Mindfulness

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Mindfulness » Capítulo 2

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«La meditación es un asunto religioso», «la meditación es cosa de hippies o de excéntricos de la Nueva Era», «la meditación es demasiado dura para mí», «estoy demasiado tenso para meditar», «me va a encantar la meditación»… Sean cuales sean las ideas y prejuicios que tengas, intenta abandonarlos y afrontar la práctica con lo que se denomina a veces «la mente de un principiante»: con curiosidad y sin prejuzgar lo que pueda ocurrir.

 

Permanecer ahí

A nuestras mentes hiperactivas les encanta tener nuevos juguetes con los que entretenerse, incluidos los ejercicios de mindfulness. Si probamos al mismo tiempo varias técnicas diferentes, corremos el riesgo de utilizar la meditación como otra manera de tener la mente ocupada. En lugar de lanzarte a los ejercicios de los últimos capítulos o de abandonar después de una sesión, observa si eres capaz de practicar la respiración consciente todos los días, durante diez minutos, hasta que te sientas familiarizado con ella.

No esperes resultados instantáneos; la meditación es una práctica que hay que trabajar siempre. Hay meditadores que solo practican durante toda su vida el mindfulness de la respiración, y les resulta útil.

 

¿Y SI «NO PUEDO» MEDITAR?

 

Hay muchas personas que se sientan a meditar, pero les resulta difícil prestarle atención a la respiración. Se distraen por el número o el contenido de los pensamientos que pasan por su mente, o por sentimientos de ira, aburrimiento o miedo, y piensan que no son capaces de meditar, que no lo están haciendo bien o que tienen algo congénito que les impide realizar este ejercicio. Muchos de nosotros albergamos en nuestro interior un negrero; nos esforzamos en las tareas cotidianas y a pesar de ello nos reprendemos si no las realizamos lo «suficientemente bien». Cuando este negrero se topa con la meditación, puede que nos diga que no servimos para practicarla, especialmente si no hemos logrado calma y ecuanimidad total durante los primeros minutos. No te preocupes; se trata de otro de los hábitos de la mente, quizás construido a lo largo de mucho tiempo, y forma parte de aquello con lo que trabajamos en nuestros ejercicios.

En la meditación cultivamos una actitud de autocompasión. De modo que si eres duro contigo mismo cuando meditas, simplemente date cuenta de ello y lleva una conciencia amistosa a ese punto. Ten presente que no hay una experiencia «correcta» que debas tener. La meditación es un proceso de relacionarse con cualquier cosa que surja, aunque resulte difícil; nuestra tarea se limita a ser conscientes de ello y a seguir volviendo a llevarla atención al objeto en el que estamos concentrándonos, en este caso la respiración. El pensamiento «no puedo meditar» no es más que otra opinión que debes abordar con suavidad. Puedes decirte: «¡mira qué interesante! Me estoy fustigando porque creo que soy un mal meditador», y después volver a dirigirla atención a la respiración, quizás agradeciéndote a ti mismo haberte percatado de la opinión que estabas formulando. Aun en el caso de que necesites dirigirla mente a la respiración miles de veces, el ejercido consiste en hacerlo todo lo suave y pacientemente que puedas. Eso es la meditación.

 

Si continúas luchando, quizás te resulte útil trabajar con un maestro de meditación (de hecho, puede ser muy útil para todos nosotros a medida que continuamos en el camino de la meditación). En el apartado «Referencias» del final del libro te ofrecemos varias sugerencias para encontrar a alguien con quien trabajar.

 

La experiencia de Jonty

Me encantaría poder decir que meditaba todos los días. Desafortunadamente, como muchas de las aspiraciones que tengo, me resulta difícil trasladar la teoría a la práctica. Ser consciente de la respiración es muy simple, y sé que puede tener efectos profundos en mi vida. Sin embargo, sigo luchando con eso; como me sucede a menudo, tiendo a buscar resultados rápidos, y cuando no aparecen a corto plazo me desanimo.

Durante mucho tiempo pensé que estaba más ocupado que cualquier otra persona, o que resultaba más difícil trabajar con mi mente que con el resto. Solía observar a los demás cuando estaban sentados meditando, y me imaginaba que tenían la mente clara y serena, mientras que en la mía rugía un temporal.

Afortunadamente, en gran parte de mi aprendizaje se incluían charlas en grupo en las que podíamos compartir nuestras experiencias, y en esas charlas empecé a darme cuenta de que no estaba solo: había otras personas con problemas parecidos, que sufrían achaques y dolores físicos y tenían mentes desbocadas que a veces parecía que no se iban a serenar nunca. Aprender acerca de la meditación y el mindfulness de esa manera estructurada me resultó realmente útil, y el hecho de compartir mi experiencia con los demás me proporcionó seguridad y apoyo.

A medida que pasaba el tiempo empecé a sentir más la respiración y ahora, cuando quiero relajarme, dirijo la mente a ella con bastante naturalidad. En cuanto lo hago, soy consciente de mi cabeza ajetreada, llena de pensamientos dando saltos por todas partes, impulsados por cualquier emoción que los esté conduciendo en ese momento. A los pocos segundos me suelen arrastrar con ellos y tengo que recordarme una vez más que debo volver a la respiración.

Cuanto más intensa es la emoción, más difícil resulta abandonarla, y a menudo vuelvo a los mismos pensamientos una y otra vez: revivo una discusión, encuentro fallos en los argumentos de otra persona y refuerzo los míos, o sueño despierto con escapar de mi situación actual, quizás planeando mis próximas vacaciones. En medio de toda esa vorágine, mi respiración actúa como un ancla. A veces cuando tengo la mente demasiado tempestuosa me da la impresión de que el ancla no va a resistir y recurro a mi forma habitual de sobrellevar la ansiedad, que es mantenerme ocupado con algo. Sin embargo, con la práctica tengo más confianza en la respiración, el cuerpo y la mente, y sé que, en cierto modo, puedo manejar cualquier situación sin agobiarme.

 

La experiencia de Ed

Mi mente siempre ha tenido tendencia a trabajar deprisa. A veces esto me ha resultado útil; gracias a mi rapidez mental, en el colegio y en la universidad tuve buenas notas y los halagos de los profesores. Como periodista, ser capaz de convertir mis pensamientos en palabras a una gran velocidad resultaba crucial para hacer bien mi trabajo. No obstante, una mente acelerada tiene desventajas: a veces estoy demasiado atrapado en los pensamientos para darme cuenta de lo que está ocurriendo a mi alrededor; en esos casos me pierdo la experiencia de estar en el momento o de vivir realmente la vida. Cuando tengo muchas cosas en la cabeza, empiezo a sentirme abrumado, y en lugar de ralentizar tiendo a acelerar aún más, intentando encontrar una solución intelectual a un problema que a menudo empeora si se piensa demasiado en él.

La meditación con mindfulness —tomándome el tiempo y el espacio necesarios para conectar con la experiencia— es un antídoto sencillo contra mi rapidez mental. No pretendo decir que haya eliminado mi tendencia a ir demasiado deprisa; no lo ha hecho. Sin embargo, la meditación me ha permitido vislumbrar lo que es equilibrar el «hacer» con el «ser», para relajarme en la experiencia y no intentar siempre controlarla. El mindfulness es un espacio que me deja respirar, que me ofrece oportunidades donde antes parecía haber muy pocas.

Sigo sintiendo una fuerte tendencia a enfrentarme a los problemas por medio de intentar liberarme de ellos rápidamente en lugar de estar presente en la situación y experimentar los sentimientos que esta genera. Cuando estoy practicando mindfulness, a veces siento como si estuviera haciendo justo lo contrario de lo que «debería» hacer. No obstante, ya no me sorprende descubrir que cuando en lugar de intentar controlar presto atención me empiezo a sentir mejor.

Las enseñanzas budistas nos dicen que estos patrones se han creado a lo largo de muchas vidas, y que no se cambian fácilmente. Sea verdad o no, me lo tomo como una autorización para hacerlo lo mejor posible pero reconociendo que no soy perfecto. No tengo que solucionarlo todo hoy, esta semana o quizás ni siquiera en esta vida. Probablemente sigo siendo menos consciente que muchas personas que no han meditado nunca, pero me lo tomo como un ejercicio físico: todos empezamos a diferentes niveles de preparación física, y nuestras mentes, al igual que nuestros cuerpos, tienen distintas capacidades. Tal vez no esté siempre plenamente atento, pero sin duda estoy más atento ahora que antes. Esto es suficiente por ahora.

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