Meta

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Asciendo y al pasar por delante del cubículo de Schulze compruebo aliviado que la luz está apagada, su mesa recogida y él no está. Me dirijo entonces a la gran sala, al fondo. Atravieso el amplio pasillo con los ventanales a ambos lados y constato que la densa y sofocante atmosfera de ahí fuera no permite ver el mar.

-Buenos días, Gabriela

-Buenos días, Josué.

Gabriela espera como siempre, sentada en su silla, en el centro de la sala, con un bloc de notas apoyado sobre sus piernas cruzadas, la espalda erguida y su mirada perdida más allá de las ventanas.

Viste un vaporoso vestido de lino negro y manga corta que deja sus rodillas desnudas. Tiene botones desde el pecho hasta donde le nace la garganta, que están prácticamente todos desabrochados, invitando a dejar caer los ojos por el canal del deseo. El negro resalta su piel blanca, inmune al sol del verano, y combina con los rizos negros que coronan su cabeza proyectando reflejos. Y en el centro de su cara esa boca, esa boca de labios de rojo intenso, con su sonrisa descarada y maliciosa que me corta el aliento. Los ojos hoy parecen tristes, pero no me los creo.

-Toma asiento por favor –dice con un suave ademán orientado hacia la silla vacía-.

-Gracias, Gabriela. Dime ¿cómo estás?

-Muy bien ¿Cómo estás tú, Josué?

-Feliz de volverte a ver.

-Gracias, eres muy amable –dice inclinando la cabeza, en un tono lacónico y con gesto débil como nunca antes le había oído-.

-La verdad es que no quería ser amable, tan sólo quería que lo supieras. Me hace muy feliz verte y te agradezco que hayas roto por fin este silencio de dos meses. Te echaba de menos. Antes, como vecinos, al menos de vez en cuando nos cruzábamos en la escalera u oía tus discos sonar por las tardes, atravesando el suelo de mi sala de estar. Sabía que estabas ahí. Pero estas últimas semanas…

-Oh, ya veo, pero aunque aún vivieras en el piso de arriba no nos hubiéramos visto durante estos dos meses. He estado fuera. Quizás olvidé decírtelo. Estuve en Boston durante las últimas siete semanas, reunida con el equipo, la dirección y poniendo a prueba nuevas metodologías para el programa.

-Pues sí, olvidaste decírmelo. ¿Siete semanas en Boston? Caray, Gabriela, yo no he pagado nada por participar en Meta, y sin embargo veo que los costes de esta estructura son muy importantes; equipos en varios países, estancias, viajes… ¿Quién paga todo esto? Y lo más importante ¿Por qué? ¿Cuál es el retorno que esperan?

-Estamos debidamente financiados, ya te lo dije en su día. Los motivos y las razones no importan mucho, pero sí se espera un retorno, al cual te comprometiste ¿recuerdas? Verter en tu comunidad el fruto de las súper cualidades que el programa ha hecho aflorar en ti. Devolver a la comunidad  aquello que la comunidad nos brinda. Crear comunidades más capaces, más evolucionadas que puedan asegurarse un futuro autónomo y sostenible. Recuerda, las súper cualidades que no se ponen al servicio de la comunidad, se desvanecen, se pierden. Debemos tener presente que mientras que el individuo es mortal, la humanidad no lo es, y es por eso que sólo esta última puede proporcionar dimensión y perdurabilidad a aquello que hagas, a tus acciones. Eso es lo importante, Josué, no quien lo financia.

-Gabriela, sí importa. En este punto sí importa conocer quién hay detrás. Quiero saber de qué formo parte, y conocer quién es el que impulsa el programa es un requisito inexcusable para saberlo ¿Por qué tanto secretismo?

-Ya te dije una vez que no todos los gobiernos ni grupos de poder están precisamente interesados en que los ciudadanos puedan desarrollar súper cualidades sin que la barrera del dinero haga de frontera. Te puedes imaginar sin mucho esfuerzo que a ciertas fuerzas políticas no les va a interesar tener ciudadanos capaces, libres e independientes. Tampoco a ciertos grupos farmacéuticos, grupos energéticos ni gestores de capital les interesa una sociedad con capacidad de vivir el Ahora y que pueda por tanto estar al margen de las dinámicas productivas heredadas desde la revolución industrial, ni al margen del consumismo. La revolución que propone Meta, como toda revolución, implica hacer caer “reyes” y esos reyes no están dispuestos a caer. Debemos mantener la confidencialidad de nuestras fuentes. Debemos protegernos. Somos aún muy pocos. Has de comprenderlo, esta es una revolución sutil, discreta. Si los que gobiernan el estatus quo perciben nuestros movimientos antes de que estemos preparados, nos aniquilarán, nos quitarán la esperanza.

-Gabriela, debo saberlo, ¿quién hay detrás? Es un pensamiento que me persigue cada vez más. Le doy vueltas desde hace tiempo y tus noticias sobre Boston sólo hacen que confirmar mis sospechas…

-¿Sospechas? Josué, debes desterrar ese tipo de pensamientos, no sé qué estás elucubrando ahí dentro pero no te conviene.

-¿No me conviene? Suena amenazante, Gabriela…

-No me mal interpretes, no era ese el sentido. Tiene que ver con lo que quería hablarte hoy. Con lo que quería que comprendieras; la influencia de los pensamientos en nuestra propia biología ¿Me dejas empezar con la sesión de hoy?

-Está bien, claro, sí, pero hemos de seguir hablando de Meta y… y de nosotros también.

Ignora mi último comentario con un rápido vistazo sobre la carpeta que sostiene en las manos, que se transforma seguidamente en una mirada directa a mis ojos. Su metamorfosis ya se ha dado.

-Josué, hasta ahora hemos comentado la importancia de diferenciar el pensamiento de la consciencia trascendente o subconsciente. También hemos visto la importancia del pensamiento en definir nuestro entorno tal y como la física cuántica nos ha desvelado; lo que vemos es sólo una dimensión “congelada” de una realidad mucho más profunda y multidimensional. Ahora quiero que aprendas cómo tus pensamientos influyen en tus células.

-¿En mis células?

-Sí, así es. Hasta hace un tiempo creíamos que los genes controlaban nuestra vida, pero ahora sabemos que es falso. Es el entorno celular el que controla el ADN.

-¿Qué quieres decir?

-Igual que nosotros captamos la información de nuestro entorno a través de los sentidos, también las células captan información a través de receptores propios. Son señales que influyen en el ADN y esas señales se componen de mensajes energéticos que fundamentalmente emanan de nuestros pensamientos, tanto de los positivos, como de los negativos. Esa información hace que la célula cambie, es lo que conocemos como epigenética. Las células son lo que pensamos. Si tienes pensamientos positivos, tus células florecerán. Si tienes pensamientos negativos, conspirativos, tus células involucionarán. Esto era lo que trataba de decir hace un momento. Vigila tus pensamientos porque además de influir en tu carácter, también influyen en tu salud.

-¿Si cambio mi manera de vivir y de pensar, cambio mi biología?

-Así es.

-¿Puedo cambiar mi físico, puedo modelarme en función de mis pensamientos?

-Aparentemente, así es. Dependiendo del entorno y tu respuesta al mismo, un solo gen puede crear treinta mil  variaciones distintas. Sí, has escuchado bien, el entorno y tu reacción pueden dar lugar a treinta mil posibilidades distintas de adaptación en cada uno de tus genes. Piensa por ejemplo que sólo el diez por ciento del cáncer es heredado. Hoy sabemos que es el estilo de vida lo que determina la genética.

-¿Está todo en mi mano?

-Lamentablemente, no. Aprendemos a vernos como los demás nos ven. Aprendemos a ser, como nos dicen que vamos a ser. Recordarás probablemente cuando hablábamos de la importancia que tenía en la formación y el crecimiento de una persona los mensajes que recibía de parte de sus padres y de su entorno cuando era aún un niño. Como influía verse reflejado en el padre o en la madre, como afectaba el entorno social y  esas creencias. Cambiar esa percepción, si depende únicamente de ti.

-¿Mis capacidades físicas, mi propio físico, también dependen de esas creencias?

-Así es.

-¿Mis limitaciones?

-Tu las construyes

-¿Debemos reprogramarnos?

-Hay que sintonizar el subconsciente con el pensamiento. Hay que eliminar de nuestra psique aquello que nos aprisiona, que nos limita. Ya sabes, si crees que puedes, entonces puedes. Pero lo ha de creer tu consciente y tu inconsciente.

-No siempre se pueden elegir las consecuencias, Gabriela.

-No siempre, eso es cierto, pero puedes elegir cómo las vives. Y como lo hagas, como dirijas tus pensamientos, así tu biología será. Hay dos formas de supervivencia, Josué, o el crecimiento o la protección, pero no puedes elegir las dos. Los pensamientos alegres generan crecimiento en las células. Los negativos cierran el sistema. Si un sistema está continuamente cerrado, hermético, a la defensiva, al final muere, y eso es lo que ocurre en las células. La interrelación es el fundamento de todo ecosistema. La alegría y el amor, la confianza y la fe pueden parecer actitudes arriesgadas, pero son la única salida real. Todo lo demás nos mata.

-¿Qué influencia tienen los padres?

-Me temo que mucha, Josué. Ya hablamos de ello en su día. Los mensajes que recibimos en los primeros seis años de vida, son determinantes. Debes profundizar en tus limitaciones. Identifícalas, porque en ellas te reconocerás y reconocerás a tus padres.

-¿Se trata entonces de algo que pasa de padres a hijos? ¿Eso quieres decir?

-La cultura se transmite de padres a hijos, independientemente de si es una cultura positiva o negativa. Hay que reprogramarse para poder crecer, si no seguiríamos creyendo que la tierra es plana, y que más allá del océano se acaba el mundo.

-Mi padre siempre anhelaba salir de la ciudad. Odiaba los semáforos, el tráfico… La ciudad le abrumaba, siempre soñaba con vacaciones en sitios solitarios y tranquilos. Yo a veces me siento así, el ruido de la ciudad me abruma, aunque reconozco que cada vez, sobre todo recientemente, esa sensación se ha ido disipando ¿A eso te refieres, Gabriela?

-  Esa es una buena manera de avanzar, Josué. Efectivamente, aquellas cosas que en la vida nos resultan especialmente pesadas, aquellas que nos cuestan un gran esfuerzo, son las que precisan ser reprogramadas. En tus limitaciones descubrirás tu oportunidad de cambiar.

XLI – El fin debiera ser siempre la Felicidad

 

 

Salimos los dos juntos del Palau. Ella se dirige al edificio de Psicología en el mismo Campus, mientras que yo voy en busca del metro para acercarme hasta nuestras oficinas. Si no hiciera tanto calor iría andando. Prefiero caminar.

El vestido negro que lleva pone sus caderas en el mejor sitio cuando ella camina sobre esos vertiginosos tacones. Las mujeres con tacones, que saben usarlos, no caminan sino que surcan el aire apartándolo a ambos lados de su cuerpo. Gabriela lo hace así, dejando pistas del perfume que florece en su garganta y que yo intento capturar con todos los sentidos, mientras intento caminar a su lado acompasando mi ritmo al suyo, como si fuera su mascota. ¡Qué privilegio!

-¿Qué tal van tus negocios, Josué?

-Bien, bien, no me quejo. Pasado mañana salgo para Berlín, Ámsterdam y Lyon y desde ahí vuelo después a Praga. Estamos expandiendo rápidamente la actividad y eso me exige viajar a menudo.

-¡Qué bien! Me alegro de oír eso. Debes estar muy contento. Conozco muchos sitios de Francia, pero Lyon aún no.

-Contento, sí, pero viajar también tiene sus inconvenientes. Ya sabes, esperas interminables en los aeropuertos, cancelaciones… Cuando todo sale sincronizado y a tiempo, parece irreal.

-No será para tanto…

-Se pierde mucho tiempo, Gabriela, por culpa de esas mini catástrofes en las que se han convertido los desplazamientos compulsivos de criaturas siempre ocupadas y en constante huida. Los aeropuertos se han convertido en embudos de almas desorientadas; te identifican, te engullen en estrechos pasillos y a través de unos tubos y unas capsulas te transportan a una nueva infelicidad.

-No hay tiempo perdido, Josué, sino diferentes maneras de vivir el tiempo.

-Estar en una sala de espera de un aeropuerto por largas horas, a veces sí me parece tiempo perdido, la verdad. Es una suerte de secuestro por el que encima pagamos.

-Te sugiero que aproveches ese tiempo para respirar las emociones que llevas dentro.

-¿Respirar las emociones? ¿Se puede hacer eso?

-Sí, las emociones deben ser respiradas, a través de la piel y del aire que exhalamos desde nuestros pulmones, sino se quedan atrapadas y se confunden entre ellas. Una a una debes dejarlas ir, que se despidan de ti, para dejar sitio a otras nuevas. Puedes por ejemplo meditar o escribir. Seguro que tienes alguna cosa que decir, por cierto. Recuerdo que eres buen lector, así que debes tener también cosas que contar ¿No es así?

-Parece un gran reto para la sala de espera de un aeropuerto. Se me ocurren lugares y situaciones más inspiradoras.

-Quizás sí, quizás no. Depende de ti. Seguramente ya conoces lo que dijo Pulitzer, atención a las situaciones inesperadas porque en ellas se encuentran nuestras grandes oportunidades. Ya ves, cada ocasión fuera del guión es una bendición si sabemos sacarle partido. Y saberlo aprovechar es fundamentalmente una cuestión de actitud. Y sabemos que las actitudes tienen su fuente en los pensamientos. Cada pensamiento es una elección, así que tú decides.

-Lo tendré en cuenta. Mi próximo momento inesperado tendrá un pensamiento para ti, te lo aseguro.

-Mmm… me temo que te andás convirtiendo en un embaucador de damiselas, Josué.

-Jajajaja…. No sé bien quién es el embaucado aquí, o mejor aún, sí que lo sé, lleva mi nombre.

-¿Te acompaña tu novia?

-¿Mi novia?

-Sí, Sophie, creo que se llamaba ¿No?

-No tengo novia, Gabriela. Sophie es sólo una amiga.

-Ya. Bueno. ¿Te acompaña Sophie, tu amiga no novia, a Lyon?

-No.

-Sos un hombre solitario, Josué y deberías preguntarte si realmente quieres eso. La soledad es parte de la programación a la que nos someten y, como decíamos en la sesión de hoy, reprogramarnos es nuestra responsabilidad.

-No le tengo miedo a la “soledad” sino al vicio de la pereza, que es un monstruo real que me visita a menudo. Además, la soledad y yo tenemos un pacto. Ella me deja hacer lo que yo quiera y yo la dejo que se quede conmigo.

-Los sarcasmos son también pensamientos, no lo olvides.

-Siempre me han parecido legítimos hasta el mediodía. Sirven para coger el tono ¿No te parece?

-Son sólo un recurso de escritores mediocres y gente miedosa, y a estas alturas ya no deberías tener miedo.

Se sonríe mientras sigue mirando al frente, de un modo un tanto condescendiente que yo adoro.

-¿Quién hay detrás del proyecto, Gabriela? ¿Detrás de Meta?

-Tu, yo, el Dr. Schulze, ya sabes…. Meta somos todos aquellos que creemos en él.

-¿El Palau de les Heures también es Meta?

-¿El Palau? ¿Sabías que fue la residencia del Presidente Companys durante la guerra? –pregunta con un indisimulado interés en bloquear mis intenciones-.

-Ya… ¿Sabías tú que aquel edificio de allí, el edificio de Levante, fue un campo de prisioneros de Guerra?

-Sí, lo sabía. También hubo un refugio antiaéreo en la época. No todo tiene un color oscuro aquí. Hubieron unos hogares de acogida para familias sin recursos, de ahí le viene el nombre de “Hogares Ana M. Mundet”. Supongo que lo sabías, claro.

-Sí, los inauguró Franco. El propietario del Palau en la época, un conocido falangista llegó a proporcionar una fotografía aérea del edificio a la fuerza aérea fascista para que lo bombardearan. No lo hicieron porque la situación y la densa vegetación dificultaba la maniobra. También la institución tiene su página negra, Gabriela, lamentablemente.

-Veo que te has documentado.

-Leo con fruición, como nunca antes, Gabriela. Devoro libros, cursos y datos a todas horas. A veces creo que voy a volverme loco, pero al contrario, cada vez me siento más lúcido. Me acuesto cada vez más tarde, a veces ni lo hago. Cuando me despierto, mi cabeza está tan activa que no puedo pasar ni un solo minuto en la cama. Antes me gustaba quedarme a remolonear un rato. Ahora es imposible, mi mente está ordenando información constantemente y si no saliera disparado de la cama creo que tendría un ataque epiléptico, convulsiones y esas cosas.

-¿Te asusta?

-No, para nada. Estoy más seguro de mí, como nunca antes lo estuve. Quizás de niño, quizás, si pude haber tenido esa misma seguridad que tengo ahora. En algún momento esa fe en la vida se pierde. No sé por qué, pero se pierde.

-Es la programación. Hoy, ya ves, todo gira en torno a esa idea y no será por casualidad.

-No, no lo será. He dejado de creer en las casualidades.

-Todos los mensajes que vamos recibiendo, tales como date prisa, trabaja duro, sacrifícate… nos hacen perder la fe en la simple libertad de vivir. Nos convencen desde niños que la vida es una carrera de metas volantes en la que hay que ir coleccionando trofeos de papel.

-¿Podemos sustraernos de eso, realmente?

-Deberíamos. Todo lo que conseguimos es relativo. Relativo a algo, comparado con algo.

-¿Qué quieres decir?

-Cada cosa que alcanzamos, el coche, la casa, la carrera, es sólo valioso en la medida en que está comparado con lo que ha conseguido el prójimo. ¿Eran los niños de ayer, aquellos que no tenían internet, videojuegos, salas multicines o teléfonos móviles, menos felices que los niños de hoy?

-No, no lo creo.

-Pero hoy alguien les haría sentirse infelices si no tienen todas esas cosas. Todos esos trofeos son sólo importantes en la medida en que les otorgamos valor. Si pudiéramos cambiar los mensajes que estamos transmitiendo e invirtiéramos algunas ideas, podría ser perfectamente plausible que, por ejemplo, permitir a un niño jugar con los amigos en la calle fuera el premio, mientras que “limitarse” a jugar con el ordenador fuera el castigo, la restricción. Hay que vivir como un desahuciado para volver a recuperar nuestras vidas. Si el valor depende de la unidad de medida, la medida debe partir de cero, sino, desde el principio, ya nos encontramos en un tren con demora, en desventaja. Nunca será suficiente todo aquello que hagamos, pues cuando lleguemos a una de esas metas, ya estaremos viendo en el horizonte la siguiente, lejos, muy lejos y viviremos en esa distancia. Y vivir ahí es agotador, podés creerlo. No habrá pues lugar al premio, ya estaremos de nuevo abatidos y desesperados por no estar ahí, del todo. No veremos lo recorrido, sino lo que nos falta por recorrer.

-¿Hablas de deconstrucción?

-Sí, en cierto modo así es. La deconstrucción es parte de  la solución. Ciertas estructuras deben deconstruirse pues actúan como prisiones, celdas de nuestro verdadero yo y de las sociedades en general. Hemos de someter a revisión nuestra escala de valores y eso no va a hacerlo el poder establecido ¿Para qué? No tiene nada que ganar con ello, pues la mente y todas las otras formas de poder están también sometidas a la dictadura de las metas volantes y toda deconstrucción les parece un paso atrás.

-¿Cuál debería ser el fin?

-El fin debiera ser siempre la felicidad ¿no crees? Y si el objetivo es la felicidad, la felicidad depende de la unidad de medida. De nuestra unidad de medida, Josué. No es feliz el que cree que no lo es. Aunque disponga de todo lo que a priori nos parecería suficiente para ser feliz. Asimismo, a menudo, vemos como aquellos que no tienen todo lo que consideramos fundamental para obtener la “licenciatura en felicidad”, los que llamamos displicentemente “infelices” son, con frecuencia, infinitamente más felices que nosotros. La felicidad es una actitud, un pensamiento. 

-Gabriela…

-¿Sí?

-Gabriela… contigo me siento siempre en la línea de fuego.

-¿Qué? Va, andá… ¿Es eso algo malo?

-No, al contrario, es extraordinario. Ocurre que siento las explosiones pero no veo aún de dónde me vienen las bombas.

-Creo que no soy mala contigo, no del todo, así que, francamente, no creo me merezca las lisonjas. No las quiero, mejor que lo sepas.

-¿Gabriela, quieres venir conmigo?

-¿Qué? ¡No! ¿Dónde? No sé qué dices…

-A Lyon. Has dicho que no lo conocías.

-Ya, bueno, ya iré. Seguro que el día de mañana sigue ahí. Los sitios que me esperan son aquellos a los que quiero ir.

-Lyon, con nosotros dos juntos, gana mucho.

-¿Ah, sí? Menudo vendedor de paraísos estás hecho.

-Piénsatelo ¿Sí?

Me mira arqueando una ceja y ladeando su boca en una socarrona sonrisa. El sol hace que su piel aparezca más blanca y desenfocada, como en una vieja fotografía. Sus ojos me parecen más profundos que nunca.

-De momento me voy a la facultad. Me esperan. Que tengás un buen día Josué.

-Igualmente Gabriela.

Al despedirnos hago amago de hacerlo con dos besos, lo que no es nuestra costumbre. Sorprendida, se deja hacer pero en su consentida distracción esquivo sibilinamente su mejilla para imponer mis labios sobre los suyos. Ufano me retiro dejándola plantada con sus ojos llenos de falsa incredulidad.

-¡Josué! –me grita unos pasos ya detrás de mi-.

-Dime Gabriela.

-¡Sos un ladrón de besos!

 

 

XLII – Cada flor que no germina

 

 

El camino de hoy para llegar hasta la consulta del Dr. Vinyals no ha sido precisamente un paseo agradable. Tengo la certeza de que durante gran parte del trayecto dos tipos me estaban siguiendo. Por su apariencia, sólo podían ser o dos matones cobra deudas, o dos miembros de la policía secreta. Me decanto por esta última posibilidad. Primero, porque no tengo deudas impagadas, y segundo por su evidente puesta en escena, con un vestuario demasiado casual, lo que incluía sendas chaquetas a pesar del inclemente calor que hoy nos azota. Ayer, volviendo del Palau, ya me pareció verlos pegados a mí en la estación del metro y después, al bajarme del vagón, pero no quise darle importancia y lo atribuí a una simple coincidencia de recorridos. Pero cuando hoy los he visto a cien metros por detrás, y los he reconocido por sus histriónicas zapatillas de deporte, he constatado que no podía tratarse de una casualidad. No creo que esté relacionado con la nueva estrategia fiscal que estamos siguiendo con Juan, y me pregunto si tiene algo que ver con Meta. ¿Debiera volverme y abordarlos? No tengo nada que ocultar, así que no veo razón para que me estén siguiendo ¿Qué querrán de mí? ¿Tendrá esto que ver con las amenazas que Gabriela dejó entrever que sufría el programa? Quizás se cansen de seguirme cuando se den cuenta de que no soy más que un peón, que poco pueden sacar de mí. Lo comentaré con Gabriela y con Schulze, sí, creo que lo comentaré con ellos si los sigo viendo merodear detrás de mí.

Vinyals aún no ha entrado en el despacho, pero no estoy solo. Me han advertido que hoy vamos a tener la compañía de un niño que ya está aquí conmigo, en el rincón de los juguetes. Es un niño que debe tener alrededor de cuatro años, que por lo oído, su madre todavía no ha podido pasar a recoger. Una eventualidad o algo así. Es un niño callado. Me ignora por el momento distraído como está en el rincón de colores. Está desbordado de ver cuántas opciones divertidas tiene a su disposición. Tiene el cabello moreno, de piel rosada, pálida y sonrisa fácil. Me recuerda algunas fotos mías de cuando yo tenía su edad, aunque creo que yo tenía el cabello algo más largo y peinado hacia el otro lado. Pienso también que debía ser algo más alto que él.

Tan pronto agarra el trenecito con una mano como con la otra tiene un peluche. Quiere jugar con todo al mismo tiempo y le faltan manos y atención, pero la generosidad de formas y colores que encuentra a su alrededor parece saciar sus expectativas. Sonríe y hace imperceptibles sonidos guturales mientras gira sobre sí mismo de un lado a otro de la abigarrada alfombra. Sus piernas son cortas y rechonchas, vestidas con un pantalón corto azul oscuro. Sobre el torso una minúscula camiseta verde gastado, y los pies descalzos. No alcanzo a ver dónde tiene los zapatos. Sabía que Vinyals era también psicólogo infantil, pero no que los niños tan pequeños acudieran a sesiones de psicología. Me pregunto qué problema puede tener un niño de esa edad. Además, a éste se le ve feliz. Es tranquilo y aparentemente fácil de tratar. Le he sonreído en un par de ocasiones y él me ha devuelto tímidamente las sonrisas para enfrascarse de nuevo y sin demora en su mundo imaginario. En fin, esperemos se siga portando así de bien y silenciosamente mientras dura la sesión. Si no, al menos resultará divertido.

-Buenos días Dr.

-Buenos días Josué y disculpe las molestias –añade levantando sutilmente una ceja en dirección al pequeño niño-.

-No se preocupe, no es molestia.

-¿Cómo se encuentra hoy?

-Bien, no dejo de mejorar constantemente. Estoy continuamente impulsando mi lista de súper cualidades y estoy muy satisfecho con el resultado. Las auto instrucciones y la lectura súper intensiva están dando sus frutos. Eso creo.

-Mejora…. –toma nota mientras lo murmura- ¿También el dolor?

-No tanto.

-Ya veo. Háblame de esas súper cualidades.

-Siguiendo el consejo de Gabriela estoy decantándome por cualidades de tipo humanista, aunque otras como la capacidad de cálculo o la mayor resistencia física, involuntariamente, se están desarrollando por sí solas, de forma paralela. Ahora observo algunos retos físicos y sé que puedo superarlos. No he hecho nada para ello. No practico ningún ejercicio salvo el de caminar todos los días, pero sin embargo observo aquello que quiero conseguir, como… no sé, correr unos kilómetros, saltar una valla, mantener el equilibrio, cosas así, y sé que puedo hacerlo. Antes era terriblemente torpe en todo lo que tenía que ver con la actividad física y sin embargo ahora…

-¿Dice que ha mejorado su capacidad de cálculo?

-Sí, también. Recuerdo además fórmulas matemáticas que había estudiado de niño como el Teorema de Ruffini, por ejemplo, y que yo creía completamente olvidadas y, contra todo pronóstico, puedo recordarlas con claridad, con total precisión. Mire, el otro día, reunido con Mercedes y el equipo técnico que se ocupa de la métrica de nuestra aplicación móvil, surgió la necesidad de hacer una ecuación para resolver una pequeña duda. Sí, no era algo muy complicado, pero créame, yo creía que únicamente una vez en la vida resolvería ecuaciones, que fue cuando las estudié para el examen, cuando tenía catorce o quince años, y sin embargo en esta ocasión, anteayer, formulé la ecuación de manera natural, surgió de mis labios  y… ¡La resolví yo mismo!

-Eso suena muy bien. Debió sentirse muy satisfecho.

-Sí, la verdad es que todo va adquiriendo nuevo sentido para mí. Las perspectivas cambian tal y como cambiamos nosotros. Tenía razón Gabriela cuando decía que la lista de cualidades debía hacerse paso a paso, pues lo que hoy nos parece importante, con cada cambio que hacemos, esa percepción cambia, y toman relevancia nuevas opciones que hasta entonces parecían secundarias.

-¿Qué hay ahora en su lista?

-¡Literatura! Quiero saber escribir algún relato ¿De qué me sirve la vida sin poesía? No creo que sea un buen escritor, ni siquiera un gran pensador, pero pienso mucho y ese trabajo, al final, debería dar algún fruto ¿No cree? Espero que me sea fácil, como me está sucediendo con las matemáticas. Quiero escribir para…  alguien, una persona que sé que no voy a seducir simplemente con unas pocas palabras o con un pícaro chat en el whatsap. Necesito subir un poco el nivel, quizás algo más que un “poco”. Espero no equivocarme.

-¿Le da miedo equivocarse? ¿En qué?

-En mis elecciones. Me gustaría acertar siempre. Como a todos, supongo.

-Quien siempre acierta, no aprende nunca. El error es valioso. No debería subestimarlo.

El niño había seguido absorto en su juego hasta ahora. En mi danza oscilante sobre la silla giratoria observo que en este instante está sentado sobre sus posaderas y tiene sus ojos puestos en nosotros, con la boca medio abierta y su atención pendiente de mis próximas palabras. Se acaba de convertir en un espectador atento.

-No lo subestimo. Entiendo lo que quiere decir. Pero coincidirá conmigo en que equivocarse no es algo que recibamos con los brazos abiertos. De todos modos, veo que insiste usted en la idea del aprendizaje. Yo pensaba que eso lo teníamos ya superado. Que el fin último era la experimentación, no el aprendizaje. Que es la necesidad de "experiencias vitales" lo que nos lleva a asomarnos a una ventana si oímos gritos de pelea en la calle o a ralentizar el paso de nuestro vehículo cuando pasamos frente a un accidente de tráfico. Eso es lo que a mi juicio nos impulsa, no el aprendizaje. Devoramos las experiencias, las propias y las ajenas, pero a falta de propias las consumimos vorazmente donde las encontremos, en libros, películas y en programas de televisión. La experiencia de cualquiera, cualquier historia nos vale. Necesitamos estar vivos, y para ello hacen falta contenidos. Los contenidos son las experiencias. Las aulas del mundo no están llenas, pero en casi todas las casas encontrará libros y televisores.  Y el que no tiene alguna de ambas cosas, es que está viajando por el mundo y viviendo aventuras.

-¿Cree usted acaso que el error no es una forma de estar vivo?

-Claro, ya veo por donde va. El error es un síntoma ¿Sí? ¿Es lo que quiere decir?

-Dígamelo usted.

-Mmm… el error como síntoma. Equivocarse sería la prueba de la acción. ¿Quizás es eso lo que insinuaba?

-¿Acaso la no acción no podría ser también una equivocación?

-Cierto, pero todo acto de decisión es un acto de la voluntad. Decir “no” implica también voluntad. El sí y el no son expresiones que emanan de la misma fuente. Tratamos ese tema cuando Gabriela abordó el caso de las dudas internas, las que van contra uno mismo.  Equivocarse es haber aceptado el riesgo de vivir. Y es por eso que usted sugiere el error como un valor en sí mismo que debiera ser reconocido ¿Estoy en lo cierto?

-Coincido con usted en que sólo puede equivocarse quien está vivo.

-¿Puede Dios equivocarse, Dr. Vinyals? Sí así fuera…

-Siga, no se detenga.

-Si Dios puede equivocarse… Pero claro, el problema es de juicio ¿Cómo determinamos que es lo adecuado? Todo es relativo. Lo que hoy nos parece un error, ayer no lo era y quizás lo que hoy juzgamos como algo equivocado, mañana resulte ser un acierto. Toda percepción está contaminada, ya lo decía Kant… Entonces, cómo hacer juicios de valor sobre lo acertado de una decisión.

El niño se ha puesto en pie y tiene su cuerpo mirando hacia nosotros. Lo miro a los ojos y lo observo triste. Tiene los brazos pegados al cuerpo, con las manos vueltas hacia atrás y los hombros encogidos. No llora pero si lo hiciera ahora no me extrañaría. Miro a Vinyals por si acaso sin quererlo he elevado el tono de voz y el pequeño se ha asustado. El doctor me hace un ademán con la mano para que continúe.

-Adelante, siga por favor.

-Lo que quiero decir es… Me he perdido, ya no sé por dónde iba, discúlpeme.

-Creo que usted intentaba explicar algo sobre la subjetividad de los juicios.

-Sí, pero lo que quiero averiguar realmente es si su sugerencia sobre los beneficios del error es válida. No me mal interprete, quiero decir que lo que deseo saber es si es válida para mí, si puedo asimilarla.

-No se preocupe por mis interpretaciones. Siga por favor.

-Si todo juicio debe posponerse o en el peor de los casos invalidarse por subjetivo, todo error lo es solamente con carácter transitorio, hasta que se den las condiciones y se determinen las leyes verdaderas y universales que puedan enjuiciarlas. Considerando que incluso algunas de las leyes hasta ahora más consagradas pueden acabar sucumbiendo frente a los recientes descubrimientos en el ámbito de la cuántica y la física de partículas en general, cabría reducir las equivocaciones únicamente a su condición de síntomas. Manifestaciones de la voluntad. No creo que importe mucho si aprendemos o no de ellas, sino que creo que más importante aún es nuestro derecho a equivocarnos. El derecho a tropezar y levantarnos o incluso a no hacerlo. Nuestro derecho a elegir de forma autónoma e individual debería estar entonces por encima de todos los demás derechos, porque los derechos de la voluntad están incluso por encima del derecho a la vida mismo. Si la vida no es más que un recipiente de la voluntad, si esta aconteciera antes incluso de la vida, la vida física que conocemos, entonces, la equivocación, el error, serían el paradigma de nuestra voluntad individual, de nuestra libertad como seres trascendentes de elegir incluso  aquello que parece una equivocación, aquello que resultaría, aparentemente y hasta nuevo juicio, contraproducente para nosotros. Caer de rodillas de vez en cuando sería pues un privilegio, y en cambio no equivocarte nunca sería una auténtica privación, una maldición, pues en tal caso, tu vida estaría ocurriendo fuera del tiempo, fuera del tiempo reservado para la experiencia. Estarías a este lado del espejo, pero sin un cometido. Salvo que fueras un ángel, claro, pero eso debe ser en sí mismo también una suerte de maldición.

-¿Fuera del tiempo?

-Fuera del escenario. No tendrías un papel asignado. Estarías vacío de personaje. Lo cual me devuelve a una de mis cuestiones iniciales.

-¿Cuál?

-La de si Dios puede equivocarse.

-¿Y qué concluye usted?

-La energía pura, la que está en tránsito de una forma de vida a otra, no se equivoca, pues tiene todo el conocimiento. Es el Todo. El Todo, la Unidad que está al otro lado del espejo, la que está fuera del tiempo. Por su parte, a este lado del reflejo, en esta dimensión que es el teatro de la vida, el Todo, dividido en millones de partes, se equivoca constantemente, todos los días.

-¿Se equivoca entonces Dios, según sus conclusiones?

-Es evidente que sí. Intencionadamente. Constantemente, continuamente, millones de veces cada día. Cada flor que no germina es una equivocación. Una vida sin errores sería una equivocación.

Desde el rincón de los juguetes el niño se ha acercado hasta mí sin yo percibirlo, y mirándome hacia arriba ha esperado a que detuviera mi vaivén en la silla giratoria. Cuando me he detenido por completo y lo he mirado a los ojos, he sentido un escalofrío cuando ha posado una de sus diminutas manos sobre mi rodilla y nos hemos quedado mirándonos el uno al otro, en silencio. Sus ojos son grandes y vidriosos y sus facciones me recuerdan mucho a mí mismo cuando tenía su edad. Pero yo me peinaba hacia el otro lado.

 

XLIII – A veces hay que mirarse para reconocerse

 

 

-¿Mercedes, puedes por favor mirar si saliendo, a mano derecha, hay todavía dos hombres apostados sobre un coche de color gris?

-¿Dos hombres? Pero qué cosas me preguntas, Josué... Déjame ver. Por cierto, no te vayas sin firmarme los documentos y recuerda que tu vuelo a Berlín sale mañana temprano. El vuelo desde Berlín a Ámsterdam sale también mañana a las nueve de la noche. Desde Ámsterdam deberás volar pasado mañana a París. Desde ahí vas en tren a Lyon. Lo tienes todo anotado en la agenda ¿Lo tienes claro, Josué?

-Sí, Mercedes, gracias. Ves a mirar por favor.

-Voy –dice con la evidente resignación del que debe-.

A veces el tiempo parece un juego, y otras somos nosotros el juguete del tiempo. Y supongo que la única diferencia entre uno y otro momento somos nosotros; tan diferentes en cada ocasión. No es posible ser la misma persona de ayer, ni la que seremos mañana, por más que concienzudamente lo intentemos en pos de una grotesca coherencia interna que ansiamos exteriorizar. El disfraz cambia cada día, e intentar hacer creer a los otros que no lo hace es un posado tan vacuo como patético.

-No hay nadie ahí fuera Josué. ¿Habías quedado con esos hombres? ¿Te esperaban? ¿De qué se trata?

-Nada, no te preocupes, Mercedes. Dime ¿qué debo firmar?

-Firma aquí y aquí por favor-dice señalando dos documentos que pone frente a mí-.

Firmo el primero de los documentos y mientras voy seguidamente a por el segundo observo a mi izquierda, por el perfil de la mirada, que Mercedes frunce el ceño mientras se gira y va a remover unos papeles sobre su mesa. Mientras acabo de estampar la segunda firma observo que Mercedes vuelve hasta mí, comparando frente a ella el documento que acabo de firmar con lo que parece un talón. Pasa la mirada de uno a otro, achinando los ojos.

-No sabía que eras ambidiestro, Josué y menos aún para firmar –dice al fin-.

-¿Ambidiestro? ¿Qué quieres decir?

Mientras hago tan absurda pregunta observo la pluma en mi mano izquierda. Un lugar donde nunca antes estuvo, que yo recuerde.

-Sí, Josué, estoy segura de que este talón me lo firmaste ayer por la tarde con la mano derecha, como siempre… bien, como hasta ahora siempre habías hecho. Esta autorización la has firmado con la izquierda. Lo que me fascina, Josué, es que por más que las comparo no encuentro diferencia entre una y otra firma; son gemelas. Fíjate.

Mercedes pone sobre la mesa ambos documentos con ambas firmas. Tal y como ella dice, el garabato de la izquierda es un calco del otro. Tienen incluso el mismo tamaño y el mismo estrechamiento de los trazos al levantarse la pluma sobre el papel.

-Hasta ahora no te había visto firmar ni escribir con la izquierda. Te lo tenías muy escondido. Estás lleno de sorpresas Josué –dice toda ufana de descubrirse aliada de una parte de mí-.

Mientras maduro la reciente sentencia de Mercedes y me regocijo con cada una de las palabras que forman el último mensaje de móvil de Gabriela, donde, con su peculiar indolencia, acepta mi invitación para vernos durante dos días en Lyon, yo, desde la vanidad, esa, la nuestra, la humana, la burbujeante, la ciega, me digo, me recuerdo que, cuando eres verdaderamente especial, Dios se interesa más por ti, y entonces… Entonces la suerte te sonríe pícara, te guiña un ojo, y te lleva consigo.

Cuando la derecha se convierte en zurda, es cuando se pintan los mejores cuadros. Cuando la habilidad confluye con el talento.

 

XLIV – Un Murmuro en la Niebla

 

 

Los aviones tienen el extraño mérito de hacernos pensar siempre en la muerte. Cuando se cierran las puertas antes del despegue, uno no puede evitar tener la sensación de que nos envuelven para regalo al fin de entregarnos directamente en los brazos de la Cierta. Ella tan leal y paciente, siempre a la espera de recibir lo suyo.

Recuerdo una conversación con Zacarías. Una sobre la muerte. La marihuana tenía esa clase de efectos en su persona. Zacarías hablaba de estas cosas con total normalidad. En cualquier momento, y sin venir a colación, te sorprendía con alguna pregunta sobre por qué la lluvia iba de arriba hacia abajo, por qué no existe el horizonte, o te preguntaba de qué querías morirte.

-¿De qué te gustaría morirte a ti? –le respondí yo-.

-De haber vivido –pronunció sin dudarlo-.

-Yo creo que la mejor muerte –respondí- que uno puedo experimentar, es cargado de alcohol, salir de la mano de tu botella de licor, desnudo, completamente desnudo, a estirarte sobre la nieve, a observar las estrellas en el cielo nítido, en la cima de un bosque de magníficos abetos, sobre la lengua pura de un glaciar. Una magnífica, etílica y cálida muerte por congelación mientras todas las estrellas del cielo oscuro se bañan en tus ojos. Sí, esa debe ser la mejor muerte del mundo, Zacarías. 

-Veo entonces que los dos queremos morir igual –respondió lacónicamente mientras liaba su siguiente cigarrillo-.

Él todo lo decía sin inquietud, sereno. Creo que sólo vi desazón en sus ojos en una ocasión. La última vez que estuvo en mi casa. No me reconoció.

-¿Cómo te gustaría que fuera tu funeral? –le pregunté-.

-Un ballet clásico en mi funeral quiero, música, muchos ramos de flores, pero sin coronas. Por favor, que no haya coronas. Ramos de flores, sí. Y poesía en prosa. Quiero que se lea poesía en prosa en mi funeral.

No fui capaz en su funeral de pensar en ello. No me ocupé de nada. Su madre, destrozada, consciente de la techumbre de desolación que se precipitaba sobre ella, se hizo cargo de todo. De todo lo que pudo. No hubieron bailarinas danzando para despedirle. Nadie leyó poesía en prosa y apenas un puñado de coronas rodeaban su ataúd. Sin ramos de flores. No me ocupé de nada. No fui capaz de acordarme.  

-Algunos están tan apagados que están más cerca de volver a nacer que de morir –decía, y se reía a carcajadas-.

-Deberías leer a Séneca –le propuse-. Séneca es uno de los pocos y más honestos abogados que ha tenido la muerte, aunque nunca la quiso como clienta. “Morirás no porque enfermes, sino porque vives” escribió.

-Morir no vale la pena –respondió Zacas- hasta que no has succionado la médula de la vida y te la has circulado por el cuerpo. Unas cuantas veces.

Y con cada pensamiento tomaba el humo a bocanadas tan grandes que parecía que dejara sin aire la habitación, mientras entornaba los ojos vidriosos y enrojecidos.

Zacarías y yo nos conocíamos desde hacía varios años.  Era la suya una vida discontinua en la mía. A veces pasaban meses, sino años, sin saber de él. Otras temporadas, por el contrario, casi cada semana tenía noticias. Después volvía a desaparecer. Nunca decía adiós porque nunca se iba para siempre. Probablemente nunca se iba. Sólo lo parecía.

Rememorando aquella tarde, creo de noviembre de hace quizás un par de años, recuerdo que citando de nuevo a Séneca, le dije “La muerte no está enfrente sino que cualquier momento de la vida que quedó atrás lo tiene la muerte”.

Zacarías no dejaba aquella tarde de mirar a través del ventanal, mientras sonaba sobre vinilo Crying about you de Busty Brown, y el humo de su tabaco subía perezoso hasta el techo.

El sol de otoño hacía estrellas de luz al llegar a los cristales de las ventanas y aterrizar sobre la mesa del salón. Creo que Zacas, pensando en voz alta, respondió en un murmuro sin pretenderlo:

-Al pasar delante de la puerta de la muerte quisiera no pasar sin saludarla, intercambiar con ella unas palabras y algunos versos pues la suya debe ser una historia digna de ser contada muchas veces. 

Y así se sumía de nuevo en la nube de humo de su poesía en prosa, que era como él llamaba a la mayoría de sus murmullos. Los murmullos que nacían en aquel lugar detrás de la niebla, y que a Zacarías le parecía un lugar tan cierto como a los demás nos parecía nuestro mundo. “Con el mismo derecho” añadía en voz alta y alzando un brazo, reivindicaba su derecho a la realidad, a ser fiel a su realidad.

Con la gente que siempre está de paso en tu vida resulta más difícil aceptar su muerte pues siempre esperas que, como antaño, vuelvan a aparecer, inesperadamente. Los mantienes en el apeadero de aquellas personas que sabes que en algún momento tomarán el tren de nuevo hacia tu vida. Picarán a la puerta, se arrellanarán en el sofá y se pondrán a hablar sin cortesías, de ellas y de ti, de la vida, … como si ayer nos hubiéramos visto.

Las personas que ves cada día, en cambio, al marcharse, te recuerdan en su enconada ausencia que han dejado de vivir. Pero, como ocurre con las mariposas, que aunque no las veas volar esta primavera esperas verlas de nuevo en la próxima, pues no aceptas nunca que ya no queden, que se hayan marchado por siempre, pues de cierto ocurre con personas como Zacarías. Porque las cosas hermosas y las almas serenas nunca tienen para ti billete sólo de ida. Siempre les guardas lugar.

La Cierta es leal. No engaña.

-La muerte cuida de nosotros, Josué. Evita que nos desviemos de nuestro destino –me dijo-.

 

 

XLV – Sólo se puede ser ahora

 

 

-  Pero no entiendo. ¿Si vas a pasar por París en tu camino a Lyon, por qué no podemos vernos si nosotros estamos aquí también?

-  Voy con una agenda muy complicada, Sophie

Coincide que Sophie está en París con Armand. Como cada año, lo lleva a visitar a sus abuelos y después se van juntos a la Côte d’Azur. Me propone a través del chat, que nos reunamos en algún punto de París aprovechando mi escala desde Ámsterdam. Propuesta que no me conviene aceptar.

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