Meta

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-Quisiera también contarle mis gustos –prosigue James ajeno a la emoción que sus palabras traducidas a mi manera están provocando en Paula-, dígale por favor, con toda humildad, que soy buen cocinero. No hago grandes cosas, pero me gusta cocinar. Me honraría poder algún día cocinarle algún plato… bueno, no, eso no lo traduzca, o sí. Pregúntele, pregúntele qué tipo de comida le gusta. Quizás coincidamos.

-Lo hago enseguida, pero ¿No cree amigo James que sería más oportuno invitarla a cenar? ¿Hoy mismo y sin demora?

-Sí, por supuesto, tiene usted toda la razón. Adelante, por favor, traduzca…

-Paula, se pregunta nuestro buen amigo James si sería usted tan amable de aceptar su invitación a cenar con él, esta misma noche. Y, dice que, entonces, si así lo quieren las estrellas, dejen ustedes volar su imaginación y prueben hablarse durante la cena sólo con la mirada,  a través del corazón y que, si así ocurriera, si ustedes se correspondieran, entonces…

-Dígale que acepto –responde súbitamente Paula, alzando los ojos iluminados hasta James-.

Jeremy, el camarero, se ha movido intencionadamente de un lado a otro de su territorio con la indiscreta intención de escuchar la bizarra conversación de a tres que mantenemos. Su español es rudimentario pero no tanto como para ignorar que mi traducción no está siendo del todo fiel. Me sonríe ufano y cómplice desde un rincón.

-Amigo James, la dama acepta su invitación para cenar esta noche. Tenía usted razón, ella está también prendada de usted. Creo que van a hacer una pareja estupenda.

-Oh, qué buena noticia. Muchas gracias… –dice asintiendo torpemente sin saber a quién de los dos dirigirse, a Paula o a mí-. Dígale por favor que comprendo perfectamente que apenas nos acabamos de conocer, que no espero nada que no deba esperar de una dama y… dígale también que mis intenciones son honestas, que no soy uno de esos tipos, usted ya me entiende…. Lo que quiero decir es que no deseo que piense que soy un aprovechado que… que la respeto y…

-Paula, espero poder traducirte lo siguiente con el mismo sentimiento que James me ha transmitido: Él quisiera que le prometieras que si algún día llegaras a amarlo nunca le dirá usted que "le quiere". Que nunca pronunciarán ni escribirán esas palabras. Nunca se las dirían. Si algún día llegan a amarse, deben notarlo en sus miradas, en sus gestos, en su deseo. Amar no son solo unas palabras, ha dicho. Es envejecer juntos haciendo gestos de amor todos los días de su vida. El amor no se consumirá en palabras en el viento. El amor será cada acto, cada mirada, cada roce. El amor será su vida, una declaración eterna, una manera de vivir. Para él, el amor no es decirse "te quiero" es “vivir queriéndose”. Yo sabré (ha añadido)  que usted no lo habrá oído de sus labios, pero querrá que lo sepa en cada momento y por eso todo él será un decir "te quiero".

-Yo….-balbucea Paula- yo…

-No se preocupe, él no espera una respuesta a sus últimas palabras, sólo quería que usted fuera consciente de su emoción al conocerla.

-No sabía que los ingleses fuesen tan apasionados.

-No es inglés, es escocés; no olvide eso por favor –le susurro guiñándole un ojo-

-Comprendido. Entonces ¿Qué se supone qué debo hacer ahora? ¿Qué me aconseja?

-¿Está usted lista para la cena o prefiere tener algún tiempo antes…?

-Sí, tiempo, quiero decir, debo…. quiero cambiarme el vestido… -responde claramente alterada mirándose la blusa y volviendo nerviosamente sus ojos hasta los míos. No se acaba de atrever a mirar a James directamente-.

-¿En media hora le parece bien?

-Sí, perfecto.

Por encima del hombro de Paula veo aparecer a Virginia y a Mary entrar en el salón, maravillosas y deslumbrantes. Irradiando una juventud obscena y una belleza insultante.

-Amigo James, la Srta. Paula estará lista para la cena en media hora…

-Oh, bien, perfecto. No sé cómo agradecerle…

-No se preocupe, ha sido un placer. Por favor, tenga en cuenta que la dama ha quedado muy impresionada con sus palabras acerca de su posición, su inminente promoción y sus viajes. Le aconsejo que en las próximas horas que les quedan, se dedique usted al romanticismo y deje de lado los hechos. Unas miradas silenciosas pueden ser más eficaces que cien mil palabras. Es sólo un consejo, seguro sabrá comprender lo que quiero decir.

-Oh, sí, sí que le entiendo. Sé que sólo me queda una oportunidad y no quiero estropearlo. Muchas gracias amigo. Le estoy muy agradecido.

En una casi inaudible música ambiental suena en la letanía  I’ve Got My Eyes On You  de Dianne Reeves. Mientras Paula y el afortunado James se alejan de mí, Jeremy dibuja una amplia sonrisa en su rostro que se tuerce por completo en una mueca de decepción cuando observa a Mary y a Virginia rodearme en ambos flancos. Las mujeres son como el pan; como huelen, saben, y el perfume de ambas hermanas promete un delicado bocado de esencias aromáticas llenándome la boca.  Meta me ha cambiado. Jamás hubiera podido soñar hace un año estar en un sitio como este, en estas circunstancias. El cambio es en mí, pero yo no soy en el cambio a pesar de todo.

-Hola Josué –saluda Mary- Espero no hayas esperado mucho tiempo –dice desde unos labios rojos y brillantes-.

-Ha sido un tiempo bien invertido. La felicidad venidera hace feliz la espera.

-Mmm.. ¿Qué quiere eso decir, exactamente? –Pregunta Mary-

-¿Nos sentamos? –les propongo mientras pongo mis brazos en jarra-.

-Sí, buena idea-dicen a la vez mientras cada una toma uno de mis brazos-.

-¡Jeremy, una botella de champagne y tres copas, por favor! –ordeno-.

Jeremy, resignado, asiente con una amanerada gesticulación de todo su cuerpo, ofreciéndonos arrogante su espalda, cuando las dos hermanas me acompañan al sofá en el que antes había estado sentada la cándida y pretendida Paula, aferrada a la esperanza.

Justo en ese momento oímos el rumor eléctrico de la silla de ruedas de Mr. Steinway cruzarse en nuestro camino. Mr. Steinway, con su cabeza blanquecina, corbata y traje negro y su espalda recta como si fuera entablillado, se detiene a mi altura y me devuelve una sonrisa de complicidad.

-Mr. Steinway, permítame reiterarle mi más sincero pésame.

-El nuestro también -dice Virginia, al tiempo que las dos hermanas asienten con la cabeza-.

-Gracias. Gracias a todos. Estamos muy afligidos, ciertamente, pero la vida continúa, los negocios también y nuestro país precisa que todos los buenos republicanos estemos alerta. Mi esposa me ha dicho que le ha prestado usted una gran ayuda esta tarde, Srta. Virginia. Muchas gracias.

-Era lo menos que podía hacer –responde ladeando la cabeza-.

-Amigo Josué, no le he visto en el planning de reuniones de hoy.

-Así es. Creo que todas las presentaciones quedaron bien ultimadas ayer. Si alguien le hace saber que precisa más información, por favor no duden en decírmelo.

-Sí, por supuesto. Sé que fue muy efectivo ayer. Planteo las cosas de una manera muy clara y concisa. Hacía tiempo que no veía una exposición tan sucinta y a la vez eficiente. Quedamos gratamente sorprendidos. Realmente pienso, como usted dijo, que Haulap app puede llegar a revolucionar el transporte en los EE.UU. Probablemente nosotros mismos, los Steinway, encabecemos un grupo inversor que apostará por su proyecto. Espero poder confirmárselo mañana al mediodía. En realidad la única duda que tengo es si los Kossak finalmente participarán. Ayer parecían muy convencidos pero esta tarde los he visto más reticentes –deja ir mientras las dos hermanas se miran entre ellas mordiéndose los labios, gesto que pasa desapercibido para  Mr. Steinway-. En cualquier caso, si ellos no acaban de entrar en el proyecto, el resto de inversores cubriremos su parte.

-Sería una excelente noticia poder contar con la participación de su familia, Mr. Steinway.

-Bien, mañana hablaremos de ello. Ahora debo asistir al salón de reuniones. Le dejo en muy buena compañía amigo Josué –me dice sonriente, poniendo su mano izquierda sobre la mía y guiñándome un ojo-.

-Stendhal escribió que “los hombres que tienen un alma grande buscan en los negocios el entretenimiento y no los resultados”. No creo que mi alma sea más grande que la de los demás, pero créame, me aplico con fruición –respondo haciendo sonreír al unísono a Mary y a Virginia-. 

-Amigo Josué, cada día al despertar, al abrir los ojos por la mañana, me digo; Señor, haz que este día valga la pena, y ya van sesenta y dos años –afirma, golpeando amigablemente mi mano que ha quedado entre las suyas y despidiéndose de Virginia y Mary con una ligera inclinación de la cabeza-.

Minutos después, sentado entre ambas hermanas, el champagne empieza a correr por sus copas, que no por la mía puesto que de cuando en cuando apenas mojo mis labios. El alcohol ya no tiene lugar en mi vida pues penaliza los progresos de mi mente y mi conciencia. Entre los tres, hablamos de esto y aquello de una manera cada vez más íntima y me resulta fácil hacerlas reír con algunos tópicos.

-Pero Josué, ya has rellenado nuestra copa dos veces y tú apenas has tocado la tuya –interviene Mary intentando infructuosamente poner unos ojos de escándalo mientras se le escapa la risa mirando a su hermana-.

-Oh, sí, tienes razón. Es que el champagne me produce cierta acidez. Espero sepáis disculparme.

-No, no lo hacemos. La idea del champagne ha sido tuya –replica Virginia con los ojos claramente achispados-. ¿Qué otra bebida podrías tomar para acompañarnos? ¿No querrás emborracharnos, verdad?

-¿Yo? Jamás haría algo así –respondo exhibiendo una sonrisa ladeada que vuelve a hacerme pensar en Gabriela-. A ver, creo que Jeremy podrá ayudarnos.

Levanto el brazo para que Jeremy, que queda a nuestra espalda, nos preste atención. En realidad no ha dejado de mirar de soslayo ni un solo momento como he podido comprobar en el reflejo del cristal del cuadro que tenemos en frente.

-¿Sí, señor? –pregunta en español en un tono claramente infantil y ofendido-.

-¿Serías tan amable de prepararme una copa como la de antes, por favor? –le respondo moviendo teatralmente mis pestañas-.

Se queda mirándome en silencio y desafiante mientras arruga sus labios y aprieta sus mandíbulas. Yo sostengo mi mirada sin pestañear entonces, quizás durante tres o más segundos. Finalmente deja escapar una casi imperceptible sonrisa y responde –Sí, por supuesto-.

-Aquí tiene, señor –dice al cabo de unos minutos Jeremy depositando mi manzanilla con hielo sobre la mesa-.

-Por favor Jeremy, según se vaya acabando el champagne y mi copa ¿Serás tan amable de ir sustituyéndolas?

-Por supuesto, señor –dice en un tono neutro sin mirarnos a los ojos-.

-Josué, veo que vas en serio –dice Virginia con los ojos entornados mientras se acerca su copa a los labios y la apura de un trago-.

Durante una hora y media más seguimos bromeando y llevando nuestra conversación por el sinuoso sendero rojo de los parpados a medio caer, el hambre en los ojos y el deseo en la comisura de los labios. Ellas hablan por dos bocas pero parecen una sola. No queda ya nadie en el salón salvo nosotros tres y Jeremy, que en sus quehaceres ha ido apagando parte de las luces, y poniendo en marcha una suerte de hilo musical, quedando una atmosfera más íntima.

-Oh, eso que suena es The way you look tonight, de Bryan Ferry. Tenemos este disco en casa desde hace tiempo. Mi madre lo ponía mucho cuando éramos niñas –dice Mary efusivamente, mientras Virginia asiente con una sonrisa que ilumina su cara y las dos se ponen a tararear la canción-.

 

Oh, but you're lovely, with your smile so warm

And your cheek so soft

There is nothing for me but to love you

And the way you look tonight...

 

Por un instante, el ambiente, la música elegida por Jeremy y el cuadro en general me parecen un tanto irreverentes para una casa que está de recentísimo luto, pero después de pensarlo detenidamente llego a la conclusión de que a Mr. Reed esta es la ceremonia que de verdad le hubiera gustado tener.

-Hay una cosa que quisiera preguntaros desde esta mañana.

-¡Adelante! –responde efusivamente Mary-.

-Bien, allá voy. Si sois gemelas entiendo que sois iguales en todo…

-En todo, en todo… -interviene Virginia con dificultad para aguantar una continua risa nerviosa-.

-Ya veo, sin embargo aprecio una diferencia importante. Mary no lleva braquetes y tú Virginia, observo que sí ¿Cuál es la explicación? ¿No deberíais tener las dos las mismas necesidades odontológicas?

-¿Necesidades odont…., qué? No sé cómo has podido pronunciar eso después de dos whiskies y medio… -dice Mary claramente perjudicada por el champagne-.

-Eso puedo explicarlo –agrega Virginia, sentada a mi izquierda-. Es sencillo, a los once años caí del caballo y me fracturé dos dientes de leche. Esos dos dientes, contrariamente a lo que pensábamos, acabaron cayéndose más tarde que los demás y eso provocó que yo tuviera que esperar un poco más para ponerme la ortodoncia. Mary los llevó hasta el año pasado y yo los llevo desde hace un mes, pero espero que pueda retirármelos a finales del año que viene. Será algo extraño porque aunque me ha costado mucho, al final me he acostumbrado a ellos.

-¿Te has acostumbrado? ¿No te molestan?

-No, hago vida normal, como puedes ver.

-No puedo creerte. Seguro que al menos te molestan para una cosa.

-No, para nada. ¿Para qué cosa?

-Seguro que te incomodan para besar.

-Vaya, pues lo cierto es que no puedo responderte a eso –dice con una caída de los parpados que hace subir el rubor a sus mejillas-.

-¿Por qué?

-Porque desde que los llevo puestos no he besado a nadie –responde llevando su mirada hasta su hermana, que se muerde el labio inferior-.

-Bien, eso podemos solucionarlo en este momento. Ahora mismo tienes dos opciones, o besar a tu hermana, o besarme a mí.

Ambas se sonríen maliciosamente y se miran cómplices. Me intriga extraordinariamente su capacidad para comunicarse sin decirse ni una sola palabra. Es como si cada una tuviera una mente, pero compartieran la misma conciencia. Pueden hablar cosas distintas, hacer cosas distintas, pero en el fondo, en algún lugar, son la misma persona, más parte de una de lo que los demás somos parte de los demás. Parecen saber en todo momento donde está cada una de ellas, física y espiritualmente, qué siente cada una, y se alternan en el actuar pero más por repartirse los roles que por ser alguien distinto.

-O besar a mí hermana o besarte a ti ¿Esas son las opciones? –pregunta Virginia-.

-Bueno, nos queda Jeremy pero no creo que se avenga.

-Ya… –dice Mary, sin poder aguantar la risa- quizás si le besaras tú, entonces, Jeremy….

Virginia se incorpora llevando su torso por delante de mí y dirigiendo sus ojos fijamente hacia su hermana,  que no se mueve y está expectante, con una sonrisa que le separa ligeramente los labios, unos labios húmedos bajo unos parpados entornados. A medio trayecto gira su cara hacia la derecha y posa sus labios sobre los míos, mientras descansa su mano en mi nuca. Abre su boca y deja avanzar su lengua que se encuentra con la mía. Cuatro o cinco segundos después se retira y se acomoda de nuevo a mi izquierda.

-¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? ¿Crees que los braquetes incomodan para besar? –me pregunta con unos ojos húmedos y felinos-.

-Mmmm…. No puedo responderte a eso, Virginia.

-¿No? ¿Por qué?

-¿Sabes qué ocurre? Pues que yo tampoco he besado a nadie desde hace mucho tiempo, y tendría que besar ahora a alguien sin braquetes para poder comparar y ver si hay alguna diferencia o, como tú dices, que sea cierto que no incomodan.

Ambas rompen en una sonora carcajada mientras yo adopto un gesto cómplice y burlón. Un instante después Mary se acerca a mí y me besa con dulzura apoyando su mano derecha sobre mi pecho.

-¿Entonces? –pregunta Virginia- ¡Venga, responde!

-¿Habéis oído hablar del maithuna?

-¿Maithuna? No, ¿qué es? Adelante, dinos… -pronuncian al unísono las dos en un tono cuasi infantil, tirando de mi ropa-.

-El maithuna es…. Podríamos definirlo como una forma de sexo tántrico –respondo, frunciendo el ceño y dejando entrever que la explicación no acaba de ajustar bien al significado-.

-¿Sexo tántrico? Siempre he querido saber más. Sin duda me gusta lo poco que he leído al respecto –dice Mary-.

-Sí bueno, el sexo tántrico es como las cometas, a todo el mundo le gustan pero nadie tiene una. Nadie se molesta en ponerlas a volar. Sólo hablan de cómo le gustan las cometas –le digo desafiante y con una leve sonrisa ladeada que vuelve a erizarme la piel en el recuerdo-.

-Y tú –interviene Virginia- ¿Sabes hacerlas volar?

-Tan alto que no querrías que acabara nunca el cielo.

Se quedan de nuevo mirándose entre ellas, sonrientes, con las mejillas ardiendo, y los ojos brillantes achinados por el alcohol y envidio no poder colarme en el caudal que las une en una sola.

-Tengo hambre –dice Mary al fin- pero no creo que sea una buena idea que vayamos al salón comedor tan “animados”  ¿Es cierto que la Sra. Steinway ha puesto manzanas en tu habitación?

-Las mejores manzanas del Estado. Te lo puedo asegurar. Os propongo que continuemos nuestra celebración arriba. Ahora terminarán las reuniones y esta sala se llenará de gente aburrida haciéndose la pelota unos a otros. No vamos a encajar aquí...

-Si, tienes razón –afirma Virginia mirando a Mary- Pero… ¿Nos quedamos sin bebida?

-Creo que eso puedo arreglarlo ¿Jeremy?

-¿Sí, señor? –responde acercándose hasta nosotros-.

-¿Crees que podrías subirnos más champagne a mi habitación?

-¡Y algo de comer! –exclama Virginia-.

-Sí, señor. Pero debo hacerlo enseguida. Mi turno acaba en media hora. A partir de ese momento deberán hablar con Susanne, que me relevará entonces.

-Mejor aún Jeremy. Justo cuando acabe tu turno, nos subes dos botellas de champagne y una heladera junto con algo de comer –le propongo guiñándole un ojo-. De momento nos llevamos esta que está sobre la mesa y las copas.

-Muy bien señor. Así lo haré –responde Jeremy en un suave y sugerente tono de voz-.

-¿Nos vamos? –les propongo a los dos hermanas poniéndome en pie y ofreciendo de nuevo mis brazos, que ahora van a serles mucho más necesarios que antes-.

Se agarran a mí sonrientes. Jeremy se queda enfrente mirándome con sus ojos negros, profundamente oscuros, mientras nos alejamos.

Quiero entrar y sentir ese canal invisible que une la conciencia de ambas hermanas en una y creo que sé cómo conseguirlo. Meta ha hecho nacer en mi pecho una esfera de cielo que irradia la buena nueva. Hoy he renunciado al dolor rindiéndome mientras me reía, y eso ha estado bien.


LIX – Hasta su Génesis

 

 

De madrugada, con la primera insinuación del alba, me escabullo sigiloso de la cama achicada. Me duele dormir. Enredados en las sábanas quedan desnudos y dormidos los cuerpos de Mary, Virginia y Jeremy. Un pensamiento quiere ser mi mente y me expulsa del sueño, Schulze. Y como tantas otras cosas que he vaciado de mi vida, tampoco hallo lugar para que importe en mí.

Me siento sobre la alfombra mullida en la posición del loto. Apoyo mi espalda en un marco sin puerta que divide el dormitorio de una pequeña salita contigua, y cierro mis ojos. Inspiro. Mis manos sobre mis rodillas se abren al cielo. Preciso meditar profundamente, tan profundamente que el dolor no quepa. Se me humedecen los ojos; mi cuerpo quiere llorar pero mi alma no comparte el sufrimiento, ya no.

Debo seguir. Debo seguir dentro del programa el tiempo que queda, formando parte de Meta, siendo Meta, sólo ahí tengo refugio. Schulze es ahora mi opuesto, no se deja gobernar y como todo lo creado, deberá ser destruido. Schulze es tan sensible como una hoguera.

…No pensar, meditar, meditar profundamente. Más. Más adentro, más allá de mí. Empiezo a notar el vacío. Percibo el vacío que soy y me sumerjo. El cuerpo ya no es mío, porque ya no importa. Me libero.

¡Maldito monstruo! ¿No mueres nunca? Conmigo te vendrás. O mejor, vete antes, ya no te quiero aquí, no te necesito. Maldita la razón. La razón es a la ley como la cadena a la esclavitud. Reclamo justicia, no leyes.

No pensar, ahora no, no pensar. Leal mantra escóltame hasta la puerta, quédate ahí, vela mi estancia, y yo te saludaré a la vuelta. Vacío, sólo vacío. Donde el dolor profundo no cabe, donde el alma se fusiona con el Todo, donde puedo volver a observarme, solo, camino del Todo, que también es solo, como yo. Y aún así en ti hallo refugio.

Schulze debe apartarse, rendirse… voluntariamente o contra sí mismo…. Schulze no importa, no debe ser, no es, no en mí.

Respira, respira profundamente, déjate ir, lleva tu ser al otro lado del tiempo, fuera del tiempo ¿Qué importa todo lo que queda aquí? Es sólo un escenario, atrezzo, dolor y resistencia, sufrimiento, carne moribunda, agua, tierra y fuego. Respira, medita profundamente. No pensar, no pensar, matar la razón, matar a Schulze… ¡Sí, matarlo! ¿Por qué no? Puede ser, puedo hacerlo. Ahora sí ¿Qué lo impide? ¿Qué razón, acaso ella misma? Si todo lo creado deber ser destruido para mantener el ciclo vivo, matar es entonces una necesidad ¿Qué mal hay en ello? ¿Qué hay de penal en ser el instrumento? Matamos para sobrevivir, para existir, y mi existencia ahora depende de acabar con él. Se resiste, pues, debe ser eliminado.  

Puedo entender el privilegio del asesino. El metal desnudo del puñal que se abraza de la carne de la víctima. La sangre caliente sobre mi puño asiendo el puñal hincado en sus carnes. Su boca abierta ahogada pidiendo paso a la muerte mientras sus ojos descubren la respuesta en mi mirada. La tensión de sus músculos que se desvanece, derramándose sobre el esqueleto muerto de sus huesos, al punto del colapso. Al punto del adiós. Y yo soy la mano. La  ejecución. Quien empuja el destino. Sus últimos alientos en mi cara. Inspiro para que me recorra todo el cuerpo. Porciones de su alma que me quedan dentro como sal en el agua. 

Cada expiración lleva muerte en el aire que exhalamos, intencionadamente, matamos el aire que entra en nosotros para sobrevivir. Exhalaré pues sobre él, una vez más, de manera definitiva pues, tal y como decía Gabriela, todo poder acaba ejerciéndose y los días se acaban y mi tiempo se agota, y en mí su razón ya no cabe.

Respira, hondamente, respira. Y que el veneno de tu aire me llegue cuando yo esté espirando.

Respira, más profundamente, ahora.

Aquí y ahora. Sal del tiempo, viaja hasta su génesis y elimínalo.

 

 

LX – Pradakshina

 

 

Un whatsap de Sophie me sitúa de nuevo en la habitación. La claridad se cuela por entre los porticones mal ajustados. Desde la cama Jeremy me observa sentado en mi sombra, sobre la alfombra. Únicamente veo su ojo izquierdo pues está boca abajo. No dice nada. Sólo me observa, impasible y distante por detrás de su hombro desnudo, con cierto respeto, con cierto temor. Me levanto, me visto en silencio y salgo de la habitación justo cuando escucho el sonido de las sábanas contra el cuerpo de Mary que se despereza emitiendo un leve gruñido que, en una sutil sincronía, abre suavemente los labios de Virginia.

 

-  Josué, debemos hablar.

-  Hola Sophie.

-  Hola…

-  Regresaré en unos días.

-  Llámame en cuanto lo hagas s'il te plaît

-  Lo haré.

-  Bisous

 

Tomo el Buick y me dirijo a cualquier sitio. Conduzco sin rumbo, hacia donde el sol no me deslumbre, pues no es necesario ir a ninguna parte, yo ya estoy bien dentro de mí. En la radio suena Some things last a long time de Mina Tindle.

 

Your picture

Is still

On my wall

On my wall

The colors

Are bright Bright

As ever

Things that we did

All we forget

Some things last a life time…

 

Ya no queda rastro de la nieve por las veredas y el cielo se vislumbra despejado. Hace frio y eso me reconforta.

Dejo North Lake y continúo a la izquierda por Sullivan Road. En lo alto de un páramo cubierto de una hierba verde recién segada, a mi derecha, se impone majestuoso un templo hindú, blanco, relucientemente blanco, con sus torres y su arquitectura típica. Doy un frenazo y giro inmediatamente por un sendero que bordea un lago y que sube hacia el aparcamiento que tiene habilitado el templo unos metros antes de la entrada principal. Algunas personas, mayoritariamente de origen indio, entran y salen del edificio por una puerta lateral. En el centro, sin embargo, se imponen unas amplias escaleras de color teja que se elevan hasta la planta superior del templo donde también veo un puñado de personas, algunas de las cuales toman fotografías compulsivamente. Leo el cartel que reza Templo Sri Venkateswara Swami. El templo queda orientado al Este, y al frente tiene una pequeña laguna. Tiene una fachada de cerca de cincuenta metros de ancho y una longitud de aproximadamente setenta y cinco metros. Esta presidido por una torre central que es en realidad una cubierta sobre columnas que conduce a la segunda planta del templo. En esta plataforma es en donde desembocan las grandes escaleras centrales que presiden el conjunto, escoltada por dos torres laterales frontales, con dos torres equivalentes en la parte posterior, todas ellas ornamentadas. Centrando el conjunto tiene una torre piramidal, abigarrada de relieves artesonados, en la que me parece ver una ristra de campanas doradas en lo más alto de la espira. En el cerramiento izquierdo de la escalinata hay un relieve de un elefante de aproximadamente dos metros de altura, en yeso y oro pulido, que tira de un carro también en relieve y que transporta una deidad. Siguiendo el relieve observo una disonante puerta de aluminio pulido que indica Temple Entrance. Me dirijo al interior. Antes de entrar, un hombre de mediana edad, con una larga barba negra y ropas blancas cubiertas por una túnica de color ocre, me recibe con el saludo típico y un sonoro namasté. Con un gesto cordial, sin mediar palabra, me pide que no pise el umbral de la puerta y que me descalce antes de acceder al interior. Una vez dentro, observo que todo es sorprendentemente colorido y, hasta cierto punto, ruidoso. Hay varias salas y en la mayoría de ellas hay una deidad representada, acordonada y separada de la gente formando un círculo alrededor de la deidad con las mismas cintas extensibles que se utilizan en los aeropuertos para organizar las colas. La gente gira alrededor de cada dios en el sentido de las agujas del reloj. En una sala mayor, observo a docenas de personas sentadas en el suelo, formando filas unas detrás de las otras, comiendo en familia sobre unas bandejas individuales mientras atienden la oratoria de un hombre anciano que se expresa con entusiasmo a pesar de su avanzada edad. Tiene los ojos pequeños, pero sumamente brillantes y me llama especialmente la atención que son de color azul. Tiene una sonrisa blanca y perpetua. Viste túnicas blancas cubriéndole el cuerpo, la cabeza despejada y unas líneas de color pintadas sobre la frente.

Continúo mi periplo y observo que algunas deidades están delicadamente trabajadas mientras que otras son casi amorfas, indescriptibles.

Después de familiarizarme con todas las salas del templo que se me permite visitar, apoyo la espalda en una pared y tomo aire profunda e intensamente. Me palmo el vientre. Sufrir ya no me puede, pero el dolor a veces me paraliza las piernas con un intenso calambre que va desde la cadera hasta mis muslos. Antes ocurría sobre todo cuando me estiraba y después de comer. Ahora es habitual también cuando estoy de pie y en cualquier ocasión. Allí recostado observo a todo el rebaño ir de un lado al otro. Las mujeres que veo visten típicamente al estilo hindú. Sin embargo, los hombres llevan todos indumentarias occidental, excepto los monjes y el personal propio del templo.

Cuántas religiones para tan poca conciencia, me digo.

Desde donde estoy puedo ver a través de las numerosas puertas interiores de cristal que dividen casi todas las salas. En la mayoría de ellas hay gente orando y haciendo círculos alrededor de cada altar. A mi derecha queda una sala que alberga a Shiva. Tres o cuatro personas están frente a ella. Concentro mi atención sobre las dos siluetas que quedan más retirados, a poco más de medio metro de la pared grisácea. Un escalofrío me recorre la espalda cuando compruebo que son los dos hombres que siguen mis pasos desde hace meses. Visten ambos pantalones de pinzas de color oscuro y camisa blanca con las mangas remangadas. El más orondo de ellos tiene como siempre las mejillas azuladas y respira con dificultad. Su compañero, de pelo ralo y escaso me mira de soslayo. Cuando sus ojos se encuentran con los míos, sostiene por unos instantes la mirada. Después, se vuelve a su compañero que sigue absorto mirando a Shiva. Le da un ligero codazo y con un leve movimiento de cabeza orienta su atención hacia mí que por un segundo me he olvidado de respirar. Ahora los dos me miran fijamente, con los ojos acerados y el cuello extrañamente torcido. Sin pensarlo doy un decidido paso al frente para dirigirme a ellos y en ese momento la cabeza del tipo de mejillas huecas, que me estaba mirando de soslayo, se gira todo ella, alienando su barbilla con su columna vertebral, de una manera antinatural, perversa y queda su rostro frente al mío, aunque no su cuerpo, pero si sus ojos sin iris, todo pupila negra, o gris oscuro, y me estremezco cuando sus ojos se inyectan y su boca se tuerce y percibo una fuerza como de mil demonios que empujan mi espalda de nuevo contra la pared, y me flaquean las piernas y se me paraliza el cuerpo y se me ahoga la garganta…

-¿Se encuentra bien, joven? –me pregunta, poniendo su mano sobre mi hombro el anciano que hace unos minutos hablaba en lo que parecía el comedor del templo. Tiene una escasa estatura, apenas llega a mi cuello y la sonrisa amable-.

-¿Eh? Sí, tan sólo un poco cansado –le respondo con involuntario desconcierto-.

-¿Seguro que se encuentra bien? Tiene usted mal aspecto –vuelve a insistir con su voz entusiasta y a la vez cansada, y con sus pequeños ojos singularmente azules adentrándose por los míos-.

-Sí, creo que sí. Tan solo necesito un poco de agua.

-Venga por favor, acompáñeme, en eso seguro que puedo ayudarle –y tomándome de un brazo tira de mí para que le siga. Antes de dejarme llevar completamente, giro mi rostro hacia los dos hombres que siguen aún en el interior de la sala. Ahora me dan la espalda y los dos tienen su atención en Shiva, pero puedo reconocerlos-.

Sigo al anciano por un pasillo hasta una salita que se esconde detrás de una puerta prohibida para los visitantes. Camina ligero a pesar de su edad. Al entrar me hace un gesto para que tome asiento sobre unos cojines que hay distribuidos por el suelo. El remueve dentro de un mueble del cual saca un par de vasos de papel que deja en su mano mientras con la otra continua rebuscando en el interior del mueble.

-Vaya, debo dejarle unos segundos a solas. La botella de agua debo haberla olvidado en la gran sala. Aguarde unos instantes, por favor.

-Sí, no se preocupe. En realidad no quisiera molestarlo, ya me encuentro mejor. Además llevo mi propia botella de agua en el coche y…

-No es ninguna molestia, es nuestro destino, así que repose aquí un minuto que en seguida estoy con usted.

Cuando abandona la sala reclino la espalda contra la pared. No puedo apartar de mi mente los ojos vacíos, los finos labios húmedos y las mejillas azuladas y mórbidas de aquel hombre. Pero sobre todo no puedo olvidar a su compañero, con su barba cerrada y abandonada, sus mejillas vacías y sus ojos muertos,  retorciendo aún más su cuello, de una manera totalmente antinatural, imposible. Y aquellos ojos, y aquella manera de mirarme y lo que he sentido…

Me siguen porque quieren algo de mí. ¿Qué? ¿Quieren derrotarme? Ya estoy vencido, ¿Por qué no vienen a por mí? De repente, como un fogonazo que me sacude todo el cuerpo, me viene a la memoria la última conversación con el alemán. Schulze dijo “Todo en su vida nos incumbe. Nosotros somos sus creadores” ¿Qué quería decir exactamente? Sí esos dos hombres son de Meta, eso explicaría que Schulze supiera lo de Gabriela ¿Y Gabriela? ¿Está al corriente? Si forman parte de Meta ¿Qué quieren saber que no sepan ya? ¿Quién está detrás de Meta? Eso es lo que yo quiero saber ¿Quién les financia, quién les apoya?

El anciano vuelve a entrar en la sala. En una mano lleva una jarra de agua y en la otra sigue llevando los dos vasos de papel.

-No he encontrado la botella que buscaba, pero esta agua es tan buena como cualquier otra –su comentario me hace pensar con cierta nostalgia en las botellas etiquetadas de Gabriela -.

-Muchas gracias –digo estirando el brazo y tomando el vaso que me ofrece-.

-Mi nombre es Josué.

-El mío es Lochana, que significa “El esclarecedor”

-Encantado de conocerle.

-Usted no es de aquí ¿Verdad?

-No. Efectivamente. Soy de Barcelona.

-Usted tampoco es de aquí ¿Verdad?

-¿Yo? Sí, nací aquí, en Aurora.

-Oh, disculpe.

-¿Por qué?

-Eh…

-Tampoco creo que sea seguidor de las creencias hindúes ¿Me equivoco Jos….?

-Josué. No, no lo hace. En realidad no sé gran cosa de su fe. Venía por la carretera y vi el templo a lo lejos. No pude resistir la tentación de venir a comprobar personalmente lo que veían mis ojos; un templo hindú a pocos kilómetros del Lago Michigan. Espero sepa disculparme.

-¿Disculparle, por qué? –pregunta mientras se sienta frente a mí y sorbe ruidosamente agua del vaso-.

-Pues, por entrar en su templo sin ser miembro de su congregación –respondo sin mucho convencimiento-.

-¿Mi templo? No se equivoque, el templo no es mío –y se ríe a carcajadas- El templo es una ofrenda a Dios y si usted ha llegado aquí es porque así debía ser. No debe disculparse por ser usted. Este es un templo swami. ¿Sabe lo que significa swami? –pregunta mientras llena de nuevo los dos vasos-.

-Lo cierto es que no.

-Swami significa literalmente “amo de sí mismo”. Quien sabe gobernarse, no debiera tener que disculparse nunca ¿No le parece a usted?

-Sí, tiene usted razón. Gracias.

-Gracias a usted –responde poniendo las palmas de sus manos unidas frente a su rostro e inclinándose reverencialmente. Yo, instintivamente, le imito-.

-Me gustaría hacerle un par de preguntas ¿Puedo?

-¿Qué “si puede”? Amigo, no tengo respuestas para todo, pero no le tengo miedo a las preguntas. Adelante, dispare -afirma entusiasta y jovial-.

-Muchas gracias. Dígame, por favor ¿Por qué hay tantos dioses en el hinduismo?

-Mmm…. –sonríe- Los muchos dioses en la religión hindú representan el simbolismo del panteón hindú. Los hindúes adoramos la suprema realidad sin nombre y sin forma a través de diferentes nombres y formas. Cada dios o deidad es una manifestación particular de la realidad suprema. El Señor vive en todos y cada uno de los seres vivos, y cada uno es una manifestación individualizada de Dios.

-Cada uno es entonces un símbolo, una manifestación de un único Dios ¿Es así?

-Así es, pero cada uno es Dios a su vez. No olvide eso, por favor.

-Entiendo… ¿Por qué los dioses tienen cuatro brazos?

-Los cuatro brazos de los dioses representan las cuatro direcciones y significan la naturaleza omnipresente y omnipotente de los dioses.

-Que son a fin de cuentas, uno ¿Sí?

-Que son cada uno Dios. Le dije que no lo olvidara ¿Lo recuerda?

-Sí, discúlpeme.

-¿Disculparle por ser usted? –pregunta retóricamente dibujando una amplia sonrisa-.

-El punto. ¿Qué significa el punto que llevan sobre la frente?

-El tilak o bottu es una marca religiosa que representa el asiento de la memoria y el pensamiento. El bottu se aplica con una oración para recordar al Señor a través de todas las actividades del día. La marca nos recuerda nuestra determinación de recordar a Dios en todos nuestros actos y nos protege de las tendencias inadecuadas y de los pensamientos negativos –responde finalizando con una amplia sonrisa y ladeando ligeramente la cabeza-.

-Y… ¿Por qué giran en círculo alrededor de cada Dios? –pregunto dibujando un círculo en el aire con mi dedo índice- He visto que la gente gira alrededor de cada deidad, formando un círculo mientras practican oraciones.

-¿Pradakshina?

-Eh…. Sí, supongo que quiero decir Pradakshina.

-No podemos dibujar un círculo sin un centro ¿Verdad? El Señor es el centro, la fuente y la esencia de nuestras vidas. Reconociéndolo como el punto focal de nuestras vidas,  así nos conducimos en nuestras tareas diarias.

-No sé si he acabado de entenderle.

-Cada punto en la circunferencia de un círculo es igual de distante al centro de dicho círculo que los demás puntos ¿Sí? Esto significa que donde quiera que estemos, estamos igualmente cerca del Señor. Todos estamos a la misma distancia del Señor, todos, ricos y pobres, hombres y mujeres…, y su gracia fluye hacia nosotros de manera inequívoca.

-Un centro para todos… ¿Quiere decir como una suerte de Eje Maestro alrededor del cual se encuentra el Todo?

-Un Centro Universal.

-¿Pero…?

-¿Sí?, adelante –me anima con un gesto de la mano-.

-Quisiera saber… Dijo un lugar equidistante para todos nosotros ¿Eso incluye a los profetas?

-Para todos y para Todo, significa eso exactamente; para todos.

-¿Admite su fe que se pueda ir hasta ese Centro? ¿Revelarlo?

-El Centro ya es en todos nosotros.

-Sí, Él es, pero… ¿Podemos estar nosotros en él? ¿Sin equidistancias?

-Si el centro ya está en nosotros, ya estamos nosotros en él ¿No le parece? ¿Para qué querríamos fluir hacia el centro? Dígame ¿para qué? –inquiere algo incómodo-.

-Ese centro universal al que usted se refiere ¿Es temporal?

-No, para nada, es intemporal –responde abriendo los ojos y echando su cuerpo hacia atrás con cierta autosuficiencia-.

-Entonces, ahí tiene mi respuesta. Si ahí no hay tiempo, entonces, no hay equidistancia, pues en donde estamos nosotros sí existe el tiempo.

-¿Dónde quiere ir usted exactamente?

-Me temo que a un lugar donde ninguna religión quiere ni puede llevarme.

Me levanto con dificultad pues aún siento dolor y mareo. Él me mira durante un par de segundos desde su posición en el suelo, en silencio.

-Debo volver. Esta tarde sale mi vuelo de regreso a Barcelona y aún debo resolver algunos asuntos aquí. Permítame expresarle mi más sincero agradecimiento por su hospitalidad y su tiempo.

El anciano se levanta. Adopta la postura del saludo. Yo hago lo propio.

-Namasté.

-Namasté.

Cuando me giro para abandonar la salita siento su serena voz decir a mi espalda;

-Va usted a encontrar la respuesta a todas sus preguntas muy pronto ¿Lo sabe, verdad?

-Sí, lo sé. Lo sé desde el siete de marzo de este año. Amar ha estado bien, pero se acaba mi tiempo.

Cuando abandono el templo miro a ambos lados por si los dos tipos siguen aún por ahí. No los veo. Hago una última e infructuosa mirada al interior del templo.  Empiezo andar entonces en dirección al estacionamiento, en busca del vehículo, y poco a poco siento como las fuerzas se desvanecen en mí. Me siento terriblemente agotado.

Una ardilla roja se pone a caminar a mi lado. Cada pocos pasos se detiene y me mira. Después vuelve a caminar a pocos pasos de mí ¿De qué me ha servido la vida? me pregunto en voz alta sin quererlo, mientras el dolor atraviesa desde el vientre hasta mi espalda. La ardilla se para por última vez. Me observa, pasa una de sus diminutas patas por su hocico, se gira y enfila en dirección contraria. Diviso el Buick a apenas diez metros de mí. Avanzo con dificultad hasta que a un metro de distancia de la puerta del vehículo las piernas no me sostienen y caigo desplomado contra el suelo, golpeando contra el hombro derecho y la rodilla en el asfalto.  Me quedo un eterno minuto en el suelo, entre dos vehículos. Nadie me ve. Respiro profundamente, una y otra vez. Siento entonces que algo pequeño se aferra a mi pie derecho. Alzo la mirada y veo a la ardilla roja alzarse sobre mi pierna. Me mira directamente a los ojos. Se acaricia el hocico y vuelve a mirarme postrada sobre sus patas traseras, por encima de mi pantalón. Pasados unos segundos da un brinco, dos más, y la veo perderse de nuevo colina arriba, en dirección a unos árboles de la vereda. Al fin me incorporo apoyándome entre las puertas de los dos automóviles. Al hacerlo he sentido el peso de mi mismo sobre las rodillas del mismo modo que cae el peso del cielo sobre el alma. El peso de uno mismo es la más fatigosa de todas las cargas. Al fin consigo abrir la puerta del Buick, entro con cierta dificultad y me siento frente al volante. Me fuerzo a meditar, apenas lo consigo. Pasados unos quince minutos arranco el motor y me dirijo a Sullivan Rd.

Mientras conduzco concentrando mi atención en el tendido eléctrico que avanza paralelo a la carretera pienso en toda la gente que conozco. Manipulo torpemente el dial de la radio evitando a los locutores charlatanes hasta que doy con una emisora en la que una voz femenina anuncia una interpretación de Nina Simone de For all we know, que me acomoda al cuerpo.

 

For all we know

We may never meet again

Before we go

Make this moment sweet again

We won't say goodbye

Until the last minute

I'll hold out my hand

And my heart will be in it…

 

Lo dejo ahí. Siento entonces una punzada que me atraviesa como una sierra de doble filo desde el vientre hasta la espalda, desde un costado al otro, cortándome en dos, partiéndome el alma por dentro, rompiéndome las últimas defensas.

Ahora sí, me digo, la melancolía ha llegado a su destino. Llega el tiempo oportuno de despedirse de todos. Es tiempo de decir adiós.

LXI – Las cosas que nos decimos desde hace tanto tiempo

 

 

-Hola Gabriela

-Hola Josué ¿Cómo estás?

-Bien, estoy bien cuando tú estás delante de mí.

De pie, en el hall de entrada al Palau de les Heures, la encuentro enfrente cuando traspaso la puerta desde la escalinata que sube jardines arriba. Pereza, que me ha acompañado en mi camino hasta aquí, se queda en la puerta. Gabriela viste un jersey de lana fina con rombos blancos y negros, con un cuello de pico que deja desnuda su garganta, y una falda ajustada, también de rombos blancos y negros, que acaba justo antes de sus rodillas. Calza unos zapatos negros de tacón muy alto que pisan indiscriminadamente las baldosas, sus junturas y el infinito. Mira sus notas sobre una carpeta que lleva sobre el brazo derecho y guarda silencio sobre mi último comentario. Yo insisto.

-Sabes Gabriela, he puesto música a tus besos y suenan como gotas de agua sobre las cuerdas de una guitarra.

Me mira con una de sus traviesas sonrisas ladeadas, desafiante y condescendiente a la vez.

-¿Subimos? Hoy harás el test y los biocampos conmigo.

-¿Y eso?

-El Dr. Schulze no está, así que si no te importa que yo le sustituya por hoy… -responde girando sobre sus pies y encaminando las escaleras hacia la planta superior. Yo sigo su perfume apartando el pensamiento de las baldosas de mi mente-.

-¿Importarme? Nada me haría más feliz –le respondo provocando que ella gire su cabeza hacia mí sin dejar de subir peldaños- 

-Sos un ladrón… Por cierto ¿y el perro?

-¿El perro? Es una dama, Gabriela, un poco de respeto -digo en tono burlón mientras nos dirigimos hasta la sala, al fondo del pasillo-. Se llama Pereza.

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