Meta

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No se llama exactamente Café de Blasa, pero todos lo llamamos así porque la propietaria y a la vez única camarera responde al nombre de Blasa. No sé qué nombre es ese, si es una abreviación o un apodo, creo que nadie lo sabe. Es una mujer enérgica, de curvilíneas formas, entrada en años. La cafetería es algo grasienta, como genuino snack bar que es, pero si tomas algunas precauciones es asumible. Por ejemplo, yo pido el café con leche siempre con la lecha fría. Lo prefiero caliente, pero el trapo con el que limpia rutinariamente el espárrago vaporizador de la máquina de café con el que calienta la leche en la jarrita es siempre el mismo desde los últimos cinco años y tiene un color negruzco sospechoso. Si tomas un par de precauciones de este tipo, como no pedir nada a la plancha, por ejemplo, y menos aún frito, puede pasar y está al lado de casa. Las pastas de bollería industrial las traen cada día, yo lo he visto, así que ahí no tomas riesgo ninguno. Las bebidas envasadas de fábrica son también una garantía.

Ya está ahí, la veo acercarse a través de los cristales. La argentina. Mmm… ¿cómo se llamaba? Espabila Josué, espabila o quedarás fatal… Ah sí, Gabriela.

Ciertamente es guapa y elegante. Me sorprendo de no haberme fijado mejor antes considerando que vive justo debajo de mí. Por la cara que ha puesto al pasar el umbral y la forma como ha recorrido con los ojos el techo del local está claro que la cafetería le ha encantado (todavía no es la hora de comer, así que los sarcasmos están todavía permitidos).

Sí, es atractiva, varios hombres la han remirado disimuladamente al entrar, hay pues consenso.

Ya me vio. Viene hacia mí mientras se va deshaciendo del abrigo. Lleva una blusa negra ajustada y unos pantalones negros también ajustados. ¡Oh, qué figura! Es realmente atractiva. Tiene además un pecho de grado medio que le combina perfectamente.

-Hola Josué; ¿qué tal, como andás?

-Bien, todo bien…

-¿Pero Josué, qué te ha pasado?

Lo dice mirándome a la cara con los ojos exageradamente abiertos. ¡Oh por Dios, espero que no lleve todavía los pelos de punta!

-¿Por qué lo dices? -Le pregunto mientras me paso la mano por el pelo intentando aplanarlo-.

-Por el morado en la cara, acá, en el lado izquierdo. Estoy segura de que no lo llevabas esta mañana ¿Qué te ha pasado? Estás todo contusionado.

-Ah… Ah, eso… Pues… un paraguas, sí un paraguas, no te puedes imaginar, en esta ciudad cuando llueve tienes que salir a la calle con la máscara de Hannibal Lecter. Una mujer que se me ha venido de frente, sin control alguno, ya ves. Pero no pensaba que me hubiera hecho un morado. El paraguas en toda la cara. Sí, doloroso… ¿Es muy grande? El morado, quiero decir.

-¿Un paraguas te hizo eso? ¡Deberías denunciarlo! -afirma mientras mira mi chaqueta ennegrecida de arrastrarme por el suelo del INEM-. ¿Y entonces te caíste? –añade-.

-Sí, sí… perdí el equilibrio, fíjate que torpe. Ya te digo, una ciudad peligrosa.

-Bueno -continúa ella sin mucho convencimiento sobre mi historia- en cualquier caso me alegro que estés bien y hayas podido venir a nuestra cita a pesar de todo.

Pedimos café con leche los dos, ella con la leche muy caliente y yo con la lecha fría. Pedí entonces un par de cruasanes para mí. Ella no quería comer nada. Blasa volvió para decirme que ya no le quedaba bollería, acababa de dar la última palmera a un chaval con una mochila verde que ya salía por la puerta. Me ofreció unas madalenas que decía había hecho ella misma. Rechacé cortésmente el ofrecimiento. Sólo café, con leche fría, mientras a ratos todavía la pierna izquierda se me movía en algún espasmo repentino golpeando la mesa y agitando las tazas.

-Bueno, dejáme que te cuente que es lo que hago acá y cómo podrías vos ahora quizás echarme un cable. ¿Te parece?

-Sí, claro, adelante por favor.

-Pues bien, formo parte de un equipo de investigadores que nos distribuimos básicamente entre la Argentina, Brasil, los Estados Unidos, Alemania, Finlandia y ahora Barcelona. El equipo es bastante multidisciplinar pero básicamente estamos todos focalizados en los rubros de la psicología, la sociología, el derecho, la medicina, la antropología y también en el ámbito del desarrollo personal.

-Vaya, sí que parece un buen equipo. ¿Ya os entendéis entre vosotros siendo gente tan diversa? Por cierto ¿En cuál de esos campos estás tú?

-Oh, sí, son unos colegas estupendos. Todos altamente competentes y muy concienciados con el proyecto. En mi caso concreto y puesto que lo preguntás me licencié en psicología por a Universidad de Buenos Aires y posteriormente cursé estudios también en California y después en Chicago, en la escuela The Coaches Training Institute, graduándome más tarde en el International Leadership Program. También me formé  en sistemas organizacionales y relacionales en el Center for Right Relationship. Ah! … y detento la certificación en entrenamiento mediante técnicas de Programación Neurolingüística. Y… uhm…. Ah sí, estoy también licenciada en Ciencias Políticas por la Universitat Oberta de Catalunya. No sé, así como resumen creo ya te hacés una idea de cuál es mi función en el equipo, porque ciertamente tendría que hacerte ahora una descripción profunda del proyecto como para hacer entendible mi papel, pero a modo de resumen podríamos decir que formo parte del equipo que hace el trabajo de campo, tanto en la implantación de las metodologías como en lo relativo a la recogida de datos.

-Bueno, te he de reconocer que me perdí después de que dijiste Buenos Aires y no recuperé el entendimiento hasta que dijiste Univesitat de Catalunya. Por cierto ¿Pensé que sólo llevabas en Barcelona un par de meses?

-Sí, así es –dice entremedias de una carcajada-. La licenciatura en Ciencias Políticas la cursé a distancia, mientras andaba entre Chicago y California. Y…. Por cierto también, contáme de vos ¿Qué estudiaste, qué hacés?

Uff, cualquier hombre con dignidad se sentiría incomodo antes esa pregunta después de escuchar su currículo. Afortunadamente la dignidad no ha sido nunca un escollo para mí y menos hoy con los calambres que todavía me recorren el cuerpo.  En cualquier caso habla con jovialidad, casi con una actitud más propia de alguien mucho más joven.

-Empecé los estudios de filología hispánica, pero la verdad, el segundo año lo dejé. Me encanta leer, leo mucho, al menos en comparación con lo que lee la gente en esta ciudad, pero las tediosas clases se me hacían insufribles y me parecía todo muy encartonado y predefinido; ni la literatura, ni cualquier otra forma de expresión artística, debería nunca intentar domesticarse de ese modo. ¿No crees?

-Sí, en cierto modo estoy de acuerdo con vos. -lo dice con una media sonrisa de cierta autosuficiencia, por cierto-.

- Y… por lo demás, soy mensajero. Bueno, ahora no. Estoy en paro desde hace algún tiempo. La crisis, ya sabes. Pero vaya, cuando trabajo voy en motocicleta de aquí a allá llevando documentos y paquetes. No requiere mucha responsabilidad y eso está bien para mí. Me gusta ir en motocicleta por la ciudad y me gusta la libertad de tener un trabajo así que me lleva cada día de una punta de la ciudad hasta la otra, viendo a la gente trajinando y siempre en movimiento, observar los escaparates, las micro vidas que la gente hace dentro de los coches… Además, ir con la motocicleta entre el tráfico es como surfear las olas, o al menos a mi me parece que tiene que ser algo parecido. Lo digo porque nunca he practicado surf, pero, cuando se pone el semáforo en verde es, creo yo, como si una ola impulsara tu tabla por detrás y te lanzara hacia adelante, y entonces empiezas a zigzaguear entre los coches ¿sabes? Cómo hacen los surfistas. Entonces, cuando llegas a tu destino es como si llegaras a la playa, aterrizas en la arena y te bajas con esa sensación de haber estado cabalgando las olas.

Mmm… eso está mejor, se le ha quitado la cara de autosuficiencia que tenía, parece le ha gustado mi pequeña introducción. Me gusta la manera de sonreír que tiene. Tiene una boca muy bonita, con los labios muy bien perfilados, de un rojo intenso sobre su piel blanca, que la abre sin complejos cuando ríe, enseñando una mandíbula ancha y en perfecta formación.

-¡Blasa! ¿Me puedes traer una cola por favor? ¿Quieres algo tú?

-No gracias, el café con leche está que arde y lo debo tomar de a poco si no quiero achicharrarme.

-Bueno entonces, dime ¿cómo podría yo ayudarte?

-El proyecto busca medir, desde un punto de vista de la psicología clínica, la influencia en adultos de ciertas técnicas de desarrollo personal. Lo cierto es que no hay casi proyectos de investigación en psicología clínica de este tipo, y los que hay se centran principalmente en niños y adolescentes, así que, en cierto modo, estamos siendo bastante innovadores y, no sólo por eso, sino por la esencia misma del proyecto, al estar combinando distintas técnicas, unas más probadas que otras, algunas un tanto heterodoxas, sobre un mismo sujeto, midiendo en tiempo real la afectación mediante un sistema de métrica desarrollado y consensuado previamente por el equipo. Perdoná, sé que así, de este modo, no se me ha entendido quizás muy bien, pero es que es tan apasionante desde un punto de vista científico que me emociono cada vez que he de exponer el proyecto.

Es verdad que se ha emocionado, aunque yo no acababa de entender por qué.

-Dejáme que utilice otras palabras. Lo que estamos intentando medir es la influencia real que ciertas técnicas de meditación, auto estimulación cognitiva y, digámoslo así, gestión emocional, provocan  o pueden provocar en individuos que ¿cómo decirlo? no están precisamente destacando hasta ese momento por sus cualidades. En realidad el proyecto asume, pues así lo asumimos prácticamente todo el equipo -esto lo dice echando el cuerpo para atrás y abriendo los ojos. Bueno, eso creo porque sólo se le ve el ojo derecho- que todo el mundo detenta cualidades excepcionales, si bien éstas no se ejercen ni se manifiestan en la mayoría de casos. ¿No sé si me entendés ahora?

-Claro, sí, te entiendo.  Aunque sigo sin tener claro cómo podría yo ayudarte.

En realidad sólo tengo una vaga idea de por dónde va, pero ¿qué voy a decirle si no?

-Bueno, ahora te cuento. Como te decía la psicología clínica en adultos abarca la edad que va desde los 25 años hasta los 50 años, pero para la correcta aplicación de las técnicas, buscamos personas entre los 30 y los 35 años. La razón es que en esa franja de edad los rasgos de la personalidad ya están sobradamente definidos y la carrera profesional, para bien o para mal, también está consolidada -aquí levanta unos preciosos ojos (creo que lo dos) que hasta ese momento miraban sus manos y me hace una fugaz mirada hasta mi frente- …al tiempo que hay por delante un horizonte de tiempo suficiente como para poder proyectar y evaluar científicamente la influencia que “las técnicas de desarrollo personal” -es ella la que hace las comillas con los dedos en el aire- tienen en el sujeto, si es que finalmente ha habido esa influencia, claro.

-Entiendo, más o menos, que lo que me estás diciendo es que queréis gente más bien normalita, para someterlos a algún tipo de entrenamiento personal y algo más, por lo que entre leo de tus palabras, y ver el resultado que ese supuesto entrenamiento “especial” tiene en esas personas, perdón, en el “sujeto” -Ahora soy yo el que hace las comillas en el aire con una sonrisa cómplice (me quedaban algunos tiros de sarcasmo todavía)-.

-Exacto! Me entendés perfectamente. Gracias, tu lo simplificaste tanto que… Oh, no me mal interpretés… quiero decir que hiciste la síntesis perfecta.

Me encanta este intercambio de suspicacias que nos vamos haciendo. Es desde luego una mujer muy interesante, entra al trapo y sabe reírse de ella misma.

-He de decir que el estudio ya se inició en distintos países, como Argentina, Brasil, Estados Unidos y Finlandia. En algunos casos, como en California, el proyecto lleva ya más de diez años funcionando.

-¡Diez años ya! Entonces ya tenéis que tener resultados ¿No?

-Bueno, sí, más o menos. Hasta cierto punto. Aunque no es fácil extraer conclusiones aún puesto que pequeños matices tienen un efecto inconmensurable a medio y largo plazo, ya sabes, el efecto mariposa, seguro has oído hablar ¿Cierto?

-Sí, ya, sí, claro…  vi la película.

-Ocurre que, entre las distintas variables que intervienen, pensamos que la influencia cultural puede jugar un papel determinante y esa es la razón de que simultáneamente se emprendieran proyectos en otros lugares distintos que California, para evaluar si hay o no diferencias significativas por razón del entorno cultural. Y ahí es donde aparece Barcelona, y yo misma, viviendo justo debajo de vos. Sabés, el equipo busca tener unas cuantas “muestras” -vuelve a ser ella que pone las comillas en el aire mientras hace una sonrisa ladeada- pertenecientes a lo que se conoce como carácter o cultura mediterránea.

-Voilà! Y eso te trajo aquí, para acabar tomando un café un día lluvioso como hoy con un tipo como yo. Jajajaja… Creo que hubieras hecho mejor negocio quedándote en California…

-No, no creas. Estoy encantada con el cambio. En California me incorporé al proyecto cuando este ya llevaba 7 años en funcionamiento. Lo apasionante es estar desde el principio y observar los cambios, si es que se producen –matiza- y esa oportunidad sólo me la ofrece ahora mismo Barcelona. Es una gran responsabilidad aunque, claro, no voy a estar sola, todo el equipo se involucra lógicamente pero, en verdad que el trabajo de campo es el más exigente y a la vez el que más me motiva.

Se ve de lejos que le apasiona el proyecto y su trabajo. Se le nota en la cara, en cómo se le enciende. La gente que hace lo que le gusta no habla del trabajo como si fuera trabajo, sino como si fuera su mayor hobby. Se le escapan continuamente ligeras muecas de sonrisa por entre la comisura de los labios y eso te acerca a ella con complicidad, como si te estuviera contando que ha descubierto un tesoro y estuviera compartiendo contigo el secreto.

-Como te andaba diciendo esta mañana, ahora precisamos voluntarios que puedan estar interesados en formar parte del estudio para preseleccionarlos. Puesto que buscamos personas en tu franja de edad… Disculpá he asumido que andás entre los treinta y los treinta y cinco años ¿no es cierto?

-Sí, así es, estoy justo en el medio, tengo treinta y nueve.

-¡Perfecto! -dice con un gesto de asentir con la broma- … Entonces pensé…. Hahaha, ya te vi la intención. Sí, sí, ya sé que no lo ibas a preguntar pero no tengo problemas con mi edad, tengo cuarenta y uno. Bueno, como te decía pensé que tendrías amigos en esa edad, algo por debajo de la tuya, con los que pudieras comentar esta posibilidad. Llevo acá dos meses pero casi no salí de la facultad ya que con los colegas de la UB estamos adaptando los test de evaluación a la idiosincrasia mediterránea… Quiero decir que no tuve tiempo de salir prácticamente, ni organizar el networking necesario. En realidad debo decir que es importante que los candidatos no sean amistades de los investigadores para evitar, entre otros, desviaciones de criterio.

-Ah, bueno, eso me excluye a mí. Ya somos amigos ¿no?

Esto último se lo digo mientras le guiño el ojo izquierdo sin acordarme del golpe contra la silla del INEM, con lo cual el guiño acaba siendo una mueca de dolor que hace que se le escape a ella una sonrisa por el lado derecho de la boca acompañado de una breve carcajada casi gutural.

-¿No deberías ir al médico a que te mirara el golpe? Parece serio -pero lo dice intentando ocultar una sonrisa que se le acaba escapando-.

-Oh no, no te preocupes, no es nada. Cada vez que llueve acaba uno así en esta ciudad.

Se ríe ahora abiertamente. Es curioso, se ríe más como un chico de dieciocho años que como una mujer de cuarenta y uno. Es una sonrisa amigable, masculina hasta cierto punto, como la de un camarada de juventud. Te da cierta confianza.

-Bueno, he de decirte que yo llevo algo más tiempo que tú en esta ciudad, unos 39 años -iba a volver a guiñar el ojo izquierdo pero rectifico a tiempo y lo hago con el derecho, quedándome al final el gesto en una suerte de tic nervioso en la mirada- y tampoco tengo muchos amigos, no obstante lo comentaré con un par de ellos a ver si podría interesarles. ¿Cuáles son las condiciones exactamente? ¿Qué se les exige, qué se les ofrece?

-Gracias Josué, te lo agradezco de veras. No se les exige gran cosa, más que se comprometan con el proyecto una vez se inicían. No han de pagar nada a pesar de que gran parte del entrenamiento es, en cierto modo, bastante caro, te hablo de miles de euros,  pero como la nuestra es una intención puramente científica no cobramos nada absolutamente, estamos debidamente financiados. Lo que si se les pide es que pasen un test previo pues los requisitos de acceso están estrictamente definidos y si su perfil no encaja no podemos incorporarlos. Por cierto, esto me hace pensar en decir que el compromiso con el proyecto implica hacer regularmente unos test de evaluación donde se le van a preguntar aspectos personales y, hasta cierto punto comprometidos de su vida personal. Pero también he de decir que toda la información se trata con carácter confidencial y no sale más allá del ámbito de los investigadores.

-Y… ¿van a cobrar algo por participar?

-Me temo que no.

-Eso reduce mi lista de amigos a uno o a ninguno… -se me escapa una sonrisa que ella no acaba de compartir-.

-No van a cobrar nada en forma de retribución pero pensá que gracias al programa van a poder controlar sus vidas ellos mismos de una manera que hasta ahora no habían podido ni imaginar.

-Y cuando dices un test previo para ver si reúnen las condiciones ¿qué tipo de condiciones son?

-Oh, nada complicado, evaluamos su entorno social, su coeficiente intelectual y ciertos aspectos de su psique. También medimos el biocampo mediante un escáner.

-Oh, menos mal que no era nada complicado -último sarcasmo de la mañana, lo prometo-.

-No creas…. Lo que quiero decir es que si bien evaluamos varios criterios, no buscamos a priori cualidades excepcionales.

-Sí, ya me acuerdo, lo de la gente “normalita”.

-Eh… ¡tal cual!

Bueno, esto llega a su fin. Lo cortés en estos casos es que yo haga ver que tengo intención de pagar la cuenta puesto que he consumido más que ella, ella dirá que no, que había dicho que invitaba ella y otras protocolarias frases, yo pondré cara de inconformidad y la dejaré que gane y me invite.

-Bueno pues, seriamente hablando, voy a hacer lo posible por comentar con un par de amigos la idea, a ver si puedo convencerlos. Te digo algo tan pronto vea las reacciones ¿te parece?

-Oh, buenísimo, te lo agradezco de corazón Josué.

-¡Blasa, la cuenta por favor! ¿Me dejas que te invite? -le digo con una cara inventada de tipo franco y honesto-

-Oh! Pues muchísimas gracias, sos realmente un encanto, Josué.

¿Un encanto? Lo que soy es tonto, no cabe duda. Acabemos esta broma que ya te ha salido bastante cara Josué. Vete para casa y haz lo posible por intentar sellar la cartilla del paro a través de internet porque, la verdad, sólo te faltaría que encima ahora te retiraran el subsidio. Eso si no te han filmado con cámaras y vienen a buscarte a casa después de la que has armado.

-Gracias Blasa, hasta la próxima.

-¡Hasta luego Josué!

-Bueno Gabriela, ¿Vas para casa? ¿Vamos juntos?

-No, aún no. Me regreso a la UB, aún me queda mucho trabajo hoy. Esta noche he de partir para Lisboa; un viaje relámpago, pero inaplazable.

Casi mejor, pienso. Si está la policía en la puerta esperándome a causa del espectáculo de esta mañana en la oficina del INEM, hubiera sido un poco bochornoso.

-De acuerdo pues, aquí nos despedimos entonces –respondo acercándome a ella para darle dos besos-.

-Ciao Josué

Veo que se aleja con su abrigo negro, sus tacones y su caminar resuelto. Sin duda ese abrigo oculta una bonita silueta, y esos hombros sujetan una cabeza muy bien puesta. Creo que me ha visto venir desde el principio. Lo cierto es que no sé por qué demonios me ha engatusado. Realmente no sé qué quiere de mí ¿mis amigos? Pero si yo no tengo amigos de esos y si los tuviera ¿cómo les iba a contar semejante historia? ¿Qué clase de amigo sería?

-Gabriela, por cierto ¿El proyecto? ¿Tiene algún nombre en clave o algo así? Ya me entiendes –le grito antes de que pueda dejar de oírme-.

-Sí, así es. Se llama “Meta”

 

IV – Última Llamada

 

 

Otra vez la melancolía. Hoy me ha podido por sorpresa, no la le visto venir. No llueve, pero por mí podría llover. Hoy no es día. Hoy no es nada. No tengo ganas de llorar, pero tampoco de reírme.

-¿Sí, quién es?

-¡Zacarías! Hola Zacas, ¿Qué tal? Es temprano, lo sabes ¿no? Si estás en el paro, las nueve y media de la mañana es temprano. … Sí, sí, los conozco. Trabajé para ellos hace unos años. …..Sí. ….Ah, …. ¡Estupendo, genial! Me visto y voy para allá. ¡Gracias Zacas! ….Vale…. Sí, vente luego por la tarde…. De acuerdo, sí. Hasta luego pues. Un abrazo…

Zacarías, qué personaje y qué buen gesto ha tenido. Buscan un nuevo motorista en la agencia de mensajeros en la que él trabaja ahora y ha pensado en mí y ha telefoneado. Cree que si me doy prisa tengo opciones para quedarme el puesto.

Zacarías es una de esas almas que van y vienen en la vida de uno. No sabes por qué aparece ni por qué después pasan meses sin saber nada de su vida. Pero nunca tienes la sensación de que estén de más cuando vuelves a verlos. Tiene el hábito de la  marihuana y, sinceramente creo que trabaja con el único fin de podérselo costear puesto que vive aún con sus padres, vestido, y alimentado ad libitum por su santa madre, y ciertamente nunca le he visto la menor inclinación a emanciparse. Viste como si toda su ropa tuviera una o dos tallas de más de la que le conviene. Se afeita dos veces al mes, el uno y el quince de cada mes. Él es así; tiene sus rutinas, no muchas, pero irrenunciables. Siempre he pensado que el afeitado coincide con las únicas veces en las que se ducha, pero nunca he acabado de preguntárselo. Por lo demás tiene una sonrisa franca, algo inestable, pero eso es por culpa de la marihuana. Los ojos vidriosos y una manera de caminar sosegada, muy sosegada. De hecho, camina tal y como conduce la motocicleta. Creo sinceramente que es el mensajero más lento de la ciudad. No sé cómo le salen las cuentas. Conduce un ciclomotor antiguo, una Vespino de los ochenta, que él cuida y mima como si se tratara del retrato mismo de la Gioconda. Cuando va encima de la motocicleta tiene una posición tan recatada y forzada a su vez que parece que no la quiera ni tocar. Pensarías que va sufriendo por causa de alguna descomposición intestinal si no fuera por la imborrable sonrisa que siempre lleva puesta; haga frio, llueva o nieve. No importa lo que suceda a su alrededor o sobre su cabeza, Zacarías siempre está sonriendo cuando está sobre la motocicleta, aunque ésta esté parada. Lleva un casco como el mío, abierto en el rostro y sin visera. En mi caso es por pura penuria económica. En el suyo es porque como fuma también cuando va sobre la motocicleta, necesita tener el rostro despejado para sostener el porro con la boca. Es bastante alto y delgado, con un porte algo encorvado. Tiene un extraño ritual con su cabello que por cierto nunca parece estar limpio del todo. Lo deja crecer siempre hasta que éste le llega a los hombros y, ese día, se va al peluquero y se rapa como si fuera un cadete militar y vuelta a empezar. Así que no sabría decir mucho más de su aspecto físico. Por lo demás, su conversación es siempre mística, no hay otra opción con él. Si hablas de política, todo acaba con él en las “fuerzas oscuras que nos gobiernan”. Si le hablas del tiempo, acabarás hablando de “por qué las gotas de lluvia van de arriba abajo y no al revés”. Sí, así es, la conversación de las gotas la hemos tenido ya varias veces. Se lo he intentado explicar en más de una ocasión pero para él el misterio no se responde tan “banalmente” con “lo de la fuerza de la gravedad esa”, para él hay “intencionalidad” en el movimiento descendente de las gotas.

Lo que a Zacarías de verdad le seduce es la contemplación de la obra de Dios como él mismo afirma. Pareciera que ha venido al mundo sólo para eso, y a menudo le envidio ese sentimiento.

Necesito el trabajo, no puedo perder la oportunidad. Un afeitado rápido, ducha rápida también y nos vamos para allá. ¿La melancolía? La melancolía no te cabe cuando tienes cosas que hacer. Mañana veremos.

V – La Vida insiste

 

 

Salgo ahora de la agencia. La entrevista ha ido bien, en realidad ha sido muy breve puesto que ya me conocían, tan sólo querían asegurarse de que la motocicleta y yo estábamos listos para empezar mañana viernes. Les he dicho que sí, claro; mañana me va perfecto. De camino a casa llenaré el depósito y así ya no hará falta perder tiempo en ello.

Llevaba unos días sin coger la motocicleta y ya lo echaba de menos. No hace sol, está nublado, pero no llueve. Es cuanto hace falta para  que uno se sienta un poco dueño de sí mismo y gire la muñeca sobre el puño del acelerador para adentrarse en el corriente sanguíneo de la ciudad.

El tráfico a media mañana no es tan terrible como en hora punta. Puedes contemplar el ritmo a medio latir de la ciudad entre frenesí y frenesí. Por la acera ves algunos ejecutivos que hacen ver que están ocupados, camiones de reparto en doble fila haciendo las últimas entregas de la mañana, y a los siempre animados escolares que regresan a casa para comer, a Sophie, a…. ¿a Sophie? ¡Hola Sophie, aquí, Josué! Me mira, me está mirando, levanta la mano ¡Sonríe!

-¡Ay, joven! ¿Qué se ha hecho daño?

-¡Argshhhhhhhh….!

-Pero hombre… ¿Qué no miras? ¡Ya me has arreglado el día! Ahora a pasar la tarde en el taller para reparar el parachoques. ¿Por cierto, estás bien? ¿Qué tienes en la cara? -me dice el conductor del taxi-

Junto con los paraguas ciegos, los taxistas de esta ciudad son también parte destacada de los ejércitos del mal enviados desde el más allá para torturar nuestras vidas. Si hay algo parecido a un cliente en una acera, basta con que éste ingenuamente levante el brazo, aunque sólo sea para rascarse una oreja, para que el taxista, siempre alerta como ave rapaz, no vea mejor ocasión para desplegar su ofensiva contra cualquier insensato que le siga por detrás o esté próximo a él. Aprieta entonces el taxista el pedal de freno como si la vida le dependiera, para eso sí, ya después, poner el intermitente. Cuando el intermitente se enciende por primera vez el coche ha pasado de 50km por hora a detenerse por completo en menos de metro y medio y tu ya te has estampado contra la parte trasera del vehículo y, como en mi caso, has volado sobre el maletero para estrellar tu cara contra una especie de aleta dorsal que llevaba en el techo del coche a modo de antena.

-¡Argshhhhhh…!  ¿Qué le pasa a mi cara? ¡Oh, noooo…., la motocicleta, tiene toda la horquilla delantera inservible!

-¿Pero está usted bien, joven?

Me dice, mientras sigo en el suelo, la mujer de edad avanzada que por lo visto iba a tomar el taxi. Pero es en ese momento, justo por detrás de su hombro, que veo aparecer el sol en forma de la cara de Sophie. Abre sus preciosos ojos y me pregunta…

-¿Cómo estas Josué? ¿Estás bien?

-Sí, sí, más o menos Sophie. Todo bien -digo aún desde el suelo mirando hacia arriba- ¿Y tú, todo bien?

-Sí, claro, llevaba a Armand a casa para la comida y hemos visto lo que ocurría ¿Necesitas que hagamos algo por ti?

Le respondo que no hace falta con un gesto de la cabeza. Ella todo lo dice con un delicado acento francés y con su boca redondeada. Armand es su hijo, de unos seis años. Se casó muy joven con un tipo de Murcia que vivía en Barcelona. Él los abandonó al poco de nacer Armand, y ella decidió quedarse aquí.

Se amontona la gente a nuestro alrededor y la pierdo de vista. Lástima. El taxista ya vuelve del interior del vehículo con la documentación. Está impaciente por hacer los trámites y deshacerse de mí. Por supuesto, como siempre pasa en estos casos, el que va detrás siempre es el culpable, así que, con mi seguro a ultra terceros me tocará a mi pagarme la reparación, amén de perder el trabajo que acababa de conseguir pues necesitaré al menos una semana para reparar el siniestro y, seguramente, un préstamo para hacerlo. El de la agencia estaba impaciente porque el nuevo motorista empezara mañana viernes, así que tendré que comunicarle lo ocurrido. Algo no funciona en mi vida, es evidente.

VI – Humo y Cosmos

 

 

-Hola Zacarías, pasa, adelante.

-¿Cómo estás? ¿Te duele?

-Pues la verdad es que no sé si es el golpe o la vida misma, pero algo me duele.

-¿Cómo estás tú?

-Bien, me dejo llevar por la corriente, ya sabes. ¿No te importa que fume, verdad?

-No, no, adelante ¿quieres una cerveza o una copa?

-No, ya sabes, nada de alcohol, yo sólo consumo agua, zumos y cocina macrobiótica. Vida sana, amigo, vida sana.

-Sí, es verdad, perdona, lo olvidé.

Lleva fumando marihuana a diario como si fuera tabaco desde los catorce años, eso sí, pero en todo lo demás, es verdad que está muy concienciado y cuida mucho su alimentación.

-He hablado con mi jefe, pero dice que no puede esperarte.

-Sí, lo imaginaba, se veía que quería a alguien para ya. He ido al taller. La broma no va a salirme barata. Le he preguntado al mecánico si me la puede arreglar y que ya le pagaría la reparación cuando empezara a trabajar. Me ha dicho que al menos le he de pagar la mitad ahora, así que tengo que ver cómo me las ingenio.

-Es el cosmos tío. El mecánico no es más que un instrumento del cosmos. No le des más vueltas, ese trabajo no debía ser para ti. Piensa que a lo mejor este accidente de hoy ha evitado que tuvieras uno mucho peor mañana. No tenemos el control de nuestras vidas y cuando queremos tomar el control, algo más poderoso que nosotros nos arrebata las riendas. Yo al menos lo veo así.

-Es curioso que digas eso, ayer precisamente la chica argentina de abajo me proponía que involucrara a  amigos o conocidos míos en un programa de auto gestión o algo semejante para, precisamente, controlar sus vidas dijo.

-¿Te has golpeado en los dos lados de la cara?

-¿Eh? Ah, no. Este otro morado es de ayer por la mañana. Un día difícil, luego te cuento.

-¡Menuda cara llevas! –dice rompiendo en una sonora carcajada, que me contagia-.

-¿Quieres? -me dice ofreciéndome el porro-.

-No, ya sabes, yo sólo alcohol, mujeres, carnes rojas y otros condimentos vitales, pero drogas no, vida sana amigo, vida sana.

-Por cierto ¿crees que podría interesarte?

-¿El qué?

-Lo del programa que propone la chica argentina, la que vive aquí debajo.

-¿Cómo está?

-Jajajajaja… Está muy bien, la verdad, pero creo que está muy centrada en su trabajo y pienso que hay otros investigadores de por medio también. Vaya, que no creo que sea algo a solas con ella.

-Ya…  ¿Y cuánto pagan?

-Pues según me dijo ayer, nada.

-Es el cosmos tío, es el cosmos, si no hay nada que hacer con ella y por otro lado no pagan nada, está claro que no es para mí, el cosmos no lo quiere para mí ¿Qué le vamos a hacer?

Nos reímos los dos de nuevo. Yo me palpo el vientre mientras discretamente se me retuerce el gesto. Me mira interrogándome. Le digo no con un ligero movimiento de cabeza.

-Por cierto, ¿qué pasó?

-Me distraje mirando a Sophie. Iba con Armand de la mano. Por lo visto salían del colegio, la saludé y ella me saludó y, chico, cuando me miró y levantó la mano para saludarme, ahí precisamente se me olvidó que los taxistas andaban sueltos y descontrolados.

-Ah…, Sophie, qué mujer ¿verdad? Lo entiendo, pero casi mejor si la próxima vez te paras primero y luego la saludas.

-Sí, lo sé, pero es que no pensaba que me fuera a devolver el saludo, siempre me parece que no me ve.

-¿Te importa si me hago otro?

-No, adelante.

-El chaval que tiene es majo, ¿no? Se parece a ella, afortunadamente.

-Sí, desde luego. No sé qué clase de imbécil puede dejar a una mujer así. Cómo dejar de quererla. Por una mujer así se roba, se mata y se hace durante toda la vida si es necesario. El mundo está mal hecho Zacarías. Mal repartido, mal gobernado…

-Mi madre siempre dice que quién no te quiere es que todavía no te merece.

-Tu madre es muy sabia Zacas, muy sabia. Pero en verdad te digo que a mí me gustaría merecerla.

 

Zacarías se ha quedado hasta hace bien poco. Hemos estado escuchando casi todo el álbum de Trojan Reggae Chill-Out. Le gusta especialmente. Nos hemos reído un poco más cuando le he contado la historia del INEM y como de costumbre ha acabado hablando de una de sus teorías. La de hoy era que nuestras vidas sólo eran una fantasía de nuestra conciencia. Es probable que no vuelva a saber de él en meses. Zacarías es así.

Después me he puesto frente al ordenador y he buscado “Gabriela Zimmermann”. Han aparecido solamente un puñado de artículos, no llegaban a una página entera. A través de uno de los enlaces he descubierto una versión de Google que no conocía llamada Google Académico, que está especializada en localizar documentos científicos como artículos, tesis, libros y resúmenes de fuentes diversas publicados en revistas científicas y bibliotecas. Ahí sí he encontrado docenas de artículos en los que ella aparece, bien porque son relativos a conferencias o publicaciones suyas o bien porque son artículos de otros investigadores que citan algunos de los trabajos de investigación de Gabriela Zimmermann. La lista era interminable, sin embargo no he encontrado nada relativo a Meta por más que lo he intentado. Después he vuelto al Google normal a recuperar una reseña que aparecía al final de la lista de mi primera búsqueda y que me ha parecido curiosa. Era una web que informaba sobre el significado de los nombres y allí es donde he leído que el nombre de Gabriela significa “La fuerza de Dios”.

 

VII – La Palabra es “Conexión”

 

 

-Sí, voy… -escucho a Gabriela responder a través de la puerta de su apartamento-.

-Hola Josué ¿Qué hacés? Buen día.

-Hola Gabriela, buenos días ¿Cómo estás?

-Bien ¿y vos? Pero, Josué… ¿qué te ha pasado de nuevo en la cara? ¿Llevás otro morado? ¿Puede ser? No me digas que fue otro paraguas… -se le escapa una de sus ladeadas sonrisas-.

-Ah, no, no… Un accidente con la motocicleta.

-Oh! ¿Y estás bien? ¿Te hiciste algo grave?

-No, sólo la cara y… bueno, la motocicleta sí, la moto sí que acabó mal. Pero yo estoy bien.

-Bueno, siento lo de la motocicleta pero me alegro por vos. Dime. Me agarrás saliendo.

-Ah, bueno, sí, lo imaginaba. Sólo quería decirte que de momento no he tenido suerte con ningún amigo mío y que quizás sucede que debería saber más del proyecto. No sé, me gustaría, si tú estás de acuerdo, que me expliques un poco más. Cómo son las técnicas, qué es lo que hacéis exactamente… Pienso que debería saber un poco más para poder explicarlo bien. ¿Qué opinas?

Se me queda mirando como si estuviera intentado calcular mi peso, mi densidad ósea o mi ritmo cardíaco.

-¿Sabés qué? Andaba ahora hacia la Facultad ¿Por qué no me acompañás y charlamos allá un rato? ¿Podés?

-Sí, sí, puedo… no quisiera alterarte los planes ni nada de eso ¿Seguro que te va bien Gabriela?

-Créeme, si no me fuera bien, no te lo propondría.

Me dice con una sonrisa mientras me sigue mirando a los ojos con el mismo ánimo evaluador. Lleva su mano hacia atrás, sin dejar de mirarme, toma unas llaves de un escritorio y tira de la puerta cerrándola detrás de su espalda. Se pone delante de mí y juntos nos vamos escaleras abajo para salir a la calle.

-… y dime ¿qué pasó?

-¿Perdón?

-El accidente, la motocicleta…. ¿Qué ocurrió?

Durante el trayecto hacia la parada de metro le cuento el accidente con el taxista, lo que implica ponerla al corriente de la anécdota con Sophie. Enseguida se interesa por saber más de mi relación con Sophie. Le aclaro que la palabra “relación” es demasiado grande para definir lo que sea entre Sophie y yo. De hecho, le digo,  hasta ayer creía que ella ni sabía que existía y hasta fue una sorpresa comprobar que se acordaba de mi nombre, pues sólo habíamos intercambiado algunas palabras una vez que coincidimos en la fiesta de inauguración de una tienda de ropa que abrió en el barrio, y a la que invitaron a varios vecinos que pasábamos por allí a esa hora. La tienda cerró a los dos meses y medio. Para mí fue una premonición le digo. Mientras esperamos el metro, me fijo en las paradas y entonces le pregunto.

-¿A cuál vamos? ¿A la de Diagonal o a la de Plaza Universidad?

-Vamos un poco más lejos. Espero no te importe. Tenemos asignadas unas instalaciones en el Campus de Hogares Mundet, que es donde la UB  tiene ubicada la facultad de Psicología y donde se forman también los profesores.

-¿Hogares Mundet? Vaya, sí, eso queda algo más lejos, pero no sabía que hasta allí llegarán los intereses de la UB. Hace años que no voy por esa parte de la ciudad. Sé que son varios edificios como dispersos y que hay varias hectáreas de bosque alrededor y jardines que separan los bloques. De hecho está a los pies de la sierra de Collserola ¿verdad? En cierto modo retirado de la ciudad. Un sitio algo … atípico ¿no crees?

-Bueno, para nosotros está bien. Allí tenemos más paz y podemos trabajar más discretamente.

-¿Necesitáis discreción?

Gabriela rompe en una carcajada -No te preocupes, no hacemos nada ilegal- dice al fin sin disimular su humor.

Me gusta su manera de sonreír. Sentados el uno junto al otro, en el vagón del metro, puedo observarla de perfil. Es realmente interesante ver cómo su sonrisa se hace con su cara, y ahora por fin veo el elegante trazo que dibuja su nuca. Cuando se retira los rizos de su cara observo que  sus ojos son grandes, negros y saben guardar secretos.

Enseguida que sales del metro de Mundet y te encaminas hacia el complejo ya puedes ver el singular campanario aplanado y rectangular de su iglesia. Es sencillamente feo, como un gigante ciego, con una gran boca abierta en vertical que te enseña la lengua, pero hay que decir que es útil para tener siempre un punto de referencia y orientarte en una parte de la ciudad que no es precisamente urbana.

-Eh… ¿No vamos hacia el edificio de psicología? -le pregunto al ver que nos dirigimos en la dirección opuesta que marca el cartel-.

-No, nosotros tenemos asignada un ala del Palau de les Heures? ¿Lo conocés? Bueno, te encantará, es un lugar realmente lindo.

Después de avanzar atravesando jardines y cruzando una sinuosa carretera, accedemos al Palau de les Heures por una larga y amplia escalinata central rodeada de exuberantes jardines. Se trata de una suerte de “Chateau” mitad color salmón mitad ladrillo viejo, con dos grandes torres circulares en los extremos y dos más pequeñas en la parte posterior, dos alturas y tres naves conectadas transversalmente, además de un apéndice en el ala de la parte Este. El centro del tejado está coronado por un templete octogonal recubierto de cristal que hace las veces de mirador y de “linterna” para proporcionar luz dentro del edificio.  Es una construcción majestuosa y a la vez algo inquietante. En el interior veo que los techos altos predominan, unidos por varios arcos,  y no deja de llamarme la atención un suelo arlequinado de baldosas blancas y negras que le da una extraña profundidad al pasillo que une de lado a lado la planta baja del palacio. Mientras subimos por una escalera observo su nuca y su caminar decidido. Hoy lleva una blusa morada, con  falda negra y medias también negras. La escalera es de mármol y avanzamos después por un amplio pasillo con grandes vidrieras a ambos lados, que muestran toda la frondosa vegetación que rodea el entorno. Pienso que si hoy fuera un día soleado el espectáculo sería soberbio, pero este marzo no quiere lucir.

La sigo entonces hasta un gran sala, con grandes ventanales a dos paredes y techos altos y artesonados. No hay muebles más que dos sillas en el centro, enfrentadas la una con la otra. Son de esas sillas de universidad con el brazo derecho practicable para utilizarlo como mesita. Esas sillas siempre me han parecido muy discriminatorias para los zurdos.

-¿Josué, serás tan amable de esperarme aquí no más de un minuto? En seguida estoy con vos.

-Sí, claro, no te preocupes.

Desde el umbral de la puerta me mira a los ojos y despliega una ligera sonrisa de complicidad antes de salir cerrando la puerta tras de sí.

Me acerco a uno de los ventanales y observo la montaña del Carmelo y detrás de esta se adivina el resto de la ciudad. El día es tan gris, me digo, que si el mar está ahí detrás se confunde entonces con el cielo, pues no acabo de distinguirlo.

Poco más de cinco minutos después Gabriela vuelve a entrar en la sala, trae la misma sonrisa, una carpeta bajo el brazo y una botella de agua con dos vasos de papel en la otra. Se sienta en una de las sillas y con un gesto de la mano me invita a sentarme en la otra. Ella cruza las piernas. Me fijo en que tiene las rodillas de un futbolista, pero como su estructura ósea es toda ella fuerte, sus rodillas no sólo no desentonan sino que mejoran el conjunto al hacerlo más armónico. Me pregunto si todas las mujeres argentinas son como ella.

-¿Así que eres de Buenos Aires? Nunca he estado allí. Bueno en realidad nunca he estado en Sudamérica.

-No, en realidad no. Yo soy de Tucumán, al noroeste de la Argentina, a unos mil trescientos kilómetros al norte de Buenos Aires, una zona subtropical muy verde y rodeada de selva. Allí viví hasta los catorce años. Más tarde, a mi padre lo trasladaron a Viedma y con él fuimos todos. Viedma es una ciudad chica, que queda al Este del país, en el Atlántico, pero mucho más al sur. Queda como a unos novecientos kilómetros por debajo de Buenos Aires. Es en verdad una ciudad linda, que queda al costado del río Negro y muy cerca del Océano, a unos veinte kilómetros no más. Pero sí, finalmente me trasladé a Buenos Aires, cuando inicié mis estudios universitarios, en Viedma no había opción. Viedma es ya región Patagónica. Muy distinto a Buenos Aires y más distinto aún que Tucumán. Viedma y Tucumán son el desierto y la selva, así que imaginate qué diferente es aún para mí Barcelona. Allá en Viedma es conocido porque a poco de allí hay una reserva natural donde podés observar cada año ballenas, orcas y lobos marinos desde la misma playa. Quizás has oído hablar, no sé. Tucumán es todo lo contrario, allí habita el jaguar y no muy lejos de allí los guanacos.

Como realmente no sé de qué me habla prefiero guardar silencio, pero mientras hablaba de su ciudad natal me siento más cómodo. Ella deja de estar ahí “arriba” y me parece más asequible.

-Bueno, dejame Josué que te cuente un poco cuáles son las bases de nuestro trabajo aquí e intentar introducirte en las Súper cualidades ¿te parece?

-¿Súper cualidades? Sí claro, por favor.

-Bien… Quiero empezar contándote sobre una noticia del diario Daily Telegraph que publicaban el veintiocho de enero de dos mil catorce. Era una noticia relativa a un laboratorio farmacéutico de Bélgica que estaba a la búsqueda de “superhumanos”. El título del artículo era: Drug company launches global hunt for 'superhumans'  ¿No sé si lo llegaste a leer?

-Eh… no, no. Creo que ese día no leí el Daily Telegraph –ella responde con una mueca de complicidad que yo le devuelvo. Todavía no es mediodía, tengo licencia para sarcasmos-.

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