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-Oh, entiendo. El biocampo lo tomaremos después, al finalizar la sesión, pues el escáner está configurado en la computadora del Dr. Schulze. Si te parece empecemos con el test y después haremos la sesión. Dejame ir a buscar el documento y enseguida regreso. Ah, y me contás de tu nueva y peluda amiga.

Me quedo solo en la sala, vacía como siempre, salvo por las dos sillas que como de costumbre centran el espacio. Los ventanales dejan pasar una luz tenue que se debilita según avanzamos diciembre. No se ve el mar. A los pocos minutos vuelve con una botella de cristal etiquetada llena de agua, y dos vasos de papel, y la carpeta donde el alemán acostumbra a guardar los test.

-Bueno, contáme sobre tu nueva mascota –pregunta mientras toma asiento en la silla que habitualmente ocupo yo, y con un explicito ademán me indica que haga lo propio en la silla de enfrente-.

-No es mía, tan sólo me acompaña, nos acompañamos diría yo. Cuando estoy en casa, la dejo pasar dentro del apartamento. Cuando me voy, ella sale conmigo, no parece tener ningún interés en quedarse en la casa si yo no estoy allí. De hecho, según he podido comprobar hablando con el portero del edificio, está ocurriendo algo bien curioso. Misterioso incluso.

-¿Algo curioso y misterioso? Venga, dime, no te hagás el interesante.

-No es por eso. Únicamente es que estoy ordenando mis ideas a ver cómo te lo cuento.

-Contáme la verdad, eso bastará –dice sonriendo, traviesa y cómplice-.

-Ocurre lo siguiente; cuando yo he de marcharme de viaje, ella ya está en la puerta esperándome. Empiezo entonces a preparar la maleta y demás preparativos. Cuando salimos a la calle, Pereza automáticamente se separa de mí y la pierdo de vista. Ella sabe que no viene conmigo.

-Interesante…

-No, espera, hay más. Los días como hoy, cuando he salido de casa, ella no ha salido corriendo en dirección contraria, sino que se ha puesto a caminar a mi lado. Sabía que no me iba de viaje, sabía que iba a venir andando hasta aquí y me ha acompañado. Ya lo ha hecho otras veces.

-Ajá…

-Hoy me acompañará hasta que regrese a casa. Lo sé.

-Bien.

-Ahora viene lo misterioso, Gabriela. Ocurre que en las ocasiones que me voy de viaje, cuando regreso después de estar varios días fuera, como esta última vez que volvía desde Estados Unidos, Pereza estaba abajo en la puerta, en la entrada del edificio, esperándome. Y lo que es verdaderamente asombroso, Gabriela, es que llega a la puerta no más de media hora antes de que yo llegue; entiéndelo, ella no sabe cuándo voy a volver, cada viaje tiene una duración distinta. Y no, ya sé lo que estás pensando, no es así, ella no va cada día a ver si he regresado. Le he preguntado al portero del edificio y me ha contestado que no la había visto estos días atrás. Sólo ayer, cuando yo llegué. La reconoció como el animal que me acompañaba últimamente y la dejó que se estirara al lado de la puerta de entrada. A la media hora llegué yo y el portero pensó que la perra venía conmigo, que tan sólo se había  adelantado en algún paseo que debíamos estar dando juntos, pero no, yo regresaba en ese momento del aeropuerto. ¿Cómo podía saber Pereza que yo regresaba ayer, a esa hora y no cualquiera de los días anteriores? ¿Cómo sabe lo que pienso hacer? ¿Es telepatía?

-Ya veo ¿Has oído hablar de Rupert Sheldrake?

-No, ¿Quién es?

-Bueno, para algunos una suerte de hereje. Pero es ciertamente un científico brillante. Él tiene una teoría que puede serte de utilidad.

-Te escucho ¿Qué propone su teoría?

-Que fenómenos como la telepatía pueden explicarse gracias a la transmisión de información que se produce a través de lo que él denomina campos mórficos.

-¿Sugieres que hay telepatía entre Pereza y yo?

-Yo no, lo has hecho tú. Repasa tus palabras, por favor.

-Uhm… Entiendo. Cuéntame más, Gabriela.

-Es algo complejo que va más allá de la telepatía. La resonancia mórfica explicaría por qué el pasado sigue ocurriendo e introduce la idea de que todo, cualquier cosa que nos rodea, tiene memoria –dice acompañando la frase con un ligero movimiento ondular de su mano-.

-¿El pasado sigue ocurriendo? ¿Estamos hablando de una suerte de Eco capaz de vivir fuera del tiempo, Gabriela? –le pregunto mientras me remuevo en la silla-.

-No necesariamente fuera del tiempo, tan solo un eco que se repite en la naturaleza por tiempo indefinido. La naturaleza actuaría como un almacén de hechos y, por qué no, de conocimiento. Una memoria inagotable.

-¿Cómo? ¿Cómo puede ser algo así?

-La resonancia mórfica es el medio por el que hechos ocurridos en el pasado se transmiten de una estructura a la siguiente, desde el pasado hasta el futuro. Por eso la memoria no se agota, sino que como un alma que pasa de una vida a la siguiente, del mismo modo los hechos y el conocimiento registrados en la memoria de un tejido, un material, un organismo, una célula, etc…  pasan de una estructura a la siguiente. Según él, las memorias se transmiten a través del espacio y el tiempo, pero no fuera del tiempo como tú sugerías –aclara poniendo una ligera mueca de consolación en los labios-.

-Estás diciendo que, por ejemplo, lo que definimos como Leyes de la Naturaleza, son en realidad hábitos heredados ¿Es así?

-Sí, así es. ¿Recuerdas cuando hablábamos de la importancia de vigilar nuestros pensamientos por la importancia que estos tenían después en nuestros hábitos?

-Sí, ya entiendo lo que quieres decir. Sugieres que incluso nos trascienden ¿Cierto?

-Sí, de generación en generación, de sociedad en sociedad, de mundo en mundo. Un reducido grupo de personas puede cambiar con su pensamiento el destino de una sociedad completa, a través del eco de su memoria; el pensamiento individual es muy potente, Josué. El pensamiento de un colectivo puede mover montañas enteras.

-Gabriela… ¿Viaja la resonancia de una estructura cualquiera a otra?

-No exactamente, cuanta más similitud hay en las estructuras, mayor potencia tiene la resonancia.

-¿Cómo? No lo acabo de entender.

-Dentro de cada grupo de plantas, células o estructura en general, la resonancia es más fuerte que la resonancia interespecífica, es decir, de una especie a otra, de una estructura a otra menos similar. En las propias palabras de Sheldrake: los sistemas que se auto organizan, como las moléculas, las células, los cristales, las plantas y las sociedades animales, tienen una memoria colectiva de la cual los individuos se alimentan y a la cual contribuyen.

-Y…. ¿Cómo se demuestra algo así, Gabriela?

-Bueno, puede que tu experiencia con Pereza sea una evidencia, pero ya sé que lo que me preguntas va más allá. Cómo llega Sheldrake a tales conclusiones ¿Cierto?

-Sí, así es.

-Hay varias evidencias, pero una de las más conocidas tiene que ver con unos experimentos con ratas que empezaron en los años 20 en Harvard y que duró varias décadas después. Las ratas tenían que aprender a escapar de un laberinto de agua. Cada generación de ratas posterior que se sometía al mismo desafío aprendía cada vez más pronto y escapaba progresivamente más rápido del laberinto.

-¿Pero acaso no es eso conocimiento hereditario, Gabriela?

-Eso se creyó al principio. Lo curioso fue que una vez las ratas últimas aprendieron a escapar 10 veces más rápido que las primeras, probaron el mismo experimento con ratas en Edimburgo y Melbourne que ni eran descendientes ni habían estado en contacto… bueno, no en contacto físico, con las ratas del experimento de Harvard.

-¿Y? ¿Qué ocurrió? Venga, dime.

-Pues que éstas se desenvolvieron más o menos desde el mismo punto en que lo habían dejado las ratas últimas del experimento de Harvard. Y desde ahí siguieron mejorando.

-Vaya…

-Sí, así es. En algún momento, el conocimiento de estos animales adquirido en Harvard fue transmitido hasta sus congéneres en Europa y Australia. Entre ellos no había un vínculo material ni genético, no habían estado antes en contacto, pero sin embargo se daba entre ellas la existencia de un campo mórfico capaz de transmitir la información, no sólo a través del espacio sino también a través del tiempo.

-¿Sugieres entonces que hay un campo mórfico entre Pereza y yo?

-Yo te doy la información, Josué, cómo la utilices forma parte de tus responsabilidades. Pero lo cierto es que el propio Sheldrake tiene un libro curiosamente titulado “Perros que saben cuando sus dueños están volviendo a casa”

-¿Viaja esa resonancia a través de la energía oscura? ¿A través de la antimateria?

-Averígualo por ti mismo. Estoy segura de que ya sabes la respuesta –responde guiñándome un ojo-.

-Uhm…, eso explicaría lo de Pereza, sí, tal vez …salvo que no acabo de entender cómo se ha creado un campo mórfico entre ella y yo si apenas la conozco de hace algunas semanas, y la mitad de ese tiempo lo he pasado viajando.

-Quizás deberías preguntárselo a ella. Quizás os conozcáis desde hace mucho más tiempo.

Se me escapa una carcajada que no influye en su gesto. Su silueta sigue siendo la frontera de las cosas ciertas e irreales.

-No bromeaba, Josué –asevera desde su rictus científico-.

-¿A ella? ¿Qué le pregunte a Pereza? ¿Cómo?

-Seguro que sabes hacer las preguntas. La cuestión no es cómo hacerlas, sino cuándo.

El pálido rostro de Gabriela se revela siempre como una epifanía. Sus labios como una promesa. Sus ojos como un misterio. Sus rizados cabellos como un delirio. Y cuando no sonríe, cuando quiere que sepa, que no me olvide, que recuerde, que me entregue a su palabra, entonces el cuerpo se me estremece y me quedo anclado a la silla, incapaz de moverme, prisionero y suyo, aunque ella no me acepte.

-¿Empezamos con el Test? –dice al fin rompiendo el último silencio-.

-Sí, claro, vamos adelante con el test ¿Muchas preguntas hoy?

-No, hoy sólo debes responder una pregunta y media, pero puedes tomarte todo el tiempo que quieras.

-¿Una única pregunta? Bueno… pregunta y media. No puedo creerlo, acabaremos enseguida entonces –le digo ufano, estirando el brazo para tomar la planilla con la pregunta impresa que ella me ofrece. Gabriela permanece erguida, inmóvil, impasible, de tal modo que me incomoda un poco. Tuerzo la boca buscando una sonrisa que no me sale mientras me dispongo a leer el test. Lo leo. Vuelvo a levantar la mirada hasta Gabriela, que responde a mi mirada como una escultura de mármol. La inquietud se apodera de mí, me reacomodo en la silla. Tomo aire. Expiro y tomo el vaso de agua. Bebo-.

-Tómate tu tiempo –dice lacónicamente-.

Vuelvo a releer la pregunta para estar seguro.

Una habitación. Sin ventanas. Sin puerta. No se puede entrar. No se puede salir. La habitación está llena de gente, hombres, mujeres y niños. No cabe ni una persona más. Todos están de pie, apretados. Usted está en el centro. Todos los demás están alrededor de usted, pero usted es el único que está despierto. Todos los demás duermen, de pie, con los ojos cerrados duermen profundamente. La habitación empieza a inundarse. Siente como el agua fría empieza a subir por sus tobillos. Sabe lo que va a ocurrir en apenas unos minutos. El agua los cubrirá y llegará hasta el techo. El agua no va a despertarlos, pero usted si puede hacerlo, si grita. Si grita puede despertarlos. Responda ahora ¿Qué va a hacer? ¿Los despertará o los dejará dormidos? Tómese por favor su tiempo para “sumergirse” en la situación y responder.

Cuando lo haya hecho, díganos por favor ¿Cómo ha imaginado la habitación en un principio, iluminada o a oscuras?

LXII – Debes Elegir Quién Eres

 

 

-Hoy quisiera hablar contigo de cómo tus súper cualidades benefician a la comunidad. Nos gustaría que nos contaras tú mismo cómo desearías hacerlo ¿Has reflexionado sobre ello, Josué? –pregunta Gabriela una vez le entrego mi respuesta al test-.

-Me temo que no, Gabriela. No es por capricho. Primero se debe crecer y luego repartir.

-Ya te dije una vez Josué que no hablamos de dinero. No al menos de dinero como de la única fuente de riqueza. En cualquier caso, crecer no puede ser el fin. Lo sabes mejor que muchos, todo crecimiento desproporcionado acaba siendo cancerígeno; no importa si se trata de células, una especie, la industrialización, el comunismo, el capitalismo… Aquello que no es en su justa medida acaba siendo nocivo para su entorno y para sí mismo.

-Gabriela, no tengo la sensación de “abundancia”. No al menos como para ver con claridad cómo actuar justamente ¿Qué es eso de revertir a la comunidad? Bien, hablémoslo. Con mis proyectos creo empleos, riqueza, pago impuestos… Con esos impuestos se pagan escuelas, ayudas sociales, servicios… ¿No es eso lo que socialmente se entiende como la redistribución de la riqueza?

-¿Crees que es ése un reparto justo? ¿Piensas que lo que has recibido queda compensado con el pago de tus impuestos? –dice mientras cruza las piernas y la tenue luz que se filtra por las ventanas se va apagando, dejando todo en penumbra-.

-Gabriela, esto no es Hollywood, es la vida real, aquí hay leyes pero no justicia. No puedo cargar con el peso del mundo.

-Esto no es Hollywood, Josué. Esto eres tú. No hablamos de cómo funciona tu entorno, hablamos de quién eres tú. Uno debe encontrarse a sí mismo para contribuir a la sociedad. De lo contrario, muere eternamente. Mueren sus cualidades, muere su obra, muere su pensamiento, desaparece su rastro, se consume su vida en un enorme vacío ¿Puedes hacerlo? ¿Puedes encontrarte a ti mismo?

-Sinceramente, los negocios ahora necesitan mi atención máxima. Quiero llevarlos a un punto donde de verdad haya algo que realmente valga la pena. Necesito tiempo y me habéis concedido muy poco. Necesito tiempo, quiero más tiempo.

-Hay un proverbio chino que dice “no puedes empezar el pozo cuando te llega la sed”. La abundancia es relativa, Josué. Sintámonos como un desahuciado se sentiría con lo que tienes. Si el objetivo es la felicidad, la felicidad depende de la unidad de medida.

-Si hubiera futuro… Todos quieren salvar el mundo a costa de los intereses de los demás, pero no de los propios… 

-¿Quieres un consejo, Josué? Retírate cuando vas ganando.

-¿Ganando? Créeme Gabriela, debo aún cruzar el puente del éxito. No lo entiendes, no es justo, debo todavía proteger lo que estoy construyendo, es frágil, yo lo soy, lo sabes, me cuesta continuar.

-No hay que confundir la justicia con la invulnerabilidad.  Ninguna ley nos hará invulnerables. Cualquiera está capacitado para herir al prójimo, del mismo modo que todos los seres humanos están capacitados para sanar al prójimo. Tú puedes sanar a tantos…

-Debo crear valor, todavía no hay suficiente valor.

-Josué, las cosas tienen el valor que tú les das, únicamente el valor que tú les das. Sabes bien que hasta lo material es un conjunto de vacíos. Nada es más importante que tu relación con los demás y, por supuesto, contigo mismo.

-Sí, sé lo que quieres decir con eso, no hablaba de un valor de mercado, sé que el valor es subjetivo, pero aún así necesito más tiempo, debo poner mis cualidades al cien por cien al servicio del proyecto, no puedo distraerme ahora, debo hacerlo crecer, al precio que sea; se me acaba el tiempo.

-Sigues pensando en dinero mientras yo no lo hago. Déjame decirte algo “un hombre necesita una cierta cantidad de dinero para vivir, el resto del dinero solo sirve para presumir”

-¿Me estás llamando presumido? ¿Qué frase es esa?

-La frase no es mía, es de la madre de Forrest Gump –deja ir sin que una sonrisa acompañe su humor-. Dinero, cualidades, poderes… todo sobra, todo puede ser dado, porque lo importante no es lo que das, sino el acto mismo de dar. Recuerdas cuando te dije...

-Tú piensas que soy un pobre que va de nuevo rico. No lo creo, no soy así, pero es peor tu caso, porque un pobre que quiere parecer rico demuestra ambición, mientras que una niña rica que va de progresista y de rebelde es una hipócrita.

-Las etiquetas son gratis, Josué. Si realmente quieres conocer a alguien, dale poder –responde, penetrándome los ojos con los suyos-.

-El poder no te lo dan, te lo tomas tú, lo sabes bien, Gabriela.

-Y todo poder es al fin destruido por otro poder mayor, Josué –responde, quedándose en silencio y mirándome en la letanía desde una decepción profunda-.

-¡Oh, vamos Gabriela! Eso no es justo, lo sabes. No merezco ese tipo de crítica. No me ha cambiado el dinero o el poder. Si he cambiado, si algo es distinto en mí, lo habéis cambiado vosotros.

-No te crítico, nunca lo he hecho. Eres tú el que te criticas. De hecho, cuando empezaste el programa, la autocrítica ocupaba la mayor parte de tus pensamientos. Sabemos por los test y los biocampos que eso ha ido cambiando, ha cambiado bastante, pero aún debemos mejorar, sigues haciéndolo, sigues criticándote, vas a hacerlo, lo sabes.

-No estoy en contra de la autocrítica –respondo con cierta indolencia-. Es en realidad la mejor de las críticas. Duele menos e impulsa los cambios serenamente. Las decisiones son complejas en este punto, Gabriela. Complejas. Tengo un plan, pero…

-Josué, ante la disyuntiva, hay que tomar siempre la decisión que vaya a provocar más alegría y felicidad a tu alrededor, y dentro de ti. Nada te hará más feliz que seguir ese principio en todo lo que hagas. ¿Recuerdas cuando te decía que la mayor iluminación se obtiene al preguntarle al prójimo “En qué puedo ayudarte”?

-¿Y cuál es la medida? ¿Cómo medimos las acciones? ¿Qué se entiende por súper cualidades revertidas en beneficio de la comunidad? ¿Qué provoca alegría?

-¿Qué medida aplicarías a otro que no fueras vos?

-¿Por qué me preguntas eso?

-La vara de medir que utilizamos para medir a los demás nos define a nosotros mismos. Dime qué esperarías de los demás y eso esperaremos de ti.

-Hay mucha gente millonaria, multimillonaria en el mundo que jamás harán nada por nadie que no sea ellos mismos ¿Debería ser esa la medida, el punto de partida?

-Seguís hablando de dinero... –dice con cara de resignación, y después prosigue frunciendo el ceño- Josué, “El dinero cae en algunos hombres así como una moneda cae por una cloaca”. Es una cita de Séneca. Como puedes comprobar el debate viene de antaño. Estoy segura de que tú no quieres tomar a esa gente a la que te estás refiriendo como una referencia, como tu punto de partida.

-Nada hace pensar que lo que yo haga vaya a tener resultados positivos. Mírame, me vas conociendo, nada de lo que he hecho en la vida ha llegado a ser realmente bueno. He fracasado una y otra vez, cada cosa que he hecho ha sido para huir, huir constantemente, de mí, de mis actos, de mi vida. Me da miedo no ser capaz ni de ser generoso sin fastidiarle la vida a la gente. No me veo capaz de ser útil. Mis súper cualidades, dices ¿Y si cada una de mis acciones hace aún más desgraciada a la gente? ¿Valdría entonces la pena? ¿No sería mejor estarme quieto y dejar en todo caso que la Comunidad pida de mí lo que necesite? No bromeo, Gabriela. Realmente… Sí, te lo confieso, realmente tengo pánico a hacer daño, más daño. No hice nada realmente bueno en mi vida. Todo llegará a su fin, y lo mejor sería irme con poco ruido, sin molestar a nadie. En silencio.

-Eres responsable de cómo tomas las decisiones, no de los resultados de las mismas.

-Es fácil de decir…

-Si vos no revertís tus súper cualidades haces buena la posición de los gobiernos, de aquellos gobiernos que no quieren que los ciudadanos desarrollen sus súper cualidades. Debes elegir quién eres. Una vez me dijiste que te “gustaría parecerte a la persona que quieres ser”. Dime ¿Estás siendo fiel a ti mismo?

-¿Y qué ocurre con toda esa gente que acumula riqueza, poder, cualidades extraordinarias?

-La acumulación de riqueza es una patología. Muestran, como en el caso de los psicópatas, una ausencia total de empatía. Una cosa es vivir holgadamente y con cierto disfrute de bienes, y otra es acumular riquezas que no se van a utilizar nunca. La gente que acumula bienes y derechos que no va a poder utilizar en una vida, tiene el mismo síndrome patológico que los que sufren el síndrome de Diógenes. Son enfermos a los cuales su poder les ha construido un anillo de inmunidad que impide que sean tratados clínicamente, cuando eso es lo que debería suceder. Pero ciertamente están enfermos. Son profundos infelices, viven en la competencia absoluta, cada hora, cada minuto de su vida. No pueden disfrutar de nada pues saben que todo lo han pagado, incluidos los amigos, la pareja, nada, absolutamente nada de las cosas que les podría hacer felices les ha sido dada en su conciencia íntima. El amor, la amistad, los hijos, el hogar… todo se convierte en una mercancía. Hasta las risas son posturas. Los triunfos son sólo metas volantes y siempre, siempre les falta el aire. ¿No crees que es una barbaridad estar sobre explotando los recursos de la Tierra y al mismo tiempo tener millones de recursos inmovilizados en manos de unos pocos que se niegan, de manera enfermiza, a ponerlos al servicio de una sociedad mejor?

-¿Cuál es la medida de la riqueza, Gabriela?

-Si me dejas citar de nuevo a Séneca diría “primeramente lo que es necesario. Después lo que es suficiente”. Todo lo demás, sobra. Sobra para ti, pero no para los demás y la única manera de salvarte es luchar por salvar a otros. Trabaja por hacer felices a los demás. Eso no puedes comprarlo, pero puede llegar a ti, puede ser tú.

-Josué…

-¿Sí? –respondo levantando mi rostro hacia ella-.

-Deberías construir cosas hermosas por si un día has de mirar atrás.

Fuera, más allá de los ventanales, apenas queda una pincelada de luz. Frente a mí la silueta de Gabriela es sólo una penumbra. No veo sus ojos, no veo su boca… tan sólo su perfume, que parece lejos, lejano en el fondo de la sala. No se oye nada. Finalmente se levanta, oigo sus pasos, sus tacones marcándome el camino hacia ella. Yo siento la nausea que se apodera de nuevo de mí.

-Vamos con el biomcampo ¿Te parece? –dice mientras avanza hacia la puerta. Confío en que encienda las luces pues apenas puedo distinguir las formas. No lo hace, continua avanzando por el pasillo a oscuras hasta el despacho del alemán. Y en ese momento percibo que habito una oscuridad más profunda que la que hay en mis ojos-.

-Sí, vamos… –respondo sin mucho convencimiento mientras la sigo a tientas, temeroso de tropezar con la botella de agua que está en algún lugar a mis pies, y hacerla rodar por el suelo-.

-Por cierto ¿Sabés algo del Dr. Shulze? ¿Se ha puesto en contacto contigo? –me pregunta mientras avanza el picoteo de sus tacones por el pasillo-.

-¿El alemán? ¿Por qué iba a contactarme a mí?

-Bueno, no sé. Llevamos un par de días sin noticias de él. Es extraño porque el Dr. Shculze es y ha sido siempre muy prolijo en todo, nunca llega ni un segundo tarde a sus citas y por más que lo hemos intentado no hemos conseguido contactar con él, ni tener noticias de su paradero.

-Ya, pero ¿Por qué a mí? ¿Por qué iba a contactarme a mí?

-¿No es cierto que una vez salieron juntos a almorzar? Fue aquella vez en la que después el Dr. Schulze se sintió indispuesto por la tarde –pregunta, mirándome a los ojos, mientras toma asiento en la mesa del alemán, con el resplandor de la pantalla del ordenador reflejada en la cara, dejándome petrificado en el umbral de la puerta-.

-No. No ha contactado conmigo, Gabriela ¿Crees que le ha pasado algo?

-¿Algo serio, querés decir?

-Sí, algo grave…

-No, no lo creo –dice después de unos segundos, exhibiendo una de sus ladeadas sonrisas y tomando mi mano para ponerla sobre el escáner del biocampo-.

LXIII – Ahora sé quién soy

 

 

Saliendo del Palau de les Heures, descendiendo por la pronta noche de diciembre, por la sinuosa carretera que atraviesa los jardines de Mundet y escoltado por los familiares ojos de Pereza, vibra en mi teléfono móvil un whatsap de Sophie.

-  Josué ¿Has vuelto?

-  Sí, ayer.

-  Dijiste que me avisarías.

-  Sí, disculpa. He estado ocupado.

-  ¿Hasta para enviar un Whatsap?

-  Sí.

-  Por qué?

-  Te vendré a ver esta noche, Sophie. Iré a tu casa. Ahora no puedo. Te avisaré.

-  Sí, por favor, dime algo cuanto antes. Espero tus noticias.

-  Lo haré

-  Bisous

 

El dolor en la parte superior del vientre ya no se aleja de mí. Me pertenece, soy su dueño como él me quiere a mí. Es yo mismo. Tiene la positiva cualidad de mantenerme concentrado siempre y en todo momento en el aquí y ahora. El dolor perpetuo no te permite pensar en el ayer ni en el mañana. No haces planes, no te importa de dónde vienes, sólo importan él y tú. El dolor es una pregunta que reclama una respuesta. La respuesta, ahora lo sé, es aquí y ahora. Ser uno, tomar conciencia de cada parte de ti, de cada célula y poner todo ello, siempre, continuamente, en el instante, el instante presente, el único válido, para que el tiempo irreal no te esclavice. El dolor insondable y perpetuo es a su vez un relato vital, un horror sin miedo, una letanía perdurable. Deseo saber más pero ya no queda mucho tiempo y hay mucho por hacer.

Decido tomar un taxi, me cuesta mucho caminar, me arrastro penosamente. Pereza observa y escruta mi pusilánime respuesta, y una vez el coche arranca, la veo trotar segura de sí misma por una calle paralela hasta que, entre las sombras, la pierdo de vista.

Veo las luces de neón pasar ligeras en el reflejo superior de la ventanilla del coche. Todos los números del taxímetro marcan el número uno, todo el rato, no se mueven. No lo entiendo. Me mantengo en silencio. El conductor también, pero en su caso la indiferencia repica a sentencia.  Sophie me duele como yo a ella. Respiro profundamente e intento disolverme. Cierro los ojos. Unos minutos después me decido a llamarla.

-Hola.

-Hola Josué. ¿Cómo estás? Armand me preguntó por ti ayer -responde con dulzura-.

-Eh…. Sophie, no iré a verte esta noche.

-¿No? ¿Por qué?

-Sophie…

-¿Sí? –inquiere entre sollozos-.

-Me muero. Me muero, Sophie.

-¿Pero qué dices, Josué? ¿Cómo puedes decirme algo así? –exclama-.

-Debía durar algo más. Entre uno y tres años dijeron. Pero creo que un año es demasiado tiempo para mí. Es el final. Ahora lo sé. Ahora ya lo sabes tú.

-¿Pero…? Josué, veámonos, ahora. ¿Te mueres? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? Josué…

-Debo irme. Debo colgar. Ya hablaremos. Cuídate.

-No, no cuelgues, no puedes hacerme eso, Josué.

-Estoy entrando en la consulta del doctor. Ahora no puedo hablar.

-¿Dónde? ¿Dónde estás? Voy a verte ahora, dime ¿Dónde estás?

-Ahora no Sophie. Ya hablaremos.

-Josué, por favor…

-Te llamaré. Aún hay tiempo para eso. Hablaremos. Adiós Sophie.

 

Instantes después estoy sentado frente a la mesa del Dr. Vinyals. Soy el último paciente al que atenderá hoy y ha sido él quien expresamente ha querido que así sea. Estoy solo esperando que el doctor entre en el despacho una vez acabe de departir sus últimos asuntos con la recepcionista de la consulta. No me balanceo sobre la silla de eskay negro. Estoy inmóvil, sereno, aunque una profunda sombra se inscribe en mi cara desde hace algunos días. Hay una lámpara de pie en el rincón donde antes había el rincón de los juguetes que proyecta una luz amarillenta sobre el suelo. Hay otra lámpara antigua sobre la mesa de Vinyals. El resto está a oscuras, rincones oscuros que se proyectan desde mis pies en todas las direcciones. Las cortinas están descorridas, pero no hay luz, ni luna y el débil destello de las luces en las viviendas que quedan en frente, al otro lado de la calle, es lo único que parece vivo en este momento.

Sobre su mesa hay, además de un bolígrafo metálico sobre un bloc de notas que está en el centro, una agenda y un aparato telefónico a un lado. Concentro mi atención en el bolígrafo. Me propongo no pestañear. Me desafío. Me esfuerzo por diferenciar y reconocer todas y cada una de las moléculas que forman el bolígrafo. Si puedo descomponerlo a él, podré hacer lo mismo conmigo y liberar el murmuro. Afino mi conciencia y detecto el vacío que hay entre cada una de ellas. No quiero alterar su forma, quiero mover todo el bolígrafo desde donde está, encima del bloc de notas, hasta el rincón derecho, al frente de la mesa. Cuento las moléculas, veo como tintinean. Percibo su frecuencia. En ese momento sé que puedo crear un fragmento de vacio entre ellas y las moléculas que son yo. Transmitirles mi propia frecuencia. Lo intento, lo consigo. Todas vibran conmigo. Hago por desplazarlas. No se mueven. Vuelvo a intentarlo. No lo consigo. Me desanimo. Tomo aire. Afino mi conciencia, más, un poco más allá del infinito, aprehendiendo la no materia que queda entre cada una de las partículas que lo componen. La materia oscura que las une separándolas entre sí. Las noto más intensamente, las cuento, las poseo y yo les pertenezco igualmente. Lo intento de nuevo, procuro su desplazamiento. No se mueven, apenas me responden. Son yo en la vibración pero no en la voluntad. Me agoto. Sucumbo. Renuncio. Parpadeo y me estremezco al sentir un aire frio subir por mi espalda. En ese instante se abre la puerta y entra el doctor Vinyals, cabizbajo, como de costumbre, con sus manos en los bolsillos, una gruesa chaqueta de lana beige sobre la camisa blanca y pantalones de vestir oscuros, tal y como es él, incoloro, pero extrañamente sólido. A través de la puerta entreabierta observo a la recepcionista de pie, al lado de su mesa, revisando el interior de su bolso con el abrigo sobre el antebrazo izquierdo. Me mira de soslayo. Intento devolverle una sonrisa. Ella me ignora y continúa su búsqueda en uno de esos insondables agujeros negros que cargan al hombro algunas mujeres.

-Buenas tardes, Josué –musita casi inaudiblemente-.

-Buenas tardes, doctor.

Rodea la mesa, toma asiento en su butaca y sin levantar la cabeza se pone a ordenar la mesa que a mí ya me parecía sumamente ordenada. Observo como su mano derecha toma el bolígrafo que reposaba sobre el bloc de notas y lo sitúa exactamente enfrente, en el rincón derecho de la mesa. Por un momento observo la precisa posición de mi deseo. Vinyals, mientras tanto, pasa enérgicamente páginas del bloc de notas ajeno al último y más revelador de sus gestos. Me pregunto si ha habido una resonancia mórfica entre Vinyals y yo, o sencillamente, una memoria fuera de tiempo que ha acabado moviendo el bolígrafo al lugar elegido. En otro tiempo hubiera creído que era no más que una casualidad, pero eso ya no es posible.

-¿Cómo se encuentra hoy? –pregunta mirándome con cierta gravedad-.

-He tenido días mejores.

-En verdad no tiene usted muy buen aspecto. Ha perdido usted bastante peso ¿Verdad? Tiene las facciones muy marcadas, ahuecadas diría yo. –dice volviendo su mirada sobre las notas apuntadas a mano con una letra pulcra y ordenada-.

-Es un truco para ligar más –respondo tratando de imitar una de las sonrisas de Gabriela. Vinyals levanta la mirada circunspecto, con los labios apretados, y se queda observándome fijamente por varios segundos, con los codos apoyados sobre la mesa. Tras un largo silencio, se retira las gafas de la cara, descansa su espalda en el respaldo de la silla e inspira por la nariz sin separar sus ojos de los míos-.

-He estado hablando con su oncólogo –dice finalmente-.

-Aja… hace tiempo que no le veo ¿Cómo está? Salúdelo de mi parte si vuelve a verlo, por favor –respondo con cierta indolencia-.

-Su cáncer fue detectado en una etapa temprana. Su caso es de los pocos que tenía posibilidades de conseguir una curación si hubiese usted aceptado seguir el tratamiento con quimioterapia como le recomendaron ¿Por qué no lo hizo? ¿Viene a verme a mí pero no acude al hospital a procurar su sanación? ¿Qué pretende?

-¿Pretender? Precisamente lo que he hecho es renunciar a pretender nada. A día de hoy incluso pienso que podría haberme curado yo mismo. Podría haberme sanado sobreponiendo la consciencia transcendente a la mente y reequilibrando las estructuras internas. No lo hice, no quería, no hacía falta, o no supe. Lo único que deseaba era tener bajo control el dolor, y hasta hace bien poco lo he estado consiguiendo. Ahora está aquí para quedarse, es la señal que me avisa de que la función está llegando a su fin.

-Es usted un hombre vital, con proyectos, joven… ¿Por qué renunciar?

-Eso es exactamente lo que yo me pregunté. Por qué renunciar a la oportunidad de una vida intensa, finita, emocionante, por qué hipotecar el presente, tan valioso, tan mío, por una salvación futura, incierta y mortecina.

-¿Mortecina? ¿No es acaso su existencia mortecina en este momento? Perdone la crudeza de mis palabras –dice seguidamente y ladeando ligeramente la cabeza, sintiéndose evidentemente avergonzado-.

-Nunca he estado más vivo en toda mi vida que en los últimos nueve meses, doctor. Me dijeron que tenía una esperanza de vida de uno a tres años. Fíjese, sólo los últimos nueve meses han dado valor a mis cuarenta años anteriores. Saber que era el final ha sido el mejor de los estímulos, un detonante de vida y energía.

-¿Y qué va a hacer ahora? ¿Se rinde? Aún tiene la oportunidad, tome esos nueve meses y proyéctelos hacia adelante, haga el tratamiento, dese una oportunidad. El cielo no ayuda a quien no quiere obrar.

-No soy el de ayer. Ahora sé quién soy, quiénes somos, qué somos. Ahora necesito hacer el camino, he de conocer cosas que no consigo averiguar desde aquí, quiero saber. El poder es Ser, sin ambición, sin renuncia, sin discutir el papel asignado. Ahora no puedo más que emprender el camino. Todo lo contrario sería incrementar el dolor, negar la respuesta, mantener la duda.

-¿Entregarse a una muerte segura sin luchar? Es usted muy joven, entiendo lo que quiere decir, pero esa oportunidad de la que habla, seguirá presente y disponible en el futuro. Cuando llegue su momento. Esta no debería ser su hora, no ha de ser el final. Dese cuenta de cuánto puede conseguir, de cuánto ha conseguido en apenas unos meses, imagínese lo que podría hacer con unos cuantos años más por delante.

-Quiero volver al Todo de una manera consciente. Sé que Soy  el Todo como todos nosotros lo somos, pero quiero estar liberado de la obligación de la vida, retornar al origen.

-¿Y si no hay ese “todo” que usted describe? ¿Y si no hay un retorno consciente a algo? ¿Y si no hay nada? ¿Y si no hay nada más que aquello que podemos ver? Discúlpeme, ya sé que me dirá que es una cuestión de fe, pero desde mi agnosticismo no puedo proponerle otra cosa.

-No, no es una cuestión de fe. Nunca le hablaría de fe, doctor. Es una cuestión de ciencia, del mismo modo que no veo la fuerza de la gravedad, pero creo en ella. Es también una cuestión filosófica. Si no existe el Todo, entonces, qué función tiene ser una especie parasitaria en un planeta finito, en un organismo al borde del colapso debido a nuestra propia codicia, una codicia autodestructiva, estigia y abominable. Ya le dije una vez, doctor, que si la vida no era más que un estado de la mente, la vida era absurda en sí misma.

Vinyals se queda en silencio en la oscuridad del respaldo de su butaca. La luz apenas da para iluminar su mentón y el blanco cuello de su camisa. No puedo verle el rostro, aunque el pequeño fulgor de sus ojos se adivina en la oscuridad como el brillo del azabache.

-Tenía usted un proyecto. No me refiero a la empresa, me refiero a un proyecto mucho más complejo aún, ambicioso. “Vivir fuera del tiempo” dijo usted ¿No es así? ¿Qué ocurre con ese objetivo? ¿Abandona, también? –y diciendo esto se pone las gafas de nuevo, echa su cuerpo hacia adelante apareciendo en el haz de luz, y apoyando solemnemente los codos sobre la mesa. Se queda mirándome fija y penetrantemente a los ojos, esperando mi respuesta-.

-¿Abandonar? No. No lo he hecho. He estado fuera del tiempo al menos en tres ocasiones. Una lluviosa noche mientras volvía a casa. Y al menos dos más en mi último viaje, en las carreteras de Estados Unidos.

-¿Y? ¿En qué consistió, cómo lo hizo?

-No lo sé. En todas las veces el espejo se agrietó. Esto me permitió pasar al otro lado y que el otro lado estuviera en mí, pero no lo controlo. No sé hacerlo plenamente ni conservo mi conciencia íntegra cuando estoy al otro lado. O mejor dicho, no conservo la conciencia planamente cuando transito de un lugar a otro, es como si cada vez que traspasara las grietas se produjera un reset de mi memoria, como si se agotara el eco de mis recuerdos inmediatos. Yo soy allí y aquí, pero mis recuerdos, no. Quizás la inminencia de la muerte nos facilita esos canales, esas grietas. Si llego a averiguarlo, buscaré la manera de hacérselo saber.

-¿Pasar al otro lado? –inquiere abriendo los ojos- ¿Cómo? Dígame cómo.

-Cuando entiendes que incluso lo físico es únicamente fragmentos de vacío unidos entre sí, debido al equilibrio que se da entre la energía gravitatoria de las partículas y la energía de la antimateria, unificando su vibración,  uno entiende que la conciencia es lo único real, lo único que está allí y aquí, pero, de algún modo que aún no logro comprender, al traspasar la línea de regreso esa suerte de borrado de la memoria actúa, del mismo modo que actuaría al reencarnarnos de una vida a la otra, aunque tuve señales claras y constatables de que estuve ahí, al otro lado, fuera del tiempo. En realidad, el tiempo me fue ajeno durante algunos minutos, no fue en mí.

-¿Y cómo sabe que sus experiencias son reales? ¿Cómo sabe que no es más que el dolor agudo que siente que nubla su entendimiento? Desde un punto de vista clínico, que comprenderá que es lo que me veo obligado a defender, lo que usted me explica no es más que procesos de inconsciencia debidos a los fuertes dolores que sufre en su vientre, que afectan su entendimiento, su percepción de la realidad. Lo más probable es que no sean más que delirios, sueños…

-Doctor, yo ya no sueño sin saber que estoy soñando. 

LXIV – Todo lo demás tiene Solución

 

 

-¿Te encuentras bien, Josué? –pregunta Pedro escudriñando la piel de mi cara-.

-Sí, perfectamente. Adelante, por favor, haznos un resumen.

-Ok. Tal y como nos adelantaste, los Steinway de Chicago, junto con dos familias más, ya han transferidos los fondos para asegurar su participación como los socios estadounidenses de Haulap App.

-¿Han enviado los contratos firmados?

-Sí, así es –responde Pedro- ¿Los tienes tú, Juan?

-No. Ya no. Los revisé pero el archivo de todas las copias lo lleva directamente Mercedes.

-Ten. Es el modelo de siempre –dice Mercedes estirando el brazo, mirándome con cierta inquietud-.

-Sí, lo sé. Únicamente quiero comprobar los apellidos de las otras dos familias ¿Lo han firmado conjuntamente?

-Sí, hay dos firmas más, efectivamente. Me imagino que tú los conocerás –responde Mercedes-.

Echo una ojeada rápida al documento y con cierto regocijo observo que junto a la firma de Steinway está la firma familiar de los Kossak.

-¿Son los que imaginabas? –inquiere Juan, el abogado de la empresa, que está especialmente circunspecto hoy. Juan no suele venir a nuestro despacho, pero esta mañana lo he convocado a primera hora junto con Mercedes y Pedro para exponerles mis planes-.

-Los Kossak… pensaba que finalmente no participarían, pero compruebo que recapacitaron.

-¿Por qué pensabas que no lo harían?

-Me dieron una sonora paliza jugando a pádel…

-¿Y…?

-Es largo de explicar. Otro día Juan –respondo con cierta desgana-. ¿Cómo va el despliegue de la aplicación en Europa, Pedro?

-Pues de eso quería hablarte, yo creo que el ritmo es el adecuado, apenas llevamos unas semanas con la aplicación en algunos mercados, las métricas de respuesta por operaciones son muy buenas, sin embargo, parece como si en Europa tuviéramos un motín, creo que Londres tiene algo que ver en ello, porque el argumentario que utilizan tanto Rosetti en Italia, como el grupo de la Sra. Bocuse, en Lyon, es el mismo que replica una y otra vez Baumberg y, sobretodo el que parece su chico de la ropa sucia, Mr. Aaronovitch, que cada vez que llama se despacha conmigo como si estuviéramos incumpliendo reiteradamente algún contrato. Sinceramente, no vamos mal, no se puede ir más rápido. El ratio de descarga de aplicaciones en los móviles de mensajeros y clientes es realmente bueno, pero nada parece satisfacerles. Te apuesto lo que quieras a que, en menos de dos semanas, Steinway ya está repitiendo las mismas quejas que los demás, ya se ocupará Baumberg de que así sea, dos semanas, no tardarán mucho más.

-Bien, no te alteres, Pedro –le digo intentando calmar sus ánimos- por eso estamos aquí y por eso está Juan. Ya te hablé de ello en su momento, Pedro. Vamos a sacar al grupo a bolsa.

-¿No es muy pronto, Josué? –pregunta Pedro-.

-En verdad que sí parece un poco prematuro –interviene Juan-. Es más habitual esperar a tener flujos más consolidados de facturación. Que el proyecto esté más maduro.

-Sé lo que queréis decir, pero debéis creerme, si queremos convertir Haulap app en lo que realmente puede llegar a ser, salir al mercado bursátil es el camino. Debemos además conseguirlo en tres meses.

-¿En tres meses? –exclama Juan, lo que es acompañado por una cara de sorpresa y pánico al mismo tiempo por parte de Mercedes y Pedro-.

-Confiad, incluso tres meses son mucho tiempo… ahora –se me escapa la última palabra de la boca y se hace un enorme silencio en la sala. Pasados unos largos segundos finalmente habla Pedro-.

-¿Estás bien, Josué? ¿Te encuentras bien?

-Estoy bien, ya te lo he dicho. Hemos de conjurar las amenazas que está urdiendo Baumberg. Hay que actuar ahora, después será tarde. Convoca a todos los socios; a Rosetti, a los Steinway, a la Sra. Bocuse, a Dolek de Turquía y a Baumberg y a Aaronovitch por supuesto, y a todos los demás, para de aquí a dos semanas. En ese tiempo hemos de tener listo el plan de acción junto con la documentación que debe respaldar nuestra estrategia y que les entregaremos en la misma reunión. Funcionará.

-Josué…

-Dime Mercedes.

-En dos semanas es Navidad –responde abriendo exageradamente los ojos y apretando los labios-.

-¿Navidad? Ah, claro…. Está bien. Convócalos por favor para de aquí a cuatro semanas.

-Sí, cuatro semanas, como tú digas, Josué –responde Mercedes tomando notas sobre una libreta que sostiene sobre sus piernas cruzadas-.

-Pedro, por favor, aprovechemos estas dos semanas al máximo. Empieza a preparar toda la documentación económica y financiera.

-Sí, ahora mismo me pongo –dice asiendo el pomo de la puerta-. No te vayas Juan sin hablar conmigo, por favor –dice mientras abandona mi despacho- he de consultarte varias cosas sobre los aspectos legales de una salida a bolsa. No tengo mucha experiencia al respecto, la verdad.

En el interior se quedan Mercedes y Juan, mirándome interrogativamente y sin decir palabra.

-¿Qué? –digo yo al fin-.

-Sophie ha estado llamando desde ayer por la noche. Varias veces. Estaba bastante intranquila, muy intranquila diría yo. Preguntaba por ti, si habías llamado al despacho, si tenías otro móvil al que te pudiera llamar…

-Sin darme cuenta he tenido el teléfono en silencio desde ayer. Disculpa las molestias que te haya podido causar. Hablaré después con ella.

-Josué… me preguntó que qué te pasaba. Quién era tu médico, que si yo te había visto, que cómo te había visto… y la verdad ahora que te observo no es que pueda decir que hagas muy buena cara –dice ruborizándose y entornando los párpados- Me asusté yo también. Llamé a Juan para preguntarle si él sabía algo, pero no, tampoco.

-Josué –continua Juan- ya nos ha quedado claro en esta reunión que no te sobra el tiempo Quizás haya algo que deberías contarnos ¿No es así?

-Está todo bien, Juan. Mercedes, puedes estar tranquila. Es la postura de los socios europeos la que me preocupa, como a Pedro.

-Josué, tampoco creo que Pedro le haya pasado por alto tu aspecto –interviene Mercedes en un ahogo de voz-.

-Mercedes… Mercedes, gracias. Pongámonos a trabajar, por favor. Ahora llamaré a Sophie. No te preocupes.

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