Misha

Misha


Capítulo 69

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El día de mi segunda boda amaneció magnífico. El sol resplandecía en el cielo, como sólo resplandece en las islas, calentándote el cuerpo, alegrándote la vida.

Mi elenco de damas de honor no me dejó salir de la habitación, con lo que mi camarero sonriente fue más feliz todavía. Al atardecer llegó mi peluquera, o como diría MAM, mi estilista. Me senté ante el espejo, con el cuerpo cubierto por una deliciosa bata de seda que me regalaba caricias, y me puse en sus manos, que no hicieron sino transformarme en un hada propia de las islas. Maquilló mi cara con delicadeza y arrancó de mi pelo más hondas que hicieron las delicias de Sofía, quien, sentada a los pies de la cama, contemplaba absorta todos los preparativos, siguiendo fielmente las instrucciones de su madre: “¡No te muevas de la cama! ¡No te manches el vestido!”.

–¡Tis! –dijo Emma con alegría, entrando por la puerta seguida de Patricio–. Patri se ofrece a ser tu padrino, pero ya le he dicho que no hace falta, que nosotras te acompañaremos.

–¡Señor, estás preciosa! –dijo él suspirando y dejando un tierno beso sobre mi cabeza. Pude ver una lágrima traicionera brillando en sus pupilas–. ¡Oh, Dios mío, qué guapa, qué guapa estás!

–Gracias, Patricio…

–¿A que parece un hada? –exclamó Sofía.

–¡Así que vas a saltarte la tradición –dijo, divertido–. ¡Con los supersticiosos que son los rusos!

–Patricio, en mi primera boda seguí todas las tradiciones… ¡Y mira cómo salió!

–¿Y también llevabas liga, Cris? –preguntó Sofía.

–Todo, Sofi, todo. Algo nuevo, algo prestado, algo azul…

–Yo cuando me case, me voy a vestir de rojo –dijo la niña, asintiendo lentamente–. Sí, de rojo.

–¿Por qué de rojo, Sofía? –preguntó Emma con curiosidad.

–No sé… pero de rojo…

Yo tampoco sé por qué, pero la imagen del cuarto de Christina Grey inundó mi mente… ¡Señor, sólo llevaba veinticuatro horas sin Misha y ya me parecían toda una vida!... Las mariposas de mi estómago comenzaron a revolotear con nerviosismo, provocándome una intranquilidad repentina.

–Cristina, te dejo aquí mi regalo. –Patricio colocó el paquete sobre la cómoda–. Han pasado tantas cosas desde que he llegado que casi se me olvida.

–¿Qué es, qué es? –preguntó Sofía dando palmaditas.

Pero su curiosidad no fue satisfecha. La puerta de mi cuarto se abrió y por ella entraron Maruja y Ana, a cada cual más peripuesta. ¡No podían estar más guapas, ni parecer más decididas!

–¡Ay, Dios mío, estás preciosa! –exclamó Maruja, llevándose la mano al pecho–. Me recuerdas a mi prima Josefina.

–¡Virgen Santísima! –gimió Ana, acariciando mis hombros despacio y mirándome a través del espejo–.

¡Estás perfecta, Cris, perfecta!

–¿Qué pasa, te encuentras mal? –preguntó Maruja al ver mi mano sobre el estómago.

–Yo… me estoy empezando a poner nerviosa… –Me levanté–. Necesito salir a fumar…

–¡No! ¡No! ¡No! –gritó Sofía, saltando de la cama y poniéndose ante la puerta de la terraza con los brazos abiertos–. ¡No puedes salir! ¡De aquí no pasas, o mi madre me mata!

–Sofi, por favor, no digas tonterías –La miré asombrada–. Necesito tomar el aire.

–A ver, Tis… –dijo Emma suavemente, posicionándose junto a Sofía–. Puedes salir a la terraza,

¿vale?, pero no puedes acercarte a la barandilla, ¿de acuerdo?

Las miré atónita. Mis ojos fueron de una a otra con total desconcierto. Tragué saliva y le susurré a Maruja.

–¿Temen… temen que me tire?

–¡No, mujer, no! –exclamó con una carcajada, secundada por Patricio–. Es que no puedes ver las piscinas.

–¡Hala, ya se lo has dicho! –gritó Sofí con genio, llevando sus pequeñas manos a las caderas y meneando la cabeza–. ¡Como se entere mi madre, me va a echar a mí la culpa!

En la tumbona del pecado fumé con ansia un cigarrillo, mientras el sol comenzaba a esconderse en el horizonte y la noche invadía lentamente la terraza, y ese cambio en el ambiente me provocó una pena infinita… No sé qué la producía, no sé qué la provocaba, pero era algo que solía ocurrirme también en mi infancia… Cuando el sol que me alumbraba se iba y la luna se asomaba, mi alma se estremecía y mi cuerpo temblaba… Supongo que a ello contribuía que aquel era el momento en que mi padre llegaba a casa, en que la borrachera entraba por la puerta y alteraba mi calma, en que el mundo de los adultos aplastaba mi pequeño mundo, lo aniquilaba.

Sofía madre y mi cuñada Cindy se reunieron con nosotras en la terraza, mirándome preocupadas.

–¿Qué pasa, Cris? –preguntó Sofía madre–. Estás muy pálida.

–Tienes mieditis –sentenció Patricio con una sonrisa tierna, sentándose a mi lado y acariciando mi espalda.

–Pues es algo completamente normal –afirmó Ana, encendiendo un cigarrillo–, Yo cancelé mi boda dos semanas antes, me entró cagalera. –Sofía niña estalló en carcajadas–. Llevábamos cinco años de novios, y en esos cinco años nunca tuve dudas, nunca, y eso que mi padre me preguntaba cada día “¿Estás segura de que es este?”.

–¿Por qué? –preguntó Maruja–. ¿No le gustaba?

–No le gustaban los policías.

–Mi padre es policía –dijo Sofía niña, cerrando la boca al instante al ver la mirada de su madre.

–¿Y qué pasó cuando la cancelaste? –preguntó Cindy.

–Mi padre puso el grito en el cielo, y no en sentido figurado. Aún me parece oírle, creo que se resintieron hasta los cimientos de la casa… “¡Ahora, ahora te entran dudas, coño! ¡Cinco años para pensarlo y ahora te entran las dudas, ahora que yo ya me he comprado el traje! ¡Pues ahora te casas, por mis cojones que te casas!”.

–¡Caray! –dijo Maruja–. Tenía mal genio tu padre.

–Es que era policía.

–¡¿Policía?! –Maruja no daba crédito–. ¡¿Y no le gustaban los policías?!

–¡Qué incongruente es la naturaleza humana! –exclamó Patricio, haciéndonos estallar en carcajadas.

La pelirroja entró por la puerta de la terraza como lo que era… ¡Una diosa, una auténtica diosa!...

Enfundada en un precioso vestido de raso azul que adornaba su cuerpo como si de una ola se tratara. Su cara no podía tener más luz, más brillo, más vida… en ella, los preciosos ojos de Sergio me sonreían, me miraban…“Con él ya no tendrás miedo por las noches, gitana”. No pude evitar que los míos se llenasen de lágrimas.

–¡Pero aún no estás vestida! –exclamó, asombrada–. ¡Venga, todo el mundo fuera, que la novia tiene que vestirse!

Mi elenco de invitados fue saliendo al tiempo que mi camarero sonriente llegaba. Le entregó a Maruja un café que ella, junto con una caricia, dejó sobre mis manos.

–Tómatelo todo. Le hemos puesto unas gotitas, para que te alegren el alma.

Me lo llevé a los labios y lo tomé lentamente, mientras la pelirroja se sentaba a mi lado, mirándome preocupada.

–¿Qué pasa, morena?

–Me he puesto un poco nerviosa, Paula.

–No me extraña nada. No todos los días la espera a una para casarse el hombre que la ama.

–¡Oh, Paula!

Paula me abrazó como sólo abraza una amiga del alma, la que ha compartido tus penas, la que ha secado tus lágrimas, la que ha visto tus infiernos, la que te ha tendido la mano cuando más lo necesitabas.

–Paula, yo…

–Lo sé. Tienes miedo –susurró, acariciando mi espalda–. Pero Misha no es como Carlos, Cris. Y si un día tiene la mala ocurrencia de empezar a cambiar, no te preocupes, no estarás sola en la batalla. ¿Tú has visto el escuadrón de élite que hemos formado?

Nuestras risas se mezclaron con las lágrimas, cuando de repente desapareció toda la penumbra que nos rodeaba. Reflejos de luces comenzaron a inundar la terraza, ahuyentando mi melancolía, inundándolo todo de magia.

–¡Oh, Dios mío! –exclamé, viendo las luces que llegaban desde abajo–. ¿Pero qué es eso, Paula!

–Según Sofi: “Una sorpresa preciosíiiiiiisima”. Pero antes… tienes que vestirte de hada.

Abandoné aquella habitación, que más que habitación había sido refugio, guarida, rodeada por los ángeles de la guarda de mi vida. Entramos en el ascensor, donde Paula colocó una vez más la cola de mi vestido, como si de mi fiel escudera se tratara, haciéndome sentir Dulcinea en busca de su caballero andante. Apreté el precioso ramo de flore que MS me regaló y respiré profundamente, intentando serenar mi alma.

–Mami tenía razón, Cris –dijo Sofía–. Eres un hada, pero un hada de verdad, sólo te falta la varita mágica. ¡Hasta parece que brillas!

–¡Tiene razón, Tis! –dijo Emma–. Nunca te había visto tan guapa.

Una auténtica guardia pretoriana me esperaba tras las puertas del ascensor: Patricio, Nikolay, el policía desnudo, el marido de Ana, Gael y Juan, me sonrieron al otro lado. ¡De Serguei y el emperador romano no había ni rastro!... Recorrí la recepción del hotel. Los empleados, vestidos de gala, franquearon mi paso hasta las puertas de las piscinas, donde mi camarero sonriente me esperaba… ¡Una vez más, Misha me protegía! ¡Mi querido zar no quiere que me sienta sola, no quiere que me sienta nunca más abandonada!

Sofía encabezó la comitiva hasta las puertas acristaladas, cubiertas por una increíble y preciosa cortina amarilla, como si de un telón se tratara. Mi camarero sonriente, sintiéndose más que nunca anfitrión, hizo una señal a otros dos camareros para que las apartaran y ceremoniosamente abrió las puertas… ¡Me sentí como la mismísima reina de Inglaterra, cuando el Chambelán entra en el Parlamento para anunciarla! Al otro lado… ¡El mundo que mi querido zar había creado especialmente para mí! ¡Para acariciar mi alma!

–¡OH, DIOS MÍO! –exclamé, asombrada.

–¡¿A que es preciosísimo?! –Sofía saltaba, apretando mi mano.

Del recinto de las piscinas no quedaba ni rastro, salvo las piscinas, claro… Hasta allí se había trasladado la magia salida de la cabeza de algún decorador que había volcado en ello toda su inventiva, seguramente después de asesorar a James Cameron para crear el mundo de Pandora.

El agua estaba cubierta de pétalos de rosas. El recinto, inundado de flores, de todas las formas, de todos los colores, creando el escenario perfecto para hacerme sentir un hada, para hacerme sentir que flotaba, que a mi cuerpo le salían alas. Hasta mis oídos llegó la música, sosegando mi alma, como si las olas del mar que rodeaba nuestra cueva, viniesen para calmarla… entonces la recordé, era la suave melodía que Serguei puso en el coche aquel día en que me llevaba a “El deseo” , en donde me esperaban los brazos de Misha, el hombre de mis sueños.

Un camino delimitado por velas blancas me mostraba la senda que debía seguir para llegar hasta él, todo el recinto estaba lleno de ellas, llamas que titilaban incansablemente, inundándolo todo de magia.

El leve aleteo que se produjo alrededor de mi cara me confirmó que “ellos” no querían perderse aquel momento. ¿Quién podría reprochárselo? Habiendo compartido mi infierno, era justo que compartiesen mi dicha.

–Morena… –Paula tomó mi cara entre sus manos. En sus ojos no podía haber más lágrimas–. Recorre el camino como si fuese… el sendero de baldosas amarillas… ¡Te lo has ganado!

“El mago de hoz”… Aquel era el cuento preferido de Sergio… “Cuéntamelo otra vez, Cris, es que no me canso de escucharlo”. Un día le pregunté “¿Por qué te gusta tanto este cuento, Sergio?” . Sus preciosos ojos azules se clavaron en mis ojos y sus manos acariciaron lentamente mi cara mientras me contestaba…

“Porque a todos nos falta algo”.

Los invitados me esperaban sentados en unas preciosas sillas, y al final de aquel camino me aguardaba el zar de mi vida. Bajo un precioso arco de flores y franqueado por preciosas celosías cubiertas de enredaderas, me esperaba el hombre más guapo del mundo, con una sonrisa infinita. ¡No hay para mí en el universo un hombre como Misha! Su traje, salido también de las manos de Vittorio y Luchino, no desmerecía en nada al mío, de un suave gris perla que quitaba el sentido, se adaptaba a su cuerpo a la perfección, definiendo cada una de sus líneas, las líneas perfectas del mapa de mi vida. La impecable camisa blanca resaltaba la belleza de su piel, el bronceado que le habían dado las islas, y en aquella cara de ensueño estaban los ojos de Misha… ojos negros como el carbón de mi tierra… que me regalaban sonrisa tras sonrisa.

Era todo tan perfecto que mi mente, ese extraño ser que habita en mi cerebro y que de repente se mantiene inerte o de repente se activa, se despertó de golpe para recordarme que la perfección no existe…

–Emma… –le susurré–. La abuela…

–Tranquila, Tis, no aparecerá –dijo, apretando mi brazo.

–¿Estás segura?

–Segurísima –Su convencimiento fue tal, que me asustó.

–¿Y por qué estás tan segura, nena? –Me regaló una sonrisa–. Emma… ¿Qué has hecho?

–Nada malo, te lo aseguro –clavó en mi cara su mirada más pícara–. ¡Tis… la he hecho enormemente feliz!

–¡Ay, Emmita! ¿Pero qué has hecho?

–Verás… –susurró mientras nos acercábamos despacio a las escaleras–. Últimamente me he dedicado a chatear, es muy entretenido.

–¡Ay, Señor! –Cerré los ojos.

–Tis, en este momento la abuela está viajando rumbo… al Machu Pichu.

–¿Quéeee?

Me paré en seco, asustando a Sofía, que iba colgada de mi mano, hasta que la boca de mi sobrina se volvió a abrir y continuó hablando con acento… peruano… o chileno… o argentino… ¡O sabe Dios de dónde!

– La espera el lisensiado Sebastián, dueño de la plantasión de los Ranchitos, de muchas hectáreas, en donde le dará a la señorita todo el amor que su tiernesito corasón nesesita.

La risa me acompañó hasta llegar ante Misha. Sus manos tomaron mi cara, y sus labios se fundieron con los míos en un beso infinito.

Mis invitados me dijeron luego que la ceremonia había sido preciosa, pero yo ni la oí, toda mi atención estaba concentrada en el rey de mi mundo, en el zar de mi universo, en el brillo de sus ojos negros, en el porte de su cuerpo, en el tacto de sus manos, en la sonrisa de sus labios, en su mirada acariciando mi cuerpo. Me sentí trasladada a otra dimensión, a otro universo… hasta que llegó el momento de los anillos y mi corazón dio un vuelco… ¡Ni me había acordado de ellos!

–¡Oh, Dios mío, los anillos!

–Tranquila, mi amor –susurró, acariciando mi cara–. Ya te dije que de la intendencia me encargo yo.

De repente, y en aquel momento tan especial de la ceremonia... Un alegre aleteo comenzó a surgir del fondo, hacia donde todas las cabezas se giraron. Un precioso enjambre de mariposas apareció en medio de la noche, revoloteando alocadas sobre las cabezas de nuestros invitados, provocando exclamaciones de asombro, haciendo las delicias de Sofía y de Yago, y llegando hasta nosotros, que las miramos asombrados, mientras aleteaban alrededor de nuestras caras en un extraño baile.

–¡¿Pero desde cuándo las mariposas vuelan de noche?! –exclamó Maruja, asustada, llevándose una mano al pecho–. ¡Esto parece brujería!

Mis invitados nunca lo comprendieron, pero yo sí lo comprendía… Tras ellas, y como si de auténticos perros pastores se tratasen, mis dos ángeles las arengaban con prisa, haciéndolas aletear a nuestro alrededor entre risas y más risas.

Desaparecieron con la misma rapidez con la que llegaron, dejándonos inundados de su magia, de su alegría… ¡Las mariposas de la vida!

Coloqué un sencillo anillo de oro blanco en el dedo de Misha, y él puso el mismo en el mío, pero…

decorado con dos corazones engarzados, que me hicieron abrir los ojos, sorprendida… ¡Mi querido zar cubría mi cuerpo de corazones… en el vestido… en la pulsera… en los pendientes… en los anillos!...

Misha me entregaba todos los corazones que no me había dado la vida, pero el mejor estaba en su cuerpo, aquel que latía en su pecho acompasado con el mío, y del que surgieron las palabras que llegaron hasta sus labios y que, entre beso y beso, susurró en los míos.

–Mi amiga… mi compañera… mi confidente… la madre de mi hija… el amor de mi vida… mi mujer para siempre.

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