Misery

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I - Annie » 8

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Cuando llegó la marea su ser se fue a la deriva. En otra habitación se oyó el televisor durante un rato y luego cesó. Algunas veces sonaba el reloj y trataba de contar las campanadas.

La mujer había dicho que le había alimentado por vía intravenosa.

Se incorporó sobre un codo. Tanteó buscando la lámpara y finalmente pudo encenderla. Se miró los brazos y en el pliegue interior de los codos vio sombras desvaídas moradas y amarillas. En el centro de cada mancha, había un agujero lleno de sangre seca.

Volvió a tumbarse mirando el techo, escuchando el viento. Estaba en la cima de la Gran Divisoria, en el corazón del invierno, en compañía de una mujer trastornada que lo había alimentado por vía intravenosa cuando se hallaba inconsciente, una mujer que parecía tener una provisión inagotable de medicamentos y que no le había dicho a nadie que él se encontraba allí.

Esas cosas eran importantes, pero empezó a darse cuenta de que había algo que lo era mucho más: la marea estaba bajando otra vez. Aguardó a que sonase el timbre del despertador en el piso de arriba. Aún tardaría un poco, pero ya podía comenzar la espera. Estaba loca, pero él la necesitaba.

«Estoy metido en un buen lío», pensó, mirando el techo mientras su frente volvía a inundarse de gotas de sudor.

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