Misery

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III - Paul » 44

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Paul se quedó mirándola con incredulidad mientras ella se ponía lentamente de rodillas. Él también se sujetaba con las manos arrastrando las piernas. Parecía una versión adulterada del sobrino de Popeye, Cocoliso.

«No… no, estás muerta. Esto es un error, Paul. Tú no puedes matar a una diosa. La diosa es inmortal. Ahora tengo que aclarar…», pensó.

Sus ojos miraban fijamente de un modo horrible. Una enorme herida brillaba a través de su cabello en el lado izquierdo de la cabeza. La sangre corría por su cara.

—Pujjj —gritó a través del papel en su garganta, y empezó a arrastrarse hacia él con las manos estiradas—. Joorg…

Paul giró en un semicírculo y empezó a avanzar hacia la puerta. Podía oírla tras él. Y entonces, al entrar en la zona de vidrios rotos, sintió que agarraba el tobillo izquierdo y le apretaba el muñón, causándole un dolor insoportable. Gritó.

—¡Pajjjrrro Suzzzzzioi! —chilló Annie, triunfante.

Él la miró por encima del hombro. La cara se le estaba amoratando y parecía hincharse. Comprendió que se estaba convirtiendo realmente en el ídolo de los bourkas. Tiró con todas sus fuerzas y la pierna se le escurrió a Annie de la mano, quedándose sólo con la protección de cuero que le había puesto en el muñón.

Siguió arrastrándose frenéticamente, llorando y con el sudor corriéndole por las mejillas. Continuó ayudándose con los codos como un soldado avanzando bajo fuego de artillería. Oyó el golpe sordo de una rodilla tras él, luego de otra, después otra vez la primera. Ella aún le perseguía. Era tan sólida como él siempre había temido. La había quemado, le había roto la espalda, le había llenado la garganta de papel y todavía… todavía le perseguía.

—¡Paj! —gritó Annie ahora—. ¡Ppj… suzzz!

Un garfio de vidrio se le clavó en el brazo. Siguió arrastrándose con el trozo de botella sobresaliendo como una clavija.

La mano de Annie se cerró sobre su pantorrilla izquierda.

Volvió a girar para mirarla y vio que tenía la cara negra como una ciruela podrida de la que sobresalían unos salvajes ojos ensangrentados. Su garganta palpitante se hallaba hinchada como una cámara de aire y tenía la boca torcida. Estaba tratando de sonreír.

La puerta ya se encontraba a su alcance. Paul se estiró y agarró la jamba con un apretón de muerte.

La mano derecha de Annie volvió a asir su muslo derecho.

Siguió oyendo el ruido de sus rodillas tras él, cada vez más cerca. Su sombra se cernía sobre él.

No gimió. La sintió tirando hacia atrás. Se aferró con toda sus fuerzas a la jamba con los ojos apretados.

Las manos de la diosa corrieron por su espalda como una araña y se asentaron alrededor de su cuello.

A Paul se le acabó el aire. Se agarró al marco de la puerta, pero sintió sus manazas hundiéndosele en el cuello. Gritó:

—¡Muérete! ¿No puedes morir? ¿No vas a morir nunca?

—Go…, go…

La presión aflojó. Por un momento pudo volver a respirar. Entonces Annie cayó sobre él como una montaña de carne fláccida y ya no pudo respirar en absoluto.

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