Misery

Misery


II - Misery » 7

Página 48 de 128

7

Llevaba unas nueve páginas del séptimo capítulo. Geoffrey y la señora Ramage habían sacado a Misery de la tumba en el último momento para encontrarse con que la mujer no tenía idea de quiénes eran ni de quién era ella misma.

Annie entró en la habitación. Esta vez Paul la oyó y dejó de escribir, lamentando que le hubiese sacado del sueño.

Ella llevaba los primeros seis capítulos a un lado de la falda. Había tardado menos de veinte minutos en leer aquella primera tentativa. Hacía una hora que se había llevado aquellas veinte páginas. La miró con detenimiento, observando con cierto interés que Annie Wilkes estaba un poco pálida.

—Bueno —le preguntó—, ¿es limpio?

—Sí —dijo un tanto ausente como si fuera una conclusión predeterminada, y Paul supuso que así era—. Es limpio y bueno. Emociona. Pero también es un poco espeluznante. No se parece a los otros libros de Misery. La pobre mujer se destrozó los dedos arañando… —Meneó la cabeza y repitió—: No es como los demás libros de Misery.

«El hombre que escribió esas páginas estaba de un ánimo espeluznante, querida», pensó Paul.

—¿Quiere que continúe?

—¡Le mataré si no lo hace! —contestó sonriendo.

Paul no le devolvió la sonrisa. Ese comentario, que en otra época hubiese catalogado como absolutamente banal, ahora adquiría otro significado.

Sin embargo, en la actitud de la mujer que se hallaba de pie junto a la puerta, había algo que le fascinaba. Era como si ella tuviese miedo de acercarse, como si creyese que algo dentro de él podía quemarla. No había sido el asunto del entierro prematuro lo que la asustaba, y él era lo bastante inteligente para saberlo. No, era la diferencia entre su primer intento y éste. El primero tenía la vitalidad de una redacción de un niño de octavo curso titulada «Cómo pasé mis vacaciones». Ésta era diferente. El horno estaba encendido. No es que estuviera especialmente bien escrito, el argumento era caliente; pero los personajes eran tan estereotipados y predecibles como siempre. No obstante, había sido capaz de generar fuerza. Ahora se desprendía calor de entre las líneas.

Pensó, jocoso: «Ella sintió ese calor. Creo que tiene miedo a acercarse por si la quemo».

—Bueno —dijo suavemente—, no tendrá que matarme, Annie. Yo quiero seguir. Así que, ¿por qué no hacerlo ahora mismo?

—Está bien —aceptó.

Se acercó para dejar las páginas, las puso en la tabla y se alejó rápidamente.

—¿Le gustaría leerlo a medida que lo vaya escribiendo? —le preguntó.

Annie sonrió.

—¡Sí! ¡Será casi como los episodios de mi infancia!

—Bueno, no puedo prometerle que todos los capítulos terminen con un cliff-hanger — le dijo—. No se trata de eso.

—Para mí, sí —repuso con fervor—. Yo querré saber lo que pasará en el capítulo dieciocho, aunque el diecisiete termine con Misery, Ian y Geoffrey sentados en unas mecedoras leyendo la prensa. ¡Ya estoy loca por saber lo que va a suceder ahora! No me lo diga —agregó con aspereza, como si Paul se hubiese ofrecido a hacerlo.

—Bueno, generalmente no muestro mi trabajo hasta que está terminado —dijo esbozando una sonrisa—; pero ya que ésta es una situación especial, me gustaría que leyera capítulo por capítulo. —«Y así empezaron las mil y una noches de Paul Sheldon», pensó—. Pero quiero saber si usted está dispuesta a hacerme un pequeño favor.

—¿Cuál?

—Escríbame las malditas enes.

—Será un honor. Ahora le dejaré solo.

Volvió a la puerta. Vaciló un momento y regresó. De pronto, con una timidez profunda y casi dolorosa, ofreció la única sugerencia que jamás le haría.

—Tal vez fue una abeja.

Él ya había dirigido la mirada al papel; quería llevar a Misery a la casa de la señora Ramage antes de suspender el trabajo. Volvió a levantar los ojos para mirarla con impaciencia muy bien disimulada.

—¿Cómo dice?

—Una abeja —insistió, y él vio que el rubor subía por su cuello hasta las mejillas y, poco después, hasta sus orejas—. Una persona de cada doce es alérgica al veneno de abeja. Vi muchos casos de ésos… antes de retirarme del trabajo como enfermera diplomada. La alergia puede manifestarse de muchas maneras diferentes. A veces la picadura puede producir un estado comatoso que es similar a lo que la gente llama… catalepsia.

Ahora estaba tan roja que casi pasaba al morado.

Paul consideró brevemente la idea y la arrojó a la papelera. Una abeja podía haber sido la causa del entierro prematuro de la infortunada Evelyn-Hyde. Incluso tenía sentido, puesto que había ocurrido en plena primavera y además en el jardín. Pero él ya había decidido que la credibilidad dependía de que ambos entierros prematuros estuviesen relacionados de algún modo, y Misery había fallecido en su habitación. El hecho de que, hacia finales de otoño no solía haber abejas, no representaba el verdadero problema. El problema era que la reacción cataléptica era una rareza. Pensó que el lector constante no se tragaría que dos mujeres de pueblos vecinos, sin ninguna relación entre sí, fuesen enterradas vivas en el lapso de seis meses por picaduras de abejas.

Pero no podía decir eso a Annie, y no sólo porque se enfurecería. No podía decírselo, porque le haría mucho daño y a pesar de todo el dolor que ella le había causado, descubrió que era incapaz de devolvérselo de aquella manera. Él sabía lo que eso significaba.

Repitió el eufemismo típico de los talleres de escritores…

—Tiene posibilidades. Lo tendré en cuenta, Annie; pero ya tengo algunas ideas en mente. Puede que la suya no encaje.

—Eso ya lo sé, el escritor es usted, no yo. Olvide la sugerencia, lo siento…

—No sea tan…

Pero ya se había marchado con su pesadez a cuestas, aunque casi corriendo, por el pasillo hacia la sala. Se quedó mirando al vacío. Sus ojos bajaron y entonces se abrieron desmesuradamente.

A ambos lados del marco de la puerta, a unos veinte centímetros del suelo, había unas marcas negras. Comprendió enseguida que las habían causado las ruedas de la silla al forzar la entrada. Hasta ahora, Annie no las había visto. Llevaban allí casi una semana y eso era un pequeño milagro. Pero pronto, mañana, tal vez esa misma tarde, ella entraría con la aspiradora y las descubriría. Sin duda acabaría por descubrirlas.

Paul escribió muy poco durante el resto del día.

El agujero en el papel había desaparecido.

Ir a la siguiente página

Report Page