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Crimen

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Diseñó Barriga el transmisor en un día y completó el receptor (la propia máquina) en dos semanas. Por la Interamericana con su Range Rover, y sobre la ladera del Cerro de la Muerte, sol de mayo de justicia y el frío limpio estático de la altitud, la quietud, la atmósfera vacía, se detuvo en la estación emisora de CNN Internacional Costa Rica. Un edificio de hormigón, cerrado y cercado. Sin vigilancia. Sin paso ni tráfico por la zona (¿es esta la luz y atmósfera que perciben los sujetos supuestamente víctimas de teletransportación?). En los modos de cualquier aventurero infantil, saltó la valla y se acercó al edificio. No la puerta principal, pero sí estaba sin pestillo ni cerrojo el ventanuco del pequeño baño de la estación, en la parte trasera del edificio. Se coló. Las moscas negras pululaban sobre la taza y el lavamanos. Intensa humedad regional. De una patada, accedió a la sala. El rumor maquinal. Tenía perfectamente estudiado qué hacer. Ni siquiera era necesarios sentarse en el panel de control y comandos. Buscó la entrada de audio. A la señal normal de audio de CNN Internacional Costa Rica, conectó, añadió su transmisor. Un pitido inaudible para el oído humano, imperceptible, corriendo a 70.000 Mhz sobre los oídos. Desde Puerto Viejo, envió el aparato a Joelene y una carta con instrucciones. Cubierto en látex azul y con la forma de una lágrima. La señal de CNN es ignorada al otro lado del mar. Decodificada la señal de interés por el aparato, éste vibra. Joelene debía introducírselo en el coño y esperar. Junio. Permanecer así, según lo establecido, incrementando su uso en varias jornadas a lo largo del mes, tal y cómo la carta sugería. La señal había sido diseñada para enviar diversas fuentes de vibración, de forma que la estimulación clitoriana y cavernosa era variable y siempre inesperada. Pausas, ráfagas, secuencias. Una estimulación de larga duración y a larga distancia. Semejante control biológico provocaba un intenso vínculo con la psique. Tensión continua. Siempre expuesta al placer. En cualquier parte del planeta al que llegue CNN, en cualquier parte del mundo: controlada. Un juego. De pronto: severa ráfaga de pulsación sostenida en el momento que Joelene abre el maletero, las bolsas de la compra esparcidas a sus pies. Aggg. Se apoya en el capot. Las piernas tiemblan, el bajo-vientre en contracción. Después sentada al volante, sin arrancar el coche. Sexto orgasmo, por favor, detente. En casa, de madrugada, en la ducha. Durante julio, según las instrucciones, Joelene descansó. En la última semana, el día 24, llegó otro paquete. Feliz día internacional del BDSM, rezaba la tarjeta. Y sobre una base de espuma negra, siniesto y resplandeciente: el complemento anal. Azul látex. Grueso, con tres ondulaciones como canicones superpuestos. Nuevas instrucciones. Pasó agosto con ambos aparatos insertados. Brëol y el verano fueron poco más que una ondulación en su percepción. En septiembre, la Revuelta saludaba al fin a su monstruo necesario.

 

14

López sostenía su bombín en la mano y a cortos pasos atravesaba sigilosamente la cocina. En el lugar que había caído el bol no quedaba nada. Los de operaciones habían retirado todo. La casa estaba vacía y en silencio. Entró en el salón. Allí había sido encontrado el cuerpo de Joelene, sobre una sábana blanca. Como un ángel recién caído.

Se puso en cuclillas justo en el lugar que Joelene muerta había aparecido. Palpó la alfombra, mullida y agradable al tacto. Debía subir a la planta de arriba y buscar evidencias en los cajones, tal vez hallase algo adecuad...

-Buenos días.

López dio un respingo de horror súbito. El corazón le dio un vuelco.

-¿Qué hace usted, señor?

Antonio Lopez se volvió, rotando sobre sus pies, aún en cuclillas. A los pies de la escalera, una bellísima joven lo miraba aguardando una respuesta.

-Esto es el escenario de un crimen, señorita.

-Esto es la casa de mi prima muerta, señor.

-Soy agente de policía, señorita.

Lopez se levantó. La chica permanecía de pie, mirando con intriga al agente. La chica llevaba unos pantalones de pana marrón ajustados y una camiseta blanca. La melena negra cayendo preciosa sobre los hombros. Sonreía con timidez. El agente percibió, creyó percibir un brillo de enajenación en la mirada de la bella muchacha. Se llevó la mano instintivamente al costado donde, bajo el anorak, llevaba su Glock.

-Voy a tener que pedirle que se identifique, señorita.

-Por supuesto. Soy Inge Ingeborg.

-Documentación, por favor.

La joven hizo un gesto, volcándose hacia la escalera ascendente.

-Para ello, agente, debería subir. Tengo mi bolso y documentación en la planta de arriba, señor.

-Bien. Pues subamos juntos entonces.

Sin dejar de atender al peso de su Glock, Lopez se encaminó hacia la muchacha, que sonreía con premura, quieta al pie de la escalera.

-Después de usted, señorita.

-Sí.

Según subían, Lopez no pudo evitar reparar en la gloria con la que las curvas femeninas de la chica habían sido talladas. Una perfecta exposición de sus nalgas, el suave bamboleo de las caderas. Al emprender los últimos escalones, un gesto de la chica al cubrir dos peldaños en un paso, revelan la punta de un estricto tanguita de hilo, negro finísimo. López tiene una reacción corporal: tragar saliva para eyacularla después. No te distraigas, muchacho. Palpó el arma, recordándose que estaba trabajando: ojo avizor, Antonio. Un extraño ambiente flotaba en la planta de arriba. Jabón aromático y látex y respiración. ¿Podían de los muros aparecer en este instante espectros? Salen, no salen acaso los espectros de los muros del cerebro... De la corteza y sus millones de estímulos. La planta era oscura. Iluminada únicamente en la galería que al fondo del pasillo cortaba, como un perímetro, la casa. El pasillo en sombras grises, salvo una tibia lámina de luz azul solar, traslucida por, posiblemente, una ventana en el techo dos-aguas, que manaba por la puerta abierta de lo que parecía ser la estancia del dormitorio, lugar al que la joven se dirigía. El resto de habitaciones en aquella planta permanecían cerradas y debían, todas, ser inspeccionadas. 

Hipótesis. La mujer estaba perturbada y le estaba siguiendo la corriente, podía ser peligrosa, tal vez tuviese un arma, una persona perturbada es capaz de cualquier cosa, ojo avizor, pero, López, antes que eso: ¿no has percibido que el desarrollo de toda esta secuencia es anormal? Esté ella perturbada o no... Es cierto. Tengo la sensación de estar actuando como si, como si ella ¿fuera una aparición? Fuera. Algo fuera. Es este entorno. López, ¿no sientes que estás viviendo cierto rigor de ensueño? Y sus curvas. ¿Qué sucede aquí? HOLE. Agujero. ¿Oyes otras voces? No. Es la mía, ramificada. No, te equivocas. Es la nuestra. Masculina y femenina. Aquí estamos todos. López. Todo estamos aquí. Creo que lo intuyes, pero no lo puedes saber. Ella es Inge. Tú la vas a seguir. ¿Quién me habla? Nosotros. Estamos aquí. Siempre lo hemos estado. Y lo sabes. Ahora aún ves turbias nuestras caras, pero nos hemos reconocido otras veces, cada vez. Ella es Inge y la vas a seguir. Sí. Ella te enseñará. La futura reina necesitará en su reinado un futuro rey. Te enseñará. Aun no lo sabe. Lo descubrirá. Pronto. Debes mostrárselo. Tu la deseas. La amas. La quieres seguir. Ser fuerte con ella. Lo descubriréis juntos, Antonio. Hay una fuerza creciente en nuestra contra. No te preocupes ahora. Primero ámala. Deséala. Descúbrela. Díselo. Es (nuestro) Evangelio.

-Inge...

La voz de Lopez era un fino reguero. Se vio empujado por su pensamiento, hacia el suelo. Al sentir golpear sus rodillas contra el suelo, su cuerpo en genuflexión, supo que no había vuelta atrás.

-Inge...

La joven se había vuelto y observaba al hombre arrodillado. Juan 13:23. Uno de ellos, el discípulo que amaba, estaba arrodillado ante él. Entrecerró los ojos, ese gesto rompía las barreras. Lo entregaba. Sin sonreír, dijo:

-Qué. Qué quieres.

-Inge, yo... –Lopez bajaba la cabeza hacia el suelo, mirando directamente los pies de Inge mientras hablaba.

-Dilo.

-Deseo rendirme a ti –susurró.

Inge se sonrió. Nueva condición, nuevo desarrollo.

-Demuéstralo.

López no sabía qué hacer, pero sentía que debía hacer algo. Habló:

-Te acompañaré donde vayas.

Eso conmovió a Inge. No lo quiso así.

-Levántate por favor.

Lopez se levantó. Sonreía. Sonreía como el tipo que baja a llamar por teléfono una noche cualquiera y la cabina lo succiona a un viaje en el tiempo, hasta un mundo de dulce y mieles, frutas, sol y mujeres, y tras el gran desparpajo, la fiesta, siesta y jolgorio, es devuelto a la cabina, con todavía restos de hierba en el pelo y carmín en el cuello de la camisa. Sonriendo.

Inge río.

-Sígueme, Antonio por favor. Me encantaría.

-¿A dónde?

Juan 14:15 Si me amas, obedecerás lo que yo ordene.

-Te enseñaré dónde pasábamos los veranos Joelene y yo.

-Estoy trabajando.

-Pues haz que sea por trabajo, tú deseas seguirme. ¿No has de investigar?

-Sí.

-Pues Brëol es fundamental para ti –sonrió Inge. Rota, rueda la realidad: avanza -. Ahora, Antonio. Ven.

Lopez comprendió por un instante y sin verbo el movimiento de los límites, los bordes tocantes, las fronteras, la gran teoría de los perímetros y sus niveles de superposición. Apretó los dientes. No había vuelta atrás. Le gustaba esa mujer. Serían fuertes juntos. Sonrió. Tendió la mano.

-De acuerdo. Vamos.

La mañana, con ojos de nieve y pupilas de sol, vio a Antonio Lopez perder su primera piel y sereno, extraño, infantil y turbio, ser urdido a la estela de Inge Ingeborg.

Juan 14:23. Replicó: aquel que me ame, obedecerá mi enseñanza. Mi padre le amará, vendremos a buscarlo y haremos nuestro hogar con él.

Pareja.

15

En octubre, la Reina Joelene había matado a dos aliados, un macho y una hembra. Alarma. Desde Puerto Viejo, Barriga de Perro organizó una video-conferencia a tres bandas. Discussion. Hecho inaceptable, cómo proceder a continuación. El triunvirato reunido (siempre tres vértices: Pierre Levay, obispo supremo, en su residencia africana, amorrado a una botella de agua mineral y rojo como el demonio, mostrando signos de consternación en pantalla desde su residencia centro-africana, Madame Omtrek siendo suavemente abanicada por su nueva perra en Aguas Calientes y el propio Barriga, enganchado a un pack de 12 latas de 7Up y fumando Lucky Silver sin pausa, encendiendo uno con la colilla del anterior) debatió pormenorizadamente y en detalle la cuestión. Expuesto el caso, escuchadas las tres partes, sólo una resolución consensuada se impuso: la Reina debía ser depuesta.

 

La Reina Joelene había sido invitada a una cena particular en una mansión a las afueras de Estocolmo, en una pequeña, coqueta, zona residencial en Uppsala. La pareja había recibido convenientemente a su invitada y la cena había sido servida con gran corrección. La esclava hembra deglutía a los pies de Joelene aquello que ella desechaba, comiendo directamente del suelo y sin utilizar las manos: una perra. El esclavo macho permanecía de pie, atento a la reposición y otras tareas. Sin duda en su fuero interno, convino el triunvirato en la reunión, Joelene, en las arenas más profundas de su naturaleza, repudiaba aquella situación. La atroz reducción de la condición humana, la negación voluntaria de la libertad, de la no-dependencia, la abrumaban. ¿De qué podían valer esos seres? ¿Por qué? Posiblemente Joelene sufrió una intensa crisis. El asesinato de los dos aliados respondía quizás a esa dolorosa incongruencia que en su interior sentía. Los había matado en el transcurso de una sesión de castigo. Eso era doblemente grave. La Reina era violenta y débil. Loca. Un error. La Reina había perdido su Alteza.

-Si al menos los hubiera matado con una pistola, un auténtico asesinato, comprenderíamos que ella, en su sin-razón, había elegido matar a esa pareja. Por supuesto, procederíamos, pero... –Levay se veía incómodo en su argumentación, muy preocupado por el cariz que los hechos habían tomado en Europa.

-Desde luego, Pierre... –intervino Omtrek-. Lo que hemos creado es un monstruo sin control. Seguramente no comprende lo que ha hecho. Una parte de ella debe decirle que esas muertes eran castigo necesario para nuestros aliados, creyó estar ejecutando lo que su condición real exigía...

-Es gravísimo. No es sólo un exceso, no es sólo minar la confianza en esa relación, romperla incluso, es ejecución, no hay asesinato en nuestra Revuelta, yo... Estoy muy disgustado... Perdona, Omtrek. Sigue por favor...

-Sí. No, bien. Totalmente de acuerdo contigo, Barriga...

Levay, revolviéndose el pelo, intervino:

-Esto prueba el absoluto desconocimiento del territorio que está pisando. No quiero ni pensar qué pasará cuando salga de esta región sexual y ascienda a la siguiente fase. Es... horrible, amigos.

-Sí, pero... ¿os dais cuenta? –irrumpe Barriga de nuevo -. Ella sentía Amor... En sus arenas más profundas, sentía Amor.

-Y nuestros aliados también, por Dios –intervino Omtrek-. Es una relación estrechísima de Amor, Barriga... Ella precisamente lo traicionó.

-O los liberó, Omtrek. Según lo que ella creía.

-Basta –medió Levay-. No debemos debatir sus motivaciones sino decidir qué hacemos a continuación.

-Eso es incongruente, Levay. Es necesario conocer sus motivos para juzgarla y decidir qué decisión tomar.

-Estoy en desacuerdo, Barriga. La ley atiende, pero su Naturaleza la lleva siempre a imponerse.

-De acuerdo en eso, Omtrek, pero aun así...

-Barriga, hijo. Nosotros..., entiendo que era de tu sector, pero nosotros no tenemos ahora capacidad de conocer su motivación. Únicamente podemos debatir sobre ello. La Verdad nunca puede ser obtenida por consenso.

-De acuerdo en ese argumento.

Levay intervino de nuevo.

-Además, y para zanjar la cuestión: si ella creía que la liberación incluye Muerte en ese nivel de preparación, también se equivocó y tampoco nos sirve. Y más: -bebió un largo trago de su botellín- este crímen Por tanto, ¿de qué forma por tanto, señora Omtrek, Barriga, creéis debemos proceder a continuación?

-Debemos deponer a la Reina –dijo Omtrek.

-¿Barriga?

-De acuerdo, a mi pesar.

-Y yo de acuerdo. Por tanto, depongámosla.

-Yo me ocuparé –expresó Barriga-. Variaré la modulación de las señales, la guiaré de nuevo a una sesión con las máquinas en los orificios. La depondremos así.

-Procedamos entonces.

-Un momento.

-La próxima Reina.

-Así es.

-La prima Inge Ingeborg.

-Sí.

-Que se haga con un Rey. Una pareja. Un bloque. Intuímos, Levay, la formación de una Resistencia. Necesitaremos fuerza.

-Una Resistencia. ¿De qué naturaleza?

-Celeste.

-¿Dónde?

-En mi foco, Pierre. En Aguas Calientes, en la región. Vieron a Luna.

-A Luna –el obispo cerró los ojos y frunció el ceño -. Si así es, es evidente, lucharemos. ¿Por qué descienden?

 

Un instante de silencio, vibración técnica. El triunvirato cruzó miradas monitorizadas.

 

-Que sean pareja. –conluyó Levay-. Lucharemos –de otro largo trago acaba el botellín y lo lanza a un lado -. Depongamos a la Reina, ahora. Sea.

-Sea.

-Sea.

 

Y procedieron.

 

Joelene despertó a media tarde y una escena brotó inmediatamente en su mente. Sangre. Sangre manando de un orificio. Del ano de un hombre. Una boca abierta en un gesto de horror y la mirada estática femenina clavada muerta en el techo. El carmín corrido, una lapidaria evocación. El rigor cadavérico. El frío súbito en el aire. Los había matado. Con electricidad él, estrangulamiento en suspensión ella.

 

¿Qué era aquello? ¿Qué era aquello? Le habían hecho comer flores y hojas esparcidas expresamente por el suelo de parquet, hojas y flores de unas plantas expresamente enviadas desde el Caribe. Grabarse con una cámara mientras lo hacía y hacerlo también según petición a través de web-cam. Ataviada únicamente con sostén perla reluciente y un fino tanga a conjunto, zapatos blancos de tacón, se había visto masticando hojas y flores y relegada a poder únicamente expresarse mediante la reproducción de mugidos. Una preciosa vaquita blanca pastando en el prado. ¿Qué era aquello? Se había visto envuelta, llevada a diversas tareas y situaciones, lentamente maleada, pero ¿era esa ella? ¿Deseaba Joelene semejante deformidad? No. Tú eres la Reina ahora. Te formaron, te ayudaron a ser quien eres hoy: la Reina, la Madre de la Revuelta. Pero, ¿a cuántos lograrían liberar? ¿Lograrían liberar a alguno? Y por qué debía ser aquel el medio. Desconocía el camino, la maldición de las liberaciones mistéricas. Éste es el camino en esta fase, Joelene. Persiste y nos llevarás a todos a la liberación. La habían llevado y... Esos esclavos merecían morir. He hecho bien. No servían adecuadamente. Ellos buscaban un tercer placer, en realidad yo me encontraba en sus manos. Sometida a sus límites. Pero yo soy la Reina: lo mostré. Te equivocaste. ¿Qué han hecho de mí?

Estaba todavía vestida con el traje chaqueta y los zapatos de tacón. Bajó por la escalera a la planta de abajo. El silencio de la casa. Se superponían vidas. Vidas en aquella atmósfera. Miró al exterior crepuscular. El semáforo. Verde... El colegio. Las fiestas en la playa. Las bicicletas. La feria. Aquellos besos con aquel chaval. Amarillo. HOLE. La universidad. París y la muerte de papá y mamá, ... , ¿qué he hecho? Viajes. Distancia. París. París. Adèle. Rojo. Atender. Este es el punto presente. Comunicarán mi acto y seré agasajada. Sin miedo. Buscar, seguir, proceder. Yo tuve una vida, yo, ... , yo... Verde. ¡Amarillo! Rojo.

 

Joelene, preciosa, querida, amorosa Joelene. Resolvió como otro que atormentado vive. Optó por mantenerse  en el estado en el que se encontraba. No tenía maniobra. Identificaba dos seres que en su interior vivían, haciéndose, pugnando uno con el otro, pero ambos eran el mismo, al mismo nombre respondían y la misma imagen era devuelta cuando se miraban al espejo. Y una membrana formativa entre ambos. Se mantuvo así y esperó. Nada sucedía. Octubre cubría los cielos.

 

Tres semanas más tarde llegó un sobre.

Nuevas instrucciones. Y nuevos aparatos. ¡Ja! ¿Podían ordenar algo a la Reina? No. Nadie. Nunca. Jamás. Ordenar no, nunca ordenaban. Aconsejaban. Todos los grandes reyes, tiranos, visires y faraones, eran aconsejados. Y a la Reina gustaban los aparatos y sostuvo ante la palma de la mano las dos pequeñas piezas circulares. Un ejercicio real, decía la carta. Exercise royale. Royal practice. Röjelexercis. De nuevo se tratarían los orificios. Ella había pasado por eso. Ahora lo adoraba. Orificios. Esta vez se incluía, además del anal y el clitoriano, el bucal: una bola en la boca, atada por correas tras la nuca. Y la novedad, los dos pequeños aros. Estimuladores, uno para cada pezón. Así se indicaba. Tras la ducha, había seguido rigurosamente las instrucciones que venían en la carta, depilación extrema del sexo, dejando únicamente un fino segmento de vello, e insertando a continuación cada artilugio en su orificio. El coño primero, el culo después. Una vez insertados éstos, se vistió como lo hubiera hecho en un noche de descanso. En negro. Sostén, braguitas mínimas y ligueros. Le gustaba la tensión de los ligueros en los muslos y la presión de las medias en la piel. Mirándose frente al espejo de pie, se colocó los anillos entorno a cada pezón. Resplandecían, bajo la luz del vestidor, en plata en el espejo. Lo último que hizo fue colocar en la boca la bola azul, succionando, ligeramente sobresaliendo, cerrando la correa en la nuca. Eligió entonces del zapatero unas botas de caña, de tacón fino y alto. Se sentó sobre un cojín en el banco de felpa y se las puso. Fue a la habitación. Suponía que no tardarían las vibraciones en empezar. Apagó las luces y habiendo previamente introducido el DVD que le habían sugerido que visionara tras la ducha y la inserción; se palpaba con suavidad el coño, estirada sobre la cama, con las piernas algo separadas, una rodilla flexionada, el tacón clavándose ligeramente en la colcha, mientras en pantalla una joven era conducida por una mujer rubia al interior de una sala en la cual esperaban dos hombres y dos mujeres en un sofá. Aunque tiraban de ella por una correa con argolla atada a su cuello, la joven iba vestida con tejanos y un jersey. Se tocaba y esperaba, salivando sobre la bola y sintiendo cada pieza.

Una inmensa sensación de hambruna.

 

La vibración primera, muy fina, como el crepitar de la espuma en la cresta, o un ligero tecleo, fue la vibración de la pieza clitoriana. Un ronroneo comenzó luego, y la creciente ruptura en fases, diferentes ritmos y tonos, y estando ya fuertemente estimulada, Joelene descubrió que no deseaba estarlo, no deseaba serlo en absoluto. La bola en la boca, el video en pantalla, ejercicio de realeza: lo que era un gemido improducible, bloqueado entre la garganta y los dientes por la azul bola de látex, podía volverse, ¿qué han hecho contigo?, de pronto un alarido. Entonces, la vibración anal comenzó. Fuerte y serena. Estable, no paraba. Las rachas en la garganta clitoriana sincopaban la latente estimulación anal constante. Se puso de rodillas. Las piernas abiertas, las rodillas clavadas en la cama. El coletero aun tensaba su coleta larga y rubia, el pelo todavía húmedo por la ducha. Con las manos, Joelene se palpaba el bajo-vientre. ¿Pueden abrirse tanto los brazos cuando es tan grande lo que llega? Agitaba las caderas, subiendo con ese gesto su coño hasta por fricción frotar la ropa interior. Al cabo de un rato era incapaz de controlar su mente. Lo mereces, lo debes, lo eres, lo eres, y miraba la secuencia en la pantalla, pero a fracciones: la joven no lleva jersey, una muñequera de cuero cerrada en una ancha y bronceada muñeca masculina, el puño cerrado, una mujer a cuatro patas lamiendo de un plato – complicación, intrincación, voy a quitarme la bola, tengo las manos libres, no, no debes, ejercicio real, la formación de una Reina, una verdad resuelta es ésta. Radiante bajo una única bandera. ¡No! No, no, no. O... Afffffffffffffffffffff. Se estiran las sombras. Es llevada. Comienza ¿lo había olvidado? el estímulo en los pezones, en ambos a la vez. Se trata de ligeras descargas vibratorias, lo más semejante a un roce, su intensidad será variable. Joelene gime, pero la bola le impide expresión y se oye a si misma mugir. Una perra, un bovino, una pieza de feria. Se detiene. Todo. No, la estimulación de los pezones continúa, pero alivio profundo, destensión, un descanso en la vibración vaginal y anal, ambas al mismo tiempo. La paz. Agotamiento en la cavidad abdominal. Se sienta en la cama y baja los pies al suelo, los tacones sobre la moqueta. Continua el estímulo en los pezones. Quiere suspirar, pero la bola no se lo permite. Ofuscación. Placer. Horror. Se pone en pie. Descanso. ¿Cuánto durará? Cuánto durará este Röjelexercis. La calma parece ser estable, inteligente, permite recuperación, reacción, Joelene da un primer paso por la habitación, irá al baño, a mirarse de cuerpo entero, decidir, la calma estable, pero en el momento que da el segundo paso, el bamboleo de su cintura, el cimbreo de su cuerpo debido a ese estricto calzado, la pulsión, le recuerda inmediatamente que no hay nada que deba decidir: debe seguir. Ella pertenece a ese momento. Ella pertenece a ese inmenso movimiento. Se acerca entonces al colgador de la pared junto a la puerta y coge la fusta de punta triangular. Se azotará el coño para mantener la tensión. Se sienta en el borde de la cama. Separa las piernas. Sostiene la fusta a mitad de varilla. Primero azota con dos secos golpes la parte interior de las piernas y dos golpes secos más bajo los muslos. Inmediatamente reacciona poniendo éstos en tensión, la pierna entera, tan bien definidos sus músculos. Separa un poco más. El coño húmedo y latente ahora de la constante estimulación anterior. Toma aire que no puede expulsar por la boca debido a la bola y expulsa por la nariz, un fino relincho. Con suavidad empieza a azotar la vulva desde abajo. Plac plac plac.

La segunda vibración sobrevino cuando Joelene se encontraba ya con la cama abierta, el edredón entre la cama y el suelo, caído, y tumbada Joelene como una niña, con los brazos bajo la almohada y la cabeza de perfil sobre ella, el pelo aun cogido en una cola, la bola azul y las correas como un chupete adulto, y las piernas juntas, una sobre la otra, las rodillas ligeramente flexionadas. Todavía con las botas de fino tacón. Como una niña, dormía. Soñaba ir por una autopista. Amanecía. Ella conducía. Se sentía inquieta. El paisaje era gris alrededor, tal carbono, hielo, pero muy cálido. Un amanecer. A su lado viajaba una mujer. Perímetro... Sublimación. Todas las vibraciones al mismo tiempo. Es en blanco. Arde. Todo envuelto. El agotamiento de la primera fase y el auto-castigo habían rendido físicamente a Joelene, su mente y Naturaleza habían estado reposando sobre el instinto y la memoria, la presencia ahora yaciente de un intenso proceso de orgasmo en el que se veía completamente envuelta. La vuelta es feroz. Coge a Joelene por sorpresa, su mente en sueños, arrancada de pronto, la memoria corporal pronto entiende la vuelta, su mente se ajusta y en seguida percibe que ha sido intensificada la progresión. Es más intensa. Y está agotada. Al principio es como si estuviera siendo rajada. Le duele. Se encoge, apretaría los dientes pero la bola no le deja, se oye a si misma protestar, hmmm, se mueve, se estira. De molestia, prende con los dedos la sábana, mueve las piernas, acaba de lanzar completamente edredón y sábana al suelo. Sobre la cama, limpia, solo ella, se retuerce. Los dedos prendidos a la sábaba. De rabia, de espacio, de totalidad, se pone en pie. Orgasmo creciente. Arranca la sábana. Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaa. Del suelo en un gesto instintivo recoge la fusta. Se azotará más, más orgasmo, que suba, que siga... que acabe. Que acabe. Forzará. Sale del dormitorio, primero por su propio pie, se envuelve, se cubre la espalda con la sábana, como de niña, con frío, una manta, se cubre, se protege, se estiran las sombras, la intensidad del orgasmo - aaaaah, cede, ah-ah, cede, es lo que merece, se pone de rodillas, en el pasillo de la planta de arriba. Como una perra, una yegua, cubierta por la sábana, una loca, reducida, aguantando la fusta en el puño, incómoda al apoyar esa pata, de rodillas y apoyándose, la Reina Joelene se dirige hacia la escalera. Mugiría, pero lleva una bola en la boca.

 

Justo cuando se encontró frente a la escalera, descendente, hacia el recibidor y el salón, decidió que una vaca allí tendría miedo.

Que debía ser sin duda espoleada. Cambiándose de mano la fusta, se azotó severamente los laterales de las nalgas. Plac plac plac plac En continuo, primero una y luego la otra. La vibración de los orificios se mantenía. Joelene físicamente temblaba, pero se encontraba muy lejos de percibirlo. Sintiendo la palpitación en el culo, se puso un momento de rodillas y se azotó sobre y bajo los pezones, entorno a los aros. Aah. Aaah. Aah. De nuevo quedó a cuatro patas. Esa espuela le había quitado el temor al descenso. Cuando llegase abajo, se pondría de pie y se castigaría adecuadamente la base y la curva de cada cacha, y de nuevo se azotaría en el coño y entre las piernas; de este modo, como vaca no volvería a tener temores mojigatos frente a ninguna escalera. Comenzó el descenso. A mitad quería maullar y gritar.

A cuatro patas cruzó todo el salón. Hacia las ventanas. La vibración, se sentía exhausta. Dejó caer el rostro contra el suelo, moviéndose, moviendo las caderas, ser follada, ser follada por favor, y acabar con eso, empezó a quitarse las botas, lloraba, ahora lloraba, cogiendo de los tacones y estirando, debía liberarse, aaah, iba a, no podría aguantar así... Una vez lanzó las botas sobre el sillón, aguantándose en el asiento, se puso en pie, con esfuerzo, temblando, no, vibraba, más cómoda descalza, iba a azotarse y ganar así fuerza. Debía. En pie, descalza, por los ventanales, la noche se extendía alrededor en Hoenberg, y comenzaba a nevar, Joelene vio por un instante copos flotando en la noche, iluminados por el haz del semáforo de la esquina. Verde. Amarillo. Rojo. En el instante, se vio a si misma, mentalmente, de pie en el salón de su casa, una bola en la boca, estimulada por maquinaria remota, enrojecida de sus propios azotes, Joelene. Este agotamiento. Debía azotarse, sí. Seguir. Abrió las piernas. Vio cómo le temblaba la fusta en la mano. La levantó y se asestó con el triángulo de cuero un suave azote en el coño. Zap. En ese momento, apertura, sintió el orgasmo romper. Se abrió, se abría. Fluía. Crecía en su interior por cada milímetro y terminación. Quiso gritar, la bola, la saliva, el temblor, subía, la gruta, el hueco, la caverna del orgasmo aumentaba y vibraba, se hinchaba, la ahogaba, subía, aaaaaah, ahahahahahahahahahahhahahahahahah, no podía, no podía aguantar, iba a ver, seguía, fue un fortísimo tirón y después una luz. Y silencio. Quietud. Se había abierto una luz sobre sus ojos blanca y reluciente, ahora, dejaba de sentir, relajación, desprendiéndose de sí, comprendió en ese vuelo ligero, creciente, comprendió todo lo que era, las identidades en ella no eran más que reducciones, fragmentos de una, una identidad superior, ella misma, de si, era ella, ella, era, libre, libre, era libre, ella – real. Caía su cuerpo, la sábana resbalando de su espalda al suelo, como alas, caía su cuerpo, como caída del cielo, sobre la sábana, caía – ascendía Joelene...

 

 

16 

Como marchando por avenidas en un día de fiesta. Sale el sol, pero en el borde de este rompiente nadie se va a dormir. Lejos, repartidos por los riscos, individuos perlando el espacio áureo gris. Desde aquí, todos siluetas. Todos en paz. La luz es amarilla y fina y destella sobre las aguas. Como naranjas heladas flotan en la atmósfera copos de luz matinal. No. No tengas miedo. Ellos: son simplemente bondad.

 

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