Misha

Misha


Capítulo 6

Página 7 de 71

6

Retomé mi trabajo en el colegio con ansias renovadas, encarando el final del curso con alegría, con nuevas ilusiones, con nuevos proyectos, pero…,mi vida, como ya mucha gente sabe, no es cualquier vida, es… como una montaña rusa, que sube… baja… y gira… ¡Tan pronto está abajo, como arriba!... Y eso era, precisamente, lo que me provocaba el saldo de mi cuenta bancaria, una tranquilidad y un desasosiego a partes iguales, que me descolocaba.

¡Un millón de euros!

Aquel dinero me desestabilizaba profundamente, y lo peor era cuando hacía a Misha partícipe de mis angustias sobre el tema y una ligera sonrisa aparecía en sus labios, desestabilizándome aún más. Pero el colmo de los colmos fue cuando recibí la primera carta de Hacienda. Recorrí su contenido con los ojos mientras mi corazón comenzaba a bombear con desconcierto y la más absoluta de las intranquilidades me invadía por dentro.

Misha no hizo caso alguno de mis súplicas para que se hiciese cargo de nuevo de aquel dinero, dijo que era mío, que yo debía administrarlo, y que no me preocupase tanto por los inspectores de Hacienda…

¡Claro que él no había visto sus caras al otro lado de la mesa! Yo aún no había hecho nada con los euros y ellos ya me bombardeaban con advertencias. Y eso por no hablar de sus ojos, que me miraban intensamente intentando colarse por mis retinas y ver mi alma… o quizá mis cuentas en Suiza.

Aquel día regresé a casa sintiéndome terriblemente mal, e hice lo que suelo hacer en estos casos, buscar refugio en el mar de la información ¡En internet está todo, y allí busqué yo la solución a mis problemas!

Pero por más que navegué y navegué, no lo vi claro, sólo acabé mareada, así que por la noche decidí atacar una vez más las defensas de mi querido zar, sin comprender por qué se empeñaba en dejarme a los pies de los caballos de Hacienda.

–¿Pero por qué no quieres ayudarme? –pregunté, comenzando a desnudarme–. ¡No lo entiendo!

–Porque debes hacerlo tú.

–Pero es que yo no sé hacerlo.

–Pues por eso debes hacerlo, para aprender.

–Pero Misha, yo… nunca he tenido dinero. Lo necesario para vivir, sí, pero no esta cantidad de dinero.

Necesito que me ayudes, que me digas en qué debo invertirlo. ¿Por qué te niegas a hacerlo? ¡No lo entiendo!

–Porque quiero que lo hagas tú –dijo, colgando su chaqueta en el armario y dejando sobre mi frente un tierno beso–. Confío en tu inteligencia y, sobre todo, confío en tu sentido común.

–¿Confías más en mi sentido común que en mi inteligencia? –pregunté frunciendo el ceño–. ¿Y eso debo de tomarlo como un cumplido? No te rías. Yo no sé qué hacer con el dinero. ¿Voy a tener que tomar clases nocturnas de Economía? ¡Lo que me faltaba, después del colegio, ponerme a estudiar! ¡Yo no quiero entender de Economía, Misha, no quiero!

–Pues tienes que hacerlo.

–¿Pero por qué?

–Porque no debes delegar en nadie.

–Pero… pero…

–¿Quieres que te presente a un asesor fiscal?

–¿Un asesor fiscal?

–Él puede orientarte.

–¡Pero eso puedes hacerlo tú!

–No.

–¿Por qué?

–Porque tú confías en mí, así que harás lo que yo te diga.

–Claro.

–Claro. Pero en cuestiones de dinero no debes fiarte de nadie, debes decidir por ti misma. Él te asesorará, te dirá cuáles son los riesgos, pero tú eres la que debe decidir si los corres o no.

–Bueno, está bien, pues preséntame al tuyo.

–Yo no tengo.

–¿No tienes?

–No. Lo tuve al principio, pero ya no.

–¿Por qué? ¿No confías en ellos? ¿Entonces por qué quieres presentarme a uno?... Misha, no entiendo nada.

–Tengo gente en la que confío, Cris: gerentes, directores, profesionales muy competentes, pero para llevar mis negocios, no para gestionar mi dinero, mi dinero lo gestiono yo. –Se sentó en el borde de la cama y me miró preocupado–. Cuando pones tu dinero en las manos de otro, te arriesgas a que simplemente juegue con él. Cuando el dinero no es de uno, no se lo respeta como es debido. No debes delegar en nadie. No debes firmar ningún poder a nadie para que lo gestione. Déjate asesorar, pero la decisión final tiene que ser tuya, tuya y sólo tuya, de nadie más.

–Pero Misha…

–A ver, Cristina, escúchame –dijo, mirándome muy serio, mientras sus manos acariciaban mis brazos lentamente–. Si yo un día falto, tú tendrás que hacerte cargo de todo.

–¿Qué?

–Todo será tuyo, y tendrás que ocuparte de ello, y debes hacerlo tú.

–¿Cómo que si un día tú faltas? ¿Por qué dices eso? ¿Estás enfermo?

Mis ojos a punto estuvieron de salírseme de las órbitas, y mi corazón me recordó que estaba en mi pecho, latiendo descontrolado, mientras me dejaba caer sobre sus rodillas.

–¿Estás enfermo, Misha, estás enfermo?

–No, no estoy enfermo, cariño –dijo con una sonrisa, acariciando mi cara.

–¿Te duele algo? –pregunté, acariciando su pecho–. ¿Te encuentras mal?

–¡Eh, eh, eh! –exclamó, apretándome contra su cuerpo–. No me pasa nada, estoy bien, tranquilízate.

–¿De veras?... No me engañes, si te encuentras mal iremos al médico y…

–Nena, por favor, créeme, estoy bien, no me pasa nada. –Me tendió sobre la cama y acarició mi cara descompuesta–. Pero esto es importante, Cris, es muy importante para mí, por eso necesito que te lo tomes en serio.

–Ya… pero es que yo… yo no quiero estudiar Economía, Misha.

–No tienes que hacerlo, pero tienes que aprender a sopesar los riesgos. Es importante para mí, necesito tener la tranquilidad de que si algo pasara, tú estarías preparada para hacerte cargo de todo… y garantizar el futuro de nuestros hijos.

–No estoy preparada, Misha, no lo estoy –dije, negando vehementemente, mientras una sonrisa aparecía en sus labios–. ¿Por qué no se puede ocupar Serguei? Él es tu mano derecha.

–Necesito que lo hagas tú, Cris, sólo confío en ti.

–¿Confías en mí?

–Sí. –Retiró un mechón de mi pelo y lo colocó tras mi oreja, dedicándome una sonrisa tierna–. Confío en ti en muchos más aspectos de los que piensas.

–Pero nunca me consultas nada.

–No me hace falta, siempre me das tu opinión.

–¿Y la tienes en cuenta? –pregunté asombrada.

–Siempre, cariño, siempre.

–Pues con lo de la casa no me hiciste mucho caso. –Fruncí el ceño–. El constructor es bueno y sólo ha sido un pequeño incumplimiento y…

–En los negocios hay que tener palabra.

–Su empresa no va bien, Misha, lo he visto en Google, ha cerrado ya dos oficinas y necesita este trabajo.

–No voy a transigir en eso, Cristina…

–¡Ves cómo no tienes en cuenta mi opinión! –exclamé, apartándome de él y metiéndome en la cama.

Su risa inundó el cuarto. Apagué la lámpara y sacudí la cabeza, preguntándome de dónde le vendría aquella vena de dominación tan arraigada. Me giré, no quería que viese la sonrisa que inundaba mi boca, porque su risa tiene la capacidad de hacerme sonreír, quiera yo o no quiera, no he encontrado en mi pequeño mundo un sonido más hermoso que su risa. Sentí las sábanas levantarse y su cuerpo acercarse al mío, pegándoseme como una lapa. ¡Oh, Dios, tan pronto sentí su calor ya no había nada que me enfadara!

–¡Oh, Misha, Misha! –Suspiré y me giré para abrazarme a él–. Está bien, iré a ver al asesor e intentaré aprender… ¡Pero el que avisa no es traidor, si pierdo dinero, ni se te ocurra echármelo en cara!

Me tomó, como sólo él sabe hacerlo. Me cubrió entera, hundió en mi cuello su cara, aspiró mi aroma y dejó sobre mi piel los besos guardados toda una vida, y los transformó en regalos, porque los besos de Misha son eso, regalos. El camisón desapareció de mi cuerpo como por arte de magia. ¡No sé para qué me lo pongo, la verdad, porque disfruta de mi piel mucho menos que este ruso que me tiene enamorada!

Su boca devoró la mía lentamente, recorriéndola como si no la conociera, como si fuera la primera vez que la saboreaba, y es que estar entre sus brazos, hacer el amor con él, es siempre como la primera vez.

A veces me sorprende con nuevos suspiros, con nuevas miradas, y otras veces se recrea en mis gemidos como si fuesen su mejor balada. Cada vez que me miro en esos ojos negros como la noche, me digo que todos los sinsabores fueron buenos, porque tras ellos llegaron su corazón y su alma… Y su cuerpo… ¡Oh, Señor, no sé qué tiene su cuerpo que sobre el mío, produce magia! Es capaz de despertar mi piel sólo con mirarla, y cuando sus manos me acarician siento que me transformo en hada… en hada con brillos… en hada con alas…

Entró en mi cuerpo llenándolo por completo, saboreándolo, recreándose en cada gemido que salía de mi boca mientras su miembro me inundaba y sus manos me hablaban. Su aliento en mi cara me trajo el viento de las Islas, las que me lo regalaron, porque Misha es un regalo que me hicieron ellas, los dioses y las hadas, un ser venido de otro planeta para llenar mi vida de magia, de sueños, de ternura, de esperanza…

El hombre venido de la fría Rusia llenó mi cuerpo de fuego, de brillo de estrellas, de polvo de hadas…

Me sació con su piel, con su calor, con su pasión, entregándome su cuerpo y su alma. Me arrastró a ese lugar de ensueño donde me pierdo cuando me ama, y mientras sentía sus caricias en mi vientre, su aliento en mi boca, su corazón palpitar sobre el mío, y sus manos en mi cara, me dejé atravesar por el orgasmo que me regalaba. Nació en mis entrañas lentamente y, lentamente, se expandió por todo mi cuerpo, que lo recibió con ganas… Me atravesó igual que una ola, una ola de calor que me bañaba… Y en él me sentí libre, sentí que a mi cuerpo le salían alas, sentí que mi corazón destrozado revivía una vez más de madrugada. El hombre venido de la fría Rusia contemplaba absorto mi cara, recibiendo en su boca todos mis gemidos, y entregándome todas sus palabras… Porque los hombres venidos de Rusia saben cómo utilizarlas, no sé si las aprenden en las escuelas, o si se las da la tierra, el pan, o el agua, pero en ellos entran, en ellos calan, y se adhieren a su ADN, formando ya para siempre parte de su herencia, parte de su alma.

–¡Oh, mi preciosa risa bonita! –susurró en mi boca cuando me vio saciada–. ¡Qué solo estaba hasta que te encontré, mi amor, qué solo estaba!

Mi querido zar se derritió en mi cuerpo, se corrió en mi interior inundándome con su semilla, porque esa también me la regala. Se quedó rendido sobre mí, recuperando el aliento y acariciando suavemente mis entrañas, mientras sus manos recorrían mis pechos con nuevas caricias; cada vez que las siento son diferentes, no repite una sola, todas son especiales, todas me sacian.

–Misha, menos mal que no fui a África –susurré en su oído. Su carcajada me atravesó–. ¡Oh, Misha, cómo me gusta tu risa, espero que nuestros hijos la hereden!

–Cris… yo…

–¡No habrás cambiado de idea! ¡No pienso volver a ponerme el DIU!

Otra carcajada me atravesó, mientras rodaba conmigo sobre la cama, poniéndome sobre su cuerpo como si de una reina me tratara.

–Cris… –dijo, acariciando mis muslos–. Reconsideraré lo del constructor.

–¿Sí?

–Sí, lo haré.

–¿Por qué?

–Porque tu opinión es muy importante para mí. –Su miembro, dentro de mi cuerpo, comenzó a tomar de nuevo vida–. Y… ya que estamos en ello, quiero pedirte otra. El complejo de apartamentos de Tenerife… ¿Crees que debo hacerlo?

Mi cara se puso del color de las granadas, igual que en nuestro primer encuentro en la piscina del hotel, así se puso mi cara. Dos días antes me había encontrado ante su ordenador mirando aquel proyecto

¡Me había pillado con las manos en la masa!

–Yo… tenía curiosidad –dije, intentando aparentar calma–. Cuando te oí discutir por teléfono, te pregunté, pero no quisiste contarme nada y yo…

–Puedes mirar mi ordenador siempre que quieras, cielo –dijo, acariciando mi cintura y apretándome contra su cuerpo–. ¿Crees que debo hacerlo?

–No…

–¿Por qué?

–Porque… porque…. –Me estaba costando la misma vida concentrarme en las palabras, sintiendo lo que estaba sintiendo–. Porque… porque ahí hay algo raro…

–¿Algo raro? –preguntó. Se sentó y me apretó contra su sexo.

–¡Ay, Dios!

–¿Qué hay de raro?

–No lo sé… pero hay algo raro…

–Entonces, ¿en qué te basas?

–En… en el email… el email que te mandó –Sentí el fuego nacer en mis entrañas, y me pregunté cómo podía seguir mirándome con aquella serenidad–. No me hagas pensar ahora…

–Me gustaría saber…–dijo con una sonrisa, pasando mis piernas alrededor de su cintura y apretándome contra su cuerpo– cómo llegaste a esa conclusión.

–Un email… dice mucho de las personas… y el suyo… no era sincero y…

–¿Y?

–Y me metí en Google…

–Cariño –Sonrió, mientras sus manos recorrían mi espalda–. No puedes fiarte de todo lo que sale en el buscador.

–Y no me fío… pero luego… encontré un blog… en el que le ponían a parir y… y…

Cerré los ojos y me moví sobre él, mientras sus dedos se enredaban en mi pelo y de mi garganta salían todos los gemidos que había en mi alma. Me dejó cabalgar sobre su cuerpo, entregándome todo el placer, todo el deseo, recreándose en mis suspiros, regalándome todos los besos. Sus manos acariciaron mis caderas, que cabalgaron incesantes, hasta que estallé de placer sobre él y un orgasmo me atravesó de lleno.

–¡Cómo me gusta tu placer, Cris, cómo me gusta! –susurró apretándome contra su cuerpo.

–Si crees que el placer nubla mi entendimiento… te equivocas –susurré en su oído cuando el orgasmo me dejó agotada–. Estoy segura de que tú llegaste a la misma conclusión que yo.

La carcajada en que estalló fue un auténtico espectáculo de sonido. Fue tan perfecta y tan hermosa, que habría podido utilizarse como banda sonora de cualquier película, porque tenía todos los matices que debía de tener, todos los colores, todos los brillos.

–¡Oh, nena, eres increíble! –exclamó, tendiéndome sobre la cama y cubriéndome con su cuerpo.

–Y tú eres un retorcido que ha intentado ponerme a prueba.

–No te enfades, por favor –dijo, entre risas, entrando más y más en mi cuerpo–. Tenía curiosidad por saber cómo habías llegado a esa conclusión.

–Pues que sepas que si no fuera… por los orgasmos que me regalas… ya te habría mandado a Siberia.

–¡Pero qué inteligente eres! Mi dinero está en buenas manos.

–Ya no es tuyo… ahora es mío.

–Todo lo mío es tuyo, cielo… todo… todo… todo… todo te lo doy… todo te lo entrego…

Ir a la siguiente página

Report Page