Meta

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Hace una pausa teatral y me mira esperando mi reacción. Sus ojos son borrosos hoy y su aliento se confunde con la brisa. A veces pareciera que no está.

-Venga Gabriela, cuéntalo ¿qué pasó?

-Te digo, ya voy…. El frasco que recibió todos los días la palabra “gracias” quedó suavemente fermentado y con un agradable olor. Mientras que el arroz en el frasco que había sido insultado durante todo el mes, estaba putrefacto y maloliente.

-¿En serio? Me cuesta creerte.

-Sí, y esto fue lo que inspiró como digo la siguiente fase de la investigación de Masaru Emoto. Se pasó entonces a etiquetar las botellas de agua con etiquetas que contenían distintos mensajes. Unos de carácter positivo y otros de carácter negativo, y descubrieron entonces que, tras la exposición del agua a mensajes positivos como “gracias”, “amor”, etc, el agua, una vez congelada y pasada por el microscopio, mostraba cristales perfectos y de gran belleza, mientras que los que habían sido expuestos a mensajes negativos, no eran ni capaces de formar cristales completos y estructurados, e incluso mostraban figuras desagradables.

-¡Vaya! Es realmente sorprendente. Y dime ¿cómo llegamos de ahí a vuestras botellas etiquetadas? Entiendo que el agua pueda ser sensible a un tipo de mensaje; es una innovación para mi, está claro, no entiendo mucho de estas cosas, pero… ¿Cuál es vuestro objetivo al etiquetarlas y consumirlas? Por cierto, ahora que pienso, yo también las he consumido.

-Te entiendo, Josué, en este campo no tenemos certezas absolutas, no aún, aunque el equipo de California trabaja en ello. También es cierto, como ya sabes, que nuestro ámbito de actuación utiliza muchas herramientas que son todavía experimentales. Pues bien, el caso del agua es una más de ellas.

-Sí, de acuerdo, pero ¿Por qué?

-Josué, si el agua es capaz de retener un mensaje y es capaz de transmitirlo, entonces esto es una revolución en el campo de la medicina homeopática; la sustenta absolutamente. Piensa que ya hay tratamientos médicos a partir de agua tratada mediante resonancia magnética que ya se aplican en algunos países con respaldo oficial. Entonces… Josué, pensá, el cuerpo humano es en un setenta por cierto agua, y sospechamos que una pequeña porción de agua debidamente equilibrada, puede transmitir sus, llamémosle “vibraciones” a otra porción de agua mayor cuando éstas entran en contacto, cuando se mezclan. Lo que quiero decir es que, todo apunta a que  a través del agua, podemos hacer entrar en el interior de un cuerpo un sentimiento o una emoción determinada, incluso una actitud, sin necesidad de utilizar fármacos ni drogas, ni nada parecido ¿Me entendés lo que quiero decir, Josué?

-Pero Gabriela, si así fuera, ese sería un proceso muy lento ¿no?

-No tan lento Josué, no tan lento; el agua cambia muy rápido su estructura, más rápido de lo que te imaginas. La vibración es tan instantánea como las ondas que forma una piedra que lanzas contra el agua en reposo de un estanque. La piedra sólo impacta en un punto determinado del espejo de agua, pero su efecto se transmite en segundos a todo el estanque. Del mismo modo que las palabras positivas o negativas que escuchamos nos afectan inmediatamente en nuestro estado de ánimo, del mismo modo se afecta el agua y como puedes imaginar, ahí está el principio que nos inspira; la oportunidad de generar una vibración desde dentro, desde el interior de la persona, actuando por detrás de las defensas de la conciencia y de la razón.

 

Nos despedimos en la escalera que está toda en llena de escombros a causa de las obras del ascensor. Entro en mi apartamento. Mi dirijo directamente a la nevera, tomo una botella de agua mineral y vierto su contenido en una botella de cristal transparente. Saco de un cajón unas etiquetas adhesivas para sobres postales que hacía tiempo estaban ahí acumulando polvo y engancho una grande en la botella. Escribo sobre la etiqueta blanca, con la mejor letra de la que soy capaz la palabra “Poder”.

 

 

XXIX – El Peso de Uno Mismo

 

 

Llueve y no parece que vaya a dejar de hacerlo. Hoy es un buen día para llover. Me ha despertado la llamada de Mercedes. Uno de los mensajeros le había explicado que Zacarías había tenido un accidente y que yo debería saberlo. Deambulaba solo por las calles, de madrugada. Dudó a la hora de girar a la derecha en un cruce y un vehículo distraído lo embistió y lo derribó. Rodó por el suelo hasta que su nuca golpeó el bordillo de la acera. Ha muerto ahí mismo, instantáneamente, como si la muerte no tuviese dudas.

Hoy es un buen día para llover. A través de las ventanas veo el cielo gris oscuro, con unas vetas de luz aquí y allá que lo atraviesan. Las gotas que caen son finas y tan ligeras que antes de que toquen el asfalto las azota el viento hacia arriba de nuevo. El viento y las minúsculas gotas hacen que la gente no acabe de desplegar sus paraguas, y pasean sin rumbo aparente en sus indiferentes vidas, dejando de vez en cuando que la luz cenital, abriéndose paso entre el espumoso plomo de las nubes, les ilumine sus cabezas y sus hombros.

No sé cómo debería sentirme, ni sé decir adiós. Pero sí sé que a Zacarías le gustaría ver cómo las gotas de agua no llegan al suelo y algunas, incluso, vuelan de nuevo de regreso a las nubes. Le gustaría ver cómo puede aparecer el sol en lo alto mientras llueve, y pasear con su motocicleta entre la gente, entre el tráfico, sintiendo el aire frío en la cara. Tener tiempo para observar la obra de Dios, ese era el verdadero privilegio de la vida, decía. Tener tiempo, para ser, para estar, aquí y ahora. Parece sencillo y qué difícil es.

Es curioso, he tenido miedo por él, ahora, cuando ya estaba muerto, qué absurdo. Supongo que aceptamos la muerte pero no el sufrimiento. Las personas jóvenes no deberían morirse pues nunca te has despedido lo suficiente, y sin embargo, mueren.

Las microscópicas gotas se adhieren a los cristales. Algunos de los árboles que hacen guardia en las aceras han empezado a sacar sus primeras hojas. El húmedo verde sobrevolando el asfalto anuncia la primavera y promete renovación.

Antes tenía tiempo para mirar la lluvia a través de las ventanas. Podía pasar el día entero sin hacer otra cosa.

Escucho “Sometime later” de Alpha, que suena lejano como las gotas cuando golpean los cristales. 

 

And now

Old dummy day

I know

Is over this way…

 

Puedo imaginármelo, anoche, con su peculiar manera de llevar su motocicleta, zigzagueando por un carril sin tráfico, la cabeza echada ligeramente hacia atrás, exhalando el humo de la marihuana por la comisura de los labios, mientras sus ojos vidriosos se posaban en las ventanas que allá, en lo más alto de los edificios, aún desprendían luz, y sumido en sus peculiares pensamientos imaginando cómo discurrirían las vidas allí encerradas, en esos pequeños escenarios privados, y caigo entonces en la cuenta de que la mía estaba apagada a la hora que él pasaría por delante de mi casa.

Me gustaría poder decirle adiós. Que viera las gotas que no caen al suelo. Las gotas que como él, no creen en la gravedad como razón única de todas las cosas. Que no todo cae por su propio peso. Que no todo es el peso de uno mismo.

Me gustaría no sentir esto, porque no sé sentirlo. Me aterroriza el dolor, no lo comprendo. El dolor te aísla del mundo. Te hace pensar que no hay nadie más que tú existiendo. Que sólo sufres tú.

Una vez leí que el dolor no era más que una pregunta que reclama una respuesta. Pero sigo sin entenderlo. Y me duele.

XXX – Pitágoras y la Mujer

 

 

La noche es serena y apenas una leve brisa pasea por las calles del Born. El tráfico es ruidoso, como siempre, aunque esta noche parece menos. Llevo a Gabriela a cenar al Passadis del Pep, un restaurante al final de un estrecho pasaje que hay en la Plaça Palau de Barcelona. No hay carta, y te van sirviendo según van cocinado de acuerdo con lo que haya habido en el mercado esa mañana. Así te aseguras dos cosas; que todo será fresco del día, y que no has de tomar ninguna decisión, sólo dejarte llevar. Por la cara de Gabriela noto además que he cumplido el objetivo que le propuse, sorprenderla y descubrirle un rincón de la ciudad desconocido para ella hasta hoy.

-Es un sitio realmente lindo y nuevo para mí. Muchas gracias Josué – dice mientras me lanza una de sus cautivadoras sonrisas-.

-Gracias a ti por aceptar la invitación.

-¿Conocés bien el lugar? ¿Qué me recomendás?

-Pues verás, ahí está la gracia de este restaurante. No tenemos que elegir. Ellos nos van a ir sirviendo lo que va saliendo de la cocina. Cada día diseñan un menú completo según las verduras y demás ingredientes que hayan comprado en el mercado. El menú consta de varios platos, que uno tras otro nos irán trayendo para deleitar nuestro paladar.

-¿Diversos platos? ¿Y qué llevan? ¿De qué están hechos? – dice con el ceño medio fruncido y mirada de sospecha-.

-¿De qué están hechos? Pues Gabriela, pues… no lo sé, de verduras, pescados, carnes… no lo sé exactamente, ya te digo que improvisan cada día.

-¿Carne? ¿Pescado?

-Eh…, sí me imagino que sí. Oh, no me digas más ¿Eres vegetariana?

-Vegetariana y animalista –me suelta con una ligera mueca de culpabilidad-. Lo siento Josué, debí habértelo dicho. Como siempre tengo la opción de elegir de la carta platos que no lleven carne ni pescado, no suelo avanzar esa peculiaridad. No imaginaba que podía darse esta situación.

-No te preocupes, seguro que tiene solución, déjame hablar con el maître. Aunque en verdad pensaba que los argentinos eráis muy amigos de hacer grandes barbacoas ¿Eres la excepción? No me contestes, no hay duda de que eres excepcional.

La dejo con una sonrisa y cierto rubor en las mejillas mientas me dirijo a hablar con el encargado. Por suerte ya se han encontrado con casos similares antes, y se ofrecen a hacerle un menú adaptado, aunque algo limitado en comparación con la propuesta original, me reconocen.

-Así que eres vegetariana y…. ¿Animalista has dicho? ¿Sí?

-Sí, así es. Y créeme que lo siento. Parece que me hayas traído al sitio equivocado, pero no es así, Josué, no hay sitios equivocados, sólo momentos inoportunos… Si me hubieses traído aquí hace unos años no hubiera dudado en comer carne. Pero desde hace un tiempo, la observación del entorno y las propias investigaciones me han llevado a pensar mi manera de vivir de otro modo distinto a como lo hacía hasta ahora.

-¿Te molestará si yo no sigo tu régimen?

-Oh, no, faltaría más. Es una opción personal, Josué y no me perdonaría que tú no disfrutaras plenamente del menú que van a proponer hoy. El lugar es relindo, en serio, y no te quepa duda de que lo estoy pasando muy bien.

-Así lo espero. Y ahora cuéntame eso de ser animalista, por favor.

-Mirá Josué, quizás sí, quizás no exista un alma, pero si así fuere, resulta científicamente incontestable que de ser así, el alma es propia de, al menos, toda forma animal y no solamente de los humanos.

-¿Me estás diciendo que eres vegetariana por una cuestión de fe? Gabriela, eres la científica más mística que he conocido nunca, de verdad.

Deja ir una tímida carcajada, cuando sus ojos centellean el reflejo de las luces.

-Creo que tiene más de racional que de místico, al menos en mi caso. Fíjate que es a partir de la Biblia, del Génesis, que los que están en contra del animalismo se defienden, pues ahí dice que Dios dio al hombre derecho sobre todas las cosas para su alimento, y recoge incluso los sacrificios de animales. Aunque claro, también el Génesis se refiere a los esclavos con total naturalidad y le pide a Abraham que, por ejemplo, circuncide a todos sus esclavos. La verdad ¿no opinás que hubiera sido mejor que le hubiera pedido que los liberara y prohibiera la esclavitud en todas sus formas? –dice acabando la frase con una sonrisa irónica-.

-Ya veo…  ¿Estás insinuando que el comportamiento vegetariano  es propio de sociedades civilizadas y racionales y que lo contrario es lo propio de la mística y de actitudes atávicas?

-Bueno, ya te dije que es una opción personal, pero en mi caso prefiero pensar que he llegado hasta ahí a través de la razón, como Pitágoras, y no por el camino de la superstición.

-¿Pitágoras?

-Sí, a él se le conoce como el primer defensor de los anímales. Estaba convencido de que humanos y demás animales compartían el mismo tipo de alma. Creía que el alma era inmortal, hecha de fuego y de aire, y que ésta se reencarnaba alternativamente entre humanos y animales.

-¡Vaya! Eso además echaría por tierra el argumento de los que no creen en la reencarnación porque para ello la población mundial debería ser constante y sin embargo no ha hecho más que crecer continuamente. Entonces, a más humanos sobre la faz de la Tierra, menos animales ¿no? Curioso.

-Así es, Pitágoras fue además un vegetariano activista. Se sabe que compraba animales en el mercado para después poder liberarlos  ¿Te imaginás Josué? Estamos hablando de hacia al año 540 antes de Cristo, de una de las mentes matemáticas más brillantes de la historia de la humanidad ¿Quién es el místico, Josué, aquel que cree que una ventaja intelectual no le otorga derecho a sacrificar las vidas de otros animales ni a procurarles sufrimiento o aquel que cree que tiene una suerte de derecho divino sobre los demás animales que hay en la tierra porque así lo merece su condición “humana”?

Me levanto sin decir palabra, me acerco al maître y le pido que me sirvan a mí también un menú vegetariano. Al menos hoy seré coherente con lo que siento, me digo. Nunca es tarde para lo que es bueno. El maître me mira con ojos de sospecha y frunciendo el ceño –Sí, señor, así lo había entendido ya- me dice separando cuidadosamente las palabras-.

-Así que Pitágoras creía en la reencarnación, y en que tras la vida nos reencarnamos por igual en humanos que en otros animales ¿Es así?

-Sí, así fue ¿Qué opinás tú?

-Uhm, no sé, estoy pensando en ello ahora. De ser así, deberíamos aceptar que la oscuridad es la casa común de todos. El espacio exterior y oscuro donde todos residiríamos entre una vida y la siguiente.

-Es curioso que digas eso. La investigación de la energía oscura, que es una forma de energía que está por todo el universo, es hoy por hoy el mayor reto de la cosmología científica. La energía oscura aporta casi tres cuartas partes de la masa-energía total del Universo, y sin embargo, a día de hoy, no sabemos aún de qué está compuesta ni cómo funciona, ni siquiera qué ha sido de ella.

Cuando está así, relajada y hablando sobre cosas que le interesan, pero sin el ánimo de convencerme de nada, es cuando la veo más maravillosa. Su cara se ilumina, su voz vibra como un instrumento musical y su aliento llega despacio, suave y fresco hasta mi cara. Mientras acaricia mis oídos hablando de estrellas y constelaciones pongo mis ojos sobre mis manos que descansan sobre el mantel blanco y me horroriza ver el vello negro que cada día puebla más densamente el dorso. Las retraigo con pudor. Me ofenden, me ofende mi cuerpo como la basura lanzada en un prado verde bañado de rocío. Me siento atrapado en un cuerpo primitivo y vacío del arte de las cosas hermosas. La observo a ella, la silueta que su cuello forma con sus hombros, sus pechos oscilando mientras toman aire sus pulmones, su garganta sembrada de minúsculas gotas de sudor, sus rizos brillantes y negros y no me cabe la duda de que frente a los defectos del hombre, Dios creó a la mujer.

XXXI – Los cambios, cambios son

 

 

Después de la cena volvemos juntos a casa. Los dos trabajamos al día siguiente y no nos atrevemos a más. Esa es la excusa, supongo, volver y no alargar más la noche para mostrarnos responsables, aunque pareciera que otros temores son los que inspiran la decisión.

Después de subir juntos las escaleras y sortear escombros y materiales de obra aparcados aquí y allá, a causa de las obras del dichoso ascensor, la despido en el rellano de su piso.

-Adiós Josué, gracias por tan linda velada.

-Gracias a ti Gabriela, fue un placer tu compañía, y para hacerlo redondo, encima sólo han cobrado un servicio.

-Sí, eran una gente un poco extraña ¿No crees? –dice achinando uno de sus profundos ojos y ladeando la boca-.

Se cuela entonces hacia el interior de su piso. Ni un beso, ni el más mínimo gesto de complicidad, al contrario, se escurre hacia dentro con una mirada neutra, finalmente inexpresiva en el último renglón de su imagen entre la puerta y el marco, y me quedo ahí pasmado por cerca de un minuto, desconcertado. Y entonces me doy cuenta de que ella no se puede permitir el más mínimo flirteo pues tiene miedo de quedar seducida. Para Gabriela, la científica, eso no sería admisible. Ha observado que sus defensas estaban flaqueando y acabo de experimentar como las reforzaba. Un nuevo círculo de fuego protector se ha levantado en torno a ella. A ella le corresponde mantenerlo. A mí atravesarlo.

Subo a mi piso y enganchada en la puerta me encuentro una nota firmada por Ramirez.

Encargué a Pedro buscar un abogado para redactar un acuerdo con los programadores informáticos que van a ocuparse de desarrollar la aplicación de mensajería, que desde hace días me ronda la cabeza. Pedro, como trajinaba con los papeles de la comunidad de vecinos a cuenta de las derramas del ascensor, vio las actas de la comunidad firmadas por un tal “Juan Ramirez – Abogado” y no se le ocurrió mejor idea que contactar con él pensando que, en esto de los abogados y otros seres del inframundo, más valía alguien ya conocido y de “confianza”. Si es que de verdad puede haber “abogados de confianza”.

La nota sobre la puerta me emplaza a que suba a visitarlo a su casa “no importa la hora, trabajo hasta tarde” dice. No aclara para qué, aunque hay que darlo por hecho.

Me sitúo frente al espejo del baño y entonces le reconozco. El viejo Josué sigue ahí; ojeroso, con una prometedora barriga, una nariz ancha, una barba negra y una escasa melena que parece ceder acongojada en favor de unos pelillos negros que, de la nada, han ido apareciendo sobre mis manos, incluso en los hombros y hasta parece que alguno asoma por las orejas. Mejor guardar la distancia y no confirmar esto último. Parezco no más que piel blanca rellena de carne, de la que brotan unos sebáceos pelos negros. Me he convertido en las últimas semanas en una persona nueva, pero sólo por dentro. Soy como un príncipe encerrado en un cuerpo neandertal, un pez de colores en un estanque sucio.

Los cambios tienen que ser completos para ser perdurables. No sólo el fondo, también la forma debe estar al servicio del cambio y sin embargo ahora, ahí enfrente, sólo estoy yo, el de siempre. 

 

Relleno nuevas botellas de agua y preparo dos nuevas etiquetas; “belleza” y “capacidad de seducción”.

Después de meditar en el centro del salón durante media hora más o menos, y de intentar influir en mi consciencia mediante instrucciones, salgo al rellano y subo escaleras arriba hasta el apartamento de Ramirez.

-Hola Juan

-Hola Josué ¿Cómo estás?

-Bien, bien ¿Qué tal tú?

-Estupendo. Pasa por favor.

Ramirez me recibe con pantalón de traje azul oscuro y en mangas de camisa. Tiene una mirada afable y cordial. No parece tener segundas intenciones. Creo que esta es una ventaja entre los hombres. Parece más fácil para nosotros dejar atrás un escarceo. Será que somos menos transcendentes en todo. De todos modos me pregunto, mientras entro y me acomodo en la silla que él me ofrece alrededor de una mesa con algunos papeles amontonados, por qué he tenido en mi mente un pensamiento tan absurdo como el de creer que tenía alguna cosa de la que preocuparme. He sido sin duda prejuicioso y ahora me siento bastante estúpido, más si cabe.

-Bueno Josué, Pedro me ha adelantado algo en relación a una aplicación informática, pero cuéntame tú, de la manera más simple posible, como si lo explicaras para un niño de cinco años, qué es lo que pretendes y como deben entrar en juego los programadores con los que hay que hacer el contrato.

Le cuento entonces que quiero crear una aplicación informática que conecte a los clientes con los mensajeros y camioneros independientes, de tal modo que el cliente tenga siempre la oferta más barata sobre el supuesto de que encontrará siempre el mensajero o transportista que pueda ser más económico en cada circunstancia, bien porque esté más cerca del cliente, bien porque venga de regreso de otro envío con el camión vacío. El servicio funciona como una subasta donde cada proveedor ofrecerá en línea su mejor precio, mientras que la aplicación cobrará un pequeño porcentaje por cada transacción. Después de hacerle la introducción, Ramirez hace un pequeño resumen de lo que a su entender se requiere. Durante cerca de una hora y media intercambiamos ideas y el resultado final se me antoja bastante prometedor. Cada vez estoy más motivado con esta idea. Quizás pueda suponer una pequeña revolución en el mundo de la mensajería y el transporte.

Al finalizar, a modo de premio, Ramirez sirve dos copas de Chardonnay. Me llama la atención la talla del cristal de las copas, que llevan grabado la silueta de una serpiente. Su piso tiene la misma distribución y orientación que el mío, con un ventanal al fondo del salón, pero unos pisos más arriba. Entretengo la mirada comprobando cómo cambia la perspectiva y qué detalles nuevos pueden apreciarse desde esta mayor altura, mientras suena de fondo Groaning the Blues de Eric Clapton. Caigo entonces en la cuenta de que volviendo de la cena con Gabriela, el ruido de la ciudad no me ha aturdido como lo hacía antes y que cada vez lo hace menos. Es como si el bramido de las calles se fuera descomponiendo en sonidos que puedo descifrar y entender. Ya no se agolpan a las puertas de mi mente, ahora entran y se van sin más. Me pregunto si tiene que ver con Meta.

-Sabes, he estado cenando con una amiga y hemos tenido una curiosa charla alrededor de la reencarnación. Por cierto ¿Sabías que Pitágoras era vegetariano? Bueno, lo que quería preguntarte es… ¿qué opinas tú de la reencarnación? ¿Crees en ella? Te lo pregunto porque comentábamos de la posibilidad de reencarnarnos en animales y en ese tipo de cosas…

Ramirez estira las piernas hacia adelante, se arrellana sobre el respaldo mientras apoya su copa de vino sobre su barriga y me mira de soslayo.

-Bueno Josué, lo primero que debo decir es, no, no sabía que Pitágoras fuera vegetariano. De hecho no creo ni que pudiera repetir ahora su famoso teorema. Segundo, como abogado tuyo te diré que, si piensas reencarnarte, asegúrate primero de tener previsto un buen contrato para ello, no vayas a acabar pagando dos hipotecas, la del muerto y la del reencarnado….

Rompemos los dos en carcajadas.

-Pero, por último, dime ¿qué clase de amigas te llevas a cenar? Ya es bastante complicada la vida presente como para preocuparse de las siguientes ¿No crees?

Seguimos riendo y haciendo bromas durante una media hora más. Nos despedimos con un apretón de manos y una franca sonrisa.

Mientras bajo las escaleras hasta mi apartamento siento la vibración del teléfono móvil en mi pantalón. Es un whatsap de Sophie.

XXXI – El Biocampo del Corazón

 

 

-  Hola,

-  Hola, ¿qué haces despierta a estas horas?

-  Uhm… ¿Qué haces tú?

-  Yo pensar en ti, Sophie, como siempre… echarte de menos.

-  Oh, qué dulce eres Josué.

-  Sólo lo soy para ti

-  Yo no podía dormir. Ha sido un día terrible hoy. Armand estaba imposible

-  Me gustaría verte y que me lo contaras todo

-  Sí, a mí también. Podríamos quedar mañana

-  No, ahora. Me faltas, estoy por morirme si no te veo.

-  Maintenant? Estás loco! Hahaha… Armand duerme, ya sabes.

-  Sí, ahora. Sí, loco por ti. No haremos ruido. Hablaremos con susurros, cerca del oído.

-  No hablas en serio… hahahaha…

-  Siempre hablo en serio. Haz la prueba.

-  Eres tremendo…. Bueno, podría bajar hasta el portal y vernos allí, y me cuentas qué hacías.

-  Ya te lo he dicho, pensar en ti ¿En el portal de tu edificio? Bien, cualquier lugar me sirve si tú estás en él. En quince minutos estoy ahí.

-  Mmm, eres un encanto. Te espero entonces en quince minutos. Te mando un bisou.

-  Te mando cien…. por todo tu cuerpo.

 

Son cerca de la una de la madrugada. La noche es fresca y despejada, con una suave e intermitente brisa que anuncia un cambio de tiempo. Apenas circulan coches a estas horas y la mayoría de los árboles, que sobre las aceras vigilan la noche, ya están adornados de minúsculas hojas que centellean el reflejo de las farolas por el cielo de los pocos transeúntes con los que me cruzo.

No tengo sueño, cada vez necesito dormir menos, y me sorprende ver cuánto puede estirarse un día. Antes había como mucho un suceso por cada día de la semana. Ahora cada jornada está llena de cosas que me suceden, de momentos en los que participo. Apenas hace unas horas estaba cenando con Gabriela y ahora voy camino de la casa de Sophie.

No parpadeo. Llevo unos días probando no parpadear. El resultado es tan extraño como fascinante. Al principio cuesta, el acto reflejo quiere imponerse, pero poco a poco te vas acostumbrando y progresivamente se va ampliando mi ángulo de visión. Y no sólo lo hace físicamente, también psíquicamente. Veo más, aprecio detalles, gestos de las personas y controlo la información de mi entorno de una manera impensable antes. Al no parpadear se mantiene un flujo continuo de alguna cosa parecida a una fuente de energía interior, y eso hace que ésta se acelere, que crezca, que se multiplique. Con cada parpadeo es como si hicieras un reset cada vez, un bloqueo, mientras que al no parpadear mi mente y algo en mi pecho se conectan activando una forma de conciencia que me ofrece multitud de datos de mi entorno que antes se me escapaban. Leo las miradas de la gente, incluso puedo anticipar sus movimientos, creo que hasta sus pensamientos se me revelan. He comprobado también que al no parpadear la gente me presta más atención, esperan que yo tome la iniciativa, es como si se dejaran gobernar, como si lo dejaran todo en mis manos. La visión se torna más imprecisa, pero es como si se abrieran grietas en la realidad que observo, mostrando a través de las rendijas que se forman otra dimensión que está por detrás pero que es continua y presente. Como si tras el mosaico de una suerte de realidad proyectada en una pantalla que está siempre frente a nuestros ojos, por entre sus grietas, se vislumbrara por detrás el universo, el verdadero universo. La pantalla se desintegra ligeramente, pero lo que aparece por detrás parece más real, tiene más dimensión, es más profundo.

Me deslizo silencioso en el portal a través de la puerta que Sophie ya ha dejado intencionadamente sin cerrar, y percibo su silueta en la penumbra apoyada sobre una de las paredes. Me acerco a ella y la beso en los labios mientras mis manos aprisionan su delgada cintura por encima de una ajustada blusa. Ella me responde con apasionamiento y sorpresa. Mis manos recorren su espalda y no tardan mucho en deslizarse por entre su pantalón y su piel para poner mis dedos sobre sus nalgas. Separa de mí su boca inclinando hacia atrás su cuello. Agranda sus ojos mientras mira los míos,

-¿A dónde vas, Josué?

-A cualquier sitio que me lleve a ti, Sophie.

-Pero puede aparecer alguien, algún vecino –dice frunciendo suavemente el ceño a la vez que sonríe-.

-Vamos a tu casa entonces.

-No, está Armand, ya lo sabes.

-Entonces, este será un buen puerto.

-¿Un buen puerto?

-Sí, de la película Good Will Hunting, ya sabes…. “cualquier puerto es bueno cuando hay tormenta” y te aseguro que se avecina una tormenta colosal.

-No te entiendo, Josué… –dice mientras mis manos van soltando el botón de sus pantalones y se mezcla nuestra respiración-.

-No hace falta que lo hagas, me basta con que aceptes que estoy loco por ti; aquí, ahora y siempre…

-Pero, Josué, puede pasar alguien en cualquier momento, y yo vivo aquí –dice poco convencida mientras deja caer su cabeza hacia atrás entre minúsculos gemidos-.

Separo mi boca de su cuello y miro a mi alrededor. Por detrás de la escalera que sube a los pisos superiores se adivina un hueco oscuro y suficiente.

-Ven –le digo mientras la llevo de la mano hasta el pozo de mis deseos, que esta noche tiene la forma de un oscuro hueco de escalera al fondo del portal- .

En la negrura y entre espasmos acabo de bajar sus pantalones hasta poco más arriba de sus rodillas. Mis manos giran entonces su cintura como el torno de un alfarero y la sitúo de espaldas a mí. Con sus manos contra la pared y sin mucha prudencia arremeto contra ella mientras el sonido de la piel golpeando se mezcla con el rumor intenso de gemidos medio reprimidos y la respiración entrecortada. Hace calor y el aire, ahí refugiados, enardecidos, se hace húmedo y huele a yeso fresco y a claustro. Pocos minutos más tarde, mientras me ahogo la voz y ella se muerde el labio, mancho el interior de sus muslos y probablemente también sus pantalones. Mi mejilla y mi boca se quedan ahora apoyadas sobre su nuca, mientras mis dedos aún se clavan en su cintura, e intento recuperar el aliento. Ella respira entrecortadamente aún, y sus ojos miran hacia arriba. Los vuelve hacia mí por encima del hombro y dice,

-Creo que te quiero, Josué.

Pocos minutos después nos estamos despidiendo. Ella ha de subir al piso pues Armand, su hijo, duerme solo arriba. Yo tengo la sensación de tener que “huir del lugar del crimen” cuanto antes.

Creo que ella no ha obtenido nada de lo que quería de mí esta noche. Yo, que nada esperaba, creo haberlo recibido todo. O quizás ha sido al revés. No lo sé, el equilibrio en una relación siempre me ha parecido utópico.

De nuevo en mi apartamento, me decido a iniciar una sesión de meditación. No quiero dormir, no me hace falta, y a las diez tengo cita en el Palau de les Heures con Gabriela y el alemán para continuar el programa. Dormir se me empieza a antojar un tiempo perdido. Tres horas son como máximo todo lo que necesito. Hoy, la meditación es suficiente y más útil para mí. Programo mediante instrucciones mi mente frente a todo tipo de situaciones; contra el cansancio, el dolor, la nausea, frente al ruido, la confusión, para tratar con la gente de manera más eficiente.

Cada viaje a mi interior me trae de vuelta algún pequeño obsequio.  Soy consciente de que cada una de las cosas nuevas que me están sucediendo está íntimamente relacionada con Meta.

Después de una hora dentro de mí, y antes de salir, me miro de nuevo al espejo. Al escrutarme detenidamente tengo la impresión de que ya no parezco yo, no tanto. Noto que he adelgazado. Supongo que no dormir y visitar mucho menos el bar de Blasa tiene también sus positivos efectos. Decido afeitarme por completo. Elimino la barba. Ahora sí he cambiado. Creo que también debería cambiar la manera de peinarme. Todo en conjunto resultará más favorecedor. Hoy no parezco yo, pero me parezco más a mí.

Siguiendo el consejo de Ramirez, antes de ir a Meta, me dirijo a la oficina de ocupación para darme de baja como parado. Dice que es una situación irregular que puede traerme consecuencias negativas. No elijo ir a la oficina de siempre, entre otras cosas porque todavía deben acordarse de la última vez que estuve allí, especialmente la rubia enfundada en aquel traje paramilitar acartonado del color del mal gusto, que hacía de vigilante de seguridad electrizante. Me decanto por una de las oficinas que están más lejos de mi casa. No he ido nunca antes hasta allí y calculo que caminando será un paseo de cerca de una hora, pero el destino no es tan importante como el viaje.  Ya se siente el alba pero aún no ha salido el sol y la ciudad se deja querer, aún me pertenece, pues todo parece puesto ahí para que yo lo disfrute.

Caminar es mi nuevo medio de locomoción. Puesto que los detalles han empezado a cobrar tanta importancia, tomarme el tiempo de apreciarlos, yendo de un sitio a otro sin utilizar otra cosa que mis piernas, se ha convertido en una necesidad. Caminar es inspirador e imagino que por eso lo hacían todos los profetas. Al hacerlo es más sencillo sincronizarte con el movimiento de la tierra. He comprobado que de manera inconsciente, casi siempre organizo mis rutas yendo de izquierda a derecha, de la misma manera que se enrosca el agua que se marcha por un desagüe. Si al final sólo somos agua y emociones, me pregunto si, estando yo en el hemisferio sur, lo haría al revés, si haría mis rutas de derecha a izquierda.

La oficina está recién abierta al público. Apenas se ve gente trabajando en el interior, pero frente al primer mostrador ya nos agolpamos un buen número de pacientes ciudadanos. Sin embargo la cola avanza rápido y observo como uno tras otro van saliendo a derecha e izquierda los que estaban por delante de mí, con algún papel sellado en las manos o cerrando alguna carpeta.

La oficina es como todas, muebles de melamina gris, falsos y amarillentos techos de yeso con tubos fluorescentes empotrados, y alguna planta para el entretenimiento de algún funcionario amante de la jardinería.

Según se despeja el número de personas por delante, puedo ver que quien nos atiende es un chico bastante joven, no creo que tenga más de diecinueve años. Lleva el pelo largo, extrañamente aplastado en un lado. Es un cabello rubio, bastante descuidado. Su piel es blanca, con un tono ceniza. Sus ojos pequeños y verdes, y todo él tiene un aspecto famélico, no creo que llegue a los 50 kilos de peso. Pero se mueve nerviosamente sobre los papeles, con gran prontitud por atender cada asunto que se le plantea. Me llama la atención cómo hace caer el torso sobre la mesa en cada movimiento, sus exagerados giros para sacar y poner cosas en los cajones. Según voy ganando posiciones, al mejorar el ángulo de visión,  puedo entonces ver detrás del mostrador que al final de sus minúsculos brazos no hay manos, tan sólo dos muñones con dos ligeras hendiduras al final de cada uno de ellos. No sé cómo lo hace, pero a pesar de todo toma las hojas de papel con gran velocidad, pone sellos, ¡incluso grapa varios papeles juntos! Y todo ello sin una sola mano. Lo hace todo con más diligencia, rapidez y eficacia que cualquier otro funcionario (con manos) que yo haya visto en mi vida. Cuando es mi turno, me atiende sin prácticamente mirarme a los ojos, me pregunta que necesito. Le informo. Enseguida toma un teclado de ordenador que tenía apartado al lado izquierdo y, aún no sé cómo, sin que yo pueda apreciar ninguna adaptación especial para su minusvalía, empieza a teclear mis datos. Saca una hoja de baja impresa y me la pasa para firmar poniéndola encima del mostrador. En ese momento, al levantar la cabeza e inclinar su cuerpo hacia mí para llegar hasta la parte superior del mostrador, es cuando observo que bajo el pelo aplastado en uno de los lados falta la oreja. La izquierda le sujeta el pelo por detrás, pero en el lado derecho solo hay un abultamiento de la piel, sin más. Le miro con toda la admiración que soy capaz de expresar en una mirada. Por supuesto él ignora mi gesto. Indudablemente cada día deben expresarle mil muestras de admiración y, seguramente, él las cambiaría todas por dos manos y una oreja.

Mientras acabo de repasar los datos y poner mi firma en el documento de baja, se lleva los dos brazos hacia un bolsillo de la camisa del que saca un paquete de tabaco. Lo pone sobre la mesa y, con algún malabarismo que no acabo de ver porque se inclina todo él sobre el paquete, vuelve a levantarse con un cigarrillo en la boca, mientras ya está devolviendo el resto al bolsillo. Toma el encendedor que tenía apartado junto a la grapadora y…. sí, lo enciende, sosteniéndolo prácticamente con los codos mientras lo arrima y prende su cigarrillo. Toma una honda bocanada de humo mientras me lanza una mirada de soslayo dejándome entrever que, con mi lentitud, le estoy ralentizando y eso le disgusta. Estoy seguro de que está prohibido fumar en espacios cerrados, más aún en edificios públicos pero  ¿quién va a atreverse a decirle algo si tan sólo adivinar cómo se ha encendido el cigarrillo es ya un desafío?

Me despido de él con un torpe “gracias” y un “adiós, buenos días” que el chico corresponde con una especie de gruñido mientras ya está removiendo papeles y bolígrafos con la atención puesta en su siguiente admirador, el siguiente en la cola.

Como llevo veinticuatro horas sin dormir empiezo a creer que quizás sea todo no más que una suerte de alucinación, pero al salir a la calle, dejo que el aire fresco me de nuevamente en la cara. Me giro y lo veo a través de los cristales. Una columna de humo se eleva por encima de su cabeza. Nadie se mueve de la línea, nadie habla, toda la fila está en silencio mientras la versión masculina de la Venus de Milo reparte suerte, sabiéndose, desde su divinidad, que nuestras vidas son insignificantes porque no las aprovechamos.

 

Cerca de una hora después, caminando pendiente arriba hasta llegar a los jardines del Palau de les Heures, entro en el hall del edificio y subo las escaleras. Miro atrás, hacia abajo, y el mosaico de baldosas negras y blancas, y sus junturas, parecen ahora fáciles de vencer.

-Hola Sr. Josué, bienvenido.

-Hola, Schulze, ¿qué tal?

-Bien, veo que se ha quitado usted la barba.

-Muy observador, Schulze, muy observador –le digo irónicamente mientras le guiño un ojo-.

-¿Empezamos con el biocampo, Sr. Josué? Después seguiremos con el test de control, como de costumbre.

-Si quieres hacemos sólo el biocampo y dejamos el test para otro día.

-Usted ya conoce, Sr. Josué que hemos de cruzar ambos datos para obtener la información.

Como en cada control, me hace poner las yemas de todos los dedos sobre una especie de escáner. Segundos después, en su pantalla aparece una silueta humana con toda una serie de gráficos que forman como rayos alrededor de todo el contorno de la figura, unos más pronunciados que otros, como si la silueta fuera una especie de estrella radiante. Schulze clava sus ojos en la pantalla y frunce el ceño. Manipula y clica aquí y allá sobre la pantalla, y frunce aún más el ceño, con cierta resignación.

-¿Ese de la pantalla soy yo, Schulze?

-En realidad esa es la representación gráfica de su campo electromagnético, que se genera a partir del intercambio eléctrico entre sus células y sus átomos. Como resultado de esos intercambios se desprenden biofotones que son los que registra la máquina. A partir de ellos podemos medir la vitalidad de sus órganos, la energía que desprende e incluso la calidad de ésta.

-¿De todos mis órganos? Pero sólo has medido las yemas de mis dedos…

-Igual que el cosmos, todos nosotros somos hologramáticos, cada parte de nosotros, contiene información de todo el conjunto. Así que midiendo desde sus yemas, podemos ver todo su cuerpo. Es como una biopsia.

-¿hologramáticos?

-Sr. Josué, una sola célula es un universo de información.

-¿Y… qué tal se me ve?

-Pues…. ya sabe, sus últimos controles arrojan datos atípicos, los cuales estoy compartiendo con mis colegas en Brasil, para hacer un seguimiento más minucioso de su caso ¿Vamos ahora con el test?

-¿No es un poco ciencia ficción eso de los biofotones?

-Las investigaciones del Dr. Korotkov confirman el biocampo.

-¿Trabaja el tal Molotov también en Meta?

-No, el Dr. Konstantin Korotkov es catedrático en la Universidad de San Petersburgo. De hecho, en Rusia, el escáner del biocampo es un método legalmente aceptado para hacer diagnósticos médicos. Para nosotros es por el momento sólo una técnica de evaluación del estado energético del organismo.

-¿Y qué le afecta? ¿Qué hace que cambie mi campo energético?

-Todo influye, Sr. Josué. Le diré un dato curioso; si usted bebe licor, entonces, su campo se ve claramente afectado, pero… sólo con que tome la copa en su mano, su aura ya se resiente.

-¿Sólo con tener la copa en la mano?

-Sí, así es. Si recibe malas noticias, también su biocampo se ve negativamente afectado, pero si son buenas, éste mejora claramente.

-Vaya, está claro que hay que rodearse de cosas sanas y hermosas y de gente positiva ¿no?

-Ciertamente su salud depende de ello. Piense que hasta mirar a diario las noticias en la televisión es demoledor para su biocampo. Lo hemos medido y le aseguro que no deja lugar a dudas. Pero no ha de pensar sólo en influencias externas, Sr. Josué. Sus propios pensamientos negativos, también hacen que su aura se vea afectada.

-¿Hay que amarse pues?

-Así es, si usted está bien, contribuye a que su entorno esté bien, y viceversa… y viceversa.

-¿Perdón?

-Quería decir que usted influye en el entorno, positiva y negativamente, pero también el entorno le influye a usted. Ya sabe, también positiva y negativamente.

-Ah, entiendo ¿Y qué le llama tanto la atención de mi biocampo, Schulze?

-Ya le comenté en su día que los datos son anormales, se salen de los rangos que razonablemente podíamos esperar, pero también sabe que no puedo decirle más mientras siga dentro del programa, para no influir en su evolución. La verdad, como ya le dije en una ocasión, deberíamos pensarnos su continuidad en Meta de una manera serena, con la cabeza fría.

Hace una pausa, como si esperara la oportunidad de que me decidiera a dejar el programa por mí mismo.

-Ya, entiendo. Bien, vayamos a por los test entonces.

Veinte minutos después ya estoy en el centro de la gran sala. La luz de mediados de abril, como ha estado incubándose durante el invierno, entra clara y pura a través de los cristales. Los rayos de sol se extienden como alfombras sobre el suelo al perfilar la silueta de los grandes ventanales, y como directora de la escena, con su pelo negro azabache, una escotada blusa blanca y sus piernas cruzadas, frente a mí, Gabriela. Su piel blanca está tiznada de rubor en las mejillas, y sus labios de carmín sonríen a media sonrisa, de esa manera en la que sólo los chicos malos y Gabriela saben y pueden lucir merecidamente.

-Me alegro de verte.

-Yo me alegro más. Seguro.

-Bueno… ¿Cómo te fue?

-Pues mi biocampo luce como “Encuentros en la tercera fase”, así que supongo que bien. Por lo demás, Schulze me ha sometido una vez más a uno de esos test para identificar extraterrestres, nunca mejor dicho.

-No exageres…

-No, de verdad. Son cada día más psicodélicos. Hoy había una pregunta que decía “Describa su piel en una sola frase”. Otra de las preguntas rezaba ¿Qué tiene su mejor amigo que no tengan los demás? Pero la mejor de hoy ha sido “Acaba de naufragar usted, solo, en una isla desierta. Después de los primeros instantes ya ha tomado consciencia de que no hay ningún otro ser humano allí, y de que la isla no está próxima a ninguna ruta marítima. En ese instante, por favor responda sinceramente ¿De qué cree que tiene más miedo?”

-Bueno, ya sabés Josué que todo tiene una finalidad. Las auto descripciones son muy útiles para captar el estado anímico del sujeto, pero a menudo una descripción global resulta demasiado extensa y a la vez ambigua. Describir una sola parte de nuestro cuerpo nos da más pistas y a la vez es más fácil de abordar para el sujeto. Cuando describes las cualidades que aprecias en tu amigo ideal nos informas de tu escala de valores al respecto, y …. bien, sobre la última pregunta ya te contaré otro día.

-Sí, ya, sospechaba que no me ibas a aclarar lo de la tercera pregunta. He quedado realmente sorprendido con lo del biocampo electromagnético, por cierto. No imaginaba que pudiera proporcionar tanta información de uno mismo. Pero, ¿significa eso que todas las partes del cuerpo tienen una especie de conciencia?

-No lo sabemos aún con certeza, aunque podría ser, necesitamos seguir investigando para averiguarlo. Pero puedo asegurarte que el corazón sí tiene su propio cerebro, una red neuronal propia.

-Estás bromeando, ¿verdad?

Abre la boca y dejar ir una sonora carcajada que muestra el contraste de sus labios rojos sobre sus dientes de nácar.

-No, para nada. Hoy día sabemos que el corazón contiene un sistema nervioso totalmente independiente, con más de cuarenta mil neuronas con una densa red de neurotransmisores, además de proteínas y lo que conocemos como células de apoyo. Gracias a dicha red, el corazón está capacitado para tomar decisiones y, lo que es igualmente importante, pasar a la acción con absoluta independencia del cerebro. Tiene además capacidad de aprendizaje, memoria y es capaz de percibir por sí mismo. No, no me mires así, no estoy bromeando, te estoy hablando de hechos científicos contrastados.

-¿Entonces, sería finalmente cierto que uno puede actuar con la cabeza o con el corazón?

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