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TERCERA PARTE EN LA CUMBRE » 2 ¿HACIA DÓNDE VA LEO?

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¿HACIA DÓNDE VA LEO?

1. Cristiano Ronaldo

El tiempo viene y va en tu vida, y es muy raro que se pueda mantener una relación de tantos años con nadie, aparte de con tus hermanos y tus padres. Nosotros crecimos delante uno del otro.

Por encima de todo, es una relación que nunca tienes con nadie: pasando por las mismas cosas para llegar al mismo punto, pero nunca al mismo tiempo. Ganaba uno o ganaba el otro, nunca estábamos en el mismo plano emocional al unísono, pero sí pasábamos por las mismas cosas. Así que podemos empatizar por completo.

Aun así, es muy raro poder mantener ese respeto y esa intimidad con el paso del tiempo porque estuvimos tratando de vencernos y de molestarnos lo más posible de forma contante. Formabas parte absolutamente de todos los días de mi vida, tanto si me gustaba como si no, porque tenía que competir y leer sobre ti todos los días sin excepción.

¿Sabes? El tema de la imagen es divertido. Tu imagen pública era la del duro, pero yo me reía, porque sabía que el duro era yo. Era así, no lo digo por presumir ni nada.

Tú eras como un merengue con una bola de acero en el interior, y yo era la bola de acero con papilla dentro.

Tú eras tan suave por dentro, tan vulnerable, tan emocional; y yo era el tenaz, el testarudo. La gente tenía una impresión tan diferente de lo que éramos por dentro.

Creo que lo que cimenta una gran rivalidad es el contraste, el yin y el yang, el blanco y el negro, como lo que teníamos tú y yo. Nosotros éramos polos opuestos a ojos del público. Yo era más pasivo en mi juego, tú más agresivo; tú eras emocional, yo frío. ¿Qué contraste veías tú?

El estilo es lo más obvio, pero el componente emocional lo era más aún, porque yo simplemente no podía mantener mis sentimientos encerrados en una cajita. Los tenía que sacar durante el partido.

Yo no entendía cómo podías llorar en la cancha. Intentaba comprender por qué no podías controlarte frente a sesenta millones de personas que te estaban viendo por televisión, pero por otro lado te admiraba porque podías ser capaz de mostrar tus emociones sin límites.

Eras uno de los mejores competidores de la historia.

Durante mucho tiempo te tuve envidia. No quería que ganaras. Otras veces admiraba tu honestidad, hablabas con el corazón en la mano. Yo me lo quedaba todo dentro, no decía nada malo de nadie en una rueda de prensa porque mi madre me solía decir: «Si no tienes nada bueno que decir de alguien, no digas nada». Siempre quise ser como tú. Te respetaba y admiraba profundamente.

Veía titulares de prensa, el bueno contra el malo, y eso me mataba. Yo era el villano y me dolía serlo. No me gustaba, pero qué podía hacer. Cuando se decía tu nombre, todo el mundo aplaudía. Cuando decían el mío, algunos silbaban. Yo también te envidiaba.

(Extractos de una conversación entre las tenistas CHRIS EVERT [la novia de América] y MARTINA NAVRATILOVA [la seria tenista checa] para el fascinante documental «Unmatched» de ESPN. Disculpen el cambio de género, un truco literario que espero haya funcionado).

Quizá Ronaldo y Leo un día tengan la oportunidad de pasar un fin de semana juntos como hicieron las dos tenistas a instancias de ESPN. Sería fascinante oír la conversación de estos dos gigantes que se profesan la admiración y cierta animosidad que se otorgan a las némesis. «La poética de Messi y su pandilla en nada debiera rebajar a otro elegido, Cristiano Ronaldo, futbolista de época, sublime», afirma el periodista José Sámano con razón.

Uno es alto, guapo, con un fuerte remate, un esprín de velocista. El otro, pequeño, driblador y con varias personalidades futbolísticas sobre el campo: puede ser goleador, pasador u organizador. Los dos tienen equipos que se han construido para aprovechar sus características. Ambos de origen humilde, Leo no necesita el reconocimiento exterior como Ronaldo. El argentino cuenta con un pequeño grupo de escuderos, mientras que alrededor del portugués giran varias empresas que cuidan de su dinero e imagen.

Leo podría tener una Irina Shayk a su lado, pero prefiere a la prima de su amigo, Antonella. Cristiano responde al estereotipo de crack mundial que hemos tenido siempre: busca los focos, tiene una vida de actor. Messi es el anticrack, quizá la primera estrella que sólo quiere ser futbolista.

Pero ésa es la visión superficial de la que se alimentan los medios. Los dos tienen tanto en común como cosas los separan: cuentan con el mismo perfil competitivo y han sacrificado sus vidas para conseguir lo que siempre soñaron. Ambos comparten algunas cosas fundamentales: la patada del rival, la exigencia, el deseo profundo por ganar, el dolor de la derrota. Tanto uno como otro aprecian, buscan y quieren el título colectivo, pero también el récord individual, los goles.

Díganme si les suena esta historia.

Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro nació en febrero de 1985 en la isla de Madeira, el cuarto hijo de María Dolores, cocinera, y José Dinis, jardinero, una familia con dificultades económicas. José no sólo amaba el fútbol, sino que formaba parte de su mundo como utilero en el Andorinha, el equipo del barrio. Cristiano vivía con un balón y, cuando no tenía uno de cuero, se fabricaba uno con cualquier cosa. Lo fichó el Sporting de Lisboa y dejó la isla por primera vez con doce años. Se reían de él en la residencia del club por su acento de Madeira, que en Lisboa identificaban como «de niño pobre». En una sola temporada jugó en cinco categorías del Sporting, incluido el primer equipo.

Su padre falleció en 2006 y Cristiano habla de sir Alex Ferguson, su entrenador en el Manchester United, como de su segundo padre. Leo tiene en Jorge a un mánager, además de a un padre, roles de difícil compaginación. El hermano mayor de Leo, Rodrigo, hace a menudo las veces de padre con él. Por su parte, la madre de Ronaldo hace de madre del hijo del futbolista; es decir, realiza algunas labores que deberían ser propias de su pareja. Comparten, pues, cierta dispersión de roles a su alrededor.

Los dos han tenido hijos y a los dos les ha cambiado el carácter, les ha hecho madurar. Ambos acudieron a un psicólogo en diferentes fases de su carrera. Aunque con distinta predisposición: Leo no creyó que fuera de gran ayuda, mientras que Ronaldo hace un par de años acudió a uno en su intento por cambiar su imagen pública y controlar mejor sus emociones. Y ambos se motivaron en su adolescencia con el mismo logo: se dijeron que iban a ser los mejores. Como si eso estuviera escrito en las estrellas.

En 2009, la revista alemana Der Spiegel confirmó que Ronaldo era el «futbolista más rápido del planeta», el resultado de un extraordinario «afinamiento de un motor de alto rendimiento»: hace tres mil abdominales habitualmente, duerme sistemáticamente ocho horas al día y tiene una fortaleza mental fuera de lo común. Su disparo, el famoso Tomahawk que alza el balón y cae en picado, es la consecuencia de una serie de veinticinco a treinta tiros libres al día.

Sus decenas de miles de horas con una pelota le permiten tomar decisiones inconscientes y conocer las permutaciones del juego sin pensar: regatea a toda velocidad mirando los pies del adversario (puede hacer trece dribblings en ocho segundos); anticipa la presencia de rivales, la cantidad de espacio disponible y necesario, e intuye dónde va a caer el balón incluso en la oscuridad, como demostró en un ejercicio filmado en el que le propusieron rematar con la luz apagándose en el inicio del centro. Marcó en los dos intentos: su reacción fue de trescientos milisegundos. Y también goleó en uno en el que la luz se fue antes de que el que centraba contactara con el balón.

Pero el mundo ha decidido que uno es el villano, el arrogante, el presumido, y el otro, el trabajador incansable, el modesto.

La última campaña de Pan Blanco Bimbo en México ha sustituido a Leo Messi, protagonista del anuncio en 2012, por Ronaldo porque, según afirmó un portavoz de la empresa «las imágenes preconcebidas que tenemos en España sobre Messi (humildad) y Ronaldo (soberbia) son, posiblemente, menos claras en México. El antagonismo es más grande en el Estado español». Pero en países árabes, y también en la mayor parte de Latinoamérica, a Ronaldo se le identifica, de un modo simplista, con la rica Europa, con un club millonario y con actitudes egoístas.

El presidente de la FIFA Joseph Blatter recopiló unos clichés para su famosa y recriminable aparición frente a los estudiantes de la Universidad de Oxford. Para él, Leo es el «buen chico» y Ronaldo, «como un comandante en el campo de juego». Cristiano gasta, añadió, «más dinero en el peluquero» que Messi.

CR7 muestra sus sentimientos a menudo y por eso las aficiones contrarias intentan desestabilizarlo con gritos de «Messi, Messi», mientras que el argentino los mantiene bajo control la mayor parte del tiempo. De rivalidades como ésta se alimenta el pueblo, y a Ronaldo no le ayuda nada que él mismo haya alentado durante años la comparación.

Pero quizá ni puede evitarlo: es la tragedia de los que, durante un largo tiempo, han estado un paso por detrás siendo igualmente extraordinarios.

Pedro Pinto (de CNN): No hablamos de fútbol, sino de imagen. ¿Crees que a veces eres una víctima de la tuya?

Cristiano Ronaldo: No voy a llorar por eso, pero a veces creo que sí.

Pedro Pinto (de CNN): ¿Por qué?

Cristiano Ronaldo: ¿Por qué? Tal vez… nunca doy un ciento por ciento la respuesta correcta, porque a veces realmente no la sé. Puede que a veces esté de acuerdo, puede que tenga mala imagen en el campo, porque soy demasiado serio… Pero, si realmente me conoces, si eres mi amigo, si vienes a mi casa, si compartes el día conmigo… te darás cuenta de que ¡odio perder!

Cuatro años después de llegar al Madrid, la hinchada blanca no tiene del todo claro quién es Cristiano. «Muchos no sospechan —escribe Diego Torres en El País— que su vida no se compone de una indefinida sucesión de paroxismos cotidianos. No saben que, salvo cuando lo traiciona la exasperación competitiva, es un muchacho sencillo, educado, noble, respetuoso con los adversarios, y agradecido de poder vivir en una ciudad que aprecia».

Competitivo, profesional, con la vida ordenada: así es Leo. También Cristiano. Y los dos se hacen mejores porque relajarse es perder esa carrera para siempre. En una memorable escena de la película Rush, que narra la historia de Niki Lauda, el piloto austríaco admite, recién casado, que «la felicidad es el gran enemigo, te debilita porque tienes algo que perder» y que «tener un enemigo es una bendición». Lo que sigue no puede ser casualidad: el 28 de enero de 2013 Ronaldo celebró tres goles ante el Getafe. Unas horas después, en el Camp Nou, Messi marcó cuatro ante el Osasuna.

En todo caso, el nivel de Ronaldo no decayó ese año, mientras Leo sufría lesiones que le mantuvieron fuera de los terrenos de juego o incapaz de mostrar su máximo nivel desde mayo: las estadísticas individuales fueron lideradas por el portugués, que también vencía en la impresión generalizada de que estaba siendo su año. Sin embargo, el Balón de Oro 2013, que alimentó muchas discusiones en la calle y un nivel de importancia quizá exagerado para un deporte tan colectivo, seguía sin tener un claro destinatario, pero el cambio de fechas para la captación de votos, que permitió tener en cuenta los play-offs del Mundial en el que jugaba una Portugal que no se había clasificado en la fase de grupos, decantó definitivamente la balanza, al menos a ojos del público: Ronaldo le marcó cuatro tantos a Suecia y llevó a su país al Mundial de Brasil con una actuación memorable. Messi no necesitó de heroicidades a última hora porque Argentina se había clasificado con comodidad a través de la liguilla sudamericana.

A pesar de todo ello, la diferencia de votos entre Leo y Cristiano fue mínima: el 27 por ciento de los votos fueron para el portugués y el 24 para el argentino. Franck Ribéry acabó tercero. Por cierto, ni Messi votó a Ronaldo, ni Ronaldo a Messi en un voto táctico innecesario. Era el segundo Balón de Oro de Ronaldo, que se acercaba así a los cuatro de Messi. Leo le ganaba todavía en Botas de Oro al máximo goleador europeo (3 a 1) y, en el período que han compartido como jugadores del Madrid y del Barcelona (desde 2009), el club catalán ha conseguido quince títulos; el Madrid, tres. Además, según publica el CIES Football Observatory de la FIFA, el valor de mercado de Leo Messi es de 250 millones de euros, mientras que el de Ronaldo se sitúa sobre los 150 millones. Y Gerardo Molina, un experto en marketing cuya empresa, Euromericas Sport Marketing, calculó el valor de Messi por encargo de tres clubes europeos que sopesaron la posibilidad de ficharle, fue más allá: 400 millones de euros.

«Hay un club que tiene como espónsor a un gobierno que estaría dispuesto a pagar 400 millones por Leo Messi», contó Molina a la SER. «El impacto mediático de Messi quintuplica el de Cristiano. Según estudios, Cristiano vale unos 150 millones. La cláusula de Messi es de 250 millones de euros, pero para nosotros esa cifra está devaluada y desfasada. Hoy no hay un jugador en el mundo del deporte que supere el valor de Messi».

«Tenemos unas reglas de medición, pero pondré un ejemplo: cuando un jugador se va de un equipo a otro, lo que se evalúa es que sea capaz de arrastrar a los patrocinadores. Está claro que en el caso de Messi patrocinadores como Adidas y Pepsi le acompañarán allá adonde vaya».

Para el portugués, Leo es algo más que una obsesión: es el punto de referencia. A su club le exige que lo traten como el Barcelona trata a Leo, que le den el mismo cariño.

Es fácil, pues, explicar las lágrimas que Ronaldo no pudo contener en Zúrich tras recibir el Balón de Oro. Tras cuatro años en los que su esfuerzo no recibió el premio que creyó merecer, por fin a Ronaldo le volvió a llegar la hora. Cristiano dijo que lloró porque vio a su madre hacer lo mismo. Debía de haber algo también de consecución de un logro ansiado.

«Cristiano hizo un gran año y merece el premio. No tengo nada más que decir ni nada que reclamar», afirmó Messi, que se pasó la velada con una media sonrisa que denotaba relajación. Estuvo conversador, próximo, gracioso. Poco que ver con la tensión, producto de la inexperiencia o de resultados controvertidos, de otros Balones de Oro. Al acabar la entrega de premios en Zúrich, el 13 enero del 2014, Messi escribió lo siguiente en su cuenta de Facebook: «Nos vemos en la cancha». Empezaba una nueva cuenta atrás.

«El nivel de autoexigencia varía y aumenta a medida que los logros de su enemigo crecen —escribe para este libro Pedro Gómez—. Pensar en pequeño nos hace crecer poco. Si nuestro nivel de autoexigencia no se estimula a diario, dejamos de evolucionar. Si uno de ellos no existiese, el otro se conformaría siendo máximo goleador con veinticinco goles». Uno hace mejor al otro, como ocurría con Navratilova y Evert.

Mientras compitan, la relación entre ellos estará marcada por la lucha por un mismo espacio, ese lugar pequeño y alejado de todo donde descansan los más grandes. Pero ¿cómo se llevan? ¿Qué se dicen cuando están juntos? ¿Y cuándo no hay focos?

En la gala del Balón de Oro de 2012, Ruud Gullit creyó ver «un trato raro entre Cristiano y Messi; apenas se saludan y hablan». La relación, en presencia de otros testigos, es fría. No es mala, es respetuosa pero distante. No se odian como la gente podría sospechar; eso afirman las familias de ambos. La conversación normalmente no va más allá del «hola, qué tal estás, todo bien». En los eventos públicos, Messi siempre se rodea de los suyos o de Xavi e Iniesta, mientras que Ronaldo suele aparecer solo, como si le intimidara mezclarse con la gente.

Diego Torres, en su libro Prepárense para perder, cuenta la que podría ser la única ocasión en que rompieron con su costumbre de mantener las distancias. Ocurrió en la gala del Balón de Oro 2012, el día que el máximo mandatario del Real Madrid, Florentino Pérez, temió por primera vez, según el periodista, que Ronaldo pudiera acabar en el Barcelona. «El presidente se encontró el 7 de enero de 2013 apostado en un rincón apartado de un vestíbulo de la Kongresshaus de Zúrich, vigilando a Messi mientras daba una entrevista a una televisión. De pronto, al otro lado de la sala apareció Cristiano. Entonces ocurrió lo que tanto había temido el dirigente. Messi le hizo un gesto, Cristiano acudió, y se abrazaron felices como niños antes de quedar para después. Pérez confesó a sus amigos que somatizó aquello con mucha angustia. Sintió el peligro. Lo visualizó todo. Cristiano se quedaría libre en enero de 2015 y entonces cualquier club, incluido el Barcelona, lo podría fichar sin negociar con el Madrid».

Un año antes, Ronaldo había acudido al despacho de Pérez en el Bernabéu para mostrarle su indignación por el comportamiento del club hacia él, demasiado distante, y con la lentitud de las negociaciones de renovación de su contrato. El jugador amenazó con marcharse del Madrid. «Si es una cuestión de dinero, mañana vengo con cien millones de euros», le dijo Ronaldo a su presidente. Florentino replicó: «No son cien, tu cláusula es de mil millones de euros… Si te quieres ir, tráeme el dinero para fichar a Messi».

En El distinto, el libro de Marcelo Sottile, se cuenta otra historia de aquella misma gala. Al parecer, CR7 pidió una sala especial para evitar cruzarse con Messi e Iniesta y exigió que le avisaran cuando todos estuvieran en el salón para entrar el último.

No son amigos pero en público mantienen la cordialidad; el resto, insisten los que los conocen de cerca, es cosa de los medios.

Messi admira el cabezazo de Cristiano, su potencia, pero está cansado de la comparación. Entiende que Ronaldo tampoco está a gusto con la misma y que por eso a veces responde al acoso mediático que gusta enfrentarlos. Ronaldo, quien compartirá con Leo por primera vez un anuncio para promocionar la tableta Google Nexus 11, cree que no se pueden comparar: «Messi y yo somos como Ferrari y Porsche».

Ronaldo, quizá afectado por la puerilidad con la que crecen muchos futbolistas, considera que, alejado de Messi, debe mostrarse valiente, que su imagen sugiera que no le tiene miedo, que acepta el reto. Todo muy macho y engañoso. Y por ello, según cuentan jugadores del Madrid, CR7 tiene un nombre para el argentino: motherfucker (cabronazo); y si ve a algún representante de su club que habla con Leo, también acaba siendo bautizado con el mismo epíteto. En ese entorno, Ronaldo suele decir que su relación con Messi es como la que mantienen Irlanda y el Reino Unido. Y los jugadores del Madrid, con ese sentido del humor tan falto de sutileza de los vestuarios, tienen un largo listado de bromas que incluyen a Messi como el perro o la marioneta de Ronaldo, o guardado en una bolsa de la compra (de marca, por supuesto) del portugués. Y cosas peores. Uno se imagina que en la intimidad del Barcelona se dicen cosas similares.

Ronaldo encaja en el plan de negocios del Real Madrid y su búsqueda de galácticos. Messi, en el negocio romántico que es el Barcelona. Por eso el Barça no se puede plantear la venta de su futbolista bandera: si el club funcionara como un simple negocio, Leo debería ser traspasado en su plenitud, cuando se puede conseguir más dinero. Si se persigue una idea romántica, a Messi no le dejarán marchar hasta que, agotado, decida irse al Newell’s.

Ronaldo fue ofrecido al Barcelona por su agente Jorge Mendes antes de fichar por el Manchester United y en 2010, estando ya en el Madrid, afirmó que «nunca se puede decir que no se va a beber de esa copa, nunca se sabe lo que puede pasar en el futuro». ¿Se imaginan a Messi, Ronaldo y Neymar juntos?

En todo caso, ambos clubes se aseguran de que el sueldo de ambos refleje su categoría y recientemente sus contratos han dado o están a punto de dar un salto histórico. Ronaldo renovó en septiembre de 2013 y cobra ahora 21 millones de euros netos según su entorno, aunque el Madrid habla de 17. El Barcelona empezó a negociar el de Messi desde agosto de 2013, seis meses después de la última renovación, cuando los representantes del futbolista se reunieron en casa de Sandro Rosell y pusieron las bases de un nuevo acuerdo que debía concretarse antes de que terminase la temporada, aunque ya sin el presidente Rosell, que dimitió al sentirse acosado por la justicia y el entorno con respecto al complicado contrato de Neymar, que había llegado en verano del 2013. Leo podría cobrar, incluyendo premios, unos 23 millones de euros netos.

«Los dos son muy buenos —dice el ex seleccionador argentino Carlos Bilardo—. Messi viene y no sabes para dónde va, si para allá o para acá. Sin embargo, los tipos de fútbol saben hacia dónde dispara Ronaldo. Messi es de lejos el mejor».

«Es una tremenda mala suerte para Cristiano coincidir con Messi —opina el brasileño Ronaldo—. Los dos son exageradamente superiores a los demás, aunque para mí Messi es un poco mejor».

«Son distintos, lo único que tienen en común es el gol», «parten de diferentes posiciones» y «Cristiano es más de salir desde la banda a buscar el gol y Messi se mueve por donde le da la gana», explica Vicente del Bosque.

«Messi es el más difícil de parar, impredecible —analiza el ex entrenador del Valencia, Miroslav Djukic—. Cristiano destaca por su disparo, se desenvuelve mejor con espacios por delante. También es bueno de cabeza. Es todo potencia. Messi es más asociativo, algo que no es normal en un goleador. Muy bueno en el uno contra uno y en los espacios reducidos».

A Gerard Piqué le salió una frase acertada para compararlos: «Messi es extraterrestre y Cristiano, el mejor de los humanos».

Al final éste es un debate falso, claro. No existe un modo preciso de medir a los individuos en este juego tan colectivo. Pero una cosa parece clara.

No es lo mismo un campeón que una estrella. El campeón lo tiene muy claro: es armonioso, creativo. La estrella se rompe en cualquier momento porque tiene el ego muy alto. El alma del campeón, cuando hay una dificultad, se agranda. No hay que ponerle límites al campeón, no hay que atosigarlo, porque te llena la canasta de goles, de títulos.

A pesar de lo que se diga, a pesar de lo que parezca, Ronaldo y Messi son dos campeones.

2. Tito Vilanova, el nuevo líder

¿Los técnicos están sobrevalorados? ¿Ustedes dicen «nosotros ya nos conocemos entre todos, podemos jugar tranquilos» o no?

No. Yo creo que hoy, capaz que más que antes, es importantísimo un técnico. Vos te podrás conocer, jugar de memoria, pero lo necesitás por un montón de detalles, por preparar un partido. Nosotros desde que no está Tito lo notamos. Obviamente respetamos a Roura, es nuestro entrenador y está en el mismo camino que nosotros para intentar ayudar, pero al principio del año nuestro técnico era Tito y no tenerlo fue un golpe duro.

¿Trabajaba mucho Tito en la época de Pep, no?

Sí, y después, por la manera de ser de Tito. Tito es una persona muy inteligente y que sabe mucho de fútbol. Distinta personalidad de la de Guardiola, distinta manera de hacer llegar su mensaje desde el primer día, fue una persona respetada desde cuando era segundo y por eso no notamos el cambio.

(Entrevista de MARTÍN SOUTO a LEO MESSI en TyC Sports, en marzo de 2013).

Cuando Leo supo que Tito era el escogido, sonrió. Nada más, pero tampoco hacía falta: el ex asistente de Guardiola no sólo fue el primero que le hizo jugar en su posición favorita detrás del delantero, sino que llevaba cuatro años con él. La continuidad fue bienvenida por el argentino. «Es una persona normal, abierta. Va de frente, dice las cosas a la cara sin problema. Eso me gusta», declaró Messi a El País. Tito era un entrenador de fútbol, sin más; el club finalmente volvió a asumir algunas de las responsabilidades que se le habían otorgado a un Guardiola exhausto.

El primer verano de la era post Guardiola no contó con muchos cambios en la plantilla. Tito Vilanova estuvo buscando un central y un mediocentro, o mejor uno que pudiera cumplir ambas funciones: se pensó en Javi Martínez, pero llegó Alex Song del Arsenal. Jordi Alba fue fichado del Valencia, un lateral eminentemente ofensivo. Se fue Seydou Keita y, en esa temporada 2012-2013, el equipo perdió altura y potencia física.

El Barça venía de ganar una Copa del Rey, el Mundial de Clubes y la Supercopa española, títulos menores, y la sensación era que necesitaba unos retoques, recuperar algunas esencias que se habían abandonado y más alternativas para cuando los contrarios se cerraban atrás, que era casi siempre.

Leo había marcado 211 tantos en 219 partidos con Guardiola; o, afilando más, 150 en sus últimos 135 encuentros. Las estadísticas se ampliaban a medida que la influencia en el juego de Messi crecía. La salud mental de un equipo se puede medir por el reparto de goles. Cuando los marca siempre el mismo, significa que el frágil juego de equilibrios se está rompiendo.

El reto era doble: el nuevo entrenador debía conseguir que nadie evadiera responsabilidades; es más difícil parar a un conjunto cuando no repite la misma jugada, cuando todos participan de todo. Al mismo tiempo, Leo tenía que permitir el crecimiento de otros futbolistas a su alrededor: los contrarios tendrían más de qué preocuparse.

Pero Vilanova decidió que su reinado debía empezar con un pacto con sus pupilos. Se iba a mantener el statu quo, los cambios tácticos y de jerarquía iban a ser mínimos. Incluso se abandonó la costumbre de comer todos juntos, esa sutil medida de control sobre la alimentación que impuso Guardiola.

Los inicios eran esperanzadores: Leo tocaba menos el balón que con Pep, pero seguía siendo decisivo, tanto que se firmó el mejor arranque en la historia de la Liga hasta ese momento.

Poco a poco se fue perdiendo cierto rigor en el juego, especialmente sin balón. Leo y Cesc, consecuentes con su estilo, disfrutaban intentando acabar la jugada lo antes posible. Los movimientos ya no se masticaban con Xavi e Iniesta. En las charlas de Tito se hablaba de posesiones largas, pero se aplicaban poco.

Las claves del Barcelona de Guardiola eran, por un lado, la organización que permitía estar permanentemente bien colocados para ejercer la presión y, por otro, el juego sin balón de Alexis, de Villa, de Pedro, quienes, mientras esperaban abiertos en banda, dejaban al resto del equipo cocinar la jugada. Los tres sabían lo que tenían que hacer porque conocían perfectamente lo que los otros proponían. Cuando ese rigor y control desaparece, cuando se busca la jugada individual o la transición rápida, todo queda a expensas del talento de los futbolistas.

Y, en medio de ese proceso, Tito Vilanova recayó en su enfermedad. A partir de ahí, el juicio a su trabajo se hizo, lógicamente, desde una óptica más sentimental que profesional.

En mayo de 2012 los médicos habían anunciado su recuperación absoluta después de ser operado de urgencia de un tumor en la glándula parótida justo antes de viajar a Milán para un partido de Liga de Campeones. Pero el 19 de diciembre se supo que Tito tenía que apartarse del banquillo del Barcelona y al día siguiente fue operado de nuevo.

Desde ese momento, Vilanova apareció y desapareció de la ciudad deportiva y de los partidos intentando compaginar bravamente su recuperación con la dirección del equipo. A mitad de enero de 2013 viajó unos días a Nueva York para buscar una segunda opinión y regresó a Estados Unidos la siguiente semana para someterse a sesiones de quimioterapia y radioterapia. No estuvo presente en la derrota ante la Real Sociedad (32), a la cual el equipo respondió con una demolición del Osasuna en la siguiente jornada (5-1).

Desde Nueva York, Tito aleccionaba vía telefónica a los futbolistas antes de algunos partidos y, durante los encuentros, estaba en contacto directo por WhatsApp con Jordi Roura, quien le sustituía en su ausencia. A los dos meses regresó para incorporarse paulatinamente a la dinámica del grupo.

Tito, a su vuelta, contó al equipo cómo lo estaba pasando. Leo no es de escuchar mucho, o parece no escuchar: en las charlas se le despista la mirada. Pero en esa reunión, Leo miraba fijamente a los ojos de Tito, atento a cada una de sus palabras. Messi padeció, como le ocurrió al resto, el dolor del bofetón que les dio la vida.

En noviembre Éric Abidal había regresado a los entrenamientos, aunque trabajaba alejado del grupo, y en diciembre los doctores le dieron el visto bueno para que pudiera jugar: participó en cinco partidos, uno de ellos completo. A su recuperación se agarraban todos cuando veían a Tito caminar sereno con una bufanda ocultando las cicatrices de su cuello.

La situación era tremendamente anómala. La apuesta de la dirección deportiva por Roura, que había analizado partidos y escrito informes de los rivales para Guardiola, significaba en la práctica dejar al equipo en manos de la autogestión, con la tranquilidad de que se trataba de un vestuario comprometido y capaz de manejar la situación de modo inteligente. Mandaban los veteranos, Leo también.

El día a día era complicado. La mayor parte de los entrenamientos no duraban más de cuarenta minutos: veinte de rondos y veinte de posesión. Faltaba el cuidado por el detalle. Y la dinámica iniciada durante la temporada se fue acentuando: se perdió la presión arriba por una cuestión de actitud. Si no se exige al futbolista, el juego sin balón es lo primero que se resiente.

En esos días de autogestión, Messi fue retrasando su posición, buscando participar en la creación y también en la ejecución. Y añadió una estadística interesante a sus récords habituales: casi el 15 por ciento de los goles los estaba marcando con su pierna derecha, su «pierna mala». El esfuerzo por mejorar de nuevo quedaba recompensado.

Sin una autoridad relevante en el grupo, el equipo se entregó todavía más a Leo, un proceso que ya había empezado con Guardiola. Y la Pulga, como siempre, quería más: más balón, más goles, más influencia.

«Guardiola puso todo a favor de obra desde el primer día: creó el Messisistema —escribe en el Sport Martí Perarnau—. Al principio consistía en que todos jugaran para Xavi a fin de que éste activara a Messi». El periodista rescata una entrevista del centrocampista en el periódico alemán Süddeutsche Zeitung para explicarlo gráficamente: «Si noto que Messi no ha estado en contacto con la pelota desde hace cinco minutos, pienso: “Así no va. No puede ser. ¿Dónde está?”. Entonces lo agarro y le digo: “Ven, acércate, comencemos a jugar”. Messi es atacante y los atacantes se apagan a veces. Como si estuvieran en off. Pero cuando se acerca al medio campo vuelve a disfrutar». Sin embargo, con Cesc se eludía a Xavi para llegar antes a Leo: se ponían así las bases de la Messidependencia.

Ante tal actitud generalizada, Leo se volvió más exigente, temeroso de que el conjunto se cayera, duro con los que no respondían bien. Se le acentuaron sus características de niño (con alguna reacción que no pasaba los filtros de su verdadera edad) y, al mismo tiempo, los de adulto con mucho recorrido. Ésa es la compleja mentalidad de las grandes estrellas y la dificultad que tenemos para entenderlas: algunos hombres veinte y treinta años mayores que ellos nunca han asumido la responsabilidad de un Leo de veintiséis.

Los futbolistas se atrevían a hablar de tácticas, como hizo Leo en febrero en Barça TV tras remontar con dificultades al Sevilla en el Camp Nou: «El equipo sigue manteniendo la pelota, pero no creamos las mismas ocasiones de peligro. Nos falta algo de profundidad para romper a las defensas». Leo sugería una solución: «El tener una referencia como el Guaje [David Villa] provoca que los centrales queden fijados y no salgan fuera. Todo ayuda a que se creen más espacios para el resto». Messi jugaba más liberado con Villa, que jugó en esa posición entre los centrales rivales para que Leo tuviera más espacio. El Guaje vio puerta en tres encuentros, convirtiéndose en el segundo goleador de la plantilla.

Aunque esa idea táctica le servía al equipo, se hacía patente que Messi, como el conjunto, necesitaba que alguien dirigiera su talento, su instinto y sus necesidades. Cualquier otra cosa no beneficiaba a nadie y a Leo le acortaba la vida: con límites, con retos y objetivos, Messi puede durar mucho más, su influencia es más efectiva que sin esos parámetros, sin esas directrices. Pero nada de eso estaba ocurriendo.

Durante esa campaña se habló a menudo de la relación entre Villa y Messi, especialmente a partir de una discusión muy pública que tuvo lugar en la quinta jornada de Liga, en la primera parte del Barcelona-Granada, después de que Villa no le pasara un balón a Leo cuando éste veía que tenía espacio para rematar. Canal Plus hizo la siguiente transcripción:

—Messi: ¡Pónmela delante! ¡Delante! ¡Pónmela ahí!

—Villa: ¡Pero si no puedes controlarla! ¡No me jodas!… Hostias, si tengo una, y te la he dado a ti.

—Messi: ¡No te jode, ahí! —comenta señalándole el espacio donde debía recibir el balón.

El Guaje había perdido relevancia en el once después de fracturarse la tibia en el Mundial de Clubes en diciembre de 2011. Tito consideraba a Alexis mejor compañía para Leo en el ataque y Villa, campeón del mundo, no es de los futbolistas que acepten de buen grado la suplencia. Algo lógico por otro lado, porque hasta antes de la lesión se había adaptado perfectamente al sistema del Barcelona.

«Ya dije que no busquen problemas donde no los hay, que miren a otro lado —declaró Leo en El País por aquel entonces—. Aquí no hay nada. Es un vestuario que funciona más allá de lo deportivo, espectacular. Hace tiempo que estamos juntos, pero resulta que el nivel humano de la gente es muy grande. No sabe nadie lo bien que lo pasamos. Y tras tantos años no es fácil».

Pese a todo, en un encuentro en Glasgow ante el Celtic, que acabó con la segunda derrota del conjunto blaugrana esa temporada, Villa decidió chutar a portería pese a tener opción de pase a Leo: la tensión se podía cortar con un cuchillo.

Y en un partido ante el Bayer Leverkusen, Alexis marcó dos tantos pero recibió una bronca de Leo por no escoger mejor algunos pases. Los receptores de las demandas de Messi eran delanteros y extremos, los que deben ceder el balón: la exigencia de Leo tiene una base futbolística. Como le había ocurrido a Messi en la época de Ronaldinho, los futbolistas nuevos debían encarar y superar lo establecido para crecer. Los futbolistas que no superan ese reto, caen por la borda.

Ésa no te la puedo dejar pasar. ¿Nunca te peleaste con un compañero?

Sí, pero no a piñas. Para mí, lo que pasó, pasó. Queda en la cancha. Puedo estar caliente uno o dos días, pero después ya fue.

¿Y te pasó con algún amigo de putearte, pero amigo-amigo?

¡Sí! Me pasó con Pinto en una práctica, en un partido reducido, que ganaron ellos, empezaron a festejar y terminamos discutiendo, peleando mal. Y él ya me conoce, al otro día vino, me miró, nos empezamos a reír y ya está.

(Entrevista de MARTÍN SOUTO a LEO MESSI en TyC Sports, en marzo de 2013).

Por cierto, Pinto, amigo y protector de Leo, es portero, como lo es Óscar Ustari o Juan Cruz Leguizamón. Leo siempre se ha sentido a gusto con ellos, al parecer más que con el resto, quizá por el atractivo de compartir la sensación de ser outsiders, «distintos», utilizando el título del libro de Messi que publicó Olé.

En todo caso, la tensión sobre el campo y las disputas futbolísticas reflejaban de nuevo la ausencia de liderazgo. El niño que había hecho un gran esfuerzo para llegar a lo más alto ahora tenía otro reto: manejar el éxito. La lucha no había acabado, simplemente había cambiado. Incluso el mejor del mundo necesita conducción.

El año terminaba con tres grandes noticias para Messi: el 2 de noviembre nació Thiago, el primer hijo de Leo y Antonella. Exactamente a las 17.14 horas. Twitter se volvió loco: por la buena nueva y porque la hora coincidía con el año de la derrota catalana en la Guerra de Sucesión española en cuyo recuerdo se celebra el día nacional de Catalunya.

Además, 2012 fue un año de logros extraordinarios, algunos de los cuales parecen casi imposibles de superar. No sólo batió el récord de Gerd Müller de goles en un año con 91 tantos y ganó su cuarto Balón de Oro consecutivo, sino que su bolsa terminó repleta de trofeos y marcas: máximo goleador de la Copa de Europa por cuarto año consecutivo; el único jugador que ha marcado cinco goles en un partido de Liga de Campeones (contra el Bayer Leverkusen); consiguió el mayor número de hat-tricks en una temporada en la Liga; marcó más goles de forma consecutiva en la Liga que nadie; fue máximo goleador de la selección argentina, superando a Gabriel Batistuta; fue máximo goleador histórico en una temporada europea; récord de hat-tricks en Liga como jugador del Barcelona; máximo anotador del Barcelona en la historia de los Clásicos; máximo pichichi histórico de la Liga en un temporada; máximo goleador europeo del Barcelona; marcó un gol cada 63 minutos jugados contando partidos de club y selección; máximo goleador del Barcelona en la historia, batiendo el récord de César Rodríguez…, y esto es sólo una pequeña selección (cortesía de @MessiStats).

Y, finalmente, Leo acordó una nueva renovación que finalmente fue firmada en febrero de 2013.

Con una llamada telefónica, Messi dio el visto bueno al nuevo contrato anunciado al mismo tiempo que el de Xavi y Puyol, en un mensaje de cohesión hacia el vestuario. Los dos capitanes y la gran estrella unían su futuro al club. Jorge Messi había recibido y rechazado una oferta sensacional de un equipo ruso, dispuesto a pagar 400 millones de euros por el futbolista, al que ofrecían 32 millones de euros al año.

El argentino había renovado en dos ocasiones con Guardiola, y con Tito firmó su estancia hasta 2018. Mantuvo la misma cláusula de rescisión (250 millones), su fijo subía a 13 millones netos (22 brutos) y recibía un premio de 3,2 millones al año por jugar un 60 por ciento de los encuentros.

El Barcelona seguía con su paso firme en la Liga pese a las dudas, y el Madrid, envuelto en un clima de tensión y desconfianzas, había perdido su rueda. Pero en los encuentros directos, José Mourinho había conseguido hacer evolucionar tácticamente a su equipo para dificultar la aportación de Leo. Aunque, como se ha dicho, igualó con dieciocho goles los del legendario Alfredo di Stéfano en los Clásicos, se le atragantaba la línea defensiva alta de los blancos, que le alejaba de la portería. El Madrid eliminó al Barcelona de la Copa tras un empate a uno en el Bernabéu y una derrota 1-3 en el Camp Nou.

Además, debía superar en cada enfrentamiento contra su gran rival el «otro fútbol».

Según explica Diego Torres en su libro, Mourinho pidió a sus jugadores que tocaran la cara de Messi, una travesura que le saca de quicio. Álvaro Arbeloa y Xabi Alonso lo hicieron, ante el asombro de la Pulga, que miró al linier para pedir explicaciones. Al acabar el partido, se filtró un supuesto incidente con el leal asistente de Mourinho, Aitor Karanka (al parecer Leo le dijo: «¿Tú que c… miras, muñeco de Mourinho?») y con Arbeloa, con el que teóricamente se cruzó y al que soltó: «¿Qué miras, bobo? Te espero en Barcelona».

En una rueda de prensa posterior, José Callejón, explicó: «Lo de Aitor sí lo vi porque venía detrás de él. A lo mejor es normal que dentro del campo todos estemos calientes y digamos cosas de las que luego nos arrepentimos. Pero que un compañero de profesión espere después de un partido una hora u hora y media para increpar a un compañero que estaba con su mujer, eso sobra».

El Barcelona había abandonado el estadio cuarenta y cinco minutos después del partido y otros testigos aseguraron que Leo se dirigió hacia la puerta del autobús cuando Arbeloa salía con el coche, pero que no hubo ningún tipo de conversación. El prestigioso periodista del diario madrileño Marca Paco García Caridad dijo en antena y escribió en Twitter que «el intento de desprestigiar a Messi raya el esperpento. ¿Quién filtra las cosas que supuestamente hace Messi? ¿Mou? ¿Su segundo? ¿Se sabe el filtrador? ¿Ahora hay que manchar la imagen de Messi?». El objetivo parecía claro: añadir leña a una campaña de desprestigio que se había iniciado meses atrás, coincidiendo con la discusión con Villa.

Mientras tanto, los goles de Leo y las apariciones constantes de Iniesta escondieron las deficiencias que amenazaban al equipo. Xavi y Puyol, dos de los capitanes, estaban físicamente mermados y otro, Víctor Valdés, le comunicó al club que se iba al final de su contrato, en verano. Los entrenamientos carecían de intensidad, los enfados de los futbolistas por no jugar se multiplicaron. El equipo llegó a encajar goles en trece partidos seguidos. Sobre el campo, las líneas no se juntaban. Se había impuesto la rutina y faltaba meticulosidad, trabajo táctico.

Y, en abril, llegó la fase más importante de la temporada, la que decide los títulos. Ramon Besa resumía en El País lo que el equipo necesitaba: «Se impone cerrar el gimnasio y la enfermería, pasar lista en el entrenamiento y recuperar la cultura del esfuerzo».

A Leo no se le veía feliz. «En el día a día lo veo normal, lo veo bien —dijo Dani Alves en El Mundo—. Pero yo no soy hipócrita, no maquillo las cosas. Es evidente que en los últimos partidos ha estado bajo anímicamente. ¿Por qué? No lo sé, no he buscado saberlo. Sólo quiero saber lo que a uno le interesa compartir. Y si a alguien no le interesa compartir su vida o lo que vive, ¿quién soy yo para preguntar? Respeto su espacio. Pero he notado que estaba un poco más cabizbajo de lo normal».

Pese a su enorme efectividad en la Liga, donde llegó a marcar en 19 partidos consecutivos y 38 veces en 25 jornadas, Messi había estado desaparecido en los Clásicos de Copa, y ocurrió algo parecido ante el AC Milan en la ida de los octavos de final de la Liga de Campeones, un 2-0 que exponía las deficiencias del Barcelona.

Marcelo Sottile, prosecretario del diario Olé, explicó con destreza las sensaciones que daba el equipo: «El Barcelona parece un equipo deprimido. El espejo no le devuelve la imagen del mejor, del más lindo. Hoy se ven más de once caras que tienen poco ánimo; poco rato de lucidez individual; poco recurso táctico desde el banco; y hasta poco físico —producto de las piernas o de la cabeza triste— para cambiar el ritmo y superar las estrategias del Milán y del Madrid, que le han ganado con orden y mucho fútbol».

Leo ejerció su liderazgo y declaró a ESPN: «El equipo está un poco apagado. Hemos tenido resultados malos y es el momento de levantarse, de confiar en nosotros mismos, de hacer lo mismo que hicimos estos años».

Tocaba remontada ante el Milan en el Camp Nou en el partido de vuelta.

Pero se trató del canto del cisne.

Por esas fechas le preguntaron a Leo en Barça TV si necesitaba descanso, ya que lo estaba jugando todo. «Me va bien acumular minutos, porque así no pierdo el ritmo y me encuentro mejor», fue su respuesta.

Al poco tiempo empezó una pesadilla.

2 de abril de 2013. En el partido de ida de cuartos de final de Liga de Campeones ante el PSG, con Tito Vilanova presente en el banquillo, Messi, que había marcado el primer tanto del encuentro, nota un pinchazo en la pierna derecha tras un disparo y es sustituido en el descanso. Juanjo Brau, temiendo lo peor, pide el cambio. Ibrahimovic empata a diez minutos del final. El partido termina 2-2 tras el gol de penalti de Xavi en el 89 y un error de Valdés en el tiempo de descuento.

Vuelta de los octavos de final de Liga de Campeones. 12 de marzo de 2013. F.C. Barcelona 4 - AC Milan 0

Barcelona: Valdés; Alves, Piqué, Mascherano (Puyol, min. 77), Alba; Xavi, Busquets, Iniesta; Messi; Pedro (Adriano, min. 83) y Villa (Alexis, min. 75). No utilizados: Pinto, Cesc, Song y Tello.

Milan: Abbiati; Abate, Mexès, Zapata, Constant; Montolivo, Ambrosini (Muntari, min. 60), Flamini (Bojan, min. 75); Boateng, Niang (Robinho, min. 60) y El Shaarawy. No utilizados: Amelia, Bonera, De Sciglio y Nocerino.

Goles: 1-0, min. 5, Messi, a la escuadra. 2-0, min. 39, Messi, desde la frontal del área. 3-0, min. 55, Villa cruza el esférico tras un pase de Xavi. 4-0, min. 92, Jordi Alba resuelve un contragolpe, un pase de Alexis.

Ramon Besa, «El Barça de Messi venga al de Cruyff», El País: «[…] No será el Milan quien cante el réquiem al Barcelona de Messi, mitad coloso, mitad guerrero, a veces estético y en otras épico, siempre presente en una noche pletórica. Las mejores victorias acostumbran a llegar después de las derrotas más dolorosas. […] El 10 acabó con una de las mejores organizaciones defensivas del mundo. […] La suya [de Messi] es una dictadura consentida, por agradecida y amable, anoche más dulce que nunca. Alrededor del 10, el Barça edificó un partido majestuoso, muy bien gestionado tanto desde el punto de vista emocional como táctico, jugado con la cabeza y los pies, bien visto por los técnicos y los jugadores, jaleado por una entusiasta hinchada. […] Extraordinario en la presión, el Barça jugaba en el campo del Milan».

Martí Perarnau: «Cada pieza vuelve a estar donde debía estar, no donde acabó estando en las semanas anteriores. Cada cual a lo suyo y nadie en tierra de otros y menos en tierra de nadie».

3 de abril de 2013. Las pruebas médicas revelan una lesión en el bíceps femoral. De nuevo el músculo del sprint y de los cambios de ritmo. Es baja para el encuentro ante el Mallorca.

10 de abril de 2013. Se sienta en el banquillo en el partido de vuelta ante el PSG. Los franceses se adelantan con gol de Pastore: juegan con velocidad y valentía y asustan al Barcelona. En lo que parece un acto reflejo, tras encajar el tanto, Messi se sube las medias: estaba previsto que saliera al campo, aunque su lesión necesitaba claramente mucho más tiempo para sanar.

Salta al terreno de juego doce minutos después del gol.

El cuerpo técnico puso al Cid Campeador sobre el caballo.

Atemorizado, el PSG se echa atrás.

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