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-Sí, Josué… eh… sí –dice levantándose finalmente y saliendo del despacho. Al hacerlo, Juan se dirige hasta la puerta y la cierra detrás de ella. Se acerca hasta mí y pone su mano derecha sobre mi hombro-.

-¿Josué, hay algo que deba saber? ¿Debo hacerme alguna prueba?

-Juan, no tengo Sida, puedes estar tranquilo, ni nada contagioso –le respondo en un tono afable-.

-Pero es algo grave ¿verdad?

-La vida es algo grave, Juan. Todo lo demás tiene solución.

-¿Estás seguro, Josué, de que estás viendo las cosas tal y como realmente son?

-¿Puede eso saberse, Juan? ¿Sabes acaso lo que es real y lo que no?

-Quiero pensar que sí.

-Quieres… la sugestión es muy poderosa, efectivamente. No tiene límites.

-No te dejes entonces llevar por ella.

-La sugestión puede ser colectiva, Juan, estar a la vez en muchas mentes, pero eso no la hace verdadera. Del mismo modo que una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones, así somos nosotros, tan sólidos como la más débil de nuestras convicciones.

Después de dar las últimas instrucciones al equipo salgo del despacho. Pereza está ahí, sentada, como siempre, esperando sin esperar nada, como todos los animales, intensa en el presente. También lo estaba ayer por la noche, cuando salí de la consulta del Dr. Vinyals. Supongo que recordaba la dirección de la primera vez que nos vimos. Pereza, junto a los dos hombres que me siguen y que ya puedo verlos a mi espalda en el reflejo de los cristales de los coches aparcados que voy dejando atrás, se han convertido en una especie de séquito que me sigue allá donde vaya. Por su parte, Pereza tiene el buen gusto de vestir siempre su bonito pelaje color canela. Sin embargo, el asmático orondo y el enjuto con sombra de barba permanente, tienen un enconado mal criterio para elegir su indumentaria. El mofletudo de mejillas azuladas lleva hoy una chaqueta de chándal, de estampados y reflectantes tonos, con unos pantalones de pana marrón y mocasines. El otro viste una americana de franela que le viene pequeña y apenas puede ajustarla en la cintura, la cual acompaña con unos desgastados y holgados jeans, y un par de zapatillas deportivas multicolor. En cualquier caso ya sé quiénes son y por qué están aquí. He dado en llamarles Los tipos feos.

Miro al cielo, luce un sol cristalino y el aire es frio y saludable, como un narcótico sedante que renueva los tejidos. Paso la mano por la cabeza de Pereza y la acaricio. Ella entorna los ojos agradecida y mueve la cola. Me flaquean a ratos las piernas y el dolor quiere ser presencia en mi lugar, pero a pesar de ello decido que voy a seguir caminando. Nada tiene que temer el que todo lo da.

 

LXV – Gracias a ti

 

 

He quedado con Sophie para comer en un restaurante del centro. Una vez vi en una película que era una buena idea si lo que pretendías era evitar una escena después de comunicar alguna noticia que no iba a ser bienvenida. Invitar a comer en un lugar público era una forma de asegurarse de que, debido al  concurrido entorno, al menos se guardarían las formas. He escogido un restaurante de comida china de la calle Muntaner. Su atmosfera es habitualmente tranquila y siempre acostumbra a tener un buen número de personas ocupando el local.

En la acera de enfrente, Sophie baja del taxi con el semblante serio y movimientos rápidos. Yo la espero en la puerta del restaurante. Enseguida busca interrogativamente mis ojos con los suyos. Tiene el ceño fruncido, el semblante adusto y camina hacia mí enérgicamente sobre unos tacones de aguja que deben dolerle al suelo. Su melena rubia refleja ondulante los rayos del sol. Viste un vestido azul oscuro, y en el brazo sostiene un abrigo negro. Se cuadra delante de mí y escudriña mi cara detenidamente. Sus pestañas tintinean y se humedecen sus ojos. Sus labios pincelados de rojo carmín están fuertemente apretados.

-Hola Sophie.

-Ho…. No tengo ningunas ganas de comer, Josué. No tengo apetito, quiero que hablemos. ¡Ahora!  –exclama en un tono solemne-.

-Hola Sophie –vuelvo a decir-.

-Hola… -responde intentando serenarse-.

-¿Entramos? Tengo mesa reservada. El lugar te gustará – digo mientras abro la puerta del restaurante y le cedo el paso-.

-Bueno dia –dice recibiéndonos en la entrada una mujer anciana de origen chino -.

-Buenos días –respondemos Sophie y yo-.

-Yo gualdo abligo –dice en un rudimentario español, con un fuerte acento chino y estirando el brazo para tomar el abrigo de Sophie-.

-No, no es necesario. Gracias –responde Sophie-.

-A ti –dice la anciana-.

-Tenemos mesa reservada. Para dos.

-Si, pol aquí, pol favol.

Nos conduce hasta una pequeña mesa que queda cerca del gran ventanal que da a la calle. En el local hay menos gente de la que yo esperaba. Apenas una pareja de ejecutivos a un par de metros de nuestra mesa, un grupo de tres mujeres charlan animadamente en una mesa redonda cerca de la barra, y una madre con un adolescente, que parece ser su hijo, guardan silencio en una mesa al fondo del local.

-¿Aquí, gusta? –pregunta la anciana-.

-Sí, gracias.

-A ti –vuelve a responder con su peculiar acento-.

Tomamos asiento. No deja de mirarme con un gran signo de interrogación en el rostro.

-No tienes buen aspecto.

-Tú sin embargo estás maravillosa.

-Bien, ya estamos aquí. ¿Quieres ahora, por favor…?

-Aquí menú –interrumpe la anciana entregándonos una carta del restaurante a cada uno-.

-Gracias –responde levantando la vista un tanto desconcertada-.

-A ti –responde la anciana asintiendo con la cabeza y apretando los parpados felinamente-.

-Me gustaría Josué…

-¿Bebida? –vuelve a preguntar, amablemente-.

-Agua para mí –respondo- ¿Quieres tú tomar un poco de vino, Sophie?

-¿Eh? No, agua, agua está bien…

-Calta vino es última página –dice la anciana mientras empieza a manipular la carta que aún está en manos de Sophie, pasando atropelladamente las páginas-.

-Agua, agua para los dos, gracias. No quiero vino, gracias  -aclara Sophie, moviendo el dedo negativamente en el aire y esforzándose para ser entendida-.

-A ti –vuelve a responder mientras se retira-.

-Tengo cáncer, Sophie. Cáncer de páncreas.

Se queda unos segundos mirándome, inmóvil.

-Entiendo… Cáncer… -balbucea mientas aprieta las palmas de sus manos fuertemente contra el mantel-.

-Sí. Así es. Lo siento. Lo siento por ti.

-No, no… No hay que disculparse ¿Por qué? No es culpa de nadie. Dime… ¿Qué hay que hacer? ¿Cómo se cura ese cáncer?

-No tiene cura, Sophie, no voy a curarme.

Su rostro se torna transparente cuando su espalda se tensa como un arco. Sus labios se aprietan de nuevo y puedo ver la sombra de sus carrillos ahuecarse bajo sus pálidas mejillas.

-¿Quielen agua flia?

-No, por favor. Natural estará bien. Gracias –respondo-.

-A ti. –vibra la mujer como el repiqueo de una pequeña campana- ¿Ya saben que van a tomal? –añade-

-Eh…. yo solo tomaré arroz blanco.

-¿Y señola? –pregunta a una Sophie que está enmudecida-.

-Pues…. –intervengo- creo que te gustaría el menú número seis ¿Te parece, Sophie?

-Eh… Sí, vale, sí… –acaba respondiendo, pálida y desconcertada, mientras al unísono le entregamos las cartas del menú a la anciana-

-Glacias

-Gracias –respondemos Sophie y yo-.

-A ti. –responde como un tintineo musical-.

-¿Por eso has estado en Estados Unidos? ¿Has visitado algún médico allí? ¿Te han hecho pruebas? ¿Qué dicen? –inquiere intentando artificiosamente serenarse-.

-No, no… conozco bien el pronóstico de un cáncer de páncreas. No necesitaba una segunda opinión. No me he hecho más pruebas ¿Para qué? No…

-¿Y cuando te lo han dicho?  ¿A qué médico has ido? ¿Por qué no me avisaste para que te acompañara al hospital? Hay más médicos, necesitamos una segunda opinión, Josué...

-Alos blanco… usted, y pala usted ensalada y lollito plimavera –interrumpe la anciana, mientras deja los platos sobre la mesa y se lleva las manos al pecho- Que disfluten… -acaba diciendo-.

-Gracias –responde con cierta tensión Sophie-.

-A ti.  –musita sonriente la anciana-

-No podía avisarte, Sophie. Entonces no. Fue hace varios meses, exactamente el siete de marzo cuando me informaron del resultado de las pruebas. No estábamos juntos, entonces ¿Recuerdas? Hay fechas que uno recuerda bien porque…

- ¿El siete de marzo? –interpela tensando la boca y clavándome la mirada- ¿El siete de marzo? Josué…. ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿El siete de marzo? ¡Estamos en diciembre! –insiste arrugando el mantel entre sus puños-.

-Chop suey … salsa aglidulce pala usted señola -dice la anciana depositando un nuevo plato alrededor de la mesa-.

-Gracias –le respondo, asintiendo con la cabeza, mientras de soslayo observo a Sophie que aún sigue amenazando mi integridad física con sus ojos -.

-A ti –responde mecánicamente la enjuta y sonriente anciana-.

-Josué…

-Sophie, no hubiera querido decírtelo nunca…

-No estamos hablando de eso, Josué, no hablamos de si hubieras querido o no, hablamos de…

-Telnela con salsa de almendlas pala la señola –vuelve la anciana, mientras remueve los platos sobre la mesa para hacer sitio al nuevo guiso que trae sosteniendo con la otra mano. Sophie la mira indignada, con los ojos inyectados, se contiene esforzadamente y finalmente suelta un acentuado “Gracias”-.

-A ti – murmura cándidamente la anciana-.

-Sophie, ya sé lo que quieres decirme...

-No, Josué, no tienes ni idea, si… -inspira compulsivamente- …creo que no sabes nada de mí, de lo que siento… –responde atropelladamente y a punto de sollozar- Josué, no se puede construir una relación empezando con mentiras…

-Sophie, yo no te he mentido. Además, eso no es cierto, todas las relaciones se construyen sobre mentiras.

-¿Sobre mentiras? ¿Qué quieres decir?

-Todo el mundo miente, Sophie, todos los días, habitualmente, cotidianamente, son pequeñas mentiras, otras veces son mentiras más grandes, pero todo el mundo miente, es un acto reflejo de la mente. Y puesto que todo el mundo lo hace, inevitablemente todas las relaciones humanas, especialmente las de pareja, cuando empiezan, tienen cierta dosis de falsedades, medias verdades y alguna mentira. Todas se forjan y crecen sobre una lámina de incerteza.

-Josué –interrumpe- llevamos juntos más de medio año y en todo ese tiempo…

-Ahí reside la magia…

-¿Magia? ¿Qué hay de mágico en un cáncer?

-¿Quiele pan gambas o pan chino? –pregunta la anciana, que parece estar al mismo tiempo en todos los rincones del restaurante-.

-Chino, pan chino estará bien, gracias –le respondo rápidamente y con un ademán con el fin de sacárnosla de encima-.

-A ti.

-Lo que quería decir es que la magia es ir desvelando las mentiras y aún así seguir junto a esa persona porque descubres que las verdades que has ido descubriendo en ella son más importantes…

-… más de medio año juntos –interrumpe- ¿No se te ha ocurrido pensar…

-¿Quiele salsa soja?

-Argssshh…. –estalla Sophie llevándose las manos a los cabellos y apretando fuertemente los parpados. Se levanta repentinamente, agarra enfurecida su abrigo del respaldo de la silla y se queda mirándome totalmente fuera de sí-.

-¿No gusta salsa soja? –pregunta inocentemente la anciana -.

-¡Va te faire foutre! –espeta Sophie en la cara de la mujer con gran estruendo y captando todas las miradas alrededor-.

-A ti –responde con una cándida sonrisa en los labios la anciana, entrelazando las manos frente al pecho y ladeando ligeramente la cabeza, mientras Sophie la bordea dirigiéndose a grandes pasos hacia la puerta del local -.

Veo salir a Sophie a la calle, gira a la derecha y pasa delante del escaparate justo enfrente de nuestra mesa. Me ve por el perfil de la mirada cuando cruza delante de mi reflejo en el vidrio. Puedo ver el estupor en sus ojos.

Los hombres gustan de las palabras y a las mujeres les gustan los hechos. El problema es que las mujeres no escuchan y los hombres no ven.

Dejo sobre la mesa dinero suficiente para pagar la cuenta y me levanto con cierta dificultad. Al verla pasar a través del cristal no he podido evitar un escalofrío recordando la ocasión en que por vez primera tomamos algo juntos, acompañados por Armand, en el bar de Blasa, y la vi marcharse a través del cristal mientras el sol dibujaba su silueta. Hoy estaba aún más hermosa que aquel día. Entonces la deseaba y anhelaba su atención y me podía la desesperanza de reconocerla inalcanzable. Hoy estoy irremediablemente enamorado de ella, de todo lo que es, de todo lo que toca, de todo lo que dice. La amo de un modo imposible, tan intensamente que se me encoje el alma. De un modo que me aterroriza. Sería más fácil renunciar al corazón que a ella y sin embargo…. Sí, la amo y me gustaría, definitivamente, merecerla, aún cuando sé que eso no es posible. 

-Adiós, gracias –musito al salir por la puerta del restaurante-.

-A ti –oigo a mi espalda que responde risueña la anciana-.

Me dirijo enfrente, cruzando la calle, y me detengo en la esquina. Yo no te he mentido Sophie, murmuro para mis adentros, sencillamente esperaba el momento inminente, siempre inminente, en que te dieras cuenta de que yo no valía la pena y me abandonaras. Jamás pensé que seguirías a mí lado, a pesar de mí. Sólo soy culpable de ser yo.

–Bueno- me digo al fin -las cosas no han salido exactamente como había planeado-.

Pongo mi atención en el cielo. Hoy está extrañamente nítido y azulado. Miro después mis pies y compruebo que a mi derecha ya se encuentra sentada Pereza que todo me perdona. Desde el otro lado de la calle observo a varias personas entrar en el restaurante, y a la mujer acompañada del adolescente salir y empezar a caminar calle arriba. Un instante después veo a Sophie volver sobre sus pasos y entrar de nuevo en el local, engullida por la oscuridad. Giro sobre mis pies y empiezo el camino a casa, al mismo tiempo que desconecto mi teléfono móvil.

Debemos estar solos.

LXVI – El Silencio de los Niños

 

 

Ya es navidad, qué gran suplicio. Las navidades son siempre un error recurrente.

El dolor profundo insiste en ser él en mi lugar. Me niego y eso duele más. Sé que debo rendirme, renunciar y abro mis manos para dejar ir, lentamente, todo lo que retengo, todo lo que quiero, inútilmente, conservar.

Mi apartamento sigue en ese adorable desorden que concibieron genialmente los tipos de la mudanza. Estoy en el balcón, inspirando un aire salado que sube de la playa de Icaria, siete pisos por debajo. El día permanece claro y el horizonte se distingue con claridad desde esta altura. Un reflejo en el mar se posa en mis ojos. Súbitamente me viene la idea a la cabeza. Entro y con desesperación empiezo a remover en las cajas de libros y otros trastos. Saco algunos ejemplares; novelas, libros de historia, filosofía y revistas que dejo por el suelo.

Detengo por un momento mi atención sobre algunos de los libros que han quedado desperdigados a mi alrededor, cubiertos de polvo y olvido. Lo malo de leer buenos libros es que se acaban, pienso con cierta nostalgia.

En otra caja descubro unas cazuelas, más allá sábanas arrugadas y probablemente sucias (mejor no averiguarlo ahora)… -Tiene que estar por aquí- me digo una y otra vez, mientras continuo como un poseso abriendo las cajas que aún sin desprecintar se reparten entre mi habitación y el salón como hongos explosivos en estado latente. Meto la mano por los rincones del cartón, frenéticamente, palpando en el fondo, buscando la forma; aquí no, allá tampoco… Nuevos montículos de libros van siendo plantados aquí y allá. -Tiene que estar, tiene que estar…- ¡Por fin! Finalmente encuentro la forma, la extraigo, la elevo sobre mi cabeza, la observo en su negrura reluciente. Es un cartucho negro y redondo, el envase oscuro con tapa gris de un carrete de fotos. Con el pulgar separo la tapa y miro el interior para verificar el contenido ¡Sí! Ahí está, un par de cogollos de marihuana y dos papeles de fumar arrugados. Todo prensado en el interior, seco y sorprendentemente, desprendiendo aún su peculiar aroma. Un aroma que inevitablemente me huele a Zacarías. Así debe ser. Este blíster lo dejó él en mi casa hace ya varios años. “Por si algún día lo necesitaba o cambiaba de opinión” me dijo. Qué oportuno me pareces ahora, Zacas. Qué clarividencia la tuya.

Si mal no recuerdo, la última vez que fumé marihuana hacía el primer curso de la carrera de filología en la universidad. De eso hace ya una veintena de años. Creo que la marihuana influyó más de lo que yo quería admitir en que abandonara mis estudios. La marihuana me permitía ver lo absurdo de mi tiempo allí. Espero que ahora combata conmigo la incesante nausea.

Con más habilidad de la que hubiera imaginado lio un cigarro más que aceptable. La coordinación de mis lados izquierdo y derecho sigue mejorando. Me aplomo en el sofá mirando hacia el cielo protector. Enciendo el cigarro y doy las primeras bocanadas.

El silencio permanece intacto.

Las navidades para mí tienen sobre todo el color de Narbonne. Las Navidades que más recuerdo son las que pasaba allí con mi madre,  dos o tres años después de la muerte de mi padre. Mi madre recuperaba la vitalidad durante aquellas semanas. El resto del año se caracterizaba por su pertinaz pereza para hacer cualquier cosa. Todo le parecía un esfuerzo vacuo.

De Narbone recuerdo las luces de colores engalanando los árboles que jalonan el canal, reflejando sus destellos en el agua, las celebraciones en los barcos atracados y la mezcla de olores en las calles del centro. Los puestos del mercado al aire libre, las luces recorriendo todos los perfiles y la gente paseando arriba y abajo, confiados y ajenos al frio…  Y ruido, mucho ruido, aunque entonces no me molestaba tanto, como ahora, que ha empezado a vaciarse de mi cabeza.

Años más tarde conocería a Zacas …Zacas en Navidades… Eso me trae a la memoria una historia que me confió un fin de semana de diciembre que pasamos juntos en Céret. Zacarías tuvo que cumplir el servicio militar. En verdad no se me ocurre persona más ajena a todo lo militar que él mismo. En las fotografías que una vez me mostrara se le veía con la vestimenta habitual pero, como de costumbre, varias tallas por encima de la que le convenía. El resultado era que parecía un soldado que hubiera sido medio abducido, o se hubiera deshidratado, reduciendo su tamaño más allá de lo humanamente posible. En verdad, para Zacarías la disciplina no era en sí un problema. Su natural disposición a aceptar todo como parte de su destino y su risueña actitud con todo el mundo, no le impedían ni mucho menos recibir órdenes y, dentro de sus posibilidades y de su singular ritmo para hacer las cosas, obedecerlas cumplidamente. Su verdadera desazón no era otra que la prohibición expresa de consumir y poseer marihuana que regia en los cuarteles, lo cual se significaba para él como el mayor de los castigos y la peor de las injusticias. Para él esto era incomprensible. Desde su punto de vista, él veía que cumplía con todas sus obligaciones, y entonces se preguntaba por qué no podía al final del día fumarse su cigarro habitual. ¿Acaso no acababan todos los mandos a las siete de la tarde en el bar de oficiales y se bebían todos los licores y alguna cosa más? La cuestión es que al final, en un registro rutinario, a finales del mes de noviembre, descubrieron en su taquilla marihuana suficiente como para consumir durante al menos un mes entero todo el pelotón, y en consecuencia, lo  sancionaron prohibiéndole salir del cuartel durante tres meses, lo que incluía, además de las navidades, todas las tardes y los fines de semana hasta final de febrero, amén de la pertinente confiscación del alijo, destino del cual nunca le dieron noticia. Por supuesto, Zacas se las arregló rápidamente para que algunos compañeros fueran trayéndole de fuentes extra muros cuanto necesitaba para ir tirando. A partir de ese momento guardó su marihuana debajo de la taquilla del Sargento que dormía en la habitación anexa a su barracón. Durante cierto tiempo le pareció un sitio seguro, hasta que descubrió que los recursos allí escondidos disminuían más rápido de lo que Zacas los consumía. Los enrojecidos ojos del sargento al caer la tarde fueron reveladores desde entonces.

Aquellas fueron las primeras navidades que Zacarías pasara fuera de casa de sus padres, pero lo que de verdad le podía era el enclaustramiento célibe que le torturaba día y noche. Especialmente de noche. Durante aquel periodo tuvo que lidiar con varias guardias nocturnas, haciendo de centinela muchas noches en unas garitas que él describía como zulos malolientes cuya única virtud era que, lindando con las calles adyacentes al cuartel, puesto que las garitas se erigían sobre las esquinas del amurallamiento, sus aberturas, a modo de aspilleras, le permitían ver la calle que hacía de frontera con el cuartel y con ella se abría el mundo exterior, y con el mundo exterior otros seres humanos, seres humanos distintos de los que se podían encontrar en los barracones, seres humanos que olían a perfume de mujer, vestían como mujeres y, aunque la vista no era excepcional y solo se adivinaban sombras, y no se tenía ángulo de visión sobre lo que caminara por debajo de la prominente torreta, todo hacía suponer que eran mujeres. Y aquello era una novedad, aquello era miel, aquello podía ser, dentro de lo sórdido del apestoso y grafiteado cubículo, el paraíso. Sí, por unos instantes cualquier lugar puede serlo si tu consciencia renuncia a los juicios, si te rindes, si aceptas. Si te observas, si observas tu libertad interna, para únicamente Ser

Tomo dos nuevas bocanadas profundas y con ellas, a pesar del recuerdo, el recuerdo es ahora, aquí y ahora. La tarde se desvanece ahí fuera. Por el ventanal abierto entra un aire frío, conmovedor, instantáneo…

Zacas…. Nos retorcíamos de la risa cuando me explicaba que, en su desesperación, en las largas noches de guardia solitaria, dejaba el fusil apoyado en la pared, se aflojaba el cinturón y se masturbaba en el puesto de vigilancia afinando el oído, primero para asegurarse que no se acercara el relevo, luego para escuchar tacones de mujer repiqueteando calle abajo, pasos prestos pasando por debajo de la garita donde, con un poco de suerte, se viviría el momento cumbre si por fortuna un embriagador perfume llegaba a ascender hasta sus narices. Entonces él era ese perfume por unos instantes y su imaginación hacía lo propio y su naturaleza el resto. Él necesitaba el olor del perfume femenino para viajar a sus pasiones. A mí el olor de la marihuana me trae su presencia. La música y el sentido del olfato son los dos grandes apóstoles de los recuerdos. Cuando menos te lo esperas, inesperadamente, pueden llevarte a cualquier momento de tu vida.

A menudo aquellos episodios me parecieron intrascendentes, infantiles, pero ahora me hacen pensar en una frase que Zacarías repetía a menudo; él decía que todos somos niños antiguos. Seguimos jugando mientras nos reparten cartas, lidiamos con el naipe oscuro, y vamos mano tras mano hasta que nos echan de la partida.

Sigo fumando. Hago acopio de un equilibrio escaso y salgo al balcón. De pie, me apoyo en la barandilla y miro hacia abajo, al hormiguero. La presencia profunda ha emergido a la piel y el aire frio la disuelve.

Con la marihuana me resulta más fácil conectar con el Ahora. Probablemente no tengo más conexiones que cuando no estoy bajos sus efectos, pero sí ocurre que soy más consciente de esas conexiones, las vivo mucho más intensamente. 

La sedosa textura invisible del humo me devuelve al presente, me ayuda a estar en el ahora, con lo que yo soy, y lo que no. Percibiéndolo todo con los sentidos interiores. La línea del sueño de la conciencia es el camino para huir del tiempo. No puedes ser libre en el futuro, sólo ahora. 

Miro de nuevo el vacío, allá abajo, lejano pero accesible. Calculo la caída de un cuerpo, cayendo a plomo desde el balcón, atraído por la Tierra. La Tierra contra una vida, la fuerza de la gravedad como excusa, el encuentro de dos formas de conciencia que impactan. Me pregunto si la Tierra es una suerte de Dios, el único Dios, el Todo, el Uno, donde todo nace y a donde Todo regresa. Y como viene se va, pues ya ningún pensamiento es importante.

El viento arrecia. Dejo que se cuele por entre mi cabello y atraviese las costillas. Me hace bien. Regreso a mí. Volver es siempre una acertada equivocación.

Entro de nuevo. Veo las sombras de los libros que he vaciado desordenadamente y he desperdigado por el suelo. Escucho. El silencio permanece intacto. El silencio de un niño antiguo. Ahí, donde no existe nada, pero todo es posible.

LXVII – La Serpiente y el Águila

 

 

Llevo una semana preparando esta reunión. He puesto en marcha instrucciones nocturnas, he gobernado mi mente, he educado mi cuerpo, mis gestos. Las sesiones de meditación profunda me han ocupado gran parte del día. Veinte minutos dos veces al día no me parecía suficiente. He estado meditando durante horas. Días enteros y algunas noches también. He conectado con mi inteligencia profunda, más allá de la mente. He renovado toda el agua de mi cuerpo aportando vibraciones nuevas, frecuencias que voy a necesitar, frecuencias poderosas. Por las encimeras han quedado docenas de botellas de agua vacías etiquetadas. He trabajado mis súper cualidades con el único fin de vencer hoy. Enfrente están algunos de los hombres y mujeres de negocios más hábiles y capaces que existen. Apenas hace un año, en modo alguno, podría haber imaginado verlos reunidos en mi despacho. Probablemente muchos de ellos han desarrollado también, consciente o inconscientemente, súper cualidades, y ellos van a usarlas en su beneficio, sin duda.

Baumberg se ha hecho acompañar de Aaronovitch. A su derecha está sobre su silla eléctrica Mr. Steinway con su cabeza plateada y expresión circunspecta. La Sra. Bocuse, con sus mejores galas, su pelo impecablemente recogido en un moño y su savoir faire, se sienta en el extremo de la larga mesa. A sus cerca de cuarenta y largos años es una mujer aún atractiva y ella lo sabe. El joven Rossetti, con su escaso pelo rapado al cero y su ropa de corte italiano y vivos colores, manipula compulsivamente su teléfono mientras se sienta cerca de Bocuse, fingiendo una exagerada sonrisa. El señor Dolek, venido directamente desde Ankara, se ha sentado separado de todos los demás. Viste, como me tiene acostumbrado, bastante informal, con una larga chaqueta de lana tejida y unos pantalones jeans, anchos en exceso e irreverentemente caídos, creando un curioso contraste con el exquisito rigor de Mr. Steinway y el afrancesado prêt-à-porter de Mme. Bocuse. Los socios de India, Alemania y Chequia no han podido adaptar sus agendas pero han confiado su voto a Baumberg. A mi derecha está Juan, sereno y risueño como de costumbre. Pedro, sentado a mi izquierda y visiblemente incómodo, remueve papeles intentado memorizar sus notas.

Como es natural, todos parpadean de vez en cuando, excepto Baumberg, y yo. Todos se esfuerzan por adoptar una postura relajada y distendida, salvo Baumberg, que mantiene las manos sobre el reposadero de la butaca, la espalda y el cuello erguidos y su mirada en mi alma. No cruza las piernas, nunca lo hace, y sus pies siempre descansan paralelos y con las rodillas dobladas y equidistantes a noventa grados. Si respira, no es perceptible. Su rostro permanece impasible y ausente, e indudablemente está capturando la voluntad de los demás para hacerla suya y reforzar su posición. Tan solo Dolek y yo parecemos percibir sus intenciones. Los demás, sin notarlo, ya le han cedido el protagonismo y el juicio.

-Gracias a todos por venir. Barcelona, como siempre, se honra de su presencia. Enero no es precisamente nuestro mes más cálido, pero confío en que encuentren ustedes su estancia agradable.

-Gracias Josué –contesta Steinway- Creo que hablo en nombre de todos cuando digo que visitar Barcelona es siempre una excelente excusa para tener una reunión de negocios.

Ríen todos a la vez. En el caso de Baumberg no es más que una extraña mueca en el lado derecho de su boca.

-Pero dinos, Josué –continúa Steinway- ¿Va todo como debería ir? ¿Te encuentras bien, por cierto? Te noto algo cansado, disculpa que te lo diga.

-Estamos trabajando mucho. Es lógico que nos cansemos, pero tenemos mucha ilusión, el proyecto está creciendo a un ritmo…

Aaronovitch levanta la mano frente a mí.

-Nos gustaría hablar precisamente del ritmo de implantación, ya que nos ha convocado tan amablemente. En el caso de Reino Unido…

-Vamos a hablar de ello Mr. Aaronovitch, … –le interrumpo poniendo un tono grave de voz acompañado de una sonrisa- Vamos a hablar de ello y de las enormes oportunidades que se nos presentan.

-¿Grandes oportunidades? –pregunta Rossetti-

-Sí, así es. Nuestro crecimiento puede recibir un importante impulso…

-¿Cómo podemos hablar de crecimiento si aún está pendiente la implantación completa de la aplicación en muchos mercados? ¿No deberíamos hablar ahora de dicha implantación? Nos gustaría hablar también de los costes que está teniendo para nosotros que se produzcan retrasos –interrumpe de nuevo Aaronovitch-.

-Coincido con que sería apropiado hablar del ritmo de implantación. Ya que estamos aquí todos, una buena coordinación entre nosotros sería deseable –apunta la Sra. Bocuse-.

-Nuestro mercado, el norteamericano, junto con el Indio –interviene Steinway- es más grande que cualquier otro territorio en los que ya está operando Haulap App. Si hay retrasos en el despliegue en los demás mercados nos gustaría conocer los detalles, así como las medidas que van adoptarse para solucionar dichos inconvenientes.

-No hay tales retrasos –corta Pedro, con cierto nerviosismo en la voz- ocurre únicamente que el mercado británico tiene una estructura de empresas de transporte más heterogénea y dispar que otros mercados,  pero en líneas generales…

-En el calendario para Italia también hay retrasos –interrumpe Rossetti en un inglés con un fuerte acento italiano- ¿A qué se deben? Apenas hay presencia en Roma de la aplicación, por ejemplo.

-El calendario que acordamos para Italia –responde Juan- recogía un doble plan. Recuerde que diseñamos un programa para la zona norte, el primero que debía ser implantado…

-Y que está de acuerdo a lo pactado –añade Pedro, con cierto alivio-.

-… y un calendario para el sur del país que no debía empezar hasta este mes de enero, a pesar de que ya hemos hecho avances desde el mes de noviembre. Roma, como usted recordará –le dice a un Rossetti que ya está de nuevo manipulando su teléfono- forma parte de lo que definimos como territorio sur de Italia.

-¿Está la estructura de la central, aquí en Barcelona, preparada para acometer planes de implantación simultáneamente en tantos territorios a la vez? –pregunta Mme. Bocuse- Tal y como dice Mr. Steinway, ahora debemos sumar nuevos territorios, el norteamericano y el Indio, más grandes que todos los demás juntos.

-El nuestro es un “negocio de internet” no una estructura clásica empresarial. –respondo, llevando mi vista desde Bocuse hasta Baumberg-. Es la aplicación y las plataformas que lo soportan las que deben estar convenientemente dimensionadas. Hemos hecho todas las pruebas de estrés necesarias, y las métricas demuestran que el sistema está preparado para crecer siempre y cuando…

-Háblenos de esas oportunidades a las que se refería al principio –inquiere Dolek-. Imagino que nos ha convocado para eso, y no para contarnos que todo va según lo previsto ¿Me equivoco?

Dolek consigue hacer el silencio en la sala. Baumberg ha dejado de mirarme por unos segundos y ha clavado sus acerados ojos en él. Rossetti ha levantado su atención del teléfono, la ha puesto en Dolek y después se ha quedado expectante esperando mi respuesta. Bocuse, que desde el principio no ha disimulado la incomodidad que le provoca el aire grunge de Dolek, ha dejado por un momento su indolencia aparcada para mostrar un sincero interés por sus últimas palabras. Steinway dibuja una de sus cordiales y blanqueadas sonrisas mientras se acaricia la barbilla. Aaronovitch toma notas sobre un bloc que le muestra disimuladamente a Baumberg. Juan y Pedro me miran esperando una respuesta.

-Señores…, madame Bocuse, debemos completar la implantación de la aplicación en todos los mercados y debemos seguir expandiéndola a mercados nuevos, especialmente a los asiáticos. Y todo ello debemos hacerlo a la mayor brevedad para evitar ceder ante la competencia que ya está diseñando plataformas móviles para competir directamente con la nuestra. Los acuerdos con las compañías de transporte están funcionando bien. El número de profesionales independientes que prestan servicios a través de la aplicación no para de crecer. Y el número de usuarios-clientes de la aplicación se dispara cada vez más rápidamente en cada mercado. Pero, sí, tienen razón, el tiempo juega en nuestra contra. Si no reaccionamos con celeridad podemos morir de éxito. Tendremos el mejor negocio, el mejor implantado, pero lento y débil frente a nuestros competidores. Es preciso un golpe de efecto que nos impulse, que  potencie las oportunidades.

Dolek ladea su cabeza y cambia su apoyo de un brazo al otro. Mme. Bocuse tiene su atención puesta en mi boca, lo siento así. Rossetti ha guardado su teléfono móvil en la chaqueta, mientras Baumberg y su socio se remueven en la silla.

-Adelante, cuéntenos cuál es su plan. Como usted sabe yo debo informar a mis socios norteamericanos de cualquier novedad que se esté planificando.

-Necesitamos financiación, y necesitamos tamaño.

-¿Más financiación? ¡Imposible! –exclama Baumberg- Hemos pagado una suma muy elevada por los derechos en Reino Unido. Una suma que se ha embolsado la matriz de Barcelona. Si es necesaria más financiación debe aportarla la matriz, nuestro grupo no lo hará.

-Tampoco nosotros –dice presto Rossetti, mientras Bocuse niega con la cabeza-.

Steinway está expectante y mira de reojo a su par turco que se mira absorto las uñas de la mano izquierda.

-¿Y qué tenías pensado? –pregunta al fin Dolek, haciendo el silencio de nuevo-

-Vamos a salir a bolsa. Vamos a salir a bolsa en forma de holding.

-¿Bolsa? –inquiere Steinway con cierta alarma en la cara-

-¡Eso es absurdo! –continúa Aaronovitch, mientras su socio se muestra sereno y circunspecto, sin dejar de observarme-.

-¿No le parece un poco precipitado? –sigue Mme. Bocuse-.

Dolek no acaba de decir nada pero se aprecia en su rostro que la propuesta no acaba de convencerle. Lo mismo ocurre con Rossetti, que guarda silencio pero asiente con la cabeza a las objeciones de los demás. Baumberg, sin parpadear, me mira en silencio mientras un ligero tintineo se aprecia en su ojo derecho, lo que me hace pensar que su cabeza está haciendo cábalas a gran velocidad.

-Es una locura –interviene de nuevo Aaronovitch- La situación de la empresa es aún embrionaria. Salir ahora a bolsa sería desperdiciar el recorrido de valor de las acciones en un futuro. Además, no es serio considerando que todavía las estructuras están en fase de pruebas y muchas de ellas aún pendiente de desplegar. En Estados Unidos ni se ha empezado y nosotros en Reino Unido no estamos aún al cien por cien.

-¿No conviene con nosotros, amigo Josué –continua Steinway- que sería más apropiado esperar al menos hasta los resultados anuales de finales del año que viene? ¿Qué vamos a ofrecerles a los mercados si no?

Sé que me conviene guardar silencio mientras no hayan hablado todos. Dolek y Baumberg siguen esperando su turno. Pedro hace un amago de tomar la palabra para responder algunas de las cuestiones que plantean Aaronovitch y Steinway, y rápidamente pongo una mano sobre su hombro para impedírselo. Baumberg percibe claramente mi gesto. Sabe que estoy esperando todas las réplicas. Mi silencio inquieta a Bocuse, Rossetti y Steinway que empiezan a formular preguntas retóricas.

-¿Qué sentido tendría? ¿Cuál sería la ventaja? –pregunta Bocuse-

-Sí ¿En qué nos beneficia? –prosigue Rossettí-.

-En Estados Unidos no hemos empezado a operar, no se conoce la marca ¿Quién va a comprar acciones de una empresa desconocida?

-…

Finalmente Dolek se echa hacia adelante y mirando hacia sus pies, pregunta;

-Doy por hecho que la matriz, como en el caso de Turquía, tiene el cincuenta y uno por ciento de todas las demás franquicias nacionales ¿Cierto?

-Sí, así es –responde Juan-. Hemos aplicado siempre el mismo criterio en cada mercado.

-¿Qué participación sería la que sacaríais al mercado?

-El cien por cien –responde cortante, a sabiendas del impacto que van a tener sus palabras-

-¿El cien por cien de todas las participadas? –pregunta Dolek abriendo teatralmente los ojos mientras los demás contienen la respiración-

Juan me mira antes de responder pidiendo mi aprobación. Asiento con la cabeza.

-El cien por cien de las participaciones y el cien por cien de la matriz.

Después de un microsegundo donde todos los corazones de la sala han dejado de latir, las reacciones inmediatamente después son de auténtico estupor. Rossetti se levanta de la mesa y yéndose a un rincón se pone a llamar por teléfono (previsiblemente a sus socios para darles la noticia, imagino). Steinway tiene un tono pálido en el rostro y me interroga con la mirada. Bocuse y Aaronovitch se turnan en sus exclamaciones.

-¿Qué significa esto? ¿Nos abandona cuando ya hemos hecho las inversiones? –exclama Aaronovitch-

-Creo que no ha pensado usted seriamente esta propuesta –continua Mme Bocuse- ¿Qué mensaje le estaríamos dando a los mercados? ¿Que el fundador de Haulap app abandona el barco en plena expansión? El precio de la acción de desplomará ¿Es que no lo entiende?

-¿Tenía usted esto en mente antes de visitarnos en Estados Unidos? ¿Se da cuenta de que esto cambia las condiciones de partida radicalmente? –inquiere Steinway-.

-Considerando que usted no quisiera continuar al frente del proyecto o no pudiera hacerlo por cuestiones, no sé… usted ya me entiende –interviene Dolek, dejando entrever que quizás razones personales estén detrás de la propuesta-  se me ocurren otras fórmulas de impulsar el proyecto y continuar con nuestros planes sin precipitarnos en una salida a bolsa que probablemente acabará siendo un fracaso ¿No le parece? En cualquier caso, coincidirá conmigo en que es necesario encontrar una solución de consenso.

-Efectivamente amigo Dolek, no puedo sacar el holding a bolsa si no cuento con el apoyo de todos ustedes, si eso es lo quiere decir. Si la salida a bolsa no está respaldada por todos los inversores ésta no puede llevarse a cabo.

La pregunta de Dolek me obliga a dar un paso al frente. Confío en que ahora que les he otorgado la importancia que necesitaban les sea reconocida, Baumberg por fin, hable. Durante unos segundos nadie dice nada. Juan remueve sus papeles con la intención de intervenir. Le miro y le sugiero con la mirada que se mantenga en silencio. Rossetti acaba su llamada y vuelve a la mesa. El silencio sigue. En ese momento miro directamente a Baumberg. El responde a mi mirada, como si siempre hubiera estado ahí. El silencio inunda toda la sala, nadie se mueve. Las miradas se quedan petrificadas, nadie quiere moverse, nadie quiere decir, nadie quiere hablar. Sigue el silencio. Rossetti carraspea involuntariamente. Vuelve el silencio. Baumberg me mira. Steinway, que también me estaba mirando, vuelve lentamente su mirada hacia Baumberg. Consigo que también lo haga Dolek. Enseguida le sigue Bocuse. Sigue el silencio. He hecho converger todas las miradas sobre Baumberg. El se mantiene impertérrito. El silencio sigue. Se oye el sonido del pulgar de Pedro deslizarse por el extremo de uno de los folios que sostiene en la mano. El silencio sigue. El brillo de los ojos de Baumberg va desapareciendo. Aaronovitch aprieta los labios mientras lentamente vuelve su mirada hacia su socio. El silencio sigue. La atmosfera parece prohibida, letal, nadie se mueve como si tocar el aire fuera nocivo, peligroso. El silencio sigue.

-¡Y bien! –Exclama al fin Baumberg- ¿Cuál es la propuesta que nos hace?

Miro a Juan y con un ligero movimiento de cabeza lo emplazo a exponer las condiciones.

-El lanzamiento se hará a principios de abril, justo de aquí a tres meses. Se ofrecerá el cien por cien de la matriz pero, con matices. Ustedes tendrán una opción de compra sobre el cincuenta y uno por ciento de la misma, más una opción de compra sobre el dos por ciento de la franquicia de cada país. De este modo, el grupo accionariado que ustedes representan controlará, si así lo desean, el capital del holding y además se asegurarán cada uno tener el cincuenta y uno por ciento de cada uno de los mercados nacionales que controlan. La operación se “venderá” –continua Juan mirando expresamente a Mme. Bocuse- no como el abandono del fundador, sino como la toma de control de los socios capitalistas. Una operación donde importantes familias y firmas de capital de todo el globo toman el control de la primera y más importante aplicación móvil de transporte del mundo. El precio de la opción de compra que ustedes disfrutarán será en todos los casos de un diez por ciento por debajo del precio que alcance la acción el día después de su lanzamiento. Junto al lanzamiento de las acciones de la matriz que ahora controla Josué, se hará una ampliación de capital del quince por ciento de éste para captar la financiación necesaria. De tal suerte, ustedes podrán o acudir a la ampliación a coste cero, o transmitir sus derechos de suscripción y beneficiarse de ello.

-Por supuesto –intervengo relevando a Juan- la operación sólo tiene sentido si ustedes coinciden con nosotros en que el proyecto está maduro para salir al mercado bursátil y así contribuyen a transmitirlo a los medios de información económicos y a las autoridades de supervisión.

Durante cerca de un minuto se hace un aparente silencio en la sala, pero prestando atención puede oírse el sonido de sus cabezas cavilando números y porcentajes.

-Sí… -balbucea al fin Aaronovitch, mientras una sonrisa maliciosa se dibuja en el rostro de su socio- Si, el proyecto en muchos sentidos puede considerarse maduro. No queda tanto por hacer ¿Tres meses, dice?

-En Francia es verdad que el despliegue está yendo bien –interviene Bocuse-.

-¿Tres meses? –continua Rossetti- sí, supongo que en tres meses podemos hacer una campaña de relaciones públicas más que suficiente para captar la atención del mercado –dice esbozando una sonrisa y hablando en círculo en dirección a todos a su alrededor -.

Steinway observa a sus socios mientras se frota la barbilla. Baumberg no puede disimular una leve sonrisa que se le escapa por la comisura de los labios. Dolek, por su parte, continua escéptico pero al mismo tiempo resignado al ver que los demás inversores empiezan a comulgar con la idea. Juan se mantiene alerta y con sus apuntes listos para responder cualquier duda. Pedro respira aliviado y se permite esbozar una leve sonrisa entre sus acaloradas y sonrojadas mejillas. En ese momento Pedro se gira hacia mí y murmurando dice;

-¿Empobrecimiento traslativo? ¿El “proyecto” ya no es la empresa, sino la posibilidad de que se revaloricen las acciones? ¿Cierto?

Asiento levemente y Pedro me responde con una mueca de resignación. El resto de la mañana lo pasamos todos reunidos, judíos, protestantes, católicos y musulmanes, discutiendo los detalles del plan, e inmersos en una atmosfera de camaradería. Parecemos buenos amigos, como la serpiente y el águila. 

 

 

LXVIII – El Miedo

 

 

Ordenando mis ideas en mi diario deambular a pie por las calles que me guía la tierra, he terminado mis pasos en la plaza Sant Jaume. Quería cruzarla sin más, pero la multitud concentrada no me permite llegar hasta la Via Laietana como pretendía. Se congregan allí media docena de collas castelleras, además del público habitual y varias cohortes de turistas que aún no pueden creerse la suerte que han tenido de coincidir con el evento y poderlo presenciar personalmente, desde la base, que es de donde hay que mirarse las cosas de los hombres. Todos los castellers van uniformados con pantalones blancos y agrupados de acuerdo al diferente color de la camisa y el pañuelo que identifica cada una de las collas. La vista se emborracha y es difícil concentrarse en nada en concreto. El receso me conviene. Desde el mediodía el dolor sube desde mi vientre hasta el camino de la yugular y golpea mi mente. Apoyo la espalda sobre la pared que cierra la plaza por el sur, haciendo esquina con la calle Ferrán. El día es frio y gris.  A veces el cielo oscurece aún más y caen unas finas gotas heladas. Lleva así todo el día, pero eso no ha desanimado a los castellers ni al público. Lo cierto es que diciembre no es tiempo de castells, pero imagino debe ser hoy algún día señalado y se están haciendo un homenaje.

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