Meta

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METAAlexander Blond

Editorial

 

Editorial BGM

Camí Molins sn

43470 Selva del Camp

Tarragona (Spain)

alexblond@metalanovela.com

 

© 2016 Alexander Blond

Primera Edición. 

Todos los derechos reservados. 

Portada: Natalia Hickmann: natalia@mannhick.ch

Modelo portada: Caty Dudnik

 

En Facebook:

Alexander Blond

Meta, la novela.

 

Tabla de Contenido

 

 

Editorial

Tabla de Contenido

Nota del Autor

Nota de Lectura con Música Ambiente, e imágenes.

Agradecimientos

Dedicado a,

1ª  PARTE

I - Antes no era así

II – Escaleras abajo

III – El Suelo es el último peldaño

IV – Última Llamada

V – La Vida insiste

VI – Humo y Cosmos

VII – La Palabra es “Conexión”

VIII – But I’m a Creep

IX - Estornirosas de colores

X – Binomios

XI – Elevemos la apuesta

XII - Medita

XIII – Para ascender hace falta un ascensor

XIV – Fly me to the Moon

XV – Ya no es tiempo de esperar

XVI – Voy hacia mí

XVII – Justo Antes de Dormir

XVIII – Por más que lo he intentado

XIX – Free riders

XX – Supercomunidades o Humanidad 2.0

XXI – Cualquier cosa es posible

XXII – El Viento que no Cesa

XXIII – Huir hacia adelante

XXIV – Sígueme hasta donde yo quiera

XXV – La Felicidad no puede aplazarse

XXVI - Distorsiones

XXVII – La voluntad que todo lo puede

XXVIII – Mensajes en el Agua

XXIX – El Peso de Uno Mismo

XXX – Pitágoras y la Mujer

XXXI – Los cambios, cambios son

XXXI – El Biocampo del Corazón

XXXII –Volver a nacer

XXXIII – The Show Must Go On

XXXIV – Aquí en la vida estoy muy bien

XXXV – Yo fui el cambio

XXXVI – La Función hace al Órgano

XXXVII – Al Ganador no se le juzga

XXXVIII – La Soledad del Cambio

XXXIX – He tomado una decisión

XL – Si yo cambio, todo cambia

XLI – El fin debiera ser siempre la Felicidad

XLII – Cada flor que no germina

XLIII – A veces hay que mirarse para reconocerse

XLIV – Un Murmuro en la Niebla

XLV – Sólo se puede ser ahora

XLVI – El vicio de mi boca

XLVII – Entre la Razón y la Mística

XLVIII – Dos números y medio

XLIX – Y sin embargo los Libros

2ª PARTE

L – El Ladrón de Besos

LI – La Culpa

LII – Cuando se mira al Espejo

LIII – La Voluntad no puede querer hacia atrás

LIV – Vivir fuera del Tiempo

LV – Entre el Poder y la Fuerza

LVI – Back to Black

LVII – Gana quien más se divierte

LVIII – El Alma grande

LIX – Hasta su Génesis

LX – Pradakshina

LXI – Las cosas que nos decimos desde hace tanto tiempo

LXII – Debes Elegir Quién Eres

LXIII – Ahora sé quién soy

LXIV – Todo lo demás tiene Solución

LXV – Gracias a ti

LXVI – El Silencio de los Niños

LXVII – La Serpiente y el Águila

LXVIII – El Miedo

LXIX – En la oscuridad, por encima de los tejados

LXX – Que sea para todos, que sea para bien

LXXI – El Mensaje

LXXII – Partículas de Luz

LXXIII – Siete días

LXXIV – Te esperábamos

Epílogo

Para saber más acerca de:

Banda Sonora de la Novela

Nota del Autor

 

Con la excepción de los protagonistas principales que aparecen en la novela, sobre los que volveré después, todas las técnicas y recursos que se citan en el libro son producto de investigaciones científicas reales, de distinta índole y magnitud, algunas controvertidas y otras plenamente aceptadas, pero todas ellas procedentes de fuentes publicadas que el propio lector puede consultar por sí mismo, si así lo desea. Al final del libro se ofrecen algunos links de interés a tal efecto, además de enlaces a publicaciones relacionadas, incluyendo las que se citan en la novela. Son asimismo auténticos, y se han intentado reflejar fielmente, los escenarios públicos  donde se desarrolla la acción. Finalmente, queda pues a juicio del lector otorgar (o no) carta de realidad a los personajes que aparecen.

 

 

Nota de Lectura con Música Ambiente, e imágenes.

 

El lector encontrará en su recorrido hipervínculos que le permitirán escuchar la banda sonora de cada momento al mismo tiempo que lo hace el protagonista. Para ello el lector deberá tener acceso desde su dispositivo de lectura a Spotify (en la mayoría de casos) y a un navegador para conectarse con Youtube (en dos ocasiones). Al final del libro, en el apartado Banda Sonora de la Novela, están listadas todas las canciones que aparecen en la novela.

En la página oficial de la novela, Meta, la novela.

puede además encontrar imágenes de los lugares en los que transcurre el relato.

 

Agradecimientos

 

Mi más sincero y profundo agradecimiento a mi amiga y esposa, Sol Sureda, porque hace ya más de veinte años ella creyó en mí cuando nadie lo hacía y probablemente no lo merecía y, a pesar de las muchas adversidades que hemos sufrido juntos, ella ha continuado confiando en mí y me ha apoyado siempre, incondicionalmente. En esta ocasión ha soportado estoicamente el envío regular de cada capítulo de Meta que iba saliendo de mis manos para su revisión y crítica, sin la cual y sin su apoyo, esta novela no sería la que es.

A Marcela López Levy, sin duda la mejor editora del mundo, por su abnegada dedicación que ha superado con creces la más egoísta de mis expectativas, por sus consejos, su asesoramiento y su crítica tan útiles para acabar de conformar el relato tal y como es, y más importante aún, por su infatigable estímulo y entusiasmo para mantenerme escribiendo.

A Natalia Hickmann, por su ilusión por el proyecto, y su generosa contribución en la elaboración de la portada.

A Pilar, mi madre,  por inculcarme el amor por los libros.

 

Dedicado a,

 

                                       Mis hijos, Pablo y Julián. Lo más valioso que se le puede dejar en herencia a un hijo es una buena educación y un buen ejemplo. Prometo que seguiré esforzándome. 

 

1ª PARTE

 

I - Antes no era así

 

 

Triste, tan triste…. La melancolía otra vez, con sus atenazadores brazos oprimiéndome las costillas. Triste, tan triste, que tener los ojos abiertos se suma al castigo. Verme, tomar conciencia de mí, es aún peor. Siento el peso del mundo sobre el pecho, siento el corazón compungido ¿Por qué no se parará de una vez? Así al menos tendría sentido, la melancolía sería el precedente de una muerte inminente y de fecha cierta y uno tomaría esta densa bruma como el tiempo oportuno de empezar a despedirse de su gente, de poner en orden aquello que de verdad debería importar; confesar un secreto, pedir disculpas, regalar aquello que aún se tiene… Pero no, esta melancolía es del todo improductiva, sólo se sirve a ella misma, cada vez más pesada, cada vez más profunda. Triste, tan triste.

Debo salir, desterrarla, aquí no la quiero. Suspiro. Cuestan hasta los suspiros. Llorar no me sale. Llorar estaría bien.

¿De dónde brota esta rastrera y vaporosa zarza? Para mí no hay duda; de la injusticia. De la injusticia observada, de la injusticia vivida. No la nutre ni la infelicidad de uno, sino la injustica de nuestra infelicidad, pues la desdicha no lo sucumbe a uno en la tristeza, sino la certeza de no merecerla y aún así no poder sustraerse a ella.

Así me siento hoy. En este lluvioso día, uno de esos miércoles, un doce de marzo. Todavía no sé si me alegra o me deprime aún más la lluvia. Lo cierto es que hacía falta que lloviera, pero llueve tan lánguidamente que la lluvia parece un pariente lejano de mi mala suerte. Así me siento, así creo que soy.

Antes no era así. Creo que reía más. Ahora no puedo. Todo parece haberse puesto de acuerdo para tumbarme una y otra vez. Ya nada me anima porque nada animado parece ocurrirme, y cuando algo lo parece, todo se conjura para que me tropiece de nuevo con el despropósito que es mi vida. Me pregunto si no exhalaré ya alguna suerte de miasma. ¡Oh Dios, eso sería terrible, sólo me faltaría que la gente me viera como a un apestado!

 

II – Escaleras abajo

 

 

No me apetece levantarme de la cama. Hoy no. Bueno, ayer tampoco, la verdad. Cuesta levantarse, pero hoy debo hacerlo. He de ir a que sellen el dichoso papelito del paro. Es como un encarnizamiento. Uno está sin trabajo, sin futuro, sin vida y quieren que vayas allí regularmente a certificar tu desdicha, para que no se te olvide, como si con el sonido del sello en el mostrador al golpear el papel te preguntaran ¿pero todavía sigues aquí? ¿No estás muerto? Pues sí, señores “me resisto a morirme” me gustaría decirles. Oh, sí, tendría que decirles algo ingenioso, no sé, algo como, uhm… déjame pensar, ah sí: “Mire, no me interesa morirme porque no creo que consiguiera acostumbrarme, piense que llevo toda la vida viviendo…” hahaha… sí, algo así estaría bien. Oh, qué bueno, estas tonterías mías me acaban levantando el ánimo. Me gustaría estar de un humor parecido cuando voy a una entrevista de empleo. Y, sobretodo, me gustaría estar inspirado cuando me cruzo con ella. Poder ver cómo me mira. En realidad no sé si ni siquiera me mira, no le importa si existo ¿Por qué habría de importarle? Soy un tipo en paro con menos autoestima que un inodoro y fecha de caducidad inminente.

Pero en fin, debo reconocer que recrearme en mi melancolía es cosa gustosa, lo mío debe ser como el placer que los cerdos tienen al revolcarse en el barro ¿Será cierto aquello de que la melancolía es la alegría de estar triste? Sí, me gusta hasta cierto punto. Noto que vienen a mi mente frases e ideas con más belleza. Como las de hace un momento, al despertarme, reflexionando así sobre la tristeza. En verdad pienso que sin tristeza no se puede escribir nada realmente interesante, ni pintar cuadros con significado. Si estás eufórico y todo te va bien, no puedes hacer más que cursiladas, seguro. Todo lo hermoso debe tener perfiles negros, de la misma manera que la luz de una luciérnaga brilla cuando la rodea la noche.

Pero Josué, esto requiere una reacción, así no podemos seguir. Sí, bueno, qué pasa, hablo solo, a veces, de vez en cuando e incluso en voz alta, pero la verdad es que no me molesto; me caigo bien, bueno, hasta cierto punto. Otras veces no me soporto, pero en esas ocasiones no suelo entonces hablar conmigo. Me evito ¿Quién no lo haría?

Levantarse. Hay que levantarse. Uf, ahora que pienso, debería ducharme. Hace ya… también debería afeitarme… Qué gusto cuando estás afeitado y el aire fresco te da en la cara. Pero qué pereza ponerse ahora. Es que, claro, me faltan los motivos. Sin motivación, qué sentido tiene. ¿Me voy a afeitar para el de la oficina del paro? Casi mejor que no, pues así, cuando salga de ésta  y me afeite todos los días (sí, prometo que lo haré), no me reconocerá cuando me vea por la calle. El tipo harapiento que verá hoy morirá en su oficina, se quedará como un fantasma dormido en algún archivador, mientras que el nuevo Josué (mm… habrá un nuevo Josué) irá afeitado y aseado a diario (o casi –tampoco hay que pasarse-) ¿Un nuevo Josué? ¿El Josué del último episodio? No sé cómo. Estoy estancado ¡Qué desastre!

Entonces, ¿qué hago? ¿Pongo pie en el suelo o me relamo de nuevo las heridas durante un rato más? … Ah, la tristeza, ya estás aquí de nuevo. Te echaba de menos. Me gustaría me acompañaras al coincidir con ella, con Sophie, y que en ese instante te hicieras dueño de mi boca para dedicarle palabras hermosas, que salieran los versos como lo  hacen cuando estoy aquí, tumbado, solo, conmigo. Definitivamente tumbado se piensa mejor. Será cosa del riego sanguíneo, qué sé yo. Quizás tumbado llega mejor la sangre al cerebro. Sin embargo es salir a la calle y ya me siento aturdido ¡Cuánto ruido! Se entorpece uno y sólo va encadenando equivocaciones según enfrenta el día. Claro, al final el día mismo parece una equivocación. Doce de marzo, te aviso, no tengas expectativas de ser mejor que los otros días y… eso que hoy es miércoles y, ya se sabe, cualquier cosa puede pasar en miércoles.

Vale, es la hora, la hora de algo, no sé de qué, pero es la hora. Pongo mi mano izquierda sobre mi vientre. Palpo. No noto nada, salvo un ligero resentimiento, el mismo compañero de siempre, de los últimos meses. Pie al suelo, allá vamos. Bueno Josué, enfréntalo, camino del espejo. Argshhh… ya estoy ahí ¡Demonios, qué aspecto! Tipo mofletudo, con esas entradas que evidencian tu alma vieja y gastada y encima más bien tirando a bajito. La barba antigua y negra, ni siquiera tienes el buen gusto de tener algunas canas de sabiduría en la barba. Es en verdad una suerte que ni Sophie (ni mujer alguna) pueda verme por las mañanas. No gano mucho luego después, pero es una suerte que al menos de buena mañana no horrorice a nadie. En realidad debería estar prohibido que uno tuviera que exponerse a los ojos de los demás antes de las doce del mediodía. La vida es mejor si nos rodeamos de cosas hermosas y pocas personas lo son a primera hora de la mañana. Ella sí, seguro, Sophie sí debe estar hermosa en la cama. Imagino su pelo dorado sobre la almohada, la sábana blanca alrededor de su cintura y el sol filtrándose por entre las persianas para tocar su piel… uhmm y el olor. El suyo debe ser un perfume hecho de sueños, ella haría buena cualquier cama.

Bueno, listos, ni nos planteemos el desayuno en casa, no hay nada para variar. Hoy me gustaría tener naranjas para exprimirlas en mi nuevo, deslumbrante y genuino exprimidor Phillippe Starck (tachín, tachán, dicho con un moderado entusiasmo, claro). ¡Es tan resolublemente genial! Se demuestra que la elocuencia también tiene lugar en el diseño. Me alegro de haberlo comprado. Es bueno quererse de vez en cuando. Creo que es la única cosa de buen gusto que tengo en casa y por eso me hace bien mirarlo. Me da esperanzas de que quizás algunas cosas pueda hacerlas bien, a pesar de todo, a pesar de mí. En cualquier caso, el zumo de naranjas no acaba de sentarme bien a primera hora así que veo que todo es al final un poco contradictorio. Pero claro, cosa distinta sería si tuviera a mi lado a alguien a quien le gustara desayunar zumo recién exprimido. Tendría entonces sentido tener un exprimidor. Aunque a mí ya me vale como escultura. Está bien donde está. Se ve enseguida al pasar por delante de la puerta de la cocina. Lo dicho, hace un poco menos horrible mi apartamento. Bueno, eso y mis libros, pero los libros no cuentan.

Listo Josué, más no se puede hacer y menos aún si no te esmeras. La motocicleta lloviendo no parece una buena idea. Paraguas de cierta dignidad y que funcione no tengo ¡Qué novedad!

Escuchemos antes a través de la puerta como de costumbre. No quiero salir y coincidir con ningún vecino. No al menos tan temprano. Saludar, forzar una sonrisa que acaba saliendo como una mueca de hastío; oh, no, gracias. Si al menos hubiera algún vecino que me cayera bien, o que yo le cayera bien a él… no, no lo creo.

No se oye nada, silencio, buena señal ¡Allá vamos!

Oh, nooo, lo sabía! Ha sido cerrar mi puerta y justo empezar a abrirse la del piso que queda debajo del mío. Pareciera a veces que alguien orquestara el desatino con extraordinaria precisión ¿Habrá un Dios del desatino? No me suena, pero luego por si acaso lo busco en Google. Quizás entre los dioses vikingos haya uno. Si lo hay, le pongo unas velas.

Quién sea ya ha oído mis pasos, no puedo rectificar ahora. ¡Puf, qué fastidio! Bueno, ya sabes que diría Stendhal para una ocasión como esta: honor sólo hay uno, así que ves ahí muchacho. Ya te avisé maldito miércoles; no debías tener expectativas de ser mejor que los otros días.

Es la chica argentina del segundo tercera. Su piso está justo debajo del mío. Así vivimos los “nuevos” seres humanos, apilados, unos encima de otros. Esperemos que no tenga ganas de hablar. Hablar por la  mañana, temprano, no es sano. Lo cierto es que no sé ni cómo se llama. “G. Zimmermann” ha puesto en una etiqueta provisional (o no tan provisional –ya lleva dos meses-) en el buzón. Es tirando a alta, creo, al menos más que yo, lo cual no es difícil. El cabello moreno, corto por la nuca y creciendo hacia las sienes, pero arriba lo lleva largo y rizado y le cae salvajemente a un lado. Me gusta cómo le queda el peinado, el ojo izquierdo siempre le queda medio escondido detrás, es como si te mirara a medias y con el ojo oculto te espiara a medias también. La piel es blanca. Quizás no tan blanca pero como siempre que la he visto me parece que vestía de negro, tal vez sea sólo el contraste. No sé. Tiene los hombros anchos pero la cintura aún no lo puedo decir. Hoy, como siempre que me he cruzado con ella, lleva chaqueta o abrigo. Calza tacón alto. Habitualmente por lo visto. Me alegro de ser yo el que vive encima de ella y no al revés; no soportaría ese repiqueo todos los días sobre mi cabeza.

Ya me ha visto: Imagino que la alegrará como a mí encontrar vecinos en la escalera (el sarcasmo a primera hora de la mañana está perfectamente justificado).

-Hola, buen día.

-Buenos días…

Ahí vamos, golpe de cadera, vas girando rápidamente hacia el siguiente tramo de escalera y ya quedará la fémina a tu espalda. Primer escollo del día superado. Bueno, el segundo, el primero ha sido levantarse de la cama.

-Aguardá, por favor, bajo contigo y te comento.

-Eh…, sí, claro.

Pronto canté victoria. Nuestro edificio es tirando a viejo. Bueno en realidad muy viejo, por no tener no tiene ni ascensor a pesar de los muchos intentos que los propietarios de los pisos que quedan más arriba han puesto para intentar encajar uno en el maltrecho presupuesto comunitario. Claro, los vecinos de los pisos que quedan más abajo no quieren ni oír hablar de más derramas en inversiones. La restauración de la fachada, obligada por los innumerables desprendimientos que había, ya fue una partida de gasto tremenda, que me obligó a pedir una hipoteca. El interés es hijo de la necesidad, y los de los primeros pisos, que son los pisos más grandes y espaciosos, al tener más cuota proporcional han de pagar incluso más que los de  más arriba, que son los que de verdad necesitan el ascensor. Paradojas permanentes, o quizás no más que una evidencia, que quién más tiene es quien menos necesita. ¿Qué querrá, cuál será el próximo jaleo vecinal en el que quieren involucrarme? Más reuniones de vecinos no, por favor. Cierto es que no voy a ninguna, a pesar de todo, y me voy enterando de lo que ocurre por las circulares que mandan y por los gritos que a veces se dan algunos en la portería a raíz de algún conflicto más interpersonal que de la comunidad, pero lo cierto es que los días que siguen justo después de cada junta se respira un aire entre los vecinos…. pues eso, irrespirable, como si hubieran quedado deudas de juego pendientes entre ellos. Cuando te cruzas con alguno en la escalera siempre te mira interrogativo, preguntándose de qué bando estás. Las votaciones en las comunidades de vecinos pequeñas como esta van casi siempre al filo, y un solo voto tiene mucho peso.

-Bien, pues tú dirás.

-Sí claro, supongo que ya sabés  que estoy viviendo en el apartamento que queda por debajo del tuyo. No llevo acá más de dos meses pero ya me habrás visto otras veces, no es eso alguna novedad ¿cierto? Bueno, la cuestión es que me trasladé a Barcelona por motivo de un trabajo científico de investigación en psicología clínica que creo puede ser útil a muchas personas, tanto desde una óptica social como desde una visión política…

Dos pisos más y estamos en la portería. Ya queda menos para que puedas dejar de poner esa forzada cara de voluntariosa atención. Demonios, yo no molesto a mis vecinos, y me parece que todo vecino debería hacer lo propio. Convivencia vecinal no quiere decir cohabitación; tus problemas no son los míos.

-… la cuestión es que no conozco aún a mucha gente acá y he pensado que quizás vos podrías ayudarme con el networking que ahora precisa el proyecto puesto que …

La chica no es fea, ciertamente, al contrario, tiene un no sé qué, como cierto equilibrio estético que le hace bien… Pero Josué, mal has de pensar de alguien que en sus primeras palabras contigo suelta cosas como “trabajo científico de investigación en psicología clínica” y “networking”. Esa jerga nunca puede traer cosas buenas a alguien como tú. Definitivamente se han perdido las formas o yo me he perdido algún curso de actualización a distancia; andaría durmiendo, eso seguro. Pero qué fue de las palabras que antes se decían y que sonaban armónicas y olían a significados. Ahora las palabras huelen a dentífrico y a aluminio pulido.

-Si te parece te convido a un café y te lo explico con más detalle ¿Qué me decís?

Ándate parado Josué que el verbo “invitar” hace buena la conversación y según vaya el hambre mejoran un día completo.

-Bueno, en realidad, si te soy sincero no sé si podré ayudarte mucho, pero, de acuerdo, acepto ese café con leche y así me lo cuentas con más detalle, quién sabe…

Ella dijo café y tú ya subiste a café con leche. ¡Eres un vivo!

-…  la cuestión es que ahora no puedo, tengo que hacer unas gestiones. Burocracia y otros aburrimientos.

-Ah, estupendo. Quiero decir, que en realidad yo ahora tampoco puedo. Voy camino de la facultad y ando demorada. ¿Qué te parece de aquí a tres horas? ¿Podrías? ¿Conocés algún lugar que esté bien, por acá cerca?

Vaya, todo lo dice con una ilusión en la cara que casi ofende. ¿Acaso no ha visto que llueve, el día es feo y la vida un poco peor que eso?

-Eh…, sí, en un par de horas creo que voy a poder ¿Un sitio? … En esta misma manzana, en el lado opuesto hay una cafetería de barrio que está bien y hacen desayunos ¿Te parece que nos encontremos allí a las doce?

Ya hemos subido la apuesta del escuálido café a un desayuno; “psicología clínica, networking…”  todo eso suena a jugoso presupuesto, seguro puede gastarlo. Debe andar en los cuarenta, más o menos como yo, quizás alguno más. No tiene pinta de becaria; café con leche y un par de cruasanes parece asumible para su economía. Para la mía, que lo que cobro de subsidio de desempleo se pierde cada primero de mes en una hipoteca con un interés abusivo, un desayuno decente es una auténtica fortuna.

-Oh, sí… Estupendo. Me parece que ya sé donde decís En cualquier caso veo que no tiene pérdida –dice con cierto aire socarrón dejando ir una breve carcajada- … nos vemos allá entonces.

--Gracias por la confianza- me dice cuando se aleja mirándome casi sin mirar por encima del hombro, mientras despliega un paraguas de color rojo intenso que combina a la perfección con su largo y ajustado abrigo negro. Levanta la mano izquierda como haciendo un olvidado saludo y dice;

-Ah, por cierto, me llamo Gabriela.

-Encantado, Gabriela- le digo levantando la voz un poco desacompasado, y más desconcertado aun. -Yo… yo me llamo Josué- digo al fin-.

-Sí, lo sé. Hasta luego Josué. Que tengás un buen día!

Miro al cielo y a mí me parece que llueve más de lo que me lo parecía cuando miraba la calle desde el interior de mi apartamento. Llueve y hace frío. Llevo una fina cazadora tejana, zapatillas deportivas de tela y cara de idiota. Y con razón entonces pienso ¡Cómo demonios voy a tener un buen día!

Mueve tus pies Josué, tenemos cosas que hacer y siempre es bueno que uno tenga cosas que hacer. Así se piensa menos en uno mismo.

Definitivamente llueve más. Es por mi suerte, no hay duda. Si la gente que también está ahora caminando bajo la lluvia, mojándose, supieran que es por mi culpa, por haber salido yo a la calle, a pasear mi suerte, me mirarían con resentimiento o me tirarían piedras. Afortunadamente piedras no hay. Ventajas tiene la ciudad.

Llueve, me cala el agua. Las gotas son gélidas y hace frío. Ya tengo los pies mojados, los hombros y los brazos, y el pelo empapado. El frío siempre hace igual, le entra a uno por los cuatro portales del cuerpo: por la parte superior de la cabeza, por la nuca, por las manos y por los pies. Pienso que uno podría ir desnudo en la misma nieve siempre y cuando esas cuatro partes las tuviera bien abrigadas. Entonces no tendría frío. Estaría ridículo, sí, es cierto, pero no tendría frío.

Demonios, hace frío de verdad, y la humedad vive en los huesos. La humedad es sólo buena en ciertas partes del cuerpo de las mujeres y en algunos otros alimentos. Por lo demás es siempre mal recibida. Hacía falta que lloviera, pero por mi ya podría parar. Debería sólo llover por las noches o con preaviso municipal, así uno se organizaría la semana a sabiendas de no dejarse nada que hacer por la calle el día de la lluvia. Tengo la ropa empapada y pegada a la piel. Está fría, bastante fría e incómoda, y este ruido ya empieza a no dejarme pensar.

Barcelona siempre tiene ruido. Hay mucho ruido en las calles. En hora punta, por las noches…. Pero cuando llueve aún es peor, se vuelve ensordecedora y entonces todos parecen haber perdido algo. Van de un lado a otro, con los limpiaparabrisas de los coches moviéndose como radares descontrolados que buscan, no sé, aquello que hayan perdido, y las gotas de lluvia haciendo salpicaduras en los techos de los vehículos como una niebla de colores encima de cada uno o como jaurías de pulgas en una verbena. Y entonces, cuando te quedas distraído viendo la torpe danza del tráfico bajo la lluvia, el escuadrón de los paraguas ciegos te ataca de nuevo. Son paraguas que vienen contra ti, no tienen ojos, sólo unas piernas que se mueven nerviosamente debajo de ellos, aparentemente sin rumbo, pero siempre con prisas. Puesto que están ciegos, tus ojos son su primer objetivo. Si no estás alerta, enseguida tienes a alguno, de color negro o étnicamente colorido, lanzándote sus alambres tentáculos contra tu cara. Sí, la ciudad es ruidosa y un tanto hostil pero cuando llueve, ruido y amenazas crecen como si el agua los alimentara.

Pero al final todo le queda al cuerpo; el ruido, las amenazas, la lluvia contra tu espalda, el frío en los pies y en las costillas. Te encojes ¿qué vas a hacer si no? Encogerte. Es como abrigarte el alma con tu propio cuerpo, o que quizás la retienes para que no te huya por culpa de la mala vida. Al cuerpo le queda todo. Es como el Sancho Panza particular de cada uno. Te avisa de lo mal o bien que vives, pero allá donde vayas, sea a buen puerto o al abismo, siempre se viene contigo. Pone dudas de por medio, pero nunca te deja, hasta que no lo dejas tu ya por viejo.

Camina Josué, camina, que caminar solo bajo la lluvia, es estar verdaderamente solo. Bajo la lluvia todos corren o llevan al menos el paso acelerado. Pero si no te esperas ya ni a ti mismo, entonces para qué correr en un camino equivocado. Pero en fin, a mi estar solo no me importa, la soledad me hace compañía. Sé que al abrir la puerta del apartamento estará allí, esperándome. Sentada en el sillón, mirándome con una sonrisa lánguida bajo los ojos. Haciendo nada en la cocina. En el interior del mueblecito del baño, o en la butaca de al lado de la cama… La soledad tiene la virtud de ser confiable, realmente digna de confianza diría yo. Sólo la cambiaría por una mujer como Sophie. Por Sophie, sí. Porque con una mujer así se le tiene a uno que encender el alma, eso es seguro. La puedo imaginar frente a mí, sentada, diciéndome con su acento francés cuánto le ha gustado la cena. Estirándome su brazo para pedir más vino en su copa. Con su vestido blanco de tirantes y su manera de reír. Uf! Espero no encontrármela ahora, ahora no, de esta guisa no, por Dios.

III – El Suelo es el último peldaño

 

 

¡Menuda cola! Y esto sólo para coger el número de la mesa que te corresponde. Me sorprende la resignación de la gente en las colas, pero lo cierto es que al final yo acabo haciendo lo mismo que los demás, así que no debería sorprenderme. Fíjate qué fauna...

Delante de mí un hombre maduro, debe tener cerca de los sesenta años ya. No se le ve muy animado. Delante de él una mujer de origen eslavo con un niño en brazos. De momento el niño duerme y no llora. Es terrible para todos cuando eso ocurre, cuando un bebé empieza a berrear sin consuelo en un sitio cerrado donde nadie tiene escapatoria; sufre el niño, sufre la madre y…. sufrimos todos los demás. Por delante de ella un adolescente que me cuesta creer que tenga edad de trabajar; acné galopante y una indumentaria que… bueno, como la mía ahora mismo. Además tenemos a un lado y otro docenas de pacientes resignados, algunos más afortunados están sentados, otros de pie, apoyados por las paredes. Aquí tenemos todo el espectros social que va desde un ex clase media hasta el pobre de solemnidad: un par de hombres de mediana edad con corbata, que parecen sacados de un telediario de los noventa, cuatro hombres de origen magrebí, una mujer también magrebí que arrastra un niño, tres jóvenes que van juntos, con indumentaria heavy metal y que no paran de reírse  disimuladamente (o no tan disimuladamente) del charquito que se forma alrededor de mis pisadas… Dos mujeres mayores… ¡Pero bastante mayores! Han de tener más de 65 años seguro! ¿Qué hacen en la oficina del paro? El contraste es como de comedor de beneficencia puesto que a su lado se sienta un hombre maduro, bastante mal vestido y con unos tatuajes que parecen emerger desde el pecho para proseguir luego por su cuello y su nuca, lo cual combina bien con los pelos blancos o reteñidos de las tres mujeres y su carga de orfebrería ultra brillante. Pues eso, a todos estos hay que sumar unos cuantos más que se confunden con el gotelé amarillento de las paredes. A partir de ahí, detrás de los mostradores, se extienden filas de mesas con todos los funcionarios que parlotean, ponen sellos  y atienden otras tantas docenas de excedentes del sistema. Todo se mueve muy lentamente pero con mucho ruido de fondo y un vapor pegajoso como resultado de la lluvia que uno tras otro vamos trayendo de fuera hacia adentro del local.

A mi derecha, que todavía me sigue mirando suspicazmente y sin saber qué hacer, vestida de un marrón horrible y con unos cordones amarillos como de cortina vieja y pesada que le han mal aterrizado en los hombros, amén de algunos artefactos extraños fijados a un grueso cinturón negro, ejerce de guardia de seguridad una mujer en los cincuenta, bajita y paticorta. Es ancha de caderas y pecho generoso, con unos cabellos rizados, largos y encrespados, de color rubio teñido, que pugnan por evadirse como tentáculos por debajo de una gorra que no le sentaría bien a nadie. Al entrar ha dado medio paso al frente, que después ha retirado, mientras me miraba de arriba abajo, incrédula. Creo que instintivamente iba a proponerme que me metiera dentro del cubo que a la sazón han puesto para escurrir los paraguas. Espero que no lo haya dicho finalmente por humanidad y no porque pensara que no cabría dentro, que también podría ser.

Más de una hora después el monitor de plasma anuncia el número 232, el mío, mesa “N”. Por fin, allá voy.

-Hola, buenos días,

Me dice un tipo arrastrando las palabras en mangas de camisa y un chaleco verde de lana. Tiene la cara redonda, menos pelo que yo o entradas más grandes, no sé. Gafas de pasta exageradamente gruesas y un pendiente en la oreja izquierda a sus más o menos treinta y cinco años que aparenta. El pendiente pretende ser discreto pero no lo consigue por lo mucho que desentona con el resto del conjunto.

-Buenos días, es sólo para sellar la cartilla. Ya han pasado tres meses, quién lo diría – digo con una mueca a modo de fallida sonrisa-.

-Lo siento, el horario para sellar la cartilla es de 9 a 10.30 y son las 11:10 –suelta sin inmutarse señalando un reloj en la pared-.

-¿Cómo dice?

-Sí, es la norma para todos, fíjese,  lo pone incluso en la cartilla. Muéstreme la suya por favor -me dice con cara de hastío, como si esto lo dijera todas las mañanas cuarenta veces-

-Llevo aquí haciendo cola desde las diez menos cuarto, le digo elevando “ligeramente” la voz mientras me llevo la mano al bolsillo de la cazadora para sacar la cartilla.

-¿Pero, qué es eso?

Se pregunta mientras una especie de pasta de papel mojado se me deshace entre los dedos. La verdad es que yo tampoco lo esperaba y me pregunto lo mismo, pero no por mucho tiempo. ¡Lo que faltaba! La lluvia me ha mojado tanto la ropa que ha calado hasta adentro y ha dejado empapada la cartilla. Al arrastrarla hacia afuera con mis dedos se ha acabado de desmenuzar.

-Pues ahora además tiene que renovar la cartilla, vaya, le tienen que hacer una nueva. Con esta no puede continuar.

-¿Cómo que “me tienen”? ¿Quién me tiene?

-Claro, eso no es aquí, el trámite de renovación es en la mesa “F”. Esta es la mesa “N”. Tiene que tomar un nuevo número en la máquina de ahí fuera y esperar a que le llamen desde la mesa “F”.

-¡Te referirás a la mesa F de fantasía y a la mesa N de Ni lo sueñes!! Yo no me muevo de aquí hasta que no me vaya con la cartilla sellada. Tengo cosas que hacer, tengo compromisos ¿sabe?

-No sé qué compromisos tiene, en cualquier caso está usted en el paro. ¿No? -dice con una caída de parpados que me sienta como una patada-.

-¡Llevo aquí más de una hora para un trámite que debería poder hacerse por internet! ¡Es escandaloso!!

-¡El sellado de la cartilla puede hacerse por internet! ¿Es que no lo sabe? -me lo dice medio alterado y ahora medio compasivo –de momento-.

-¡Qué asombro! ¿Y me lo dicen ahora? ¡¡Nos tienen engañados!!

Veo por el rabillo del ojo que el hongo rubio caminante vestida de militar de alguna república ex soviética que acaba en no sé qué “istán”, empieza a moverse hacia mí. De aquí no me sacan sin la cartilla sellada o perderé el subsidio. Allá voy, yo me subo a la silla y a donde haga falta para que me hagan caso. Esto está muy de moda hoy en día.

¡Rediez! no es tan fácil con los pantalones tejanos mojados, casi me descalabro al alzar la rodilla y sentirla atrapada. Ya estoy arriba en cualquier caso. Fíjate qué cara se le ha puesto a la rubia platino con gorra; no sale de su asombro, está literalmente con la boca abierta y clavada a medio camino. “Vade retro Satanás” le digo con la mirada. En realidad, ahora que miro a mi alrededor, observo que toda la oficina está con la boca abierta. Bueno, los chavales no, esos están dándose codazos el uno al otro y  partiéndose de risa mientras me señalan.

-Señores, señoras, ¿es que no veis que nos tienen engañados?

Alzo la voz girando el cuello para que me vean todos los que aún esperan. 

-¡Nos toman el pelo, nos tienen aquí sometidos, haciéndonos esperar inútilmente para minar nuestra autoestima! ¡Pero si este país tiene más funcionarios que Telefónica! ¿Por qué no nos atienden y nos solucionan los problemas con celeridad y dignidad? ¿Qué no la merecemos? Díganmelo ustedes, ¿no la merecemos? ¿de verdad no la merecemos?

Desde la silla trato de subirme a la mesa del tipo del pendiente, pero al intentar ponerme derecho golpeo con la coronilla en el fluorescente suspendido ¡Cachis, qué golpe! Esto pinta mal… Me vuelvo a la silla, que se mueve un poco pero al menos no se me quema la cabeza.

-El muchacho tiene razón -dice una de las ancianas con un pelo blanco que parece casi lila- Nosotras llevamos aquí desde las diez de la mañana para la actualización de la pensión compensatoria y nadie nos atiende. ¿Por qué? ¡Es que desde luego el chico tiene razón!

Desde arriba observo bien como los funcionarios empiezan a ponerse nerviosos. El del pendiente se ha medio incorporado y me tira por detrás del pantalón pidiéndome que me baje de la silla. ¡No por ahora Phil Collins, este es mi momento!

-Señora -dice una funcionaria dos mesas más allá en un tono de voz un poco alto, mascando chicle y con la boca tan abierta que ofende al buen gusto- eso lo debe tramitar en la Seguridad Social, esto es la oficina del INEM -añade con aire justiciero-.

-¿Lo veis? -grito yo- nos toman el pelo, no nos informan de nada, nos quieren sometidos…

-¿Pero qué dice? -insiste la funcionaria que después se vuelve hacia la mujer del pelo lila- Señora, lo que ocurre que anda usted completamente confundida… -añade aún más alterada-.

-Eh! No le grite a la señora, que no le ha hecho nada, bastante tiene ya -dice con voz ronca el hombre del tatuaje, que parecía dormido hasta ahora-.

Uno de los magrebíes intercede con algo que nadie entiende pero que suena a queja colectiva. Por el fondo de las mesas veo que viene a paso ligero y levantando los brazos el que tiene toda la pinta de ser el director de la oficina. Los tres chavales andan discutiendo no sé qué con la de la mesa “A”, mientras que el del tatuaje se incorpora con aire amenazante por si el director le quiere buscar las cosquillas. El del acné se ha intentado colar sentándose frente a una mesa que acababa de quedar sin nadie y se oyen por detrás recriminaciones. Se empieza a no comprender nada, todo el mundo está gritando. Uno de los hombres de corbata está intentando poner paz en varias discusiones a un mismo tiempo, pero para ello acaba gritando más que los demás. Observo que el otro tipo con corbata se escabulle por la puerta, mientras un tumulto se abalanza sobre los mostradores, levantando las manos y gritando cosas que no llego a entender. El bebé de la eslava se ha despertado, grita como un descosido y la madre lo gira hacia las mesas recriminándoles que lleva demasiado tiempo ahí y que ahora el niño tiene hambre -¿qué hago, ahora, qué hago?- les grita con su peculiar acento. Por debajo de mí se arremolina la gente ya en multitud de discusiones. Varios funcionarios se han levantado y se han aproximado al mostrador para “aclarar posiciones”. Es un espectáculo fantástico y lo he creado yo, y me digo ¡Por fin, empieza a ser tan confuso que tiene sentido!

Ahora sólo necesito que alguien me haga caso y me selle lo que queda de mi cartilla cochambrosa. Es entonces cuando siento una descarga eléctrica que me paraliza casi por completo. La mujer uniformada ha regateado entre la gente, viendo que no podía con todos y se ha venido hasta mi por la retaguardia, me ha aplicado una pistola eléctrica debajo del riñón, bastante por debajo,  que me ha inmovilizado la pierna izquierda por completo, pero al estar la ropa mojada la conductividad ha sido total y el latigazo ha llegado a todos mis rincones, erizándoseme todos los pelos del cuerpo, sí, todos. He caído de bruces contra el suelo, pero antes he estrellado mi mejilla contra el reposabrazos de la silla y he podido observar de reojo su sonrisa de satisfacción, en una especie de mueca retorcida en el lado izquierdo de su boca. Los ojos le brillaban como si hubiera descubierto oro. En el suelo me he quedado bastante rato, viendo pies arriba y abajo y comprobando como nadie reparaba en mi presencia allí, tendido. Cuando he recuperado la movilidad del lado derecho me he arrastrado hasta la puerta como si fuera un Marine americano y una vez fuera he seguido los pasos que el tipo de la corbata sin duda había caminado antes que yo. Eso sí, en mi caso andando durante cerca de quince minutos como si fuera medio parapléjico y con los pelos de punta. Si a eso sumamos que la ropa está toda sucia y pringosa después de arrastrarme por el piso mojado y pisoteado de la oficina, la verdad, entiendo perfectamente que la gente se haya ido apartando a mi paso como si estuvieran viendo a un zombi. Incluso una mujer le ha tapado los ojos a su hija cuando se ha cruzado conmigo.

Por suerte, ya no llueve, y como el lado izquierdo aún no me funciona bien, apenas oigo con ese oído. Un alivio que me permite cierta paz. Mi plan originalmente era llegar a casa, cambiarme la ropa y afeitarme antes de la cita con la chica argentina. Con las tres horas que nos habíamos dado tenía que haber sido suficiente, pero después de tanta espera y del tiempo perdido semi inmovilizado en el suelo de la oficina del INEM, no va a ser posible. Me toca ir directamente al café de Blasa y cumplir con mi cita.

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