propondríamos descubrir nuevas leyes, o sea, descubrir las implicaciones redundantes de nuestras propias premisas. No nos dejaríamos coartar por el punto de vista patológico. No interpretaríamos el éxtasis como manía, ni la sosegada serenidad como catatonia; no diagnosticaríamos que Buda era un esquizoide apático; ni que Cristo era un masoquista exhibicionista; ni que la experiencia mística era un síntoma; ni que el estado visionario era un modelo de psicosis. Aldous Huxley se reía por lo bajo, con humor compasivo, del delirio humano.

¡Y con cuánta erudición! Iba y venía por la historia, citando a los místicos. Wordsworth. Plotino. El Areopagita. William James. Toda la gama, desde el pasado esotérico hasta volver al presente bioquímico: Humphry Osmond curando alcohólicos en Saskatchewan con LSD; los planes de Keith Ditman para limpiar con LSD la calle de los borrachos de Los Ángeles; Roger Heim llevando su saco de hongos mexicanos a los químicos parisienses que no pudieron aislar el ingrediente activo, y acudiendo después a Albert Hofmann, el gran suizo, que sí pudo aislarlo y lo llamó psilocibina. Le enviaron las píldoras de vuelta a la curandera[53] del estado de Oaxaca, y ella las probó y tuvo visiones adivinatorias y se regocijó de que ahora su práctica pudiera durar todo el año y no tuviera que circunscribirse a los tres meses de lluvia en que brotaban los hongos.

Aldous Huxley tenía aguda conciencia de las complicaciones políticas y de la prevista oposición de los Murugan, nombre que aplicaba a los dueños del poder en su novela Island.

—La droga… —Murugan me hablaba de los hongos que usan aquí para fabricar droga.

—¿Qué significa un nombre?… Respuesta: prácticamente todo. Murugan… la denomina droga y experimenta respecto de ella toda la repugnancia que, por un reflejo condicionado, inspira esta palabra obscena. Nosotros, por el contrario, le aplicamos nombres meritorios: la medicina-moksha, la reveladora de la realidad, la píldora de la verdad-y-la-belleza. Y sabemos, por experiencia directa, que es digna de los nombres meritorios. En tanto que nuestro joven amigo aquí presente no la conoce de primera mano, y ni siquiera podemos persuadirlo para que la pruebe. Para él es droga, y la droga es, por definición, algo que una persona decente no consume jamás.

Aldous Huxley aconsejaba y asesoraba y bromeaba y contaba historias y nosotros escuchábamos y forjábamos nuestro proyecto de investigación en consecuencia. Huxley se ofreció para asistir a nuestras reuniones de planeamiento y se manifestó dispuesto a ingerir hongos con nosotros cuando la investigación estuviera en marcha.

De estas reuniones surgió el proyecto de un estudio piloto en condiciones naturales, en el cual se trataría a los sujetos como si fueran astronautas: se los prepararía cuidadosamente, se les suministrarían todos los datos disponibles, y después se les pediría que tripularan sus propias naves espaciales, que hicieran sus propias observaciones, y que las retransmitieran al control de tierra. Nuestros sujetos no eran pacientes pasivos sino héroes exploradores.

Durante las semanas de octubre y noviembre de 1960 se realizaron muchas reuniones para planear la investigación. Aldous Huxley venía y escuchaba y después cerraba los ojos y se desconectaba de la escena y entraba en su trance controlado de meditación —lo cual ofuscaba a algunos de los miembros del personal de Harvard que equiparan la conciencia con la conversación— y luego abría los ojos y formulaba un comentario puro como un diamante…

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