Misery

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IV - Diosa » 7

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Realmente fue a comer con Charlie Merrill. La conversación fue la misma. Sólo que, al entrar en su apartamento, sabía que era la mujer de la limpieza la que había levantado las alfombras y aunque se cayó y tuvo que contener un grito de terror cuando Annie se alzó como un Caín de detrás del sofá, sólo era el gato, un siamés bizco llamado Dumpster que había encontrado el mes anterior en la perrera.

Annie no estaba porque Annie no era una diosa, sino una loca que le había torturado por sus propias e inescrutables razones. Annie había conseguido sacar de su boca la mayor parte del papel y salió por la ventana mientras Paul dormía. Logró llegar al establo y allí se derrumbó. Estaba muerta cuando Wicks y McKnight la encontraron, pero no por estrangulación, ni asfixia. Había fallecido a consecuencia de la fractura de cráneo producida al resbalar y golpearse con la repisa de la chimenea. Así que, en cierto modo, la había matado la máquina de escribir que Paul había odiado tanto.

Pero había hecho planes para él. Esta vez ni siquiera le bastaría el hacha.

La habían encontrado fuera de la porqueriza de Misery con una mano agarrando el mango de un serrucho.

Sin embargo, todo eso pertenecía al pasado. Annie Wilkes estaba en su tumba. Pero como Misery Chastain, descansaba allí inquieta. Él la desenterraba una y otra vez en sus sueños y en sus fantasías cuando estaba despierto. No se podía matar a una diosa. Se la podía emborronar temporalmente con bourbon, pero eso era todo.

Fue al bar y contempló la botella; luego miró hacia donde estaban las galeradas y las muletas. Echó un vistazo de despedida a la bebida y volvió a sus cosas.

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