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SEGUNDA PARTE EN BARCELONA » 6 MESSI NO ES UN GENIO NATO. NADIE LO ES

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MESSI NO ES UN GENIO NATO.
NADIE LO ES

—Diego, Diego. Es un orgullo recibir en nuestra ciudad al mejor jugador del mundo.

—¡El mejor jugador ya había jugado en Rosario! Y es un tal Carlovich.

Así contestó Maradona a su llegada a la ciudad santafesina en 1993, al inicio de su breve estancia en Newell’s. Carlovich. Sin referencias, les debe sonar a nombre yugoslavo, a hijo de emigrantes. Y así es. En las calles de Rosario se rellenan los huecos que quedan: leyenda del fútbol, el hombre del doble caño, primero de camino a la portería y, cuando el defensa se revuelve, hacia la dirección contraria. Pisaba el balón y se detenía el tiempo. Un día salió de la jugada con un taco, pasando la pelota por encima de tres rivales. ¡Cómo la cazaba con el empeine! No ha habido otro igual. Lo que hace Messi, lo que hizo Redondo, lo que hizo Maradona, él lo tenía instalado.

Ni Diego, ni Leo, Carlovich fue el más grande.

Eso se dice.

No hay ni una sola imagen en movimiento de ese futbolista argentino de los años setenta al que llaman el Trinche Carlovich. Existen referencias escritas en diarios y alguna foto que descubre a un jugador de piernas y patillas largas. Con las manos en las caderas. Grandote. Jugador de barrio. Se habla de muchos momentos aislados multiplicados en el tiempo en detalle y resolución. Y también de un partido legendario.

Hace poco le preguntaron al Trinche, incapaz de darle más a un balón porque el cuerpo le ha cerrado las puertas, qué sentía cuando oía esas cosas, cuando recordaba que se vitoreaba su nombre en las gradas y que venían de todos los rincones de Santa Fe para verlo; qué cambiaría, ya que, al fin y al cabo, solamente jugó dos partidos en Primera División; cómo sería el Trinche si pudiera retroceder las manecillas del reloj.

Carlovich tensó el rostro.

«Nooo».

Luego giró la cabeza. «Noo, hombre, no me preguntés eso…». Y a continuación se mordió los labios.

«Noo, eso no».

Y le cayeron lágrimas.

* * *

A finales del XIX y principios del XX, aprovechando el tirón económico de Argentina, en Rosario aparcaron sus maletas polacos, rusos, franceses, italianos y también españoles, aunque menos que en otras ciudades argentinas. En los años treinta del siglo pasado, huyendo de la conflictiva zona de los Balcanes, llegaron muchos yugoslavos. Mario Carlovich fue uno de ellos, y se instaló en el barrio de Belgrano, al oeste de Rosario. Tuvo siete hijos: el último, nacido en 1948, fue Tomás Felipe, a quien luego llamarían el Trinche, aunque ni él sabe por qué ni desde cuándo. Será que esas piernas largas y sus hombros anchos le recordaban a algún simpático un tenedor, un trinche.

En seguida se convirtió, como todos en su barrio, en futbolista de ratos muertos. Le invitaron a entrar en las categorías inferiores de Rosario Central con quince años y acabó debutando en Primera un lustro después. Jugó un segundo encuentro en la máxima división. Y ya.

Carlovich, un volante o número cinco zurdo con mucha clase, visión y escasa velocidad, no cabía en un fútbol que, a finales de los sesenta, prefería el juego físico al técnico. Su metro ochenta y tres no estaba hecho para disputar balones, sino para diseñar jugadas; no era del agrado de sus técnicos de entonces, el último Carlos Griguol.

Un día de partido, el equipo estaba preparado para partir de Rosario hacia Buenos Aires. «Llegó con un bolsito, ascendió al micro, en el que únicamente estaba el conductor, y sin saludar se ubicó en uno de los asientos del fondo —recuerda en La vida por el fútbol Eduardo Amez de Paz, conocido periodista de Santa Fe que vivió de cerca aquella época—. Luego de diez o quince minutos, en los que no había llegado ninguna otra persona, se dirigió hacia delante y consultó al chofer acerca de la hora de salida. “Como siempre, pibe; salimos a las dos y media, tres menos cuarto”. Sin ni siquiera agradecer esa información, descendió del vehículo, para no regresar. Días después se conoció que se fue al club Río Negro, en el barrio de Belgrano, donde participó de un torneo amateur».

«Circunstancias, algunas cosas que no me gustaron y me alejé de Central y me fui…», así lo explica hoy el Trinche, que unos meses después recaló en el Central Córdoba, el tercer equipo de Rosario, donde pasó una década. Al Central, siempre a la sombra de los canallas y los leprosos, Carlovich le llama su «casa»: fue campeón de la C en 1973 y también consiguió ascender a la B.

Vistió la zamarra charrúa en cuatro etapas diferentes y en un total de 236 partidos, y le alcanzó para marcar veintiocho goles. Su estilo y su magia, según cuentan parecidos a los de Juan Román Riquelme, quedó para siempre en la memoria de los habitantes de su barrio de Belgrano o en la de los de La Tablada, donde se encuentra el modesto estadio del Central Córdoba, el Gabino Sosa, por donde se pasó durante cuatro años seguidos el preparador rosarino Marcelo Bielsa, con la intención primordial de ver al Trinche. El campo cuenta a su entrada con un dibujo de Carlovich pintado a petición de los chicos de Canal Plus, que viajaron desde Madrid para realizar hace unos años un hermoso reportaje sobre su leyenda.

El mito del Trinche se fue esparciendo por La Pampa. Una tarde, antes del encuentro contra Los Andes de la provincia de Buenos Aires, Carlovich se dio cuenta de que no llevaba encima la documentación necesaria que había que presentar a los colegiados. Los papeles se habían quedado en Rosario. Un dirigente local, que sabía de él de oídas en una época en la que no se televisaban los partidos de la Primera B, se plantó ante los jueces con una petición: déjenle jugar. «Sé quién es ese tipo de pelo largo y mostacho, es el Trinche. Déjenle jugar, porque apenas le vemos por estos lares».

«El Trinche fue un anarquista del fútbol, lo que le impidió debutar en Primera División mucho antes —escribe Amez de Paz—. Recién lo hizo cuando ya había cumplido veintiún años y cuatro meses (nació el 19 de abril de 1948). De él decían que jugaba cuando quería, cuando tenía ganas. Opino que no fue así. Él se divertía jugando, porque había nacido para eso. Nunca tomó el fútbol como un medio de vida, ni le interesó ni supo pelear un contrato. Él quería jugar, con eso estaba suficientemente pagado».

La leyenda del Trinche Carlovich adquirió definitivamente geografía nacional y cronología eterna la noche del 17 de abril de 1974, en la cancha del Newell’s. La selección argentina de Vladislao Cap, que se preparaba para viajar a Alemania Federal a disputar el Mundial, buscaba equipo para jugar un amistoso en beneficio del Círculo de Periodistas Deportivos y se decidió por una selección rosarina. Fueron convocados diez futbolistas de Primera División: la mitad de Newell’s, la otra mitad, de Rosario Central, y sólo un futbolista de la Segunda División: el cinco de Central Córdoba, Carlovich. Llegaron a la cancha dos horas antes del encuentro sin haber entrenado juntos ni una sola vez.

El estadio se llenó. No hubo televisión, nadie lo filmó, pero los testigos presentes (futbolistas, entrenadores, aficionados) y una memorable narración para la emisora de radio LT8 de Óscar Vidaña dan cuenta de… un baile de los rosarinos. En toda regla. Nadie pudo detener a Carlovich, quien patentó una jugada que, según se recuerda, solía hacer semanalmente en el Gabino Sosa. La explica el propio Trinche: «Tiré un caño y, cuando el defensor se dio vuelta, le tiré otro. Lo hacía seguido, aunque ese día la cancha se venía abajo». Ese doble caño no se lo hizo a cualquiera, sino a Pancho Sá, el defensor con más Copas Libertadores de la historia.

Los internacionales, con un Mario Kempes destacado, recurrieron al insulto porque no les salían las cosas. Se fue al descanso con 3-0 a favor de la selección rosarina. Ya en los vestuarios, el «polaco» Cap se acercó a su par rival para pedirle que sacara del campo a ese cinco. Y no lo decía en broma.

Pero Carlovich empezó la segunda mitad.

Terminó todo en un inolvidable 3-1 y la selección fue silbada por un estadio que celebró, por una vez, sin distinguir colores. Aquello fue la gloria, pero el Trinche siempre volvió a su «primer amor», que dice Amez de Paz, «el barrio, sus amigos y los torneos libres, en los que su figura era convocante». Los vecinos de su casa en Belgrano recuerdan que, después de entrenar o de un partido, seguía jugando con los chavales de la calle, de cualquier edad, a cualquier hora, en un campito que había por ahí.

«Me gusta cómo juegan los chicos, mirar los potreros me encanta —reconoce el Trinche—. Hay poco potrero, ahora ya empiezan con canchitas con piso sintético y antes era pasto, pasto. Además, no hay lugar, cada vez se achica más Rosario. Antes había muchas canchas, ahora ya no hay más. Yo siempre digo lo mismo, a lo mejor estoy equivocado, pero un jugador que entra a una cancha y mira la tribuna, y ve sesenta o setenta o cien mil personas, ¿cómo va a jugar? No puede nunca, jugar».

En 1976 fichó por el Independiente Rivadavia, de la ciudad de Mendoza. Un sábado se autoexpulsó justo antes del descanso. Tuvo que hacerlo: si no, no llegaba para tomar el autobús que lo llevaba a Rosario; al día siguiente era el Día de la Madre.

Una mañana muy calurosa, de esas que deberían encontrarle a uno en casa y sin nada que hacer, tocaba partido: al poco de empezar, el Trinche y dos de sus compañeros de equipo se dirigieron a una zona donde la arboleda daba sombra. Tocaban y no se les podía quitar el balón. Y diez minutos así. El árbitro detuvo el encuentro. «¡Jueguen al fútbol, muchachos!». El Trinche le contestó: «Hace mucho calor en el sol, referí».

Estuvo un año en Mendoza antes de volver a Santa Fe, esta vez al Colón, pero sólo jugó dos partidos oficiales: las lesiones musculares empezaron a dictar su carrera. Volvió al Central Córdoba, donde consiguió su segundo ascenso. Empezaba a ser conocida su desgana por el entreno, su falta de ambición. Se contaba que, en uno de sus múltiples equipos, de fuera de Rosario, pidió un coche como parte del contrato. Cuando se lo dieron, se montó en él y condujo hasta su casa en Belgrano para no volver.

Una mañana de día de partido se juntó la plantilla del Central Córdoba en el Gabino Sosa para dirigirse a Buenos Aires. El Trinche no llegaba, se había quedado dormido. Lo fueron a buscar y salió en calzoncillos, despeinado, y más o menos así se lo llevaron a la capital. Nadie recuerda el rival, podía ser el Almagro, pero ese día ganó Central Córdoba. 1-0. Gol del Trinche.

Todos queremos que esas historias sean ciertas. Se cuentan, así que deben de serlo, ¿verdad?

El Trinche se retiró. Pero, después de tres años de inactividad, regresó a los terrenos de juego. Era ya 1986. Caminaba por los partidos, pero veía todavía senderos para el balón mucho antes que los demás. Fue una única temporada en la que jugó por jugar. Durante unos años se le vio por los barrios lanzando pases de cuarenta metros y realizando alguna gambeta. «Un habilidoso es el que demuestra la alegría de jugar en el potrero, el que trata bien la pelota, el que es feliz por jugar al fútbol», recuerda hoy el Trinche.

Carlovich encarna el paradigma opuesto a Messi: su fama y lo mejor de su carrera se quedaron en Santa Fe y por eso se lo adora. Su leyenda es un lugar común en Rosario, forma parte del imaginario de la ciudad; en realidad, de toda la provincia. Es de esos jugadores líricos que ya no se encuentran. Típico futbolista de barrio, de potrero, de calle de tierra. Y así lo cuentan mitos y ganadores del fútbol argentino como César Luis Menotti, José Pékerman, Carlos Griguol, Aldo Poy, Marcelo Bielsa, Enrique Wolff, Carlos Aimar y Mario Killer.

«Recuerdo que yo era un jovencito cuando jugaba el Trinche, un mediocentro de los que ya no hay —afirma el Tata Martino, un rosarino hoy en Barcelona—. Tenía la pelota atada al pie y una calidad excelsa. Hacía caños de ida y vuelta, la gente deliraba con él. El Trinche, además de su increíble espíritu amateur, tiene la marca registrada rosarina: la pasión única por el fútbol, se juegue donde se juegue, en el Mundial o en un picadito…». Tenía casi todas las condiciones para convertirse en un grande. El acento cae en el «casi».

«¿Qué es llegar? —pregunta el Trinche—. La verdad es que yo no tuve otra ambición más que la de jugar al fútbol. Y, sobre todo, la de no alejarme mucho de mi barrio, de la casa de mis viejos, donde voy casi todas las tardes, de estar con el Vasco Artola, uno de mis mejores amigos, que me llevó de chico a jugar en el Sporting de Bigand… Por otra parte, soy una persona solitaria. Cuando jugaba en Central Córdoba, si podía, prefería cambiarme solo, en la utilería, en lugar del vestuario. Me gusta estar tranquilo, no es por mala voluntad».

Al dejar el fútbol, trabajó de albañil, pero la vida le golpeó duramente. Lo explica Amez de Paz. «Yo ignoraba que el Trinche sufría de una osteoporosis tremenda, que le había derruido sus caderas, lo que lo hacía casi un inválido. Lo obligaba a estar postrado en un sillón, sin ánimos para hacer nada, ni siquiera para trabajar junto a uno de sus hermanos, en tareas de pintura y empapelado». El Trinche había golpeado varias puertas en busca de ayuda, pero con poco éxito.

«Mi primer paso fue consultar a mi amigo, el destacado médico traumatólogo y ex futbolista Carlos Lancellotti —sigue Amez de Paz, que decidió tomar cartas en el asunto—. Me dijo que él lo operaba gratis, haciéndose cargo, inclusive, de los gastos de la intervención y del posoperatorio, pero que necesitaba la prótesis. Tras la primera negativa por falta de fondos previstos para estos casos, se insistió ante la secretaria de Salud Pública, la doctora Mónica Fein. En los primeros días de septiembre, llegó la orden para adquirir la prótesis». La rueda empezó a girar: otro amigo rosarino aportó dinero para poder alquilar una cama ortopédica y unas muletas.

Finalmente Amez de Paz organizó con varios amigos, sus hijos e incluso la iglesia Maradoniana, una velada homenaje con dos partidos benéficos. La entrada costaba sólo el equivalente a un euro. «Llegada la fecha, después de mucho trabajo y esfuerzo, llegó la hora de la verdad. Nos vimos superados en nuestra capacidad de asombro. Una multitud de ex futbolistas se hicieron presentes para participar en los encuentros», recuerda el veterano periodista.

Ese día, Tomás Felipe el Trinche Carlovich lloró. Como lo hizo años después cuando le preguntaron qué hubiera cambiado de su carrera profesional.

«Noo, hombre, no me preguntés eso…».

* * *

Carlovich tenía el talento, pero le faltaba el carácter para mantener el edificio. «Parecía que la pelota llevaba a Carlovich, una pelota inteligente, que disfruta de hacer las cosas artísticas, y arrastra atrás a un futbolista», dice Menotti. Se cuenta que el Trinche llegó al fútbol al mismo tiempo que los preparadores físicos, esos que decidieron hacer una revolución para convertir el balompié de arte en otra cosa, en una época fea. Aunque eso suena a excusa. «Quizá a él le haya faltado la profesionalidad que se necesita para competir en un fútbol tan profesional como éste», afirma el ex futbolista y entrenador Carlos Aimar.

Menotti añade: «Carlovich fue uno de esos pibes de barrio que desde que nacen tienen un solo juguete: la pelota. Su técnica lo convirtió en un jugador completamente diferente. Pero en su carrera no encontró reservas físicas que sostuvieran todas sus condiciones técnicas. Además, desafortunadamente, tampoco tuvo a nadie que lo acompañara y lo comprendiera. Es una pena, porque Carlovich estaba llamado a ser uno de los jugadores más importantes del fútbol argentino. No sé qué le pasó. Tal vez lo aburría el fútbol profesional. A él le gustaba divertirse».

El número uno, el liderazgo, no es para cualquiera. «Messi llega por situaciones que se van dando, pero antes hubo sufrimiento y lo superó —analiza Pancho Ferraro—. No tiró la toalla. Hay unos que nubla y ya no quieren salir. Y hay otros que cae granizo y salen igual. ¿Por qué hay tantos chicos que no llegan? Carlovich, un gran jugador, Rodas, un gran jugador, pero por algo no llegaron. Y a mí, en la vida, me choca cuando dicen “no tuve suerte”. No, no la buscaste. No saliste a pelearla. Por eso, el jugador que llega allá arriba y se mantiene, es para aplaudirlo. Yo, a los Zanetti, a los Batistuta, a los Samuel, a los Crespo, los aplaudo. A los que van y vienen, no».

Escuchen otra manera de entender este deporte. En la entrevista que el canal argentino TyC Sports le hizo en un sofá de su casa de Barcelona en marzo de 2013, Leo Messi se dejó llevar:

—¿Alguna vez vos dijiste «soy un perro, soy malo, no voy a llegar a nada, no voy a ser jugador de fútbol»?

—No, había partidos en los que no agarraba una y yo soy el crítico número uno conmigo mismo, y sé cuándo juego bien, cuándo juego mal.

—Pero ¿de pendejito te pasó que te quisieras bajar como futbolista?

—No, de tirar todo, no. Sabía que mi sueño era jugar en Primera, que iba a pelear por eso, y que tuve muchos partidos en los que no agarraba una y me criticaba mal.

Dice acertadamente Josep Maria Minguella que Leo «viene de un planeta maravilloso, aquel en el que las personas excepcionales, como violinistas, arquitectos y médicos, se crean. El pueblo elegido». Pero Jorge Messi nunca llamó «genio» a su hijo. Muchos otros lo han hecho. Situarlo en ese planeta de tan pocos habitantes es una manera de limitarlo, de ignorar lo que hay de esfuerzo y de sacrificio.

En todo caso, ¿de dónde sale todo lo que lleva Messi en su maleta? ¿Es un genio? Sin duda es único, pero ¿de dónde procede su talento? ¿De la genética, de la pasión, de la familia, del entorno? ¿Cuánto ayuda la superación de dificultades? ¿Cuántas horas hay que dedicarle al fútbol para ser Messi?

El talento es único e irrepetible. El de Messi, con él comienza y con él termina. No es lo mismo Messi que Maradona, o que Ronaldo. Pero, al margen de sus dotes con el balón, ¿qué le hace querer ser mejor cada día? ¿Es así como uno llega a la máxima representación de su profesión, con la constancia? ¿Todo eso se puede entrenar?

Cuenta Malcolm Gladwell en su brillante estudio del talento, Outliers, que los biólogos hablan a menudo sobre la «ecología» de un organismo: «El roble más alto en un bosque lo es porque no hay otros árboles que tapen el sol, porque la tierra en la que está plantado es profunda y rica, porque no ha habido conejos que muerdan su corteza y porque un leñador no lo ha cortado antes de crecer». La gente de éxito tiene semillas resistentes, pero éstas necesitan de la ayuda de una tierra fértil, de conejos distraídos y de leñadores interesados en otras arboledas.

Pedro Gómez, entrenador, bloguero, preparador físico y psicólogo deportivo, ha elaborado para este libro una lista de diez habilidades comunes a aquellos que sobresalen en un campo particular, diez características que ayudaron a Leo a convertirse en único. Sirve de referencia tanto para los que deseen llegar a lo más alto de una profesión, del fútbol por ejemplo, como para los que contemplan con esperanza (o no) el desarrollo de un hijo. ¿Sirve mi vástago para esto? ¿Puede llegar lejos? Se ha hablado de los sacrificios necesarios. Repasemos las habilidades que, en mayor o menor medida, son imprescindibles para triunfar.

El actor Christopher Reeve, que sabía de subidas y bajadas, de triunfos y dolores, dijo una vez que «muchos sueños parecen al principio imposibles, luego improbables y al final, cuando ponemos toda nuestra intención, se convierten en inevitables».

Leo tenía la intención de ser un grande. Irremediablemente. Y así es cómo lo hizo.

* * *

HABILIDADES NECESARIAS PARA «PODER APRENDER»

1. Contexto familiar y futbolístico

«Para mi viejo nunca jugué bien. De chiquito hacía cuatro goles y no jugaba bien. Siempre tenía algo que decirme, que criticarme, y eso hacía que cada vez quisiera superarme más para que llegara el próximo partido y no me dijera nada, que me comentara “jugaste bien”. Fueron pocas las veces que mi viejo me dijo “jugaste bien”».

(LEO MESSI)

«Él juega, el resto lo hacemos nosotros. Yo vivo en España y Matías, en Argentina. Nosotros y mi viejo nos encargamos de todo… Una estrella como Leo conlleva un montón de cosas. Necesita un sostén que lo esté aguantando, porque lo único que le interesa es jugar al fútbol».

(RODRIGO MESSI)

La familia acentuó su vertiente protectora a medida que Leo iba creciendo, lo defendieron de lo que consideraban gente interesada, esos que parecían ser de confianza pero que, en algunos casos, acabaron aprovechándose (ofreciendo, por ejemplo, contratos que se firmaron con cláusulas sorpresivas que no se habían discutido). Los Messi tienen varios asuntos judiciales en marcha contra individuos que parecían amigos.

«Han tenido muy mala experiencia con los representantes, y al final funcionan como una empresa familiar que lo que busca es asegurar el futuro del futbolista —explica Carles Folguera, director de La Masía—. Trabajan para garantizar que el dinero de Messi no se lo lleve nadie, que se lo quede él. Messi, al final, es una gran marca. El padre, que era gerente de una empresa siderúrgica, sabe mucho de números y le lleva la contabilidad y la representación. Su madre está ahora metida en temas de la Fundación Messi. El hermano mayor le lleva la agenda y lo asesora. Todos funcionan como una especie de clan, pero en el buen sentido de la palabra».

En los últimos años, el padre de Leo decidió cobrar una comisión como lo haría cualquier agente, dibujando así una línea muy clara entre su dinero y el de su hijo, e intentando superar las dificultades que comporta tener un padre representante. Contar con un sueldo es mejor que no cobrar nada o que esperar a que el hijo pague algo, impide que el dinero se convierta en motivo de división.

Leo vive en el mundo que se ha creado y lo hace porque es justamente lo que le interesa para progresar. Eso es un signo de inteligencia práctica. «Sabe que es muy bueno jugando al fútbol y que, en este mundo, cuantos menos líos tengas, mejor —insiste Folguera—. Y esto es lo que hace, evitar cualquier tipo de polémica; no por limitación, sino porque es consciente de que, hacer cualquier cosa que se salga de la norma, le puede traer problemas».

«Fuera del campo es un jugador sentimental», explica el fisioterapeuta Juanjo Brau, una de las personas que mejor entienden a Messi. Lo conoció cuando subió al primer equipo con Frank Rijkaard y durante siete años lo acompañó allá donde fue con el club o la selección, incluso en sus vacaciones. Lo instruyó sobre su cuerpo, le ayudó a recuperarse de lesiones, a prevenirlas. Pasaron cientos de horas juntos al año. «Tiene un grupo de gente reducido, son su gente y con ellos va a muerte. Yo me considero una persona de su entorno, de su gente. Pero verás, es capaz de no preguntarme nunca si estoy bien o mal. Y un día verá si estoy jodido e intentará darle una solución. Si ve alguna cosa poco común en mí, soltará “¿eso, por qué?”. Tiene esta percepción y esa manera de preocuparse de los suyos».

Poseer un entorno familiar exigente a la vez que comprensivo y colaborador son cimientos indispensables sobre los que todo gran deportista necesita construirse. Pero, además, fue esa mirada familiar (desde aquella reacción positiva en su primera aparición en el rondo de la calle del Estado de Israel) la que lo acercó por primera vez al sabor del éxito: si el que te mira lo hace como si tuvieras un don, intentas no defraudar para agradecerlo.

La tendencia a hacer lo que te sale espontáneamente bien es lo que te hace perseverar en busca del reconocimiento. Es el «yo soy en tanto el otro»: yo no soy nadie y necesito que me identifiquen con algo que tengo, con una habilidad.

El vástago siempre queda condicionado por lo que la madre o el padre valora, y el fútbol estaba ciertamente muy valorado en casa de los Messi. Si en casa se oye «es un escritor buenísimo» o en la residencia de un amigo se ve a toda la familia leyendo, puede dar paso a la reflexión «a mí me gustaría esto». Y si es lo que gusta, se acaba haciendo: querer emular o, de nuevo, conseguir el reconocimiento es el gran motor del ser humano. El gusto de Leo se enlazó con la fantasía del padre y de la familia (todos los varones quisieron ser profesionales del fútbol) y, ambos de la mano, hicieron camino.

Su familia, antes de que la crisis financiera afectara al país, llegaba bien a final de mes y eso les permitía formar parte del mundo de las categorías inferiores de Grandoli y Newell’s, con los gastos que eso reporta. Es parte de la protección universal que Leo, como la mayoría de los que llegan a Primera, ha contado: la abuela, los amigos, las profesoras, los compañeros de equipo estuvieron a su lado cuando los necesitó. Y nada es azaroso en la vida: quienes son tratados así lo son porque tienen la capacidad de hacerse querer y eso finalmente les lleva en volandas allá donde quieran ir. Además, Leo era casi enano y el reconocimiento de su universo, del talento que demostraba, le fue compensando su limitación física.

Nada es casual. Dos de los tíos de Rafa Nadal jugaban a tenis cuando él crecía. De hecho, Miguel Ángel Nadal, central internacional y ex jugador del Barcelona, tuvo que escoger entre el tenis y el fútbol. A los tres años, Rafa ya jugaba con una raqueta y en una pista. Su abuela recuerda haber oído que no lo hacía mal y lo fue a ver varias veces para confirmar que el niño tenía talento (de nuevo la mirada familiar). Manel Estiarte, considerado el mejor waterpolista de la historia, tenía un hermano mayor que jugaba a ese deporte y, aunque Manel iba para nadador, cambió al inicio de su adolescencia. Y así mil ejemplos.

Por otro lado, el ambiente creado en torno a una persona por el entrenador, los padres, otros jugadores y empleados de un club puede influir en cómo una persona define el éxito. Cuando uno está harto de oír constantemente el mensaje «eres el mejor», eso crea una definición particular del éxito relacionado con la victoria y la demostración de superioridad. Si alternativamente se le anima a centrarse en el esfuerzo (como hace Jorge Messi) y a mejorar continuamente, se alienta a la persona a «ser lo mejor que puede ser», al margen de una derrota o una victoria. ¿Cuántas veces se le ha oído a Leo decir: «Todavía tengo mucho margen de mejora»?

Hay más: tanto en Grandoli como en Newell’s, en la prueba del River y en el Barcelona, lo hicieron jugar contra mayores, y ésa es la mejor escuela. También lo es la calle, en esos partidos contra sus hermanos: cagado a patadas y sin quejarse, aceptando disculpas.

La excelencia procede de una búsqueda constante de un gran objetivo que a veces está marcado por el entrenador, el único capaz de ver que es posible lograrlo. Estar al lado de preparadores de calidad (si no se sabe lo que se hace mal, no se puede saber lo que se hace bien) y jugadores de alto nivel o incluso de mayor edad, ayuda a mejorar la calidad de la práctica y a satisfacer una mentalidad ganadora, ambiciosa.

En los entrenamientos, Tiger Woods solía tirar las bolas a la arena deliberadamente para complicarse el día. Se dice que una de las razones del éxito de Brasil en el fútbol se debe a que todos los jugadores han pasado por canchas pequeñas de fútbol sala, parecidas a las de Malvinas donde Leo jugó hasta los once años. Un balón de menor diámetro exige más precisión y alienta un mayor número de pases; un espacio más pequeño multiplica el contacto con el balón.

En el Newell’s, Leo encontró un club que buscaba futbolistas con coordinación y técnica, y el entrenador quería la «continuidad en el disfrute», como lo define Quique Domínguez. Al poco de casarse, Jorge y Celia se plantearon ir a Australia. Leo podría haber nacido en Sídney, sin el apoyo de una estructura de pasión futbolística y de instituciones que lo escogieran por esos atributos. Y que le hicieran crecer por competencia con otros buenos futbolistas y por el camino marcado por la experiencia de entrenadores veteranos. El gen argentino hubiera quedado lejos, representado únicamente por el padre. Insuficiente, quizá, para hacerle un futbolista de élite.

Sirva este ejemplo: la extrema altitud del área de Nandi, en Kenia, ha producido más corredores de maratón que ninguna otra parte del mundo. No sólo eso facilita el desarrollo del cuerpo para aceptar las demandas máximas de la carrera: el área es tan pobre que los niños corren habitualmente a la escuela, que puede estar incluso a veinte kilómetros de distancia. El éxito depende también de las circunstancias sociales y geográficas, y resulta más fácil ser jugador de élite en Argentina que en Australia.

Hay que incluir en este contexto a aquellos rivales a los que Messi se ha enfrentado y, en especial, a su relación con Cristiano Ronaldo, constantemente en pugna por el trono futbolístico, una rivalidad que sin duda les ha hecho mejores.

¿Y el Barcelona?

El F.C. Barcelona no añadió prácticamente nada a su concepto de juego. Leo Messi sigue siendo el chico de doce años que siempre busca la portería y que entiende el fútbol como un reto esencialmente individual ante el defensor.

Cuando le preguntaron a Leo si era hijo del fútbol argentino o del español, su respuesta fue clara: «Del argentino, porque, a pesar de que crecí y aprendí mucho en España, nunca cambié mi manera de jugar, que es la que traigo desde chiquito».

De infantil, recién llegado al Barcelona, Rodolfo Borrell le pedía jugar en banda, y la Pulga llegó a responder en alguna ocasión con un «no» rotundo. «Yo soy enganche», que era como pedir libertad para jugar como quisiera. Los compañeros de su época en La Masía recuerdan cómo en los ejercicios de posesión le costaba acoplarse y que disfrutaba más el uno contra uno con disparo o los retos en los que podía explotar su velocidad. «A mí me costaba pasar la pelota, me olvidaba», recordaba Leo a El Gráfico hace unos años.

En sus primeros años en el conjunto blaugrana, Leo reclamaba ser Lio.

«Leo tenía algo que no había visto en muchos nenes —dice Xavi Llorens, que le tuvo en su primera campaña en La Masía—. Unos querían ganar, otros pasarlo bien. Pero él, cuando llegó aquí, eso de jugar hacia atrás no se le había pasado nunca por la cabeza y aquí el juego vertical no lo tenemos. Lo normal es salir desde atrás tocando, buscar el pase horizontal, de lado a lado. Y él siempre tiraba hacia adelante, eso de jugar hacia atrás no lo entendía mucho: “Si la portería está allá y quiero hacer gol, ¿por qué ir para atrás, si es más fácil hacia adelante?”. Así pensaba».

El originario mental de Leo Messi, su concepto de fútbol, es el famoso gol al estilo Maradona ante el Getafe. Esa jugada la repitió, lógicamente no siempre con éxito, cientos de veces en los equipos inferiores. Cuando ya en el primer equipo recibe el balón en la mediapunta, de falso diez, y acaba marcando los tantos que le ha hecho, por ejemplo, al Real Madrid arrancando desde atrás, el concepto es el mismo. La única diferencia es la distancia.

Leo es un finalizador, veloz con el balón en los pies como pocos en la historia, con una habilidad descomunal. Cristiano Ronaldo es rápido con espacios por delante, pero no tiene esa habilidad de Leo en carrera. Casi nadie del mundo puede encadenar tres dribblings seguidos sin caerse, nadie es capaz de mezclar esa potencia, su velocidad gestual y su habilidad. Solamente Maradona, menos veloz con una menor frecuencia de ritmo y de movimiento, se le puede equiparar a nivel técnico. Leo siempre quiso jugar así y el Barcelona le dio la plataforma para explotar sus virtudes.

«Y de a poco consiguieron que jugara más para el equipo. No se los puse fácil, porque siempre fui muy cabezón. En el Barcelona me enseñaron muchas cosas, pero nunca trataron de cambiarme el estilo. Mi manera de jugar no varió».

(LEO MESSI a El Gráfico, en 2009)

Messi «es fruto del potrero argentino», insiste Adrián Coria. La última vez que lo dijo coincidió con los cuatro goles que Leo marcó al Arsenal en la Liga de Campeones. Por aquel entonces, abril de 2010, se decía que el Barcelona era el equipo de mejor funcionamiento colectivo del mundo. Pero la mayoría de las acciones ofensivas de Leo esa noche fueron producto de maniobras individuales, en especial el cuarto tanto que se inventó entre defensores ingleses iniciando su carrera en la mediapunta. No es un asunto baladí. El matrimonio Barcelona-Messi es, sin duda, una conjunción casi perfecta entre un chico con unas condiciones excelentes y un estilo que necesita de esa verticalidad porque a menudo peca de barroco. Así pues, ¿quién necesita más a quién?

Xavi Llorens, que fue un jugador ofensivo, intentó transmitir a sus equipos infantiles una idea atrevida pero sin las restricciones tácticas de los años siguientes. Álex García, un ex defensor, intentó en el Cadete A marcar ciertos parámetros tácticos y estrategias de posicionamiento para que el equipo mantuviera la armonía del 3-4-3 con que jugaba toda la cantera. Permitía el desorden en ataque y exigía el regreso a la posición al perder el balón, y forzaba cambios de posición en los futbolistas para que entendieran las sensaciones y obligaciones de otros puestos. «Pero el talento no se puede frenar», dice hoy Álex.

Los entrenadores que tuvo, pues, no le exigieron ser más disciplinado porque creían que iba a adquirir automatismos con el paso del tiempo y las categorías. Que alguien le daría más indicaciones. Mientras tanto, ganaban partidos.

Los equipos inferiores del Barcelona están llenos de futbolistas que son los mejores de su zona, pueblo o barrio. Aglutinan calidad. Pero a los mejores entre los mejores (Messi, por ejemplo) no se les obliga a nada, porque el entrenador está principalmente preocupado por vencer. La victoria hace bueno al preparador.

Cuando surge alguien del nivel de Leo, nadie hace grandes esfuerzos para rectificar nada, más bien al contrario. En el caso de Messi no ha supuesto un gran problema, porque su talento le ha hecho triunfar con más o menos conocimiento táctico. Pero existen otros casos menos exitosos, como el de Giovani dos Santos, hoy en el Villarreal, jugador de gran calidad cuyo talento no progresó con la fuerza del de Leo y en el que los defectos en su juego fueron superiores a sus virtudes. No acabó de llegar al primer equipo porque en su día no se le obligó a defender, a trabajar, a cumplir con responsabilidades que no quiso aceptar de joven. Jugaba como quería mientras los preparadores se pasaban la pelota: ya te corregirá otro. Con esa misma incuria, Leo Messi continuó su tiempo de formación haciendo lo mismo que hacía con doce años en Rosario.

Se entendía que, en general, en la medida en que el futbolista crece, el talento se incrementa y llega un momento en el que esa calidad se estanca, no se sabe bien por qué. El jugador argentino progresaba físicamente, se hacía mayor y algunos preparadores de La Masía creían que su estilo de juego no triunfaría en el primer equipo porque en algún momento su capacidad de desborde iba a quedar estancada, como ocurre siempre, y también limitada por la presencia de defensores de mayor envergadura o un juego colectivo defensivo más infranqueable. Leo insistía demasiado en su jugada, se decía, en el regate a uno, dos, cuatro futbolistas, y, cuando eso no salía, se convertía en un defecto.

Pero Leo se sentía tan capacitado, tan superior, que seguía intentando marcar cada vez que cogía el balón. Y su talento seguía progresando ante el asombro de muchos.

Y poco a poco fue adquiriendo cierto grado de colectividad, porque entendió que contar con sus compañeros le iba a facilitar la realización efectiva de su jugada. «Messi —explica Charly Rexach— era un tío que antes del Barcelona ya jugaba muy bien, tenía intuición, se colocaba bien: había un rebote e iba para él, y decías “qué suerte tiene”. Pero no era suerte, él veía unas décimas antes adónde se dirigía la pelota, es su intuición. Pero Messi ha evolucionado. Antes él cogía el balón y cada vez quería hacer la jugada genial, regatearse a tres o cuatro tíos y meter gol. Había lesiones, había encontronazos y de todo. Ahora se ha conseguido que sepa escoger el momento para hacer la jugada o no hacerla. Ha evolucionado, ha aprendido a jugar su fútbol dentro de un esquema y de un equipo». Rexach lo ha dicho: «su fútbol».

Cuentan en el fútbol base que es el único jugador al que nunca le corrigieron y siempre respetaron sus características.

Alguna vez me corregirían, pero no lo recuerdo. Me respetaron la manera de jugar, aunque es verdad que aquí la filosofía es parar y tocar de primera. Pero… ¡Yo no se la daba a nadie!

(LEO MESSI a El País, en 2012)

La teoría dice que La Masía cuenta con una estructuración y un concepto de desarrollo del talento que es responsable del éxito reciente del primer equipo, pero es difícil encajar esa filosofía con el comportamiento hacia Leo, quien en la temporada 2003-2004 jugó con cinco equipos diferentes, según el que necesitara más la victoria ese fin de semana.

«Leo endureció su personalidad a medida que se fue haciendo mayor, producto de la carga de responsabilidad que tiene que soportar —cuenta Juanjo Brau, todavía miembro del cuerpo técnico del Barcelona—. Lo recuerdo cuando llegó al primer equipo, siempre reía, era pequeñito y llevaba encima cierta aura. Ese carácter se le fue endureciendo, lo endurecimos nosotros, el fútbol, el Barça. Hubo una época en la que siempre le hacían jugar con el equipo que precisaba ganar. Entrenaba de lunes a viernes y el jueves o viernes le comunicaban en qué equipo iba a jugar ese fin de semana. Yo me ponía en contacto con el entrenador del equipo: Juvenil A, Juvenil B, Barcelona A o B o C. ¿Qué quiere decir esto? Esos equipos dependían de él para su engranaje. Hemos formado a este jugador ganador, decisivo, determinante, necesario».

Fernando Signorini, ex preparador físico de la selección argentina, recoge el testigo de esa línea de pensamiento: «En su formación, explotó tan rápido y era una gema tan preciada, que hay que ver si alguien se atrevía a decirle que no. Y muchas veces pienso que, por hacerle un bien desde el punto de vista deportivo, se le hace bastante daño desde la fase humana, porque no lo prepara para la vida. En la formación no habría que preocuparse tanto por el cuerpo y por ganar, sino pensar en el ser humano, porque tampoco hay ninguna garantía de que lleguen a ser grandes figuras, aunque finalmente lo sean».

A Leo le pidieron que ganara a todas horas y en el verano de 2013, tras la llegada de Neymar —otro futbolista al que le gusta hacer su jugada, que no encaja automáticamente en el esquema de juego que dio triunfos al Barcelona—, se le pidió, sin palabras, que compartiera su nivel de influencia con el recién llegado. Debe ser difícil de ajustar todo eso en la cabeza de un animal competitivo que desde su infancia exige esa responsabilidad. La quiere, la necesita.

¿Cuál ha sido la principal aportación sobre el césped del Barcelona? La aparición y colocación alrededor del argentino de extraordinarios jugadores (ocho campeones del mundo) que han madurado con Leo, en especial Xavi Hernández y Andrés Iniesta, los tres en su mejor momento. El Barcelona ha tenido, en los últimos años, futbolistas que han mantenido la posesión cerca del área contraria (dando más opciones a que surja el talento del rosarino) y que le han sabido devolver el balón. Si Messi no hubiera jugado en un equipo del nivel que ha tenido el Barcelona, con esa calidad en el centro del campo, no se hubiera reconvertido en el jugador colectivo que es ahora, porque la pelota no le habría vuelto con la facilidad con la que se la devuelven, ni con los condicionantes tácticos específicos para que pueda hacer su juego, su jugada.

¿Qué hubiera sido de Xavi e Iniesta sin Messi? Los tres se respetaron desde el primer día, porque sabían que juntos iban a poder ganar más que por separado.

Durante muchos años, Messi no tuvo en la selección absoluta argentina las facilidades que encontraba en el Barcelona, donde fue considerado un gran jugador desde el principio, además de ídolo de masas; pero en su país no era ni el elemento más importante del equipo, tampoco podía ser líder. Así que la pelota salía de Messi pero no regresaba a él, eran los demás los que terminaban la jugada. Finalmente, ya con Alejandro Sabella, la selección ha aprendido a devolverle el balón y dejarle que se exprese.

Tras unos años de incertidumbre institucional, el apoyo del Barcelona se concretó fuera del terreno de juego, especialmente tras la llegada de Joan Laporta. Mientras crecía como futbolista, el club se preocupó de apoyarlo en lo económico, de darle seguridad, un aspecto crucial para los futbolistas de élite, no tanto por el dinero, sino por la jerarquía y el respeto que los contratos ofrecen.

Eso es un gran logro en un club que ha triturado algunos de sus máximos activos futbolísticos: tras cinco temporadas, Johan Cruyff abandonó el Barcelona en 1978 por la puerta de atrás por falta de entendimiento con la junta directiva. Diego Armando Maradona marchó tras dos campañas en las que no dio lo que se esperaba de él. El brasileño Ronaldo estuvo sólo una. El rendimiento de Ronaldinho acabó en caída libre hasta que tuvo que dejar el club sin muchas ganas de seguir siendo profesional.

«El Barça ha sido inteligente por avanzarse siempre y decirle “por esto, no sufras” —insiste Soriano—. Yo creo que obtuvo el dinero que podía haber ganado en otro sitio. Y eso no siempre pasa, especialmente con un jugador de la casa que suele cobrar menos que uno que viene de fuera».

La hipótesis de un Leo en «otro sitio» es atractiva. Messi no surgió de La Masía, pero ciertamente creció en el Barcelona. Ha tenido ofertas o acercamientos de, entre otros, Arsenal, Juventus, Inter y Real Madrid, pero se quedó en el club blaugrana. En todo caso, su talento, acompañado por la misma suerte con las lesiones, hubiera explotado en cualquier otro lugar. Todas las conversaciones para este libro que han acabado con la pregunta «¿Hubiera triunfado Leo fuera del Barça?», se contestaron afirmativamente, aunque con diferentes matices.

«Sí, lo hubiera hecho —sentencia Charly Rexach—, pero igual no tanto, porque aquí interviene mucho más en el juego de lo que lo haría en otro equipo». Jorge Messi, preguntado por la revista alemana Kicker, está de acuerdo: «Capaz hubiese sido un poco más difícil [llegar tan lejos como futbolista], pero creo que sí, teniendo en cuenta las condiciones que tiene. La técnica ya la tenía con cuatro, cinco años. Hacía “booom, booom, booom” y ya llegaba al arco. Pero en el Barça se le sumó un orden táctico, una forma de juego diferente y una filosofía distinta». El antiguo presidente del Barcelona, Joan Gaspart, lo ve igual: «Messi por si solo ya es un jugador excepcional. Si además de serlo coincide en el tiempo con un Xavi, un Iniesta, que son parte fundamental de su juego, eso suma muchísimo. Pero él solo hubiera triunfado en cualquier otro equipo del mundo».

«¡Aah, hubiera triunfado igual en Argentina! —afirma Claudio Vivas, a lo que Signorini añade—: Fue mejor para él que acabara en el Barcelona, porque ¿cómo hubiera sido su carácter si a los catorce años lo hubieran apretado en la “barra brava” y le hubieran dicho “enano, te voy a cortar la garganta, hijo de puta, la concha de…”, si le hubieran dicho todas las barbaridades y le hubieran escupido, y le hubieran roto los vidrios del micro donde iban… ¿Qué hubiera sido de él?». De nuevo, excelente conjetura: al fin y al cabo, todos somos hijos del pasado que nos condiciona y de los estímulos que nos van formando.

Cuando se le comentó a Leo que en Inglaterra se dice que está por ver si sería capaz de hacer lo que hace un miércoles de una noche fría y lluviosa en Stoke, se rió. Si a Picasso se le diera otro pincel, se apunta desde su familia, hubiera sido igualmente creativo. «Messi es primero un talento extraordinario, prácticamente inigualable. Se hubiera desarrollado en cualquier lugar, pero fue plantado en una tierra fértil, en un sistema, y se fue regando y cuidando con mimo y esmero», remata Ferran Soriano.

«Leo coincidió con una generación espontánea, como se vio en su momento con el Santos de Brasil, o el Ajax de Holanda, con Xavi, Iniesta, Puyol, Busquets, Piqué…, tremendamente compensado —apunta Signorini—. Y es muy difícil que se repita. Algunos jugadores, muy buenos jugadores, son producto del aprendizaje, pero él creo que es el instinto en estado puro. Y después sí, seguramente con la ayuda de Guardiola empezó a leer mejor los partidos y a no cometer grandes equivocaciones. Y casi todas las intervenciones las resuelve a favor de la eficacia del conjunto: como individuo hace su aporte y eso es muy raro de ver hoy en día. Jugadores como él, en esta época de individualismo atroz en el que nos ha sumido este sistema perverso, no suelen entender lo que es formar parte de un grupo y que su esfuerzo es uno más, si bien importante, pero uno más en la pirámide que hay que construir para formar un gran equipo».

El futbolista Víctor Vázquez también cree que se formó la simbiosis perfecta: «Aprendió a saber lo que era un equipo, no lo sabía cuando llegó. Y cuando vio los jugadores que teníamos, muy buenos, él dijo: “Tengo que utilizarlos, también, porque yo soy muy bueno, pero, si los utilizo, soy mejor”».

El Barcelona, a partir de Guardiola, diseñó un vestuario a la medida de Leo y éste fue buscando aliados para poder jugar como le gusta hacerlo. Pero el último año de Pep y con Tito Vilanova costó más mantener el equilibrio en un conjunto que en ocasiones pareció entregado a Leo en exceso. «Vino con un juego muy individualista y el Barcelona le añadió juego de equipo, lo ayudó con la posesión a un ritmo muy rápido —contaba Gerard Piqué durante el verano de 2013, antes de la llegada de Gerardo Martino y Neymar—. Aunque es verdad que en los últimos años el ataque siempre acaba con Leo. Jugamos de tal manera que nos hemos acostumbrado a finalizar siempre con Leo. Yo creo que eso es bueno, porque explotamos al máximo las condiciones del mejor jugador del mundo. Pero sí que es verdad que, cuando no está, se nos penaliza mucho».

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HABILIDADES NECESARIAS PARA «QUERER APRENDER»

2. Inquietud/motivación

«Me admira su capacidad para seguir aprendiendo. No conozco a nadie que produzca tantas soluciones y de manera tan rápida a los problemas en una cosa tan variable como el fútbol».

(ANDONI ZUBIZARRETA,

director deportivo del Barcelona)

«Vivimos tratando de mejorar en cualquier ámbito de la vida y yo en el fútbol no soy la excepción. Mi objetivo es crecer, no quedarme con lo que tengo. Siempre lo digo: tengo que mejorar en todo».

(LEO MESSI, en enero de 2013,

tras recibir su cuarto Balón de Oro)

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