Messi

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SEGUNDA PARTE EN BARCELONA » 7 MATE AMARGO

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Si Leo se fue de Argentina no fue porque quiso, sino porque la crisis del momento obligó a su familia a buscar una salida. Sin embargo, la Argentina del joven Maradona era más opulenta y proteccionista, lo que permitió, entre otras cosas, que Diego se quedara en casa, en el Argentinos Juniors y, posteriormente, en Boca Juniors hasta 1982. Se admiraba, como ahora, al que llega a Primera y luego sale a triunfar en Europa, pero, para alcanzar el nivel de héroe nacional, Maradona necesitó del Mundial de 1986, fuente de alegría para aquel país que, cicatrizado por la dictadura y con el austral devaluado, seguía esperando la llegada al Paraíso.

Luego está lo de ascender y caer con la tragedia del héroe infausto. «En ese sentido, por nuestra historia y por nuestro modo de pararnos frente a la historia, Maradona nos representa mejor. No nos deja mejor parados, pero nos representa mejor», afirma el sociólogo Sergio Levinsky. A Maradona le encanta vivir al filo de la vida, compitiendo con la muerte. Messi, por su parte, abraza la vida, compite por ella.

En esta época en la que se enmarca al bravucón que responde a todo al momento y se desprecia al que hace, paciente, puzles, es normal que se hable de Maradona en términos tan loables. Y por eso tiene una religión. Leo no tendrá ni una pequeña cripta. Lo contaba Jorge Valdano en JotDown: «Es que no resulta nada fácil ser Maradona. Hace poco fui a Bariloche, Argentina, y me encontré con una bandera donde estaban el Che Guevara, Evita, Gardel y Maradona. Claro, si uno está muerto, sale indemne de todo eso, pero ser un mito viviente es incomodísimo».

Si Messi es cumbia (su música favorita), Maradona es rock latino (Charly García, Javier Calamaro), música melancólica y dulzona (Pimpinela) y cuartetazo (Rodrigo); complejo y con muchos rostros, pues.

Ninguno es el tango, la melancolía de lo perdido, de la ausencia, a menudo el canto del derrotado que se baña en la pérdida. Aunque Messi se le acerca —lleva a Rosario encima—, no echa de menos una vida mejor o un amor. Sólo un espacio.

Pero repasen la bandera de la que habla Valdano: eso es Argentina para la mayoría de argentinos, así que Diego no debe demostrar de dónde es. Messi necesitaba dar muestras de ello, volverse un poco más Maradona para ser aceptado. Pero Leo, el catalán en Argentina y el argentino en Catalunya, no iba a estar siempre pidiendo permiso para ser argentino. Se le iban hinchando las pelotas con cada derrota y cada crítica.

A Leo, desde que despuntó, le han cargado con veintitrés años o más de frustraciones. Aunque haya ganado títulos individuales y con su club, necesita un Mundial, se dice. Y, si fracasa en su intento, se repetirá: «¡Ves! ¡Lo sabíamos! No es Maradona».

«Es casi imposible luchar contra una estampita», que diría Jorge Valdano. Leo, todo sea dicho, no lo ha intentado nunca.

* * *

«Soy autor de una teoría sobre él, aunque no tiene base científica. Creo que Messi es como un caso único en la historia de la humanidad, porque es alguien capaz de tener una pelota dentro del pie. Siempre se dice que Maradona llevaba la pelota atada, pero Messi la tiene dentro del pie, y eso científicamente es inexplicable, pero ves que lo persiguen siete, once, veintidós rivales para sacarle la pelota y no hay manera».

(EDUARDO GALEANO)

«Leo, desde el punto de vista físico, es un ejemplar de altísima gama, con un potencial de aceleración brutal. Es un Scalextric, la manera que dobla. Tiene un sistema de freno de última generación, una visión periférica… Creo que, por el parabrisas de él, puede ver casi hasta para atrás sin darse vuelta. Diego también. Son casos excepcionales, casos rarísimos. Un amigo doctor decía que Diego hubiera podido ser un extraordinario piloto de aviones de guerra, por su capacidad de ver el conjunto. Y además la precisión para el timing, para juntar la distancia con el tiempo. Entre los dos podrían haber hecho una flotilla espectacular. Habría que buscarles en el ADN si no tienen algún gen de las mariposas, porque, como ellas, tienen el sentido del gusto en las patas. Y del muy buen gusto».

(FERNANDO SIGNORINI)

«Son distintas épocas también. Antes se marcaba hombre a hombre».

(CARLOS BILARDO)

Y, sobre el campo, ¿qué los une, qué los separa?

«No tienen nada que ver —dice Hugo Tocalli—. Maradona fue conductor, Leo no. Jugaron en dos posiciones diferentes, Messi es más de tres cuartas partes de cancha en adelante. Y son dos épocas distintas». El rol del diez refleja las diferencias entre el fútbol de los ochenta y el de ahora, y sirve para explicar lo que les hace disparejos.

Hace treinta años, era una figura simbólica, el director de orquesta que fue poco a poco desapareciendo de la zona central para, en el 4-4-2 que se puso de moda, situarse en un costado, adelantarse como segunda punta o atrasarse para ser pivote de contención. Dejó de tener la preponderancia que tenía y el juego sufrió. Y, con Pep Guardiola, Leo y la selección española, surgió de nuevo en una posición más avanzada: el segundo punta o el punta único se convirtió de nuevo en el diez.

Con las defensas más cerradas, más colectivas, más físicas, ya no puede existir el Maradona que mandaba desde el mediocentro. El centro de acción, la cocina del equipo, se desplazó a la zona de la mediapunta, desde donde se ejerce hoy la mayor influencia sobre el juego ofensivo. Diego hubiera sido un Messi si surgiera hoy. Está por ver si, cuando Leo pierda velocidad, puede retrasar su posición para convertirse en un organizador como lo fue Maradona. Para muchos, ésa debería ser quizá su próxima evolución.

Los números hablan de una superioridad de Leo: a los veinticinco años había ganado veintiún títulos por los cinco de Maradona, aunque Pelé contaba ya con dieciocho, incluidos dos Mundiales. Leo superó hace tiempo los 311 tantos en sus clubes y los 34 con la selección de Maradona, que se retiró con treinta y ocho años. Pero eso refleja el juego de ambos: Leo vive mucho más tiempo en el área o cerca de ella que Diego.

En todo caso, los datos cuentan poco en esta discusión. «En la densa comparación entre quién es mejor, si Diego o Leo, Messi aparece como una maquinita perfecta, capaz de batir todos los récords posibles, aunque realmente no sé si podrá ser capaz de emocionar como lo hizo Maradona», afirma el periodista Luis Calvano.

Por lo demás, el relato futbolístico está lleno de lugares comunes. En el Mundial de 1986, cuenta la leyenda, Maradona ganó el campeonato prácticamente solo. Y en 1990, el subcampeonato. Sin tener un equipo superior a la Argentina de hoy. Diego jugaba para todos en un once repleto de destructores. Y, sin embargo, sin el esquema defensivo de Bilardo no se hubiera ganado el Mundial y sin jugadores inteligentes no se puede montar un sistema de ninguna clase. Cuando no aparecía Diego, estaba el conjunto. Ocurrió lo mismo en el Nápoles.

En el Barcelona juegan para Messi, se dice. Lo han rodeado de ocho campeones del mundo y otras figuras extraordinarias (Eto’o, Ronaldinho, Iniesta, Xavi, Busquets, Villa). Pero el Barcelona sin Messi no hubiera ganado tanto ni tan seguido: hubiera sido un buen equipo al que le hubiera faltado el faro y el killer, el efectivo asesino del área.

Se puede entretener con un juego: ponga a Maradona con veintitrés, veinticuatro años en el Barcelona de Pep. ¿Dónde jugaría? Xavi ocupa el espacio del diez de antes. Diego tenía una explosividad y habilidad que le permitiría jugar más avanzado. Se hincharía a marcar. Pero se recorren muchos más kilómetros ahora que en su época y, dada su tendencia a abandonarse, podría tenerlo complicado para aguantar el ritmo de una temporada entera. Y ahora piensen en Messi con la camiseta del Nápoles que se encontró Diego. Con aquellas defensas, duras, sí, pero de marcaje individual: su inteligencia y eficacia en el área le harían la estrella del equipo. Pero los espacios, las tácticas, hasta el balón es diferente, más pesado; igual no podría irse tan fácilmente de su rival.

Un inútil y entretenido ejercicio literario.

«De Pelé puedo decir que jugó en una época en la que los futbolistas no se movían, y en cuanto a Messi, espero que lleve a Argentina a ganar el Mundial, pero no será fácil porque le conocen. En el último partido, el Milán le construyó una jaula. Para mí es un gran chico, pero sinceramente creo que yo he sido hasta ahora el mejor jugador de la historia».

Eso lo dice, efectivamente, Maradona.

* * *

Con Maradona a cargo de la albiceleste se produjo el final definitivo de un ciclo. Cuatro meses después de su primer partido en el banquillo, Juan Román Riquelme, por aquel entonces líder exitoso de Boca Juniors, renunció a la selección argumentando que no tenía «los mismos códigos» ni «la misma forma de pensar» que el seleccionador. No podían seguir trabajando juntos.

Sin decirlo, Riquelme sugería que se habían hecho las cosas mal: se enteró por la radio de que no iba a ser convocado para un amistoso, descubrió por televisión que Maradona ponía en duda su titularidad por los «problemas físicos» que parecía tener en su club. «Así no me sirve», había dicho públicamente Diego. Quería «un Riquelme más adelantado en la cancha, porque el que juega más atrasado no me rinde».

El centrocampista de Boca se refería, además, a otra cosa: un grupo de futbolistas había recibido llamadas de allegados de Maradona para que crearan un clima difícil para el Coco Basile, que siempre había protegido a Riquelme. Si la conspiración que sospechaba el futbolista era cierta, había funcionado y ahora le estaba tocando a él.

Y así iba cambiando el liderazgo.

Con el Mundial a un año vista, Maradona dejó de criticar el juego de la Pulga y giró el equipo hacia él para sacar provecho de su talento. Diego, hombre de gestos públicos, le ofreció simbólicamente la camiseta con el diez a Leo en su primer partido oficial ante Venezuela, un encuentro clave para la clasificación y para dar crédito al nuevo régimen. Leo la quería, pero no la había pedido. Cuando la aceptó, ya sabía que Maradona había hablado con el capitán, Javier Mascherano, y con un veterano, Verón. Ambos le dieron el OK. «Un honor», respondió finalmente a la propuesta de Diego.

El pueblo soñaba con el funcionamiento de la pareja y las cosas empezaron bien. «Verlo a Messi así todos los días es un placer. Tendríamos que salir todos de la cancha, pagar otra vez y volver a entrar», dijo Maradona tras un contundente 4-0 ante Venezuela que tuvo a Messi, a sus veintiún años, en el centro de operaciones: marcó el primer tanto, dio la asistencia del segundo y desequilibró en una delantera que incluyó a Carlos Tévez y Sergio Agüero.

El número diez que le había pesado tanto a Ariel Ortega, Marcelo Gallardo, Pablo Aimar, Andrés D’Alessandro o Juan Román Riquelme, tenía un nuevo dueño. «Me dio mucha alegría que Diego me diera la diez. Las dos camisetas que usé serán para mi mamá y mi hermano», explicó Messi al acabar el encuentro. La que acabó en manos de Matías forma parte del museo de Leo y otros deportistas de la ciudad que se está diseñando en Rosario.

«Muerto Román, viva Lionel», se escribió en El Comercio.

Pero que viviera y sobreviviera. «A Diego le preocupaba que le pegaran, es la gran inquietud que siempre tenés con estos pibes tan decisivos para el equipo —explica Signorini—. Porque, si vos no tenés una figura así de convocante, pero cuentas con seis o siete jugadores que más o menos jueguen, bueno, pegan a uno pero ponés a otro. Pero, ufff, a vos te rompen a Leo y te quedás sin nada».

«En agosto de ese año, 2009, fuimos a Rusia a jugar un amistoso —recuerda Mascherano—. Y Leo se lesiona el día anterior. Y… es como que a Diego le hubiesen pegado un mazazo en la cabeza. Diego tenía un amor por Leo… Yo creo que más que un amor, había rejuvenecido treinta años, se veía encarnado en Leo. Y bueno, ese día estaba muerto. Diego se fue solo a la mitad de la cancha, los médicos con Leo, evaluándolo. ¡Y era un amistoso!». Maradona necesitaba a Leo.

Tras vencer en los primeros tres encuentros, incluido aquel en Moscú por 2-3 en el que Leo finalmente no jugó, el equipo de Maradona fue humillado en La Paz en abril de 2009 por Bolivia, un 6-1 que se explicaba, en gran parte, por la altitud que hizo vomitar a Leo. Maradona había participado el año anterior en un partido disputado en la capital boliviana con el presidente Evo Morales, organizado para reclamar a la FIFA que pusiera fin al veto a los partidos jugados a más de 2750 metros de altitud. Así que dejó que fueran el preparador Fernando Signorini («es un dopaje exterior») y Leo («Personalmente, creo que es imposible jugar ahí, aunque hay otros jugadores que van y juegan. Igualmente eso no puede ser una excusa por la derrota») los que intentaran explicar las difíciles condiciones que se encontró el equipo.

La derrota atrajo las primeras invectivas duras al nuevo régimen: «Nunca antes su figura estuvo tan asociada a errores futboleros. Se equivocó groseramente en la planificación del partido», escribió Juan Pablo Varsky en Canchallena.com.

Pero nadie quería engañarse: Argentina no jugaba bien. «Lo de Maradona era un despelote total —cuenta Cristina Cubero, testigo habitual de los partidos de la selección argentina—. Maradona fue un gran futbolista, pero un pésimo técnico: no se trabajaban los planteamientos de los partidos, era la anarquía total. Los entrenamientos eran nefastos, partidillos sin correcciones, sin orden ni concierto. Un poco: “Tóquenla, tóquenla, ya han visto cómo la tocaba yo, ¿no? Pues hagan lo mismo”».

Messi no encontraba su mejor versión. Aceptada la responsabilidad de liderar al equipo, seguía buscando demasiado a menudo la solución individual, apareciendo en zonas que no le correspondían. En todo caso, Argentina seguía estando en los puestos que le garantizaban la presencia en Sudáfrica.

Se ganó a Colombia por la mínima y se perdió fuera contra Ecuador antes de enfrentarse a Brasil en Rosario, una petición de Messi que fue respetada. Quedaban cuatro partidos y la albiceleste debía vencer en, al menos, dos. Fue en cancha de Rosario Central y al estadio Gigante de Arroyito acudieron sus familiares, sus amigos.

Brasil venció cómodamente, 1-3, un resultado que lo clasificaba para el Mundial. Las críticas generalizadas al juego no conocían de ídolos ni de historia. Recibió Leo y también Maradona. «En el duelo de ‘cracks’, Kaká se dio el gusto y le ganó a Messi», tituló Clarín.

Olé no creía que la relación Tévez-Messi funcionara: «Tévez corre a todos los defensores y entonces choca con Messi. Por eso, Messi se encima con Verón. Y entonces, Mascherano no tiene espacio para distribuir». Juan Pablo Varsky reflexionó sobre aquellos que entendían que Messi era el culpable: «Ahora dicen que Messi es un problema. Todavía no puede jugar como en Barcelona… Allá juega simple. Acá está obligado a hacer la réplica del gol a Getafe cada vez que recibe la pelota. Allá disfruta. Acá sufre… Que quede claro: Leo no jugó bien el sábado… Obstinado en la acción individual y por el centro, terminó chocando contra la granítica defensa brasileña. Mientras el diez de la Argentina se jugó el prestigio en cada balón, el diez de Brasil lo hizo todo simple».

Una nueva derrota, ante Paraguay, dejó a Argentina un puesto por debajo de los que se clasificaban. Olé había advertido antes del encuentro que «Maradona se ha equivocado, por supuesto. Su aprendizaje en funciones no ha disimulado sus debilidades como seleccionador y técnico». Aparecían en cada encuentro los mismos errores (tácticas erróneas, demasiados jugadores convocados, sustituciones a destiempo, ausencias inexplicables), pero los diarios deportivos también exigían una respuesta de los futbolistas: «Son ellos, los jugadores, los que tienen que salvar a Diego».

Messi no tenía claro cuál era su papel.

«Ha jugado de todo, y no ha jugado nada. No tiene “compinches”. Con Tévez no se pasan una pelota», se leía en Mdzol.com.

El ex seleccionador César Luis Menotti era más comprensivo: «No es un estratega, es un definidor de la estrategia. En Argentina, en cambio, todo es confusión y él se queda atrapado en ella. Messi en el Barcelona juega, y en la selección, corre».

Maradona le había pedido que jugara como quisiera, pero no creó las condiciones necesarias para que su juego brillara. Leo no se veía capaz de ayudar y se sentía responsable de lo que ocurría.

El titular del Clarín tras la derrota ante Paraguay resumía el sentir de la mayoría: «Peor no se puede jugar, Argentina». El ciclo de Maradona era el más negativo de los últimos veinticinco años: dos victorias y cuatro derrotas. Únicamente cabía una salida a la crisis: debían vencer a Perú y Uruguay en los dos últimos partidos de las eliminatorias.

Martín Palermo marcó en el último minuto ante Perú, en fuera de juego, bajo la lluvia, cuando ya parecía que Argentina quedaba fuera del Mundial 2010. Maradona se tiró de tripa al suelo y se deslizó por el césped desde el banco de suplentes.

Sobre el terreno de juego del estadio Centenario de Montevideo, y tras vencer también a Uruguay, con el pase al Mundial asegurado, el Pelusa caminó en tensión gritando bajo la lluvia «que la chupen y sigan chupando», dirigido a la prensa, mientras se abrazaba con el secretario técnico Carlos Bilardo.

El seleccionador hacía de su supervivencia un asunto de Estado. El nivel de Messi era preocupante y continuaba siendo cuestionado por su hinchada, que incluso no le perdonó que no celebrara el tanto de Mario Bolatti ante Uruguay como debía, sin que nadie haya acertado a explicar de un modo definitivo cómo se celebra bien.

Pero había algo más que le dolía, y también a su familia, hasta el punto de que empezaba a perder las ganas de defender la camiseta de su país: los ataques personales. La revista on-line Minutouno.com escribió un artículo en octubre de 2009 que exploraba las razones de sus pobres actuaciones. Sus conclusiones eran, por decirlo de algún modo, extraordinarias.

«Es posible que la respuesta se encuentre analizando las cuestiones psicológicas y los conflictos emocionales que pasan por la cabeza del jugador. […] Por haber abandonado la Argentina siendo muy joven, la psicología plantea un posible desarraigo y resentimiento hacia su país de origen. “En vez de enojarse con los padres por el desarraigo, trasladan el enojo al país de origen”, explicó la psicoanalista Cristina Carrillo, docente del Centro Dos. […] “Todo chico que no se desarrolla en su país, es difícil que vuelva a conectarse de una manera amigable con él.” […] “Es factible, posible, que a través de una mala adaptación o un resentimiento no resuelto sea muy difícil defender la camiseta de un país”, aseguró la licenciada Montes, quien supone que el problema de Messi “tiene que ver con algo no resuelto de su infancia, algo que no ha sido tramitado”».

Y se quedaron tan panchos.

Leo sabía lo que se escribía y decía sobre él, conocía esas dudas. Y le dejaban muy mal cuerpo. No sólo se sentía argentino, sino muy argentino. Leo describe su casa de Castelldefels como una residencia «normal». Es en Rosario donde tiene todos sus objetos de valor sentimental, en su casa, en la de su madre o la de su hermano. Ahí está la raíz. Sin embargo, en su ciudad apenas hay rastro de él. Fue en 2013 cuando el ente de turismo local publicó un primer folleto con una «ruta Messi». Se está preparando un museo deportivo.

Messi insiste en que se retirará en Newell’s: «No sé cuánto tiempo puede pasar, pero es lo que quiero. Deseo jugar en el fútbol argentino por todo lo que eso significa». Hay sinceridad en sus palabras, pero a menudo suenan como un llamamiento a la aceptación.

Pero, como dice Eduardo Sacheri en El Gráfico, «no es culpa de Messi que los argentinos seamos incapaces de cerrar nuestro duelo con Diego».

Leo ya casi no sentía el placer de defender la camiseta de su país, sino sólo el sacrificio, castigado por un análisis de los resultados más que del juego. Y en el entorno de los Messi no se soportaba fácilmente aquella situación. ¿Por qué tanta crítica, tanta impaciencia? ¿Era el reto a la leyenda del Maradona futbolista? Leo no estaba al nivel del Barcelona, pero tampoco el resto del equipo. Tenía veintidós años, mejoraría seguro, pero no sentía el cariño de la gente. Tras cada convocatoria de la selección, Jorge y Celia veían a un Leo taciturno durante días. Apenas hablaba, las conversaciones por Internet con su madre eran monosilábicas, Jorge no conseguía sacarlo de su melancolía. Y a veces caminaba como un viejo, con los hombros caídos. «Si nos siguen tocando las pelotas, no volvemos», se llegó a decir. A nadie le gusta ver sufrir a su hijo.

Maradona era muy consciente de la situación y utilizaba las ruedas de prensa para defender a Leo. Pero faltaba dar un paso más. Antes de acudir al Mundial, Diego debía verse a solas con él, hacerle sentir su respaldo y cariño. Al Pelusa le gustaba decir, con el ingenio que lo caracteriza, que hablar con Messi por teléfono «es más difícil que hablar con Obama», que luego cambiaría por «más difícil que hablar con Cristina [Fernández de Kirchner]». Así que, finalmente, decidió viajar a Barcelona.

Lo hizo a finales de marzo de 2010, a pocos meses del inicio del Mundial.

Se acercó al entrenamiento del Barcelona a saludar a Pep Guardiola y a continuación se reunió a solas con Messi en el Hotel Majestic. Leo escuchaba a Diego y éste, preocupado por el juego del equipo, sacó una hoja y le pidió que dibujara un sistema con el que se sintiera más cómodo. Leo, atónito, no se animó en un principio, pero Maradona le insistió.

Messi, quien gusta de equipos ofensivos, creía saber lo que le ocurría a la selección. Con la abundancia de talento en los puestos de arriba, era cuestión de mezclarlo para equilibrar el juego. Y él podía situarse en una posición en la que interviniera en la creación, pero a la vez pudiera golear.

Leo le propuso que pusiera un delantero más delante de él y acabar con el claro 4-4-2 que se utilizaba más a menudo, con dos volantes externos (Di María y Jonás Gutiérrez), dos internos (Mascherano y Verón) y dos atacantes (Messi e Higuaín).

Messi sugería un sistema de 4-3-1-2 o de 3-4-1-2. Un atacante más, pero suficiente gente para defender. Un jugador de carrera larga, como Jonás o Di María, podría ser uno de los volantes, de arriba abajo para cubrir y atacar por esa banda. Carlos Tévez y Gonzalo Higuaín, los delanteros. Leo se mezclaría con los dos de arriba y los tres o cuatro que le protegían y montaban los ataques. Tendría siempre la pelota cerca.

Diego estuvo de acuerdo.

* * *

«Hablamos dos horas en un hotel de Barcelona —escribe Maradona en el prólogo de El distinto—. Ahí le expliqué que mi carrera ya estaba hecha, que él tenía que hacer la suya y que al final veríamos quién era el mejor de todos los tiempos. No sé si le aconsejé, pero le conté lo que me había pasado cuando empecé. Que cada domingo le iba a salir una competición distinta. Y él tenía que superarse, como hizo».

De repente, Leo se sintió optimista acerca del Mundial. Creía que Diego y él habían encontrado puntos en común.

Al final de la temporada 2009-2010, el equipo celebró el título de Liga en el Camp Nou. Como dicta la tradición, los jugadores se pasaron el micrófono para compartir con la afición el momento. Leo estaba un poco achispado y tuvo un arrebato que sorprendió a muchos. Había empezado su breve discurso con un «Bona ni», en catalán, mientras la hinchada coreaba su nombre. «No voy a decir nada raro este año. Simplemente, gracias a todos. Visca el Barça, visca Catalunya, y ¡aguante Argentina, la concha de tu madre!».

El eterno grito de guerra de la albiceleste.

El Mundial estaba a un mes vista.

Así analizaba el rotativo español El País a la selección argentina que llegaba a Sudáfrica, desde el otro lado del charco, con la mirada limpia que da la distancia.

Maradona espera a Messi

El técnico se encomienda al delantero para que lidere a la albiceleste igual que al Barça. Hasta la fecha, ‘La Pulga’ se ha sentido un extraño con su selección ¿Será la Argentina de Maradona? ¿Será la Argentina de Messi? ¿O quizás la magia del Mundial haga reconciliarse y triunfar juntos al dios argentino y al mejor jugador del mundo? […]

[…] Guardiola ha liberado a Leo de todas las cadenas y el pequeño delantero se ha desatado, 47 goles en toda la temporada, de Balón de Oro a Bota de Oro, la cuadratura del círculo. Maradona dice ahora que copiará el modelo azulgrana en busca de la tecla que solucione todos los dolores de cabeza de la selección. Hasta ahora Argentina ha jugado sin patrón ni estilo, encomendada al balón parado de Verón y un ritmo paquidérmico. La nómina de delanteros da miedo, puesto que junto a Messi aparecen Agüero, Higuaín, Tévez, Diego Milito y hasta Palermo —un premio por su milagroso gol a Perú—, cuando se han caído dos finalistas de la Champions, Cambiasso y Zanetti, y el madridista Gago. Tampoco está Riquelme, corazón del equipo hasta que se enzarzó en una pelea sin solución con El Pelusa.

El afán de protagonismo de Maradona, que pide la palabra y los focos como si todavía estuviera pidiendo la pelota, amenaza con comerse a Messi […] A un lado de la raya Maradona, al otro Messi. Está por ver si alguno de ellos la cruza para fotografiar un abrazo victorioso. En el fondo parece como si Maradona no quisiera que Messi le sustituya en el altar de la hinchada, como si los egos todavía se impusieran a la pelota. Argentina espera que el pasado y el presente triunfen juntos en Sudáfrica.

* * *

Llegó la hora del debut ante Nigeria en un grupo que incluía a Corea del Sur y Grecia. En la rueda de prensa previa, Maradona había dicho: «Argentina sigue siendo un Rolls-Royce, pero ahora manejado por Messi».

El equipo jugó con Leo por detrás de Tévez e Higuaín, éste algo abierto en banda. Con Verón, Mascherano y Di María protegiendo a los cuatro de atrás y creando. Jonás Gutiérrez, un interior ofensivo, empezó de lateral derecho.

En el debut, el mejor jugador del mundo hizo justamente de eso; Leo es, sin duda, el faro de los suyos, el mejor del partido con permiso del guardameta nigeriano Vincent Enyeama, que detuvo todo menos el tanto de Gabriel Heinze a los seis minutos. A la Pulga se le vio enganchando, rematando, centrando. Desbordó, apretó a Nigeria y llegó a chutar ocho veces. Ofreció más pases de gol que ningún otro jugador, pero los dos delanteros no estuvieron acertados.

Las sustituciones de Maradona crearon confusión, se sufrió al final, el equipo se partió en varias fases y defensivamente todavía no parecía un equipo sólido. Pero todo quedó cubierto por el resultado, y el abrazo y apretón de Maradona a Leo al final: Diego le alzó en sus brazos. También le dio dos besos.

En el posterior encuentro con la prensa, Leo se mostró feliz: «Fue un buen partido. Tuve mucha libertad de movimiento y estaba muy bien rodeado por los compañeros. Ahí tengo más contacto con la pelota. Me tiro un poquito más atrás de lo que era habitual en mí y eso me gusta, porque también tengo luego la posibilidad de llegar al gol». Maradona celebró la felicidad de Messi: «Con la pelota Lio se divierte y, mientras él se divierta, nos divertimos todos».

Ante Corea del Sur, Maradona dio un paso más para aprovechar el estupendo estado de forma de su estrella. Javier Mascherano se iba a encargar de tapar agujeros y Leo se iba a situar por delante de él. Cuatro futbolistas esperarían su inspiración: Maxi, Tévez, Di María e Higuaín, que marcó un hat-trick. Leo participó en los cuatro goles del rotundo 4-1, aunque Diego le había alejado del área, una decisión que iba a tener consecuencias en el devenir del Mundial.

Argentina estaba en octavos de final del torneo. Un par de partidos no daban para enterrar las hachas, pero sí para desarmar a muchos. Cuando le preguntaron a la Pulga por lo que había pasado, no se escondió: «En la selección no era yo mismo, no era el que era en el Barcelona y lo notaba. Pero siempre tuve el respaldo de Diego y todo eso lo cambié gracias a la confianza de mis compañeros».

Ese respaldo de su seleccionador, lógico en lo deportivo, requiere una aclaración. Julio Grondona, que siempre confió en Messi, le recordó a menudo a Maradona que debía conseguir con Leo lo que Bilardo hizo con él en el Mundial’86: que se sintiera el número uno, darle la cinta de capitán. Por supuesto, el Pelusa veía a su nuevo diez como un gran futbolista, aunque nunca se atrevió a decir de un modo inequívoco que iba para único, insuperable en la historia. Ese rol ya estaba en uso. Quizá sí para mejor del mundo. Del momento.

Por la razón que fuera, hubo un tiempo, antes de los Juegos de 2008 por ejemplo, en el que Maradona prefería destacar los defectos de Messi, sus limitaciones como líder o su abuso de la conducción. En medio de algunas zurras verbales, Maradona acudió como espectador al torneo de fútbol de Pekín y visitó a su yerno, Sergio Agüero, que compartía habitación con Leo. Messi nunca estaba por ahí cuando llegaba Diego.

Para Maradona los gestos públicos son, a menudo, mensajes a la galería. En enero de 2009, en sus primeros meses a cargo de la selección, fue al Calderón a un Atlético de Madrid-Barcelona en el que Messi hizo de todo. Diego, en el palco, no se puso de pie para aplaudir un golazo de Leo, un recorte seco al guardameta que empezó de espaldas a la portería y que finalizó con la derecha. Viajó a continuación a Portugal a ver a Ángel di María con el Benfica. También marcó el extremo, un tanto de belleza inferior al de Leo, y la prensa argentina apuntó la reacción del Pelusa: fue fotografiado levantándose para aplaudir con entusiasmo.

Pero lo que Diego no veía desde fuera poco a poco fue admirándolo desde dentro. Empezó a descubrir que Leo era un jugador ambicioso, con conocimientos futbolísticos y ansioso por conseguir una selección que se aprovechara de lo que él proponía. Pero que no necesitaba ser bocón. Diego, recordando las palabras de Grondona, quiso premiar todo ello.

Juan Sebastián Verón, con quien compartía habitación y al que no dejaba dormir porque roncaba, cuenta: «Sólo le vi nervioso una vez. Fue el día antes del partido con Grecia, cuando Maradona le ofreció el brazalete de capitán. Pero no era la responsabilidad del liderazgo lo que lo incomodaba; lo que lo desvelaba era que tenía que dar un discurso ante sus compañeros». Lo de los ronquidos tenía, según Verón, solución: «Algún almohadazo y ya». Lo otro era más complicado.

El día siguiente amaneció frío. Cuando el once se juntó en un círculo para escuchar a su nuevo capitán, a Leo no le salían las palabras. Juan Sebastián gritó un par de cosas y el equipo saltó al campo. Argentina —que presentó un centro del campo con Bolatti, Verón y Messi— no tuvo que pasar a la quinta marcha para vencer a una Grecia que buscó la pelea física. Un fácil 2-0 y a octavos como campeona de grupo. Sin deslumbrar pero con efectividad, la albiceleste se iba a encontrar con México, tres días después de que Leo cumpliera los veintitrés años. Toda la escuadra celebró su aniversario, aunque, ante el enfado de Carlos Tévez, nadie había recordado el de Javier Pastore cuatro días antes.

Tras el pase a la siguiente fase, llegó el momento de relajarse; y ese trabajo correspondía al preparador físico y destensador oficial, Fernando Signorini. Decidió repartir libros. «Algunos los leían, porque obviamente son más lectores. Mascherano andaba, por ejemplo, con ¿Por qué no soy cristiano?, de Bertrand Russell. Y el Gringo Heinze se había agarrado La sociedad de la nieve, la historia de los chicos uruguayos que tuvieron el accidente de avión en los Andes. A Carlitos Tévez le regalé Las fuerzas morales, de José Ingenieros, todavía andaba en Ezeiza con el libro bajo el brazo». ¿Y Leo? «Estaba con Verón en la habitación, así que seguramente habrán compartido algo, o no». Messi sólo abrió un libro en su vida, la biografía de Maradona, que empezó pero no acabó. En su día, con doce años, dijo haber leído la Biblia.

Lo que sí descubrió Signorini era que Lionel estaba enchufado, enfocado, pese al ruido a su alrededor. «Tengo la costumbre de hacer lo siguiente: voy por la cancha y veo a un jugador que viene con la pelota, tranquilo, caminando, y ¡tac!, se la quito, o hago como que se la quito, y le digo: “En la cancha hay que estar atento”. Un día había terminado el entrenamiento y Leo venía con la pelota. Camino frente a él, para enfrentarlo así, a treinta centímetros, más o menos. Él venía por acá, yo por acá. Él mirando qué sé yo adónde. Y cuando voy llegando, hago así, ¡tac! ¡Y Leo me saca la pelota para un costado! No le dije nada, ¡me había jodido! Pero es que, claro, le quería sacar el balón. Y eso no».

Llegaron los octavos de final contra México.

Maradona había partido al equipo en dos con Mascherano de único pivote. Hasta ese momento el asunto funcionó, pero el nuevo rival iba a suponer un reto mayor. Empezaron a hacerse obvias las dificultades del centro del campo para crear, siempre en inferioridad. Leo, de nuevo en esa posición extraña de mediocentro frente a Mascherano, hizo lo que se suele hacer en estos casos: demasiado. Alejado del área, se encargó de todo, bajó en exceso a buscar el balón y eso le perjudicó en lo físico y lo táctico.

El seleccionador mexicano Javier Aguirre consiguió taparle y el equipo se fue quedado seco, sin ideas. Leo buscó en jugadas individuales el gol que no le había llegado todavía, pero tampoco salió. La victoria argentina por 3-1 tuvo mucho que ver con un error del árbitro Roberto Rosetti, que no vio el clarísimo fuera de juego de Tévez en el primer tanto, y con un error defensivo mexicano en el segundo.

Verón saltó al campo en el minuto 69, ya con 3-0 en el marcador. Había caído del equipo mientras el Pelusa acomodaba a Leo en el nuevo concepto de juego: la idea de tener dos delanteros por delante de la que se habló en Barcelona se había convertido en cuatro arriba. En lugar de aprovechar la velocidad de Leo en el último tercio, Diego le quiso convertir en un pequeño Maradona. Antes de tiempo.

Y en esa ecuación sobraba Verón.

Esa noche, Verón y Leo charlaron. Y fue la Pulga quien tuvo que oír de su amigo que se sentía apartado del centro de máquinas sin razón aparente.

Prácticamente ninguno de los jugadores salió del partido ante México convencido de las bondades del sistema. Contra Alemania, se dijo en el vestuario, habrá que mejorar.

* * *

Habla Signorini: «Recuerdo que, en la entrada en calor para el partido de cuartos de final contra Alemania, me acerqué a Leo y le tomé la carita con las dos manos. Le dije: “Leito, tranquilo, estás recorriendo el camino para ser el mejor de todas las épocas. Hoy lo único que se te pide es dar lo máximo que puedas y nada más, porque sos requetejoven y vas a tener otro Mundial, así que vos no tengás problemas. Y, como siempre, los de afuera, son de palo. Fijate en ese grupo de siete u ocho personas que son los que no te van a fallar nunca, jugá para ellos y jugá, sobre todo, para divertirte. Sé feliz, porque si vos no sos feliz, si vos no te divertís, no podés divertir a nadie y quiere decir que estás jugando mal”. Él tenía veintitrés años recién cumplidos. Hablábamos con Diego que, cuando nuestro equipo fuera ganando, le sería muy difícil a cualquiera darle la vuelta al resultado. El problema era si empezábamos perdiendo, porque había muchísimos chicos con grandes condiciones, pero a los que les faltaba la experiencia. Teníamos a Di María con veintiún años, Agüero también con veintiún, Higuaín con veintidós, lo mismo que Javier Pastore, Nicolás Otamendi…».

Fue un desastre. Argentina, ridiculizada.

Cuatro años después, la historia se repetía con el mismo rival. Alemania contaba con una nueva generación (Müller, Özil, Khedira) que habían pillado la rueda de los Lahm, Podolski, Schweinsteiger y Klose. En la ronda anterior, dejaron atrás a Inglaterra con un rotundo 4-1 y en cuartos de final demolió a la albiceleste con un juego eléctrico.

Un gol de Thomas Müller en los intercambios iniciales puso a Argentina en la situación que Diego temía. ¿Dónde estaba Leo?

Messi, que volvió a jugar con cuatro referencias delante suyo y Mascherano protegiéndolo, apenas tocó un balón en el primer cuarto de hora. Como se le pidió, volvió a ir al círculo central a recibir y de paso acabar la jugada. Se perdió en el regate y la confusión, y los alemanes ni siquiera se vieron obligados a realizar faltas para pararlo. Perdió doce balones, no recuperó ninguno. Como es inteligente, encontró o creó espacios, pero sus compañeros no lo veían.

Y los goles fueron cayendo en la portería que defendía Sergio Romero.

El rodillo alemán fue imparable en la segunda mitad. Miroslav Klose y Arne Friedrich, tras una gran jugada de Schweinsteiger, dejaron el partido imposible para los de Maradona, que no supo responder a los retos del encuentro. Envió a Leo a las posiciones de ataque muy al final. Para ver qué tal. Faltaba criterio.

Minuto 89. Klose culminó un contraataque y marcó el 4-0 final. Messi, hundido, con la mirada perdida, se cruzó en el camino del goleador; le volvía a tocar estar en el bando derrotado. En el primer gran partido del Mundial, Argentina cayó como el castillo de naipes que era.

El Messi de los 47 goles con el Barcelona se quedó sin marcar en sus cinco encuentros. Pese a haber sido el que más remató: treinta veces, dos al palo. En aquel Mundial de España, de Iniesta, fracasaron otros jugadores franquicia: Wayne Rooney, Franck Ribéry, Cristiano Ronaldo, Kaká.

Nadie pudo consolar a Leo. Por dentro empezó a hervirle la rabia, la decepción, el dolor del final. Maradona, sobre el césped, lo besó, lo abrazó. Leo miraba al infinito.

Segundos después, Fernando Signorini lo vio derrumbarse entre los muros del vestuario: «Se murió. Murió. No lloraba; gritaba, desesperado. Él gritaba, sí, sí, sí. Se le escapaba como…, era una cosa que no podía evitar, le salía de adentro…, yo lo agarré, varias veces, pero no había manera. Estaba así, mirá, los bancos pegados a la pared, separados entre ellos, y él sentado en ese hueco, en el suelo, con las dos piernas juntas encogidas, no en posición fetal, algo más estiradas, y gritando como…, casi con convulsiones. Había una atmósfera… Y yo les decía: “Nooo, ya está, ya terminó… Ahora vayan, encuéntrense con su familia, con sus hijos, está todo bien, está todo bárbaro, ustedes dieron todo, listo, no se queden en esta angustia”».

Pero sí, Leo había muerto. Cada derrota es para él una pequeña muerte.

Maradona, emocionado, contó en la rueda de prensa que Leo estaba en el vestuario llorando desconsoladamente.

«Mal, se puso mal —recuerda Bilardo—. Yo lo vi llorar. Lloraba, llora porque lo siente. Dicen que este pibe, con todo lo que tiene, con la fama que tiene, no lo siente. Pero eso no es así. Maradona, que tenía todo lo que tenía, siempre quería ganar. Leo igual».

Aquel Mundial empezó con el grito de Maradona en Montevideo («¡Que la chupen!»). A Sudáfrica se trasladó un seleccionador con gesto más severo, vestido con traje gris, con barba cuidada. Finalmente acabó hundido y desafiante, con la duda sobre su futuro. Diego dejó la albiceleste ese verano. El eterno diez hubiera intentado que la victoria final fuera suya, pero dejó que la derrota tuviera más padres.

Con Maradona, Leo tuvo sus peores registros ofensivos, tres goles en dieciséis partidos. No le había sacado casi nada a Messi, expuso sus carencias como técnico en el mayor de los escenarios. Sin embargo, este nuevo fracaso de la selección se interpretó con un generalizado «bueno, che, y… Messi, ¿no era tan bueno?».

El análisis era insultante por oportunista. Leo, se decía, tenía que haber elevado un equipo sin rumbo a la categoría de campeón del mundo. Pero no fue capaz de hacer lo que sí hizo Diego. Muchos en Argentina se preguntaron si efectivamente Maradona deseaba un gran Mundial de Messi. Menuda boludez. Decir eso es ignorar el material del que están hechos estos deportistas únicos.

Pero es cierto que, pudiendo haber estudiado el modo en que Leo era tratado por Guardiola o incluso por el Coco Basile o Pancho Ferraro, cómo trabajaba con ellos, el Pelusa prefirió que Leo triunfara «a la Maradona», intentó convertirlo en un «todocampista», algo que Messi no era, y olvidando la conversación que tuvieron en Barcelona, donde se diseñó el equipo para el Mundial. Una oportunidad histórica desaprovechada.

«La Argentina terminó siendo un equipito de fútbol de potrero ante los germanos —se lee en Goal.com—. La altivez de Maradona y el no reconocer sus propios errores llevaron a la Argentina a una debacle total». Clarín insistió en la misma idea: «Diego Maradona hizo un curso acelerado, y lo reprobó. Nunca encontró el equipo. Toda la responsabilidad recayó sobre Messi, y Messi no es Maradona… Messi, el goleador de Europa, no pisó el área en el Mundial de Sudáfrica. […] Los jugadores descubren que Papá Noel no existe. Porque Maradona pasó de ser esa figura divina a un mortal más, de carne y hueso».

Leo, en un análisis realizado para El País, nos despide del Mundial de Alemania: «[Aquello fue] algo feo que quedó por cómo se dieron las cosas, porque el objetivo era llegar más lejos y teníamos equipo como para poder hacerlo. Llegamos de una manera mala al Mundial después de la clasificación justa, pero en el Mundial creo que habíamos hecho las cosas bien hasta el partido de Alemania. Aquél fue un partido aparte. Fueron justos vencedores por cómo se dio el partido, nos hicieron un gol muy rápido y después dominaron todo el partido: la verdad que fue una decepción no poder haber llegado más lejos».

* * *

Los dos Mundiales, incluso la Copa América de 2007, vieron a un Leo irregular. Hubiera sido peor sin él, pero claramente no se había conseguido construir un equipo que permitiera aprovecharse del futbolista de más talento de su generación. Messi propuso un debate futbolístico incluso antes de saberse que Maradona no continuaba. «Tenemos que empezar otra vez de cero», dijo. Ese podría haber sido un análisis ponderado de la situación, pero lo que ocurrió es que el Mundial de Sudáfrica continuó alejando a la hinchada argentina de Lionel. Y ya nadie se iba a callar nada: la cascada de acusaciones fue universal y regular.

No se había rebelado ante la derrota contra Alemania. Si cobrara en euros jugaría mejor. No celebraba los goles con suficiente pasión. Arrogante. Pecho frío. Protegido de Grondona. Incluso autista.

Se podía escribir tranquilamente contra Messi, se puso de moda. El problema es que se mezclaba lo futbolístico con lo personal. El premiado escritor Martín Caparrós lanzó una diatriba contra Leo en octubre de 2011 que fue muy leída. «Él intenta serlo [argentino], tres mil millones afirman que lo es; sólo sus supuestos compatriotas lo dudamos. Sigue sin despertarnos cariño, cercanía: Messi es un tipo de por allá lejos que hace piruetas increíbles con una pelota y que, por suerte, en los Mundiales nos toca a nosotros. Lo cual, por supuesto, nos da orgullo —los argentinos tenemos el orgullo fácil, casi tan fácil como la queja plañidera— pero un poco impostado: como si temiéramos que, en cualquier momento, se descubriese la engañifa».

Sin el apoyo mediático que tuvo Riquelme (que llegó a ayudar a periodistas a alcanzar puestos importantes en la televisión) o Maradona, Leo era cada vez más extranjero en su tierra. Es una envidia muy propia de los argentinos, se dice. Messi se fue y triunfó; en la crisis, se marchó y no se quedó para soportarlo todo como ellos. «No debe ser sólo de aquí, pero aquí también pasa», explica el sociólogo Sergio Levinsky. «Se siente abandonado, porque cree que el que se fue dejó su lugar. Desde hace tiempo hay una tradición de no convocar a los jugadores de Europa a la selección en los Mundiales. Argentina fue al de Suecia en 1958, donde fracasó rotundamente, y no estaban ni Alfredo di Stéfano ni Enrique Omar Sívori. Eran los mejores jugadores del mundo pero, como estaban en Europa, no eran necesarios». Maradona, estando en Europa, tuvo una época en la que no lo convocaban porque Bilardo quería montar un equipo con jugadores que se desempeñaban en el fútbol argentino.

A Leo, oír todo aquello, le mataba. No entendía los motivos. Los profesionales, Diego también, le defendían: «Creo que tuvo que ver mucho la prensa en meterle a la gente en la cabeza que Lio esto, Lio lo otro, y como Lio recién empieza, ¡porque fíjate que tiene veinticuatro o veinticinco años! ¡Yo a los veintiséis gané el Mundial! Está en la edad justa como para ser completo y demostrarle al público argentino que estaba totalmente equivocado».

Pero, cansado de ser incomprendido, se hartó y decidió que se iba a aceptar a Messi como era o no se le aceptaba. «La sociedad no lo comprendió porque no canta el himno —dice el Profe Salorio—. Porque es un tipo que no demuestra».

«Yo le diría a Leo, ¿qué tiene que ver el himno con un partido de fútbol? —se pregunta Signorini con una dosis de realismo—. ¿Qué tiene que ver el himno con nada? Porque, cuando uno piensa en cualquier himno, en Argentina, el himno te remite a las batallas épicas. Siempre piensa uno en esa porquería de la guerra».

«Acá nos gusta el pan y circo, y así estamos, así nos va —continua Salorio—. La gente seria no triunfa en nuestro país, hay que ser un poquito monigote. Por eso la seriedad de Bielsa en Bilbao cayó tan bien. No puede existir un argentino que sea tan serio. José Pékerman mismo, Pancho Ferraro, Hugo Tocalli…».

* * *

«Siempre lo he dicho, Argentina lo ha maltratado injustamente. Nosotros somos muy de eso, ¿no? De que, cuando las cosas no salen… Siempre lo decíamos: no es Leo el que nos tiene que salvar, nosotros debemos ayudarlo a él para que pueda, realmente, hacer todo lo que está acostumbrado a hacer».

(JAVIER MASCHERANO)

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