Misery

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III - Paul » 47

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Hubo aún otra precisión novelística en ese desenlace: eran los mismos guardias que habían ido días atrás a interrogar a Annie sobre Kushner: David y Goliat. Aunque esa noche David no sólo llevaba la chaqueta desabotonada, sino que tenía la pistola en la mano.

David resultó llamarse Wicks. Goliat era McKnight. Habían ido con una orden de registro. Cuando finalmente entraron en la casa respondiendo a los gritos frenéticos que llegaban de la sala, se encontraron a un hombre que parecía una pesadilla viviente.

Al otro día por la mañana, Wicks diría a su mujer:

—Cuando iba a la escuela leí un libro,

El conde de Montecristo, creo, o tal vez

El prisionero de Zenda. Bueno, pues había un tipo en esa historia que había pasado cuarenta años en confinamiento solitario sin ver a nadie durante ese tiempo. Pues eso es lo que este tipo parecía.

Wicks se detuvo un momento queriendo expresar mejor los detalles, las emociones contradictorias que había sentido, horror y lástima, pena y asco, pero sobre todo, asombro de que un hombre con tan mal aspecto estuviese aún con vida. No podía encontrar las palabras.

—Cuando nos vio, empezó a llorar —dijo, y luego agregó—: Me llamaba David, no sé por qué.

—A lo mejor te pareces a alguien que él conocía —sugirió ella.

—Puede ser.

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