Misery

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III - Paul » 5

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Empezó a vivirlo hasta el fondo. No había muerto, no se había dormido, pero después de que Annie le «hiciese cojo», el dolor se le alejó durante un rato. Sólo se había desvanecido sintiéndose desligado de su cuerpo, un globo de pensamiento puro escapándose del hilo.

Mierda, ¿para qué se tomaba la molestia? Ella lo había hecho y todo aquel tiempo había sido dolor y aburrimiento, con brotes ocasionales de trabajo en un libro estúpidamente melodramático para escapar de ambos. Todo eso parecía carecer de sentido.

«Sin embargo, lo tiene. Aquí hay un tema, Paul. Es el hilo que lo une todo. El hilo que confiere a cuanto sucede autenticidad. ¿No lo ves?».

Misery, por supuesto. Ése era el hilo que lo ataba todo; pero auténtico o falso, era tan malditamente estúpido…

Como sustantivo común significaba dolor, generalmente largo y a menudo inútil.[13] Como nombre propio, correspondía a un personaje y un argumento que sin embargo terminaría muy pronto. Misery corría a través de los últimos cuatro o tal vez cinco meses de su vida; estaba harto de ella, aunque quizá no era tan estúpida y simple. Simplemente…

«Oh, no, Paul. Nada es simple en lo que concierne a Misery. Excepto que le debes la vida, porque al final te convertiste en Scherezade, ¿no?», pensó.

Otra vez trató de librarse de esos pensamientos, pero comprendió que era inútil. La persistencia de la memoria y de las heridas tenía la culpa. Entonces tuvo una idea inesperada que abrió una nueva avenida de pensamiento:

«Lo que siempre pasas por alto, por ser demasiado obvio, es que también eres Scherezade para ti mismo».

Pestañeó bajando la mano y mirando fija y estúpidamente al verano que nunca había esperado llegar a ver. La sombra de Annie pasó y luego volvió a desaparecer.

¿Era eso cierto?

«¿Scherezade para mí mismo?», pensó otra vez. Si era así, entonces se estaba enfrentando a una idiotez colosal. Debía su supervivencia al hecho de que la mediocridad que Annie le había obligado a escribir no estaba terminada cuando ella le cortó el pie. Así pues, tenía que vivir hasta averiguar cómo iba a concluir el asunto.

«Estás absolutamente loco, muchacho».

Pero ya no estaba seguro de nada. Con una excepción: toda su vida había dependido, y continuaba dependiendo, de Misery.

Dejó que su mente vagara.

«La nube —pensó—. Empieza con la nube».

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