Misery

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III - Paul » 19

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Cayó la noche y no llegó ningún policía. Annie no pasó todo el tiempo con él esperando a que oscureciese. Quería arreglar la ventana de su habitación, y recoger los sujetapapeles y los vidrios rotos desparramados por el césped. Cuando al día siguiente llegase la policía buscando a su oveja perdida, no quería que encontraran nada fuera de lo normal.

«Sólo deja que miren debajo del cortacésped, nena. Sólo deja que miren ahí y verán algo bastante fuera de lo normal», imploró Paul.

Pero por más que intentaba visualizarlo, su vívida imaginación no lograba producir el guión apropiado.

—¿Se pregunta por qué le he dicho todo esto, Paul? —le planteó antes de subir a ver qué podía hacer con la ventana—. ¿Por qué le conté con todo lujo de detalles los planes que tengo para resolver este asunto?

—No —le respondió apagado.

—En parte, porque quiero que conozca exactamente cuáles son sus posibilidades y qué es lo que tiene que hacer para seguir viviendo. También deseo que sepa que acabaría con todo ahora mismo si no fuera por el libro. Todavía me importa ese libro. —Sonrió, era una sonrisa radiante y astuta—. Sí, sé que es la mejor historia de Misery y quiero saber cómo termina.

—Yo también, Annie.

Le miró sorprendida.

—Pero usted lo sabe, ¿no?

—Cuando empiezo un libro, siempre creo que sé cómo van a salir las cosas, pero no es así. En realidad, supongo que es lógico. Y no es para sorprenderse, si lo piensa bien. Escribir un libro es como disparar un ICBM…, sólo que viaja a través del tiempo en vez de hacerlo por el espacio, es el tiempo del libro que los personajes emplean en vivir la historia y el tiempo real que el novelista invierte escribiéndolo. Hacer que una novela termine exactamente del modo que uno pensó que terminaría al comenzarla, sería como lanzar un misil Titán para que recorriese la mitad del mundo disparando su carga a través de una cesta de baloncesto. Se entiende sobre el papel y hay gente que construye esas cosas y dice que le resultó tan fácil como freír un huevo. Pero todas las posibilidades están en contra.

—Sí —dijo Annie—, ya veo.

—Debo tener un sistema de navegación muy bueno en mi equipo, porque generalmente me acerco bastante y si se tienen suficientes explosivos en el morro del misil, suele bastar. En este momento el libro tiene dos posibles finales. Uno es muy triste. El otro, aunque no es el típico final feliz de Hollywood, al menos conserva cierta esperanza en el futuro.

Annie se alarmó sobremanera.

—No estará pensando en volverla a matar, Paul.

Él sonrió un poco.

—¿Qué haría si la mato, Annie? ¿Matarme a mí? Eso no me asusta lo más mínimo. Puede que no sepa lo que va a ocurrirle a Misery, pero sé lo que va a pasarme a mí… y usted también lo sabe. Escribiré la palabra FIN, usted lo leerá y después escribirá lo mismo, ¿es cierto? Nuestro fin. Ése no tengo que imaginarlo. La verdad no es realmente más extraña que la ficción, digan lo que digan. La mayoría de las veces uno sabe exactamente cómo van a salir las cosas.

—Pero…

—Creo que sé cuál va a ser el final. Estoy casi seguro. Si sale así, le gustaría. Pero aun cuando salga de esa manera, ninguno de los dos conocerá los detalles reales hasta que lo escriba, ¿no cree?

—No, supongo que no.

—¿Recuerda lo que decían aquellos viejos anuncios de los autobuses Greyhound? «Llegar es sólo parte de la diversión».

—De todos modos, está ya casi acabado.

—Sí —dijo Paul—, casi…

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