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Observo frente a mí como una de las collas intenta subir un castell en el centro de la plaza. Se oye el sonido estridente de las grallas rebotar entre las paredes del ayuntamiento y el edificio de la Generalitat.  Con una organización sorprendentemente eficaz y en un silencio sepulcral, sólo roto por la estridencia de las grallas que consigue erizar la piel y alertar los sentidos, una mole de fornidos hombres empieza a formar una suerte de base compuesta por brazos y hombros que, como si fueran una tela de araña, sirve para que vayan recogiendo sus cabezas e inclinando sus espaldas en círculo, como si de una pirámide humana se tratara. En el centro de esta piña de brazos en forma radial, se sitúan los que me parecen los hombres más robustos, auténticos hombres dobles, chatos, con el cuello hundido entre los hombros y el semblante tenso. Algunos muerden entre las comisuras de sus labios el cuello de la camisa. Anuncian dolor y sufrimiento en su mirada. Éstos empiezan a entrelazar sus brazos y otros hombres más menudos se ponen bajo sus hombros y de algún modo los apuntalan. No soy un experto en castells pero sé que van a soportar un peso enorme. Todo sucede después rápidamente. Sobre éstos se sitúan otros hombres y alrededor de todos ellos empiezan a anudarse brazos extendidos que sujetan sus nalgas y los riñones de todos los que van formando la base del castell. Sobre la piña acaba formándose, como una suerte de lava ardiente que asciende sobre sí misma, el folre. No acabo de distinguir con claridad la técnica que utilizan pero todos ellos parecen tener una función asignada, todos saben a quién han de apuntalar, a quien han de sostener, al lado de quien deben estar y cómo hacerlo. La lava sigue creciendo y se forma un tercer piso de castellers. Están haciendo las manilles y las grallas elevan el tono de su cántico que ahora está acompañado también por algunos tambores.

Miro a mi izquierda y veo a mis pies una enxaneta sentada en cuclillas. Viste camisa de color rojizo con faja negra, el habitual pantalón blanco lo lleva remangado en la rodilla derecha que queda descubierta. Sobre la cabeza lleva encastado un casco negro con la forma de una avellana, tan grande y desproporcionado que no consigo verle la cara aunque intuyo que es una niña por las sandalias que viste sobre los pies desnudos, a pesar del clima gélido de hoy. El dolor sigue su impertinente camino por mi cuerpo, así que decido acuclillarme a su lado y observar el castell en construcción desde su misma altura. Encogiendo el vientre siento cierto alivio.

-Hola –le digo haciendo una pequeña inclinación de la cabeza y esbozando una amable sonrisa-

-Hola –responde ella con una sonrisa radiante y enseñando unos preciosos dientes blancos. Tiene la piel oscura, el pelo negro y brillante y los ojos de rasgos árabes. Su acento es, sin embargo, genuinamente catalán.

Las manilles ya están formadas y sobre éstas ya se elevan tres jóvenes formando un círculo, entrelazando sus brazos con sus hombros. Los tres muerden el cuello de su camisa y el temblor de sus piernas puede verse con claridad desde donde estamos. Por la espalda de cada uno de ellos suben tres jóvenes más que ocupan su posición formando  un piso por encima de éstos. Enseguida, detrás de ellos ya trepan tres mujeres jóvenes y otras tres les van a la zaga, de repente todo parece haberse acelerado y el castell sube como el chorro de una fuente, formando una columna de almas unidas entre ellas, trazando una trayectoria vertical hacia el centro de la tierra, a gran altura sobre el suelo.

-¿Qué van a hacer? ¿Lo sabes?

-Un tres de deu –me responde la niña sin mirarme, que se muestra muy concentrada estudiando cuidadosamente cada movimiento de la torre. Estimo que debe tener unos siete u ocho años-.

-¿Qué te ha pasado? –le pregunto señalándole un lunar morado e inflado que luce en la rodilla que lleva al descubierto-.

-¿Aquí? –me pregunta señalándose con el dedo la rodilla y claramente agradecida de que le permita explicar su historia-.

-Sí, dime ¿Te has caído?

-¡No! –exclama abriendo los ojos exageradamente y mirándome a la cara- Ha sido el Andreu –acusa sin dudar poniendo un rictus severo-. Cuando estábamos descargando el pilar, él ha doblado las rodillas antes de tiempo y el pilar se ha caído. Yo he golpeado la rodilla con la cabeza de alguien, no sé de quién, pero creo que ha sido la del Joan, que la tiene muy dura –dice riendo, poniendo sus ojos picaros y encogiendo la cabeza entre los hombros- No puedo andar bien, así que no me dejarán subir hoy.

-¿Quieres subir? ¿Allá arriba? –pregunto señalando en al aire la altura imaginaria de 8 o 10 metros que alcanzan algunos castells-.

-Claro

-¿Y no te da miedo?

-¿Subir? No, lo que da miedo es bajar.

-¿Bajar? ¿Por qué?

-Porque cuando desciendes el castell es cuando has de mirar abajo. Es cuando ves la distancia que te separa y los rostros hinchados de la gente que está soportando tu peso.

-Y aún así quieres subir, sabiendo que después has de bajar…

-¿Si no subes, cómo vas a emocionarte, sino? –responde con un interrogante en el rostro, con la aplastante lógica que sólo los niños saben ejercer-.

-Ya veo… ¿Cómo te llamas? Yo me llamo Josué, por cierto.

-Yo me llamo Lisha.

-¿Lisha? Qué nombre más bonito, no lo había escuchado antes.

-Es un nombre árabe, porque mis papas son de Marruecos –responde satisfecha- Lisha significa la oscuridad antes de la noche –y en el momento que lo dice una sombra circula fugazmente por sus enormes ojos de color marrón, de izquierda a derecha, lo que me hace estremecer y recordar que el dolor insiste en hacer su pregunta.

El castell llega hasta su cénit. Un par de niñas de la misma edad que Lisha se acaban sobreponiendo entre ellas, sobre un pilar humano de ocho personas que, formando pisos de tres, tiemblan todos ellos como un flan. Parece que en cualquier momento la estructura humana va a colapsarse y precipitarse al vacío. Las dos menudas no se demoran apenas en la cumbre. Están a más de diez metros de altura y el vértigo se contagia a toda la plaza que contiene la respiración. Una se alza sobre la otra con gran agilidad y ésta estira enérgicamente su brazo hacia el cielo y toda la plaza estalla entonces en vítores y aclamaciones. Las grallas explosionan de júbilo, pero la tensión aún ha de aumentar. El gran reto no consiste únicamente en cargar el castell, sino en saber descargarlo sin que se desplome la estructura y sin que nadie salga herido. Los quintos tiemblan febrilmente. Todo indica que no podrán conseguirlo. El peso es excesivo y los músculos se están contracturando gravemente. Todos en la cumbre se afanan en deshacer sus posiciones de la manera más rápida y profesional posible. Cualquier fracaso en este punto, una vez se ha conseguido cargar el tres de deu, será leído como el acontecimiento de la jornada. Todos lo saben y los nervios pueden ahora observarse en la tensión que acumulan sus rostros y sus cuerpos. Los dientes aprietan con más fuerza aún los cuellos de las camisas mientras el temblor de la torre se incrementa insosteniblemente y la mayoría de los espectadores se llevan las manos a la boca para ahogar el grito inminente. Pero todo sucede rápido, los quintos ya están bajando, los más pequeños ya están en sitio seguro, por los laterales de la torre humana se escurren hacia abajo simultáneamente los pisos y el castell prácticamente puede darse por descargado y ya empiezan todos a abrazarse entre ellos, sobre la base y la piña que aún se mantiene unida. Se aprietan con fuerza los brazos. Algunos hombres fornidos lloran en los hombros de sus compañeros en una emoción que no puede contenerse dentro de aquellos rústicos cuerpos. Los jóvenes estiran sus brazos hacia el cielo una y otra vez con el puño cerrado, gritando “lo hemos conseguido, lo hemos conseguido”. La plaza Sant Jaume estalla de alegría, cuando algunas gotas frías caen sobre las cabezas y la espalda de todos. La marea de gente, apretados unos contra otros, se mueve como un mar tormentoso. El color de las camisas de las distintas collas ondea, el ruido es ensordecedor. Toda la gente grita y canta cosas que no llego a entender, consignas e himnos que se entremezclan con el ruido ensordecedor de las grallas y los tambores. Desde el balcón de la Generalitat las autoridades aplauden efusivamente. Cámaras de televisión intentan captar el momento y los reporteros tratan infructuosamente de entrevistar a algunos de los protagonistas. Lisha tiene una amplia sonrisa sobre una cara iluminada mientras aplaude con todas sus fuerzas. Yo llevo mi mirada a su rodilla hinchada. En ese momento, de un modo incontrolado, puedo ver las partículas alteradas que forman el biocampo que desprende su rodilla. Mis ojos se concentran en ellas. Veo su dolor, veo su pregunta y mi atención queda atrapada en las membranas invisibles que unen sus células, en la tensión de sus tejidos, y puedo ver el golpe, sus partículas me hablan de la caída, me la representan, la veo una y otra vez en mis retinas, como una película que se repitiera continuamente. Identifico cada uno de los tejidos que se han golpeado, me hablan, les hablo, los veo. El ruido de la plaza ya no es en mí. No hay nadie más. El dolor de su rodilla y yo, nadie más. Alargo mi mano y la pongo sobre su rodilla hinchada. Pongo la vibración de mi mano sobre su piel azulada. El tejido dolorido empieza a contagiarse entonces de la vibración del tejido de la cuenca de mi mano. Se alivia su dolor, se desinflama la piel, se relajan sus músculos. La dejo ahí ocho o diez segundos más. Cuando la retiro, la inflamación ha desaparecido y el color azul también. Vuelvo mi rostro hacia Lisha que se ha quedado muda, con una suave sonrisa en la cara, mirándome. En ese momento vuelve a mis oídos el ruido de la plaza. La celebración ha ido apaciguándose pero aún queda un rumor feliz. Miro hacia el centro de un grupo de varios castellers que están a pocos metros delante de nosotros. En el centro de ellos hay uno, con camisa del color del vino, que me mira de frente, directamente a los ojos. Tiene la piel morena y rasgos magrebíes. La espalda ancha y los brazos que asoman sobre una camisa remangada son gruesos y oscuros. Miro a Lisha,

-Lisha, levántate y anda –le digo con la mirada cansada pero convencido-.

En ese instante Lisha se incorpora, se gira hacia mí, dibuja una sonrisa y susurra,

–Gracias.

Se vuelve y corre sin dolor hacia el hombre que me observa con los ojos llenos de ira. Lisha hunde su barbilla en su vientre y rodea su cintura con los brazos. Comprendo que se trata de su padre. Éste, tomándola suavemente del brazo la aparta de delante de él y empieza a caminar a grandes pasos hacia mí. Me levanto. Ya no veo a la niña, pero sí a cuatro castellers, con las mismas proporciones que el padre de Lisha, que lo escoltan y le siguen hasta donde yo estoy.

-¿Por qué tocabas a la niña?

-Estaba tratando de …

Antes de que pueda acabar la frase observo que el tipo que está a la derecha del padre de Lisha, un tipo de pelo rubio y piel blanca, fornido, de unos cincuenta años, volea su brazo derecho sobre su hombro formando una trayectoria circular que acaba con su puño golpeándome como un martillo sobre la sien. Mientras mi cabeza explota interiormente siento como mi cuerpo se desplaza violentamente contra la pared a mi espalda. En ese momento el tipo que estaba la izquierda del padre de Lisha me hinca fuertemente su rodilla entre las costillas del lado izquierdo. Entre el dolor y el aturdimiento soy consciente de que las palabras no van a serme de ayuda. Hoy no. O empiezo a correr a voy a morir ahí mismo. Tengo esa claridad por unos breves instantes y la aprovecho. Empiezo a correr con todas mis fuerzas por la calle Ferrán, en dirección a las Ramblas.  Oigo las zancadas de al menos dos de ellos que me siguen. Uno grita algo que no entiendo. Me arde la cara. Apenas he conseguido recorrer cien metros cuando noto como me hacen la zancadilla por la espalda, traban mis piernas por detrás y caigo contra el suelo, golpeo con un hombro y con la cabeza contra el asfalto. Ruedo sobre mí mismo pero me incorporo enseguida sabiendo que no tengo tiempo de mirarme las heridas. Mientras lo hago percibo con claridad el corte de aire que produce un puñetazo que pasa cerca de mi nuca pero por suerte no llega a alcanzarme. De haberlo hecho hubiera caído al suelo y ya no hubiera tenido escapatoria. Lo sé, así que corro todo lo que dan mis piernas y un poco más, a pesar de que siento el golpe en las costillas como si aún estuviera ahí hincada la rodilla. Quiebro a la izquierda por la calle Avinyó y enseguida tuerzo de nuevo a la derecha por una calle muy estrecha que me aparece a los pocos metros. Pienso que cuanto más me adentre en lo enrevesado del barrio gótico más posibilidades tendré de despistarlos puesto que la mayoría de las collas son de fuera de Barcelona y estos callejones no deben inspirarles mucha confianza. Giro de nuevo a la izquierda para evitar salir al descubierto de la plaza Real y atravieso una calle paralela que apenas deja que entre la luz del cielo, un cielo que se me revela ahora tan lejos. El suelo es adoquinado y huele a orín y basuras. A mí me parece un lugar seguro ahora mismo, como acogerse a sagrado. Voy mirando hacia mi espalda y compruebo que no me siguen. Al fondo de la calle me parece adivinar la calle Escudellers, con su bullicio habitual. Me paso la mano por la sien que parece que vaya a explotar. No parece abultado aunque se concentra mucho calor ahí. Aprieto el codo izquierdo contra las costillas. Me duelen intensamente y me cuesta respirar.

Tomo la calle Escudellers con la intención de cruzar por algún callejón que me permita salir hasta el paseo Colón, en el litoral, y de ahí caminar hasta casa. Cuando estoy a punto de dejar la calle para entrar en la calle Carabassa observo a un grupo de cuatro castellers, con sus pantalones blancos hasta las espinillas, la faja ceñida y camisa azul, que caminan a grandes pasos hasta mí. Me ahogo. No me quedan fuerzas para correr -me digo- ni alma, ni tiempo… Son tres jóvenes, de poco más de veinte años y una chica más joven, quizás no llegue a los dieciocho. Me doy cuenta entonces de que van riendo y no han reparado en mí, ni les importo. Son de otra colla. Al acercarse donde yo estoy puedo, sin quererlo, ver sus mentes. Cuando pasan justo a mi lado su interior se revela transparente, diáfano, fácil de leer. No parpadeo y consigo así intensificar el canal. Veo detrás de sus ojos, es tan sencillo como atravesar su código, penetrando en su conciencia. La mente de los tres chicos está llena de varios miedos. Uno teme perder la pareja, el otro busca trabajo y sufre por la relación con su padre. El tercero es homosexual y ninguno de los demás lo sabe aún. Él no se atreve a decírselo. Ella no, en ella es todo una sonrisa, no hay ningún temor, ningún pensamiento la aflige. Tiene el cabello pelirrojo, largo, en una generosa melena que cae sobre sus hombros y alrededor del pañuelo que lleva anudado al cuello. La piel de su cara es blanca y algunas pecas salpican sus mejillas ligeramente sonrosadas. Poco a poco sus pasos los alejan de mí en dirección a las Ramblas y en la distancia pierdo el contacto con su interior.

Miro a mi alrededor, al fondo de la calle y veo una plaza triangular hacia el norte con una extraña escultura en el centro formada por un cilindro y una esfera suspendida en lo alto. Hay varias personas cercanas a una zona de juegos infantiles que hay en el interior de la plaza. Me dirijo hacia allí. Es peligroso porque me acerca de nuevo a la plaza Sant Jaume, donde están todos los castellers, pero necesito seguir viendo el interior de la gente, merodear su mente y es un deseo compulsivo que no puedo dominar.

Caen unas finas gotas sobre el pavimento. Algunas personas se arriman a las paredes de los edificios, otras dudan en si abrir o no los paraguas que llevan. Una pareja de turistas asiáticos caminan en la dirección donde yo estoy. Pongo mi atención en ellos. Sin dificultad leo sus mentes, sólo me perturba la nausea, pero aún así leo con claridad. Veo lo que piensan. Hay miedos, de todo tipo: a enfermar, a quedarse sin dinero, a engordar… detrás de los asiáticos vienen otras gentes. Con todos ocurre igual. Los leo, percibo sus binomios, pero todos, sin excepción, están desequilibrados, el miedo les vence, es preponderante. Continúo, no parpadeo. Impulsivamente me giro con una obsesión. La chica del pelo rojo, la del alma en paz. Deshago mis pasos y camino enfebrecido hacia las Ramblas, detrás de ellos. No me conviene, lo sé. Lo más probable es que el padre de Lisha y toda su colla se dirijan allí al finalizar la jornada. La lluvia precipitará el fin del evento, y salir a las Ramblas es el camino natural de todos los foráneos. Pero no puedo resistirlo, ella era la única que no guardaba miedos en su interior. Quiero saber más. Avanzo por Escudellers, la calle se estrecha según me acerco a las Ramblas, los olores se agolpan, los locales a ambos lados penetran los sentidos, pero yo quiero saber, quiero saber porque ella controla sus pensamientos, porque no le atormentan como a los demás. Todos los demás con los que me voy cruzando según avanzo visten en sus cabezas aparatos de tortura. Es estremecedor leerlos, ver que están llenos de miedo: a perderlo todo, a perder nada, a no ser reconocidos, a serlo, a que se descubra su verdadera naturaleza, al fracaso, a ella, a él, a los hijos, a los padres, miedo, miedo, sólo leo miedo, incesantemente… La gente no controla sus pensamientos y éstos los controlan a ellos, con miedo.

Veo el grupo de chicos, con sus cuatro camisas de color azul, salir de un local a la derecha, unos metros antes de desembocar en las Ramblas. Pero no van hacia allí sino que giran de nuevo sus pasos hasta donde yo estoy. Vienen bromeando entre ellos, sonríen, pero la única sonrisa que me interesa es la de ella, la única cierta. Escruto sus rasgos. Me detengo. Ella pasa justo a mi lado, a un palmo de mí. Me mira a los ojos, me sonríe. Yo sólo veo ahora su interior, como un relato tranquilo, sereno, en armonía. Su biocampo invade el mío y es reconfortante. Le dejo hacer, dejo que me inunde, que sea. Cuando se han distanciado diez metros de mí vuelvo a seguirlos como un perro sigue a su olfato. Ya no recuerdo el dolor del vientre ni la nausea, pero el golpe en las costillas, sí, y la respiración se me atraganta constantemente. Observo que giran a la izquierda por una calle oscura y estrecha. Insensatamente me decido a seguir sus pasos a pesar de que sé que me conducen directamente hasta la calle Ferrán y la plaza Sant Jaume, donde seguramente estará el padre de Lisha y sus compañeros aún congregados. Cuando hago el giro a la izquierda para seguir los pasos de los cuatro jóvenes, como un espasmo, repentinamente, aparecen ante mí, impidiéndome el paso, imponiéndose a la vista, los dos tipos feos. Uno al lado del otro. Hombro con hombro, quietos, firmes… El orondo con sus finos labios húmedos y las mejillas azuladas. El enjuto con las mejillas huecas y mal afeitadas y el ceño fruncido. No veo por detrás de ellos. Únicamente siento la pestilencia de su aliento como veneno en la cara y su mirada muerta clavada en mis ojos. Intento no respirar su aire mientras sobre nuestras cabezas caen finas gotas de una lluvia helada.

 

 

 

LXIX – En la oscuridad, por encima de los tejados

 

 

-Hola

-Hola, Sophie.

-Pensaba que no me cogerías la llamada.

-Siempre quiero hablar contigo, pero a veces no puedo.

-¿Dónde estás?

-En casa

-Ven por favor, Josué, ven a mi apartamento. Lo he entendido todo, por fin.

-No podemos estar juntos, no debemos.

-Eso no importa ahora. Quiero que estés aquí. Armand ya duerme. Ven s'il te plaît.

-Sophie…

-Dime.

-Si no vamos a estar juntos, si no debemos ser más el uno para el otro, no deberíamos encontrarnos. Si voy a verte esta noche, quebranto nuestras propias reglas, daremos un paso muy importante. Ya no habrá vuelta atrás. Significará que empezamos a hacernos daño de manera consciente, a cambio de pasar unos minutos juntos. Pagaremos un precio que nos arrepentiremos de haber cobrado. 

-Así son las cosas, Josué.

-Así son las relaciones, Sophie, encontrarse, compartir y, cuando llega el momento, separarse.

-Sin ti, sin mí, sin luz… ya no veremos, será la oscuridad. Tú me haces sonreír. Combatir la pena. No me canso de hablar contigo.

-La oscuridad es la casa común. No le tengas miedo, Sophie.

-No quiero pensar en ello.

-¿Qué va a ser de ti, Sophie? ¿Qué vas a hacer a partir de ahora?

-Quiero que me hagas daño para no quererte.

-Sophie… No te he sido fiel y lo que es peor, no te he sido leal.

-Nunca te pedí que lo fueras. Sé quién eres.

-Sophie, la dueña de la sabiduría, sabes más de mí que yo mismo y aún así te has arriesgado.  En esta suerte de purgatorio en el que me he instalado tú me reconoces. ¿Sophie?

-Dime, Josué.

-En verdad, yo tampoco me canso de hablar contigo.

-Deberíamos hacer las cosas que nos hacen felices, Josué. Ahora más que nunca.

-Me gustaría merecerte. Créeme por favor.

-Ven.

-El perfume que exhala tu piel lo querría sobre la mía, pero…

-Ven, ven ahora, estoy en la cama, ven.

-Sophie, me duelen hasta las caricias.

-No hacen falta caricias, sólo quiero cuidar de ti. Ahora.

-No quiero que me veas así.

-Estoy triste, Josué.

-Estamos tristes porque hemos amado, Sophie, recuérdalo. Recuérdalo siempre, por favor.

-¿Te duele? ¿Sufres?

-Hay que amar lo que es. El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. La mente tiende a pensar que todo lo que sucede es equivocado. No hay que creerse los propios pensamientos. La muerte nos hace más atractivos, Sophie. Sin ella, no amaríamos...

-Los besos que me niegas ahora…

-Los besos que te he dado ya nadie me los puede arrebatar, Sophie.

-Sí, son tuyos.

-Son nuestros.

-Quiero sentir tu respiración ahora. Quiero que me abraces, Josué.

-Buscamos emociones…

-La emoción es al amor como el viento es a volar. No pienso renunciar. No me pidas eso.

-No…. No te pido que lo hagas. Perdóname, Sophie.

-No quiero que nos perdonemos. Nada. No quiero oírte nunca más pedirme perdón.

-No lo haré.

-No quiero renunciar tampoco a tu voz. Ni a tus besos. Ni a tus susurros. No quiero.

-Todos mis susurros son tuyos, Sophie.

-Quiero sentirlos ahora en mi cuello, quiero…

-Besaría ahora esas lágrimas en tus mejillas… Te siento tan cerca en este instante.

-Te he sentido muchas noches, Josué, cuando no estabas aquí, estabas viajando, y sin embargo en la noche sentía que estabas aquí, que venías a mi lado, que pasabas unas horas conmigo, que respirabas cerca de mí. Me reconfortaba.

-He estado ahí más veces de las que puedas contar, Sophie. Muchas noches. Viéndote dormir. Abrazándote mientras dormías, cuidando tu sueño.

-Me he sentido amada. Todas esas veces.

-Te amaba.

-Sentía el calor, y escalofríos de placer. Sabía que eras tú.

-Era yo.

-Pero yo estaba dormida y tú lejos ¿Cómo era posible?

-Estabas donde yo estaba. En ese instante. Por encima de los tejados, unidos, por encima de todo.

-Me despertaba a veces sudando. Invadida de pasión. Y sabía que habías sido tú.

-Fui yo. Cada vez, todas las veces.

-¿Volverás? ¿Volverás a hacerlo?

-Aún no lo sé, Sophie, no sé si podré, pero quiero hacerlo. Quiero volver a tus sueños a dormir contigo.

-Nadie me ha hecho el amor jamás como tú.  Nunca he sentido tanto…

-Es tan sencillo entregarse a ti, Sophie…

-Querría ahora tus manos sobre mi piel.

-Yo quisiera mi piel en la tuya.

 

Silencio. Un largo silencio. Y un sollozo resignado.

 

-¿Estás en la cama?

-Sí.

-¿Estás desnuda?

-Sí

-Cierra los ojos, Sophie.

-Vale.

-No los abras. Todo lo que va a suceder, ocurrirá con tus ojos cerrados ¿Sí?

-Sí, de acuerdo, lo que tú digas.

-Ahora me pondré a tu lado. Escucha mi voz. Siente como me deslizo entre las sábanas. Me encanta tu piel, dormir contigo…

-A mí también, Josué…

-Imagina mis labios, ligeros como un murmuro, recorrer tu cuerpo.

-Oui…

-Por los sitios que más te gusta.

-Sí, ya sé…

-Libera tu mano derecha del teléfono.

-Sí, ya…

-Ponla entre tus piernas.

-…Ajá…

-¿Cómo está? ¿Húmedo?

-Un poco.

-Separa las piernas.

-Sí…

-Respira… y desliza tu mano suavemente.

-Sí…

-Presiona ligeramente. Busca tu hendidura y….

-¿Sí?

-Suavemente…. separa la carne… suavemente.

-Oh... sí...

-Nota el calor...

-Sí...

-Nota el calor que hay, la humedad...

-Sí…

-Acarícialo… lentamente.

-Oh…

-Deja ir tu dedo anular…

-Ya…

-Arriba y abajo, tiernamente. Delicadamente, como si fuera yo.

-Oh… Sí…

-Identifica con el tacto de los dedos el origen de tu placer.

-Aja… sí.

-¿Lo tienes?

-Sí…

-Acarícialo lentamente. Haz que vibre suavemente entre tus dedos.

-Uhmm…

-En círculo, muévelo en círculo.

-Ahmm…

-Aprieta tu mano entre tus piernas y… vuélvelas a abrir. Sigue acariciando…

-Sí.

-Piensa en mí.

-Ya. Si…

-Piensa en mí, encima de ti. ¿Me sientes?

-Oh, sí….

-Siénteme más cerca. Como respiro en tu cuello.

-Oh… Mmm…

-Como me encajo entre tus muslos. Como hago fuerza por llegar a ti. Nota como te apunto y sigue acariciando, Sophie, sigue acariciando.

-Sí… ya….oh… lo hago…

-¿Está húmedo?

-Sí, mucho….

-Más intensamente, Sophie...

-Oh…, Sí…

-Voy a entrar dentro de ti, Sophie. Ahora.

-Sí, por favor.

-¿Me notas? ¿Notas mi piel que se abre camino por tu carne?

-Sí, Josué…. Josué

-Te agarro de la nuca, Sophie, con mis manos. Te aprieto contra mí.

-Oh… Sí, te necesito.

-Entro más… Un poco más.

-Sí…

-¿Notas como te vas abriendo?

-Sí, sí lo noto…

-Sigue moviendo tus dedos…Voy a entrar la mitad de mí dentro de ti, ahora.

-Por favor….

-Te beso en los labios… y en el cuello. Siente mi boca caer sobre tu cuello. Mis labios rozando tu pecho.

-Josué…

-Mete tus dedos dentro de ti. haz que se muevan ¡Más!

-Sí, ya, sí… Mmmm…

-¡Sigue! Voy a entrar por completo dentro de ti, ahora. ¿Lo notas? ¿Notas cómo cede para recibirme?

-Sí, Josué, si…. Oh…

-La empujo dentro de ti. Una vez, y otra. Nótalo…

-Sí,

-Acaríciate más, ahora. Intensamente.

-Aaaahhhh

-¡Entrégamelo!

-Ya…. Mmmm….

-¡Ahora!

-Ahhhh…

-Siente cómo agarro tus muñecas y no dejo que te muevas. Porque voy a venir dentro de ti… y lo sabes y tu vienes conmigo, ahora….

-Sí….

-Déjate ir Sophie, ven conmigo, donde los dos somos. Ven.

-Sí…

-Ahora, conmigo… dámelo…Pon todo tu amor. Siente todo mi amor sobre ti.

-Síiiiiii………

Escucho el silencio de su respiración entrecortada y un gemido sordo que se alarga en el tiempo. Un ahogo profundo e intenso que libera la pena en diminutas partículas. Y el aire en su boca muda. Y más silencio.

-Josué … –dice al fin con una voz exhausta-

-Dime, Sophie.

-Gracias… De verdad, gracias.

-Ha sido un placer... Ahora descansa –le digo mientras cuelgo el teléfono, cierro mis ojos y observo las luces que tintinean en la oscuridad de la conciencia, las mismas luces que ya estaban ahí cuando era niño-.

LXX – Que sea para todos, que sea para bien

 

 

Cuando avanzas y cada vez los pies se hunden más profundos en el asfalto, y cada paso que has de dar se convierte en una lucha, así vengo caminando hasta mi despacho y, sin embargo, vengo feliz. Me escoltaba Pereza. Me esperaban Mercedes y Pedro. En enero los momentos de sol son breves, el frio inmutable.

El equipo directivo del despacho ya cuenta con doce personas, pero a esta hora no quedamos más que nosotros tres. El resto se han marchado antes de lo habitual para poder asistir a la cena que hemos organizado con motivo de las festividades. Será la primera y la última para mí. Las oficinas están en penumbra, apenas una luz en un rincón y una lámpara sobre la mesa que ocupa Mercedes, a unos metros de mí. Sentado en una larga mesa a mi lado, Pedro, taciturno, ya sospechaba semanas atrás mi destino. Mercedes, que por las conversaciones con Sophie ya estaba informada, aprieta los labios en ese estoico ejercicio de digna resignación que sólo las madres y algunas nobles mujeres como Mercedes son capaces de expresar.

Dejo sobre la mesa una botella de agua, girándola de tal modo que quede mirando hacia mí una etiqueta algo gastada que lleva escrita la palabra “Valentía”. A pesar de la nausea mis facultades siguen intactas. Firmo pues algunos documentos pendientes con la mano izquierda mientras con la derecha estoy tomando notas y ordenando mis pensamientos sobre la voluntad que quiero encomendarles. Se oye únicamente el sonido del papel, el rasgado de la pluma y la respiración asmática de Pedro que suena como un mueble viejo arrastrado sobre las baldosas.

-¿Entonces no sabes exactamente de cuánto tiempo estamos hablando? ¿No son capaces los médicos de ser un poco más precisos?

-Una semana, quizás unos meses. Nadie sabe Pedro, y créeme, tampoco importa mucho. En cualquier caso es bastante probable que no vea la salida a bolsa de la empresa. Por eso es apropiado que hoy recojamos aquí lo que me gustaría que hicierais a partir de entonces. Si vosotros estáis de acuerdo.

-Josué, cuando se venda el grupo es muy probable que el futuro equipo gestor prescinda de Mercedes y de mí. No hay ninguna certeza de que alguno de los dos continúe al frente de la empresa.

-Lo que quiero encomendaros no tiene nada que ver con Haulap app. Efectivamente, cómo tú dices Pedro, cuento con que os podáis dedicar en tiempo y alma a la tarea que voy a encomendaros como albaceas del patrimonio que resulte después del ingreso de la venta de las acciones. En realidad, no os recomiendo seguir en Haulap app.

-Según las primeras aproximaciones de valoración que estamos calculando junto con los delegados y las agencias de rating –responde Pedro con su voz asmática mientras consulta una carpeta que tiene enfrente- el valor de mercado que podría alcanzar la empresa en la bolsa es de varios cientos de millones de Euros. Con ese dinero, Josué, con mucho menos de ese dinero… -se interrumpe en un ahogo de voz-

-Sí, Pedro, dime...

-Lo que Pedro quiere decir –interviene Mercedes- es que tienes dinero más que suficiente para ponerte en manos de los mejores oncólogos del mundo. Tiene necesariamente que haber una cura para tu caso, una cura que puede salvarte. No hemos de rendirnos. Fíjate, yo misma he hecho una búsqueda en internet y estos son algunos de los resultados que….

-Mercedes, hay momentos en los que elegir la opción de salvarse no vale la pena. Tenemos mucho más que hacer, algo mucho más importante que salvar una vida. Vamos a revertir a la sociedad, a la comunidad, aquello que nos ha sido dado. Ese es mucho mejor proyecto para nosotros tres y para Juan, pues  al final, como iréis viendo, las personas nos convertimos en aquello que compartimos.  

-¿Revertir a la sociedad? –inquiere Pedro- Ya pagas tus impuestos…

-No es suficiente, Pedro. Lo sé, alguien se ocupó de hacérmelo saber e hizo bien. Hay que creer en la gente, en su capacidad… En cualquier caso, me hace muy feliz lo que me decís sobre la valoración de las acciones. Cuantos más recursos dispongamos, más fructífera será nuestra nueva futura empresa.

-Era de esperar una valoración así. Desde que Baumberg, Bocuse y los demás han tomado como suyo el proyecto de hacer cotizar a la sociedad, han iniciado una campaña de comunicación feroz. Hasta por un momento me pareció que Aaronovitch iba a disculparse en nuestra última conversación telefónica, pero fue sólo un espejismo, claro.

-Pedro, desconfía de los que no saben pedir perdón y de los que lo piden muy a menudo.

-Sí, le conozco bien, ya lo sabes. En cualquier caso, en lo que respecta a Haulap app, Mercedes y yo hemos perdido el control sobre lo que se publica sobre la empresa. Ramirez se ha llevado las manos a la cabeza en más de una ocasión. Por un lado sugería hacer desmentidos, por otro veía que hacerlo podía ser aún más contraproducente. Si el abogado de la empresa está inquieto, ya puedes imaginarte cómo estamos Mercedes y yo.

-Es el juego de la mentira al que ellos están tan acostumbrados a jugar. No es vuestro juego. Es el ciclo de la mentira de las sociedades cotizadas. La cosa funciona así. Si dices la verdad y no anuncias un crecimiento inmediato de las ventas, perjudicas a los accionistas actuales para los que trabajas al cercenar el potencial de crecimiento de valor de la acción. Si exageras el potencial de ingresos en favor de una evolución positiva del valor de la acción, engañas entonces al que será tu próximo accionista ¿Sabes qué ocurre entonces?

-¿Te exigen responsabilidades, verdad? Eso sería lo lógico, la información debería ser veraz. Una vez el nuevo accionista descubre el artificio deberán las entidades de supervisión bursátil…

-No, Pedro. No será así. Ya lo verás. Lo que ocurre en estos casos, lo verdaderamente curioso, es que el nuevo accionista, el que se descubre engañado, quiere entonces que sigas mintiendo para que ahora sea él el que se beneficie del mayor valor de la acción. Quiere trasladar el engaño al siguiente comprador. Nunca se sustituye al mentiroso que tiene éxito en sus mentiras, ni en los negocios, ni en la política.  Por eso me alegraré (esté donde esté) de que vosotros ya no estéis involucrados en Haulap app una vez la empresa se haga pública.

-Ciertamente ya no tendremos nada que ver con el proyecto –responde Pedro-. Ya no será la empresa que hemos ayudado a levantar y expandir, sino únicamente un valor que cotiza, papel de mentira. Como cualquier otro, sólo papel. Nosotros nos dedicábamos al transporte y a la mensajería. A lo que quieren dedicarse los socios de las delegaciones es bien distinto –explica Pedro con una clara decepción en el semblante-.

-¿Cuál es la nueva empresa? ¿En qué consiste el proyecto? –pregunta Mercedes desde la penumbra de su mesa-

-Se trata de una fundación. Financiar e impulsar una fundación de ámbito global que ayude a la gente a expresar sus súper cualidades, y a las súper comunidades que vendrán, a ponerlas en práctica. Despejar obstáculos para crear un entorno posible, que permita a las personas desarrollarse, que preserve las cualidades humanas.

-¿Por qué te han de importar a ti las demás personas, Josué? Ocúpate de ti, por favor –interrumpe Pedro- Déjanos que te ayudemos a curarte, ayudarte de verdad. Después tú mismo podrás poner en marcha una fundación o lo que quieras.

-Pedro, no hay nada en mí que deba ser salvado. Y es algo más que una fundación, la fundación es sólo la forma, lo que importan son las súper cualidades que todas las personas poseen. Ese debe ser el fin. Ayudarles a que afloren, a que crezcan, a que sean.

-¿”Súper cualidades” has dicho?

-Sí, Mercedes. De ellas nacerán las súper comunidades que están ya en proceso. Unidas, interdependientes, altamente capaces gracias a las súper cualidades de sus miembros. Internet es nuestro mejor aliado como lo ha sido con Haulap app. En la aplicación móvil lo fue a un nivel ínfimo si lo comparamos con lo que Internet puede hacer por los ciudadanos, por las súper comunidades. Pero si no hacemos nada….

-¿Si no hacemos nada, qué?

-Si no hacemos nada, Pedro, los avances de la industria farmacéutica pondrán el poder en manos de unos pocos, el poder intelectual en manos de sólo unos cuantos elegidos, de por vida. Ya no habrá marcha atrás, no habrá revoluciones, no habrá capacidad de reacción, al carecer de la iniciativa vital, comunitaria, se perderá la capacidad de las comunidades y con ella toda posibilidad de renacer, de recuperar el control. A la gente sólo le quedará nacer, crecer, producir- consumir y morir.

-¿Pueden hacernos eso?

-Sólo si nosotros lo permitimos, Pedro.

-Me apunto –interrumpe entusiasta Mercedes- Sí, quiero formar parte. Quiero ayudar, dime qué debemos hacer.

-¿Una plataforma para el desarrollo humano? –interviene Pedro con dudas en el rostro- ¿Acaso no está eso ya recogido en la Carta de los Derechos del Hombre? ¿No se defiende desde la Unión Europea ese tipo de valores? ¿La ciudadanía europea y todas esas cosas?

-A día de hoy, Pedro, los valores europeos son sólo una serie de promesas incumplidas cotidianamente. De hecho, hoy por hoy no es más que un gran mercado, y precisamente un gran mercado es el caldo de cultivo perfecto para que esas amenazas de las que os hablaba prosperen más fácilmente. Hemos de ayudar a crear las oportunidades para que la gente pueda despertar.

-Entiendo, pero ¿Podemos cambiar eso?

-Podemos y debemos intentarlo.

-Estoy contigo, Josué –insiste Mercedes-.

-Mercedes, debéis tener muy presente que no va a ser un camino fácil. Una vez empecéis, no habrá posibilidad de volver a dónde estabais, no tendréis salida. Cuando empieza una guerra ya no puede pararse hasta que haya un vencedor, porque el ganador espera que el perdedor pague la factura de los costes del conflicto. Es necesario entusiasmo, sí, pero es necesaria también perseverancia, el enemigo es poderoso. Todo el dinero de que dispongamos con la venta de las acciones es apenas una milésima parte de los recursos con los que el Sistema va a oponerse.

-¿Por qué van a oponerse?

-Ni los gobiernos ni los grupos de poder estarán interesados en que los ciudadanos puedan desarrollar súper cualidades sin que la barrera del dinero haga de frontera. Te puedes imaginar sin mucho esfuerzo que a ciertas fuerzas políticas no les va a interesar tener ciudadanos capaces, libres e independientes. Tampoco a ciertos grupos farmacéuticos, grupos energéticos, ni gestores de capital les interesa una sociedad con capacidad de vivir el Ahora. La revolución que vamos a proponer, como toda revolución, implicará hacer caer “reyes” y esos reyes, van a intentar de impedirlo. Deberemos ser cautos. Deberemos protegernos. Al principio seremos muy pocos. Tenéis que comprenderlo, esta será una revolución sutil, discreta. Si los que gobiernan el actual status quo perciben nuestros movimientos antes de que estemos preparados, nos aniquilarán, nos quitarán la esperanza.

-¿Cómo podemos vencer entonces con tal desequilibrio de fuerzas?

-Porque nosotros contaremos con la gente, Pedro. Aunque…

-¿Sí?

-Aunque mucha de esa gente también se nos opondrá. No son el Sistema pero llevan toda su vida dentro de él y creen que son parte del mismo. La ignorancia será nuestro peor enemigo, la ignorancia de la política, de la televisión, de las religiones. Por eso contribuir a potenciar las súper cualidades de los individuos será la clave para conseguir súper comunidades que luchen en nuestro bando. Vosotros mismos dudaréis, lo vais a hacer ahora, y lo haréis mañana. Se pondrán vuestras creencias a prueba, deberéis cambiar vuestra manera de ver las cosas, cuestionaros sobre lo que creíais verdades inmutables, y lo más cómodo para vosotros, en esas circunstancias, sometidos a toda la presión, será rendirse a la evidencia. Pero lo evidente es sólo parte del escenario, parte de la comedia. Y eso debéis descubrirlo por vosotros mismos.

-Preferiría que estuvieras a nuestro lado en esa lucha, Josué.

-¿Mercedes, has visto alguna vez esos chinches verdes que andan por el marco de las ventanas?

-¿Esos que cuando los aplastas hacen tan mala olor?

-Sí, esos. ¿Sabes por qué hacen tan mala olor cuando los aplastas?

-Supongo que es un mecanismo de defensa ¿No? Para protegerse de los depredadores ¿Verdad?

-Así es, pero date cuenta de que, a diferencia de otros mecanismos de defensa de otros insectos y animales, el propósito de la defensa del chinche no es salvarle de la muerte, su sistema no lo salva a él, de hecho actúa cuando ya lo has aplastado. Tú misma has dicho “esos que hacen tan mala olor cuando los aplastas”. Su defensa no está por tanto pensada para sí mismo, sino para defender a los de su especie. Con su muerte ponen los medios para que el depredador no vuelva a tener deseos de atacar a los de su grupo, su propósito es proteger a su comunidad. Mueren mandando un imborrable mensaje. Eso es, de algún modo, lo que yo puedo hacer. Poner los medios para que tras mi existencia, haya recursos para evitar que nos encaminemos a un transhumanismo elitista e irrevocable: Poner barreras para que, si aún estamos a tiempo, las súper comunidades humanas puedan florecer y controlar su destino.

-Lo entiendo, pero aún así…

-Mercedes, en la vida uno ha de elegir qué puentes cruzar y cuáles quemar. Yo ya he elegido. Vosotros debéis elegir si aceptáis el encargo. Si lo hacéis, si aceptáis, debéis comprometeros a llegar hasta el final. Al menos hasta allí donde lleguen esos cientos de millones que, parece ser, van a ingresarse con la venta de las acciones. Ya he hablado con Juan, él se encargará de todos los asuntos legales, creará la fundación y junto a vosotros dos será uno de los tres albaceas testamentarios.

-Cuenta conmigo, Josué –responde Mercedes en un tono solemne-.

-Sabes que lo vamos a hacer–interviene Pedro esbozando una tímida sonrisa-. Esto es algo extraño, sí, pero en Haulap app ya hemos hecho cosas más raras aún y hemos acabado teniendo éxito. Iremos hasta el final. Puedes contar con ello. Puedes contar con nosotros.

-Lo sé, pero esta será vuestra prueba más dura. Siempre os he pedido que fuésemos una oportunidad para los demás. Esta es la oportunidad más importante que podemos ofrecer a millones de personas en todo el planeta. Europa es sólo el escaparate para que se mire el mundo entero. Si aquí tenemos éxito, entonces todo será posible.

-Bien, estoy lista para tomar notas, adelante –dice Mercedes, enderezando aún más su espalda y poniendo sus manos sobre el teclado-.

-Lo primero que tendréis que conseguir es agrupar las mejores técnicas en grafotransformación, meditación, biología del pensamiento y crecimiento humano. Hay que dotarse de los mejores en el campo de la cuántica, la neurociencia, así como en la programación neurolingüística. Con ellos hay que construir un programa de entrenamiento personal que sirva a las personas para hacer aflorar sus súper cualidades. La Fundación ha de poner ese conocimiento a disposición de las personas, de manera altruista. Hay que evitar que el desarrollo humano sea solamente patrimonio de unos pocos, hay que universalizarlo.

-¿Cómo se consigue eso? –pregunta Pedro-.

-Dispondremos de fondos, Pedro, efectivamente, pero como ya puedes imaginarte, eso no será suficiente. De hecho, el dinero no servirá de nada si no somos capaces de hacer trabajar el pensamiento crítico, de poner las emociones al servicio del individuo y a la vez, de conseguir que los individuos trasladen después sus súper cualidades a sus respectivas comunidades, para crear comunidades mejores, interconectadas y capaces de vencer los retos que va a tener que afrontar la humanidad, de manera  inminente.

-¿Cómo?

-Trabajando en red, creando centros de desarrollo personal en varias ciudades, en varios países. Debéis llevar el programa a todos los sitios posibles. Y que éstos se nutran de las aportaciones del panel de expertos. El programa ha de evolucionar y mejorar constantemente y monitorizar los resultados.

-¿No resultará inviable, no entrañara demasiada complejidad?

-La inviabilidad es siempre un concepto temporal. En todo lo que nos propongamos. Nuevas tecnologías, acontecimientos o enfoques acaban haciendo viable el futuro. Hoy no hay ningún inconveniente para que se pueda poner en práctica lo que os propongo.

-¿Qué mas? –inquiere Mercedes, que clica el teclado con gran entusiasmo y no separa su atención de la pantalla-.

-Espera, Mercedes –interviene Pedro mirándome a los cansados ojos- ¿Estás bien, Josué? ¿Quieres que hagamos una pausa?

-No, gracias, Pedro, no paremos ahora por favor. Puedo continuar.

-Como tú digas, Josué. Pero si en el algún momento no te encuentras bien, dínoslo por favor.

-Sí, gracias. Sigamos con el verdadero motor del programa. La esencia son las emociones y los pensamientos que éstas desencadenan.

-¿Cómo se hace eso?

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