Misery

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III - Paul » 48

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Paul tiene la piel gris, el cuerpo flaco como un perchero. Estaba acurrucado junto a la mesita, temblando, mirándolos fijamente con los ojos desorbitados.

—¿Quién…? —empezó McKnight.

—Diosa —interrumpió el hombre escuálido que se hallaba en el suelo—. Tienen que tener cuidado con ella. Habitación… Allí me tenía. Su escritor preferido… Habitación… Ella está allí.

—¿Anne Wilkes? Wicks. ¿En esa habitación?

Él asintió mirando el pasillo.

—Sí. Sí. Encerrada allí. Pero claro, hay una ventana.

—¿Quién…? —empezó McKnight por segunda vez.

—¡Cristo! ¿No te das cuenta? —exclamó Wicks—. Es el tío que Kushner estaba buscando. El escritor. No me acuerdo de su nombre, pero es él.

—Gracias a Dios —repuso el hombre escuálido.

—¿Qué? —Wicks se inclinó hacia él con el ceño fruncido.

—Gracias a Dios que no recuerda mi nombre.

—No le entiendo, amigo.

—Bueno, es igual. Sólo que… tienen que tener cuidado. Creo que está muerta. Pero tengan cuidado. Si aún se encuentra viva es peligrosa… como una víbora —con un esfuerzo tremendo movió la pierna poniéndola directamente bajo la luz de la linterna de McKnight—. Me cortó el pie. Hacha…

Durante mucho rato, miraron el lugar donde su pie ya no estaba y McKnight murmuró:

—¡Cielo santo!

—¡Vamos! —decidió Wicks.

Sacó la pistola y los dos empezaron a caminar despacio por el pasillo hasta la puerta cerrada de la habitación de los huéspedes.

—¡Cuidado con ella! —gritó Paul con su voz rota y cascada—. ¡Cuidado!

Abrieron la puerta y entraron. Paul se apoyó en la pared y echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados. Estaba frío. No podía dejar de temblar. Ellos gritarían o gritaría ella. Podía haber lucha. Podía haber disparos. Trató de preparar su mente para cualquiera de las dos cosas. Pasó el tiempo, un tiempo que le pareció larguísimo, casi eterno.

Al fin oyó pasos de botas viniendo por el pasillo. Abrió los ojos. Era Wicks.

—Sí que estaba muerta —dijo Paul—. Yo lo sabía, la parte real de mi mente lo sabía, pero aún no puedo creer…

Wicks explicó:

—Hay sangre, vidrios rotos y papel carbonizado allá dentro… pero no hay nadie en esa habitación.

Paul Sheldon miró a Wicks y entonces empezó a gritar. Aún estaba gritando cuando se desmayó.

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