Misery

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III - Paul » 34

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Volvió por la noche, hacia las doce menos cuarto.

—Tendría que estar en la cama desde hace una hora, Paul —le amonestó.

Él la miró, aturdido por el sueño profundo de la historia. Geoffrey, que se había convertido en el héroe del libro, acababa de enfrentarse con la horrible reina de las abejas, con quien tendría que luchar hasta la muerte por la vida de Misery.

—No tiene importancia —respondió—. Me acostaré dentro de un rato. Hay veces que, o se escribe o se pierden las ideas.

Agitó la mano como si le doliera. Una excrecencia grande y dura, parecida a una ampolla, se había formado en el lado interior del dedo índice, donde hacía la fuerza para sujetar el lápiz. Tenía pildoras que podían aliviar el dolor, pero también podían emborronar el pensamiento.

—Cree que es bueno —le preguntó con suavidad—, verdaderamente bueno. Ya no lo está haciendo por mí, ¿verdad?

—Oh, no, claro que no. —Por un momento estuvo a punto de decir: «Nunca fue para usted, Annie, ni para esa gente de ahí fuera que firma sus cartas con “Su admirador número uno”. En el momento en que uno empieza a escribir, esa gente está en el otro extremo de la galaxia. Nunca fue para mis mujeres, ni para mi madre, ni para mi padre. La razón por la que los autores dedican sus libros es que su propio egoísmo les horroriza».

Sin embargo, sabía que no sería prudente decirle una cosa así.

Escribió hasta el amanecer y luego cayó en la cama y durmió cuatro horas. Tuvo sueños confusos y desagradables. En uno de ellos, el padre de Annie subía por unas largas escaleras. Llevaba un cesto con lo que parecían recortes de periódicos. Paul trató de gritarle, de advertirle, pero cada vez que abría la boca aparecía un párrafo de narración pulcramente razonado. Aunque el párrafo era diferente cada vez que intentaba gritar, siempre empezaba de la misma forma: «Un día, quizá dentro de una semana…», y entonces aparecía Annie Wilkes gritando con las manos extendidas para dar a su padre el empujón mortal…, sólo que sus gritos se transformaban en extraños zumbidos y su cuerpo se encorvaba y se transformaba bajo su falda y su rebeca, porque Annie se estaba convirtiendo en una abeja.

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