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SEGUNDA PARTE EN BARCELONA » 5 FRANK RIJKAARD, LA CAÍDA

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FRANK RIJKAARD, LA CAÍDA

Leo creía poder llegar a la final de la Liga de Campeones.

«Jugar una final siempre es lindo, y más en esta competición, que después del Mundial es una de las más, si no la más, linda de todos los torneos. Sería algo muy bueno jugarla y ganarla».

(LEO MESSI, en 2006)

«Entrenábamos los dos solos, mañana y tarde —rememora Juanjo Brau, su fisioterapeuta personal desde la época de Rijkaard hasta hace poco—. Por la mañana, trabajo físico y fisioterapia y, por la tarde, gimnasio. Cada día». Y nadaba. Y a casa a descansar. Durante un mes, todos los días. Había que llegar. No podía perderse la gran cita en París. Y, además, era año de Mundial.

Finalmente, el 10 de abril, una semana antes de las semifinales ante el Milán y cinco antes de la final, Leo Messi se quiso reincorporar a los entrenamientos con el grupo. Se había perdido ocho partidos, incluidos los cuartos de final. Si respondía bien, Rijkaard tenía intención de llevarlo a Italia y dejarlo en el banquillo, para utilizarlo como agitador en la segunda parte. Leo se sentía listo para lo que fuera.

Ten Cate no lo tenía tan claro. Antes de la primera sesión con el grupo, preguntó al cuerpo médico por la Pulga. Contaba con el alta médica, pero se le había aconsejado que hiciera trabajos individuales. Messi insistía en que estaba para entrenar con normalidad. Ten Cate tuvo un aparte con él.

—Leo, he hablado con el médico y todavía no estás bien. Corres el riesgo de perderte más partidos.

—No, yo no siento nada.

Los preparadores dicen siempre que, al final, es el jugador quien tiene la responsabilidad sobre su cuerpo, el que decide si está para entrenar o no. Sólo él sabe lo que siente por dentro. A los quince minutos de aquella sesión, Leo estaba a gusto y decidió tirar una falta.

Ten Cate le gritó que no lo hiciera. «Déjalo, Leo. A ver si va a ser peor…».

Messi lanzó el balón por encima de la barrera. Y su músculo se resintió.

Nuevo desgarro en el mismo sitio.

En la pierna y en el corazón.

El club dijo que Leo iba a reaparecer antes del final de Liga, que no era una rotura. No especificaron cuándo iba a ser su regreso. La cicatriz del bíceps femoral de la pierna derecha —explicaron— necesitaba más oxígeno del que recibía.

Éste fue el comunicado oficial: «Durante la última fase del tratamiento ha notado molestias en la zona cicatrizal y fatiga muscular importante. Por lo tanto, se decide mantener la pauta de tratamiento y reacondicionamiento muscular, que durará hasta que el jugador pueda reincorporarse al trabajo sin síntomas. En el momento actual es baja para el próximo partido».

Había que leer el parte médico entre líneas. Lo que los doctores querían decir es que Leo no tenía experiencia en lesiones musculares como la que sufría, que le castigaba la ansiedad de querer llegar, que había adelantado los plazos porque quería volver cuanto antes. Su musculatura de velocista requería mucho oxígeno, su cicatrización estaba resultando lenta. A su edad, remataban, era normal e incluso lógico que no supiera leer su cuerpo y que sospechara que estaba mejor de lo que estaba.

Leo no quiso hablar con nadie al llegar a casa. Algo había fallado. Las últimas pruebas confirmaban que sí era una nueva rotura, aunque el club la quisiera ocultar. Así pues, se trataba de empezar la recuperación otra vez. Con Juanjo Brau. Mañana de trabajo físico y fisioterapia. Tarde de gimnasio. Natación. Todos los días.

Leo y Brau se fueron a Rosario, para alejarse de un entorno que también le quería ver sobre el terreno de juego, que también le precipitaba. Vieron por televisión el gol de Giuly ante el Milán, que clasificó al Barcelona para la final. Lo celebró con un «Gool» seco como un martillazo. Podía estar para la final, igual en el banquillo. Seguro que llegaba. Seguía trabajando duro para lograrlo.

El reloj se aceleró, quedaba tan poco… La final era el 17 de mayo, cinco semanas después de su última recaída.

A principios de mayo, Leo se sentía bien. Juanjo Brau le pedía paciencia. Y que fuera con cuidado.

Finalmente, Leo pidió a Rijkaard que lo incluyera en el grupo, y así lo hizo el holandés. Tres días antes de la final ante el Arsenal en Saint-Denis, París, anunció la convocatoria: Messi entró.

Consecuentemente, la Pulga entrenó con la primera plantilla el domingo en el Camp Nou. Y el lunes.

El martes, antes de la sesión preparatoria, Frank Rijkaard acudió a la rueda de prensa en Saint-Denis. Además de decir que sería un error considerar al Barcelona favorito ante el Arsenal de Thierry Henry, Robert Pirès, Ashley Cole y Cesc Fàbregas, no quiso dar pistas sobre el estado físico de Leo. Se había llevado a toda la escuadra a París y debía descartar a dos de los veintidós concentrados. «Hasta mañana no decidiré nada», sentenció el holandés. Los periodistas le insistían. «A nivel de sensaciones, el equipo está bien. ¿Messi? Veremos qué pasa mañana. Estamos contentos de que Leo se esté recuperando, pero vamos a ver, porque todavía queda un entrenamiento y sólo lleva dos con el equipo. Nunca se sabe».

Y, a continuación, acudió al entrenamiento previo a la final. Leo estuvo participativo, enchufado, atento. Le dio un pelotazo a Eto’o que le dejó atontado. El músculo estaba fuerte.

Pero Rijkaard y Ten Cate ya habían tomado una decisión. Y se la comunicaron en un vestuario vacío, al lado del de los jugadores, tras aquella sesión. Veinticuatro horas antes del partido.

Frank y Henk le pidieron que se acercara a aquella sala. Se lo querían decir en privado. Estaban sentados, esperándole. Leo llegó y se sentó también. Frank le indicó que no estaba en forma, que no iba a incluirlo en la convocatoria final. Ten Cate asentía.

Henk llevaba los entrenamientos y no lo veía explosivo. No creía que pudiera aguantar la presión y el ritmo de una final. Los dos eran conscientes de que lo sacaban del encuentro más importante a nivel de clubes. Pero también de que tenía dieciocho años. «Estoy seguro de que vas a jugar muchas más finales, pero ésta ha llegado demasiado pronto», le comentó Ten Cate.

Y Leo se enfadó. Tremendo enfado de una furia argentina. No con Rijkaard, sino con Ten Cate. Se le veía en el rostro, que le había cambiado. Los ojos se le colmaron de lágrimas. Fue bajando la cabeza en silencio. Messi cogió aire. Y volvió al silencio.

«¿Te imaginas? —comenta ahora Ten Cate—. Un chaval de dieciocho años que no puede jugar por un error de cálculo».

Según el cuerpo técnico, Leo había cometido un desliz grave. No tradujo bien las sensaciones de su cuerpo y de ahí vino la recaída que le impidió jugar la final. Una lección para el futuro, porque hubiera sido una pieza importante de aquel Barcelona que se disponía a jugar su quinta final de la Copa de Europa, en busca de su segundo trofeo en la máxima competición continental.

«Éstos son los momentos más difíciles para un entrenador —insiste Henk ten Cate—. Xavi ya era un jugador maduro y sabía lo que podía o no podía hacer. Se había operado de una lesión de ligamentos y regresó a los entrenamientos con el grupo, pero se dio cuenta de que no tenía el nivel adecuado». El centrocampista había estado fuera del equipo durante cinco meses, sabía que no estaba bien para la final. Se iba a quedar en el banquillo. Ese tema fue fácil. Lo de Leo, más complicado.

«Las lágrimas le llenaban los ojos y le caían por las mejillas», recuerda Ten Cate, emocionado.

Frank se levantó y le dio un abrazo.

* * *

Xavi Hernández no jugó un solo minuto de aquella final y Andrés Iniesta fue otra de las discusiones del cuerpo técnico. Empezó el partido en el banquillo, porque Rijkaard y Ten Cate prefirieron un centro del campo con músculo, con Van Bommel, Deco y Edmilson. «Ten cuidado, Frank —le comentó su asistente—. Engancha un momento a Andrés, que lo vas a tener calentito». El resto del equipo ejemplificaba la apuesta de Rijkaard para partidos grandes: en lugar de dos laterales ofensivos, jugaron Oleguer y Gio van Bronckhorst, con el encargo de no aventurarse demasiado y proteger la espalda de Giuly y Ronaldinho.

Messi no supo disfrutar de aquella final, no le salió. El eco de una cabeza llena de desilusión recuerda un inicio extraño con la temprana expulsión del portero del Arsenal, Jens Lehmann (en el minuto 18), el posterior gol de Sol Campbell de cabeza que adelantaba al rival y la introducción de Henrik Larsson, que asistió a Eto’o y Belletti para la victoria y, de ese modo, iniciar el que parecía un ineludible período de gloria y títulos europeos.

Como Leo, sentado en la grada, no sintió esa victoria como suya, tampoco se creyó merecedor de la celebración. Así que se fue al vestuario tan pronto como oyó el pitido final. Prefirió alejarse del equipo, esconder su malestar. No quería salir. Y, como dice Juanjo Brau, «es una persona que, si dice que no, es no, y si dice que sí, es sí. Con él no hay ambigüedades».

Ten Cate estaba fumando un cigarrillo en el túnel justo después del partido, antes de las celebraciones. La Pulga pasó por su lado taciturno. A paso firme.

No apareció en ninguna foto en Saint-Denis. No quiso tocar la copa. Ni recoger la medalla. Lloró solo en una esquina del vestuario.

Brau, en medio de la algarabía, lo fue a buscar. Y le dijo: «Leo, en el partido del Chelsea…, en esa famosa entrada…, si tú ese día no llegas a estar, no hubiéramos pasado».

«Y súbitamente se me enciende la bombilla», recuerda Sylvinho. «Estábamos celebrando todos la Champions y de repente, ¡zas!, me doy cuenta de que Leo no está con nosotros. Fui al vestuario y allí lo encontré. Vestido con un chándal del Barcelona, acompañado por el utilero y Juanjo Brau. Me dirigí a él, hablamos. “Venga, va, salgamos al campo”. Estaba tocado, muy tocado. Rijkaard pensó igual que yo, “vamos a por él”, y nos encontramos los tres en el vestuario. Frank volvió al terreno de juego al cabo de un momento, yo me quedé un par de minutos más con él, y le comenté: “No te preocupes, lo entenderás de aquí a poco, ya charlaremos con tiempo de lo que está pasando aquí. Habrá muchos otros partidos importantes; en fin, tranquilo”. Yo lo entendí. No hacía falta que él me dijera una sola palabra. Y le dejé solo, volví al campo a celebrar».

«¿Cómo me he perdido una final de Champions como ésta? Yo no sé si volveré vivir un día así…, hay futbolistas que esperan diez años por este partido», repetía.

El niño parecía haberse apropiado de Leo.

Aunque Sylvinho no está de acuerdo en que fuera la reacción de un niño, sino la de un tipo adulto que sabía que ese tren, el de una final, podía no volver a pasar. «Creía que podía haber ayudado —cuenta Sylvinho—. Se estaba perdiendo una cosa muy especial, un encuentro y una fiesta inolvidables. Durante el resto de la noche, y al día siguiente, intenté hacerle ver que no era el fin del mundo».

«Creo que él aprendió mucho ese día». Esta afirmación es de Sylvinho, pero la sostienen todos los que lo vieron.

Muchos futbolistas, al volver al vestuario, le comentaron que era tan campeón como ellos. Otros futbolistas del Barcelona entendieron un poco menos su reacción. «Tu equipo ha ganado, tienes dieciocho años, te ha ido bien, el plantel se lleva la copa, vas al Mundial… Es raro que reacciones así», declaró Maxi López en la zona mixta. Para los que no piensan como Leo, aquello no debía ser una situación tan infeliz. Sólo un poco.

Deco, que había recogido la medalla del argentino, se la colgó en el vestuario. «Algún día ya verás tú como ésta ha sido una gran noche».

Pero Leo no hallaba la manera de salir de ese planeta negro donde todo pesaba mucho. Hasta que algunos de sus compañeros le trajeron la copa al vestuario para que, por fin, la tocara, para fotografiarse con ella.

«Ahora me doy cuenta de que tendría que haber disfrutado mucho más de esa final, más de lo que la disfruté, por el momento que fue, creo que hay muchos jugadores que no tienen oportunidad de poder ganar la Champions. Era muy joven y no quería celebrarla. Entonces Ronaldinho, Deco y Motta me llevaron la copa para festejar el título y este recuerdo es muy bonito. Hoy en día me arrepiento de no haberla disfrutado más dentro del campo, aunque después sí lo hice. Yo estaba ahí, y es algo muy especial». Así habló Leo cuatro años después.

Salió del vestuario y de camino al autocar corrió hacia Ten Cate. «Creo que saltó sobre mi espalda o algo así —cuenta Henk—. Le había cambiado la cara. Todo el mundo estuvo muy encima, se sintió querido, me imagino. Recuerdo que, en el vuelo de vuelta a casa, tomó el micrófono. Estábamos sentados en el piso de arriba del avión con los jugadores y el consejo de administración, y las familias estaban situadas abajo. A través de los altavoces, la voz se podía oír por todo el avión. Así que cogió el micrófono y dijo: “Presi, por favor, no quiero otro reloj, quiero un coche”, y lo conseguimos. Messi había obtenido su permiso de conducir justo antes de la final, una o dos semanas antes, y ya tenía un reloj por ganar la Liga, por eso lo dijo. A todos nos dieron un Audi. Un S3, creo».

Las «negociaciones» por las primas no acabaron ahí. Laporta se cruzó con un Leo ya totalmente recuperado: «Y le digo: “Qué, Leo ¿estás contento?”. Estaba sentado en una punta, y me responde: “Yo ya había mirado unos apartamentos”. De coña. Nos reímos todos. Y siguió con la broma: “Con garaje, para aparcar el coche”».

«Al final salió y todo fue perfecto —insiste Sylvinho—. Recuerdo cómo celebramos a lo grande aquella final, a la vuelta, en Barcelona, una rúa con la gente por la calle, inolvidable».

Aquella temporada se hizo el doblete: el Real Madrid galáctico quedó a doce puntos de un Barcelona que hipnotizó al mundo. Samuel Eto’o acabó pichichi con veintiséis dianas, y tanto el camerunés como Ronaldinho fueron escogidos para el mejor once de la temporada por el sindicato de futbolistas, la Federación Internacional de Futbolistas Profesionales (FiFPro). En 2012, Leo Messi analizó en El País esa época con cariño: «Rijkaard es una persona a la cual le debo todo prácticamente…, la verdad es que gracias a él después vino todo lo que vino».

El equipo estaba destinado a grandes cosas, pero lo que no se sabía entonces era que, en realidad, aquella final de París fue su techo.

* * *

«Era fascinante ver cómo el chaval se iba convirtiendo, en unos meses, en el mejor jugador del mundo delante de nuestros ojos». La percepción de Eidur Gudjohnsen, que aterrizó la temporada siguiente junto con Thuram y Zambrotta, es privilegiada, por supuesto. Pero tiene un añadido sugestivo. Eidur y Leo se reconocieron como outsiders en aquel pequeño mundo que era la plantilla del Barcelona. El vikingo y el argentino se comunicaron sin comprender una palabra de lo que se decían: «A Leo ni lo entendía: hablaba muy bajo o muy rápido o con ese acento argentino cerrado. Me tiraba el rato diciendo “¿qué es lo que acaba de decir?”. Creo que eso le hacía gracia. Y casi sin entendernos nos llevamos muy bien, reíamos de las bromas de los demás».

«Me pareció un ejercicio interesante ver esa progresión impresionante, partido a partido, e intentar meterme en su cabeza —continúa el delantero que llegó del Chelsea—. Y no era para nada fácil, porque, lo que se ve desde fuera, incluso para sus compañeros de equipo, es a un tipo al que le apasiona el fútbol, que come y bebe fútbol, que pasa el resto del tiempo en casa o durmiendo, jugando un poco a la Play y ya está. Pero siempre supe que detrás había mucho más, tenía que haber más».

El futbolista islandés reconoció de inmediato la jerarquía de aquel grupo que acababa de ganar las dos grandes competiciones: la plantilla giraba en torno a la sonrisa eterna de Ronaldinho. «Cuando Ronnie hablaba de fútbol, y lo hacía a menudo, se veía a un Messi muy atento, con la cara de un fan. Fuimos de pretemporada a Estados Unidos y, cuando salía Ronnie del autobús, era como si lo hiciera Michael Jackson. Era un hombre hecho y derecho, y Leo, un niño que admiraba al mejor jugador del mundo y que jugaba en el mismo equipo con él —recuerda Gudjohnsen, que se sorprende todavía de que lo escogieran, a él también, para sentarse en la mesa de los brasileños—. Era la de los bromistas. Sylvinho era mi traductor, me explicaba todo el rollo patatero que se decía».

Pero en aquella temporada 2006-2007 que empezaba, el Barcelona perdió competitividad. Al principio de manera imperceptible, aunque la marcha de jugadores como Larsson, Gabri y Van Bommel y el pobre nivel de los líderes del vestuario (en especial Ronaldinho y Deco) tuvo como consecuencia que el equipo estuviera muy por debajo del de la triunfante campaña anterior. La marcha de Henk ten Cate al Ajax ayudó a que el conjunto se fuera desintegrando como un azucarillo en el café.

La influencia del asistente de Rijkaard era crucial. El título de Liga que se acababa de conseguir se podía explicar a partir del talento, pero también por las medidas tomadas para evitar que la caída del equipo empezara antes de tiempo. «Si quieres la clave de aquella Liga y de lo que vino después, estudia bien el partido contra el Betis en el Benito Villamarín. —Ése fue el reto lanzado por Ten Cate en la conversación con Gio van Bronckhorst—. Encontrarás la razón por la que ganamos la Liga y la Liga de Campeones. ¿Recuerdas, amigo?».

Echemos, pues, la vista atrás, al triunfante curso 2005-2006. El Barcelona había iniciado aquella temporada de un modo irregular: empató ante el Alavés y el Valencia, perdió ante el Atlético de Madrid y la única victoria en cuatro encuentros la obtuvo ante el Mallorca.

Antes de viajar a Sevilla para aquel partido del que habla Ten Cate, Frank Rijkaard entrenó a puerta cerrada con el equipo de gala. Ronaldinho y Deco llevaron el peto de titulares. Pero finalmente no convocó a ninguno de los dos.

Hasta ese momento, las dos estrellas solamente habían caído del equipo por lesiones. El vestuario tembló.

Oficialmente, Rijkaard habló de rotaciones: «Ronaldinho y Deco han jugado cuatro partidos en diez días y he pensado en darles un descanso, porque el martes hay un encuentro trascendente [el Udinese, en el Camp Nou] y ellos son jugadores muy importantes. Quiero que descansen y el domingo vuelvan a entrenarse de nuevo».

La razón fue otra: un sector del vestuario no aceptaba el comportamiento de los dos futbolistas y eso había llegado a oídos del preparador holandés. Deco volaba continuamente a Brasil, entrenaba poco. Ronaldinho también estaba despistado. Y el sector holandés, los catalanes y Eto’o le hicieron llegar a Ten Cate su descontento. Acababan de ganar el primero de los dos títulos de Liga y era necesario enderezar aquella situación para dar ejemplo, o «el grupo se perderá», se le explicó a Rijkaard. Frank reaccionó de inmediato dejando fuera del encuentro ante el Betis a los dos futbolistas.

Henk ten Cate le dijo al grupo, de camino a Sevilla, una obviedad: «Chicos, hay que ganar como sea». Rijkaard no había tomado antes una decisión disciplinaria tan tremenda y debía estar respaldada por una victoria. En aquel encuentro, Eto’o falló un penalti. El partido estuvo una hora con empate a uno, pero el camerunés marcó dos tantos, el segundo de ellos robándole el disparo a Maxi López. «Tienes que pensar rápido en el área pequeña», le dijo Eto’o. Messi no jugó ese encuentro.

Finalmente acabó muy bien aquella temporada, con los grandes títulos en el zurrón, pero la dinámica negativa de las estrellas continuó en la nueva que empezaba. Messi fue la luz de aquel túnel que se hacía oscuro; de hecho, fue el único que mejoró con respecto a la temporada anterior y que aumentó su ascendiente en el equipo. Las lesiones le estaban respetando y sólo se perdió una semana tras un esguince de tobillo sufrido durante la victoria del Real Madrid en el Clásico del Bernabéu, un 2-0 que comenzaba a dejar la sensación de que el Barcelona, derrotado también por el Sevilla en la Supercopa europea en agosto con un demoledor 3-0, no respondía en los partidos importantes.

Pero en noviembre, ante el Zaragoza, se fracturó el quinto metatarsiano del pie izquierdo. No fue una cuestión de estilo de vida, lo de los huesos es mala suerte: estuvo fuera de los terrenos de juego dos meses y tres semanas.

«Da rabia no poder ayudar al equipo. Estás en el vestuario con ellos, compartes el tiempo antes del partido, pero sabes que ellos saldrán a jugar y tú, no», comentó Leo a Ramiro Martín en diciembre del 2006.

* * *

Un Messi de cabellos largos jugó varios partidos de buen nivel tras su regreso de la lesión, pero le costaba marcar. Aunque asumió galones mientras Ronaldinho iba progresivamente desapareciendo, el equipo seguía fracasando en las grandes citas. Así, cayó ante el Liverpool de Rafa Benítez en los octavos de final de la Liga de Campeones. En aquel encuentro europeo, Benítez entendió que había que tapar las diagonales del argentino y colocó a Álvaro Arbeloa en el lateral izquierdo a pie cambiado. Leo sufrió un marcaje muy eficaz que lo sacó del partido.

A continuación, se disputó la vuelta del Clásico liguero, el 10 de marzo de 2007 en el Camp Nou, otra oportunidad para resarcirse de la resaca europea.

Fue un encuentro de alternativas, de intercambios de golpes entre dos gigantes. Tras un primer tanto de Ruud van Nistelrooy, Eto’o descargó el balón hacia la izquierda, donde Leo se encontraba solo, y su balón cruzado batió a Iker Casillas.

Leo se levantó la camiseta para mostrar otra con el mensaje «Fuerza tío». «Se lo dediqué a mi tío, que ha perdido a su padre. Es mi padrino, mi segundo padre, y quería mandarle todo mi apoyo desde aquí», explicó tras el partido.

El holandés volvió a adelantar al Real Madrid de penalti, pero Leo continuó su exhibición: el equipo se volcó definitivamente hacia su banda. El empate blaugrana se inició con una jugada clásica de Ronaldinho por la izquierda que entró en el área, realizó una pared con Eto’o y el remate del brasileño fue desviado por Casillas. El balón cayó a los pies de Messi, que lo golpeó de volea a un palmo del suelo con una técnica perfecta. 2-2, minuto 27 de una primera parte electrizante.

Fue un ejercicio de responsabilidad de la Pulga que incluso superó a Eto’o, normalmente el encargado de exigir el protagonismo cuando se enfrentaba al Real Madrid. Ronnie estuvo gris y el camerunés fue reemplazado en el descanso cuando Rijkaard quiso recomponer el equipo a consecuencia de la expulsión de Oleguer. El holandés le pidió a la Pulga que atacara desde la banda izquierda mientras Ronnie se metía por dentro y Leo, pegado a la línea de cal, no hizo nada mal: escogió las diagonales adecuadas, desestabilizó al lateral derecho, Miguel Torres, en amenazantes duelos en la banda, y supo esperar a que le llegara la pelota.

Un extraordinario Valdés impidió el hat-trick de Van Nistelrooy, pero Sergio Ramos adelantó al Real Madrid por tercera vez y se llegó al minuto 90. En el tiempo añadido, un balón de Ronaldinho encontró a Messi en la posición de mediapunta, rodeado de futbolistas. Con su primer toque inició una diagonal y el central Iván Helguera intentó evitar su avance lanzándose al suelo.

El resto lo explicó Leo en la zona mixta:

—Fue todo muy rápido. Me salió Helguera al paso, intenté rebasarlo, lo hice y me encontré al lado de Casillas…

Su disparo cruzado batió al guardameta del Real Madrid. Acababa de marcar un hat-trick ante el eterno rival.

¿Qué pensó cuando vio entrar el balón?

Que teníamos tiempo de ganar el partido, pero al final no pudo ser. Fue una pena porque teníamos la fuerza para conseguirlo después de lograr el empate final.

¿Qué se dijeron cuando se abrazaron?

Que nos quedaba un ratito más para intentar ganarlo. Estábamos en el Camp Nou y había que ganar.

¿No lo dieron nunca por perdido?

Estaba complicado. Además, veníamos de jugar ante el Liverpool y estábamos cansados.

¿Por qué besó reiteradamente el escudo tras marcar el tercer gol?

Porque le debo mucho al Barcelona por lo que hizo por mí en su momento.

«El partido de Leo que más recuerdo fue aquel Clásico en el Camp Nou —cuenta Sylvinho—. El último gol lo celebramos juntos, porque mete el gol y yo soy el primero que está a su lado, y lo celebramos, sin palabras. O sea, nos gritamos, pero aquello no eran palabras».

«Para mí, hoy Leo está por encima de cualquier otro jugador. Tiene una marcha más», reconoció Eto’o aquella noche en que bajó un peldaño del pedestal.

Gudjohnsen lo cuenta, con cariño, desde otra perspectiva: «Sin la carrera que hice por la derecha, no se queda con tanto espacio para el tercer gol, ¡eh!». Aquel encuentro escenificaba la transición que se estaba empezando a vivir. «En esa temporada Messi no jugaba bajo presión —afirma el delantero—. Todos los críticos miraban hacia otro lado. Lo más fácil en el fútbol es ser un jugador con talento; lo más complicado, confirmar ese talento con el paso del tiempo. Cuando un jugador así aparece, siempre surgen excusas si las cosas no le salen bien en un partido o en un mes. Lo difícil es que ese talento se manifieste regularmente. Leo parecía estar preparado para asumir esa responsabilidad».

«Los grandes jugadores lo demuestran en los partidos importantes —afirma el ex presidente Joan Laporta—. Y Leo no se ha escondido nunca, especialmente contra el Madrid. Sus dos grandes rivalidades han sido siempre el Espanyol en el fútbol base y el Madrid con los grandes. Él sabe que esos partidos son bonitos de jugar y que se le espera. Y él, encantado».

«Perder contra el Real Madrid es jodido. Recuerdo aquel partido que perdíamos y metí el tercer gol, que significó el del empate —contó Leo a Luis Martín en El País a finales de 2007—. Como culé quiero ganarle siempre al Madrid. Además, ese partido marcó mi carrera. Venía de estar parado, no convertía las ocasiones y desde aquel día entraron más y jugué mucho».

Messi le marcó al Madrid siete goles en sus primeros ocho encuentros. Y años después, en marzo de 2013, consiguió igualar a Alfredo di Stéfano como máximo goleador de los encuentros entre los dos grandes rivales, con dieciocho tantos. Leo se fue confirmando, con el tiempo, como especialista en Clásicos, que es como decir en grandes partidos.

El empate mantenía al Barcelona por encima del Real Madrid y del Sevilla, que había empezado la jornada como líder. Leo, con diecinueve años, olvidado el disgusto de una final de la Liga de Campeones que no pudo disputar y de una lesión que le impidió llegar en el mejor momento al Mundial de Alemania, tras unos meses en los que le costaba marcar, empezó a acaparar todas las portadas.

Se iniciaba la era Messi.

* * *

El club premió su progresión con otra renovación en marzo de 2007. El contrato era de siete años y el cambio económico fue brutal. Pasó de 1,8 millones al año a 6,5 en la temporada 2006-2007, aunque parte del aumento correspondía a unos pagos de la temporada anterior trasladados a la nueva campaña. En la siguiente temporada cobraría 4,5 millones y se incrementaría progresivamente hasta llegar a los 6,2 en la de 2014, manteniendo la misma cláusula de 150 millones.

Su impacto sobre el césped quedaba así reflejado en números.

En los últimos compases de aquella irregular temporada, el Barcelona llegó a las semifinales de Copa, donde se enfrentó al modesto Getafe. El resultado de la ida (un espectacular 5-2) dejaba al club a las puertas de la final. Pero aquel encuentro se recordará por uno de los goles blaugranas.

Minuto 29. Messi recibe el balón en el centro del campo y decide correr la banda. Se va de Paredes y de Nacho a la altura de la raya central.

«En la línea central, hago un recorte que no fue caño; el segundo sí lo fue», explicó unos meses después en el programa de televisión de Pablo González, «Sin Cassette».

Sigue la carrera.

«Lo vi, a Eto’o, que se iba abriendo…».

Alexis no lo puede parar; Belenguer se le acerca pero, antes de poder trabarlo, Messi se aleja. Sigue su carrera entre los dos.

«Cuando llego al borde del área, hago que me voy a mi izquierda y el defensor se va, y me meto por medio. Queda un hueco entre los centrales, y me meto por ahí».

Ahora tocaba el portero, Luis García. Regate en seco hacia la derecha y, casi sin ángulo, Messi eleva el balón por encima de Cotelo, el último de trece toques.

«Y el balón quedó ahí delante. Hice como si fuera a definir y me lo llevé a mi izquierda. Se me fue un poco larga, pensé que se iba…, le voy a dar de derecha y vi justo que se tiró el portero y la levanté un poquito».

Doce segundos de habilidad, de velocidad gestual, de engaños; cinco defensores quedaron atrás, sesenta metros para la posteridad.

Maradona, Mundial’86, Inglaterra. Gol de Lionel Messi.

Y de derecha, ¡el mejor gol de su carrera Leo lo hizo de derecha!

«De chiquito hice un par así, pero sí, ése fue posiblemente el mejor».

El Pato Abbondanzieri, ex portero de Boca, lo vio desde el banquillo: «¡Menos mal que no era yo el que estaba en el arco!».

Gudjohnsen: «Empecé a gritarle “¡¡¡Increíble, increíble!!!”».

Sylvinho: «Yo estaba en el banquillo en ese partido. Uff, qué golazo, qué locura, yo lo recuerdo con el pelo largo todavía, una melena enorme y…, uff, un golazo…».

Gudjohnsen: «Y el tío se pone a celebrarlo como si nada, y en el campo estábamos todos alucinando. Nosotros y los rivales».

Sylvinho: «… un golazo. El Camp Nou se puso nuevamente a sus pies, y uffff…».

Gudjohnsen: «Me puse las manos en la cabeza. Se puede ver en las imágenes de televisión. Tuve un momento sobre el césped en el que pensaba “Dios, estoy en el campo cuando se acaba de marcar un gol del que se hablará toda la vida. ¡Es el de Maradona contra Inglaterra de nuevo!”».

Iniesta: «Fue un tanto espectacular, la combinación perfecta de regates, conducción, de sortear a rivales… y el regate final es muy complicado. Recuerda al tanto de Maradona, sobre todo por la posición en la que arranca».

Juanjo Brau: «Él me decía que no quería copiar de Maradona, que él no piensa lo que va a hacer, que le sale natural».

Deco: «Estos goles son los que entran en la historia. Es el gol más bonito que vi en mi vida, y mira que he visto en directo goles de Ronaldo, Maradona o Ronaldinho. El de Messi es perfecto. Creí que, cuando llegó cerca del área, intentaría hacer una pared, pero…».

Juanjo Brau: «Tú ves a Xavi, o a Ronaldinho, que tardan una décima de segundo más en hacer las cosas porque las piensan. Messi no piensa lo que va a hacer».

Deco: «Nada más llegar al vestuario, le comenté que se parecía al de Maradona. Y Leo no había caído todavía en la cuenta».

Sylvinho: «Le decíamos, con voz de locutor de televisión exagerado, “vaya gol, impresionante gol, han visto…”, y él se reía».

Juanjo Brau: «Y cuando acaba en gol, no piensa que lo ha hecho como el de Maradona. Es luego, cuando se lo comentan todos, y le llaman de Argentina y le dicen “qué quilombo has armado”. Pero tampoco le da tanta importancia».

Sylvinho: «En el vestuario no bromeó, no soltó “bueno, ya hemos hecho el gol de Maradona, ¿ahora qué?”. Para nada. Leo respeta al rival, al compañero, no le sale chulear. Se rige por códigos muy estrictos. Ni una sola vez en cinco años dijo “¡Ah! ¿Viste cómo regateé a aquél?, mira qué golazo hice…”, jamás, nunca. Nosotros sí, ¡eh!».

Carlos Salvador Bilardo (seleccionador argentino de la escuadra ganadora del Mundial de 1986): «Me quedo con el gol de Maradona. A Maradona le salía gente continuamente, y los centrales se le presentaron escalonados: Butcher, primero, y Fenwick, después. Messi recorre treinta metros y no le sale nadie. Por eso toca más la pelota con la derecha, su pierna mala. La va punteando, y los recortes siempre los hace con la zurda. Para los defensas es muy difícil pegarle, porque viene saltando y va muy rápido. Al final, los centrales lo esperan en línea, y para él es más fácil».

Maradona: «Yo digo que Messi es un fenómeno, que no tiene techo y creo que puede dar más de lo que está dando ahora, pero el gol que marqué yo, aparte de ser más lindo, fue contra los ingleses en cuartos de final de un Mundial. Messi se lo hizo al Getafe, que jugaba a la ley del offside. Fue un golazo, pero que no exageren».

Deco: «Me puse muy contento por él. Tiene una humildad increíble y mucha calidad. Con dieciocho años estaba en el Barça y, con diecinueve, marca goles así».

Gudjohnsen: «Estaba siendo una época complicada. Messi apareció en varios momentos de la temporada. Con el gol del Getafe la gente empezó a verlo con otros ojos. Eh, que esto lo hace con los mayores. ¡Éste se ha regateado a cinco o seis profesionales de primera! Había que ver si era capaz de trasladar esos momentos de brillantez que sólo él podía hacer a noventa minutos de juego completos, pero las dudas fueron desapareciendo una a una. ¿Podemos vivir sin Ronaldinho? Pues sí, se empezó a decir. Y él empezó a aceptar lo que le venía de cara con total naturalidad. Y a crecer, crecer, crecer».

Schuster, entrenador del Getafe: «Debimos darle una patada, aunque nos costara una tarjeta. No se puede ser tan noble».

¿Y Leo? ¿Qué dijo?

«[El tanto de Maradona] lo vi millones de veces, pero lo impresionante es que en ningún momento pensé en copiarlo. Ni siquiera me di cuenta cuando metí el gol» (en el diario El Gráfico).

«Vi los dos goles puestos así juntos en la pantalla, vi lo que se hablaba. Pero ni me paré a pensar si es el mejor de la historia o qué. Había que pensar en el partido siguiente y ni lo hablamos, ni con la familia» (en el programa televisivo «Sin Cassette»).

«[Cuando regateo, por lo general] espero el movimiento del defensa, juego con él. Espero a que se mueva él primero, y ahí me traigo el balón para atrás y luego adelante. Miro los pies del rival, no la pelota…, sé que la pelota está ahí» (en el programa televisivo «Sin Cassette»).

«Rijkaard, me felicitó…» (declaraciones en la zona mixta tras el partido).

Desde aquel día Leo, que dedicó el tanto a Maradona, ingresado entonces en una clínica psiquiátrica, fue marcado con más dureza por los defensores. Aquella jugaba no se iba a poder repetir. En parte porque las defensas empezaron a estar alertas ante sus arranques y en parte porque el gol reflejaba también una serie de errores del Barcelona que debían ser corregidos. No se puede preparar un movimiento así en el campo de entrenamiento, pero se puede evitar que sea necesario: hay maneras de golear más colectivas, más fáciles, que requieren menos esfuerzo.

Así se lo dijo a Leo un tiempo después Rijkaard, el consejo más importante que, según el holandés, le dio. «Acaba la acción: chuta o da el último pase y no sigas driblando». El holandés quería evitar que Messi buscara constantemente un eslalon, duelos con todos los rivales, regates excesivos. Puede ocurrir una vez al año, pero no en todos los encuentros. Rijkaard le pidió que no se desgastara tanto para poder marcar la diferencia en el último tercio. Le pidió que se acercara al área.

Aunque se recuerde aquel tanto como una genialidad de Leo, uno que había marcado a menudo en los equipos inferiores, en el fútbol profesional acabó siendo la excepción que marcó la regla. Pep Guardiola también lo consideraba una acumulación de deslices en ataque (demasiada conducción, falta de colaboración del compañero, un arranque demasiado retrasado, mala colocación del equipo) que reflejaban los problemas que afectaban al equipo de Rijkaard.

Leo cenó esa noche con su padre y con Pablo Zabaleta. Y repitió varias veces: «Si yo buscaba a Eto’o para darle el balón…».

Rijkaard pensó que la clasificación estaba garantizada y le dejó fuera de la convocatoria para el partido de vuelta. Sin embargo, en el estadio del Getafe el Barcelona cayó por 4-0 en la eliminación más humillante que se recuerda en la historia reciente del club.

Quedaba la Liga. Estaba en sus manos, unos resultados lógicos le daban el título y podría servir para ocultar muchos de los problemas que habían anquilosado a aquel equipo que iba para histórico. Fue el año del Tamudazo: el tanto del delantero del Espanyol Raúl Tamudo en el Camp Nou cuando el partido moría y el empate a última hora del Betis, ambos claros errores de concentración, dieron la Liga al Real Madrid, que empató a puntos con los culés pero venció por goal average.

«Vi el derbi catalán en la grada —cuenta Ten Cate—. Messi ha aprendido una gran cantidad de lecciones en su vida profesional. Una de ellas fue ante el Espanyol. Leo perdió la posesión y no corrió hacia atrás para recuperar el balón y el rival acabó marcando un tanto decisivo para la clasificación. Fíjate como ya no deja pasar ocasiones así para hacer su trabajo defensivo».

En aquel encuentro, Leo marcó los dos tantos, incluido uno con la mano, el del 1-1. Saltó de cabeza y se adelantó al portero con un golpe de su mano izquierda. El juicio moral de su gesto lleva a conclusiones diferentes según el hemisferio en el que se plantee. La picaresca es parte del gen latino para bien o para mal, algo que no se entenderá nunca desde el prisma anglosajón.

Conocedor de ambos, Eidur Gudjohnsen intenta realizar una valoración de futbolista. «He jugado con algunos jugadores sudamericanos y parece ser parte de su cultura: harían cualquier cosa para meter el balón entre los tres palos. Cuando veo algunas de las cosas que hace Luis Suárez, no me sorprenden; está tan centrado en lo suyo, en marcar, que si es necesario hace trampa para conseguirlo. La verdad es que cuesta celebrar un tanto así, pero perdíamos 0-1, necesitábamos la victoria, así que sí lo celebramos».

Puede ser que el fin justifique los medios en el fútbol. El engaño existe tanto en el mundo latino como en el anglosajón (¿o no lo es levantar el brazo pidiendo fuera del contrario cuando has sido tú el último en darle al balón?). Pero Leo se arrepintió de haber marcado aquel gol y no volvió a hacer algo parecido.

A excepción de la Supercopa española de principio de temporada, el Barcelona se fue de vacaciones de verano sin títulos importantes. Y con la sensación de que se había acabado un ciclo.

Se sopesó cesar al holandés y desprenderse de Ronaldinho. En una reunión con Begiristain, Ferran Soriano y Joan Laporta, Rijkaard fue tajante: «Sé lo que se debe hacer para la próxima temporada; lo haremos bien, y todo irá bien». Soltó eso, se levantó y se fue. Nadie había dicho que el encuentro había terminado. La conversación continuó sin él: «¿Qué hacemos? ¿Le damos un año más de confianza?». Laporta insistió en que el equipo y Frank se lo merecían. Por respeto a las cotas alcanzadas tan sólo un año antes, se decidió no cambiar nada, aunque se sabía que Rijkaard había perdido el control del vestuario.

La fe de Laporta y de la directiva no fue recompensada.

* * *

«Un día Messi metió un golazo de esos después de driblar a doscientos y, cuando viene para el mediocampo, se me queda mirando y yo le digo: “Eh, no te me vengas arriba, que de esos he metido yo muchos”. Me miró como diciendo: “Éste es gilipollas”».

(EDUARDO ITURRALDE GONZÁLEZ,

ex árbitro internacional)

«Es que… [sonríe] he jugado con un montón de jugadores y Leo es una cosa… muy rara, ¿no».

(THIERRY HENRY)

La temporada 2007-2008 era la de las segundas oportunidades. Para Ronaldinho, que le había rogado a Laporta que le dejara en el club un año más, que tenía intención de mejorar sus prestaciones. Para Frank Rijkaard, que decía tener el entusiasmo necesario para evitar la decadencia del equipo.

El club renovó la ilusión con el fichaje de una estrella, Thierry Henry, procedente del Arsenal. Imaginen: Ronaldinho, Messi, Henry y Eto’o en el mismo equipo. Sin embargo, no disputaron un solo minuto juntos.

Llegaron también Éric Abidal (del Lyon), Gaby Milito (del Zaragoza) y Yaya Touré (del Mónaco). Este último se fue convirtiendo en uno de los principales jugadores de un curso de nuevo anómalo. En busca de una reacción, el club se desprendió de Giuly, Belletti, Motta, Saviola y Giovanni van Bronckhorst.

Gio envió un mensaje de despedida al teléfono de Messi. Éste tenía en su perfil una foto suya delante de Times Square. Sin nadie alrededor. Van Bronckhorst, tras ver la foto, le añadió una pregunta: «¿No es agradable, por una vez en tu vida, poder echarte una foto sin nadie cerca?». El holandés sabía que se acababan esos lujos para el argentino.

Aquel año Rijkaard, pese a las promesas, no pudo cambiar la dinámica. El equipo se desfondó ya en diciembre, situación confirmada por la derrota ante el Real Madrid en el Camp Nou con un único gol, el de Júlio Baptista. «El entrenador era demasiado bueno para aquel vestuario», denunció Edmilson años después. Frank prefirió mantener el statu quo, a pesar de que Leo Messi ya había tirado la puerta abajo de tanto golpearla. Estaba ahí, pero se le pedía paciencia, que continuara haciendo daño desde la banda.

Y eso que empezaba a adquirir categoría de ídolo de la grada. «Parece mentira cuando vamos entrando al campo y vemos a la gente con la camiseta con su nombre, es como un sueño», decía entonces su madre, Celia.

«Esa temporada fue donde ya alcanzamos mucha cercanía, mucha libertad el uno con el otro, teníamos suficiente intimidad incluso para hablar de cosas serias —cuenta Sylvinho—. Yo me encontraba muy cómodo, me lo miraba de adulto a adulto y podía hablar con él incluso de mis frustraciones, de cosas que a mí no me agradaban, de lo que me estaba pasando, de lo mal que lo estaba pasando. Así que encontré en él a una persona que lo escuchaba todo».

El niño se hacía hombre. Era un proceso en el que Leo compartía las responsabilidades de un adulto con los músculos cambiantes de un joven.

Y resultó que era todo excesivo: su cuerpo se rebeló.

* * *

Informe médico de la temporada 2007-2008:

14-09-2007. Australia-Argentina. Contractura en los isquiotibiales de la pierna derecha. Cinco días de baja.

«Recuerdo cuando vino a la Argentina y se recuperó de un desgarro —cuenta Pancho Ferraro—. Fue a Rosario. Yo estaba todavía en la selección. Llegó en un vuelo por la mañana, nosotros estábamos desayunando para trabajar con los chicos, todo el cuerpo técnico: Tojo, Fillol, los médicos, y había seis jugadores de la Sub-17 que manejaba Tojo. Se abrió la puerta y vimos a Messi, su papá y su médico, que venían de Barcelona. Nos paramos para saludarlos. Messi tendría allí veinte años. Se sentó a mi lado, le pregunté qué quería tomar; “café con leche”, pedimos al mozo. Había de todo: facturas (bollería), galletitas, mermelada, dulce de leche. Le trajeron el café con leche, pero hablábamos y hablábamos y él no lo tomaba. Le dije “Leo, tomalo” y me respondió “Sí, sí”, pero no lo tomaba. Todos hablábamos, pero él no. Y en un momento, la segunda vez, le dije “Leo, ¿qué te pasa?”, y me contestó “¿Puedo ir a tomarlo con los chicos?”. Le respondí “Andá, Leo, andá”. Se levantó y se fue a la otra mesa».

15-12-2007. Valencia-Barcelona. Rotura del bíceps femoral de la pierna izquierda, la contraria a la lesión que sufrió ante el Chelsea la temporada anterior. 34 días de baja. Se perdió, entre otros, el Clásico en el Camp Nou, que se jugaba una semana después.

«Recuerdo su lesión ante el Valencia —cuenta Gudjohnsen—. Me dio una sensación muy extraña. De repente me vino a la cabeza que jugaba como un hombre pero todavía era un chaval. Lloró en el vestuario. Ahí vi a un chico que no podía soportar el shock de una lesión, que no podía vivir alejado del balón».

4-03-2008. Barcelona-Celtic. Rotura del tercio proximal del bíceps femoral de la pierna izquierda. Seis semanas de baja.

Gordon Strachan (técnico del Celtic en las temporadas 2005-2009): «Nos habían advertido los ojeadores de que el argentino era un poco especial. ¿Un poco especial, eh? Marcó dos tantos en el partido de ida, uno de ellos un golazo, pisando el balón en el área hacia atrás para abrir el ángulo, y gol. Nos ganaron 2-3. En la vuelta, casi acabando la primera parte, se lesionó. Corría con dos de los míos y debió de notar un pinchazo, justo delante de mí. Le vi que lloraba. Yo no lloré, se lo puedo asegurar. Igual no debería, pero pensé “¡Gracias a Dios que ahora nos podemos relajar un poco, porque el que saquen no será tan bueno como éste!”».

Esa noche Leo continuó llorando al salir del Camp Nou. Era el tercer desgarro importante en dos años. ¿Qué pasaba? ¿Por qué tantas lesiones? ¿Serían los cambios corporales, la alimentación? Le decían que igual era cosa de su manera de correr, o de la forma de sus pies. O quizá no calentaba bien. No existía todavía un estudio profundo de la situación, pero el club quería protegerlo, buscar las causas.

Se dijeron muchas barbaridades, como que tenía que ver con el tratamiento hormonal, olvidando que, tras corregir una carencia, no creció más, sino de modo natural.

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