Misha

Misha


Capítulo 11

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Una hora llevaba aporreando el teclado del ordenador, intentando darle a la historia de mi vida el

“contexto” que le faltaba, pero me estaba resultando muchísimo más difícil de lo que me había imaginado, porque los recuerdos volvían a mi mente y la desestabilizan, y aunque MS dijese que los recuerdos no eran más que eso, recuerdos, yo no podía evitar que tuviesen aquel extraño poder sobre mí.

En aquella nueva aventura que había emprendido, y a la que dos increíbles hombres me habían empujado, el destino había decidido ser generoso conmigo y me había hecho un inesperado regalo poniendo en el camino de mi vida a Marta, mi agente literaria, la mujer con la voz más bonita que he escuchado nunca, y eso por no hablar de que tiene toda la serenidad que a mí me falta.

–Tu historia es terriblemente desgarradora, Cristina –Me había dicho al otro lado del teléfono–, pero no podemos presentarla así a las editoriales, como una simple sucesión de agresiones. Tienes que darle forma, tienes que convertirla en una novela, basada en hechos reales, pero una novela.

Aquello me había quitado el sueño. Había dado vueltas y más vueltas en la cama sin encontrar acomodo, hasta que, con la llegada de un nuevo día, decidí llamarla.

–Yo no entiendo muy bien qué es lo que debo hacer, Marta. ¿Debo escribirla de nuevo?

–No. Debes darle un contexto.

–¿Un contexto?

–Sí. Todo ocurre en un contexto.

–El único contexto que se me ocurre, Marta, es que yo era tonta.

–No, tú no eras tonta, eras una mujer enamorada, y eso es lo que quiero que narres, cómo una mujer enamorada no se da cuenta de las señales de alerta. Has escrito lo malo, ahora escribe lo bueno, porque hasta llegar a tanta tragedia, a tanto sufrimiento, también hubo algo bueno, un amor, unas ilusiones, unos sueños. Quiero que compartas con el lector cómo te sentías cuando te casaste con aquel hombre, qué esperabas de él, qué te gustaba de él, qué te transmitía. Y quiero que cuentes qué te hacía volver a su lado cada vez que te agredía, quiero que le digas al mundo la terrible fuerza de atracción que un maltratador tiene sobre su víctima, porque eso es lo que a la gente le cuesta entender, que las mujeres maltratadas no salgan corriendo ante la primera bofetada y regresen al hogar, sabiendo que habrá una segunda.

–Pero cada mujer tiene motivaciones diferentes, Marta…

–Quiero que cuentes las tuyas, sólo las tuyas, las que sientas en lo más profundo de tu alma, las que destrozaron tu cuerpo y tu vida.

Borré el último párrafo que había escrito y, resoplando una vez más, abandoné el teclado y me desplomé en el sofá. Misha apareció al momento en el salón, mirándome pensativo. ¡Ese extraño radar que tiene para percibir mi angustia es preocupante! Pero… antes de que pudiese preguntarme nada, el timbre de la puerta comenzó a sonar.

–¿Sí? –dijo mi querido zar.

–¡Oh, vaya, he debido de equivocarme!

Su cuerpo me la tapaba, pero su voz era inconfundible. El terrible momento había llegado, y ante mi querido zar estaba la que me había dado la vida. Emperifollada hasta más no poder, perfumada hasta límites de auténtica intoxicación, y con una alegría en la voz que no presagiaba nada bueno.

–No te has equivocado, mamá –dije levantándome del sofá con poca energía. Aún no había entrado y ya sentía que me la absorbía.

–¡Vaya! ¡Así que tú eres su novio!

Atravesó la puerta de mi castillo, mirando a mi zar a conciencia y sin salir de su asombro, mientras mi otro Zar, acurrucado en una esquina, levantaba la cabeza y comenzaba a gruñir muy bajito. Tengo que reconocer que Misha estaba imponente, al llegar a casa se había quitado la americana y la corbata, la camisa blanca le quedaba de muerte y el pantalón beis era una clara muestra de lo que un buen sastre puede hacer sobre un buen cuerpo. Y encima, su pelo, ese que siempre lleva muy corto y que ya necesitaba un buen barbero, estaba revuelto, lo que le daba un auténtico aire bohemio. Me dije que si mi madre le veía la mitad de atractivo de lo que yo le estaba viendo, se derretiría por dentro, preguntándose a qué extrañas artimañas habría recurrido su hija, la sosa, para cazar a aquel monumento.

–Misha, esta es mi madre, Angelita.

–Ángeles, por favor. –Le tendió una mano, que mi querido zar estrechó, tras pensárselo un momento–.

¡Así que aquí es donde vives! Es mono, pequeño, pero mono, supongo que estarás deseando trasladarte a las Bugas.

–Me gusta este apartamento –dije, acompañándola hasta el sofá.

–Veo que tienes muchas fotos –comentó, recorriéndolas deprisa mientras se sentaba y cruzaba las piernas.

–Cristina hace unas fotos muy bonitas, ¿no te parece? –le dijo Misha, con su voz profunda y serena, mientras ponía una taza de café en mis manos y dejaba sobre mis labios un tierno beso.

–¡Oh, sí, están bien! –contestó mi artífice.

–¿Y cómo es que tú no apareces en ninguna? –le preguntó, poniendo en la mesita, ante ella, otra taza de café.

Mi madre comenzó a ponerse nerviosa. Sí, mi querido zar es capaz de intimidar sólo con la mirada, y si a ella unimos su voz grave y profunda, puede provocar auténtico terror a quien no conozca la bondad de su corazón y de su alma… y mi madre no la conocía. Pero la que me dio la vida estaba acostumbrada a pasar por ella sin dar explicaciones, con la vista puesta en los objetivos que se había trazado, y a por su objetivo se fue, sin dudarlo.

–La semana que viene me voy de viaje –dijo con una sonrisa, como si nada.

–¿Y quién te lo financia, el Inserso?

Reconozco que fui un poco mala.

–¡Oh, nena, no seas sarcástica!

–¿A qué has venido, mamá, qué quieres?

–Bueno, en realidad no he venido a hablar contigo, sino con él –dijo, mirando a mi ruso, que la observaba atentamente, apoyado en la encimera y llevándose la taza de café a los labios, muy despacio–.

Nos vamos a Benidorm, pero nos han dado un hotel que es una auténtica birria, la verdad, y como he oído decir que tú tienes allí uno muy bonito, he pensado que quizá no te importaría que nos quedásemos en él, sólo un par de habitaciones, nada más.

–No –contesté suavemente.

–Bueno, cielo. –dijo, sonriéndome con toda la ternura que no tenía–. El hotel no es tuyo. Algo tendrá que decir él al respecto… ¿Qué me dices, Misha, le regalas a tu suegra una deliciosa estancia en Benidorm?

–Me gustaría hacerte una pregunta –dijo mi querido ruso, dejando la taza sobre la encimera y cruzando los brazos sobre el pecho.

–Claro, cielo, pregunta lo que quieras.

–¿Te gustó el álbum de fotos que te regaló tu hija?

Tuve que aguantar la risa viendo los intensos rosetones que a mi madre le salían en las mejillas. ¡Oh, sí, mi querido zar puede ser muy incisivo! Pero ni siquiera esa estocada en toda regla fue suficiente para hacer bajar de su extraño pedestal a la mujer que me había parido. Mi madre había construido a lo largo de los años una barrera invulnerable alrededor de su frío corazón, y no había lanza ni puñal que pudiese atravesarla; era sencillamente, infranqueable. Nos quedamos mirándola en silencio, mientras se recomponía del golpe, pero lo hizo deprisa, como siempre, levantando la cabeza y dedicándole una sonrisa.

–No sirvió de nada, ¿verdad, mamá? –suspiré profundamente–. Nada de lo que haga o diga te hará abrir los ojos a la realidad de lo que fue nuestra vida, nuestra infancia. Es una misión imposible, no lo verás nunca por la sencilla razón de que no quieres verlo.

–¡Oh, no se puede hablar contigo! –exclamó, levantándose del sofá con nerviosismo–. ¡Cada día que pasa estás más imposible!

Mi querido zar se acercó a la puerta y la abrió de par en par, provocando que los intensos colores apareciesen de nuevo en las mejillas de mi madre. Pero la vergüenza no fue tan fuerte como para impedirle acercarse a él en busca de un beso de despedida.

–Encantada de conocerte, Misha…

–Siento no poder decir lo mismo –dijo mi querido ruso, apartándose de ella.

Se marchó por el pasillo con garbo, oí sus pasos perderse en la distancia, y me pregunté qué cara pondría cuando se viese en la residencia que había reservado ya para ella. Era muy bonita y estaba en el otro extremo de la ciudad, lejos de mi castillo y de la mansión, era absolutamente perfecta.

–¿Has visto cómo taconea, cariño? –le dije con una sonrisa cuando se sentó a mi lado–. Me alegra ver que su cadera ya está curada.

–Hay madre y madres, Cris –susurró, acariciando mi cara–. Tú no la elegiste, simplemente tuviste mala suerte en el reparto.

Me dejé llevar por la tristeza y comencé a llorar. Me acurruqué en su regazo y dejé que mi corazón se partiese una vez más en mil pedazos. Lloré todas las lágrimas que no derramé cuando de niña la llamaba por la noche porque los monstruos que vivían bajo mi cama me hablaban en sueños, atormentándome.

–Así que viste el álbum –dije, cuando el llanto llegó a su fin.

–Nena, en cuarenta metros cuadrados, lo difícil sería no verlo –dijo, limpiando mis lágrimas–. ¡No me digas que estás enfadada! ¡Anda, vamos a la cama! ¡Haré que se te olvide!

–Misha… Quedamos en que no utilizaríamos el sexo como arma arrojadiza.

–¿Prefieres usar los platos? –preguntó, cogiéndome en brazos–. ¡Te advierto de que sólo nos quedan dos!

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