M.M.A.

M.M.A.


Nombre: Morgan May

Apellido: Alastor

Edad: 30 años

Ocupación previa: Analista/desarrolladora en una compañía de robótica

Breve descripción psicológica:

Morgan es una mujer independiente, inteligente y astuta. Es paciente pero controladora.

Es atractiva y no se conforma con saberlo, también necesita que los demás lo sepan; le gusta gustar. Si en el grupo existiera una líder sería Morgan.

Desde el primer día que conoció a Jack, Morgan se habían sentido enamorada, dispuesta a dejar lo que fuera necesario atrás, mantuvieron una relación pero al final ambos buscaban cosas diferentes así que no resultó como se esperaba.

Morgan necesitaba más y aún así fue él quien terminó con ella.

Morgan siente que nunca será capaz de superar sus sentimientos hacia Jack.

Al conocer a Zeeta, pensó en que el podría ayudarla a olvidarlo. Actualmente mantiene una relación con el, mucho mejor de cómo fue con Jack ¿Será eso suficiente?

Avatar: Emma Watson




La tarde seguramente estaría fría en Vancouver. Los días "cálidos" del norte no se comparaban con las templadas noches americanas, donde apenas unos grados por encima de los 68 Fahrenheit le harían perlar la frente. Justo como en ese momento, cabellos húmedos se le rizaban en las sienes, reacios a seguir el patrón lacio de su cabello.

Recordó a su madre peinando insistente aquellos mechones obstinados, sonriendo distraídamente a la ventana detrás de la cual nadie le devolvía la mirada. En días así se convencía de dejar el orgullo de lado: Debía saber de su familia, entonces más que nunca, pero deshacerse de la desidia que parecía atarle las manos tras la espalda era siempre difícil.

De entre toda la gente, la familia Alastor de Harrison Hot Springs serían los últimos en sucumbir al pánico. ¿Una familia dedicada a los servicios funerarios locales por décadas? Todos los tenían bajo el concepto de sumamente dulces, e incluso algo escalofriantes, pero nadie se detenía a pensar en el control emocional que cada uno de los miembros poseía. En tiempos de crisis, los Alastor eran una roca; su profesión se los habría enseñado desde el principio, y tal fortaleza se habría ido pasando de generación en generación hasta llegar a Morgan. Igual que la propensión a la diabetes, con la que había sido diagnosticada a los 19 años.

La palma de su mano tenía un sudor frío y pegajoso cuando levantó el celular de la mesa, y una sucia huella dactilar dejaba el rastro de su camino en la pantalla. Hubo sólo dos tensos tonos antes de que alguien contestara.

—Funerales Alastor, habla Laura —Pequeñas peculiaridades: En un pueblo cuya población no llegaba ni siquiera a las dos mil personas, responder dando el nombre propio era común; tan común, que Morgan seguía haciéndolo aunque no había puesto un pie en ese lugar en años. En Harrison, todo mundo sabría que nadie más que Laura, Travis o Thorne contestarían en ese número telefónico, y a partir de ahí la conversación fluiría casual, pues la persona al otro lado de la línea diría algo como "¡Laura! Habla Susan..." porque Laura conocía perfectamente a Susan y a su familia, al igual que a cualquier otro miembro de aquella simplona y provincial comunidad, olvidada por la vanguardia canadiense.

—Hola, mamá.

—¡Mi bebé! —La exclamación fue aguda, dolorosa al oído. —¡Trav, es Morgan! ¡Está al teléfono! —escuchó cómo su madre cubría la bocina para gritarle al hombretón que seguramente se encontraría limpiando las ruedas de alguno de los carros para ataúdes. Volvió a la línea de inmediato, entusiasta. —¿Cómo estás, cariño? Hemos estado esperando tu llamada, no queríamos molestarte, sabemos lo ocupada que estás pero... ¡hemos estado tan angustiados! Tu padre no ha podido pegar el ojo desde hace días pensando en ti, y tu hermano parece preocupado también. Todo es culpa de Marguerite, desde que su hijo se fue del país ha pasado una docena de calamidades de las que esa anciana no deja de hablar, y con todo esto no hace más que asustar a toda la cuadra. Dice que el muchacho está hospitalizado desde hace días, vive en Tennessee ¿Eso está cerca de ti? Según ella, ha estado muy enfermo, no le permiten usar el teléfono, pero hay una enfermera que...

—Mamá, quiero saber cómo están ustedes, no el hijo de la vecina. —Ya nunca sonaba grosera, como había sido en su adolescencia, cuando tenía enfrentamientos realmente agresivos con su familia. Ahora sólo sonaba fastidiada, e incluso un poco entretenida por el pintoresco personaje que figuraba ser su madre a través del teléfono.

—¡Es que hay tanto que contarte! Nosotros estamos bien, pero según la enfermera que ha llamado a Marguerite, su hijo...

—Laura, basta. Por eso es que no nos llama nunca. —El tono grave y cálido era inconfundible de su padre, y se escuchaba claramente el arrastrar de sus pasos entrando a la habitación; la renguera en su pierna izquierda, junto con el pesado calzado en que se enfundaba, eran causantes de un sonido que cualquiera podría reconocer. —Dulzura, ¿cómo estás, pequeña? —evidentemente, el teléfono estaba ahora en altavoz, y la voz del hombre se escuchaba directamente en el auricular.

—Estoy bien. He estado mejor, supongo. Emocionalmente, por supuesto, de salud estoy bien.

—¿Jack? ¿Levi? ¿Med? —"Med" en lugar de "Doc", un clásico de su papá. No pudo pasar por alto el hecho de que no había mencionado a Zeeta; aunque no los conocía, sabía de ellos por las pláticas de Morgan, y aquél muchacho nunca había sido su favorito. Jack, en cambio... lo adoraba. No recordaba siquiera haberle dicho que había terminado con él. Aquél no era el momento de hacerlo.

—Están todos bien... ¿Cómo está Thorne? —Masticó con cuidado la pregunta. Su hermano, siempre un poco inestable, siempre odiándola. Había entre ella y su mellizo una rivalidad innata desde pequeños, pero que él había llevado demasiado lejos. Se amaban, preguntaban el uno por el otro, se alegraban y se preocupaban por las peripecias individuales, pero no se dirigían la palabra desde hacía varios años. Había escuchado su voz tal vez cuatro veces desde su partida a los Estados Unidos.

—Ha preguntado mucho por ti la última semana, estará contento de saber que llamaste. Fue a visitar a unos proveedores a la ciudad, volverá mañana por la mañana por si quieres saludarlo. —Aquellas últimas palabras habían sonado atropelladas, dolorosamente torpes. Podía escuchar que su padre sufría siendo testigo de la gélida relación entre sus hijos.

—No lo creo, papá. Dile que le mando saludos y que lo amo. —Ese vocablo final se sintió pesado en su lengua, pero después de unos segundos se alegró de mencionarlo. Se sintió como un alivio decirlo, aunque no hubiera sido directamente a su hermano.

—¡Morgan, ven a ver esto! —Exclamó alguno de los muchachos desde la habitación contigua. Estaban en el bar, y entre el escaso murmullo de los clientes y la llamada en la que estaba, identificar la voz fue imposible.

—Se lo diré, pequeña. Él te ama mucho también. —La pena era casi palpable en la voz masculina.

—Oh, cariño... ¿Por qué no intentas resolver las cosas? —Habló de nuevo su madre por fin, con amargura igual de clara en su tono. —Como están las cosas, no sabemos qué pasará mañana. Si algo ocurriera, no quisiera que tú y tu hermano...

—No digas esas cosas, mamá. Todo estará bien, lo que hay entre Thorne y yo es...

Había abandonado la estrecha bodega donde se encontraba, dirigiéndose al frente del bar para encontrarse con el resto. Eran sólo los cuatro chicos hombro con hombro frente al televisor. Se abrió paso entre ellos, interrumpiendo su frase al ver lo que se mostraba en la transmisión.

Un corredor de hospital, camillas pegadas a las paredes, todas ocupadas por bultos inmóviles cubiertos de blanco. La cámara sacudiéndose con frenesí mientras personal corría y gritaba, y los gruñidos ásperos de lo que fuera que los perseguía. La imagen se detuvo en un hombre calvo de ojos lechosos cubierto con una bata de hospital, con líquido negruzco saliendo de sus orificios faciales, y con una mueca en el rostro que le causó un terror penetrante.

La toma volvió rápidamente al conductor de impecable traje y cantidades grotescas de gomina en el cabello, que continuó con la nota como si lo que acababan de ver no fuera más grave que un desmayo en el subterráneo.

—¿Morgan? ¿Hija?

—Aquí estoy, lo siento... —Perturbada, había enmudecido por unos segundos, y retomar la compostura le llevó más tiempo de lo habitual. —Por favor no vayan a la ciudad bajo ninguna circunstancia, no salgan del pueblo. Ahí tienen todo lo que necesitan. Les llamaré en unos días, ¿sí? Y quizás hable con Thorne entonces.



Resultaba que su MP3 del 2006 aún tenía algo de carga. Reproducía "Be with you", de Bangles, a un volumen moderado en el estéreo de su auto mientras escarbaba en el maletero buscando cosas que pudieran serle útiles durante el viaje. Un par de zapatos, un guante de béisbol, papeleo de algún contrato olvidado. En una secuencia de movimientos, se quitó el sudor de la frente, se colocó mechones rebeldes de cabello tras las orejas, apretó el elástico en su cola de caballo, y colocó las manos en sus caderas con un suspiro de derrota.

Bonnie Tyler comenzó a cantar "Total eclipse of the heart" al mismo tiempo que Morgan llegaba a la conclusión de que no estaba preparada para el fin del mundo.

En su departamento no había nada más que cuchillos, desarmadores, martillos... Cosas de corto alcance que no le servirían si un cadáver andante de 90 kilos se le venía encima.

—¿Por qué nunca compré un maldito lanzallamas? ¿O al menos un revólver? —Sonaba como un decir satírico, pero la realidad es que la joven estaba al borde de las lágrimas. Su carácter de hierro había sucumbido días atrás, cuando las telecomunicaciones se habían detenido casi por completo.

Había pasado todo un día, y buena parte de la madrugada, caminando por todo su edificio buscando cobertura para llamar a su familia. La llamada no estuvo cerca de conectarse ni una sola vez.

De poco le estaban sirviendo seis años estudiando cinemática, programación y otra cantidad estúpida de asignaturas, y de nada el bendito título de ingeniería en mecatrónica, pues ninguna de esas cosas le ayudaba a pensar en cómo salvarse de la hecatombe, o cómo rescatar a su familia que estaba a miles de kilómetros de ella, en un poblado en medio de la nada.

"Love is a battlefield" con la voz de Pat Benatar le acompañó al interior de su apartamento, donde pasó las siguientes horas de la tarde afilando cuchillos, y pensando en cómo convertir la lámpara de pie en su sala en un arma letal.

Se quedó dormida en algún momento.

Sus piernas estaban en una posición extraña cuando despertó, acostaba en un tapete con la agonizante luz de una vela sobre la mesa cercana iluminando sólo un poco de la oscuridad a su alrededor.

Por un momento creyó que sus entumecidos muslos le habían despertado, pero unos segundos bastaron para darse cuenta de que no se trataba sólo de eso. Un tumulto venía de afuera. Gritos, rugidos, estallidos y golpes. El tercer piso en el que estaba no se sintió lo suficientemente alto.

Insegura, asomó a la ventana. El fuego en la calle daba toda la luz necesaria, y aunque las figuras eran inciertas en la noche, no era difícil adivinar lo que estaba pasando.

Calle abajo, afuera de una pastelería que visitaba con culpable frecuencia, había un grupo de gente. De gente muerta, probablemente. Se oían gritos desde el interior, y Morgan pudo imaginarse a la mujer de cabello azabache muy rizado defendiéndose con... ¿qué? ¿un cuchillo? Miró los propios aún en el suelo de la sala. Los gritos subieron de intensidad.

Sus dientes castañeaban por terror, las manos le temblaban y un cosquilleo insano le recorría el cuerpo.

El reloj de la pared marcaba once minutos pasadas las cuatro de la mañana. Aquella hora era tan buena como cualquier otra para salir de ahí.




Conducía despacio, suplicando que el motor de su Honda no hiciera ese jodido clickeo del que no se había ocupado en los últimos tres meses; o que, al menos, no lo hiciera tan alto como normalmente.

Con plañidos pasionales, Barbra Streisand reclamaba a su ser amado en "Woman in love" a un volumen muy, muy bajo. Probablemente esa era la última canción que su reproductor lograría hacer sonar, razón por la que Morgan intentó disfrutarla. La cantó bajo, entre dientes, nada parecido a los aullidos que emitía cuando dicha melodía comenzaba a sonar en una situación común. Se aferró con ferocidad a esos recuerdos, negándose a que, de escuchar esa canción en el futuro (si es que había uno), la relacionaría con la noche en que abandonó su apartamento envuelta en pánico, con un extinguidor, un encendedor y un cuchillo en el asiento del copiloto.

—Over and over again... It's a right I defend... —Murmuró, llegando a una intersección. La intersección. Ir a la derecha le llevaría a la puerta de Zeeta, que seguramente estaría despierto con alguna bebida en la mano, listo para invitarle una a ella, y para contarle alguna broma que le ayudaría a mejorar su ánimo. Girar a la izquierda y pasar unas calles más sería suficiente para llegar a donde Jack, que también estaría despierto (¿es que alguien, aparte de ella, aún lograba dormir?). Pasaría con él una noche larga de sacar terrores profundos a la superficie, y de planear cómo sobrevivirían a aquél apocalipsis.

Contra su pronóstico, una nueva canción comenzó.

Nina Simone comenzó a cantar sobre aves en el cielo, y el sol, y un nuevo día.

Decidió seguir de frente.

El amanecer estaba en el horizonte.

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