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Bondad

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Reina sin reino, deberá enfrentarse a si misma y su capacidad. De la nada, de la estructura, levantar el reino otra vez, si desea: que permanezcan. Reclutar el reino otra vez. Pero, ¿otra vez? ¿El mismo reino no tendrá una y mil veces el mismo final? Un reino mejor. ¿Pero cómo? ¿Dónde ha estado el error? Analizar, volver a empezar, probar... ¿Lo desea? O ¿lo deseaba cuando todo empezó? ¿No fue más bien arrastrada, inducida, usada? ¡Pero es la Reina! Entregarse es perder. Perder todo lo que es. El dolor que tuvo Joellene. Ser sólo cáscara, escultura de ceniza y cristal. Perder el sentido del ser... ¿A quién apiadarme, a quién preguntar...? Las mejillas de Inge, sus ojos, sus labios, cobran un gesto de la infancia. Los rasgos se estiran, vibran ligeramente sus labios. Empieza a llorar. Como una niña. Hunde la cara entre las manos, sintiendo los surcos que dejan las lágrimas en su rostro y palmas.

 

El arco de luminarias zumba como un enjambre. La Reina percibe el sonido por primera vez. La luz es más azul alrededor. Primeras percepciones celestes.

 

-¿Dónde me llevarás?

 

Una red está siendo tramada a su alrededor. Puede ver los filamentos y atómicos nudos hilándose a su alrededor, cubriendo el cielo, el aire, el color, cerrándose sobre la realidad. Su percepción. Pero ella no se ha pronunciado y le han dicho que podía elegir. Ya has elegido. Acabas de hacerlo: ¿dónde me llevarás? La imagen de la mujer flotante, envuelta en un halo blanquecino y coronada su cabeza por un cerco de llamas azules expectantes, es blanca y suave y paciente. Reina pero antes, debo pedirte: Inge Ingeborg, ayúdanos. Es necesario. Y te ayudarás a ti, deshaciendo el camino. Inge tu forma interior es esférica. A diferencia de los triángulos internos del resto de humanos, tú tienes una esfera en tu interior. Inge, llevas la siguiente semilla en tu interior. Todos los puntos de una esfera son accesibles mediante el avance. Tú tienes la capacidad de destruir y renacer. Tu avance circular lo permite. Inge, avanza. 

 

Inge ve la imagen empujada en su mente.

 

Una anticipación de la prenda. Recibe con empatía la intensa carga de agudísimo dolor, no logra retener el foco, pero sí el intenso color. Y sangre. La imagen se disuelve. Avanza, Inge. Adelante. Destruirás y portarás el renacer. Inge entrecierra los ojos, se pone en pie, apenas en equilibrio sobre sus finos tacones hincados en la pizarra. Llévame, susurra. Avancemos. Inge está ya cubierta por completo de tejido azulado. Tía Ana sonríe – mariana. Adelante, Clara. Del cerco de niños-llama surgen pequeños rayos que envuelven la malla azul que se ha trazado entorno a Inge y la levantan, llevándola en esa bolsa azul. Se elevan en la atmósfera,  transportando como un peso a la mujer, intacta, al destino, el avance celeste que se inicia.

 

Caen las primeras gotas.

 

La brisa del Bothnia mece la hierba quemada, ondeando en esta primera hora de la tarde como una bandera y un inmenso mar en paz.

 

4

Cuando Levay entra al salón, Etelle ya se encuentra ahí, de pie ante los altos cristales de la galería, abocada a las claras sombras que en el exterior se estiran. El cielo nocturno es un manto de oscuridad gradual, profundamente perlado de estrellas y destellantes puntos de luz. Gruesos tramos de rayos de luna descienden sobre el mundo.

-Qué hermosa vista, ¿no es cierto?

Etelle se vuelve a la voz masculina.

El obispo ha obtenido miles de recompensas de los tesoros de otros. De los ojos, miradas, flores y gestos de otros. Agasajado por los otros.

-Maravillosa. Se percibe aquí una paz especial, señor Levay...

Levay ejecuta una sonrisa traviesa.

-Así es, querida...

-Me gusta.

 

Desde tiempos remotos, desde el principio de civilización tenemos constancia de una noción: el orden cósmico. Las monstruosidades, en la vieja Asiria, los niños que nacían con deformidades, eran, como alteración del orden cósmico, considerados presagios de incierto futuro. El niño que nazca sin orejas: mal reinado será. Cada monstruo, una anunciación. Un advenimiento.

-Es un lugar maravilloso, Etelle, ¿quieres saber por qué?

Etelle se encoge de hombros y su gesto está extraído de los tiempos en que fue una joven estudiante, la sonrisa desértica: limpio signo de capacidad para el amor.

-¿Hay una razón? –pregunta la joven.

-Siempre hay una razón. La dificultad está en establecer cuál es y la causa de ésta... –El obispo hace un gesto dirigido, invitando al asiento.

 

La mesa es larga y está cubierta por un largo mantel reluciente. El juego de pequeños focos de interior dispuesto a lo largo de una varilla pendiente del techo reparte haces de luz definida. La mesa ha sido puesta para dos. Uno en la punta, otro a su derecha. Levay en la punta, se sientan.

Sirviendo agua helada en las dos copas, el obispo habla.

-En este lugar, Etelle, nos encontramos en el límite de la cuenca hídrica del río Nilo... Sobre ella -. Deja la jarra sobre la mesa y se lleva el vaso a la boca, sorbiendo.

Etelle sostiene el vaso con índice y pulgar.

-¿Aquí?

-Uno de sus límites. El agua madre del Nilo, su limo, su fluir Sur-Norte, alimenta las tierras de las que nosotros aquí arriba disponemos. Imagina una red de venas, de filos acuáticos subterráneos corriendo como un sistema sanguíneo, acuático, bajo nosotros...

 

Acompañada del tintineo de una campanilla, entró en ese instante Skone al salón. Qué mulata afilada. Le pareció a Etelle más alta y prominente que en la tarde, más larga, más recta, más real. Nsyt. Realeza. Rodeó la mesa por completo a paso lento y firme, casi flotante, y fue a sentarse en el sitio frente a Etelle, a la izquierda de Pierre Levay, que ocupaba la punta. 

No había plato para ella.

-Buenas noches –sonrió -. ¿Charlaban?

-Buenas noches.

-¿Qué tal se encuentra el pequeño Gar, querida?

-Estupendo –sonríe Etelle- Lo he dejado durmiendo como un angelito. Toda la cama para él. Comentábamos acerca de la increíble paz que se respira en este lugar.

Skone sonrió.

-Fina sensibilidad tienes, querida.

-Es así. Una paz que todo lo envuelve, señora.

-Así es, mi querida...

 

Se abrieron las altas puertas correderas que a espaldas de Levay, en el fondo de la sala, se elevaban. Por ella entraron tres personajes, hombres, altos, rubios y blancos, cubiertos por togas blancas vaporosas, casi transparentes, y portaban cada uno una bandeja.

 

-La cena.

 

Sobre hojas de parra, se esparcían racimos desmenuzados de uva negra, porciones de piña y fragmentos de coco en una de las bandejas. Una inmensa montaña de arroz blanco cocido en otra; y en la tercera, una fina lámina oscura, como crema batida o un ungüento. Los platos de los dos comensales son servidos del siguiente modo: uno por uno, los hombres de aspecto atlante se sitúan a derecha del comensal, primero Etelle, después Levay, sirviendo primero las frutas en un margen del plato, después una montaña de arroz en el centro y una fina muestra del ungüento en el otro margen. No hay respiración, no hay vibración humana en los hombres. Eso entiende Etelle. Pese a ver pasar los brazos de ellos antes sus, ojos, mirarles a la cara uno a uno tras cada servicio, no percibe Etelle parámetros humanos en ellos. Como espectros, sin temperatura, o sonidos locales (ni respiración, ni carraspeo, sin oquedad real en el espacio que ocupan) actúan. 

Levay se reclina contra el respaldo de mimbre de su sillón.

-Excelente. Muchas gracias.

Sin mediar palabra, los hombres se retiran sigilosamente, sus togas flotantes deberían crujir, los tejidos hablar, pero no sucede. Etelle revisa las figuras perfectas de los hombres mientras se retiran por la puerta a espaldas de Levay. Cuerpos excelentes. Etelle vuelve la vista a su plato y encuentra la mirada de Skone. La joven se sonroja al instante, contrayendo el labio inferior y mordiéndose instintivamente el superior. Frente a ellos, los platos.

-¿Qué es esta crema oscura? Huele de maravilla, pero...

-Una especialidad de la región, Etelle... Deliciosa. Milenaria. Una ambrosía de los Dioses...

-Querida, -interviene Skone- Debes comer mezclándolo todo. El arroz con las frutas, y la crema después.

-Perfecto, señora... Vamos a probar. Ambrosía de los Dioses...

-Primero bendecir, Etelle –anuncia Levay.

-Oh. Perdón.

-Skone, bendice la mesa, por favor.

La mulata asiente y se pone en pie. Etelle ve la forma del crucifijo que sobre el valle de sus senos descansa, pendiente de una fina cadena de plata. Es un anj. El lazo egipcio de la vida eterna. La mujer extiende los brazos y de su boca, impostando, forzando su garganta, salen guturales sonidos, una retahíla cavernosa de tono solemne.

Concluida la bendición, la mujer se sienta otra vez y sonríe.

 

-Qué hermosas palabras siempre, señora Terugbesorg...

-Yo no he entendido nada, señora, pero he sentido un cosquilleo en el estómago, un movimiento, señora Skone... Un retumbar, como tambores... ¿Era egicpio?

Ríen.

-¡Es cierto! Como tambores... –protesta.

Y ríen de nuevo.

-Qué encanto eres, Etelle. Qué maravillosa es la Fe, la Creencia. Nos arrodilla antes pedestales, estatuas, hombres o insignias. Les entregamos todo.

-No, con perdón... –se encoge ella -. Simplemente tambores...

Ríen de nuevo, ¡estallan en risas!

Luego paz.

Etelle se siente envuelta en cordialidad. Las risas amables como cojines, no hirientes, dulces. Skone finalmente se disculpa:

-Mis guapos, os voy a dejar cenar tranquilos.

El anj brillando. Se pone en pie. Hasta más tarde. Se vuelve, su corta falda roja da un vuelo, la espalda al descubierto como un cielo y el cuello, el pelo recogido: la nuca de Nefertiti. La belleza que vuelve. Se retira por la puerta de acceso al vestíbulo y al jardín y desaparece en la penumbra. Un instante de silencio. El cálido viento mece el mundo, la luna avanza.

-Hablábamos de la paz de este lugar, Etelle.

-Sí. El riego sanguíneo del Nilo...

-Exacto...

-Skone es egipcia.

-Su sangre es egipcia, así es. Egipto, la Tierra Negra, kmt. De la Negra es su sangre. Fue asignada al tiempo que fueron mis anteriores asignados para la protección del milagro. Para acompañarnos en todo el aprendizaje.

-¿Qué milagro?

Levay esboza una sonrisa y no dice más. Comienza a desmenuzar las uvas de su plato con la punta del tenedor, moliéndolas, mezclando la masa resultante con los granos de arroz, gruesos y grises. Mezcla también el coco, en porciones, y aplasta los trozos de piña, expeliendo su jugo. Mantiene aún sin tocar el ungüento oscuro, como una herida en el margen del plato. Etelle imita el procedimiento sobre su propio alimento. Silencio. El viento mece el mundo. El obispo se lleva un bocado a la lengua. Traga. Bebe un sorbo de agua helada y deja con suavidad la copa en la mesa. Clava la mirada en los ojos de Etelle, que lo ha seguido con la vista.

-Etelle.

-Sí.

-Ésta... –hace un gesto circular con la mano- es la región del planeta que los Dioses eligieron para hacer brotar la vida en la Tierra...

-¿Cómo?

-La vida, nuestra vida, toda vida. Aquí... Toda vida es culminación de un proceso. La vida es la consecución y el resultado de una combinación homeostática. No tenemos la capacidad de forzarla ni crearla, de arrancarla del Universo. No. Desconocemos por completo aquello que nos es único y de lo que deriva todo lo que somos. ¡Qué frágil estadio es todavía el nuestro! Qué púber-Humanidad... La divinidad se ha tenido siempre como ente, imagen, representación... ¿Por qué? Nos enfrentamos constantemente a nuestros límites. No por ser incapaces de definir su naturaleza debemos exigir que los Dioses sean falsos. Tampoco creer que los Dioses sean entes. Ni verdaderos. Sencillamente no sabemos lo que son. Me parece evidente. El creyente es aquel que considera la vida, el origen de la misma un milagro. El no-creyente la considera fruto de la casualidad química. Posiblemente, ambos tengan razón. Posiblemente la casualidad, tal y cómo la entendemos, no exista en semejantes términos si el Universo es la asombrosa maquinaria que sospechamos... Creo que no hay debate posible o tal vez no contamos en este momento con recursos verbales y conceptuales suficientes para afrontarlo. No tú o yo... Nadie. A mi entender, fueron seres. Seres biológicos, seres de biología suprema, que eligieron dotar esta tierra de vida. Ellos sí conocen el misterio que nosotros desconocemos. Nos otorgaron el regalo de la Vida. Y mira qué hemos hecho nosotros. Con la Vida. Todos. Hemos hecho tanto daño, Etelle... Fuera, el viento caliente mece el mundo.

 

 

Anochece sobre Arlanda, Estocolmo. Las sombras de las terminales se prolongan y funden con el largo anochecer primaveral, ocultando el aparcamiento. En la terminal de embarques, las luces son altas y blancas. Suena megafonía y susurros incontenibles de vocecillas y llamadas. La señorita tras el mostrador sonríe con cordialidad, labios frambuesa, y pregunta:

-¿Ventanilla o pasillo?

La señora, el abrigo descansando sobre el brazo, pequeños pendientes dorados en sus lóbulos, pasada la sesentena, responde:

-Ventanilla, por favor.

-Muy bien.

La chica toca en su teclado y después pulsa un botón. Una cinta adhesiva es vomitada por la ranura del aparato junto a ella, marcada por el logo de BA y NWC. Estocolmo Arlanda - Londres Heathrow – Newcastle. Desde allí, un coche a Carlisle. Una hambruna necesaria.

La señorita sonríe y le tiende su billete.

-Que tenga buen viaje, señora Maple.

-Gracias, hija –sonríe Ágata.

Y se aleja.

Maletín de mano y el abrigo en el brazo, con calma, hacia las escaleras mecánicas y hacia las indicaciones de: ADUANA. 

 

 

-Nosotros, entre todos, Etelle, fuimos confiados para la preservación de la maravilla. Aquí. Invitados a custodiar el lugar en el que se formó la primera forma de vida del planeta... –Levay hace un gesto hacia el exterior y la espesura: las ramas se mece en el cálido viento nocturno-. Te diré una cosa: si en tu vida, un día, te encontrases frente a la opción, ¿qué harías? La elección, cada mínimo cambio afecta a la estructura. Qué harías. Vivir hasta el fin una existencia intermedia, nunca realizando aquello que en tu interior se esconde, bajo la tierra, esa luz en las arenas de tu alma, o morirías en el acto de llevar acabo el desentierro de la luz, permitiéndola ocuparte, formarte, empujarte a aquello sientes que has sido llamado a hacer. ¿Cómo elegirías? ¿Has pensado alguna vez cómo sería el mundo si cada uno de sus integrantes eligiese precisamente así, optase por desenterrar su luz? Nosotros elegimos. Y nos concedieron la protección del Agujero. Y gracias al Agujero hoy desenterramos la luz de nuestros semejantes… Es un inmenso honor. Soy tan feliz. Somos todos tan felices... Lo sé. Lo siento. El Agujero. Ahí –señala a los ventanales y el bosque al otro lado-. De ese Agujero procedemos... Tras la cena, te llevaré a él.

 

La luna avanza en el cielo. Etelle mira con ojos negros la clara oscuridad. No dice nada. Respira. A cada palpitación de su sangre, un retumbar de tambor. Las siluetas a su alrededor aumentan definición. Mastica arroz y frutas, la herida, reina, viva, en el plato, aún sin tocar. Dulces postres. 

-Los seres supremos comprendieron que éste debía ser el lugar. Sabían que el filtraje, la lluvia, las cuencas, harían brotar el río y el río, hoy Nilo, canalizaría, llevaría y daría vehículo a su aportación... Eso que tienes ahí –Levay señala la herida oscura en sus platos- no es otra cosa que, Etelle, una muestra condensada la materia común del Universo. Aquella que mantiene a todos los cuerpos unidos entre sí, una muestra de la auténtica sangre, el auténtico fluir del Universo. Los científicos de hoy la conciben como materia oscura, creen que es la responsable de la gravitación del cosmos. Es aquello que no ven y que debe estar, aquello que debe enlazar. ¿Hacia dónde cae el cosmos y sus cuerpos? ¿Cómo determinar el centro de gravedad de una masa infinita? Y si el Universo fuese, cómo creemos, una máquina. Un mecanismo. Una maquinaria. Cada planeta, cada ser, un  El Universo, un mecanismo, un inmenso, una inmensa esfera... y los todos absolutos engranajes internos, todas las cosas, su propulsión, actuamos, haciéndola rodar, avanzar... Rotar... ¿Hacia dónde? -Levay unta los dedos en la herida. reina. viva: -La pregunta final. Éste, Etelle, el ámbar real de los Dioses: el principio básico del mecanismo, su engrasa, su código... Hemos aprendido a obtener esto de Agujero. Queremos utilizarlo para cumplir mejor nuestra tarea. Todos juntos. Ahora te llevaré a su fuente. Al origen.

Etelle... ¿No notas que ya...

...ha empezado a actuar? No lo has probado, pero tan fuerte es, tan firme su fuerza, sólida su presencia, que ya me oyes en tu cabeza. Sí, así es. Y no sólo me oyes, dentro me tienes. Dentro te tengo. Estamos vinculados. ¿Te das cuenta? Todos. Por esta materia. Es aquello que se traslada y almacena y fluye  en la cisterna de la cabeza... b3b3w.

 

Levay se pone en pie. Etelle siente cada átomo en su cuerpo vibrar. La vibración aporta sensibilidad. Consciente de cada vida y gesto, cada peso y movimiento: una definición general del Universo corporalmente imbuida. Tiene ganas de humanamente llorar. Tan increíble, la inmensidad.

-No tengas miedo, Etelle –las palabras llegan con formas geométricas cortando el aire-. Ahora, untemos los dedos en el maná, chupemos, debes ser consciente. Etelle... Gar, tú y yo, formaremos familia. La primera familia completa, según los preceptos de perfección que ellos pretendieron. Hemos hecho tanto daño... Progresivamente y hasta hoy...  Pero ahora tengo el convencimiento de haber logrado el modo perfecto. Algo que nunca nuestros anteriores hicieron: nos valemos de la materia. La exraemos. Empleamos el mismo sistema de secreción común del que se valieron los egipcios para su hnkt. Cerveza. Hay permanentemente en los poros del Agujero una baba blanca-azulada reposando en los bordes. Sospechamos que es un tipo de flema o un néctar. Como sería la rebaba de una herida milenariamente abierta. Esa solución es la que empleamos, filtrándola al modo que filtraban ellos cebada, sobre los cedazos y a las tinajas cocidas. Nosotros, custodios, decidimos que debíamos ampliar, colaborar, corregir: mira este mundo. Formar, no, unir a nuestros semejantes de este tiempo, unirlos como en el Universo se unen los cuerpos, conectarlos entre sí, en una maquinaria general, cada uno una función, un servicio particular, alterar la situación y salvarnos al elemento superior. Etella, la Cisterna de la cabeza, las funciones desconocidas de nuestro cerebro y mente. El fluír. Una hoquedad, aquella trepanación por la que corre el conducto que a todos elementos nos une. Etelle... Aquí en la tierra, yo soy el Tercer Mundo, soy el eje de esta segunda Trinidad y contigo y tu niño... Formaremos familia...

Etelle unta los dedos en la herida. Y se los lleva a la boca. Sabor metal y azul, inmenso, intenso, se extiende por su paladar y a todas las terminaciones del ser. Deseo ampliado. Hambre azul.

 

...Soy feliz. Esta noche les ofreceremos la primera familia... La primera familia según lo que ellos desearon... ¿Te das cuenta? Ellos nos dieron el manjar de la Vida... Es... No tengo expresión... ¿Puede concebirse mayor bondad? A ello, mi querida, se debe la sensación de paz que presientes estando aquí... Ven –el obispo tiende la mano y fomenta el movimiento...

 

Te llevaré a la Cueva del Nacimiento. Te llevaré al Agujero.

 

Zinea atracamos en la órbita. Debes bajar. (Espejo entre la tierra y el cielo). Sigue este haz  e   r e     s  b   e   l     l     a   Z   i    n   e     a    h  

 

Zinea cae.

 

Fluye luz abajo hacia la tierra, África. El frío inmenso del espacio y el blanco calor envolvente. Cae, cae, cae. Un cuerpo en un rayo de luz. Cae, crece el suelo, se extiende el cielo. Cae Zinea. Celeste caída. De frente, cae.

 

El origen.

 

Los campos y claros de hierba y arena, las siluetas del bosque del Nacimiento, están completamente bañados por la luz lunar.

En silencio, cortando la cálida noche, Levay hombre y Etelle mujer cruzan la planicie hacia el pequeño bosque. Se han detenido todos los rumores y reina el silencio sobre el mundo. No hablan. El discurso es mental, agitado en la brisa cósmica. La materia ejerce su influjo, conectándolos. El mismo ente que mantiene a los astros en relación, unidos en gravedad, profundidad y espacio. Deseo. Es la traducción a términos humanos más próxima que siempre encuentro. Deseo. El deseo nos une y el deseo guía nuestros vínculos. El deseo ampliado. El deseo mantiene a los hombres urdidos entre sí, como la materia oscura mantiene a los cuerpos celestes entre sí. El flujo de la gravedad.

Etelle siente su cuerpo flotar apenas sobre la hierba y arena. Sin reflujo gravitacional, percibe cada pequeña vida alojada en cada hueco y los movimiento subterráneos, la fría piedra terrestre, los filamentos acuosos del Nilo. El peso de las estrellas, sus rayos, la abrazan al tiempo que la hieren. Flotando sobre la hierba, cubren la distancia, se aproximan. Se funden con las sombras lunares de los árboles, y tras los árboles, en el claro, apartado del centro, hay un montículo de roca gris. No tiene la altura de un hombre, la anchura de varios, gris y porosa. Como una fuente de jardín. La fuente de este inmenso jardín terrestre. Es la Cueva del Nacimiento... Bañada en la luna. En estas rocas fuimos concebidos. El ácido regurgitaba en los lodos y en el cielo vibraban las tormentas secas, rayos y sin llover. Se formó por condensación un charco, borboteante. Primer Agua. Un charco gris y brillante esparciéndose por los huecos de esta roca. El charco: la primera gota de savia de una atmósfera naciente. Atmósfera. Sistema. Podía ser Vida. Uno de ellos, en ese momento, desprendió una brizna de sí y la dejó caer, una gota, en ese pequeño charco; la brizna, gota celeste, se estiró, disolvió en el agua primera, y en uno de los poros de la roca, en uno: el Agujero, brotó la primera forma de Vida.     

Zinea siente el tacto inmediato del gran suelo en las plantas de sus pies. Tierra. África. Ama la tierra. Ante ella, un bosque. Sobre ella, los cielos. No hay sonido. El silencio es reverencial. Avanza hacia los árboles. 

 

 

Llamada entrante. 100% Conectado... El rostro de Dolores Omtrek. Los ojos abiertos e hinchados, parecen mandarinas. Hay sangre en sus dientes. Y más que hablar, al abrir la boca, balbucea.

-Lefai... Lefai...

Gira el cuello, mirando a su flanco izquierdo. Las sillas de mimbre en su salón, digitalmente reproducidas, caídas como ruinas. 

-¡¡Piegg!!

 

Ha sido abusada. Digitalmente mostrado el brillo del llanto brotando en su lagrimal. Restalla un chasquido ascendente por los canales de audio. 

 

Skone Terugbesorg se encuentra en la planta de abajo, sentada en el inmenso sofá de blanco algodón. Las piernas cruzadas y apoyada con elegancia en el respaldo, los brazos extendidos. Viste una larga bata de seda gris que cae como una catarata de acero, abriéndose, las firmes, finas, largas piernas egipcias. Está atendiendo a un vídeo que se reproduce en pantalla. Concentrada, ante ella únicamente percibe su respiración. Más allá, los códigos en las imágenes. Columnas de presos cruzan un arrozal, las manos en la nuca, el agua sobre la cintura, custodiados por soldados desde los márgenes y pasarelas, cielo asiático. Juncos. Corte. Otra imagen. Una anciana, una carretera y picos rocosos brillantes, polvo, líquenes, polen, arbustos; la anciana está tirando de un carro, sacos en él. Corte. Lo oye.    

 

<< Es tgaición, un ejjoj...  Ggeevoluggion>> 

 

El comunicador. Tan concentrada estaba que no ha percibido. Pero ahora lo recibe. Como un aliento digital en su nuca. Descruza las piernas, se vuelve, hincando una rodilla en el sillón, la bata abriéndose. El visor del comunicador está abierto. Una obturación: el rostro de Omtrek.

 

<< Lefai... >>

 

Sangre en los dientes. Skone siente un vuelco de náusea. Excesivo dolor. La mujer ha visto mermada su capacidad de razonar.

 

<< Donde Lefai ... Necezito ayu da”

 

Un latigazo envuelve su cuello y chasca en su rostro. Grita. De una ceja, empieza a manar un reguero de sangre, grueso y negro ocre como un gusano. El látigo ha quedado amarrado al cuello de Dolores Omtrek. Sus ojos se nublan. El reguero de sangre alcanza el mentón y gotea. Suena otro chasquido. Y otro, y de un tirón, Dolores Omtrek, vencida, es desplazada hacia el pecho de la mujer que ahora entra en escena.

Enfundada en negro. El rostro descubierto, el pelo recogido. La cabeza de Omtrek apoyada, rendida entre su pechos, una niña apóstata, y ella, la Reina, mirándola frente a frente en el visor.

Inge Ingeborg.

Su voz, digital, se difunde en el salón de Skone.

 

<< La estoy matando a latigazos. >>   

 

Sus largas pestañas aletean. Sus ojos brillan y es inmensa la tristeza que empoza en ellos. La más dura redención. Por un instante sobre la figura de la Reina es sobreimpreso como una proyección cinematográfica el espectro azulado, pacífico, limpio y estático de la bella Joelene Karlson. Viva.

 

Un nuevo aleteo de las pestañas de Inge.

 

Dolores Omtrek se mece entre la conciencia y el coma. Cuando caiga rendida será ya pasto de la fusta. Será reducida. Anidada. Su cuerpo al límite.

Con semejante brutal severidad, llegará al fin a cortarse el último hilo.

 

 

-¿Por qué?

 

<< Nos estoy salvando, Skone, bella >>

 

Omtrek abre la boca inconsciente, derruida, su lengua asoma, por completo marcada por señales molares, gruesos puntos de sangre. Rendido el cuerpo, resbala sobre el latex del pectroal de Inge, como un fardo, cae. Desaparece de la imagen. Inge aprieta los labios. Imagen digital.

 

Inge aprieta los labios como rosas.

 

De un gesto libera el látigo del cuello de la mujer. Ahora queda la conciencia. Queda desvincularla. Cortarla al fin.

 

Su mirada digital, estática, muda, consciente, fija la mirada de Skone. En ese intante, un palpitar. Recorriendo el arrecife clitoriano. Skone gime. Los largos dedos arácnidos de Inge Ingeborg se estiran, enguantados, frente al visor. Una sonrisa ladeándose en su rostro como la marea en la tracción de la luna. Una sonrisa. Un gesto de sus dedos en el marco inferior. Un zumbido. Se corta la imagen. Pantalla en negro.

 

Un palpitar.

 

Las raíces se esparcen como filamentos por su interior, el placer se vuelve opresión en sus trompas, y bajo el estómago, alrededor del ombligo, en la corona de sus pezones. Así, Skone recobra movimiento y fluir. Cruza el salón. Sale al exterior: el niño. El Nilo. Debe proteger al niño.

 

Hay luces en el aire.

 

Llamaradas de luz lunar. Rayos. El silencio es impenetrable, apenas el ligero mecer del viento. Los astros transitan los cielos. La luz se cuela y envuelve los troncos. Luces sobre el bosque, sobre bahbahwue. Ellos. No es dolor lo que intuye. Bajo el cielo inmenso Skone propulsando con su remo contra el limo, en el borde de la barca Gar, los ojos ya secos, sus pies sumergidos en las aguas. El chapoteo. El Nilo. Viento a favor, vela henchida, remontarán: ¿por qué pirámides Skone? El sol brillante. Mi querido joven Gar rht Precioso Los cuatro puntos del tetraedro definen una esfera. A partir de aquí no existe el dolor.

 

Las estrellas se desplazan en el cielo como lucernas. Zinea oye el crepitar de la hierba bajo sus pies. Pende un profundo silencio alrededor en el mundo y el cielo cada vez más agitado y azul. Voces resuenan en el techo del cielo, ecos de bóveda. Serpentea entre los árboles, sigue su forma y silueta proyectadas, el claro, levanta la vista. La roca. Y allí los ve. Él está de pie, ella arrodillada ante él. Es el pálpito caliente y la saliva.

 

Hinchado el capullo, lamido, surcando el cielo de la boca y atracando en el puerto de la garganta. Los labios, rodeando, salivando, alimentando, el tacto dental sobre las venas. Pasar la lengua sobre el hinchado conducto seminal. El cañón germinal. La eyección conductora para la Vida. Adelante y atrás, como por marea, tracción, las olas, las ondas, la espuma, la espera... El cálido deseo de la vida. Un palpitar. El fluír. La engrasa. Abierta la cisterna, fluyendo el maná.

 

Para Zinea es como desplegar un clima.

Abre los brazos, caminando a través del claro. Avanza, llevada por la luna, azules rayos que la estiran –  nada de todo lo malo que se ha hecho importa, nada horrible entre lo horrendo –  de nuevo sembrar, volver a empezar. Abrir el espacio...

Las manos llenas de clima. 

Levay inclina la cabeza hacia atrás y ríe, se enrosca el placer como una cinta por sus terminaciones nerviosas, estirándolo, tensando su ser. La mujer arrodillada lamiendo, comiendo, Familia, mira al cielo, un conducto que se verá alto y arriba en los cielos. Ellos... Proveerán. Este inmenso placer.

 

Avanza.

 

              Zinea avanza. Entre sus brazos extendidos y su cuerpo se crea un cielo, y bajo el cielo, barro y avanza como las praderas se mecieron en el fértil, y dieron limones y frutas y grano y arroz, el viento meciendo sobre la entera tierra, un inmenso amanecer. Desde este cielo...

Los primeros rayos de luz.

 

Siente un amanecer en el rostro. Los ojos cerrados, el cuerpo ondulando como una cinta al viento, ntr, los rayos...

Los abrazan.

Estos rayos todo lo abrazan.

La luz envuelve.

El gesto, el tacto trasciende. Su boca deja de sentir y así sus manos, la palpitación, siente su Naturaleza resbalar por un conducto elevado, succionada, por la cisterna: se desprende. Etelle es desprendida de su cuerpo. Laminada de él, siente la tracción, llevada atrás, fuera de sí y se eleva ahora flotante, fluyente, entiende cada conexión, la escena bajo sus transparentes pies de madre: su ella-misma cuerpo inclinado y batiente, arrodillada en el suelo, recogida la rubia melena, amorrada sobre la cintura del hombre, se aleja, se eleva, el hombre, el rostro vuelto al cielo, las palmas extendidas: qué minúscula, humana implorante escena de oración ahora vista desde arriba. De este modo ven los dioses nuestros rezos: somos maravillosos seres llenos de ron y amor.

Bondad.

 

Levay sólo siente bondad. El error es considerar que nuestras leyes rigen en el Universo entero. Lo entiende. Es por completo envuelto, su piel es abierta, fragmentada. Fragmentada su piel en la forma de un mármol milenario, egregio quicio resquebrajado su cuerpo, brota de él lechosa savia entre las muescas y grietas, se desprenden los trozos quebrados de su cuerpo, se desmenuza, cae, sus pedazos como derribo erosionado a polvo en la limpia subcorriente, y él: es arrastrado en la brisa de este cielo y remontado, al celeste, reventado, hecho agua, y aire, motas, ascendiendo, al aire, en los rayos, al cielo...                 

 

Zinea cae de rodillas.

 

El viento mece el mundo. La luz de la luna es disuelta participando de la luz del amanecer que corta ahora sobre la tierra. En lo alto: son torbellinos celestes, frenando en sus ciclos de movimiento, posándose, cayendo lentamente aquí y allí donde la vista alcanza. Preparan la tierra. La nutren. Silencio global. De rodillas, Zinea levanta la cabeza y en la distancia ve aparecer por el claro la egipcia con el pequeño Gar rht en sus brazos. Remontarán. Ahora ella necesita descansar. Volver al hogar. Un nacimiento en los cielos. Del mismo brillo charol de la noche azul, en lo alto, en los aires, brota una figura. Exuda del clima, sostenida. Toma corporeidad. Enfundada, las piernas separadas, el pelo recogido. Redimida. Hecha. Vacía y pura. Lentamente, como Elektra sobre las aguas, Inge Ingeborg comienza su descenso, sus párpados forman pequeños capullos nacientes bajo sus ojos. No-visible, un halo: de ella emana un halo en toda dirección: infinitas líneas -delgadas como hilos, azules como cielos-, que son la prolongación de los lados de las infinitas figuras resultantes de su total descomposición geométrica. Cada rayo prolongación de cada lado de cada figura. Infinito haz. Ella: cubierta por un entramado de trópicos, meridianos y paralelos; de ella: radia el haz, halo, cada rayo lanzándose al infinito hasta cortar, cada rayo, un punto, entre y por completo TODOS los puntos que conforman los límites del Universo; y en ella: apotemas: el punto de corte de las tres líneas trazadas desde los vértices del triángulo del equilibrio universal. Tal encuentro se realiza exactamente en el centro de ella, su ombligo, y al trasluz: victoriosa. La esfera. Inmensa luz. Sobre la era.

 

Zinea posa su rostro en tierra.

Se abraza a la tierra, la hierba y la arena. Por vida, por completo, por la tierra y las aguas, por los cielos, la tierra nítida, Zinea cierra los ojos y respira el mundo entero.

Caen.

Las primeras gotas. Agua. Más gotas. Más agua. AHORA la fresca, nueva, limpia, inmensa lluvia...              

 

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** * * **** * * las nubecillas eran simpáticas representaciones algodonosas, perfectamente definidas contra un increíble cielo azul. ¡Qué bárbaro día limpio de sol! El inspector Igor Felps se encontraba desmenuzando un grupo de azucarillos en terrón sobre su mesa de trabajo. Utilizaba para ello el canto y la esquina de un bloc de agenda en cuya frontal se leía: Policía de Hoenberg. Maravilloso junio en la ventana. Apunto de inclinarse a aspirar la primera raya de azúcar, recién enrollado el canuto con un crujiente billete de 50 coronas, Ópera al viento, llamaron a su puerta.

 

Dos golpes secos. Toc-toc.

 

Igor Felps levantó la vista hacia la puerta. Una silueta oscura se perfilaba al otro lado del grueso cristal.

 

-Entre, oiga –indicó.

El pomo giró y la hoja de la puerta empezó a abrirse.

Aparecieron en un instante en el centro de su despacho tres tipos con gabardinas negras y sombreros como el de López, tres bombines, pero era un truco pues los tres tipos acabaron concentrándose en uno, el central, que levantando el bombín, saludó:

 

-Inspector Felps.

-Así es. Genio y figura. Que viste y calza.

 

“Y tan seguro como estoy vivo”, declaró el Rey, “uno vendrá que es como Tabor sobre los montes, Carmel junto al mar”, Jeremías 46:18.

 

-Soy Estable Perenne, de la división de aerolitos de la Instituto Astronómico de Suecia. Vengo en misión de investigación –le tendió la mano como un muñeco: ¡ping!

Felps se levantó, correspondiendo al gesto.

-Encantado, encantados, señor Perenne... Un placer.

-Igual digo.

-Bien. La Reina, usted, el Estado, ¿qué necesitan?

-Avistamientos.

-¿Es por la llamarada del otro día?

-Así es.

-Menudo chispazo fue, amigo. Mi hermana tuvo un ataque de llanto. Debería usted conocer a mi hermana. Sólo llora con su serie, ¿vale?, pero algo le pasó al ver aquel rayo azul.

-Vaya.

-Sí. Bien, lloró como una niña. Le pregunté, Helga, mi vida, ¿qué pasa, es la luz?, pero no supo decirme nada. Era una sensación, dijo. En fin. Como un retumbar en el estómago, dijo. Yo no entendí nada.

-Verá. Necesito recabar toda la información posible sobre la llamarada azul que se vio surcando los cielos de Hoenberg y toda la región. Estamos trazando el curso que ese objeto tomó.

-Pensamos que era un avión especial, algo del Estado.

-Entiendo. Sí, de hecho eso era Inspector, je-je, pero, dígame, ¿podría referenciar una tipología al respecto? ¿Qué dijeron sus vecinos haber visto ayer por la mañana volando sobre Hoenberg, Inspector?

Felps se rascó la frente y miró pensativo a sus montículos de azúcar.

-De todo tenemos, Perenne. 

-Dígame.

-De todo tenemos. Suele pasar, cada uno cree una cosa, pero esta vez es francamente variopinto, amigo mío. Se van a reír en su central.

-¿Puedo ver los informes?

-Claro. En los cajones ahí a sus pies. Agáchese usted mismo Perenne, yo vigilo que no se le raje el trasero de los pantalones.

-Muy bien.

Sensacional. En relación al mismo cuerpo aerolítico, se habían reportado, en un pueblo medio como Hoenberg: cinco avisos de categoría OVNI (¡una esfera blanca sobrevolando mi tejado, envuelta en fuego azul!), tres relativos a apariciones marianas (¡la Virgen flotaba sobre mi tejado, envuelta en un halo azul!) y dos de orden aerolítica (¡un meteorito zumbaba sobre mi tejado, ¡era de piedra y gas azul!). ¿Qué cuerpo era aquel? En un instante una Virgen, después una roca celeste, un esférico OVNI, ¿qué era...? La era OVNI... Seres. Entes. Cuerpos. Lucernas. Ocultándose como muchachas tras sus abanicos, ¿qué surca nuestros cielos...? ¡¡Vírgenes, bólidos... !! ¡Ay! Teodora, Dorita... ¡te añoro tanto! ¿Dónde estás ahora que necesito como nunca tu abrazo? Volando toda tú en el huracán... Los vientos. Las corrientes.

Tanto por conocer.

 

A los anteriores reportes se sumaban la circular oficial asombrosa sobre fuegos aéreos documentados sobre las costas del norte, en Bothnia, y sobre el mar, cuerpos luminosos azules avanzando en formación circular, con un centro pendiente, como un tallo o una lágrima... Inspeccionando los surcos ennegrecidos sobre el suelo en la planicie junto al Bothnia se había aproximado a una solemne residencia. Tocó el timbre. Nadie abrió. Tal vez los habitantes pudieran decirle si habían visto qué causó esos cercos negruzcos en la hierba seca. Rodeó la casa con cuidado, buscando más trazos en el suelo o tal vez un habitante en una terraza, un habitante al que saludar e interpelar. Y sin darse cuenta, sin querer, se aproximó a una ventana y atisbó el interior sombrío del salón. Dos mujeres, ataviadas con cuero y antifaces daban instrucciones a un hombre barrigudo que estaba de pie en el salón. A su lado, una mujer adulta, casi senecta, vestida de sirvienta, sostenía una bandeja. Dos piezas de goma sobre la plata. Una valoración. Una selección. El hombre estaba completamente desnudo salvo por la máscara-disfraz de burro que cubría su cabeza. Relinchaba. ¡Qué impresión! Era muy temprano para esas cosas y así se lo hizo saber su estómago, que se tensó. Decidió seguir su misión, la ruta de las luces. Ya volvería otro día a preguntar... Qué interesantes escenas además. Hummm...

 

Estable Perenne se puso en pie. Sus pantalones no se habían rajado y las ideas borboteaban en su cabeza, un frasco recién agitado.

Felps pegó la nariz a su escritorio y esnifó.

-Uaaaaah –expresó, una vez concluida la operación- . Oiga, esta mierda –señaló a los grumos sobre el escritorio- me mete unos chasquidos en las raíces del pelo ¡que me lo quema! ¡Jaajajaja! ¿Qué sabe usted de los sueños lúcidos...?

-Señor Felps... –el agente de aerolitos clavó su mirada en la de Felps que sonreía, los ojos húmedos y brillantes-. ¿Me mantendrá usted al corriente, querido Inspector?

Felps pone las palmas sobre la mesa, y se puso en pie. Sus ojos brillaban como farolillos en lo alto de la ladera de su nariz.

-Por supuesto, Perenne... Vaya tranquilo.

-Gracias, Felps.

 

Estable Perenne encontró el junio de Hoenberg de vuelta a sus pulmones. El sol que con suavidad calentaba sus mejillas en este mediodía. Miró al cielo. Azul eterno. Se extendía.

Azul inabarcable. 

 

Seguiría el rastro. Uno, de la Humanidad, seguiría el rastro... El viento mecía el mundo. Vírgenes, bólidos. La era.

Amarilla.

 

Como las balas de trigo aquí y allí. Cálido viento de julio. Es otra vez verano. El viento ardiente agita su pelo pajizo según conduce sobre la loma, al otro lado del Espejo, la ciudad abajo y su casa en lo alto. Allá, limpia, libre, al otro lado del espacio entremedio y compuesto, sobre el valle. Por completo limpio en la limpia luz. Nadie sabe, nadie ve. Nadie sabe, excepto yo... Miranda. En Suecia, en la granja. Levantando un nuevo centro de adistramiento y emoción. Pero libre. Centro libre de seres humanos libres. Humano puro, sin control superior. Sin maniobra. Sólo humanos decidiendo a voluntad. Rodad, volad. Feliz. Había escrito. Conserva mi maqueta de Giza, Zinea, que seguiré con ello según vaya... Maravillosa hermana, sonríe. El viento acaricia sus labios y su rostro. Qué ojos más grandes mirando alrededor. Se abren las puertas del palacio y del interior y plaza de armas emana inmensa luz. La ligera vibración del volante y del asiento con el motor. El temblor. Vida. Alrededor. Un mundo mejor. Aumenta la marcha y enciende la radio: todavía Shakira, la estática crepita, los cielos se estiran. La carretera serpentea en lo alto por la loma, se extienden los campos fértiles por el mundo alrededor. Los árboles rozan el quieto inmenso azul. Tan limpio. Tan alto. Tan profundo... Por las corrientes celestes: ¿qué surca nuestros cielos? La luz, la brisa, la radiación. Rueda, acelera. Destella. Se eleva. Las ruedas en el aire. Las manos en el clima. Rodad. Vírgenes, bólidos: toda luz. Es.

La propulsión interior.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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© JAVIER TERRISSE

 

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