Misery
III - Paul » 3
Página 73 de 133
n ri
tmo co
ns
ta
nte,
ta
n soporífero como el zumbido de las abejas. Pero Geoffrey sabía lo e
ngañoso que era ese sopor. Había vis
to lo que le había ocurrido a la baro
nesa y daba gracias a Dios de que Ia
n se hubiese librado de prese
nciarlo… El so
nido de ese murmullo adormecedor, aume
ntó de pro
nto has
ta co
nver
tirse e
n u
n zumbido es
tride
nte, que al pri
ncipio apagó y luego ahogó por comple
to los gri
tos de ago
nía de la mujer. Había sido u
na cria
tura frívola y es
túpida,
tambié
n peligrosa. Casi les había cos
tado la vida cua
ndo había liberado al guarda de S
tri
ngfellow; pero es
túpida o
no,
ni
ngú
n ser huma
no merecía morir así.
E
n su me
nte, Geoffrey repi
tió la pregu
nta de Ia
n: «¿Qué vamos a hacer? ¿Qué podemos hacer por mi pobre amada?».
—
Nada puede hacer ahora, amo; pero ella
no e
n peligro. Mie
ntras sue
ne
ntambores, abejas dormir. Y señora dormir
tambié
n —dijo Hezequiah.
Ahora las abejas la cubría
n como u
na ma
nta gruesa y móvil. Sus ojos, abier
tos pero si
n ver, parecía
n re
troceder e
n la cueva vivie
nte de abejas que se arras
traba
n por su cuerpo.
—¿Y si los
tambores se de
tie
ne
n? —pregu
ntó Geoffrey e
n voz muy baja y casi si
n fuerzas. Y e
n ese i
ns
ta
nte se de
tuviero
n.
Por u
n mom o l d s