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Bondad

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-Era importante que Etelle no fuese consciente del papel que desempeña. La hemos mantenido en conciencia humana natural. Para ella el discurrir real es el narrativo: ha tenido un accidente con su niño en el Congo. Ilesa, pero perdida. En su mente y asunción de la realidad, Etelle viene simplemente del sepelio de su exmarido, difunto padre biológico de Gar, enterrado en Kinshasa con honores diplomáticos. Un buen humano para aquella región. Voló de París a Kinshasa. Su plan racional era volver tras el sepelio. Pero empujamos un mensaje. En la mañana siguiente al funeral, saliendo Etelle al balcón del hotel, enviamos en todos los rayos de luz una pulsión. El amanecer de la bella África alteró el pensamiento de Etelle. ¿Por qué regresar en seguida al gris París? ¿No había Gar nacido en África? ¿No había acaso ella vivido muchos años en esa tierra hasta que llegó la separación? Descargó Sonner, volcamos en sus rayos rastros de los planes e ideas que en su día ella había tenido. A mediodía, Etelle cancelaba los pasajes. Fue bien escrita la impresión y Etelle veía florecer en su corazón la visión del viaje que siempre quiso hacer. Remontar el río Congo.

Por las carreteras y caminos. Un sueño de los tiempos formativos que podía hoy llevar a cabo. Alquiló un coche y salió. En el momento preciso, enviamos, Sonner envió reflejos y brillos y difracción en el vidrio parabrisas que la cegaron y la hicieron volcar. Ilesa. Entonces, Levay la encontró. Ella ha seguido la línea en tal traducción humana. Por ello, no sé cómo reaccionará cuando te vea, pero no intentes explicar, simplemente protégela, más tarde entenderá. Tía Ana la acogerá. Gar. Gar es un infante de dos años. Zinea...

Ahora la luz cubre a Zinea de forma absoluta. Es gruesa y en su interior se ven finísimos filos y vetas, blanco nuclear. Venas de luz.

-Deberás Zinea descolgarte ahora por el trazo de Etelle..., descender sobre ellos. He fijado a Etelle. Sonner indujo su conducta. Yo, lo sabes, empleo mi capacidad de atracción y tracción; mis rayos, reflejos del sol: fijo seres y objetos. Ilumino y resplandezco, enaltezco o asombro. Cuando nuestra órbita encuentre el vínculo que fijé sobre Etelle, cuando estemos sobre ella, descenderás por ese hilo de luz. Directa sobre bahbahwue. Agujero está ahí, Zinea. Siempre estuvo ahí.

 

Imperceptible para los ojos humanos, un filamento de luz y helio incide preciso en el punto de unión de los tres huesos de la bóveda craneal de Etelle. Fijada. Cisterna de la cabeza.

 

-El Agujero, el punto origen, Zinea, fue abierto donde Etelle se encuentra ahora. Por ellos. Dadas las condiciones, creado el cielo, era posible Vida. La galaxia, y el eter entero, podía asistir a un nuevo nacimiento. Un nuevo elemento en el sistema, movimiento, seguir avanzando, rotando. Una gran alegría. Sonner reslpandecía orgulloso. Se dotó Agujero del aleación para la Vida. Todas las estrellas saludaban la nueva forma en superficie, saludando en la bóveda celeste. Hubimos de elegir seres para la preservación del punto origen. La preservación de esta fuente de vida. Elegimos una estirpe blanca. Es tarea vuestra descubrir vuestro pasado, no revelaré más. Levay es hoy, Zinea, el último esqueje de la estirpe elegida para la preservación de bahbahwue. Su protección y cuidado. Así fue al principio. Pero se ha manifestado ahora la anomalía.

Zinea frota las palmas de las manos sobre su vientre y las caderas, resbalando sobre la ropa y arrastrando copos de luz en el gesto.

-Existen filamentos y pulsos que componen vuestra naturaleza, esa red trama vuestra esencia, traza el (hecho de) ser humano. Existe un comportamiento común codificado, una membrana de reacciones y tendencias, química, física, matemática, todo ello integrado en la materia que os forma y derivado directamente de la aleación que todo lo sostiene. Muchos sistemas de credos e ideas se han trazado en la Tierra, muchas definiciones y cálculos. Un vergel maravilloso. Pero entre los humanos, una tendencia. A la supresión del otro, a su devora. Ese deseo, ese hambre necesaria impulsa a los humanos. Es una búsqueda, una continua carrera, por la suplantación y la agregación de ideas al sistema, la combinación de elementos para el hallazago de nuevos. Este hambre maravillosa impulsa también a los humanos de la estirpe a la que fue confiada la pureza de bahbahwe. El ansia y la devora exigente. También a la estirpe a la que fue confiada la pureza de bahbahwue afecta ese código, un comportamiento entre los humanos de esta tierra. El hambre que os impulsa es el hambre que os hace devoraros los unos a los otros. Levay, Levay y los suyos, Zinea, conducen su hambre valiéndose del Agujero. Se valen de la fuerza de bahbahwue, de su materia y esencia, para la progresiva asunción, control y agrupación de seres iguales. Utilizan las corrientes y el fluir. Por esencia, los humanos podéis tender a ello, pero ellos, la estirpe se vale de la materia para ello, y eso es lo que ahora debemos detener: los hace invencibles para el resto de humanos. Han incluso extorsionado el lenguaje. Le fue asignada a la estirpe una compañía, una vigilancia, procuradora. Una línea sanguínea de la Tierra Negra, kmt, el Egipto. La mujer. Ella no puede intervenir ni frenar. Su función es el curso, como el Nilo, raza de aleación. Ahora tal anomalía es colonia, pero irá expandiéndose por la población entera del planeta constituyéndose en legión. Una única red articulada, con capacidad, y hambrienta, para la propagación por el medio. Propagación. Por ahora, conforman reinos y familias.

 

Zinea, suave, mueve con elegancia sus brazos en la luz, cálidamente envuelta, atendiendo con serenidad a las palabras de Luna. Los labios rectos, los ojos entrecerrados. Reinos y familias. Recuerda en una imagen clara el salón de su casa, Internet, el calor, las tiendas. Está ahora envuelta de luz.

 

-Zinea, sólo un humano puede redimir a los humanos... Es necesario. No es celestialmente posible para mí o nosotros descender para la protección de Agujero. Podemos intervenir en otros flancos de tu tierra, lo hacemos, mucho y a menudo, con nuestra luz, con nuestros actos, pero no es por Naturaleza posible que nosotros defendamos Agujero. Agujero es vuestro. Nosotros lo abrimos, pero Agujero es necesariamente humano. Cuna. Cueva. Origen de los humanos. Por ello te elegimos. Elegimos a aquella humana en la cual más signo humano detectamos. La mejor equilibrada. Todos los seres tenemos en nuestro interior una representación del sistema del Universo. Los elementos se conjugan entre sí, y definen linealmente un triángulo entre, empleando términos de vuestra definición, razón, sexo y corazón. Así los llamáis, es la traslación de los vértices del Universo. No son tangibles. Son pozos y vértices que todo lo sostienen. No importa. El límite tecnológico, tecnología divina: el Universo es un mecanismo. Es bello, vuestros nombres son bellos... Dotados todos vosotros de los mismos flujos y mismos elementos, también sois mecanismos, y en función de la combinación que cada individuo administra, se definen las múltiples, millones, formas humanas del ser, vuestra especificidad. Los múltiples, millones, de seres humanos que hoy, ahora, habitan la Tierra. Los múltiples, millones, de triángulos. Tu triángulo, Zinea, uno muy equilibrado entre los humanos. Sus lados los más parejos entre sí. Tocante a la estructura superior: la esfera universal. La profundidad y peso de cada lado en sintonía casi idéntica. Tu triángulo muy parecido al sentir de equilibrio que, Zinea, a todos elementos nos mantiene existiendo...

Ahora es la luz la que autónomamente se mueve entorno a Zinea, besándola, valiéndola, en jarras, caricias, besos de luz.

-Eres quizás lo más parecido al ser que siempre deseamos para tu tierra. Zinea, contigo, y elementos, seguiremos...

Las lágrimas no pesan ni calientan. Son lágrimas-perlas que manan y flotan. Mucho amor. Celeste calor.

Prosigue Luna:

-Ven conmigo ahora. Dentro de muy poco nuestra órbita alcanzará la posición del filo celeste de Etelle por el que descenderás. Estarás envuelta. No tengas miedo, Zinea. Liberemos bahbahwue...

Ven conmigo.

Zinea entrecierra los ojos y aspira aire y luz.

 

3

Cuando Inge Ingeborg ve a los niños cree que se trata de una bárbara alucinación. Un pasaje inducido. Un ejército de niños está ascendiendo la loma hacia su mansión. Pendones, estandartes, se agitan en el aire. Los niños, cientos, abren sus bocas, cientos de muecas, y portan jabalinas y lanzas, arcos, palos y flechas. Una bruma azulada se eleva sobre ellos, polvo azul mezclado con la bruma rasera del golfo de Bothnia.

Grumos de nieve sobre la hierba quemada.

-Antonio, por favor.

Enfundada en un traje de látex negro, tensas las correas del corsé a su espalda, los pechos hinchados como banderas, Inge se ha puesto en pie frente al alto ventanal de la sala. Antonio, sentado en un sillón orejero, se inclina hacia delante y con los dedos corta el lamer de la perra que a sus pies limpiaba sus zapatos. Le pasa la mano por el lomo y desciende, haciendo tamborilear los dedos sobre la nalga y la cadera. Basta por ahora, sierva. Con el anverso de la mano, los dedos cerrados, empuja la mejilla apartando la cabeza de la perra. De rodillas, la perra se mueve, separándose un poco del sillón, la frente en el suelo. Lopez se pone en pie y acude a la solicitud.

-Antonio, ¿qué ves allí, amor mío?

Por la loma suben niños. Pálidos y azules. No hay sonido, tan sólo el viento del golfo.

-Un ejército de niños, Inge.

Al parpadear, las largas pestañas de Inge casi rozan el cristal.

-Antonio, avisa a todos por favor: defensa inmediata.

Y vuelca la mirada hacia el hombre. Se encuentran sus miradas sobre un abismo. Inge abre los ojos, Antonio los entrecierra. ¿Qué les asedia?

 

-Te amo.

-Y yo a ti.

 

Se vuelve el hombre y recorre la estancia hacia el sillón, se  agacha sobre la perra que esperaba en posición y extiende la mano sobre su nuca, levántate, ven conmigo Adèle, tienes que ayudarme...   

Desde su posición elevada, disuelta en el aire, Tía Ana observa el destacamento del pequeño Ludo subiendo por la loma este. Niños... Qué orgullosa estoy. Avanzan de forma irregular, alegres, sus sonidos nos son percibidos ni reproducidos en el aire, el eco de sus voces suena en las bóvedas celestes. El grupo de Helden remonta con solemnidad la vertiente norte, como un ondular, cada niño con un dogo azul de largos colmillos. Sus rugidos resuenan en las bóvedas celestes. La escuadra infantil de Clara se aproxima, sobrevolando el golfo desde las costas de Finlandia en formación circular, limpias llamas azules sobre el mar; pronto ocuparán su posición, rodeando la mansión desde el aire. Ya en el oeste forman los honderos de Louis, en línea y a la espera, sus hondas colgando de sus pequeños puños y los morrales repletos de pesadas rocas lunares. Los batallones de Pablo y Bárbara se encuentran ahora, tocando sus dedos, formando unidos un enorme círculo perimetral de retaguardia. Muy bien, niños... Muy bien todos. Esperad mi señal.

 

Inge Ingeborg, majestuosa stiletto, de pie ante su ventana, es vista por toda la planicie azul tal y cómo contempla exterior.

Sus pestañas, la vista abismal.

 

Es perfecta, Sonner. En las bóvedas celestes, las voces astrales... Es ella. Perfecta, Sonner. Lo es, mi Luna. La esfera en su interior.

 

                 En la mansión el movimiento de defensa ha comenzado. De las jaulas del sótano, las puertas ahora descandadas, salen hombres y mujeres, poco ejercitados físicamente, dejando atrás platos de comida de perro y recibiendo máscaras que cubrirán su rostro y velarán su identidad en campaña. Abrochadas las máscaras, llevan apenas una pequeña tira cubriendo su sexo y un arnés en aspa cruzando su pecho, tanto ellas como ellos. Reciben por parte de Adèle un fuerte azote en las nalgas, ZAP!, uno a uno, según cruzan el marco de piedra del sótano y ascienden al salón donde, en formación, recibirán sus instrucciones de contienda.

La defensa de las plantas altas de la mansión es organizada por la Reina en persona. Inge ha dispuesto a sirvientas y amas de llaves en grupos de dos, ocupando terrazas, parapetadas tras los ventanales, firmes en las galerías, servidas de negras ballestas y flechas finas y tallantes, proyectiles de filos y punzones. Una división piquerista. Por el tejado de la mansión, tumbadas sobre la pizarra como serpientes, se han distribuido las criadas personales de alcoba de la Reina. Sus cortas faldas negras aletean al viento, desvelando suavemente la parte baja de sus duras nalgas al cielo, y las finas correas que mantienen insertadas en sus coños gruesas pollas de látex lubricado. Cada una de ellas empuña una fina vara capaz de emitir descargas eléctricas de larga distancia.

Recibidas las instrucciones, los esclavos del sótano salen por la puerta principal de la mansión, enmascarados, sus ojillos brillantes por las hendiduras, y se disponen en formación circular, creando una corona humana defensiva rodeando la mansión. Descubren que, excepto por el sur, están rodeados. Las líneas infantiles enemigas se han detenido a distancia, formando tres inmensos muros de pequeñas siluetas azuladas. El aire es limpio, reina el silencio y la brisa blanquecina del golfo.

 

 

Muy bien, niños... Así. Aguantad. Blandid. Blandid. Daré la señal... ¿Estáis nerviosos? No, Tía Ana. Un poco, Tía. Bien. Por favor, niños... cantemos.

 

Una melodía lunar. En el dormitorio de la mansión, Inge Ingeborg se sostiene sobre unos larguísimos finísimos tacones de aguja, las botas cubriendo sus piernas sobre la rodilla, pegadas al mono de látex que oprime y alza su cuerpo hasta el cuello. Su coño, su monte, no es puntiagudo, es un copo, un grueso copo de luz. Las tetas, estandartes, el cuello: diosa terrestre. Lleva pelo recogido en una larga cola. Las pestañas de hada-araña. Sus inmensos ojos. Negros. Desde el dormitorio se abren ventanales sobre toda la planicie. Puede ver perfectamente los flancos de niños formando en las laderas entorno a la mansión. Ahora, audiblemente, cantan.

 

-Antonio...

 

Lmmmmmmmm Luuuuuuuuuuu Lmmmmmmmmm Leeeee-eeee-eeeee Lmmmmmmm Luuuuuuu Lmmmmmmm Leeaa-eeaa-eeee Antonio está ante ella, el bombín calado, la camisa abierta. Los pantalones de pinza, y ahora un cinturón con pistoleras sobre la cadera abrochado alrededor. En las fundas pistoleras, dos gruesas correas enrolladas. Un fulgor azul eléctrico emana de ellas. Una mueca de preocupación.

Lmmmmmmmmmmm Luuuuuuuuuuu

 

-Antonio, Barriga de Perro no me responde. No logro comunicar con él. Una y otra vez el visor no muestra imagen alguna. El sonido es un pitido. Algo está bloqueando el sistema.

 

La Reina acaricia suavemente la cabeza de la mujer que a sus pies, de rodillas, atiende perruna. Se dirige a ella:

 

-No tengas miedo, Miranda... Tu Ama Omtrek se encontrará bien...

 

La perra se mueve intranquila a los pies de la Reina. Temporalmente cedida por su Dueña Ama Omtrek al servicio de la Reina y su Consorte como presente nupcial, la perra Mi, percibiendo el dolor que se avecina, sufre por su Señora, allá en el hogar. Como un cachorro humano, lloriquea.

 

La Reina pasa su índice por la barbilla de la perra y le levanta el rostro para encontrar sus miradas:

 

-¿Quieres que la llamemos, Miranda? Vamos a hacerlo. Ella podrá darnos consejo en esta emergencia. Ayudarnos desde Aguas Calientes y tal vez sepa algo de Barriga. No tengas miedo... ¿La llamamos?

Miranda mira a la Reina, con ojos brillantes y sacando la lengua.

-Bau-bau –ladra. Dos ladridos: “sí”.

-De acuerdo. Llamémosla. Ponte en pie –y dirigiéndose a López -. Antonio, llama a Dolores por favor, cariño.

-Inge, los niños...

-La defensa está establecida, poco más podemos hacer que esperar.

-De acuerdo. Llamo a Dolores, pero bajaré con los cerdos después.

-Muy bien, amor mío. Eres noble –sonríe Inge y hace un ademán en dirección al intercomunicador, sin señalar, la palma abierta. Gesto real.

Antonio se dirige al visor y en la consola marca el número, 00, 1, de Dolores Omtrek... Estableciendo conexión...

 

 

Tía Ana modifica su posición. Llega ya, resplandecientes coágulos de luz en la atmósfera, el escuadrón de Clara, menos de dos millas marítimas para alcanzar la costa de Suecia. Sshhh, niños. Atentos. Ludo, estás maravilloso esta mañana. Todos los estáis. Helden, bellísima. Shhh-shhh, niños, por favor, Clara está a punto de llegar a nuestra posición. Esperad mi señal. ¿Los veis a ellos, formando alrededor? Y en las terrazas. Y en el tejado. Tened cuidado niños. Os veo, pero ahora, debo dejar la región. Voy a tomar posición con Olga y Cristina. Fuerza, niños. Amor, ¿de acuerdo? Fuerza y amor, niños. Y todos los niños como una inmensa bellísima voz infantil, de miles de picos y tonos, una alegría celeste-genérica, responden: Am o r  T í  a  An  a .   . .  Un coro en las bóvedas celestes. Tía Ana disuelveun beso en el clima, que se esparce... Formando entorno al palacio, los niños astrales continúan su canción.

Sobrevolando los montes interiores, altas cumbres de nieve amarillenta, los lagos y ríos heridos por la intensa luz boreal, Tía Ana se desplaza hacia el sur y al oeste, y cruza las planicies urbanizadas, allá pueblos y pequeñas ciudades, tejados de pizarras y caminos como regueros de hormiguero, camionetas y avionetas, allá queda Hoenberg parcialmente cubierto en las sombras proyectadas por los cúmulos nubosos que bloquean la luz, rostros esporádicos en la ventanas y plazas, y continúa y es frío el tacto del aire sobre el Kattegat y turbulento el encuentro de brisas angulares que soplan desde el Skagerrak, y continúa, Dinamarca, un tapiz de campos verdes y geométricas estructuras de piedra, puntiagudos campanarios que intentarían tal vez rozar los cielos intocables, sobrevolando la negra bahía de Kiel, ese pedazo de tierra oscura germana, las costas de Alemania sobre el mar del Norte, islas negras como grumos escupidos sobre el agua, siguiendo la luminosa línea, ventosa, bella costa de Holanda, y ahora describiendo un amplio arco, planea sobre el mar y el estrecho alcanzando Inglaterra, comienza el descenso, se filtra en la luz, se frena, rebaja, campos verdes, la campiña, lentamente, casi a rozar los tejados de Carlisle, atrás queda Carlisle, un pequeño tramo más de campos, la costa marrón. Altos muros de roca lamidos por las frías aguas el mar de Irlanda. Tía Ana se sitúa en lo alto de un risco, la línea quebradiza sobre las aguas. La luz es gris. Niñas..., podéis salir... Dos puntos de luz son detectados bajo las aguas, asomando desde grutas acuáticas o caladeros, avanzando ambas como proyectiles radiantes bajo el mar oscuro hacia la costa. Llegando a la mínima playa de piedras, las luces emergen del agua y cobran corporeidad. Olga y Cristina. Azules, rubias y gatunas. Niñas, qué bellas. Subid por favor. Y las niñas, como suaves llamas azuladas, ascienden desde la playa de piedras hasta el risco sobre el que Tía Ana contempla el mundo y sonríe. Tenemos sed, Tía Ana. Sí, ahora beberemos niñas... ¿Estáis bien? Sí, Tía Ana. Entonces no perdamos más tiempo, mis pequeñas. Vamos. Él está en casa... Y sospecho que nos espera. 

...100% Conectado. En el visor nace la imagen: la sala de conferencias de Dolores Omtrek. Una mesa vacía y varios sillones de mimbre. Hay una luz de pie encendida, proyectando su cónico haz controlado sobre el suelo de madera y una esquina de la inmensa alfombra navajo. Enormes ventanas al fondo muestran la noche estrellada de Aguas Calientes.

Antonio espera unos instantes. Si la imagen se muestra es que Dolores ha admitido la llamada, pero tal vez esté atendiendo alguna cuestión. Al no aparecer, ni oír sonido alguno salvo el rumor ambiente, López oprime el botón del comunicador:

-¿Dolores?

Silencio.

El cálido rumor del viento, nada más. Antonio observa la imagen digital de la estancia. Corta el aire-píxel un súbito grito femenino. Una joven. Después se oye un chascar de flagelo. Un gemido. Un aspirar. Otro chascar.

Lopez oprime el botón de nuevo:

-Los navajo no tolerarían que alguien como tú tuviese esa alfombra, Dolores... –y sonríe.

Chasquidos y gemidos cesan. Fuera de plano, se oye finalmente la voz de Omtrek: << Retírate, puta. Baja y ve al establo. Dile a Egon que te prepare, ¿entendido? Montura, cola y penacho. Vamos... >> Otro chascar. Y otro. Otro. << Daremos un paseo nocturno, ponygirl ... >>. Y otro más.

En plano entra Dolores Omtrek.

Lleva una blusa estampada, granjera, de cuello redondo abotonado. Sus grandes pechos amelonados abultan como montañas ocultas bajo la ropa. Una falda arenosa de campiña fija con su tiro alto la madura cintura de Omtrek como los vértices trapezoidales de una tarta de bizcocho y nata. Bajo la falda se marcan los elásticos de sus ligueros. Los ojos aristocráticamente ensombrados en plata oscura sable MaryKay.

-Estúpido español.

-Hola, Dolores –sonríe López-. Inge deseaba hablar contigo. Tenemos contingencias aquí.

-¿Contingencias? ¿Qué clase de contingencias?

-Ella te explicará.

-¿Qué tal se encuentra mi bonita?

-Tiene muchas ganas de verte.

-Muy bien. Y yo a ella. Gracias, Antonio. Que entre Inge, por favor.

-Adiós, Dolores.

Antonio se retira del plano y en él entra Inge, acompañada por Miranda. Por los altísimos tacones de la Reina, Miranda, que va descalza (su melenita morena cortada a la altura del mentón, los ojitos tras un plumífero antifaz, el cuerpo sujeto bajo el corpiño) apenas llega a la altura de los firmes pechos de la alteza danesa.

-Reina, qué hermosa eres...

-Gracias, Dolores... Tenemos un problema.

-Miranda, pequeña mía, ¿qué tal estás?

Miranda, como una cachorra , sonríe tras su antifaz de plumas negras y sus ojos brillan, la melenita se mueve dinámica: la alegría de la perra, gozosa, viendo que se encuentra bien su Dueña (movería la cola, pero su biología es humana), saludándola... Habla.

-Bien, mi Amanda. Muy bien, mi Señora.

-Así me gusta, querida. Mira. Ahora vas a hacer una cosa... –la señora Omtrek entrecierra sus ojos, las bolsas bajo ellos se estiran, plata sable, y aprieta las comisuras de la boca, estirando sus arrugas maduras, el pelo cobre arenoso desmontando sobre sus hombros -. Mientras tu Señora anfitriona y yo hablamos, vas a ella adorarla y lamerle el coño como harías si ella fuese yo, Miranda. Espero que hayas actuado así todo el tiempo...

-Así ha sido –intercede Inge.

-Estupendo... –sonríe y dirigiéndose a Mi: - Ahora. Vamos.

-Sí, Señora.

Miranda se agacha y de rodillas apoya la frente ante las puntas de las botas de la Reina. Lentamente, empieza a lamer el suelo. E irá ascendiendo.

Dolores Omtrek, su imagen digital, busca la mirada de Inge.

-Contingencias decía Antonio... ¿Qué problemas son, querida?

-Niños, Dolores...

Omtrek arquea una ceja con sorpresa. La perra besa las puntas extremas de las botas, alternando con suaves lamidos en los tacones...

-... Niños. Estamos rodeados de niños astrales.

Seguidme, hijas, es por aquí... Las dos niñas avanzan apenas flotando sobre el suelo de roca y musgo. Tía Ana va por delante. El paisaje: colinas de hierba marrón y arbustos, las planicies marcadas por largos murillos de contención y terraza, indicando los límites de los campos. Surcan por uno de los caminos a pleno día, marcadas las huellas de ruedas. La luz es gris y el clima tibio, y las niñas avanzan en silencio. Tía Ana concentra su atención por un instante en las posiciones en Brëol y el palacio de la Reina. Siente el mecerse de las hondas, las gélidas rocas lunares en los zurrones, el babear de los dogos que está formando ya pequeños charcos densos de saliva sobre la hierba quemada de la ladera, el aire. Pronto la señal niños. Tía Ana, ya estamos aquí. Lo sé, Clara; estupendo hija, ¿aguantáis? Por supuesto, Tía.

Horrorizadas, las damas de alcoba en el tejado junto con las sirvientas y amas de llaves en las terrazas observan el anillo de luz azul que sobre ellas se ha formado. En el aire, cubriendo todos los flancos.

 

En el suelo, López pasa revista a las tropas. Una hilera de hombres y mujeres rodeando la mansión. En las mazmorras, en los actos, en el establo, éstos son muchos seres a nuestro servicio, pero qué pequeño débil ejército es. Qué endeble la línea parece frente al inmenso corpus celeste que les rodea. Qué pesado el silencio. El miedo... es humano. Y los cerdos son humanos. Por segunda vez en la sigilosa revista (no hay arengas, ni alharacas, ni vítores de entusiasmo u honra: el silencio comunica. Los gestos y decisiones libres de cada uno de esos hombres y mujeres, de todos ellos, la suma de gestos, les ha llevado a encontrarse donde se encuentran ahora y ocupar la posición que ahora ocupan en el diagrama de relaciones) López ve un reguero de pis.

Antes fue una mujer, un charco entre sus pies, y ahora lo ve, resbalando por las piernas de un hombre. Con las ordenes establecidas, posición firme, sencillamente se ha orinado encima. Sostiene la mirada al frente. Ante él, es la cara norte de la mansión, se extiende una larga luminaria de niños. En la cuesta, a media distancia. Cada niño con un dogo. Son como espectros de alegre azul, todavía en la plaza, esperando iniciar la marcha. Tiene mucho miedo y se ha orinado. Antonio lo mira fijamente y en su mirada intenta transmitir comprensión. Lo abrazaría, pero existe un código. El hombre sostiene la mirada con miedo devoto y venerante. Un instante, cada instante es un abrazo. López sigue caminando, mirando uno a uno, intentando transmitir en su paso y sus gestos, coraje y valor. Dogos, hondas, lanzas y esta especie de hadas asesinas que ahora orbitan los tejados de la mansión.

 

 

-¿Lo veis? Está ahí.

Las niñas cierran sus ojitos y escrutan la casa. Son miradas radar, ojos scan. Lo ven. Inmóvil. Sueltan risitas.

-¡Está desnudo!

-Niñas, por favor...

Jijijjijijiji.

 

Barriga de Perro está desnudo. Al amanecer ha empezado la sensación. Solo como siempre, se ha levantado al salir el sol. Escaleras abajo. Esta casa vacía como una casa poblada de espectros. Tal vez el brusco cambio horario, apenas recién llegado de Puerto Viejo con motivo de la boda real, ha tenido una extraña sensación al cruzar el vestíbulo, tenuemente bañado por la luz norteña cobriza del amanecer. Una inundación. Repentina. Por sus poros. Muy extraño estertor. Ha sido un impulso afectando vascularmente, los riegos, los conductos, las gónadas, enjambres de neuronas de pronto inundadas por el frío. Sintió un bloqueo inmerso en su nuca. Palpado.

Se da cuenta ahora: no ha reaccionado todavía del efecto de este pulso. No se mueve. Pero cómo es posible... ¿Qué hora es? La luz es gris clara fuera. Casi mediodía. ¿Qué he hecho? Está, está, estoy desnudo, ¡todavía de pie en el vestíbulo! ¿Me he movido? ¿Dónde he ido? No. No has ido a ningún sitio. Es un haz. Estoy bajo el influjo de un haz. Me retiene. Al amanecer ha empezado la sensación. El amanecer ha pasado, yo sigo aquí. Detenido. Una pinza caliente inseminada en mi nuca. Los músculos agarrotados. Barriga, es una ofensiva. ¿Cómo? Ofensiva celeste. ¿Dolores? Sí. ¿Eres tú, Omtrek? Sí. ¿Por qué me apresas? Barriga no soy yo quien te apresa. ¿Qué sucede? Estoy ahora mismo hablando con Inge en el visor. Os atacan en Brëol. ¿Cómo dices? Tengo que hablar con Levay. ¡Me han fijado! ¡Estoy preso, Omtrek! ¡Ayúdame! No puedo, hijo. No puedo hacer nada por ti. ¡¿Cómo?! ¡Tengo miedo! Dolores...

 

¡Dolores!

 

Pero Dolores Omtrek ya ha abandonado el magma de los pensamientos de Barriga, dejándolo a su suerte. Sólo le queda esperar. Reducido. Está ahora experimentando lo que a otros han hecho experimentar: privación. No puede moverse, sólo pensar y esperar. Al menos Barriga puede ver y sus glóbulos oculares se mueven nerviosos, sus pupilas abriéndose captando la luz que lentamente avanza y barre el suelo. Y puede oír. El repicar de metrónomo del reloj sobre la repisa de la chimenea. A las primeras lágrimas de pánico se les suma un torrente al comprender Barriga que es atroz el abismo que media entre éstas y las últimas lágrimas que lloró. De niño, un otoño, al hurgar con la manita en el hueco de un gigante alcornoque, fueron su mano, muñeca y bracito por completo agredidos por el terrible enjambre de insectos que habían colonizado esas sombras. Al sentir los miles de micro-mordiscos, el niño había sacado la mano apresuradamente, viendo con pavor cómo una manta negra y móvil, cientos de movimientos autónomos, se había adherido a su piel, recorriendo en masa dedos, nudillos y trepando su brazo. Y dolía. Llevado por el terror, había golpeado la manita salvajemente contra el tronco, expulsando los bichos, y azotando con la otra mano en la piel, y con hojas y golpeando. Tanto, que se rompió dos dedos y la muñeca. Tantos mordiscos y dolor: lloró. Lloró mucho. Y fue la última vez. Ahora son calientes las lágrimas y el torrente es inmenso. El tiempo: irrevocable. ¿Qué entre aquellas lágrimas y éstas? La vida entera... Estático, Barriga llora.

-Inge, querida...

La Reina ha visto a Dolores, ojos cerrados, labios prietos, comunicándose con Barriga. De pensamiento a pensamiento: la virtud elemental de HOLE. Tienen retenido, un haz directo sobre su mentor. Fijado en Carlisle. Es una horda celeste. Una ocupación. Inge Ingeborg siente un nudo orgánico tensándose en su estómago.

Sus largas pestañas apunto de sostener lágrimas como perlas.

-Voy a hablar con Levay, Reina. Inmediatamente. Resistid y vendremos a por vosotros como sea.

-Sí... ¿Qué ha pasado, Dolores? ¿Qué está pasando?

-Inge... –el zumbido digital-. No estoy segura. Debo hablar con Levay... ¿Cuándo van a atacar?

En el aire ha crecido una tensión eléctrica. Recuerda Inge una noche de verano. Aquí. Un millón de años atrás. Los rayos restallaban. Joelene se llevó la mano al coño... Sus yemas sostenidas en el aire, brillante sangre menstrual.

-No lo sé. Está tensión es horrible.

-Aguantad.

-Sí.

-Intentemos salvarnos. Adiós, Reina.

Las separa un zumbido digital.

-Adiós, Dolores.

Dolores Omtrek cierra los labios, un gesto sobre la consola y la transmisión se corta. En el visor, la pantalla se torna negra. Apagada. Fuera. El ejército de niños oprime risueñamente cada molécula de aire. El aire es azul. Ya no cantan. Suena el bufido del viento solar.

 

              Todo va a ser resuelto. Así siente Barriga. Y a la vez rabia, y miedo. La mujer se encuentra ante él, en el vestíbulo de su hogar espectral. Parece en sí un espectro que hubiera obtenido definición de la masa invisible. Tía Ana ha establecido su corporeidad en una fase intermedia y trasluce la luz matinal cuerpo a través. Su pelo recogido y con ropas modestas, una profesora de provincias. Su poder es inmenso. Levanta un dedo hacia el hombre. Su voz tiene cavidades en las que ondea el agua.

 

-Barriga... Qué precioso mediodía.

Barriga hablaría, pero no puede mover los labios. Su garganta sí le permite carraspeos y mugidos. Gruñe. Si verbalizase, el gruñido sería ordenado a: “te mataré, vieja puta”. Tía Ana sonríe, conoce y ama la intensa agresividad de los chicos humanos.

 

-Me temo que no, hijo.

 

Grrrrr.

 

-En vuestra historia, la lujuria siempre ha sido una puerta al mal. Esa concepción dual, el bien y el mal. Que os mantengais en un sistema dual hoy aún, es bello. Ahora que encontrais agua en Marte, ahora que veis bosques de líquenes y rastros de posibles civilizaciones en la superficie de Marte, nosotros en el cielo descubrimos en vosotros una maravillosa red túneles subterráneos que habéis creado entre vuestras regiones de bien y mal. Conductos, puertas, túneles y pasarelas. Muestras de una intensísima actividad de ingeniería moral. Habéis progresado enormemente. 

 

Grrrrrrr. Preso, las lágrimas brotan de los pozos de Barriga. Los tonos y huecos en la voz de la mujer son un retumbar en su organismo. Mueven, como lo haría el viento y las piedras en el agua, ondas en el inundación que bloquea su organismo.

 

-Sin embargo, Barriga... No sería irreversible si únicamente afectase al planeta. Pero llegados a este punto hemos observado: la hambruna necesaria también os conduce a vosotros. A Levay y a vosotros, fuera de la estirpe, sus escuadras de protección, sus tropas de asalto. Ten presente una cosa, hijo: todo mecanismo, y el sistema celeste lo es, tiene por naturaleza una capacidad de anticipación. Todas las piezas en funcionamiento crean un orden, en principio inmutable. Puede por tanto deteriminarse. A mayor complejidad, mayor variabilidad, y mayor precisión en la anticipación. Un sistema. Salvo anomalías. Las agujas de uno de vuestros relojes dejarán de marcar las 3h00 un día, debido a una mota que bloquea la muesca e impide la rotación. Una pequeña mota, puede desarticular un sistema. Vosotros, Levay y los reinos, suponéis esa anomalía. Debéis ser retirados, Barriga.

 

El joven ve pasar antes sus ojos las decisiones de su vida. Sus manos sosteniendo una revista pornográfica, el chicle pegado al pelo de una niña, una plasta rosada y el llanto terrible, revive el miedo que sintió, intacto, atemporal. Toda una sucesión de decisiones. Una articulación. Sosteniendo una pinta repleta y rebosante, la pierna tibiamente bronceada de la chica en el tabureta al lado, la noche temprana adolescente, cada decisión. El mapa de su vida. Comprende ahora cada conexión, del inicio a hoy.

 

-Niñas, por favor. Entrad.

 

Grrrrrr...

De pronto, quiere llorar. La boca seca, Barriga dirige sus globos oculares barriendo el vestíbulo. Dos niñas emergen del aire y cobran cuerpo, parapetando a lado y lado a la mujer. Sonríen.

-Éste es el hombre que os necesita.

Jijijijijijijijiji.

-Niñas, por favor...

Jijijijijijijiji.

-No es más que la hermosa desnudez de un guerrero equivocado...

Jijijijijijijijiji.

-Ay... Estas niñas incorregibles... –sonríe la mujer.

Barriga siente que las aguas en su interior suben un punto de calor. Al tiempo, ambas niñas se elevan en el aire, a media altura entre la alfombra y el techo el vestíbulo. Las sombras ocres del mediodía son moduladas por su movimientos aéreos. Las dos niñas sonríen, basculando sus cuerpos como si éstos pendiesen de hilos invisibles que las sostuvieran desde el cielo.

Jijijijijijijijiji.

El movimiento recuerda a Barriga metrajes del cine de vampiros. Las niñas se dirigen súbitamente hacia él. Su cerebro ordena protección general, pero está inmóvil. Las niñas le abrazan. Una se aferra a su cuello y hombros, la otra lo rodea, colgando a su espalda y pasando las piernas por su estómago. Barriga siente de pronto un inmenso amor.

 

Es aliviado de todo dolor.

 

El amor orgánicamente transmitido es cálido y suave. Las niñas lo abrazan. Barriga siente el descomponerse, habitaciones y cuencas sombrías que se abren por primera vez a una intensa luz, las sombras son diluidas y la luz se esparce viva por cada rincón. Y trae calor. Y más calor, el abrazo permanece, el amor es calor, sigue y aumenta. La luz. La inundación que lo apresa, reacciona al calor. Esta agua interior aumenta, más y más calor, borboteos, burbujeos, comienza la ebullición. Las niñas aprietan sus músculos celestes contra la piel del hombre. El amor se vuelve hirviente, punzante, desde el interior, en cada vaso y vena, en cada átomo: ardor. Cocción. Lo están cociendo, lo están hirviendo en el agua interior. En este mundo no existe el dolor. Barriga ve su piel tornándose gris primero, lívida después y azulada, pálida después. Lentamente, el calor es inmenso, siente cada sombra reducirse, la luz cada vez es mayor y más huecos ocupa, más se extiende, pronto todo será blanco, todo será luz, no habrá definición. Un infinito estado de luz. No tengas miedo. No tengas miedo, Barriga. Su cuerpo es cáscara, se levanta, es elevado, las niñas le llevan, en vuelo, llevan su esencia, limpia, ligera ahora, aire arriba, suben, suben, el cuerpo queda atrás, queda abajo, qué claridad, el mundo, el suelo, subiendo con las niñas que lo elevan cielo arriba. El cosmos, lento, las bóvedas celestes que se expanden en claras sombras azules en toda dirección.

 

 

Tía Ana queda en el vestíbulo en silencio. Continua el pendular del reloj sobre la repisa. Ante ella, lo que fue la forma humana de un guerrero, semeja ahora una escultura de ceniza azul. Sonríe con lástima. Avanza un paso e introduce su mano corporal en el pecho de la estatua. Como arena, el pecho se deshace. Agita los dedos, caen riadas de grumos y ceniza azul. Se deshace el cuerpo, lo abraza Tía Ana por completo, sintiendo la caída como caería agua, como se desharía una figura de polen. El cuerpo es ahora un montículo azulado en el suelo del vestíbulo. Tía Ana suspira. Sonríe con paz. Y respirando hondo, se disuelve en el aire.

 

Del montículo de polvo azul, surgen pequeñas llamitas espontáneas. Arden. El montículo combuste. Es desintegrado. Nada más que un mínimo cerco grisáceo sobre la alfombra. La luz del mediodía segmenta el espacio con solemnidad. En los tonos de carillón, suena el punto de mediodía.              

Cenit solar.

 

Tía Ana envía la señal a los niños sobre el Bothnia.

 

Una tromba de luz azul. Las primeras rocas, materia lunar, describiendo preciosos arcos en el aire de mediodía. Sobre pechos, cabezas, caras y manos, impactando: pieles y cuerpos humanos rotos como finas cáscaras. Orificios quebradizos, ovíparos, suplantan rostros y estómagos. Llamaradas de descarga eléctrica cruzan en defensa el aire matinal desde el tejado de la mansión. Aquí y allí son atravesados ilesos niños lunares, la marabunta es inmensa y avanza por los flancos, en jolgorio. Pequeños filos y tramos de electricidad surcan la atmósfera, proyectiles eléctricos que son absorbidos por las pieles infantiles.

 

El cielo es irreductible.

Sin detenerse un instante, los lunares insertan sus lanzas sin descanso. Cada inserción recibe una ligera oposición grumosa, como el clavar de un sable en una cuba de hígados, sin sangre. De las heridas mana una densa baba negruzca, surcada por mínimos filos azules. Caen, se desmoronan. Ruedan porciones de cabezas, pelo, encéfalo, dedos y frentes, pechos, estómagos, caderas, mentones y cuellos... El gran cielo abierto, el cerco de hadas luminosas. La brisa del golfo agita y levanta las faldas de las sirvientas en el tejado, la punta de sus coños a la luz, los músculos contraídos de sus perfectos muslos en tensión. Combaten con sus flechas. Reflejos líquidos, acuosos, sobre el suelo, cientos de pedazos orgánicos. Regurgitados por el cielo. Las muchachas lloran por la vibración silenciosa que en el aire retumba. Abajo. Jauría celeste. Como lo haría una marea de arañas, los dogos se dividen en columnas, escaleras arriba hacia las plantas superiores y otros bajo el arco de piedra que a un lado del vestíbulo de acceso a la fría escalera que conduce al sótano y mazmorras. Sus rugidos silenciosos, azul ferocidad. Tras los perros, entran unos cuantos niños al vestíbulo y también se reparten. Se ocuparán de ayudar a los cuerpos vivos que entre ambos mundos queden, empujándolos al otro lado. El rugir de los perros no es audible en este aire, pero sí los chillidos de las mujeres. Todo es rápido y el silencio es vibración y la vibración ocupa el aire y absorbe todo grito. Sin dolor: órganos genitales y costillas, masas de carne sangrienta. Ascienden. Todos ascienden. El aire es limpio. Porciones derruidas, pezones arrancados, músculos, muslos, tobillos, un irregular cubo de carne con un ombligo impoluto en su cara principal. Ascienden. Los niños siguen el rastro de los perros, palpando con los dedos cada pedazo que encuentran. Empujan así cada pedazo al río. Huesos, ojos, manos, piernas, flotando en la limpia sub-corriente celestial.

 

Despojado del muro humano defensivo, su regio pórtico, abiertas las descomunales hojas de madera del portalón, se levanta desprotegida la mansión, envuelta en una bruma pálida. Pequeños rayos fluctúan tibiamente desde las galerías y el tejado, como susurros; sin incisión. Vacío. Sentado en el último peldaño de la escalinata de acceso, Antonio López  juguetea con su bombín, la vista perdida entre las vetas del mármol de la escalera. Está cubierto de manchas azules. Sus correas eléctricas siguen enrolladas en las fundas pistoleras, sin usar. Es inútil. Dos niños pasan por su lado, descendiendo las escaleras. Él mantiene la vista en el suelo. Esparcidos los trozos de aquellos que fueron suyos, quemada la hierba, fundida la nieve. Es tibio el sol de mediodía que sobre la región transita. Siente en su espalda la humedad del salón principal respirando al exterior.  Uno de los niños se le acerca. Tú, hombre. Antonio, perdido en la tristeza, mira al niño que sostiene su mirada con un brillo de alegría matinal. Ven con nosotros.

 

-¿Dónde?- pregunta, sus ojos pozos de confusión.

 

El niño sonríe. Una amplia sonrisa, la misma que al recibir un dulce una bella tarde de paseo familiar. Acerca su manita a la frente del hombre. Lopez tiene un destello de humanidad. ¿Tengo elección? El niño se detiene. Siempre la tienes. Todos la tenemos. Ante sí la hierba quemada. Levanta el rostro y cierra los ojos. Van a posar yemas azules sobre la piel sudorosa del humano. Una membrana gris comienza a expandirse desde el punto de contacto, cubriendo por completo al hombre que queda petrificado en el acto, su gesto es triste, pero los ojos comprenden. Tejida la pleura, la carne del hombre se torna pálida como una rosa y se contrae, se quiebra como bloques de hielo, cayendo cada pedazo de su y cuerpo al abismo de un pozo interior de azules profundidades. Luego, únicamente la membrana gris de cobertura que ha retenido la posición y gesto del hombre. Una bella escultura membranosa del óbito, que ahora es dispersada por un bufido del pequeño Ludo.

 

Tía Ana. Dime, Helden. Hemos encontrado a la hermana y a otra mujer, una joven francesa. Muy bien, hija, niños. Sois maravillosos. Protegedlas, por favor. Estaban en las mazmorras, Tía. Los dogos han olido a la hermana y se han detenido. Estaban, Tía, en el último calabozo, hay instrumentos extraños aquí, muchos aparatos de tormento y reclusión... Estaban aquí, escondida cada una en una jaula, habían cerrado las rejas y miraban al fondo del cubículo, de espaldas a los dogos y a nosotros. Tía Ana..., ¿por qué son estas personas así? Tía Ana sonríe con amor. Inge la ve sonreír, y aunque no oye palabras, siente un fluir de comunicación, como un pulsar donde cada partícula fuese un significado... Sin verbo, comprende. El verbo se hizo carne. Querida Helden, Bárbara, mis niños, estas personas buscaban su vía a la salvación. Otros humanos eligen otras formas, pero tal discernimiento no nos compete. Ellos buscaban liberarse como cualquier otro. No es nuestra tarea juzgar. Estamos aquí porque los seres que ellos encumbraron, los seres que los sometieron. Proteged a las mujeres, Bárbara. Subidlas. Sí, Tía Ana. Muy bien, niños. Estoy muy orgullosa de todos vosotros. Gracias, Tía. Gracias a vosotros, niños. Tía Ana. Dime. La hermana no desea ser movida. Exige ver a su Señora. No quiere ir a ningún sitio. La joven francesa tampoco quiere nada de nosotros. Se quedará con Miranda, dice. ¿Qué hacemos? De acuerdo. Tía Ana ejecuta una bilocación y con menor presencia corporal que los niños, se envía a la mazmorra. Cruces en aspa y potros. Jaulas, elementos de retención y restricción. Las dos muchachas están de pie en el centro de la sala. Los niños las miran con curiosidad. Están cogidas de la mano, Miranda y Adèle. Es Adèle, morena, piel rosal, quien habla. Adèle, de Issy-les-Molineaux, desea permanecer. Habla.

 

-No sabemos quiénes sois ni en virtud de qué razón quereis hacernos lo que al resto. Tantos pedazos humanos, ¿por qué son mejores esos pedazos que nuestra vida hoy? ¿Por qué vuestro sitio es mejor? ¿Acaso no seré juzgada allá donde me quereis enviar? ¿Por qué debo ser juzgada? Y, ¿cuál es la ley que me exonerará o condenará? No me sirven vuestras luces. No comprendo por qué vosotros debéis juzgar, si es que es un juicio lo que vamos a encontrar. No quiero. No quiero ir. Yo soy feliz así, yo lo escogí, y quiero permanecer... No me toquéis, no me voy a mover. Y Miranda... Miranda: habla por favor.

 

Al expresarse, las palabras de la joven suenan dubitativas, reverberantes, no por desconocmiento de conceptos, por identidad.

Ha sido mermada su voluntad de expresión verbal a base de ejercicio e instrucción.

Finalmente articula:

 

-Me quiero quedar... No quiero ir a ningún sitio...

 

Los niños contemplan impávidos. No es la imagen corporal de Tía Ana la que determina, es su voz, su presencia espectral en la mazmorra diluyéndose, entre los niños:

-Entonces, dejadlas estar... Que permanezcan, hijos.

 

En el aire se mantiene el cerco de luminarias. Inge Ingeborg está sentada y bajo el blanco sol. Sentada, sus piernas recogidas, los tacones clavados sobre la pizarra. Tía Ana flota corpórea ante ella. Acaba de oír su voz: que permanezcan. Cálida. Sobre el tejado: tornasolados jirones de faldas de látex, pedazos calcinados de plástico, abombados, irreconocibles, membranas y globos oculares disueltos como yemas de huevo. Las niñas-llamas flotan como una coronación. La Reina sola. Sopla la brisa del Bothnia. Tía Ana, flotando ahora apenas sobre la pizarra, mira con paciencia a la Reina. Esfera.

 

-Inge Ingeborg, te necesitamos.

 

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