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La vista desde arriba

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La vista desde arriba

 

 

 

El señor Brahe tensó la última brida y observó la lona. No cedía. El agua gris de lluvia que hasta ese momento había combado la tela se desplazaba ahora hacia los límites y goteaba como una diminuta catarata sucia. Era un porche precario, pero le gustaba. Siempre había querido tener uno. Pronto pararía de llover y de nuevo se desplegarían los rayos y pátinas de sol por el mundo. Miró alrededor.

La marea de azoteas, antenas, templetes y chimeneas se esparcía tibiamente en toda dirección. Podía ver las áreas de condensación pluviosa, nubes que se disolvían, se deshilaban, diluían, flotando como raros seres soñolientos sobre los tejados.

A diferentes distancias, esparcidos por las azoteas como una constelación, vibraban los focos de las pequeñas luces y hogueras de otros hombres en sus nuevos hogares.

Se acercó a la tapia de cemento, apoyó las manos y se asomó. En el parque las cosas seguían igual. Un grupo de Llegados seguía caminando en círculos alrededor. Rotaban, trazando círculos concéntricos, como satélites de un centro imaginario. Estaban organizando un diagrama del área. Mierda.

Volvió al interior de la caseta.

 

Como otros muchos supervivientes, había construido su casa entre varias planchas de fibra de vidrio, recuperadas de los patios interiores, puertas y toda clase de maderas. Era una estancia espaciosa y de aspecto confortable, le evocaba en cierto modo al interior de una tienda oriental o una roulotte. Había abierto ventanas en los cuatro lados. Eran amplias e irregulares. Libros, objetos y mobiliario rescatados de lo que en otro tiempo fueron hogares se repartían por la vivienda. El sofá era blanco y mullido. Había presidido y ordenado el espacio del salón de los vecinos de la planta undécima, última del edificio. Sobre la cómoda del vestíbulo recordaba haber visto aquel día fotografías de la familia que habitó el piso. Una dama rubia de melena rizada y un señor canoso. El hombre pasaba su brazo sobre los hombros de la mujer. En otros dos marcos sonreían una chica morena y un joven de pelo encrespado. Ambos estaban en el mismo jardín frente a la misma valla blanca. Ahora sólo Dios sabía dónde estaban. Deseó que estuviesen bien... Aquella situación parecía ensalzar, hacía emerger los sistemas de sentimientos más profundos y radicales de los hombres: el amor y la violencia.

Encendió el televisor y se acercó a su mesa de trabajo que se extendía a lo largo de la pared del este, bajo la extraña línea de ventanas. Se veía más allá la silueta de las montañas cercanas y los árboles y la pinaza. 

-Informe sobre Diagramas en Curso en el área metropolitana. Hasta el momento se han reportado siete situaciones de diagrama en los barrios de: Chile, dos reportados, Alta Mar, uno reportado, Ciudad Oeste, tres reportados, y Whitley, uno reportado... Por el momen...

Uno era el del parque, el otro podía estar en la avenida, cerca del colegio, o quién sabía. Se había aventurado la siguiente hipótesis: los Llegados se movían de ese modo circular para crear una suerte de red sensorial de conocimiento por radar. Entorno a un mismo centro, se distribuían varios individuos en diferentes radios y trazaban círculos perfectos alrededor, cada individuo a una velocidad y alternativamente en una dirección. Cada individuo emitía a lo largo de su trazo una frecuencia propia que estaría, por un lado, indicando a los demás individuos del sistema su posición, al tiempo que daba información, por el rebote de onda, sobre los objetos y las formas detectadas alrededor.

Con estas detecciones múltiples y la constante variación de posiciones se formaba un diagrama, una red en la que quedaban perfectamente identificados todos los obstáculos, huecos y elementos fijos del área examinada.   

 

Fue un martes. Entre el martes y el miércoles. Emergieron de pronto, vibrando como televisores mal sintonizados, como una luz eléctrica que parpadea al encenderse... Y tomaron forma, incorporándose entre nosotros. Zmmmm.

 

Aquí fue al atardecer.

 

Brotaron sin más, de la nada, ¿qué demonios es eso?, un parpadeo azul eléctrico... En la planta principal del centro comercial, entre los muebles de prendas y perfumes, en las neveras del área de alimentación, en la parada del autobús, en los portales, en los parques, por todas partes y en tierra. En suelo firme. Aquellas personas a las que los seres rozaron mientras se corporizaban murieron en el acto como por una descarga o un rayo invisible. Fulminados. Millones de personas murieron en esa apertura sin saber qué ocurría. El señor Brahe recordaba las primeras informaciones que se difundieron, con las mismas imágenes repetidas en todas las cadenas. Imágenes obtenidas por cámaras de seguridad, cámara de teléfono, de mano, escenas de la emergencia de los seres por todas partes del mundo, y la Secretaria General de Estado señalando una cuadrícula y gesticulando con firmeza. Se había estimado que el número de seres correspondía con una décima parte de la población mundial. Era terrible. Terrible. Por un lado eso significaba que ellos eran 600 millones de seres y por otro, y de ahí la gráfica, considerando que se habían repartido uniformemente por el planeta, tal y cómo se sospechaba, siguiendo un modelo de cuadrícula, ocupando los 149 millones de kilómetros cuadrados de tierra del planeta, significaba que correspondían a una relación de 1 ser por cada 250 metros cuadrados, lo cual, sin duda, era catastrófico. Las bajas eran incalculables y para ello no había lugar al engaño. La Tierra había sido invadida. De un minuto al siguiente, aparecieron de pronto, en las plantas principales, en las calzadas y aceras, tomaron tierra y acabaron con miles y miles de años de nosotros. Tomar forma les llevó más o menos un minuto. Muchas personas murieron sin saber qué ocurría. Son unas figuras de aproximadamente dos metros y medio. Al parecer no llevan ropaje alguno o éste forma parte de su biología, y la piel, si así puede llamarse, emite un bajo reflejo azul. Algo así como un neón de baja intensidad, pero no es un neón, es el Cosmos.

Ignoramos en base a qué química se forma semejante vida.

Tienen composición antropomorfa, una cabeza, tronco y cuatro extremidades. No existen dedos ni pies y apenas las extremidades se separan del tronco, aunque tienen movilidad y parecen más bien estar desprendiéndose, aleados, de una fusión azul. Caminan y flotan. No tienen ojos. Parece ser que bajo la capa azul de piel resaltan, endodérmicos, pequeños puntos negros, del tamaño de una nuez, como núcleos.

Es algo increíble.

 

Tras la materialización, Los Llegados habían permanecido quietos, estáticos, ocupando sus posiciones, altas figuras azules y brillantes... La última broma demente de Dios. Brotó el caos y el desconcierto. Estatuas azules brillantes, vivas, algunos se abrasaron acercándose a ellos de forma irracional, otros colisionaron sin desearlo o llevados por el pánico.

Y entonces, todos los seres, al mismo tiempo, empezaron a caminar.

 

Aquella tarde de marzo, el señor Brahe se encontraba en la oficina, el cielo se apagaba y los papeles le rodeaban y no hablaba y ni trabajaba ni hacía nada. Sintió la piel y el vello de los brazos erizarse de pronto. Percibió un parpadeo extraño. Alrededor no sucedía nada en su despacho. La papelera seguía en el mismo sitio, la puerta cerrada, los archivos en su sitio. Entonces empezaron los gritos y chasquidos. Se asomó a la ventana. Parecían llamas de gas. Algo había reventado. Tardó varios segundos en confirmar qué sucedía.

Cuando los seres comenzaron a caminar, la nueva Realidad tomó definitivamente su forma. Algo increíble estaba sucediendo. En esos minutos de pánico, otros millones de personas por todo el planeta murieron, intentando volver a sus casas o pensar con claridad.

El aire huele a tierra y entre la lluvia, a océano. Sobre la mesa se esparcían grupos de tuercas y cables, como pequeños poblados y un extenso tamiz de campos de recortes de papel y transmisores, circuitos, y como colinas, cajas de diversos tamaños, repletas de pequeños motores y engranajes y tornillos, pedazos de cable muy fino y transmisor de cobre. También rollos de cable recubierto de plástico, franjas rojas y blancas.    

El señor Brahe se preparó un pitillo.

El tubo pasaba el metro de largo y había sido en otro tiempo la cobertura de un mueble. Brahe tenía sobre la mesa, emergiendo como un raro sol desde la marea de cables y papeles, un espejo circular. Una maravilla. Debía colimarlo bien, e intentar forzar su concavidad. Dejó el pitillo en la hendidura del cenicero y se inclinó, ajustando los tornillos exteriores que había dispuesto a ese menester. Bueno. Pronto lo tendría.

Su telescopio.

En televisión, seguía el reporte de informes. Llegará el día en el que las centrales eléctricas fallen. ¿Qué sucederá entonces? Se restará un elemento más de la evolución, un paso más a la involución. Hacia el futuro, sea el que sea.

Ajustaría el espejo en un extremo del tubo. Había preparado el prisma. Lo situaría a cuatro dedos del espejo. Entonces, a la altura del prima, abriría el visor y la lente...

Miraría arriba.

-¿Angus?

Una voz desde el exterior.

-¿Estás en casa?

Era Helena. Helena tenía cuarenta años y había perdido a sus hijos.  

-Te traigo una cosa, Angus...

Perdió también, o eso suponía, a su ex marido, un hombre, ni bueno ni malo. El señor Brahe se quitó la manta y se puso en pie. Le dolían las rodillas.

-¡Helena! Estoy aquí...

La cortina de la entrada se descorrió, un chorro de plomiza luz gris y la mujer asomó la cabeza, a contraluz, y parecía tener una sonrisa resplandeciente.

-Sal aquí, Brahe... –dijo y se retiró, dejando caer la cortina de nuevo.

Helena tenía cuarenta años y los ojos pequeños. Vivía con Iván, un joven mecánico, en una choza dos patios más allá. Compartían con Brahe la misma azotea. 

-Está bien, bonita... Estoy saliendo.

Llegará un día en el que las azoteas sean reinos y los Hombres, reyes.

Llovía. A Helena le aguaba el rostro la lluvia, y sonreía y sostenía entre las manos una caja de madera y se la ofrecía.

-¿Qué es?

-Algo para ti.

Cogió la caja que Helena le tendía.

En su interior había una pequeña placa cuadrada. Parecía chapada en plata sucia. La atrapó con los dedos y la sacó del fondo. Estaba ligeramente combada y tenía pequeños símbolos a ambos lados. Éstos quedaban agrupados en tres líneas en el límite exterior de la placa y decididamente se trataba de algún tipo de marca.  

-¿Esto qué es, Helena?

El señor Brahe sostuvo la rara placa entre ambos; al otro lado vio la sonrisa de la mujer elevándose como un apogeo.

-Eso tendrás que decírnoslo tú...

-¿Cómo dices?

-Hemos creado una comisión, y hemos decidido que tú seas Responsable Científico.

El señor Brahe dio un respingo:

-¿Cómo? –repitió.

-Angus... Tenemos que trabajar todos juntos.

Cierto. Eso era cierto.

-¿Qué es esa comisión que citas?

Helena explicó. Iván y ella se habían arriesgado por el suelo a dos expediciones a los edificios y arriba hasta las azoteas colindantes. El señor Brahe conocía a algunos de los vecinos de esas azoteas. Pronto cumplirían todos un año en las azoteas, un año desde la Llegada. Habían decidido constituir una unidad entre los vecinos, una comunidad. Cada uno explotaría sus mejores valores por el bien del resto y de si mismo. Era fundamental para sobrevivir. 

-¿Aceptas el puesto?

El señor Brahe asintió. Sonrió a Helena y miró la placa.

-Esta placa la encontró el hijo de una mujer llamada Sofía, de aquella azotea –señaló la mujer. Una hoguera titilaba bajo un precario porche, en la azotea al otro lado del parque. Distinguió una silueta de pie, envuelta en un manto negro junto al fuego.  

-¿Dónde lo encontró?

-En la Vaguada.

-Dios mío... En la Vaguad..., ¿qué más vio?

-Bueno. Una caja de apariencia metálica, plasmada de esa luz azul... No lo sé.

-Iré a ver al chico.

Había dejado de llover o la lluvia se había vuelto emulsión y no caía, flotaba. El señor Brahe observó la placa. ¿Identificarían los seres sus piezas del mismo modo que nosotros? ¿Eran aquellos símbolos parte de un lenguaje, el equivalente a una de nuestras matrículas o números de serie? ¿Qué era? ¿Quiénes eran? Ellos. ¿De dónde venían? Muchas preguntas.

Todo preguntas.

-Hemos concertado una reunión, la primera reunión, de la comisión dentro de dos días. Vamos a ver de qué modo podríamos tender pasarelas entre las azoteas... ¿Vendrás?

-Sí.

-Gracias, Angus.

-También organizaremos las unidades de abastecimiento. Todos los hombres y mujeres  de la comunidad, capacitados, entre 20 y 70 años, saldremos en pequeños grupos, comandos, Angus, con fines de abastecimiento.

-¿Cuántos somos aquí? –dijo y pasó la vista alrededor.

La vista desde arriba.

-Pronto haremos el primer censo oficial, pero sumamos unas 55 personas entre las cinco azoteas. Iván, como Responsable de Suministros, será en primera instancia coordinador de las salidas de los grupos. Utilizaremos esta azotea como centro de almacenaje principal.

-Bien.

-Yo llevaré el registro y el reparto.

El señor Brahe suspiró. Nacía un nuevo mundo.

-¿Sabes en qué pensaba ayer, Helena?

-Qué.

-Recordaba el revuelo que se formó cuando descubrimos agua fluyente en Io... 

Helena rió.

-Y recordaba los domingos en el campo, también. Las tertulias después de comer. La sonrisa de las madres, no sé... Melancolía, chica. Melancolía.

Dio unos pasos hacia la tapia y la barandilla y miró abajo. Allí seguían los humanoides, bordeando el parque. 

Helena lo miraba apretando los labios.

-Todos juntos.

-Sí. 

El señor Brahe pasó los dedos sobre la superficie de la placa. Era suave y cortante al mismo tiempo.

Frunció el ceño.

No podía reconocer de qué material se trataba.

 

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