Meta

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-Nuestro pensamiento influye en lo que cada persona es. Del mismo modo que captamos la información de nuestro entorno a través de los sentidos, también las células captan información a través de receptores propios. Son señales que influyen en el ADN y esas señales se componen de mensajes energéticos que fundamentalmente emanan de nuestros pensamientos, tanto de los positivos, como de los negativos. Esa información hace que las células cambien, Pedro. Las células son lo que pensamos. Lo que pensamos influye en el carácter y también influyen en la salud. Pero lo que pensamos, depende de las emociones

-¿No va eso en contra de los principios de la genética?

-Los recientes hallazgos científicos avalan lo que os estoy diciendo. Aquello que creemos nos define y realiza. Cada pensamiento es una elección.

-¿Podemos conseguir un cambio así? ¿Un cambio tan profundo en la mentalidad de las personas?

-Yo soy ejemplo de ese cambio.

-De acuerdo, pero ¿Podemos conseguir ese cambio en los demás?

-Si no lo conseguimos, Pedro, las cosas sólo pueden empeorar y, cuando lo hagan, ya no habrá la opción de volver atrás. Se habrá perdido lo único que aún conservan los ciudadanos, el poder intelectual. Debemos intentarlo, Pedro, debemos intentarlo. El poder del pensamiento es tal que influye en nuestra biología, en nuestro carácter, en la conformación de nuestro cerebro e incluso en la composición del agua y probablemente de las plantas. Así que imagínate por un momento qué enorme poder es el pensamiento colectivo.

-Eso es muy revolucionario, Josué –interviene Mercedes-.

-Espero que algo más que eso, Mercedes. La humanidad necesita algo más que una revolución, necesita una nueva Era.

-Sigue por favor –responde esbozando una sonrisa-.

-Ahora viene lo más importante, Mercedes, por eso lo he dejado para el final. La Fundación ha de trabajar con las personas individualmente para potenciar sus cualidades hasta ahora ocultas, pero también ha de trabajar paralelamente para conseguir revertir la formación de los niños. No se ha de seguir trasladando a los niños datos y conocimientos como se ha hecho hasta ahora, sino procurarles herramientas que potencien sus súper cualidades, cualidades que después ejercerán dentro de sus comunidades. Hay que trabajar el desarrollo personal desde las escuelas. Enseñar a pensar. El Poder es en verdad de los niños. El nuestro es sólo un poder transitorio. 

-¿Qué quieres decir con lo de “proporcionar herramientas”? ¿No se hace ya así?

-Se invierte demasiado de su tiempo en transmitirles conocimientos.

-¿Y no es eso la formación? ¿El conocimiento?

-Imagínate, Mercedes, que la ciencia descubriera próximamente que, por ejemplo los elefantes, las ballenas o los delfines son extremadamente inteligentes, mucho más de lo que hubiéramos pensado hasta ahora ¿Cómo mediríamos su inteligencia? ¿Crees que lo haríamos en función de la cantidad de datos que manejaran estas especies? En mi opinión, sería estúpido medir sus capacidades en base a si conocen a Beethoven, o a las grandes figuras de la literatura inglesa. Probablemente coincidirás conmigo en que lo mediremos de acuerdo al conocimiento que tienen del medio en el que se desarrollan, del espacio que les rodea y de su propia existencia. Pero sobre todo consideraríamos las herramientas intelectuales de las que se sirven en su día a día para ser plenamente, para ser felices y facilitar la felicidad de sus congéneres. Imaginemos que, esas especies, a pesar de su inteligencia, han renunciado a la tecnología porque han reconocido que ésta es, al fin y al cabo, un medio para someter al planeta a la voluntad de los que la utilizan, lo cual es una estrategia indiscutiblemente autodestructiva.

-Te entiendo, Josué, sé lo que quieres decir.

-Por ello, Mercedes, este es el mayor y más importante objetivo de la fundación; se debe presionar en todos los ámbitos oportunos para conseguir educar a los niños y a los jóvenes en su propia consciencia, y en la consciencia colectiva. Hay que llevar la meditación transcendental a las aulas, la programación neurolingüística a los programas escolares, y el crecimiento personal a los objetivos docentes ¿De qué les sirve el conocimiento si no son felices? ¿Qué padre no quiere la felicidad para sus hijos?

-¿Cuál debe ser el objetivo de todas esas medidas? –pregunta Pedro-.

-El fin debiera ser siempre la felicidad ¿No crees?

-¿No es todo ello demasiado idealista? ¿Crees que la sociedad está preparada para ese tipo de pensamiento, para un cambio de Era?

-Pedro, una sociedad sin idealistas es una sociedad muerta, condenada a la infelicidad. 

-Reconozco que hasta cierto punto tiene sentido… -murmura Pedro mirando hacia ninguna parte-.

-Pedro, si el pensamiento individual es poderoso, el pensamiento masivo mueve el mar y el viento, abre la tierra de cuajo, y propicia las guerras. El pensamiento colectivo es la revolución, es el principio y el fin, es el movimiento. El pensamiento en grupo conjura las dudas interiores individuales y permite la experiencia del Todo.

-¿Y qué hay de tu felicidad, Josué? –pregunta Mercedes-.

-Si soy feliz antes de morir, también lo seré después.

-¿Qué más debo anotar? –pregunta Mercedes bajando la cabeza y el tono de la voz-.

-De hecho, en gran parte, el objetivo de la Fundación debe ser la de hacernos capaces de elegir nuestro destino desarrollando para ello nuestras súper cualidades, de tal modo que podamos elegir qué experiencias vivir, y de qué modo hacerlo. Es entonces necesario que las personas que cursen el programa viertan en sus respectivas comunidades el fruto de las súper cualidades que el programa ha hecho aflorar en ellos. Devolver a la comunidad  aquello que la comunidad les ha brindado. Crear comunidades más capaces, más evolucionadas que puedan asegurarse un futuro autónomo y sostenible. Recordad, las súper cualidades que no se ponen al servicio de la comunidad, se desvanecen, se pierden. Debemos tener presente que mientras que el individuo es mortal, la humanidad no lo es, y es por eso que sólo esta última puede proporcionar dimensión y perdurabilidad a aquello que los individuos hagan, a sus acciones

-Me gusta lo que escucho, Josué, y lo defenderé, tal y como me he comprometido, pero has de saber que este sistema tiene murallas muy altas. No será fácil vencerlas.

-Pedro, las murallas más altas las construyen a su alrededor aquellos que se sienten más débiles.

Como te decía, contamos con la gente, con las súper comunidades que están emergiendo. Internet está siendo el caldo de cultivo que hace emerger muchas de las súper cualidades que precisamos. Ya están ahí, sólo hay que creer, creer antes de que sea demasiado tarde.  

-Tienes mucha fe en las personas, Josué, quizás demasiada. 

-Creo en las súper cualidades de los individuos, Pedro. Creo en una sociedad de hombres y mujeres sin miedo y con todo el conocimiento a su alcance. Sin dogmas, con absoluta fe en la ciencia y en ellos mismos.

-¿Puede existir una sociedad así?

-Debería y es exactamente lo que necesitamos. Nos falta el Gobierno de la Conciencia; un gobierno que potencie las cualidades individuales de las personas, y la capacidad colectiva. Que crea en el talento, que lo potencie. Que anime a los niños a pensar. Que tenga como único objetivo la felicidad de los ciudadanos. Que su finalidad no sea el progreso, ni la economía, ni el comercio… Una nueva Era que convierta a los empresarios en líderes, pero no en reyes, a los políticos en referencias morales, pero no en cortesanos, a los ciudadanos en el centro de su obra y a la felicidad como único destino.

-Pero la gente no querrá moverse de su zona de confort, Josué. Son perezosos, mansos…

-No hay que confundir la comodidad con la felicidad. De hecho, generalmente son incompatibles. Las cosas que nos hacen la vida más fácil y que implican rutinas van en perjuicio de una vida activa y emocionante que es ingrediente básico de la felicidad. Superar un examen, limpiar el trastero, cultivar un huerto... no son cosas cómodas, pero pueden hacernos muy felices, en su día, y en su recuerdo. No subestimes a las personas, Pedro. Hay quien confunde a los leones mansos con corderos. 

-¿Debe pues la fundación ser abierta y pública, Josué?

-Así es, Pedro, una fundación para una nueva iglesia. Una iglesia donde la ciencia sea el templo, la verdad el verbo, la emoción el único fin y el pensamiento la palabra que todo lo crea.

-¿Cómo quieres que registre el proyecto? ¿Qué nombre le ponemos a la Fundación? –pregunta Mercedes-.

-Eh… no había pensado en ello, la verdad. Decididlo vosotros. Por el momento archívalo como Meta, pero habrá que cambiarle el nombre pues ya existe algo similar. Yo he participado en ese programa, de hecho. Pero en cambio quiero que éste proyecto sea abierto, sin secretos, sin procesos de selección, que todo el mundo pueda gozar de sus beneficios, que sea para todos, que sea para bien.

 

LXXI – El Mensaje

 

 

-¿Cree en algo? Quiero decir ¿practica algún tipo de fe, de religión? –musita el Dr. Vinyals sin apenas levantar la atención de sus notas-.

-Mmm… no doctor. No al menos como creo entiende usted el concepto de fe.

-Por supuesto me refería a si se siente usted cristiano o…

-No puedo creer en ninguna religión, doctor, en religiones donde me hablan de profetas y elegidos, cuando miro a mi alrededor y veo un mundo multirracial. 

-¿Qué quiere decir exactamente?

-No es que pida una prueba de vida de Dios, pero tener una religión en particular es insultar al resto de los seres humanos. A las otras razas, las otras culturas. Es negar la diversidad humana. Es negar el pensamiento humano, cambiarlo por una doctrina. 

- Le entiendo. No obstante, y más en su situación, las palabras oportunas, cómo decirlo… el discurso de la fe puede llegar a ser muy reconfortante. Pueden ayudarle a uno….

-Ahora que me amenaza el tiempo, yo creo en los momentos, no en los discursos, doctor. Yo soy mi religión.

Es temprano, no más de las diez de la mañana. Las cortinas están abiertas y en su despacho entra con fuerza la luz nítida del sol de finales de enero. Es una luz rasante que se cuela hasta las paredes del fondo, iluminando todos los rincones. No se aprecia señal alguna del rincón de los juguetes. Todo está impoluto, sin polvo, sin sombras, a imagen y semejanza del Dr. Teodoro Vinyals.

-No puedo creer en las religiones, y menos aún en una sola de ellas; judíos, cristianos, musulmanes… La alquimia nos enseña que la verdadera nobleza no está en la pureza sino en el mestizaje.

-Y sin embargo debe usted creer en algo. En alguna clase de fundamento, de principio. Cree al menos en las súper cualidades, y cree en que se puede vivir fuera del tiempo. Cree también en sus ideas…

-Uhm… No tanto como pueda pensar. He aprendido a dudar de mis ideas, fundamentalmente a dudar de mi mente. Me limito a amar lo que es, pues he comprobado que la mente tiende a pensar que todo lo que le sucede es equivocado. La mente emite muchos juicios, demasiados. Ahora vivo con ella, con la mente, pero no para ella, dejo que otras partes de mi cuerpo también piensen.

-¿Otras partes de su cuerpo?

-Sí, así es doctor, de acuerdo con las investigaciones más recientes ¿Sabía que el corazón tiene una red neuronal independiente? ¿Y que envía más información al cerebro de la que recibe de éste? El corazón influye en nuestra manera de pensar y yo ahora dejo que el corazón y otras entidades en mí también sean yo. Y el único fin debe ser la felicidad.

-¿Se siente feliz?

-No es feliz el que no cree que lo es.

-¿Y no le llevan todas esas reflexiones a algún tipo de creencia, a algún tipo de fe?

-¿Fe? A veces pienso que llevo toda la vida intentando que Dios me acepte como suyo, mientras escucho mis pasos solitarios y sin rumbo. Yo… yo creo en Meta, doctor.

-Hábleme de Meta, entonces.

-Pensaba que usted ya lo conocía ¿No tiene usted algún tipo de relación con ellos? Como psicólogo quiero decir.

-¿Con Meta? No, no tengo ninguna relación, no les conozco.

-Pero usted está vinculado a la Universitat de Barcelona ¿Verdad?

-Sí, así es, eso es correcto. Doy clases allí dos veces por semana y colaboro en varios programas que imparte la UB ¿Pero, qué tiene eso que ver?

-Meta está vinculado con la UB, con la facultad de Psicología. La investigación y el programa se desarrollan en el campus de la Universidad. Estaba convencido de que usted los conocía y que, de algún modo, formaba parte del programa.

-No, debo insistir que todo lo que he oído de ellos es a partir de usted, en nuestras charlas, aquí. ¿En qué campus dice que trabajan?

-Están en Hogares Mundet.

-¿En la facultad de psicología, entonces?

-Sí, pero no en el edificio grande.

-¿En cuál si no?

-En el Palau de les Heures. Ya sabe, subiendo a mano izquierda

-¿En el Palau de les Heures? Es extraño, lo conozco bien. Es un edificio de medidas modestas pero conocido por todos los que tenemos vínculos con la facultad, así que me sorprende que se me haya pasado por alto una actividad tan peculiar allí mismo. Uhm… espere un momento por favor, voy a pedirle a mi recepcionista que haga unas cuantas averiguaciones. Será sólo un instante.

-Les gusta trabajar con discreción.

-¿Cómo dice?

-A la gente de Meta. Eso me dijeron, que prefieren la discreción que les brinda el entorno del Palau, más apartado y menos concurrido Por eso no habrá oído hablar de ellos antes.

-Entiendo… -replica escéptico mientras se levanta y se dirige hacia la puerta que nos separa de la sala de espera que hay en la recepción-.

-¿Doctor…? -le pregunto antes de que atraviese la puerta-.

-¿Sí?

-¿Qué ha sido de aquella zona con juguetes y una alfombra a cuadros con vivos colores que había en aquel rincón?

-¿Zona con Juguetes? Ah, sí, ya sé a cuál se refiere. Hace mucho tiempo que ya no está ahí.

-¿Mucho tiempo? No será para tanto.

-Déjeme pensar… Pues si la memoria no me falla, de eso hará más de veinte años. Me sorprende que se acuerde de ella. Esa zona de juegos estaba por aquí justo en los tiempos en los que usted venia de niño, poco después del fallecimiento de su padre. Años más tarde, para cuando su madre nos dejó y usted volvió a la consulta para hacer nuevas sesiones, la zona de juegos ya no existía. Sabe, dejé de ejercer la psicología infantil hace al menos ese tiempo, veinticinco años. Así que me sorprende que se acuerde de aquellos juguetes, de aquel rincón ¿Qué tenía usted entonces, ocho o nueve años?

Me pregunta sin esperar mi respuesta mientras ya ha salido del despacho y se le oye murmurar instrucciones a la recepcionista. Me siento turbado. El sol entra insultante por la vidriera y golpea mis ojos cansados ¿Más de veinticinco años? No puede ser. Acaso he tenido visiones fuera del tiempo ¿Quién era aquel niño, entonces? ¿Qué fue lo que vi hace unas semanas? ¿Qué fue lo que viví? ¿Quién era ese niño, por qué lloraba? ¿Por qué se acercó a mí?

-Ahora, enseguida, confío que aclaremos las dudas que han surgido al respecto de Meta y sus vínculos con la UB –dice Vinyals entrando de nuevo y rodeando la mesa-.

-Ajá.

-¿Cómo se encuentra, por cierto? Se le nota cansado… ¿Dolorido quizás?

-A ratos, de vez en cuando, aunque últimamente los momentos de dolor son más seguidos, más continuos.

-Sigo pensando que es usted demasiado joven para…

-No hay nada más efímero que alardear de juventud, doctor.

-No me refería a eso...

-Lo sé, lo sé, sólo bromeaba. Pero quiero que sepa que aún hoy estoy más convencido de mi decisión que entonces. Sólo somos verdaderamente nosotros cuando morimos. Cuando transitamos de una vida a otra somos la entidad cierta, aquello que somos. En cambio, cada vida es una representación, un personaje, un protagonista que tiene algo de nosotros pero que no es puramente lo que cada uno es. Lo auténtico es aquello que somos cuando no estamos aquí. He hecho lo que tenía que hacer. Mi tiempo aquí ha estado bien. He cumplido con el plan que se me había encomendado. Desde mi punto de vista, cada uno tiene un plan que debe ejecutar, un propósito. Eso creo aunque a veces, claro, a veces dudo. Es normal hacerlo.

-¿Qué clase de duda?

-Me pregunto en ocasiones si la única intención fue el big bang. Y si el Todo volverá a la intención única cuando el cosmos se contraiga de nuevo. Me cuestiono entonces si sólo hay la intención del big bang, el único plan maestro sería pues la armonía. Imagínese que sensación de vacío espiritual y existencial si la única decisión divina no fuera más allá de dar lugar al big bang y al espacio tal y como lo conocemos. Entonces, en esas circunstancias, cada cual debe decidir, decidirlo todo y, en un espacio de tiempo, tan diminuto en términos cósmicos, como es una vida humana y… honestamente, a veces la libertad se revela como una pesada carga, una carga milenaria. Son sólo reflexiones en momentos de duda. Son connaturales a nuestra condición humana. Por suerte esos momentos se desvanecen solos, la misma ciencia nos da las pistas para ello. ¿Y usted, doctor? Por su parte, desde su punto de vista  ¿Cuál cree qué es el propósito de la vida?

-Me encantaría poder responderle a eso, desde luego. ¿Quién tiene la respuesta? Nadie con una absoluta certeza puede responder esa pregunta a día de hoy. Sin embargo…

-¿Sí?

-Sin embargo, a menudo pienso en una teoría que solía esgrimir un colega mío que ahora ejerce en Nueva York y …

-¡Doctor! –interrumpe la recepcionista entrando sin preaviso en el despacho- el Jefe de Estudios dice que no conoce dicho programa y que, por lo que a él le consta, en el Palau de les Heures no se desarrolla ninguna actividad de esas características ¿Quiere que le pregunte alguna otra cuestión? Lo tengo en línea.

-No, no, por favor. Dele encarecidamente las gracias por su tiempo y… sí, dígale que le llamaré yo luego por la tarde, personalmente. Sobretodo agradézcale su amabilidad por atendernos a estas horas. Seguro debía estar andando de una clase a otra.

-Así lo hago, Doctor –responde con su acerada voz la recepcionista, cerrando enérgicamente la puerta tras de sí-.

Vinyals y yo nos quedamos mirando en silencio, mientras el reluciente sol insiste en brillar en todas las superficies y molestar la vista. La nausea sigue su curso dentro de mí.

-Internamente deben funcionar con otro nombre –digo al fin- pero la gente que trabaje allí tiene necesariamente que haberlos visto. Gabriela está casi a todas horas por allí. También va a veces al edificio principal, a la facultad de psicología. Yo mismo la acompañe parte del trayecto en una ocasión.

-¿Ha coincidido alguna vez con otras personas que sigan el programa como usted? ¿Quiero decir, se ha cruzado con ellos, mientras usted salía o entraba del Palau?

-Déjeme pensar…. Me parece que no, pero debería pensarlo más detenidamente. No estoy seguro.

-¿A qué horas suele acudir?

-Las horas varían. A veces ha sido muy temprano. En otras ocasiones pasadas las ocho de la tarde…

-En el Palau generalmente se imparte algún máster y estudios complementarios, ya sabe que no son unas instalaciones muy grandes. Siempre hay alumnos de post grado por allí. ¿Se ha relacionado con ellos alguna vez? ¿Ha visto a los miembros del equipo de Meta interactuar con otros docentes o investigadores?

-Lo cierto es que debido a las horas siempre tan dispares, nunca he coincidido con alumnos o profesores que estén por allí al mismo tiempo. De hecho, entiendo que las horas son tan poco ortodoxas precisamente para que el desarrollo del programa Meta no se vea perturbado por el ruido de los alumnos yendo y viniendo por los pasillos.

-Entiendo, sí, podría ser, es poco plausible, pero…. Sin embargo, mi buen amigo, el Jefe de Estudios de la facultad….

-Son discretos, y viajan mucho. Gabriela estuvo por casi dos meses en Boston.

-Sí, pero entenderá que resulta todo un poco extraño.

-Comprendo su desconcierto, doctor, y me gustaría que los conociera personalmente. De hecho creo que usted y Gabriela congeniarían bien.

Se queda callado por unos segundos, con una mano apoyada sobre los labios y la mirada perdida detrás de mí.

-¿Dispone usted de algo de tiempo esta mañana? Me refiero a si puede permitirse un par de horas –dice al fin-.

-Sí, claro, ¿Puede usted, doctor?

-Creo que puedo arreglarlo. Déjeme hablar con recepción para reajustar la agenda de esta mañana. Si lo consigo, prepárese, nos vamos con mi coche hasta el Palau de les Heures. Quiero aclarar esto cuanto antes –responde con cierta autoridad mientras se levanta poniendo orden en su mesa-.

Unos minutos después estoy en su automóvil, transitando ciudad arriba en busca del Palau de les Heures. El tráfico es denso pero se circula ligero. En poco tiempo estaremos llegando a nuestro destino.

En un semáforo en rojo en el que permanecemos detenidos, veo pasar frente a mí a los dos tipos feos. El de las mejillas azuladas se vuelve y me mira mientras cruza el paso de peatones. Su cuello está salpicado de diminutas gotas de sudor. Los veo alejarse y perderse entre la gente que camina, y no me afecta.

-Su amigo doctor, el de Nueva York…

-¿Mi amigo?

-Sí, antes estaba por contarme la teoría de un colega suyo sobre el propósito de la vida. Justo antes de que entrara la recepcionista ¿Lo recuerda?

-Ah, sí. No es algo científico. Su visión quiero decir, la de mi amigo. No vaya a pensar que por venir de otro psicólogo…

-No importa, doctor, sólo quiero escucharlo, me interesa.

-Él decía que… Él sugería que el propósito de la vida es llevar un mensaje del niño que has sido al anciano que serás, y asegurarte de que en el camino el mensaje no desaparece y que permanece intacto.

-¿Qué mensaje?

-Bueno, habría que preguntárselo a él, pero yo quiero pensar que lo que él tenía en mente es una suerte de código personal, alguna clase de conocimiento que adquirimos cuando somos niños, desde nuestra experiencia como no adultos, un mensaje que nos conecta con lo que somos y con lo que nos rodea, y que el gran reto de la vida pasa por asegurarte de que no traicionarás esa magia, que no la olvidarás por el camino, que vivirás de acuerdo a esa filosofía para que el anciano que seremos… Uhm… no sé, cómo decirle, para que ese otro yo siga siendo feliz. Algo así como que nos vayamos con la misma ilusión con la que vivimos de niños. Discúlpeme, sé que no es algo serio, sólo una hipótesis, apenas una elucubración.

No le contesto. No digo nada. Miro al frente, al tráfico ruidoso que percibo en silencio y me sumerjo en el rostro del niño que no hace mucho tiempo, en su consulta, se presentó ante mí. Recuerdo su mano sobre mi rodilla como si fuera ahora mismo. Recuerdo sus mejillas surcadas de lágrimas. Pero no recuerdo el mensaje.

LXXII – Partículas de Luz

 

 

Poco después aparece ante nuestros ojos el cíclope deslenguado del campanario de Hogares Mundet. El vehículo sube la sinuosa carretera que yo desconozco puesto que viniendo siempre caminando, tengo por costumbre andar las escaleras y atajos que cruzan los jardines y los edificios primeros. Poco después, Vinyals aparca el vehículo en el estacionamiento que el Palau tiene habilitado en la fachada posterior. Desde ahí caminamos hasta un cubo de vidrio y metal encastado en el apéndice del ala Este del edificio, que me parece hace las veces de entrada en esta parte del Palau. Entramos, y observo el suelo arlequinado, amenazante, como siempre.

-No estoy acostumbrado a entrar por aquí. No conocía esta sección del Palau.

-¿No entra por aquí? ¿Por dónde si no?

-Yo vengo siempre caminando, a  veces en metro, pero siempre subo hasta el Palau atravesando los jardines, así que encuentro el Palau siempre de frente, no como ahora que venimos desde el parking, por la parte posterior.

-No sé si comprendo lo que quiere decir ¿Por dónde dice que entra?

-Por la puerta de la fachada principal, claro.

-¿Se refiere a los tres portales que hay frente a la escalinata de la fachada sur?

-Sí. Yo entro siempre por la puerta central.

-Creo que no.

-No sé si le entiendo, doctor ¿Cree que no? ¿Qué…?

-Me temo que esas puertas están anuladas desde que se hizo la reforma del Palau, y de eso hace ya muchos años, fue en 1993. El acceso al edificio es siempre por este cubo de vidrio –dice con el ceño fruncido pero sin mirarme a la cara, mientras empieza a andar sobre las baldosas blancas y negras del pasillo que penetra hasta el hall de la nave central-.

Ubicados ambos en lo que debía ser el hall principal, Vinyals me mira interrogativo. Veo que las puertas de la fachada principal, las que yo acostumbro a utilizar, están selladas por dentro y escondidas detrás de unos artificiosos tabiques y no son practicables. Torno mi atención en dirección opuesta.

-¡La escalera de mármol! –exclamo señalándola como un perdiguero- .

-¿Sí?

-Esa es la escalera que yo siempre tomo. Arriba está el despacho del Dr. Schulze y al fondo del pasillo que hay, en dirección al ala Oeste, está el aula donde siempre me reúno con Gabriela –afirmo mientras ya estoy subiendo a grandes zancadas los peldaños, seguido de los pasos tranquilos de Vinyals, que me observa circunspecto-.

-¿Y bien? –pregunta Vinyals al verme petrificado delante de lo que había sido el cubículo del alemán y que ahora no es más que un cuarto oscuro lleno de cajas apiladas-.

-Sígame por favor –le respondo sin mucho convencimiento, llevando mis pasos por el ancho pasillo que conduce hasta la sala.

El sol atraviesa insolentemente los grandes ventanales que tiene el corredor a ambos lados. Me detengo frente a la puerta de la sala que está cerrada pero sin ajustar. Puedo recordar con nitidez todas las  veces que Gabriela ha entrado y salido atravesando ese mismo marco. La recuerdo muy bien preguntándome si volvíamos juntos hasta la parada del metro. La recuerdo entrando docenas de veces con su carpeta bajo el brazo. Su pelo negro, sus labios rojos, su rostro del color del nácar. Su nombre, Gabriela, se repite en mi cabeza cien veces. Una línea de luz se filtra entre el marco y la puerta y es todo mi deseo que al abrir la puerta ella esté allí, sentada, con sus piernas cruzadas, la botella de agua a sus pies y que cuando me vea entrar ella se gire, me sonría de esa manera que sólo ella sabe, y me diga hola Josué, bienvenido.

Antes de empujar la puerta miro por el ventanal a mi izquierda. Al fondo, en el horizonte, en un destello azulado me parece descubrir una porción del mar. Miro hacia atrás, por encima de mi hombro y veo a Vinyals, a un metro de mí, sereno y expectante, escrutando mi rostro, midiendo mis pasos y mis gestos, analizando mi respiración, que yo mismo había olvidado.

Tímidamente empujo la puerta, y descubro la habitación llena de luz. A través de los grandes ventanales el sol revela toda la amplitud de la estancia. No hay nadie dentro salvo motas de un polvo cristalino que flotan iluminadas sin rumbo en el haz de luz que el sol proyecta en el interior. En el lugar donde Gabriela acostumbra a situar las dos sillas enfrentadas, hay docenas de sillas iguales que miran todas hacia una pizarra blanca y borrosa que hay en la pared de enfrente y que yo jamás había visto antes. Es un aula más.

-Sospecho que no ha encontrado lo que esperaba ver –musita a mi espalda Vinyals-. Discúlpeme un momento, por favor. Voy a la planta inferior a hablar con la administrativa. Voy a asegurarme de que no nos quede ninguna duda por aclarar. Enseguida vuelvo con usted.

-Eh… Sí, doctor, le… le espero aquí.

Una vez solo, me siento en una de las muchas sillas que estorban el espacio, penosamente, doliéndome la ausencia. Las motas de luz siguen flotando frente a mí, graciosamente ingrávidas. No se escucha nada, ni el eco de su voz, pero si el murmullo de una luz en la memoria.

Viendo las partículas deambular en el fragmento del rayo de sol, se hiere en el recuerdo una de las últimas sesiones con ella. Era una sesión temprana, y el sol iluminaba como hoy las motas que revelan el espacio. Gabriela me habló aquella vez de Michio Kaku, el famoso físico norteamericano especializado en la revolucionaria teoría de las cuerdas, la cual sostiene que las partículas son en realidad estados vibracionales. Kaku continuó sus investigaciones y afirmó después que había encontrado pruebas de la existencia de una fuerza inteligente y desconocida por el hombre que gobierna la naturaleza, es decir, algo bastante parecido al concepto que muchas personas tienen de Dios como Ente creador y rector del universo.

¿Hablaba Michio Kaku del Eje maestro? Si el Eje gobierna las leyes del universo, ¿Puede también crear todas las demás reglas? ¿Podría ir más allá de la armonía como único fin?

Michio Kaku llegó a este resultado, al concepto de fuerza inteligente, analizando el comportamiento de la materia a escala subatómica, utilizando un “semi-radio primitivo de taquiones”. Los taquiones, me contó Gabriela poniendo especial cuidado en que la entendiera, hablando cerca de mí, son todas aquellas partículas capaces de moverse hipotéticamente a velocidades superlumínicas, es decir, son partículas teóricas capaces de “despegar” la materia del universo o el contacto de vacío con ella, dejando así a esta materia en estado puro, totalmente libre de las influencias del universo que las rodea. A partir del resultado de sus experimentos, Michio Kaku llegó a la conclusión de que los humanos vivimos en una suerte de realidad virtual regida por principios y leyes dependientes de una inteligencia superior, algo así como un Gran Arquitecto, donde el azar no tiene sentido, donde la armonía es una más de las leyes cósmicas, pero no la única. Y yo me pregunto ahora, en este instante, qué está haciendo el Gran Arquitecto conmigo. En cierto sentido, a menudo me observo aún esclavo de mi mente y, por otro lado, me siento afortunado de todo lo que ha reservado para mí, para que yo lo experimente. Pero ahora, en este instante, en este ahora, me siento tan absurdo y perdido como el niño que ha perdido su mensaje.

Mientras las motas de polvo siguen flotando y la luz ciega mis ojos, inhalo buscando su perfume, pero no aparece.

Me levanto y vuelvo hasta el despacho de Schulze. Me quedo de pie mirando la cavidad oscura. Sigue siendo el cuarto de servicio lleno de trastos y cajas apiladas que observe hace unos minutos. No hay rastro alguno de que haya sido un despacho antes. El Dr. Vinyals me encuentra al subir las escaleras. Me mira con cierta compasión, una compasión que no sabe ejercer.

-Las dos oficinistas de administración me confirma que no se hacen sesiones de ningún programa de crecimiento personal en estas aulas –alcanza a decir finalmente-. No conocen Meta ni saben de nada similar que tenga lugar aquí. Me han pasado el prospecto con todos los postgrados y cursos que se imparten ahora mismo en el Palau. Tome, léalo y mire a ver si algo le resulta familiar. Yo ya lo he hecho pero no puedo ver en ninguna de las actividades listadas nada que se asemeje a lo que usted me ha descrito. Por cierto, tampoco conocen a nadie con el nombre de Gabriela o Dr. Schulze.

-Ya veo…

-¿Cómo se encuentra?

-Eh… Bien, bien, no se preocupe. Es sólo que no acabo de entender…

-¿Cómo los conoció? ¿Cómo dio con ellos?

-¿Perdón?

-Con la gente de Meta, me refiero ¿Cómo supo del programa? ¿Cómo contactaron con usted?

-¡Claro! Lléveme al Eixample, doctor, por favor. Sé donde vive Gabriela. Vive justo debajo de donde vivía yo. De hecho todavía conservo aquel piso.

-Eh… sí, de acuerdo, vamos, nos viene de camino de regreso a mi consulta ¿Lleva usted la llave del portal, por cierto?

-No, pero si Gabriela no está aquí puede que sea porque está en su casa. Si no está allí, algún vecino nos abrirá, no se preocupe, ahora prácticamente todos me conocen bien. Y en último caso, siempre puedo llamar a Juan, nuestro abogado en la empresa, que es el presidente de la comunidad.

Quince minutos después estamos frente al edificio que fue mi hogar toda mi vida hasta hace apenas algunos meses. La heredé de mi madre junto a su melancolía. Con la venta de la franquicia en el Reino Unido saldé toda la deuda que aún quedaba a raíz de las obras de la comunidad. Juan me propuso que lo alquilara para obtener alguna rentabilidad, pero hasta ahora no he visto el momento oportuno de hacerlo.

Pulsamos el timbre del video portero del piso que ocupa Gabriela. Esperamos unos segundos pero no hay respuesta. Vuelvo a intentarlo.

-¿La conoció aquí, entonces? ¿En la escalera?

-Sí, y aquí sí que estoy seguro de que se ha cruzado, inevitablemente, con otros vecinos. Puede estar seguro. Estoy seguro de ello. Tiene incluso su etiqueta puesta en el buzón. Ahora lo verá.

Tras unos minutos de espera sin obtener respuesta de Gabriela me decido entonces a llamar a doña Esperanza, la vecina del penúltimo piso. Entusiasmada y con su estridente voz me reconoce enseguida y nos abre la puerta.

-¿Lo ve?  “G. Zimmermann” –le digo al doctor señalando la etiqueta en el buzón de Gabriela-.

-La “G” de Gabriela, imagino ¿Correcto?

-Así es. Subamos hasta su piso, a veces pone la música muy alta y es probable que le cueste oír el timbre del video portero.

Por un momento quedo desconcertado. Mi impulso natural era subir las escaleras como había hecho siempre, cuando observo que el doctor Vinyals se sitúa frente a la puerta del flamante ascensor. Con un repentino regocijo me sitúo a su lado y esperamos que la deseada máquina baje a recogernos. Meses de obras después, el ascensor y la reforma de las escaleras de la comunidad son una realidad.

-Bien por Ramirez –musito-.

-¿Cómo dice?

-Nada, disculpe, cosas de vecinos.

Vinyals y yo subimos en silencio hasta el piso de Gabriela. Me planto frente a la puerta de su apartamento y hago sonar el timbre. No se oye nada en el interior, pero en el rellano superior se oyen unos pasos nerviosos. Vinyals mira hacia arriba y después me dirige una mirada interrogativa. Señala con el dedo hacia la sombra que desciende las escaleras y pregunta -¿Es ella Gabriela?- Sigo el gesto previo de su mirada y veo bajar con pasos nerviosos y gruesas zapatillas a doña Esperanza.

-Josué, qué sorpresa verte por aquí. Cómo me alegra verte.

-Hola, buenos días doña Esperanza ¿Cómo está usted?

-Muy bien. Pensaba que venías a tu apartamento, por eso te esperaba ahí arriba ¿Vas a alquilarlo? ¿Vas a alquilárselo a este señor?

-Eh… no, no doña Esperanza. En realidad venía a ver a Gabriela. La que vive en este piso ¿La ha visto usted?

-Uh… En este piso hace ya tiempo que no vive nadie. Yo conozco bien al propietario. Antes vivían aquí toda la familia, ahora vive en…

-Doña Esperanza, me refiero a la chica argentina que lo alquiló. La de la etiqueta del buzón; G. Zimmermann ¿Sabe a quién me refiero?

-Ah, sí, aquella chica morena –responde llevándose una mano a la mejilla-. Una chica muy guapa ¿Verdad?

-Sí, esa ¿Sabe dónde está? ¿Dónde puedo encontrarla?

-¡Uf, vaya a usted a saber! –exclama mirando al techo-. Ahora que lo pienso, la última vez que la vi creo… Sí, creo que la vi contigo, en la cafetería de Blasa ¿Sabes cuál quiero decir? Me refiero al bar que queda justo al otro lado de…

-Sí, sí, lo conozco, pero de eso hace ya casi un año, doña Esperanza. Desde entonces la tiene que haber visto por aquí ¿No?

-Oh, no ¿Cómo iba a verla? Muy poco después el apartamento volvió a quedar vacio. Lleva muchos meses sin inquilino. El propietario, que yo conozco bien, ahora vive con su segunda mujer en Sant Cugat porque…

-Un momento, un momento doña Esperanza, discúlpeme ¿Dice que el apartamento está cerrado desde hace casi un año? No puede ser, yo hablé con ella en esta misma puerta unas semanas después, y más tarde la he visto varias veces en la facultad y en ninguna ocasión me dijo Gabriela que se hubiera mudado. De hecho ella me contó unos meses después que ustedes dos habían estado hablando de mí; que usted le había dicho que yo me cambiaba a Diagonal Mar…

-¿Conmigo? Mira Josué, yo no soy persona de hablar mucho y menos aún de hablar de los demás. Y te puedo asegurar que con aquella chica apenas nos cruzamos un “hola” y un “adiós” en el poco tiempo que estuvo por aquí. Que no fue mucho. Me parece que no fueron ni dos meses.

La nausea se hace presente y el dolor se inyecta en mis órganos con vehemencia. Siento el desmayo apoderarse de mí. Apoyo una mano en la puerta del apartamento de Gabriela y al ser consciente de ello la retiro súbitamente, como si me quemara las yemas de los dedos; como el ardor de una mentira contagiosa.

-¿Se encuentra bien? –pregunta Vinyals poniendo una mano sobre mi hombro-.

-Sí, estoy bien doctor –respondo apretando los labios-.

-¿Es usted un “doctor”? –pregunta doña Esperanza iluminándosele la cara-. Pues ya tenía yo ganas de tener un vecino doctor. ¿Va entonces a alquilar el piso de Josué? Por cierto, usted sabrá decirme, tengo un dolor últimamente aquí en la espalda,  mire aquí exactamente…

-Creo que será mejor que le lleve de nuevo a la consulta -interviene Vinyals, ignorando el soliloquio de doña Esperanza-.

-No, doctor, gracias. Quiero ir a casa. Tomaré un taxi, no se preocupe. Ya ha hecho usted hoy demasiado.

-Le llevaré a su casa, entonces. No es ninguna molestia, créame.

Un minuto después salimos los dos del edificio dejando a doña Esperanza muda en el portal pues ha insistido en bajar con nosotros en el ascensor para, de paso, preguntarle a Vinyals si era normal que sintiera aquellos calores y sofocos que la invadían últimamente. Vinyals, en una faceta que desconocía de él, le ha respondido en la estrechez del ascensor que él era doctor en psicología y que por tanto, en lo único que podía ayudarla era en discernir si estaba loca o no. Le ha dicho esto con total serenidad, mirándola fijamente a los ojos y esperando impasible su reacción. Mi antigua vecina se ha quedado inmóvil, atónita y evidentemente pálida, de tal suerte que parecía que incluso yo tenía mejor color que ella. En la vida conoces muchas personas que quieren ser, unas cuantas que son y unas pocas que saben ser. Vinyals entra dentro de esta última categoría.

Al salir a la calle enseguida he visto a Pereza que no ha dudado en arrimarse rápidamente a mis piernas. La he acariciado en la cabeza y le he susurrado al oído que nos veríamos en casa. Cuando me he aproximado al automóvil estacionado de Vinyals he comprobado como Pereza echaba un trote en dirección norte. Después se ha parado en la esquina, se ha sentado y se ha quedado esperando mi reacción.

-¿Son experiencias fuera del tiempo? ¿Estoy teniendo visiones, doctor? ¿Es acaso una broma pesada? ¿Qué está sucediendo? –le pregunto con evidente inquietud mientras Vinyals rebusca torpemente las llaves del automóvil en sus bolsillos para ganar tiempo en su respuesta-.

-Pueden ser visiones ocasionadas por el dolor. Esto es habitual. Tener delirios y visiones a causa de una desarmonización interna, sin embargo…

-¿Sí?

-Eso puede ocurrir en episodios puntuales, no es normal tener una experiencia como la que usted describe durante casi un año entero y en una secuencia lógica.

-No, claro, qué sentido tendría. ¿Loco? No, no estoy loco doctor. Imagino que habría quien puede pensarlo pero, no, las cosas son, así han sido. Por otra parte…

-Sí, adelante. 

-Si fuera una visión ¿Cómo se puede tener una visión con tanto lujo de detalles? Recuerdo sus gestos, todas sus palabras, el perfume…  Dese cuenta de que puedo decir incluso los días, las horas, está todo en mi agenda y en mi memoria.

-Los detalles hacen creíble una historia. Usted ha querido creer y por eso ha dotado a su visión de todo lujo de detalles. Creo que realmente necesitaba creer…

-¿Piensa que no es más que una visión? ¿Lo cree de verdad, doctor? No me cabe esa idea ¿Y si es todo cierto? Hay además otras cuestiones que deben aclararse. Hay enigmas que nunca conseguí aclarar. Quiero decir…

-Le escucho.

-Ella siempre fue muy hermética en relación con el origen de Meta. Nunca quería hablar de cómo se financiaba el programa, por ejemplo. De quiénes estaban detrás. Usted acaba de ver que Gabriela existe, ha existido, alquiló el apartamento. No ha sido eso una visión ¿Verdad? Sí, de acuerdo, no vive ahora aquí como yo pensaba. Es verdad que en el Palau no los conocen según le han dicho a usted, pero… No lo sé doctor, quizás sí, quizás sabían las horas en que no habría nadie allí y por ese motivo me citaban en horas tan poco comunes. Pero claro, cómo explicar la metamorfosis de la sala donde hacíamos las sesiones, el despacho de Schulze, la puerta de entrada…

-¿Cree que podrían ser alguna clase de estafadores? ¿Algún grupo organizado?

-Pero… ¿Qué lógica tendría algo así? ¿Para qué? ¿Con qué finalidad? No me han pedido nunca dinero. No he pagado nada por el programa, en ningún momento han pedido nada a cambio. Bueno, ciertamente, su único interés era… No, eso no cuenta.

-Sí, diga ¿Cuál era su único interés? Eso puede ayudarnos a aclarar sus motivaciones.

-Lo único que pedían doctor era que… Era que revertiera en la comunidad los beneficios que yo había obtenido por participar en Meta.

-¿Cómo “en la comunidad”? ¿En la “comunidad Meta”, quiere decir?

-No, doctor. En la comunidad en general. Que devolviera a los ciudadanos el fruto de mis súper cualidades, que hiciera lo posible por construir comunidades mejores, más fuertes, más capaces, súper comunidades que pudieran responder a los retos futuros que iba a enfrentar la humanidad ¿Puede haber algo de malo en un acuerdo así?

-Ya veo. Desde luego no parece el típico plan malvado de un grupo criminal.

-¿Y qué debo hacer ahora, doctor? ¿Qué hago con la experiencia? Tampoco sé si importa ya. Pero mi alma no está en paz. ¿Cómo podría estarlo? Hoy es el día más extraño de mi vida y… usted sabe que ha habido días extraños.

-Creo que debería olvidarse de todo esto. Debe concentrarse en usted.

-No puedo olvidarlo, doctor. Mientras hablo con usted vislumbro la respuesta a mi propia pregunta.

-¿Por qué cree que no puede olvidarlo?

-No puedo olvidarlo porque sucedió. Ahora lo sé. Aunque no de la manera convencional en que usted cree que suceden las cosas.  

-Debe empezar a aceptar que lo más probable es que sus sesiones en el Palau nunca hayan existido.

-Sí lo han hecho, han existido, doctor. Pero no de la manera que usted cree, no de la manera que usted conoce, ha sido en otra dimensión, en otro tiempo, de otra manera…

-¿Cómo cree entonces que ha pasado?

-Ocurrió fuera del tiempo, fuera de esta realidad que vivimos, pero no por ello menos real, doctor. No fue aquí, pero fue. No es su realidad, pero sí es la mía.

-¿No cree que eso es complicar las cosas? Seguro que hay una explicación más sencilla ¿no le parece?

-Esa es una explicación sencilla, doctor. Que algo no esté a la vista, como pasa con el aire, no quiere decir que no exista. Es como el vuelo de un pájaro. Desde un razonamiento convencional el pájaro vuela porque es inmune a la gravedad. Desde mi punto de vista, es la fuerza  del aire bajo las alas lo que impulsa al pájaro hacia arriba. El ser racional no puede creer en esa posibilidad hasta que no ve el aire. Sólo se deja guiar por lo que ahora puede sentir, que es la fuerza de la gravedad. Yo, en cambio, he sentido el aire muchas veces.

Me mira interrogativo, sin saber qué decir. Es la primera vez que percibo dudas detrás de sus gafas metálicas, sus humanas tribulaciones.

-Sí, doctor, probablemente Dios ha muerto, pero un ejército de almas leales cuida de su reino y de su legado. Ahora lo sé, ahora sé cosas.

-Vamos, entre en el coche, por favor, seguiremos hablando de camino a su casa…

-Prefiero ir andando, doctor, discúlpeme. Necesito estar solo. Gracias por su ofrecimiento y su amabilidad. Caminar me hará bien –respondo mientras por el perfil de la mirada veo a Pereza que sigue esperándome en la esquina-.

-¿Está seguro? Se le ve cansado. Deje que le lleve, por favor. Será un momento.

-No… No, me voy caminando. Quiero este momento para mí. Gracias por todo, doctor, ha sido usted muy amable, gracias… –le digo a mi espalda mientras ya muevo mis pasos para encontrarme con Pereza-.

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