Misha

Misha


Capítulo 19

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Dos noches tuve castigado a Misha sin sexo.

Dos noches en las que no se le ocurrió acercarse a mi cuerpo, pues la rabia que me invadía formaba un escudo protector que conseguía repelerle. Pero, cuando a la tercera noche entró en la habitación y me encontró enfundada en aquel pijama, toda la rabia que yo aún sentía por dentro se le contagió al momento.

Era uno de esos pijamas que me ponía en aquella época en la que el frío atenazaba mi cuerpo, cuando aún el sol de mi universo no había llegado hasta mí, inundándome con su luz, con su calor, y con su deseo. Lo había encontrado haciendo limpieza de armario, y, dado que las temperaturas habían bajado un poco, decidí ponérmelo.

–¿Pero se puede saber qué llevas puesto? –preguntó, frunciendo el ceño.

–Tengo frío. ¿Qué pasa?

–Quítate eso inmediatamente –Cerré la puerta del armario sin hacerle ningún caso–. Quítatelo.

–¿No te gusta? Era de mi abuela.

–Hace calor, Cristina, no te hace falta. Quítatelo.

–No quiero –dije, levantando las cejas.

–¡Lo que quieres es castigarme sin sexo por culpa de lo que ha hecho Serguei!–exclamó, levantando un dedo amenazador–. ¡Y eso no te lo permito!

–¿Que no me lo permites? –pregunté, llevando las manos a las caderas–. ¿Que no me lo permites?

–¡No! ¡No te lo permito!

Tiró el pantalón sobre el puf, y hacia mí se vino, vestido únicamente con unos bóxer negros que quitaban el sentido. Me arrinconó en la esquina, a punto estuve de pisar a Zar, que ronroneó como si nada

¡Tener un perro para esto, menuda defensa!

–¡No me intimides, Misha! –exclamé.

Nuestros cuerpos estaban tan cerca que sentía su calor traspasando el pijama de mi abuela, me pregunté si comenzaría a arder en cualquier momento por combustión espontánea, porque el calor que emite su cuerpo es algo digno de estudio… como otras muchas cosas.

–¡Yo no voy a pagar por los errores de Serguei, Cris!

–¡Tú lo sabías y le has encubierto! ¡Me has mentido!

–¡Yo no he mentido!

–Pero lo sabías.

–¡Pero no he mentido!

–Pero no has dicho la verdad, que es lo mismo.

–¡No es lo mismo!

–¡Sí lo es!

–¡No lo es! ¡Quítate este pijama inmediatamente!

–¡No me des órdenes, no estamos en el ejército!

–¡Quítatelo si quieres conservarlo! ¡Como ponga las manos sobre él, no dejaré nada reconocible!

–¡Te cuidarás muy mucho de hacerlo, Mijaíl!

–¡No me pongas a prueba! ¡Yo no soy responsable de los errores de otro, y no permitiré que me dejes sin mi dosis de sexo!

–¿Tu dosis de sexo?

–¡Sí, mi dosis! Aunque hacer el amor contigo es mucho más que una dosis, es un chute en toda regla

¡Quítatelo!

–¡Cuando te pones en plan Grey no te soporto!

Puse las manos sobre su pecho y le empujé, no le moví ni un milímetro, por supuesto, y ya no tuve tiempo de nada más. Me aprisionó contra la pared, pegando su cuerpo al mío, su calor me traspasó al momento.

Zar, ese perro al que un día salvé la vida, se escurrió suavemente entre mis piernas y salió de la habitación gruñendo con suavidad, dejándome al pairo de un zar ruso enfadado y excitado…

Naturalmente, tenía todas las de perder.

–¡Misha, como se ocurra forzarme… te arranco los ojos! –exclamé, con fuego en los míos.

Es curioso lo que provoca perder el miedo. Yo, de sesenta kilos, él de noventa. Yo, de metro sesenta y cinco, él, de metro ochenta y ocho. Yo, con la fuerza de un pajarillo, él, con la fuerza de un toro. Y creo que en aquel momento, si hubiese empleado la más mínima fuerza sobre mí, mis manos habrían ido directas hacia sus ojos, esos ojos que tanto amo, esos ojos que tanto adoro… ¡Así se siente uno cuando pierde el miedo, con la fortaleza suficiente hasta para hacerle frente a un toro!

–Sé que lo harías, mi amor –dijo suavemente, mientras sus ojos recorrían mi cara–. Por eso te quiero tanto, porque has superado tus miedos y no dudas en enfrentarte… pero yo no disfruto con tu dolor… no hay nada que me proporcione más placer, que tu placer… déjame tomarte, Cris… déjame tomarte...

Su boca se acercó a la mía y esos labios que tanto me gustan rozaron suavemente los míos, acariciándolos. Su caricia me encendió al momento, abrí la boca y le recibí en ella con la pasión con la que le amo. Su lengua se recreó en mi interior, provocándome, agitándome. Sus manos se posaron en mi cara, recorriendo mis mejillas con los dedos, bajaron por mi cuello y siguieron hacia mis pechos, se metieron bajo el pijama y los acariciaron lentamente, recorriendo mis areolas, despertando a los habitantes que hay en ellas, poniéndolos erectos. Ahogué un gemido que quiso subir por mi garganta.

–Me suplicarás que te tome…

Apretó con suavidad mis pezones, creí que me convertiría en fuego, pero cuando su mano siguió bajando por mi cuerpo y se metió bajo mis pantalones, sentí que me convertía en estufa, una estufa incandescente.

Su mano, su gran mano, se adentró entre mis piernas, acariciando mi sexo. Sus dedos se recrearon en cada montaña, en cada hueco, en cada pliegue. Sus caricias sobre mi clítoris me transportaron al firmamento, mientras sus labios recorrían mi cara y mi cuello, y su boca me regalaba las palabras más sensuales que puedan salir por la boca de un hombre… todas las que mi marido me negó, me las regaló el hombre venido de un extraño Universo.

–Me gusta tu sexo… me gusta su suavidad… me gusta su calor… me gusta su olor… me gusta saborearlo… me gusta recorrerlo…

–¡Oh, Dios!

Sus dedos se acercaron a la entrada de mi cuerpo, acariciándola suavemente, preparándola para su miembro.

–Separa las piernas…

–Misha…

–Separa las piernas…

–Misha…

–Hazlo.

Lo hice. Sus dedos acariciaron mi entrada y uno de ellos se aventuró en mi cuerpo, provocándome una descarga eléctrica que me recorrió entera.

–Me gusta cuando te excitas… cuando te humedeces…

–Misha… por favor… deja que me quite el pijama… me estoy asfixiando…

–¿No tenías frío?

–Ya no lo tengo…

–Querías torturarme, Cris, querías castigarme por algo que yo no he hecho, y eso no te lo voy a permitir, y menos con el sexo. Yo no puedo vivir sin tu cuerpo, cielo, ya deberías de saberlo. –Su dedo recorrió mi interior como si un tesoro estuviese escondido dentro, proporcionándome las caricias más deliciosas que se puedan sentir–. No puedo vivir sin tu cuerpo, Cris, no puedo… cuanto más tengo, más quiero…

Su dedo se convirtió en dos sin darme cuenta. Dos dedos que me recorrieron lentamente, proporcionándole a mis entrañas las caricias nunca recibidas, las caricias nunca imaginadas. Dos dedos que me saciaron y me llevaron al cielo, que me provocaron un orgasmo que me atravesó por completo.

Me corrí en su mano, me abandoné a su cuerpo, me dejé tomar, me dejé conquistar, porque aquello fue una conquista en toda regla, un auténtico ejército de caricias, un ejército que tenía en sus manos las armas más poderosas con las que cuenta un hombre, las armas del placer, las armas del deseo… Qué pena que los hombres no conozcan el poder de esta fuerza, y se empeñen en utilizar la otra para intentar someternos. Yo no concibo mayor poder que las caricias que un hombre puede entregar con sus manos, el placer que puede proporcionar con su cuerpo.

Cuando pude volver a ser dueña del mío, y conseguí abrir los ojos de nuevo, estaba sentado en el borde de la cama y me tenía abierta sobre sus piernas. Y, mientras sus dedos seguían recorriendo mi interior, recreándose en los últimos espasmos que recorrían mi cuerpo, sus ojos miraban embelesados mi cara, recibiendo cada gemido, cada suspiro, cada lamento.

–Me gusta cuando sientes…

–Por favor, Misha… quítame este pijama… me voy a desmayar…

–¿Ya no tienes frío?

–Ahora eres tú quien me castiga, Misha –Saboreé sus labios lentamente.

–No quiero castigarte, quiero darte placer, todo el placer del mundo.

–Misha, por favor… –Me quité la blusa, moviendo mis caderas sobre sus dedos–. Por favor… por favor…

–¿Quieres que te tome, cielo?

–¿Necesitas que te suplique?... ¿Tanta vanidad tienes?

–No es vanidad, mi vida, es deseo, sólo deseo.

Sacó los dedos de mi cuerpo, me tendió sobre la cama, me desnudó, y desde allí le miré, sudorosa y excitada, mientras se quitaba los bóxer y dejaba salir de ellos la potente erección de su miembro… ¿Qué extrañas confabulaciones se habrían producido allá por los cielos, para que yo pudiese disfrutar de semejante regalo? Porque el cuerpo de Misha es un regalo, un auténtico regalo del firmamento. No he visto nunca mayor perfección en otro hombre, ni mejores proporciones, ni más deseo… ¡Oh, sí, mi querido zar debió de vivir cerca de alguna central nuclear que tenía pérdidas radiactivas por algún agujero! Porque la erección de su miembro es de una total perfección, no me extraña que a veces, cuando entra en mi cuerpo, me corra al momento, no necesito ni que se mueva, me voy sólo con sentirle dentro…

Y aquella fue una de esas veces, tan pronto entró en mí, la descarga eléctrica me recorrió entera, cerré los ojos y sentí, sentí el placer que me proporcionaba su cuerpo.

–¡Oh, Cris! –susurró en mi oído, entrando más y más adentro–. Me encanta cuando te corres así, sólo cuando entro.

–¿Lo sabes? –gemí, dejándome atravesar por el intenso orgasmo que me recorría de arriba abajo, de lado a lado, y hasta el centro.

–Lo sé todo de tu cuerpo, porque tu cuerpo es mi cuerpo.

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