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SEGUNDA PARTE EN BARCELONA » 3 CAMPEONANDO

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CAMPEONANDO

«Hay un movimiento telúrico». «¿Dónde?». «En La Plata, Argentina». «¿Seguro?». «Eso parece». Así quedó registrado en el sismógrafo del departamento de Sismología e Información Meteorológica del Observatorio Astronómico de La Plata. Un terremoto, confirmado. De más de seis grados en la escala Richter.

Era el 5 de abril de 1992. Y se jugaba un partido de fútbol. Un gol movió el suelo, literalmente.

Y eso que, en el gran contexto de las cosas, era un partido cualquiera de una jornada cualquiera. En concreto, el clásico platense en la cancha del Estudiantes, con el Gimnasia de visitante. O sea, no del todo un partido olvidable, un derbi de máxima rivalidad y tensión, aunque no se jugaban la liga o un título; estaban en la séptima jornada del torneo de Clausura.

El partido era aburrido, físico, trabado. Llegó el minuto 54 y el volante uruguayo José Perdomo, del Gimnasia, estaba a punto de ser rebautizado con un mote de los que quedan para siempre.

Falta contra el equipo local, el Estudiantes. Perdomo se acomoda el balón, mira al arco contrario, defendido por Marcelo Yorno; el objetivo está a unos 35 metros de distancia. El jugador del Gimnasia lanza el libre directo con precisión y fuerza. Marcelo sólo puede mirar la trayectoria del balón, que entra como un obús junto al palo derecho.

Goooool.

Y los miles de triperos (aficionados del Gimnasia) situados en la grada del Colegio Industrial que va a dar a la calle 57 lo celebraron con tal estridencia, con un júbilo tan intenso, que La Plata tembló. No había ocurrido antes, ni ha ocurrido desde entonces. En ninguna parte del mundo.

El clásico 113 entre ambos conjuntos acabó con victoria visitante gracias al único tanto del partido, el del Terremoto Perdomo, ya nunca más sólo José Perdomo.

El fútbol, que es pasión allá donde ha echado raíces, en Argentina mueve el suelo. Como en todas partes, el balompié es un espejo de la sociedad, pero en Argentina parece un reflejo sobre un espejo oblicuo: todo, desde el entusiasmo hasta la leyenda, se multiplica de forma dramatizada. Ése es su atractivo y su peligro.

El asesor económico Enrico Udenio cuenta con pesimismo en su libro La hipocresía argentina que «a la Argentina la compone una sociedad neurótica, entendiéndose ésta como aquella cuyos habitantes se encuentran insatisfechos y compulsados a accionar de manera autodestructiva. Se trata de una sociedad cuyo pasado albergó un destino de grandeza, pero que en la actualidad no puede abastecer sus necesidades, desde las más básicas de vivienda, alimentación, salud, educación y seguridad hasta las más elevadas, las aspiraciones intelectuales y espirituales de sus miembros». Ahí se encuentra la urdimbre de una pasión exagerada.

«Es una sociedad en la que sus integrantes no sólo no encuentran bienestar, sino que experimentan sensaciones permanentes de amenaza —continúa Udenio—. Esta situación conduce al padecimiento de un estrés crónico cuyos síntomas habituales son la fatiga, la autopercepción de impotencia, la depresión, el adormecimiento y la falta de respuesta hacia los estímulos. Es una sociedad que construye creencias que la llevan a depositar en el afuera la causa de sus carencias». Se buscan fácilmente culpables a su anquilosamiento actual, «figuras diabólicas» dice Udenio, y la frustración se convierte en «psicología irracional» con maniqueísmos y una «acentuada compulsión emocional. Eleva a sus representantes al rango de dioses con la misma rapidez y facilidad con la que los convierte en demonios», concluye el escritor italiano pero residente en el país latinoamericano desde niño.

El pensador español José Ortega y Gasset lo vio así incluso hace cien años: «El argentino es un frenético idealista: tiene puesta su vida en una cosa que no es él mismo, una idea o un ideal que tiene de sí mismo». El argentino, pues, es quien imagina ser.

Todo empezó bien: el país, fuente de riqueza y destino de varias oleadas de inmigrantes, se convirtió en sus primeros años en «El Dorado de media Europa», como dice el ensayista Marcos Aguinis en El atroz encanto de ser argentinos. Medio siglo atrás era todavía uno de los países más ricos del mundo, de donde salían artistas, científicos, políticos y escritores.

Pero a medida que Argentina se fue alejando de aquel «destino de grandeza» que no acababa de llegar, el fútbol fue atrayendo frustraciones y expectativas. «Me parece que somos un país que se creyó destinado a grandes metas y a grandes logros, y algo falló», reflexiona el escritor Eduardo Sacheri, guionista de la película El secreto de sus ojos, ganadora de un Oscar. «Y nos cuesta mucho reconciliarnos con eso. No éramos tan buenos, no nos aguardaba ese destino de grandeza, pero, por el contrario, al fútbol jugamos bien, llamativamente bien. Porque vos fijate que no somos tantos. Digamos, en Brasil juegan al fútbol fantásticamente bien, pero son ciento noventa millones; acá somos a duras penas cuarenta y, sin embargo, podemos pelear ahí, asomar la cabeza en ese conjunto de los que mejor juegan al fútbol en el mundo».

Pero ese sentimiento extremado con el que se vive la pasión por el fútbol hace que los argentinos se cieguen con el éxito (creyendo haber llegado a la Tierra prometida) y también con las derrotas. Y que crean que lo bueno, y lo malo, sólo les pasa a ellos. «“Nuestro destino de grandeza” es puro verso, Dios no es argentino y suena a disparate afirmar que la Argentina es el mejor país del mundo… [Al menos ahora] nos reímos de nosotros mismos, lo cual era rechazado hace poco debido a un sentimiento nacionalista parroquial», insiste Marcos Aguinis.

«Argentina está en una debacle desde hace una generación y media, y todavía no tocamos fondo —afirma la psicóloga deportiva Liliana Grabin—. Como no te podés sentir argentino por otra cosa, cuando empieza a fallar la identidad como país, uno se va adaptando a cualquier idea. El fútbol nos transmite una identidad que te permite arraigarte. Y decís “soy argentino” y escuchás “Maradona” y ahora Messi, y el papa. Ah, sí, eso es Argentina».

Curiosamente, los tres argentinos más conocidos del momento (Leo, el papa Francisco y Máxima Zorreguieta, reina de los Países Bajos) están fuera del país. Y los más reconocidos por la historia también murieron fuera: el Che, José de San Martín, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Carlos Gardel. «Pareciera que ser argentino pudiera tomar identidad más fuera que dentro del país —explica Liliana—. Vos ves que la gente no canta el himno, no quiere identificarse con algunas de las características del país: la corrupción, el desánimo. Los que quedamos en Argentina tenemos que hacernos cargo de eso y tal vez por todo ello cueste menos ser argentino en el exterior que en el propio país, porque de patria, en casa, ya no se puede hablar. No hay patria ya».

Y siempre queda el fútbol, la religión más cómoda. La agenda de los argentinos está futbolizada, se habla con términos futbolísticos de todo: de política, de economía… En un contexto gris, de malos resultados y vivencias, de desconfianza, el fútbol es la luz, da resultados positivos casi cada semana. «Muchos sostienen incluso que el himno nacional terminó sustituido por la camiseta de la selección porque representa más a la Argentina que todo lo demás —dice el sociólogo Sergio Levinsky—. Es lo único que gana».

Aunque el fútbol es pasto de cultivo ideal para frustraciones, promesas, demonios, dioses, carencias y estímulos (convertidos a menudo en violencia), también une. Apunta Sacheri: «En un país donde solemos dividirnos mucho, en torno a cualquier cosa, y tenemos un individualismo acérrimo, y así vivimos; la selección es lo único que nos une, porque ni siquiera tener un papa argentino nos une. Eligieron papa argentino, y la siguiente semana fue pelearnos a muerte a ver si era un buen tipo o no era un buen tipo».

¿Qué se juega en un partido argentino? ¿Valores, orgullo, una manera de entender el mundo? ¿O solamente puntos, títulos? «El fútbol le permitía y le sigue permitiendo a un tipo de un barrio tener algo que a los pobres les arrebataban desde la cuna: el orgullo. —Eso cree el entrenador e intelectual Ángel Cappa—. Es decir, yo a partir de una pelota de fútbol soy alguien, en el sentido profundo. Me gano así el respeto mío y el de la gente. En el barrio, el tipo más respetado era el que mejor jugaba al fútbol. ¿Qué otros medios tiene para que lo reconozcan y él mismo reconocerse? ¿Qué otros valores culturales le quedan en el barrio para tener una identidad? ¡La pelota! Entonces, jugar bien tiene ese enorme significado que ahora le están quitando y que los mediocres creen que es romanticismo o que es para dar espectáculo. ¡No! Es una cosa mucho más profunda».

Un partido en un potrero, esos campos irregulares donde rueda un balón a todas horas, se juega por los puntos pero, sobre todo, para defender la posibilidad de sentirse alguien, admirado. Y toda la población masculina y un buen porcentaje de la femenina practican u organizan las competiciones. «En el barrio el que no jugaba al fútbol era un bicho raro. A partir de ahí, hay unos códigos que se van formando —continúa Cappa—. El fútbol te enseña a ser valiente, a superar el miedo a perder, el temor a meter la pierna, a pedir la pelota. Te enseña también a mantener el equilibrio entre el éxito y el fracaso, porque vos sabés que estás caminando sobre una cornisa y que el fracaso y el éxito dependen de tonterías, a veces. Entonces uno se vuelve prudente. En el fondo uno sabe que tuvo éxito en ese partido, pero también que pudo haber perdido, porque pegó una pelota en el poste, o resulta que le pegó mal y la pelota entró igual. Esto me parece que es fundamental. Sobre todo el respeto».

Pero, como ocurre en otros lugares, el futbolista argentino es ahora un tipo con un trabajo. «A partir de la industrialización masiva de los años sesenta, estos argumentos también se trasladaron al fútbol, y al jugador le empiezan a quitar el placer de jugar y lo alejan de esa cuestión del orgullo de la que hablamos antes —analiza Cappa en www.efdeportes.com—. Entonces se empezaron a producir jugadores en serie. En líneas generales, el futbolista en este proceso fue ganando cada vez más plata, y los grandes capitalistas vieron un gran negocio, con la ropa deportiva, la televisión, la radio. Lo que lograron fue transformar a pibes de veinte años como Ronaldo [Nazario] o Raúl en tipos tristes, pero llenos de plata».

Además de obrero, el futbolista argentino es, como queda dicho, un exiliado más: entre 2009 y 2010, Argentina exportó cerca de 1800 futbolistas; Brasil, 1440. «Se van los muy buenos, los buenos, y los regulares —continua Ángel Cappa—. Es decir, que se va prácticamente todo el mundo. Y aquí, en la Argentina, juegan solamente los que están saliendo y los que están de vuelta».

El futbolista bueno se va, todo el mundo patea un balón y el aficionado, frustrado seis días a la semana, se deja llevar por la pasión en un estadio… y así hasta el terremoto. Eso es fútbol en Argentina.

Sacheri lo encapsula muy gráficamente en dos escenas. «Para mí, el fútbol son dos imágenes. Por un lado, lo que nosotros llamamos un campito, un terreno baldío sin arcos, donde un grupo de pibes juega al fútbol en días feriados. Suele estar lejos del centro de la ciudad. Y la otra escena es un grupo de tipos saltando en una tribuna, que es como miramos fútbol acá. Eso de estar sentado en la silla… es muy difícil. Yo voy con mi hijo a ver a Independiente. Yo a mi edad ya te diría: “Y… mejor me voy a verlo a la platea y me siento”. Y no puedo porque este hijo mío me dice: “No, vamos a ese lugar desde donde se ve mal, donde nos da el sol, donde estamos apretados todo el partido… pero donde gritamos, y saltamos, y donde las cabezas de todos los tipos están alrededor nuestro”. Entonces estamos en una conversación colectiva permanente, donde uno comenta, y uno se burla, y otro contesta… Y analizas sesudamente el partido con el tipo que no estás viendo porque está dos escalones más arriba tuyo, pero vos no te podés volver para mirarlo».

* * *

El tango, actualmente en pleno renacimiento aunque se baile y se silbe mucho menos que décadas atrás, da más pistas sobre la manera de ser argentina. «Expresa rencor, miedo, tristeza, picardía», explica Marcos Aguinis. ¿Es ése el gen argentino? ¿Existe, de hecho, un gen argentino? ¿Y en el fútbol? ¿Cómo se explica, si no, que del país hayan surgido tres de los cinco o seis mejores jugadores de la historia del fútbol, tres futbolistas que marcaron sus épocas? Alfredo di Stéfano, Maradona y Messi. Y sí, hay que incluir al primero. Para quienes no lo conozcan, escuchen a Jorge Valdano: «Fue un jugador cinematográfico, un revolucionario que se saltó las reglas de la época. En un fútbol fotográfico (cada jugador respetando una posición), Alfredo decidió ser cinematográfico: un delantero de toda la cancha, desequilibrante, potente, de una personalidad desbordante. No expresaba al jugador argentino de su época. Fue un talento inusual».

Los tres nacieron en un país con menos población que otros campeones del mundo (Brasil, Inglaterra, Francia, España, Alemania, Italia). ¿Será que se juega en la calle o en potreros donde cuesta controlar el balón? «La técnica se mejora en buenos campos, no en malos», afirma el ex futbolista del Real Madrid Santiago Solari. ¿Será que en Argentina se acentúa el esfuerzo individual, el dribbling por encima del juego colectivo? ¿Se siente y se juega el fútbol en otras naciones tanto como en Argentina? A Ángel Cappa le gusta definir al futbolista argentino como el portador de genes históricos, una tradición más bien cultural que se transmite de padres a hijos, de futbolista a futbolista: «El jugador argentino tiene una historia que se manifiesta en forma de genes. Había, y digo “había” y no “hay”, conceptos básicos que se aprendían antes de saber caminar, escuchando, mirando. Y un pudor que obligaba a buscar la perfección, o en todo caso a hacer lo que se pueda siempre en favor de lo que debe ser. Para decirlo en otras palabras: si no puedo inventar, si no tengo talento ni habilidad, al menos se la doy a un compañero. El más respetado del barrio nunca era el matón, sino el que sabía jugar mejor».

Cappa y otros entendedores creen que las cosas están cambiando, que ahora todo vale, que cualquier cosa es buena si se consigue la victoria: ésa es la nueva exigencia, quizá incluso el nuevo gen. Pero hay cosas que perduran en el tiempo. «El jugador argentino tiene una personalidad producto de una autoestima elevada, que lo hace sobresalir en los momentos más difíciles —asegura el entrenador argentino—. Lo que es muy malo para la vida es muy bueno para competir. Me refiero a que cualquier jugador argentino se cree siempre mucho más de lo que es».

¿Y el estilo? ¿Existe una manera de jugar argentina? En 1912, The Standard, uno de los tres diarios ingleses de Buenos Aires, se sorprendía de que el fútbol y el rugby, importados desde las islas británicas, fueran adoptados con tanto entusiasmo en Argentina aunque su práctica «no fuera tan científica». El temperamento de los jóvenes nativos se describía como «vehemente e impulsivo». Los ingleses insistían en que había que jugar con fair play, con el comportamiento caballeresco enseñado y aprendido en la educación formal de las escuelas de la colonia inglesa. Había que controlar los desbordes emocionales.

Pero, como ocurrió en el resto del mundo que adoptó el fútbol como deporte de masas, los sectores populares hicieron suyo ese deporte, en especial los inmigrantes españoles e italianos y también los criollos localizados en el principal centro urbano, Buenos Aires. Y poco a poco, con la masificación y popularidad del fútbol, fue surgiendo una conciencia nacional, un campo común de esos grupos heterogéneos de nuevos argentinos que marcaban así su distancia con los británicos.

El antropólogo Eduardo Archetti establece en su libro El potrero, la pista y el ring. Las patrias del deporte argentino una fascinante relación entre el fútbol y el tango en la construcción de la masculinidad en Argentina. El primer reconocimiento de futbolistas argentinos en el siglo XX coincide con la consolidación del tango como música y baile erótico, y sus dificultades coreográficas se entienden como muestras de creatividad cultural. De la misma manera, el fútbol va dejando atrás la fuerza y disciplina británica, y da paso a las virtudes criollas basadas en «la agilidad y el virtuosismo en los movimientos». Especialmente el dribbling (o gambeta). El regate es engaño y para el argentino, para el latino, el engaño, se quiera o no, forma parte de la cultura y es un arma a utilizar.

Los logros internacionales de la selección nacional (subcampeona en las Olimpiadas de 1928 y del Mundial de 1930) y una gira europea del Boca Juniors en 1925, con algunos refuerzos de otros clubes del país, confirmó el virtuosismo argentino a ojos europeos y coronó la gambeta, el pase y el toque como elementos característicos de su estilo. Los europeos, se lee en El Gráfico, creen que los argentinos «tocan el fútbol», como si se tratara de una melodía. Y posteriormente, el equipo del River Plate, conocido como La Máquina, de los años cuarenta agregó un esfuerzo y comprensión del fútbol colectivos: de repente, la belleza podía ser sincronizada.

En aquel equipo jugaba Alfredo di Stéfano, aunque como suplente de Adolfo Pedernera. La Saeta Rubia llevó esa manera de entender el fútbol allá donde fue como jugador o entrenador. Estando en el banquillo del Espanyol, cansado de ver la pelota volar por encima de los futbolistas, paró un entrenamiento de sus pupilos. «¿De qué material es el balón?», preguntó a sus chicos. «De cuero», respondieron. «¿De dónde se obtiene el cuero?». «De la vaca», dijeron. «¿Y de qué se alimenta la vaca?». «De pasto», contestaron, sorprendidos. A lo que Di Stéfano remató: «Entonces, ¡échenme el balón al pasto!».

Como se ha dicho ya, el fútbol argentino nace y se desarrolla en los potreros, esas extensiones de tierra que proliferaban por todas partes en un país que se estaba construyendo, con irregularidades en su suelo, en las que el «pibe» aprendía el arte de dominar el balón para controlarlo, copiando, como se ha hecho siempre, a las grandes estrellas de cada época. Se dice que, así como los brasileños, acostumbrados a jugar descalzos en la arena, tienen una mejor pegada a portería gracias a su dominio del balón, los argentinos aprendieron el control, la gambeta y el pase en sus baldíos.

Todo ello junto crea «La Nuestra», una forma de jugar propia de los argentinos.

En ese potrero se quedan los futbolistas y a ese potrero vuelven todos, incluso Messi. No siempre geográficamente, pero sí en espíritu. El futbolista argentino, a menudo emigrante, necesita constantemente volver a casa, alejarse de la presión del fútbol profesional. «He escuchado a muchos jugadores de Primera División decir que es una pena que no les dejen ir a jugar al potrero, al campito —cuenta Liliana Grabin—. Deben salir de la ciudad porque quedan pocos espacios así en la urbe. Mucha gente les dice que no lo hagan porque ellos son figuras y el vecino de turno que se junta en el partido querrá presumir de haber marcado a un tipo famoso; “así se lastiman las piernas”, se les dice. Pero es más fuerte que ellos. Salen, van a su barrio, a su pequeña ciudad, y sienten ese olor a tierra, a los suyos, y no lo pueden evitar. Se ponen a jugar con el amigo con el que se criaron, uno que se quedó en el barrio». Regresan a la esencia.

Cuenta Ángel Cappa en su maravilloso libro La intimidad del fútbol que un día René Houseman, estrella del Club Atlético Huracán de César Menotti, desapareció de la concentración el día antes de un partido. El entrenador no se lo podía creer. Hasta que cayó. Menotti le pidió a su asistente Poncini que lo acompañara a la villa de Houseman, en el Bajo Belgrano. Cuando llegaron se jugaba el «picado» de cada fin de semana. Houseman no formaba parte de la partida. Aliviado, Menotti pensó en regresar al hotel hasta que dirigió su mirada al banquillo. Ahí estaba Houseman sentado. «Pero ¿qué hace usted aquí?», le preguntó el preparador. René contestó: «Pero ¡no vio cómo juega el once!». Aquel extremo anónimo le había quitado el puesto en el partido más importante del fin de semana.

Hay millones de ejemplos de ese aprecio infinito por el fútbol y lo que representa. Por ejemplo, en el Newell’s Old Boys. Es un club con muchas carencias que poco a poco va recuperando terreno y ordenándose por dentro. Con una nueva directiva desde 2008 de mayor aprobación popular, ganó el Torneo Final en 2013, pero continúa necesitando apoyo financiero. Leo Messi ha donado unos veintidós mil euros para mejorar el Complejo Malvinas, donde juegan los chavales. Se dice que pagó por el gimnasio que hay en la ciudad deportiva del primer equipo a las afueras de Rosario y que de algún modo está preparando su desembarco en unos años.

Es un gesto que pocos conocen y hay muchos otros de gente menos conocida. Se construyó una pensión nueva para los jugadores de los equipos inferiores y el doctor Schwarzstein se encargó de recaudar parte del dinero necesario para comprar cuarenta colchones, a cincuenta euros cada uno. El primer equipo organizó recientemente una rifa para los hinchas en la que los ganadores jugaron un partido contra los profesionales, compartieron el vestuario y vivieron durante un día la jornada de un futbolista de Primera División. La recaudación ayudó a construir el gimnasio de las categorías inferiores.

El fútbol es vida en Argentina y la vida es fútbol. Y eso explica que surjan, en lo más alto de una enorme pirámide de amantes y practicantes, Di Stéfano, Maradona y Messi. «Leo no hubiera podido nacer en Siria», declara César Luis Menotti, el seleccionador argentino que ganó el Mundial de 1978. Ni en Australia, donde sus padres estuvieron a punto de emigrar al poco de casarse. Sin Di Stéfano (o el Charro Moreno o Mario Kempes) no hubiera surgido Maradona. Sin Maradona, sin el padre de Leo, si sus hermanos no hubieran sido futbolistas, no existiría el Messi que conocemos.

Eso es Leo: la síntesis del gen argentino.

* * *

Periodista: ¿Cómo viviste la eliminación de Argentina en el Mundial pasado? [2002]

Messi: Estaba acá, en la pensión del Barcelona, jugando en inferiores, y mirando el partido con todos los chicos de la pensión. Y mal, como todo argentino, ¿no? Y más que tenía los pibes al lado que me cargaban, también.

Periodista: Y vos, ¿te callabas? No tenés pinta de peleador.

Messi: No, no. Terminó el partido y me fui para mi casa, y después a la tarde… generalmente me quedaba todo el día ahí y ese día me volví para mi casa y después volví a la práctica.

(Conversación extraída del documental argentino La Pulga expediente)

Duele casi más la derrota de tu país cuando estás lejos. El pequeño drama del emigrante es que, cuando las cosas le funcionan fuera de casa, su triunfo le interesa a pocos allá donde vive. Al futbolista emigrante le gusta regresar al barrio para que se vea que le va bien. Pero en sus primeras vacaciones, de vuelta al barrio de Las Heras tras su fichaje por el Barcelona, incluso tras debutar con el primer equipo, casi nadie conocía a Leo en Rosario. Fue mucho después, años después, cuando las profesoras, los coordinadores, los compañeros comenzaron a recordarlo casi como una aparición divina, con un halo de luz, una presencia llena de grandeza que retocaba el sentido de sus existencias.

El «yo lo vi, yo lo toqué, yo estuve allí», que habla tanto de las vidas de los testigos como de la de Messi, vino mucho más tarde.

En Argentina hay tres formas de distinguir al futbolista según su relación contractual con el club: los que ganan títulos, los que llegan a Primera y los que se van. La afición valora más al primero, una tipología universal. Pero el segundo ya es una cosa muy argentina: el héroe que ha sido vendido tras pasar por el primer equipo. El tercero, bordea la traición: aquellos que se han ido sin llegar a la Primera División no acaban de ser aceptados por la afición como suyos. Lo de Leo.

Y eso que Messi no dejó nunca de ser completamente argentino. Ni cuando España luchó por vestirle la Roja.

El entrenador de los cadetes del Barcelona Álex García le comentó al seleccionador español Sub-16, Ginés Menéndez, que tenía un chaval buenísimo que de momento no había debutado con su selección. Ginés fue a verlo. Le impresionó y se le acercó durante el campeonato de España de su categoría que Leo no pudo jugar por ser extranjero: «¿Te vendrías con nosotros? Si no te llaman de Argentina, acuérdate de nosotros». Estaba a punto de celebrarse el Mundial Sub-17 de Finlandia y el equipo español contaba con David Silva y Cesc, entre otros. «¿Te vienes?», fue la pregunta que se le formuló, y también a su padre. Llevaban dos años instalados en Barcelona.

«No, gracias», contestaron ambos.

Leo no hubiera jugado jamás con España. Messi es argentino, rosarino y leproso, como ha dicho en más de una ocasión. Pero, desde aquella sugerencia de Menéndez, pasaron varios meses antes de recibir la primera llamada de un miembro de la Federación Argentina y un año antes de su primera invitación oficial. La AFA requirió al F.C. Barcelona la presencia de «Leonel Mecci», deletreado así, para una concentración a mediados de junio de 2004. El Barcelona dijo que encantados, que sí, que se lo podían llevar, pero cuando acabara la Copa del Rey juvenil en la que estaban enfrascados.

Antes de trasladarse finalmente a Buenos Aires para su primera convocatoria con la albiceleste se tuvieron que producir una serie de encuentros, casualidades y hasta algún malentendido; nuevos intentos de la Federación Española.

Y el crucial viaje transatlántico de una cinta VHS, esta vez en dirección a Argentina.

* * *

Claudio Vivas, el ayudante de campo de Marcelo Bielsa en Argentina y en el Athletic de Bilbao, es también rosarino y conoce a la familia Messi antes incluso que a Leo. Su padre, José Vivas, fundó la escuela de fútbol del Newell’s Old Boys. Un tal Rodrigo Messi la rompía en su división junto al Negro Sebastián Domínguez, que acabó siendo internacional. Claudio se inició como técnico en las inferiores del Ñuls. En la categoría 87 del club rosarino había un enano del que todos hablaban y, en la época en que Leo fue dirigido por el amigo de Claudio y hoy kinesiólogo Gabriel Digerolamo, el joven preparador se acercaba a Malvinas para ver algún partido de la estrella emergente. «Sí, era un placer verlo», dice Vivas hoy.

Pasaron los años y Marcelo Bielsa llamó a Claudio para que lo acompañara en su aventura en la selección y, tras renovar en 2002 con la AFA, ambos emprendieron en octubre una gira por toda Europa para charlar con los jugadores internacionales con los que se contaba. Marcelo quería explicarles por qué aceptó renovar y los planes que tenía. En Barcelona se juntaron con el portero azulgrana Roberto Bonano y con el central del Espanyol Mauricio Pochettino, y Claudio les preguntó de pasada cómo andaba un tal Lio Messi.

«La rompe en los juveniles, Claudio», le anunció Bonano.

A Vivas le quedaron ganas de saber más. Se hospedaba con Bielsa en el hotel Princesa Sofía, cerca del Camp Nou, y, al conocerse su presencia, por allí se pasaron agentes y amigos en busca de un rato de su atención. Como aquel señor llamado Jorge, argentino, que trabajaba en el despacho del empresario Josep Maria Minguella. Es lo que Claudio recuerda. El señor Jorge preguntó por Vivas en recepción y éste bajó a atenderlo, pero la conversación fue al principio distante, fría. Jorge era un representante, un personaje del fútbol muy poco bienvenido en el entorno Bielsa.

—¿Conoce a Lio Messi? —preguntó el señor.

—Sí. Es de mi club, NOB.

—Pues como no hagan algo, el chico está a punto de jugar con la selección Sub-17 española —insistió el tal Jorge con esa urgencia habitual de los agentes.

—¿Tiene material del chaval?

—Casualmente, me he traído unos compactos.

—Consígame también cinco partidos completos.

El compacto era una cinta de VHS de doce minutos en la que se veía lo mejor del futbolista jugando con el Barcelona en una categoría dos años superior a su edad. Claudio quería analizar lo bueno, lo malo y lo de en medio, su posición en el campo, la calidad del rival y de los suyos, si era sacrificado o no, si era jugador de recorrido largo o corto, lo que hacía con el balón o sin él. Necesitaba un contexto más amplio y eso se conseguía con la visión de todos esos partidos, que le llegaron a las pocas horas.

Claudio puso la primera cinta. Pasaron unos segundos. «Ése…, ése…, ¡ése es el enano de la categoría 87 que llevaba Gabriel!».

Jorge le explicó que la selección española estaba dispuesta a darle dinero al padre de Lio para que jugara con España, pero que el chaval y la familia sólo querían jugar con Argentina.

—Dígale al padre que esté tranquilo, que voy a tratar de gestionar algo —sugirió Claudio.

Hasta ese momento Marcelo Bielsa no conocía los trámites que Claudio había iniciado, pero éste consideró que finalmente el tema era lo bastante serio como para compartirlo con su jefe. «Adelante, Claudio, no te demores. Pero dejame ver algo», le pidió Bielsa. Quedó sorprendido. «No podemos perder a este chico», fue la conclusión.

Claudio llamó desde el teléfono de la habitación del hotel barcelonés a Hugo Tocalli, que trabajaba con las categorías inferiores de Argentina y que en esa época dirigía la Sub-17.

—Uy, difícil traerlo al chico. Pero cuando volvás a Argentina, ven a verme y traeme los vídeos —le pidió Tocalli.

Vivas no entendía la reticencia. Estaba seguro de su talento extraordinario, pero no insistió. Había otras cosas importantes pendientes para Marcelo y para él. Al regresar a Buenos Aires, el 22 de noviembre, Claudio se personó en el campo de entrenamiento de la Sub-17 y le llevó el material a Tocalli.

—Por favor, no dejen pasar esta oportunidad —solicitó Claudio.

—Lo vamos a analizar.

—Si no actuamos rápido, posiblemente, no por Lionel ni por el padre, pero sí por una cuestión de presión, vamos a perder a un gran jugador.

Claudio insistió. Y Tocalli pensó erróneamente que Vivas tenía una relación comercial con el asunto. Éste se sintió herido: estaba defendiendo los intereses de la selección, ¡qué se habían creído! Justo por esos días, Carles Rexach, el responsable de las divisiones inferiores del Barcelona, había llamado a la Federación Española para impulsar la posibilidad de que Leo jugara para la Roja.

Tocalli siguió retrasando su análisis. Al margen de cualquier sospecha (totalmente infundada), no tenía muy claro que fuera necesario traer a un chaval de dieciséis años del otro lado del charco para el Mundial Sub-17 que estaba a punto de celebrarse en Finlandia: los gastos, las dudas, la aclimatación…, muchos inconvenientes.

Marcelo conoce bien a Claudio, así que, cuando lo vio, tuvo que preguntar:

—¿Qué te pasa?

—Mira, tuve un enfrentamiento por lo del chico este, Messi, y me parece que Argentina puede llegar a perder mucho en esta situación…

—Deja que vaya a hablar con Tocalli.

—Igual valdría la pena llevarlo de sparring de los nuestros —sugirió Vivas; la selección pedía a menudo a juveniles para entrenarse y enfrentarse contra los grandes, un modo de hacerles entrar en la dinámica de grupo.

Al poco le llegó a Hugo Tocalli el consejo de altos directivos de la Federación para que repasara bien ese material. Y que se hiciera algo al respecto.

Tocalli había convocado para el Mundial Sub-17 a un equipo de talento con algunos de los que luego fueron campeones mundiales Sub-20 (Biglia, Ustari, Garay). Echó una ojeada al compacto. «El vídeo era de apenas cinco o seis jugadas en canchas de césped sintético y se notaba que era un chico especial, con un cambio de ritmo tremendo y la pelota casi pegada a su cuerpo, y que pasaba de cero a cien metros en tres segundos. Me sorprendió la manera como arrancaba», recuerda Tocalli.

No haría falta llamar a Lio para hacer de sparring de la selección de Bielsa. Hugo telefoneó al preparador argentino José Pékerman, por aquel entonces director deportivo del Leganés en España, y le pidió un informe sobre Leo. «Un genio», fue la respuesta. Al mismo tiempo, el seleccionador Sub-17 se reunió con Julio Grondona, presidente de la AFA, al que ya le habían hablado del chaval. Decidieron organizar inmediatamente dos partidos internacionales para que se pusiera la camiseta argentina y firmar la planilla oficial y enviarla a la FIFA, impidiendo así que se lo llevara España. Había que ponerse en contacto con los Messi con discreción.

—Vamos, muchachos, ubíquenlo, o lo ubico yo, pero de alguna manera lo vamos a arreglar —dijo Grondona.

Un administrativo de la AFA, Souto, se puso a buscar el teléfono de Jorge Messi. Probó con diez números antes de conseguir el correcto.

—¿Es usted Jorge Messi, padre de Leo?

—Sí, así es.

Localizado. Tocalli habló con Lio y con su padre. Dieron el sí en segundos, no podía ser de otro modo… «Leo quiere jugar un Mundial con Argentina. Gracias por la llamada, nos han hecho muy felices». Hugo le explicó a Jorge Messi que no podía citarlo para el Sub-17 de 2003, que tenía el equipo hecho, pero que contaría con él para el Sub-20 de Holanda.

Leo lo escribió en un correo a un amigo fechado el 17 de noviembre de 2003: «Hola, Fabi. Bueno, te escribo porque te dije que cuando supiese algo de la selección te iba a avisar. Hace un par de horas llamó Tocalli a mi viejo, le pidió que me felicite por lo que había pasado y que me iban a llamar para las prácticas con los chicos de categoría 85 y 84. Para el Sudamericano que viene. Le dijo que vio muchos vídeos míos y que para el Mundial Sub-17 no me llamó porque me vio chico (dijo). Pero añadió que ahora me vio hace poco y que me vio bien. Bueno Fabi, te mando un beso grande. Chauuu».

En el Mundial de Finlandia, celebrado en agosto de 2003, Argentina perdió la semifinal con España, donde jugaba el compañero de Lio en las categorías inferiores del Barcelona, Fàbregas, que marcó dos tantos en el 3-2 final. Las dos selecciones compartían hotel y tras el partido Tocalli preguntó a Cesc por el enano. «¿Leo? Un monstruo, extraordinario. Le quisieron traer a nuestra selección —le comentó el centrocampista catalán—. Si ese chico hubiera jugado hoy, ustedes nos goleaban y salían campeones. Nosotros queríamos que jugara para España, pero él dice que quiere estar con ustedes».

Claudio Vivas nunca le explicó nada a Leo de su pelea, del vídeo, de las dudas. No le pareció correcto. Messi, cree Vivas, hubiera jugado en la selección tarde o temprano. Igual se hubiera demorado un poco más, pero…

Nunca se le pegó la tonada española, nunca.

* * *

«Hola Fabi, ¿cómo estás? Bueno, te escribo para contarte todo lo que me preguntaste. La verdad que al principio estaba recontento, salía en el diario y me llamaban las radios. Pero ahora ya me rompió los huevos. No veo la hora de que pase todo y no se hable más de mí. Ja, ja, ja. Bueno, con respecto a lo del vestuario, te cuento que fue todo relindo y tengo un montón de cosas para contarte, pero me gustaría contártelas cuando esté ahí. Contarte cómo fue todo, paso a paso. Yo pienso que todo esto fue muy lindo, pero ya pasó, ahora estoy pensando en el partido del sábado, jugar bien y ganarlo. Eso me dijo mi viejo y Colomer».

Correo electrónico de Leo Messi tras su debut con el Barcelona en Oporto, fechado el 20 de noviembre de 2003.

Estaba siendo una temporada de objetivos cumplidos, incluso antes de tiempo. Debut en el amistoso en Portugal con el primer equipo del Barcelona tras cambiar de categoría en cinco ocasiones. Iba haciendo amigos en la Ciudad Condal, aunque pocos. Y llamada de la selección argentina para un par de partidos internacionales.

Leo, con diecisiete años, viajó a Buenos Aires una semana antes del amistoso contra Paraguay y fue presentado al grupo antes del primer entrenamiento

«Chicos, éste es Lio Messi, que ha venido de Barcelona», dijo Tocalli en el centro de un círculo, señalando a un niño con la cabeza torcida y hacia abajo.

Así lo recuerda Pablo Zabaleta: «Empezamos a calentar, hacemos unas posesiones, un partidito en campo pequeño y ahí se vio. Este tipo es diferente». En realidad, Leo les pintó la cara a todos. «En esa primera práctica nos dejó con la boca abierta. Con su cambio de ritmo, a los defensores nos dejaba clavados en el piso».

Leo era el único extranjero del grupo junto con Mauro Andrés Zanotti, que jugaba en el Ternara italiano. Y, como en aquella prueba organizada para Charly Rexach, sus compañeros tenían un par de años más que él. Además de Zabaleta, en aquella selección medio improvisada para hacerle vestir la zamarra argentina coincidió con Ezequiel Lavezzi, procedente del Estudiantes y recién fichado por el Génova, y Ezequiel Garay. Los jugadores no conocían las implicaciones reales de aquel partido.

«Cuando entró acá, al previo, entró caminando, siempre con la humildad que lo caracteriza. —Habla Gerardo Salorio, el Profe, ex preparador físico de la selección—. Y lo primero que le dije fue: “Si usted quiere jugar acá se tiene que sacar el aro y cortarse el pelo, maestro”. Me miró medio… no dijo nada». Salorio quería poner las reglas desde el primer día, lo que él denomina una «bajada de línea dura-dura».

A Leo le molestó la susodicha «bajada de línea». «Me había ido de revoluciones. A veces pasa, que uno viene de la tensión de la mayor [la absoluta], baja acá y el chico es otra cosa. Lo miro, y le digo delante de todo el grupo: “Leo, te tengo que pedir disculpas delante de todo le mundo, me pasé con vos, me pasé de mambo. No lo tenía que haber hecho, vos no sabés las reglas, te pido disculpas delante de todos”. Y ahí como que me miró y se sonrió como diciendo: “Es humano, este tipo”. Y ése fue el primer encuentro que tuve con él. Es un tipo de muy poco hablar».

Llegó el 29 de junio de aquel 2004, el día del amistoso contra Paraguay. La noche era fría en el recién remozado estadio del Argentino Juniors, rebautizado Diego Maradona, el mismo escenario en el que el histórico diez había debutado en un encuentro contra Talleres en 1976. La entrada de aquel partido, poco atractivo para el aficionado, fue un diario. Sí, un rotativo para el Hospital Infantil Garrahan que recolectaba papel para recaudar fondos. Solamente unas trescientas personas estuvieron presentes en el estreno de Messi con la camiseta albiceleste. «Ahora resulta que todo el mundo estuvo ahí esa noche», cuenta Salorio.

Aquel encuentro fue la revancha de uno jugado, sin Messi, seis días antes y que había finalizado en empate a dos. Éste fue el equipo titular de Argentina: Nereo Champagne, Ricardo Villalba, Ezequiel Garay, Lautaro Fórmica, Pablo Zabaleta, René Lima, Juan Manuel Torres, Matías Abelairas, Pablo Barrientos, Pablo Vitti y Ezequiel Lavezzi. El director técnico, Hugo Tocalli.

Antes del encuentro empezó a lloviznar y ya en la primera parte los argentinos fueron una apisonadora: 4-0. Había que hacer debutar al niño.

«Estaba a unos pocos metros y le digo: “Vamos” —recuerda Salorio—. Me miró así, sentadito, como diciendo: “¿A mí me toca?”. Y yo como: “¿Qué?, ¿no querés jugar?”. Calentó y empezó la segunda mitad».

Al descanso, Lavezzi y Abelairas se quedaron en el banquillo, y Franco Miranda y Leo, con el diecisiete a la espalda, salieron a la cancha.

«No lo pudieron parar», dice hoy Zabaleta. Leo dio dos asistencias de gol. En el minuto 80, con 6-0 en el marcador, recibió el balón desmarcado, al borde del círculo central, en campo contrario.

«Es una jugada extraordinaria de él, de las de ahora. Gambeteó, todo lo que salía lo gambeteaba. Y yo dije: “Acá tenemos un crack”», cuenta el Profe.

Messi se había ido por velocidad de dos, encaró al portero, lo engañó con un gesto de los brazos (amagando un regate pero continuando la carrera por el camino que marcaba la trayectoria del balón) y se quedó a puerta vacía. Su primer gol con Argentina. Al final, el resultado fue un contundente 8-0.

El partido se emitió por TyC, pero la cinta se perdió durante muchos años. Acaba de regresar al archivo de la televisión y de la Federación. El gol puede verse en www.youtube.com/watch?v=vyrEF6Gnjgs.

En aquel once jugó Ricardo Villalba, que acabó debutando con el River en Primera, pero que después de aquel primer partido no volvió a jugar en el equipo bonaerense. Lo intentó en la Segunda División (Rafaela, Defensa y Justicia) y luego más abajo (Defensores de Belgrano, de la B Metropolitana), para regresar a Segunda (Aldosivi). René Lima, que procede de las categorías inferiores del River, se fue a Israel durante unos meses, saltó de equipo en equipo en la Primera y Segunda argentinas y se trasladó a Chile, donde juega con el Cobreloa. Franco Miranda pasó por Suecia y Escocia (St. Mirren) y juega ahora en el Sportivo Belgrano. Matías Abelairas, que fue sustituido por Leo, jugó en el Puebla de México tras pasar por el Vasco da Gama. Fue rechazado por el Glasgow Rangers tras no pasar una prueba. El camino a la cima está lleno de obstáculos, insuperables para muchos.

La selección viajó al estadio Suppici de Colonia (Uruguay) para un nuevo amistoso, esta vez con la selección local. Leo entró al inicio del segundo tiempo con empate a uno en el marcador reemplazando a Pablo Vitti. Marcó dos tantos (minutos 47 y 56) y participó en el cuarto, como explica Salorio: «El arquero sale jugando con el tres. Y Leo estaba como a diez metros, ¡que va a llegar un tipo normal! Leo llegó. Lo gambeteó a él, gambeteó al arquero y le quedó un espacio chiquitito entre el palo y la línea, tic, se lo tocó atrás para que Lavezzi venga y la empuje. Y dije: “Noooo, acá estamos ante un tipo…”».

El 1-4 final reflejó la diferencia entre los dos equipos. «El pibe Messi es cosa seria», tituló su crónica el diario deportivo Olé. «Cuando regresábamos en el Buquebus a Argentina le dije a Leo que en diciembre lo traeríamos a practicar con nosotros, que deseábamos llevarlo al Sudamericano de Colombia en 2005», dice Tocalli.

Aquel verano frío y tras los amistosos, Leo se fue a Rosario a pasar el resto de las vacaciones. Paseó por sus calles sin ser reconocido. Por última vez.

* * *

El Campeonato Sudamericano Sub-20 de Colombia, que se celebró del 13 de enero al 6 de febrero de 2005, llevaba a los cuatro primeros al Mundial de Holanda el siguiente verano y Messi fue incluido en la escuadra final. Llegó en diciembre para unirse al grupo con permiso del Barcelona, pese a que ya había realizado su estreno con el primer equipo dos meses antes en un partido contra el Espanyol. Zabaleta era el capitán de aquella selección, dos años mayor que él, y pronto ejerció como tal con el recién llegado: «Me senté con él alguna vez para decirle cosas en plan: lo que necesites, estamos contigo, cómo te va la vida en Barcelona. Y todo eran respuestas cortas, era el nene del grupo».

Pancho Ferraro, el entrenador del Gimnasia de Jujuy, se hizo cargo de los Sub-20 a partir de enero tras responder a la llamada de José Pékerman, nuevo seleccionador absoluto. En enero viajó a Colombia, donde compartió banquillo con Tocalli, que continuaba siendo el director técnico antes de convertirse en asistente de Pékerman con los mayores. «Ahí conocí a Messi —señala Ferraro—. En los dos primeros partidos del Sudamericano, contra Venezuela y Bolivia, estuvo en el banco. El equipo estaba jugando mal en los primeros tiempos, pero en los segundos cambiaba porque entraba Leo».

La Pulga no está al nivel físico del resto, le indican; pero entra en el minuto 60 contra Venezuela y marca el 2-0 (3-0 fue el resultado final). Le dan el premio al mejor jugador del partido. «Pero si yo no agarré una pelota», se le oyó a Leo; él hubiera votado a Garay.

Contra Bolivia, entra en el descanso por Barrientos. A los cinco minutos de la segunda parte, realiza una carrera desde el centro del campo, se va de todos y remata cruzado. A los 13 marca de nuevo el 3-0 final.

Fue titular en el siguiente encuentro contra Perú, pero se trató de una excepción: solamente jugó desde el inicio tres de los nueve partidos. «Le faltaba intensidad, los partidos eran exigentes, algunos estadios tenían cierta altura y notamos que se ahogaba un poco», recuerda Tocalli.

«Saliendo en la segunda mitad armaba un desastre», apunta Ferrero. Así que, como rendía menos de titular, Hugo y Pancho sopesaron la posibilidad de devolverlo al banquillo.

—Pancho, tendríamos que hablar con Leo.

—¿Sobre qué? —Ferraro y Tocalli hablaban mientras tomaban mate, como de costumbre, al lado de un pizarrón, moviendo fichas.

—Habría que hablar porque no lo veo tan bien como al principio. ¿Y si volvemos a hacer lo de antes, que vaya al banco y lo hacemos jugar en el segundo tiempo?

—Está bien, Hugo, puede ser. ¿Vamos a hablar con él?

«Y fuimos a buscarlo. Dormía con Lavezzi —recuerda Pancho Ferraro—. En la habitación, Hugo se lo dijo y a Messi le pareció bien. No se puso mal. Al contrario. “Pensé en decirles lo mismo”, nos comentó. A veces uno se pregunta cómo lo puede tomar esa clase de jugador. Y depende de cómo le hablás. Depende de cómo lo sentás para hablar, de cómo lo mirás a los ojos, de las palabras que le decís. Leo entendió».

La competición avanzaba, Argentina había ganado cuatro encuentros y empatado otros cuatro. Debía jugar el último partido contra Brasil el 6 de febrero. Una victoria garantizaba quedar terceros y clasificarse para el Mundial de Holanda. Leo salió por Neri Cardoso en el minuto 65 con empate a uno. Barrientos consiguió centrar un balón que remató Leo para el 2-1, el gol de la victoria, el primero que marcó contra Brasil, que pese a la derrota acabó primera del Sudamericano. Colombia, con el máximo goleador del torneo Hugo Rodallega, fue segunda y, por detrás, Argentina.

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