Misery

Misery


II - Misery » 14

Página 55 de 128

14

Paul recordó un ensayo de Edmund Wilson en el que decía, con su habitual maldad, que el criterio de Wordsworth para escribir buena poesía, «una fuerte emoción evocada en un momento de serenidad», podía aplicarse a la mayoría de las obras de ficción dramática. Probablemente era cierto. Paul había conocido escritores que no podían producir tras un incidente tan nimio como una leve disputa conyugal, y a él mismo le resultaba imposible trabajar cuando estaba alterado. Pero a veces se producía una especie de efecto contrario y en esos momentos se había puesto a escribir, no porque tuviese que hacerlo, sino porque era una forma de escapar de los problemas. En esas ocasiones, solía estar fuera de su alcance remediar el motivo de su alteración.

Éste era uno de esos instantes. Cuando a las once de la mañana, Annie no había vuelto aún para sentarlo en la silla, decidió hacerlo él mismo. Excedía a sus fuerzas coger la máquina de la repisa, pero podía escribir a mano. Estaba seguro de que podía sentarse en la silla de ruedas y de que no convenía que Annie se enterase, pero necesitaba otra dosis y no podía escribir sentado en la cama.

Se acercó con dificultad al borde, se aseguró de que la silla tuviese puesto el freno, se apoyó en los brazos y empujó despacio hacia el asiento. La única parte dolorosa del proceso fue poner los pies en los soportes. Impulsó el artefacto hasta la ventana y cogió el manuscrito.

La llave crujió en la cerradura. Annie lo miró. Sus ojos encendidos eran como pozos oscuros. Su mejilla derecha palpitaba y por el aspecto que tenía, podía adivinarse el cardenal con que despertaría al día siguiente. Alrededor de la boca y en la barbilla, había una sustancia roja. Paul pensó por un momento que era sangre, pero luego vio que era mermelada de frambuesa. Ella lo contempló con fijeza. Él le devolvió la mirada. Durante un rato, ninguno de los dos habló. Fuera, las primeras gotas de lluvia chocaron contra la ventana.

—Si puede sentarse en la silla usted mismo, Paul —dijo al fin—, creo que también puede completar su manuscrito con esas jodidas enes.

Luego volvió a cerrar la puerta con llave. Paul siguió mirándola durante largo rato, como si esperase descubrir algo. Estaba demasiado perplejo para hacer otra cosa.

Ir a la siguiente página

Report Page