Misery

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II - Misery » 17

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Más que una alacena, aquello parecía el refugio atómico de un obseso. Pensó que toda aquella acumulación de alimentos ponía de relieve la situación real de Annie. Era una mujer sola que vivía aislada de las montañas, donde una persona debía prepararse para ciertos períodos de aislamiento. Tal vez solo fuera un día; pero también podía ser un par de semanas desconectada del resto del mundo. Probablemente los «joninos» —otro barbarismo de Annie—, Roydman tenían una alacena que sorprendería al propietario de una casa de cualquier otra parte del país, pero dudaba que los «joninos» Roydman o que cualquier otro habitante de aquellas latitudes tuviese algo aproximado a lo que él acababa de descubrir. Aquello no era una alacena, era un maldito supermercado. Incluso había cierto simbolismo. Las hileras de alimentos sugerían la tenebrosa línea fronteriza entre el Estado Soberano de la Realidad y la República Popular de la Paranoia. En su situación actual, sin embargo, esas sutilezas no parecían dignas de consideración. «¡A la mierda el simbolismo!», pensó. Había que ir por la comida.

Sí, pero con cuidado. No se trataba sólo de lo que ella pudiese echar en falta. No debía llevarse nada más de lo que razonablemente pudiese esconder, porque si llegaba de repente… ¿Y de qué otra manera iba a llegar? El teléfono estaba muerto y dudaba mucho de que Annie le enviase un telegrama o un mensajero con flores. Pero lo que ella pudiese echar de menos allí, o encontrar en su habitación, importaba muy poco. Después de todo, tenía que comer. También estaba «enganchado» a la comida.

Sardinas… Había muchas sardinas en aquellas latas rectangulares con la llave bajo la envoltura. Cogería algunas. Latas de paté… No tenía llave, pero podría abrir un par de ellas en la cocina y comérselas antes. Enterraría las latas vacías en el cubo lleno de basura. Había un paquete abierto de pasas Sun-Maid lleno de las pequeñas cajas que el letrero roto de la envoltura llamaba «mini-snacks». Paul agregó cuatro «mini-snacks» a la creciente pila de su regazo, y otras tantas cajitas individuales de Corn Flakes y de Wheaties. Notó que no había cajas individuales de cereales azucarados. Annie debía de habérselas tragado en su última juerga, si es que las tenía.

En una estantería más alta, halló un montón de Slim Jim[9] tan bien colocados como la leña en el cobertizo de Annie. Cogió cuatro, tratando de no alterar la estructura piramidal del depósito y devoró uno ávidamente, disfrutando del gusto salado de la grasa. Metió la envoltura en el calzoncillo para tirarla luego.

Empezaban a dolerle las piernas. Decidió que si no iba a escapar o a quemar la casa, debía volver a su habitación. Un anticlímax, pero las cosas podían ser peores: ¿Y si tomaba un par de cápsulas y escribía hasta que llegara el sueño? Entonces podría dormir. Dudaba que ella volviese esa noche. En vez de amainar, la tormenta estaba ganando fuerza. La idea de escribir con calma y de dormir, sabiendo que estaba completamente solo, que Annie no entraría en tromba con alguna de sus ideas paranoicas o una exigencia aún más demente, le atraía mucho, fuese o no un anticlímax.

Salió de la alacena deteniéndose a apagar la luz, recordándose que debía poner todo en su sitio mientras se retiraba. Si acababa con la comida antes de que ella regresara, podría volver a buscar más. «Como una rata hambrienta, ¿verdad, Paulie?», sugirió la parte depresiva de su conciencia.

Pero no debía olvidar lo cuidadoso que tenía que ser. Debía tener presente el hecho de que estaba arriesgando la vida cada vez que dejaba su habitación.

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