Messi

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12. El visitante

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El visitante

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Celia a Jorge, sirviéndole una humeante taza de café caliente. La mesa de la cocina, normalmente rodeada por toda la familia y repleta de comida, ahora estaba vacía salvo por ellos dos. El viaje de regreso en autobús desde Buenos Aires se había converido en cuatro horas de sueño inquieto y tristeza.

Aunque Jorge sabía lo bueno que era Leo, se daba cuenta de que, por el momento, no existía ningún equipo en Argentina que quisiera a su hijo a toda costa. Necesitaba otra solución, pero ¿dónde buscarla?

De pronto llamaron a la puerta.

—¿Esperás visita? —preguntó Celia.

—No —respondió Jorge a la vez que se ponía de pie.

Leo fue el primero en oír que llamaban. Corrió a la puerta y abrió. Un hombre alto a quien nunca había visto lo miraba desde el porche con semblante serio, pero mirada afable. Iba bien trajeado. Supo de inmediato que era forastero porque se veía que no estaba acostumbrado al calor de Rosario.

—¿Tú eres Leo? —preguntó el hombre, y sonrió—. He venido de muy lejos para verte.

El desconocido se presentó y le tendió la mano.

—He venido desde Barcelona para hablar contigo y con tus padres.

—¿Barcelona? —repitió Jorge, atónito, y le estrechó la mano empezando a comprender que aquél no era un visitante cualquiera.

—Sí. Represento al Fútbol Club Barcelona —respondió el hombre.

—¿El Bar-Barça? —dijo Leo, tartamudeando.

El hombre sonrió y asintió.

—Sí, Leo, el Barça. ¿Has oído hablar de nosotros? —preguntó en broma.

Incluso Leo se dio cuenta de que el hombre no hablaba en serio. En Rosario todo el mundo conocía el Barça.

—Pase —ofreció Celia—. ¿Quiere beber algo frío? ¿Agua? ¿Limonada?

El visitante asintió, entró y se sentó cerca de la mesa.

Bebió limonada casera y luego tomó café y comió alfajores, las golosinas preferidas de Leo. Entre bocado y bocado, explicó que unos hombres habían visto a Leo en Buenos Aires y telefoneado a Horacio Gaggioli, un scout al servicio del FC Barcelona. Gaggioli colaboraba con Josep Maria Minguella, que había llevado a muchas estrellas del fútbol al Barça. Como el visitante buscaba jóvenes promesas para el club, Minguella, que era asesor de Joan Gaspart, presidente del FC Barcelona, le pidió que cruzara el Atlántico y visitara Rosario para ver a un niño que estaba deslumbrando a todo el mundo. Era la primera vez en la historia del club que el Barça enviaba a un scout para buscar a un talento en otro país que no fuera España.

—Estamos haciendo historia —dijo el hombre mientras masticaba otro alfajor y sonreía.

La familia Messi tenía parientes en la ciudad de Lleida, que está a unos ciento cincuenta kilómetros de Barcelona. Debido a eso, en el Barça todos creían que en Barcelona la gente aceptaría bien a Leo como uno más de los suyos.

Celia, pensando que todo ocurría muy deprisa, dijo:

—Leo es demasiado joven para irse a vivir a Barcelona.

El scout, para tranquilizarla, explicó cómo era el centro de formación del FC Barcelona, La Masia, una antigua casona de labranza situada frente al Camp Nou, el estadio del club, donde niños de toda España estudiaban las materias académicas. Y en su tiempo libre aprendían a jugar al fútbol con el magnífico equipo técnico del FC Barcelona.

—Reciben la mejor educación formal y la mejor preparación futbolística al mismo tiempo —explicó el visitante—. Aprenden valores y modales y también les enseñamos a ser grandes en su futura profesión de futbolistas.

—Bueno, no podríamos ir todos, y la familia nunca se separó —contestó Celia, dirigiéndose a Jorge y los niños. María Sol estaba en su sillita alta manchándose de comida, ajena a la conversación.

—Era el sueño de la abuela Celia —afirmó Leo.

En la estancia se produjo un silencio sepulcral. El forastero lo miró fijamente.

—Hay otra cosa —dijo, guardándose lo mejor para el final—. Si aceptan a Leo en La Masia, pagaremos todos los gastos médicos.

El salón quedó de nuevo en silencio. Todos dejaron de respirar.

—¿Usted qué opina, señor Messi? —preguntó el hombre al cabo de un momento.

Jorge sonrió.

—¿Quién soy yo para poner en duda un milagro?

El visitante desplegó una sonrisa radiante.

—Pero si nos trasladamos a Barcelona —prosiguió Jorge—, ¿dónde trabajaría yo? Tengo que mantener a mi familia.

El forastero asintió con la cabeza. Ya había previsto esas preguntas.

—El club lo ayudará a encontrar un empleo. El Barça hará que todo sea posible, señor Messi —afirmó, y volvió a sonreír.

Al cabo de media hora, el visitante mágico, sentado en el sofá del salón, tenía el auricular del teléfono al oído.

Josep Maria Minguella descolgó nada más sonar el timbre. En Barcelona era muy temprano por la mañana, y Minguella esperaba la llamada de su scout. Intercambiaron las cortesías de rigor, y luego puso una llamada a tres con el director deportivo del Barça, Charly Rexach, que estaba en Australia, donde se celebraban los Juegos Olímpicos. Los tres hombres, en tres continentes distintos, conversaban ahora sobre un niño de Rosario, Argentina. Era plena noche para Charly Rexach, y a diferencia de Minguella, habría preferido estar durmiendo.

—¿Qué edad tiene? —preguntó Rexach, aturdido.

—Doce —respondió el forastero.

—Como sabes, especifiqué que quería a un chico de dieciocho años —dijo Rexach.

—Leo Messi juega mejor que un chico de dieciocho años —se apresuró a contestar el scout.

—¿Eso es verdad, Minguella?

—Viendo los vídeos, está claro que el chico es excepcional —respondió Minguella de inmediato.

Rexach, al otro lado de la línea, suspiró mientras los primeros rayos de sol asomaban por el horizonte ante su ventana.

—Me reuniré con vosotros y con el chico en Barcelona dentro de dos semanas —dijo.

—¡Gracias! —contestó el scout levantando la voz. Entusiasmado, enseguida se despidió de Minguella, que tenía que marcharse a trabajar.

—Más vale que tengas razón —dijo Rexach, y colgó.

El scout sonrió para sí, colgó suavemente el auricular en la horquilla y, con tono triunfal, susurró:

—La tengo.

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