Misery

Misery


III - Paul » 41

Página 106 de 128

41

La llamó cinco minutos más tarde y oyó sus pesados pasos en la escalera. Esperaba sentirse aterrorizado cuando las cosas llegasen a ese punto y comprobó con alivio que se hallaba bastante tranquilo. La habitación olía al fluido inflamable. La tabla, extendida a través de los brazos de la silla, goteaba constantemente.

—Paul, ¿ha terminado de verdad? —gritó por el pasillo.

Paul miró la pila de papel, empapada del fluido, que estaba en la tabla al lado de la odiosa Royal.

—Bueno —le contestó—, hice todo lo que pude.

—Estupendo, estupendo. ¡Casi no puedo creerlo! Después de todo este tiempo. Espere un momento. Traeré el champán.

—Magnífico.

La oyó atravesar el linóleo de la cocina, anticipando cada crujido un instante antes de que se produjese. «Estoy escuchando todos esos ruidos por última vez», pensó, y eso le causó un estupor que rompió su calma como si fuese el cascarón de un huevo. El miedo estaba dentro, pero había algo más. Suponía que era la costa de África alejándose.

Ella abrió la puerta de la nevera y luego la cerró de golpe. Allá iba atravesando la cocina, allá iba…

No se había fumado el cigarrillo, por supuesto, aún estaba en el alféizar. Era la cerilla lo que él quería. Esa única cerilla.

«¿Y si no se enciende?», se preguntó aterrorizado.

Pero ya era demasiado tarde para tales consideraciones.

Cogió la caja de cerillas del cenicero. Sacó la única que había. Ella iba por el pasillo. Rascó la cerilla. No se encendió.

«Calma, calma, todo se consigue con calma».

La rascó de nuevo. Nada.

«Calma…, calma…», se repitió a sí mismo.

La rascó por tercera vez en la tira oscura del dorso de la caja, y una débil llama amarilla floreció en el extremo de la cerilla.

Ir a la siguiente página

Report Page