Moksha

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Segunda Parte: Experiencia psicodélica y visionaria » Capitulo 33: 1961. La experiencia visionaria

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Capítulo 33

1961

La experiencia visionaria

ALDOUS HUXLEY

La siguiente disertación, pronunciada ante un congreso internacional de psicólogos, es quizá la más sistemática de las muchas conferencias que Huxley dictó sobre este tema. La pregunta «¿Por qué son preciosas las piedras preciosas?» llegó a funcionar como un koan Zen cada vez que disertaba sobre este tema. Aborda los métodos de acceso al Mundo Visionario, las características de la experiencia, y el valor que reviste en la religión, el folklore y las artes. Sus comentarios sobre el acceso químico incluyen ahora una referencia a la síntesis reciente de la psilocibina.

Señor presidente, damas y caballeros, el hecho de encontrarme aquí entre un grupo de científicos distinguidos me inspira algunas dudas. Sin embargo, me consuela pensar que las personas de mi profesión se ocupaban de la psicología tres o cuatro mil años antes de que se inventara vuestra profesión. Por supuesto, habéis sistematizado lo que las personas del campo literario veían de una manera bastante vaga e intuitiva y espasmódica, y por supuesto nosotros a la vez podemos aprender mucho de vosotros.

La excusa que tengo para estar aquí se puede resumir, realmente, en la frase de Alexander Pope: «los necios se precipitan allí donde los ángeles temen pisar». Me parece muy importante que, entre tantos ángeles académicos que desde luego están totalmente inhibidos por su entorno, por sus intereses creados de tipo intelectual, por sus títulos doctorales, irrumpa de cuando en cuando un literato necio que no se siente inhibido por ninguno de estos factores y que echa a deambular por este inmenso campo y que no teme hacer papelones ni colocarse en aprietos académicos. Creo que aunque el literato no puede aportar nada de concreto interés científico, puede revestir sin embargo algún valor en la medida en que explora áreas de este universo fantástico de la mente humana, áreas en las que el psicólogo académico más cauto no penetra porque lo ponen un poco nervioso. Y tras esta breve introducción, permitidme pasar al tema fascinante de la Experiencia Visionaria.

¿POR QUÉ SON PRECIOSAS LAS PIEDRAS PRECIOSAS?

Bueno, empezaré por formular una de esas preguntas que los niños formulan a sus padres y que los dejan completamente desconcertados, una pregunta similar a «¿Por qué la hierba es verde?». La pregunta es: «¿Por qué son preciosas las piedras preciosas?». Es algo muy peculiar, si os detenéis a pensarlo: ¿Por qué los seres humanos han invertido una cantidad inmensa de tiempo, energía y dinero en coleccionar guijarros de colores? Esta actividad no tiene un valor económico concebible y los guijarros son bastante bonitos a su manera, pero parece muy extraño que esta cantidad colosal de energía se haya consagrado a la recolección de piedras preciosas, y también que hayan cobrado vida una mitología y un folklore tan desmesurados como los que han surgido y se han cristalizado en torno de las piedras preciosas.

¿Por qué las piedras preciosas han sido consideradas siempre extraordinariamente preciosas? Bueno, el destacado filósofo norteamericano George Santayana formuló esta misma pregunta hace unos cincuenta años, y llegó a la siguiente conclusión. Explicó, según creo, que son preciosas porque, entre todos los objetos de este mundo de transitoriedad, de este mundo de perpetua extinción, parecen ser lo más próximo a la perdurabilidad absoluta. Nos dan, por así decir, una especie de imagen visible de la eternidad o la inmutabilidad. Bueno, pienso que esta explicación tiene algo de cierto, pero no creo que encierre la respuesta cabal a nuestro interrogante. Es importante porque parece remontarse a algún profundo factor psicológico de la mente, pero creo que no se remonta suficientemente atrás. Creo que no se remonta al factor psicológico más importante, que es el que determina la preciosidad de las piedras preciosas. Y aquí citaré a otro filósofo de la antigüedad, Plotino, el gran neoplatónico, que dice, en un pasaje muy interesante y hondamente significativo: «En el mundo inteligible, que es el mundo de las ideas platónicas, todo brilla; por consiguiente, lo más bello de nuestro mundo es el fuego».

Esta observación es significativa en varios niveles. Primeramente, me interesa profundamente porque demuestra que una gran estructura metafísica, la estructura platónica y neoplatónica, estaba erigida esencialmente sobre una experiencia cuasisensorial. El mundo de las Ideas brilla, es un mundo visible, y este dato curioso de que es posible ver realmente el mundo ideal también se puede descubrir en el mismo Platón. En el Fedón, Sócrates habla del mundo póstumo al que van los hombres buenos después de muertos, y es un poco difícil deducir del diálogo mismo si éste es simplemente un mundo paradisíaco, o si también es en cierto sentido el mundo de las Ideas. Pero de todas maneras, lo que Sócrates dice acerca de este mundo —que él denomina la otra tierra— es nuevamente que en esta otra tierra todo brilla, que incluso las piedras del camino y de las montañas tienen la cualidad de las piedras preciosas; y termina afirmando que las piedras preciosas de nuestra tierra, nuestras muy valoradas esmeraldas, nuestros rubíes, y así sucesivamente, no son más que fragmentos infinitesimales de las piedras que se ven en esta otra tierra; y esta otra tierra, donde todo es más refulgente y más claro y más real que en nuestro mundo, es, agrega, una visión de los bienaventurados. Bueno, aquí tenemos nuevamente otra indicación de que una gran idea metafísica, la Idea platónica, el sistema platónico de un mundo ideal, también se basa sobre un mundo de visión. Es una visión de bienaventurados, y creo que ahora empezamos a descubrir por qué las piedras preciosas son preciosas: lo son porque nos recuerdan de alguna manera algo que ya está en nuestras mentes. Nos recuerdan este mundo paradisíaco, más-que-real, que algunas personas a veces vislumbran conscientemente, y del que creo que la mayoría de las personas han tenido ligeros atisbos, y del que todos tenemos conciencia, de alguna manera oscura, en un plano inconsciente. Y como dice Plotino, es en razón de la existencia de este otro mundo luminoso, que el elemento más bello de la tierra es el fuego.

Ahora bien, es interesante que digamos que los diamantes tienen fuego, que los diamantes más preciosos y valiosos sean aquellos que tienen más fuego, y que todo el arte de la talla de diamantes sea por supuesto el arte de hacerlos lo más brillantes posible y de hacerles exhibir la mayor magnitud de fuego interior. Y en verdad se puede afirmar que todas las piedras preciosas son en cierto sentido fuego cristalizado. Es muy significativo, en este contexto, lo que hallamos en el Libro de Ezequiel, que al describir el Jardín del Edén explica que está lleno de piedras de fuego, que son sencillamente piedras preciosas. Vemos pues, creo que patentemente, que la razón por la cual las piedras preciosas son preciosas es precisamente ésta, a saber, que nos recuerdan este extraño otro mundo situado en el fondo de nuestra mente, al cual algunas personas pueden ganar acceso, y al cual a algunas otras personas se les concede acceso espontáneo.

ACCESO AL MUNDO VISIONARIO

Acceso espontáneo Permitid que antes de empezar a hablar sobre la verdadera naturaleza del mundo visionario interior, diga algo acerca de los medios de acceso a ese mundo. Algunas personas entran en él espontáneamente: parecen estar en condiciones de oscilar sin ninguna dificultad entre el mundo visionario y el mundo cotidiano, biológicamente útil, de nuestra experiencia ordinaria. Hay personas, por ejemplo, como William Blake, que se desplazan constantemente entre los dos mundos. En su edad intermedia, Blake pasó por un período en el que no pudo visitar el mundo visionario. No lo vio durante aproximadamente veinte años. En su juventud acostumbraba a verlo, y después nuevamente en su vejez pudo entrar libremente en él. Y creo que tenemos abundantes casos de poetas y artistas que han ido y venido de un mundo al otro. Hay muy hermosas y detalladas descripciones del mundo visionario concedido al poeta irlandés George Russell —que escribía con el seudónimo A. E.— en las cuales narra sus propias entradas y salidas de ese mundo luminoso encerrado en la mente.

Hay otros casos espontáneos en virtud de los cuales unos pocos privilegiados pueden visitar el otro mundo y volver sanos y salvos. Creo que también podemos decir que muchos niños —ignoro la proporción y me parece que esto nunca se ha investigado sistemáticamente— muchos niños, repito, disfrutan de la capacidad de vivir en una especie de mundo visionario. Ven tanto dentro como fuera de este mundo luminoso transfigurado. Se trata, por supuesto, del mundo que describió Wordsworth en su famosa Ode on the Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood. Creo que muchísimos niños experimentan precisamente el tipo de sugerencias de inmortalidad que describió Wordsworth. Después, a su debido tiempo, a medida que los someten a nuestro sistema de educación analítica y conceptual, pierden la capacidad de ver este otro mundo que, para decirlo con las palabras de Wordsworth, gradualmente «se desvanece en la luz del día común». Tras haber vivido en un mundo que tenía «el deleite y la frescura de un sueño», regresan a este mundo bastante tedioso, bastante miserable, en el cual la mayoría de nosotros pasamos nuestra existencia. Diría, al pasar, que uno de los problemas capitales de la educación consiste en encontrar la forma de ayudar a los niños a sacar el mayor provecho de ambos mundos. ¿Cómo ayudarlos a sacar el mayor provecho del mundo de la experiencia primaria (y de esta prolongación de la experiencia primaria: la experiencia visionaria), al mismo tiempo que los ayudamos a sacar el mayor provecho del mundo del lenguaje y el mayor provecho del mundo de los conceptos y las ideas generales? Actualmente nuestro sistema de educación casi parece garantizar que al mismo tiempo que les enseñamos a utilizar las palabras y los conceptos, arrasamos ese otro mundo de belleza y realidad más sublime en el que viven tantos niños.

Estos son dos casos de conciencia espontánea del otro mundo, del mundo visionario. Otras personas dotadas de esta conciencia son las incluidas en la categoría de los moribundos. Los lectores de Tolstoi recordarán que en aquella extraordinaria historia titulada La muerte de Iván Ilitch, al llegar al fin de sus inenarrables padecimientos e infortunios, este desdichado siente que lo meten dentro de un saco negro, cada vez a mayor profundidad, y repentinamente, pocas horas antes de morir, descubre que el fondo del saco está abierto y en su extremo hay una luz

Esta no es sólo una invención literaria. En los últimos meses, el doctor Karlis Osis[56], de la Fundación Parapsicológica de Nueva York, ha enviado cuestionarios a muchos médicos y enfermeras, pidiéndoles que suministren testimonios sobre el estado de ánimo de los pacientes en el lecho de muerte. Lo interesante es que ha recibido, según creo, unas ochocientas respuestas de médicos y enfermeras que informan que los pacientes situados al borde de la muerte tenían, espontáneamente, estas tremendas experiencias visionarias de luz, de figuras luminosas. Es muy interesante descubrir que este fenómeno, que ha sido descrito, por supuesto, en la literatura de antaño, cuenta ahora con una confirmación estadística. Esta es una de las actividades más fascinantes que desarrollan actualmente los psicólogos profesionales. Ratifican, mediante cuestionarios y en el laboratorio, toda clase de datos que se conocían instintivamente y por observación, y que habían sido documentados informalmente en el pasado por literatos y filósofos.

Bueno, como he dicho, esto representa una tercera categoría de casos espontáneos. Ahora pasaremos a los inducidos.

Acceso inducido. El hecho de que la experiencia visionaria haya sido siempre muy valorada, en todos los tiempos y lugares, significa que en todas las épocas y en todas las culturas se han realizado esfuerzos sistemáticos para inducirla.

La experiencia se puede inducir en diversas formas. Pasemos revista rápidamente a unas pocas de ellas.

Un método es la hipnosis. Bajo los efectos de la hipnosis profunda cierta cantidad de personas (no muchas, pero he visto unas pocas) entran patentemente en ese mundo y describen hechos muy extraños e interesantes: ven figuras, ven paisajes luminosos, y así sucesivamente. Estos no son fenómenos muy comunes, pero es interesante saber que existe un determinado número de personas a las que se puede transportar a ese otro mundo mediante la hipnosis.

Hay otros métodos psicológicos para ingresar en el otro mundo, y uno de los más conocidos en Oriente es desde luego el de la concentración en un punto, el tradicional método yoga que consiste en excluir todo menos un punto específico en el que se concentra la atención. Parece que en muchos casos esto culmina en la ruptura de la barrera que rodea nuestro mundo consciente común, cotidiano, biológicamente utilitario, y en la irrupción en otra forma de conciencia, la forma visionaria. También existe otro método que ha sido practicado, claro está, en todas las grandes tradiciones religiosas, el método de lo que ahora llamamos privación sensorial, o entorno limitado. Una vez más es muy interesante comprobar que los psicólogos profesionales repiten, en el laboratorio, lo que los ermitaños y santos que vivían en cuevas de las montañas o en el desierto hacían por razones metafísicas y religiosas. Es harto extraordinario que cuando limitamos el número de estímulos exteriores o los suprimimos por completo, tal como se puede hacer con cierta dificultad, al cabo de un lapso relativamente breve la mente empiece a generar tremendas experiencias visionarias. En la historia nos encontramos con figuras tales como San Antonio y los monjes de la Tebaida en el siglo IV y en el desierto de Egipto, y volvemos a encontrarnos con los ermitaños del Himalaya, los anacoretas tibetanos e hindúes que viven completamente aislados en las cuevas. Por ejemplo, si leéis la vida de Milarepa, el gran eremita tibetano, o si leéis las vidas de San Antonio y San Pablo, los anacoretas de la tradición cristiana, veréis que este aislamiento producía en verdad experiencias visionarias. Y, como digo, es interesante observar que estudiosos contemporáneos como D. O. Hebb de McGill, en Canadá; o mi amigo el doctor John Lilly, del Instituto Nacional de la Salud de Washington, confirman estos hechos. Probablemente Lilly ha llegado más lejos que todos los demás a la hora de crear un entorno limitado. Se sumerge en una bañera a una temperatura de treinta y seis grados centígrados, se hace sujetar mediante un arnés que lo inmoviliza casi por completo, respira sólo a través de una máscara de buceo para que incluso su rostro esté cubierto por el agua y no haya diferenciación de sensaciones en ninguna parte de su cuerpo, y al cabo de tres o cuatro horas tiene prodigiosas experiencias visionarias. Lo interesante es que la mayoría de estas visiones, como las de San Antonio, son extraordinariamente desagradables, y yo le he pedido al doctor Lilly que me describa estas experiencias pero él nunca ha querido decirme cómo eran, exactamente. Sólo que eran en verdad muy, pero muy desagradables. Como todo el que haya visitado una galería de arte bien lo sabe, San Antonio también estaba sujeto a experiencias tremendamente chocantes, pero es evidente que de cuando en cuando tenía auténticas experiencias místicas y divinas. También es interesante comprobar que en todas las tradiciones religiosas, los desiertos y los lugares donde existe un mínimo de estímulo sensorial siempre han sido abordados con criterio ambivalente: en primer término como lugares donde Dios está más próximo, y en segundo término como lugares donde abundan los demonios. Por ejemplo, en el Nuevo Testamento encontramos que los demonios que Jesús echó fuera se internaron en el desierto porque este era el lugar natural, el hábitat, de los diablos. Pero a la vez, los anacoretas que vivían en los desiertos en el siglo IV explicaban que se iban allí porque no hay ningún otro lugar donde uno pueda estar tan cerca de Dios. Como digo, es extraordinariamente interesante descubrir que estas antiguas prácticas religiosas pueden ser y han sido confirmadas en el laboratorio de los psicólogos modernos.

Un método adicional para ingresar en el otro mundo es el de la respiración rítmica. Por supuesto, los ejercicios respiratorios fueron perfeccionados de manera más sistemática en la India, y encontramos rastros de ellos en la tradición occidental —sobre todo en la de la Iglesia Ortodoxa Griega, en cuyo seno era evidente que se empleaban algunos métodos de respiración— e incluso entre místicos individuales de Occidente. Pienso en el padre Surin, el jesuita francés del siglo XVII, que se refirió a las diferentes formas de respirar, aunque no las describió con exactitud. El elemento significativo de la respiración consiste en que creo que es lícito decir que todos estos refinados ejercicios tienden a culminar en suspensiones prolongadas de la respiración. Una suspensión prolongada de la respiración implica necesariamente una mayor concentración de anhídrido carbónico en la sangre. Una vez más, es harto sabido que las altas concentraciones de anhídrido carbónico generan en la mente experiencias visionarias muy llamativas y asombrosas, de modo que verificamos aquí, empíricamente, que individuos adscriptos a todas las tradiciones religiosas del pasado recurrían a métodos para cambiar la química del organismo en condiciones apropiadas para facilitar experiencias visionarias. Esta también es la razón fisiológica, no la metafísica o la ética, que explica prácticas como la del ayuno.

El ayuno se ha empleado en casi todas las tradiciones culturales, con el fin, entre otros, de inducir visiones. Por ejemplo, en una primitiva sociedad india americana formaba parte, regularmente, de la iniciación de los jóvenes adolescentes. Estos se internaban en el bosque o en la pradera y ayunaban hasta tener una visión del dios que buscaban, y a su debido tiempo siempre la tenían. Claro está que los métodos de ayuno se han utilizado en todas las tradiciones religiosas. El vasto estudio de Keys titulado The Biology of Human Starvation[57] confirma los efectos psicológicos del ayuno. Dicho estudio describe detalladamente lo que ocurre después de un largo período de privación de alimentos, y entre otros fenómenos que se producen se cuentan las experiencias visionarias. Sabemos igualmente que la insuficiencia de vitaminas así como la simple insuficiencia de calorías generan también profundos cambios psicológicos. Estos se manifiestan, por ejemplo, en la pelagra y el beriberi. También en este caso es interesante echar una mirada retrospectiva, con los conocimientos que ahora tenemos, y analizar por qué un período como la Edad Media probablemente era mucho más fecundo en visiones que un período de la época actual. La explicación consiste sencillamente en que nosotros estamos saturados de vitaminas y ellos no lo estaban. Después de todo, cada invierno de la Edad Media abarcaba un período de avitaminosis extrema: la pelagra y otras enfermedades deficitarias eran muy comunes. Al final de un largo período de ayuno involuntario caían los cuarenta días de Cuaresma, durante los cuales el ayuno voluntario se superponía al involuntario, de modo que cuando llegaba la Pascua la mente estaba preparada para cualquier tipo de visión. Creo que no hay ninguna duda de que esta es una de las razones por las cuales las experiencias visionarias espontáneas son mucho menos frecuentes ahora que antes: el factor es sencillamente dietético. En el pasado, en una civilización más primitiva, la dieta bastante deficiente tendía a facilitar cierto tipo de experiencias visionarias, en tanto que ahora nuestra dieta muy completa tiende a bloquearlas.

Entre los métodos utilizados para transportar la mente al otro mundo se contaba la privación de sueño. Esto lo hallaréis en todas las tradiciones religiosas: se reduce el sueño y la mente queda abierta y madura para la experiencia visionaria. También en este caso es interesante observar que el psicólogo profesional confirma los descubrimientos de antaño. Hace un año o dos, mi amigo el doctor J. West tuvo oportunidad de supervisar el período de insomnio de un hombre que trabajaba como disc jockey en una estación de radio norteamericana. Para ganar una apuesta, resolvió pasar sin dormir no recuerdo cuántos días: diez o doce. El doctor West controló la prueba y me contó que fue muy interesante verificar cómo, al cabo de unos siete u ocho días, este hombre vivía en un mundo totalmente visionario en el que irrumpía todo tipo de visiones extrañas, algunas de ellas horribles y otras bastante hermosas. Así que en este caso volvemos a encontrar una confirmación interesante, en el laboratorio moderno, de antiguos hallazgos empíricos.

Incluso el hábito medieval de la austeridad o de los castigos autoimpuestos también era probablemente muy idóneo para producir visiones. La autoflagelación, por ejemplo: si analizáis cuáles eran los efectos de este tipo de actos, resulta muy claro que todos favorecían las experiencias visionarias. En primer término liberaban grandes dosis de adrenalina y grandes dosis de histamina, dos substancias que ejercen una influencia muy extraña sobre la mente, y además en la Edad Media, cuando no existían jabones ni antisépticos, cualquier herida que pudiera infectarse se infectaba, y los productos de descomposición de las proteínas ingresaban en el torrente sanguíneo. También sabemos que estas otras substancias surten igualmente efectos psicológicos muy extraños e interesantes. Para confirmarlo, es muy curioso leer el comentario que formuló el gran Curé d’Ars francés del siglo XIX (ahora canonizado con el nombre de Saint Jean Vianney), a quien su obispo le prohibió someterse a estas formas extremadamente severas de austeridad, a las autoflagelaciones que practicaba desde joven. «Cuando me permitían hacer lo que quería con mi cuerpo, Dios no me negaba nada», dijo nostálgicamente. Este es un aserto psicológico muy interesante. Obviamente hay reacciones psicológicas en el plano bioquímico que, asociadas con este tipo de automartirio, tienden a producir visiones.

Acceso químico. Pasemos ahora a una categoría final de procedimientos que producen visiones, los cuales están relacionados con la ingestión de diversas substancias químicas. Tal como el antropólogo francés Philippe de Félice demostró hace unos veinte años en su libro Poisons Sacrés, Ivresses Divines[58], virtualmente en todas las tradiciones religiosas, tanto civilizadas como primitivas, se ha recurrido a drogas modificadoras de la mente con el fin de inducir experiencias visionarias. Para ello se han empleado toda clase de substancias químicas. Supongo que la más antigua de la que existen testimonios es el soma de la India. Creo que nadie sabe qué planta era el soma. Se la ha identificado como la Asclepias o vencetósigo, pero la descripción que figura en el texto sagrado no parece coincidir con la del vencetósigo. Del texto sagrado se deduce que era una planta rastrera que los arios que invadieron la India en el año 1000 a.J.C. trajeron consigo de Asia Central, y a medida que se internaban en la India era cada vez más difícil conseguirla. Philippe de Félice sustenta una hipótesis muy interesante acerca del desarrollo del yoga (que evidentemente se produjo aproximadamente en aquella época, aunque pudo haberse iniciado antes entre la población prearia de la India). Es posible que los invasores arios se hayan visto obligados a apropiarse del yoga porque no podían conseguir provisiones de soma. O sea que, como no podían inducir visiones por medios bioquímicos, no les quedó otra alternativa que recurrir a ejercicios puramente psicológicos y respiratorios para llegar a la misma meta. Se trata de una hipótesis interesante que puede ser cierta. Además, entre las otras substancias, que desde luego habían sido empleadas en el pasado, se cuentan drogas modificadoras de la mente extraordinariamente peligrosas, como el opio y la coca, de la cual se extrae la cocaína, y drogas relativamente peligrosas como el hachís… y, al fin y al cabo, nuestro querido y viejo amigo el alcohol, que fue utilizado por los griegos, más tarde por los persas, y que los celtas usaron en Europa como droga modificadora de la mente y veneraron como dios. Qué interesante: la substancia que produce el cambio de la mente es considerada divina y después es hipostatizada como una persona proyectada al universo exterior en condición de persona divina. El mismo fenómeno lo encontramos en América Central, donde recientemente los arqueólogos han excavado en las tierras altas de Guatemala una multitud de estatuillas de piedra que representan hongos de cuyo tallo emerge la cabeza de un dios. Es muy significativo que este hongo modificador de la mente que, como veremos enseguida, ha ingresado ahora en la vida europea, haya sido hipostatizado concretamente como deidad.

El acceso mediante hongos. Entre las drogas modificadoras de la mente más inofensivas que utilizaban los pueblos en sus antiguos ritos religiosos se cuentan el peyote, el cacto mexicano, que se emplea en los estados del sudoeste de los Estados Unidos y en extensos territorios de México; el banisterio [Bannisteriopsis caapi] de América del Sur; y ahora, por supuesto, el hongo mexicano.

En los tiempos modernos la farmacología ha producido, en parte mediante métodos de extracción más refinados y en parte mediante métodos de síntesis, una serie de drogas modificadoras de la mente dotadas de extraordinario poder, pero notables por el hecho de que tienen pocos efectos nocivos para el organismo. Entre las drogas naturales, el peyote está casi desprovisto de efectos perniciosos: no produce adicción, y los indios de 80 años no ingieren más droga que la que ingerían cuando eran jóvenes, ni experimentan ningún deseo de ingerirla más de una vez por mes o cada seis semanas, cuando se celebran los ritos religiosos. El extracto de peyote, que es su principio activo y que actualmente se sintetiza en forma de mescalina, tiene las mismas cualidades. Entre los aportes más recientes al arsenal de los farmacólogos, o psicofarmacólogos, se cuentan la LSD-25 (dietilamida del ácido lisérgico), que fue sintetizada en 1943 por el doctor Albert Hofmann de Basilea, y otra droga aún más reciente, la psilocibina (de la que espero que esta noche nos hable el doctor Leary), que fue sintetizada hace no más de dos o tres años, según creo, por el mismo doctor Hofmann, quien empezó por extraer los principios activos del hongo mexicano que el profesor Heim había traído de su expedición a México, hecha en compañía del señor Gordon Wasson[59]. Hace poco tiempo, tuve la interesante experiencia de leer una carta que el profesor Heim había enviado a mi hermano y que decía: «Acabo de regresar de México y mi gran triunfo consistió en llevar conmigo varias cápsulas de psilocibina de Hofmann y en darle una dosis a la vieja —la curandera[60], la hechicera— con la que habíamos hecho originariamente nuestros experimentos con hongos, y ella quedó encantada porque los efectos fueron exactamente los mismos de los hongos, y dijo: “¡Ahora podré practicar mi magia durante todo el año, sin tener que esperar la estación de los hongos!”». Así que este es quizás uno de los grandes triunfos de la ciencia moderna, a saber, que tal vez uno de estos días el profesor Hofmann de Basilea recibirá un telegrama con el siguiente texto: «Ruégole enviar por avión cien cápsulas al sur de México, debo ejecutar hechizo muy importante semana próxima»… y las cápsulas serán enviadas y el hechizo será ejecutado.

Estos métodos bioquímicos son, supongo, los más poderosos y seguros, por así decir, entre todos los que existen actualmente para transportarnos a ese otro mundo. Creo que existe aquí, como lo señalará esta noche el profesor Leary, un campo muy vasto de experimentación sistemática para los psicólogos, porque ahora es posible explorar áreas de la mente con un coste mínimo para el organismo, áreas a las que antes era casi imposible llegar, excepto mediante el uso de drogas extraordinariamente peligrosas o mediante la búsqueda de las personas bastante escasas que pueden ingresar espontáneamente en ese otro mundo. (Por supuesto, a estas les resulta muy difícil ingresar allí a voluntad «el Espíritu sopla donde se le antoja» y nunca podemos estar seguros de que las personas agraciadas con el don de la experiencia visionaria lograrán movilizarlo a pedido). Merced a drogas como la psilocibina, a la mayoría de las personas les resulta posible ingresar en ese otro mundo con muy pocas dificultades y casi sin ningún daño para su organismo.

LA NATURALEZA DE LA EXPERIENCIA VISIONARIA

Una vez discutidos los medios de acceso al mundo de la experiencia visionaria, permitidme hablar de la naturaleza de dicho mundo. ¿Cuál es la naturaleza de la experiencia visionaria?

Luz. Creo que el elemento más común en todas estas experiencias es la luz. Puede haber una luz negativa, mala, y una luz buena. En Paradise Lost, Milton habla de la iluminación del infierno que, según dice, es la oscuridad visible. Opino que esta es probablemente una excelente descripción psicológica del tipo de luz siniestra que a veces ven los visionarios, y es una luz que creo que ven muchos esquizofrénicos. En el volumen de la doctora Séchehaye, Journal d’une Schizophrène[61], su paciente describe precisamente esta luz espantosa en la cual vive: es una especie de luz infernal, semejante al resplandor que hay dentro de una fábrica, al horrible fulgor de la iluminación eléctrica moderna reflejada sobre las máquinas. Pero por otro lado, quienes viven una experiencia positiva afirman que esta luz es increíblemente bella y significativa.

Creo que la experiencia luminosa positiva se puede dividir en dos categorías principales. Está la experiencia de la que podríamos llamar luz indiferenciada, experiencia sólo de luz, de luz que lo inunda todo. Y está la experiencia de la luz diferenciada, o sea, de objetos, de personas, de paisajes que parecen estar impregnados por su propia luz y ser resplandecientes.

Creo que en general se puede decir que la experiencia de la luz indiferenciada tiende a estar asociada con la experiencia mística en gran escala. La experiencia mística, a mi juicio, se puede definir en términos bastante sencillos como la experiencia en la cual se trasciende la relación sujeto-objeto, en la cual existe un sentimiento de total solidaridad del sujeto con los otros seres humanos y con el universo en general. También existe un sentimiento de lo que podríamos denominar la Perfección última del universo, de que a pesar del dolor, a pesar de la muerte, a pesar de todos los horrores que nos rodean, este universo se encuentra de alguna manera en perfectas condiciones, y así se entienden cabalmente frases como las que hallamos, por ejemplo, en el Libro de Job, frases que ciertamente no podríamos comprender en nuestro estado corriente. Cuando Job dice: «Sí, aunque Él me mate, igualmente confiaré en Él», no lo entenderíamos en nuestro plano biológico común, y sin embargo la frase se torna perfectamente inteligible en el plano místico, incluso en el plano del misticismo inducido.

En la experiencia mística hay otro rasgo psicológico muy característico: la sensación de intensa gratitud, de intensa gratitud por el hecho de estar vivos en un universo tan extraordinario como este, tan globalmente maravilloso. Aquí volvemos a encontrar en la literatura mística frases que son totalmente incomprensibles en el plano biológico corriente, cotidiano, pero que se tornan totalmente comprensibles en el plano visionario y místico. Por ejemplo, tenemos la frase de William Blake: «La gratitud es el Cielo mismo». ¿Qué significa esto? Es muy difícil imaginarlo en nuestro estado de ánimo ordinario, pero resulta perfectamente claro en la condición mística inducida o espontánea: la gratitud es el Cielo mismo, la gratitud es vehemente, y la experiencia concreta de la gratitud tiene una naturaleza estimulante y regocijante que no se puede expresar en palabras.

Por supuesto, la literatura religiosa describe una y otra vez la experiencia de la luz. Al fin y al cabo los casos más célebres los encontraremos a cada paso en la literatura: la luz que vio San Pablo en el camino a Damasco; el tremendo estallido de luz que arrancó a Mahoma de su sueño y lo desmayó con su intensidad; la experiencia de luz colosal por la que Plotino contó haber pasado tres o cuatro veces en su vida. Y que no se nos ocurra imaginar que estas experiencias de luz se hallan circunscritas sólo a hombres y mujeres notables y sobresalientes. No es así. Muchas personas del montón las han tenido, y uno de los grandes méritos del último libro del profesor Raynor C. Johnson, el libro titulado Watcher on the Hills[62], consiste en que reúne muchas historias clínicas de personas muy corrientes que tuvieron esta experiencia de luz indiferenciada. Permitidme citar un párrafo de una carta que he recibido recientemente de una corresponsal desconocida, una mujer sesentona que me escribió para contarme que en su época de estudiante tuvo una experiencia que la afectó durante toda su vida: «Yo tenía 15 o 16 años. Estaba en la cocina tostando pan para la hora del té y de pronto, en una oscura tarde de noviembre, todo el recinto se inundó de luz, y durante un minuto medido por reloj estuve sumergida en ella, y tuve la sensación inefable de que el universo estaba en perfectas condiciones. Esto me afectó durante el resto de mi vida: le he perdido el miedo a la muerte, siento pasión por la luz pero no le temo en absoluto a la muerte, porque esta experiencia luminosa me ha inculcado una especie de convicción de que de alguna manera todo está en perfectas condiciones».

Estas experiencias son relativamente comunes y las tienen muchas más personas que las que confiesan tenerlas. Quiero decir que vivimos en una época en que a la gente no le gusta hablar de estas experiencias. Si las tenéis, os calláis la boca por temor a que os digan que consultéis a un psicoanalista. Antaño, cuando se pensaba que las visiones eran loables, las personas hablaban de ellas. Por supuesto, corrían un riesgo considerable, porque en el pasado se consideraba que la mayoría de las visiones habían sido inspiradas por el demonio, pero si teníais la suerte de convencer a vuestros conciudadanos de que vuestras visiones eran de origen divino, os hacíais acreedores a un gran respeto. En cambio ahora, como digo, la situación se ha modificado, y a la gente no le gusta hablar de estos temas. Creo que en ello reside el mérito de la investigación reciente del profesor Maslow sobre las que él denomina experiencias culminantes[63]. Maslow está reuniendo una multitud de casos de este tipo, y les asegura a sus alumnos que no los considerará locos si le suministran testimonios de estas experiencias. Dice que es sorprendente la cantidad de alumnos que confiesan haberlas tenido.

Terminemos ya con la luz indiferenciada, pero antes dejadme destacar aquí un hecho interesante. Creo que se puede decir que en todas las religiones, tanto primitivas como desarrolladas, la luz es una especie de símbolo divino predominante, pero lo interesante es que este símbolo se funda sobre un hecho psicológico, que la luz interior, el esclarecimiento, la luz clara en el vacío a la que se refiere la literatura budista, son todos símbolos. Pero también son hechos psicológicos. Así como los grandes sistemas metafísicos, me parece, provienen en muchos casos de experiencias psicológicas, así también vemos que estos grandes símbolos primarios de la vida religiosa se originan en experiencias psicológicas. Esta experiencia cuasi sensorial de luz es algo que ha pasado por muchas religiones —creo que se podría decir por todas—, y se ha convertido, repito, en el símbolo primario.

Ahora pasamos de la luz indiferenciada a la luz diferenciada, o sea a la luz contenida en objetos, que se irradia de las cosas y las personas. Bueno, en su nivel más simple esta es una especie de geometría luminosa viviente. En ello hay algo bastante interesante. Creo que podemos volver a decir que determinados símbolos se fundan sobre hechos psicológicos. Por ejemplo, los mandalas de la India, que tanto entusiasmaban al difunto doctor Jung, también descansan, según creo, sobre hechos psicológicos. En las que se podrían denominar etapas iniciales de la experiencia visionaria, las personas ven con los ojos cerrados elementos exactamente iguales a los mandalas. Estas grandes estructuras simbólicas se fundan nuevamente sobre experiencias psicológicas inmediatas.

Traspuesta esta frontera hay, desde luego, toda clase de experiencias visionarias más realistas, más naturalistas: experiencias de arquitecturas, de paisajes, de figuras. Es interesante comprobar que en los testimonios personales de experiencias visionarias encontramos una y otra vez los mismos elementos que describe, por ejemplo, el libro de Heinrich Klüver sobre el peyote, donde el autor resume la mayor parte del material publicado hasta la fecha en que lo publicó[64]. Tropezamos reiteradamente con esta descripción de paisajes luminosos y de arquitecturas tachonadas de gemas. Las puertas y ventanas están rodeadas de gemas, todo el mundo del paisaje está poblado por lo que Ezequiel llama piedras de fuego. Por supuesto, estas descripciones son muy semejantes a todas las de paraísos, mundos póstumos y países de hadas que figuran en todas las tradiciones del mundo. Luego nos ocuparemos con más detenimiento de este tema, pero creo importante señalar que aquí volvemos a tener la base psicológica de muchos materiales que se encuentran en la literatura tradicional de la religión y el folklore.

Figuras visionarias. Ahora llegamos a las figuras visionarias. Estas también aparecen, y aquí nos encontramos nuevamente con un elemento muy curioso e interesante que ha sido documentado una y otra vez en la literatura de las experiencias espontáneas y las experiencias inducidas, a saber, que cuando se ve una figura, esta casi nunca tiene facciones reconocibles. No aparecen padres y madres y esposas e hijos. Vemos a un perfecto desconocido.

Pienso otra vez que este hecho explica algunas interesantes especulaciones teológicas. Por ejemplo, los ángeles no son, como ahora se supone teóricamente, los espíritus que se han desprendido de los muertos. Pertenecen a otra especie totalmente distinta. Esto confirma exactamente lo que han descubierto los psicólogos en relación con las experiencias inducidas o espontáneas: siempre se trata de figuras de extraños.

Cuando uno empieza a reflexionar sobre la neurología y la psicología de este fenómeno, resulta muy extraordinario que haya algo en nuestro cerebro/mente, una parte de nuestro cerebro/mente, que utiliza los recuerdos de experiencias visuales y los recombina en las condiciones apropiadas para presentar a la conciencia algo absolutamente novedoso, que no tiene nada en común con nuestra vida privada, que tiene muy poco en común, hasta donde lo notamos, con la vida de la humanidad en general. Personalmente, me resulta inmensamente reconfortante pensar que en el trasfondo de mi cráneo hay algo para lo cual soy absolutamente indiferente, y para lo cual incluso la raza humana es absolutamente indiferente. Creo que es muy satisfactorio que exista un área de la mente a la que no le interesa lo que yo hago, pero a la que sí le interesa algo totalmente distinto. No atino a imaginar por qué sucede esto ni cuál es la base neurológica, pero se trata de algo que a mi juicio debe ser investigado.

Transfiguraciones. Ahora llegamos a otro aspecto de la luz diferenciada que se puede describir como el trasvase del mundo interior al mundo exterior. Este es un tipo de experiencia visionaria que las personas viven con los ojos abiertos y que consiste en una transfiguración del mundo exterior, hasta que este parece abrumadoramente hermoso y vivo y resplandeciente. Esto es por supuesto lo que Wordsworth describió tan maravillosamente y con tanta precisión en su gran Ode on the Intimations of Immortality, y se encuentran experiencias similares en las obras de los místicos, en la obra del místico anglicano Traherne, que suministra una descripción increíblemente bella del tipo de mundo transfigurado en el que pasó su infancia. Esta reseña concluye con el encantador pasaje donde retrata aquel mundo prodigioso, y dice: «Y así con mucha dificultad me inculcaron las sucias mañas del mundo que ahora desaprendo y me convierto nuevamente en algo parecido a un chiquillo para entrar una vez más en el Reino de Dios».

Y aquí, como he dicho antes, aquí reside ciertamente uno de los grandes desafíos a la educación moderna: ¿Cómo podemos mantener vivo este mundo inmensamente valioso del que las personas han disfrutado durante la infancia y que algunos individuos privilegiados conservan durante toda la existencia? ¿Cómo podemos mantenerlo vivo e impartirles al mismo tiempo a esas personas una dosis suficiente de educación conceptual como para convertirlos en ciudadanos y científicos eficientes? No lo sé, pero estoy absolutamente seguro de que este es uno de los grandes desafíos que se le plantean a la educación moderna.

Esta visión exterior transfigurada es muy importante en relación con el arte. Por cierto no todo el arte es visionario. Hay un arte maravilloso que esencialmente no es visionario. Pero también hay un arte maravilloso que es esencialmente visionario, que es el producto de la visión que tiene el artista, con los ojos cerrados, por así decir, de lo que sucede dentro de su cabeza, de ese otro mundo extraordinario; o que es la visión del mundo exterior transfigurado ya sea para bien o para mal. En las obras de Van Gogh, por ejemplo, encontramos ejemplos singulares de la transfiguración negativa y de la positiva. En la misma exposición se pueden observar dos cuadros, uno de los cuales es patentemente la reproducción más dichosa de la experiencia más extática de un mundo transfigurado de manera positiva, en tanto que a su lado cuelga otro que es absolutamente aterrador por su connotación siniestra, donde el artista ha percibido el mundo como algo en verdad transfigurado, pero transfigurado de una manera puramente diabólica. Así se entienden los sufrimientos de ese pobre hombre que podía ser arrojado de un auténtico paraíso a un mundo cabalmente infernal, y no es sorprendente que haya terminado por suicidarse. Cuando uno contempla una colección numerosa de sus cuadros es muy fácil trazar los altibajos de su experiencia extraordinaria, de transfiguración tanto positiva como negativa.

LA EXPERIENCIA VISIONARIA, LA RELIGION Y EL FOLKLORE

Ahora abordemos sucintamente algunas de las connotaciones que tiene la experiencia visionaria para la religión y el folklore. En todas las tradiciones uno encuentra descripciones del paraíso, de la edad de oro, de la vida futura, y si las coteja con las descripciones de la experiencia visionaria, ya sea espontánea o inducida, comprueba que son exactamente iguales, que el mundo descrito en la religión popular, esos otros mundos, son simplemente descripciones de experiencias visionarias que los hombres han proyectado del interior al universo. En todas las tradiciones encontramos la misma confusión de gemas, y donde no se utilizan gemas encontramos vidrio que, por supuesto, era considerado antaño un material muy precioso y extraño. Esto lo encontramos en el Libro de la Revelación: un mar de vidrio en la Nueva Jerusalén, cuyos muros eran de oro y sin embargo transparentes, de una especie de vidrio de oro y transparente; y el mismo énfasis en el vidrio como material maravilloso y mágico lo hallamos en las tradiciones nórdicas. Lo hallamos en la tradición celta y en la galesa: por ejemplo, la morada de los muertos se denomina Ynisvitrin, la Isla de Vidrio, y en la tradición teutónica los muertos residen en un lugar llamado Glasberg, o sea la montaña de vidrio. Y es muy curioso comprobar que estas mismas imágenes resurgen una y otra vez desde Japón hasta Europa Occidental, lo cual demuestra cuán universal y uniforme ha sido este tipo de experiencia visionaria y cómo se le confería constantemente una importancia colosal y se la proyectaba al cosmos en las diversas tradiciones religiosas.

LAS ARTES VISIONARIAS

Permitidme hablar muy concisamente acerca de algunas artes de naturaleza visionaria. Es innecesario aclarar que una de las más extraordinarias, que llegó a la culminación de su magnificencia en los siglo XII y XIII, es el arte del vidrio de color. Cualquiera que haya estado dentro de la catedral de Chartres o de la Sainte-Chapelle de París comprenderá cuán portentoso podía ser este arte, hasta el punto de que en el interior de la Sainte-Chapelle, por ejemplo, uno está dentro de una inmensa gema, en el corazón de una refinadísima visión enjoyada. En el siglo XII el abad de St. Denis dijo —y este es un dato histórico muy interesante— que en su época, en todas las iglesias, había dos alcancías de limosnas: una para los pobres y otra para la confección de vitraux, y que en tanto que la primera estaba casi siempre vacía, la segunda estaba siempre llena, lo cual demuestra que la gente valoraba enormemente este tipo de experiencia visionaria.

Otro hecho interesante consiste en que el arte visionario es muy a menudo popular, en tanto que muchas artes populares son muy a menudo visionarias. Por ejemplo, el arte de las ceremonias y de las procesiones de gala. Todos los reyes y papas y todos los miembros de la aristocracia y de las jerarquías religiosas de antaño siempre entendieron perfectamente el inmenso poder de este tipo de exhibición visionaria de los seres humanos. Estas ceremonias, la entrada de los reyes en las ciudades, la coronación de los papas, siempre han sido extraordinariamente populares, y se han contado, según creo, entre los instrumentos más poderosos empleados para persuadir al pueblo de que la autoridad de facto era también de jure, de jure divino. Y es la creación de una especie de entorno visionario, de ámbito visionario para el símbolo de la autoridad desnuda, lo que determina que esta sea aceptada finalmente como legítima.

Otro tipo de arte popular que entra en la categoría visionaria es, desde luego, el arte de los fuegos de artificio. Estos alcanzaron un enorme desarrollo incluso en el Imperio Romano, y después de la invención de la pólvora llegaron a extremos a los que no podrían haber llegado antes. Pero estas siempre han sido formas de arte singularmente populares, y se trata esencialmente de artes visionarias.

Lo mismo se aplica al arte del espectáculo en el teatro: las grandes máscaras isabelinas y jacobitas de los siglos XVI y XVII en las que se invertían sumas fantásticas. Se conserva el testimonio de una máscara que se calaban los abogados del foro de Londres y que costó veinte mil libras en dinero de aquella época, lo cual equivale ahora a una suma desmesurada: probablemente no menos de un cuarto de millón de libras por una noche de juerga. Estoy demostrando el interés y el entusiasmo descomunales que despertaba este tipo de exhibición. Es superfluo aclarar que este tipo de arte popular, que depende de la iluminación, está primordialmente asociado al desarrollo de la tecnología en un momento dado. Estoy seguro de que antaño, en la época de las velas, sólo se podía suministrar una iluminación muy pobre, y es interesante notar que a partir de la invención del espejo parabólico a fines del siglo XVIII, seguida por la invención del gas, y después por la de la luz de calcio y por la de la electricidad, se pueden producir en el mundo del teatro efectos visuales que eran inimaginables en el pasado.

También en este caso es muy interesante la etimología popular. Es interesante comprobar, por ejemplo, que el invento efectuado por Athanasius Kircher en el siglo XVII recibió inmediatamente la denominación de Linterna Mágica. Enseguida se pensó que la forma en que proyectaba una imagen luminosa sobre una pantalla blanca en una habitación oscura tenía algo de mágico. Se pensó que la designación «linterna mágica» era la más apropiada para este tipo de experiencia visionaria.

Me resulta muy conmovedor pensar que es posible seguir la evolución completa de la experiencia visionaria desde los fuegos artificiales, y pasando por la linterna mágica, por la revista teatral o la película en colores, el espectáculo en colores, hasta llegar a las visiones de los santos y finalmente a la luz indiferenciada de los místicos. Todo este proceso sigue una curva continua, y a todo lo largo de él la casi totalidad de los implicados tenían la sensación inmediata de que en este tipo de experiencia había un elemento intrínsecamente valioso e importante.

Y esto me lleva a mi conclusión: ¿cuál es el valor de la experiencia visionaria?

EL VALOR DE LA EXPERIENCIA VISIONARIA

Supongo que en cierto sentido se puede afirmar que el valor es absoluto. En cierto sentido se puede afirmar que la experiencia visionaria es, por así decir, una manifestación simultánea de la belleza y la verdad, de la intensa belleza y de la realidad intensa, y que como tal no necesita ninguna otra justificación. Al fin y al cabo, lo Bueno, la Verdad y la Belleza son valores absolutos, y en cierto sentido se puede alegar que la experiencia visionaria ha sido interpretada siempre como un valor absoluto, y que siempre se le ha atribuido una inmensa significación e importancia intrínsecas, por lo cual valía la pena pagar un precio elevadísimo a cambio de vivirla.

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