Misha

Misha


Capítulo 21

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Marbelia se presentó aquella mañana en la reunión con media hora de adelanto, intentando con el poder de su mente que las manecillas del reloj se moviesen más ligeras. Con el Matrioska ya listo y preparado para abrir sus puertas… Misha eliminado de su lista de posibles candidatos a ocupar su cama y llenar su cartera… y Serguei tachado con rotulador rojo bien visible… Su presencia en el Nasdrovia era baldía, y estaba impaciente por volar sola y deseosa de hacerse con sus riendas.

Serguei asomó la cabeza en la sala de juntas y echó un vistazo, recibiendo de ella una mirada fulminante.

Se encaminó al despacho de Misha, donde le encontró ante los grandes ventanales observando con atención el patio del colegio, ahora vacío.

–¿Qué pasa? –preguntó, acercándose a la cafetera–. ¿Preocupado por la reunión?

–¿Qué? –Misha regresó de donde quiera que estuviese y sonrió–. ¡Oh, no, la reunión no me preocupa en absoluto, sé lo que pasará en ella!

–¿Lo sabes?

–Claro, Serguei. A las reuniones hay que ir siempre sabiendo lo que va a pasar, si no es mejor posponerlas. Venga, vamos, que a ser movidita.

–¿Movidita? ¿Por qué? ¿Qué va a pasar? –Misha se dirigió a la puerta, sonriéndole–. ¿No piensas decirme nada?

–No.

–¿Por qué?

–Porque sé que te gustan las sorpresas.

–Buenos días a todos –dijo Misha, sentándose a la cabecera de la gran mesa y dejando sobre ella el teléfono–. Os pido disculpas de antemano porque esta mañana estoy esperando una llamada muy importante y tendré que contestarla, o mejor dicho… contestarlas.

Las ocho personas que había alrededor de la mesa se miraron intrigadas, observando la sonrisa de su cara.

–¿Quieres que pospongamos la reunión? –le preguntó Yuri.

–¿Quéeee? –exclamó Marbelia, mirándole desafiante–. ¡De eso nada!

–No es necesario, Yuri, gracias –contestó Misha con una sonrisa–. Puedes empezar cuando quieras, por favor.

–¿Pero cómo que puede empezar? –preguntó Marbelia, poniéndose colorada–. ¡Pero Mijaíl…!

–Cuando quieras, Yuri –dijo Misha, sin hacerle caso.

Marbelia cerró la boca y apretó los dientes, mientras Yuri comenzaba su exposición, imprimiendo en sus palabras un profundo acento ruso. Misha lanzaba miradas de reojo al teléfono que descansaba sobre la mesa, preguntándose en qué momento reclamaría su atención. Veinte minutos fue el tiempo que el móvil tardó en comenzar a sonar, el primer timbrazo provocó que una carcajada comenzase a formarse en su pecho, la sujetó en su interior, al tiempo que Yuri detenía su disertación.

–Buenos días.

–¿Pero qué demonios es esto, Mijaíl? –exclamó ella al otro lado–. ¿Me quieres explicar qué demonios es esto?

–¿De qué hablas?

–¡Oh, y encima te pones en plan cínico! –A Misha se le escapó una risa–. ¡Me despierto esperando encontrarme con un día tranquilo y me encuentro con esto! ¿Por qué te gusta atormentarme? ¡Esto no me lo esperaba, Misha, no me lo esperaba y no lo quiero, así que ya estás viniendo a buscarlo!

–¿A buscarlo?... ¿O a buscarlos?

–¿Quéeee?

–Mira debajo.

–¡Ay, Dios bendito! –Exclamó, levantando su almohada–. ¡Te has vuelto completamente loco, Misha, completamente loco! ¡Lo de la central nuclear no era una fantasía, tuvo que existir una cerca de tu casa que alteró tu cuerpo y tu mente! ¡Deja de reírte, Mijaíl!

–Escucha…

–¡No quiero escucharte, no quiero, lo que quiero es vivir tranquila, y tú no me estás ayudando! ¡Con lo rara que ya me siento y encima ahora… esto! ¿Qué quieres, que me dé un infarto?

–Escucha, por favor…

–¡Ni por favor, ni nada! ¡Deja de hacer estas cosas, Misha, deja de hacerlas o un día me vas a obligar a tirarme por la ventana! ¡No los quiero, Misha, no los quiero, quiero que te los lleves y…!

–No puedo.

–¿Cómo que no puedes?

–No puedo, cielo.

–¡Ven a buscarlos inmediatamente!

–No puedo, cariño, ya están a tu nombre… los cinco.

–¿Quéeee? ¡¿Los cinco?! ¡¿Cómo que los cinco?! ¡¿Hay cinco?!

–Mira bajo tu almohada.

–¡Virgen Santísima!

Allí encontró tres más, brillantes y perfectos, parecían querer decirle: “¡Prepárate, los Inspectores de Hacienda llegarán en cualquier momento!”. Naturalmente, el teléfono se escurrió de sus manos, como si le quemara, cuando saltó de la cama.

La carcajada de Misha inundó la sala de juntas. Las caras de las mujeres que había alrededor de aquella mesa habían cambiado al oír la palabra ‘almohada’ y estaban completamente fascinadas mirando su cara.

Sólo una desentonaba, la de Marbelia, que parecía un semáforo.

–¡Misha, discúlpame! –exclamó, levantándose de la silla, desesperada–. ¡Pero es que no entiendo nada!

¿Se puede saber a qué viene todo esto? ¿Por qué Yuri se encarga de la exposición? ¡Como directora que voy a ser del Matrioska, es mi derecho y mi obligación hacerla yo, Yuri aquí no pinta nada y…!

–Un segundo, Marbelia, un segundo.

Misha cogió el teléfono y lo miró concentrado. Tres segundos tardó su móvil en comenzar a sonar de nuevo, provocando que una gran sonrisa apareciese en su cara, mientras en la de la diosa rubia se formaban dos intensos rosetones de rabia.

–¿Y qué se supone que debo hacer con ellos, eh, qué? –preguntó al otro lado, exasperada.

–Lo que quieras, mi amor, son tuyos.

–¿Los puedo esconder debajo de la cama? –La carcajada del hombre ruso rebotó de antena de telefonía móvil en antena, hasta llegar a sus oídos y estremecerla–. ¡Oh, por el amor de Dios, no me digas que tengo que declararlos! ¡Encima voy a tener que pagar más impuestos… no me extraña que la gente se lo lleve todo a Suiza, sólo de pensar en verme las caras con los inspectores de Hacienda me entran ganas de coger un vuelo y presentarme en sus increíbles cumbres nevadas!

–¡Mijaíl, por favor! –exclamó Marbelia, ya al borde del colapso.

–Cariño, espera un segundo –dijo Misha, dejando el teléfono sobre la mesa y poniendo el manos libres–.

Marbelia, Yuri se encargará de la dirección del Matrioska, junto contigo.

–¡¿Quéeee?!

–Tiene más experiencia.

–¡¿No lo dirás en serio?!

–Está más preparado que tú para llevar un hotel de primera categoría.

–¡No digas tonterías! –exclamó furiosa–. ¡Él no tiene ni idea! ¡Si ni siquiera domina el idioma, yo a veces no le entiendo cuando habla!

La carcajada que salió por la boca de Serguei al ver la cara de Yuri encendió aún más las mejillas de la diosa rubia, que le miró con fuego en los ojos y deseos de arrancarle los suyos.

–Yuri ha llevado la dirección de dos hoteles en Barcelona, los dos punteros, y los dos en primera línea bajo sus manos –siguió Misha, dedicándole una sonrisa el gerente–. Eso por no hablar de que tiene conocimientos de economía… que tú no tienes, estudios de empresariales… que a ti te faltan, y que domina cinco idiomas… cosa que tú no haces. El español es el sexto, pero dado que se le resiste un poco, no lo incluyo.

–¡Te lo estás inventando todo, Mijaíl! –exclamó Marbelia.

–Ni mucho menos. Lo de sus carreras puedes comprobarlo cuando quieras, estoy seguro de que te enseñará muy gustoso sus títulos, y lo de los idiomas… puedes hablar con él en inglés, francés, alemán, y chino, además del ruso, su lengua materna, y del español, con el que estoy seguro se hará en poco tiempo.

Además, puedes aprender mucho de él, es tremendamente profesional y…

–¡Tú sí que no eres profesional! –le gritó, ya fuera de sí, levantando un dedo ante su cara–. ¡Hemos firmado un contrato, Mijaíl, un contrato, y tengo las mejores referencias que hayas visto en tu vida! ¿O es que lo has olvidado?

–Tus referencias vienen dadas… por quien vienen dadas –dijo Misha, recostándose en el sillón y mirándola atentamente–. Y los contratos siempre se pueden rescindir, Marbelia, siempre, pero… alguien me dijo que todos merecemos una segunda oportunidad, y yo te la voy a dar.

–¿Que me la vas a dar? ¡Bueno, esto es increíble, sencillamente increíble!

–Te voy a dar una oportunidad, Marbelia –dijo Misha con su voz más profunda, levantándose lentamente y apoyando sus manos sobre la mesa–. Una oportunidad para que demuestres tu valía profesional, y espero que sepas aprovecharla, porque tras esta no llegará otra. Y además te voy a dar un consejo, un consejo que te será de gran ayuda en esta nueva andanza que comienzas… Cuando te apetezca dar rienda suelta a la pasión, hazlo en la intimidad de tu casa, no en el retrete del cuarto de baño de caballeros del nuevo hotel… no da buena imagen.

–¡No te permito que me hables así! ¡No te lo permito! –le gritó. Sus ojos buscaron a Serguei–. ¿Y a él no vas a decirle nada, por qué, porque es un hombre, porque entre los machitos os protegéis?

–A él se lo diré en privado, porque es mi amigo, no mi empleado.

Marbelia abandonó la sala de juntas como alma que lleva el diablo. Los demás la siguieron en silencio.

Los cotilleos quedaron reservados para la máquina del café.

–Yuri –dijo Misha al gerente–. Ya sabes lo que hemos hablado. No la pierdas de vista. Confío en ti.

–Dalo por hecho.

–Perdona, cielo –dijo Misha, cogiendo el teléfono con una sonrisa en los labios y sentándose tranquilamente en su sillón.

–¡Vaya, vaya, vaya, así que sí tienes en cuenta mis sugerencias, al fin y al cabo!

–Siempre, cariño, siempre.

–¡Pues por el amor de Dios, llévate a estos engendros de mi cama!

Misha no contestó, por la sencilla razón de que la risa se lo impedía. A partir de ahí Cristina ya no consiguió que él dijese nada coherente. Por más que le suplicó y suplicó, lo único que recibió fueron sus carcajadas al otro lado del teléfono.

Le dejó riendo a pierna suelta y se metió en la cocina, esperando que la cafeína se llevase de su cuarto aquella extraña aparición, pero no, allí seguían cuando volvió a entrar, mirándola desde la cama, iluminados por la luz del día que comenzaba, un día que ella había imaginado tranquilo, pero que un ruso venido de la fría Siberia desbarataba por completo… como su cuerpo… como su alma. Se arrodilló sobre la cama. Las lágrimas inundaban sus ojos, y las dejó salir. Resbalaron lentamente por sus mejillas, provocando que los brillos que brotaban de las almohadas se multiplicasen por dos tras su velo. Nunca una mujer se sintió tan valorada… ¡Así se lo confirmaron con una sonrisa divertida, los cinco lingotes de oro sobre su cama!

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