Misery

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III - Paul » 31

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Estaba de pie en la puerta, mirándole fijamente; tanto, que Paul empezó a sentir calor en la cara y supuso que se estaba ruborizando. Los dos guardias se habían marchado hacía quince minutos.

—¿Tengo monos en la cara? —preguntó al fin.

—¿Por qué no gritó?

Los dos guardias se habían tocado el sombrero al meterse en el coche, pero ninguno de ellos había sonreído. Tenían una mirada extraña, que Paul pudo ver desde el ángulo que le permitía la esquina de su ventana. Sabían quién era ella.

—Estuve esperando que gritara. Ellos habrían saltado sobre mí.

—Tal vez sí, o tal vez no.

—Pero ¿por qué no gritó?

—Annie, si se pasa la vida entera suponiendo que va a ocurrir lo peor que puede imaginar, alguna vez se ha de equivocar.

—No trate de hacerse el listo conmigo.

Vio que, tras su aparente impasividad, se hallaba profundamente confundida. Su silencio no encajaba con la visión que Annie tenía de la existencia: una especie de lucha libre permanente. Annie Wilkes, el doble equipo malo de Los Joninos Canallas.

—¿Quién trata de hacerse el listo? Le prometí que iba a mantener la boca cerrada, y lo hice. Quiero terminar mi libro en paz. Y deseo terminarlo para usted.

Lo miró insegura, queriendo creer, temerosa de creer, pero al fin, creyendo de todos modos. Y tenía motivos, porque le estaba diciendo la verdad.

—Muy bien, póngase a trabajar —le sugirió suavemente—. Póngase a trabajar enseguida. Ya vio cómo me miraron.

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