Messi

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16. La servilleta

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La servilleta

Leo, en medio de la terminal del aeropuerto de Barcelona, acompañado de su padre, vio a Celia Messi y María Sol salir del avión y corrió hacia los brazos de su madre y la abrazó con fuerza. Celia sollozó, abrumada por la bienvenida, y Leo, sintiendo el estremecimiento de su madre, la estrechó más aún. Las lágrimas corrían por su rostro, y no le importó. Dejó de disimular el llanto tras la muerte de su abuela Celia. Jorge se sumó al abrazo mientras Celia Messi sacaba un pañuelo del bolso y se enjugaba la cara; luego se lo dio a Leo, y éste se rió. La había echado mucho de menos y ahora estaba por fin ahí. No la veía desde hacía un mes.

Matías y Rodrigo salieron poco después, y cuando vieron a su hermano menor, se abalanzaron sobre él y casi lo derribaron.

—¡Los Tres Mosqueteros! —exclamó Matías—. ¡Juntos otra vez!

Hundió la mano en el cabello de Leo y se lo revolvió. Jorge se acercó y toda la familia Messi compartió un enorme abrazo, con Leo en el centro, allí en medio de la terminal del aeropuerto de Barcelona. Después del abrazo, salieron todos juntos de ahí.

—¿Tiene ya un contrato? —preguntó Celia a Jorge mientras caminaban.

—No exactamente —contestó él con un titubeo. El FC Barcelona venía pagándolo todo, pero Leo no tenía aún un contrato por escrito.

—«No exactamente» no es un «sí» —observó Celia, lanzando una mirada a su marido.

—Aseguran que no tardarán en tenerlo listo —contestó Jorge, manteniendo la puerta abierta para dejar pasar a su mujer.

Ella lo miró. Le constaba que él hacía todo lo posible por ayudar a su hijo. Esta vez habían recorrido un largo camino después de ser rechazados ya un par de veces. Ése era el viaje más largo que habían hecho hasta entonces y la inquietaba que todo pudiera venirse abajo en el último momento, tal como había ocurrido en el Newell’s y el River Plate. En lugar de hacer reproches a Jorge, le dio un beso en la mejilla y le dijo que estaba llevándolo todo muy bien. Luego se dirigieron hacia el coche que los esperaba para llevarlos de regreso al hotel. Jorge fue el último en subirse a la larga limusina y, una vez dentro, rodeó los hombros de Celia con el brazo. Había sido un largo vuelo, y ella se alegraba de tener a toda la familia reunida de nuevo.

—Dice Rexach que firmaremos un día de éstos —le susurró Jorge al oído.

—¡Dos meses ya! —exclamó Celia, apartándose de la ventana con vistas a la ciudad de Barcelona.

Jorge veía la frustración en su cara. Hacía casi dos meses que habían desembarcado del avión en su viaje desde Rosario. Seguía sin haber contrato. Celia decidió que tenía que plantarse firme.

—El Barcelona empieza a parecerse mucho al Newell’s y al River Plate, y Leo necesita sus inyecciones. Se nos acaba el dinero. Lo hemos arriesgado todo y lo único que tenemos es esta habitación de hotel y un montón de ropa sucia. Si no van a fichar a Leo, debemos irnos a casa.

Matías y Rodrigo veían la televisión en el dormitorio. Leo tenía la oreja pegada a la puerta cerrada y escuchaba con atención a sus padres.

—De acuerdo, llamaré —dijo Jorge—. Llamaré a Charly Rexach.

La sala de juntas del FC Barcelona era elegante. Una antigua mesa alargada dominaba el espacio. Una pared entera de cristal ofrecía una amplia panorámica del Camp Nou. Cuando Charly Rexach entró, los otros directivos, scouts, agentes y ejecutivos se encontraban ya allí. También estaba Joan Gaspart, el presidente del FC Barcelona.

—Refréscanos la memoria, Charly —dijo Gaspart—. ¿Por qué se nos pide que fichemos a un niño de doce años de Rosario, Argentina?

—Porque me pediste que buscara lo mejor —contestó Rexach, sonriente, mientras se acomodaba en su silla. Las demás personas sentadas en torno a la mesa se rieron—. Imagina que no te proporcionara sólo al mejor juvenil que hemos visto, sino quizá la mejor inversión de este club en años. ¿Cómo quedaría eso en mi historial profesional?

Gaspart sonrió a su viejo amigo Charly Rexach y a Josep Maria Minguella.

—No esperaría menos de ti.

—El chico es obviamente muy especial —intervino Horacio Gaggioli, el agente—. Nos pidió que buscáramos jugadores con talento fuera de España y hemos encontrado lo mejor.

Gaspart miró alternativamente a los miembros de su equipo.

—Es demasiado joven —adujo uno de los directivos.

—Y demasiado pequeño —añadió otro.

—Por eso es aún más asombroso —opinó Minguella.

—Yo tenía doce años cuando entré en el Barça —dijo Rexach, fijando su mirada en la de Gaspart.

Se produjo un largo y profundo silencio en la sala.

—Corren tiempos difíciles para nuestro fútbol base —dijo Gaspart—. Eso tienes que saberlo, Charly.

—Y nuestro cometido es invertir en el futuro del club. ¿Por qué, si no, mandamos a Gaggioli en su gran misión a Argentina? —dijo Rexach.

—Messi es precisamente lo que necesitamos —afirmó Gaggioli.

Rexach se puso en pie, rodeó la mesa para acercarse al lugar que ocupaba Gaspart y se detuvo ante él.

—Mira, yo pedí un jugador de dieciocho años. Cuando Horacio me trajo a uno de doce, me enfadé. Y luego vi jugar al chico. —Rexach movió la cabeza en un gesto de asombro—. Es distinto. ¡Y podemos convertirlo en algo extraordinario!

Joan Gaspart tardó largo rato en contestar.

—Más vale que tengas razón, Charly —dijo por fin—. Es mucho lo que apostamos por él.

—Sí —coincidió Rexach—. Pero su familia también. Lo han arriesgado todo por venir aquí. Pido autorización para ofrecerle un contrato. —Dicho esto, se dio media vuelta y regresó a su asiento.

Cuando Rexach ocupó la silla, Joan Gaspart le sonrió y asintió.

—Autorización concedida, Charly. Ya redactaremos algo. Puede que nos lleve un tiempo.

Rexach se levantó.

—Con el debido respeto, no tenemos tiempo.

Gaspart escrutó a sus hombres y supo que hablaban en serio. Pero había un procedimiento que seguir. La maquinaria del Barça no era algo que fuera a cambiarse por un niño de Rosario.

Cuando Charly Rexach cogió el ascensor y bajó a la calle, sabía ya qué debía hacer. Se dirigió a la cabina de teléfono más cercana, llamó a Jorge Messi y le invitó a comer a él y a su hijo. Los adornos navideños decoraban ya toda la ciudad y lo animaron en su paseo hasta el Club de Tenis Pompeia. Sería una feliz Navidad para la familia Messi.

Jorge y Leo estaban ya sentados a la mesa cuando Rexach llegó al club. Como en el restaurante lo conocía casi todo el mundo, se entretuvo en saludar a amigos y allegados, abriéndose paso lentamente hacia la mesa por el concurrido comedor, donde Jorge y Leo bebían limonada y comían pastas. Aunque no hacía mucho frío, ya era 14 de diciembre.

Jorge estaba preparado para recibir a Rexach cuando éste se detuvo junto a la mesa y se sentó.

—¿Trajo el contrato? —preguntó, impaciente.

Rexach se removió incómodo en la silla.

—Todavía no —respondió—. Necesito más tiempo. Pero no se preocupe. Me han dado autorización para ofrecerle un trato, pero el Barça es un gran club, y a veces estas cosas llevan su tiempo.

Jorge estaba a punto de estallar.

—Oiga, hay que pagar los gastos médicos de Leo y con tanta espera se nos está acabando el dinero. Debe entender que lo arriesgamos todo por venir aquí. No podemos esperar más. O firmamos un contrato o nos volvemos a casa.

Jorge era franco e iba al grano, y a Rexach le gustaba eso de él. Supo qué tenía que hacer.

—No podría estar más de acuerdo, señor Messi. Usted quiere lo mejor para Leo, y nosotros también —afirmó, y llevándose la mano al bolsillo interior de la chaqueta, sacó un bolígrafo. Se palpó los bolsillos en busca de algo más y, como no lo encontró, se puso en pie—. Disculpe. —Se acercó a la barra, cogió unas cuantas servilletas, regresó apresuradamente a la mesa, desplegó una de las servilletas y empezó a escribir—. Creo que las condiciones le parecerán bien. Leo vivirá en La Masia y se le pagará. Nos haremos cargo de todos sus gastos médicos, y a usted le buscaremos un empleo en la organización del FC Barcelona. Por supuesto, debe acceder a trasladarse a España, y Leo tendrá que solicitar la residencia, pero eso no será difícil, dado que tienen ustedes parientes en Lleida —explicó Rexach, apartando la vista de la servilleta de papel en la que estaba escribiendo.

—¡Un contrato en una servilleta de papel! —exclamó Jorge, estupefacto.

Leo se echó a reír, pese a que no sabía bien de qué hablaban los adultos. Rexach se rió también.

—Por lo general, siempre llevo encima papel, pero he salido con prisas para venir a verlos. —Acercó a Jorge el contrato escrito en la servilleta desplegada—. Dígame si me he dejado algo.

Jorge repasó ávidamente el contrato improvisado en la servilleta, lanzando alguna que otra mirada a Leo y sonriendo. Aquello era todo lo que habían soñado y más. Cuando terminó de leer, miró a Rexach con una sonrisa, feliz como nunca en la vida. Devolvió la servilleta al representante del FC Barcelona y asintió.

—Trato hecho.

Charly Rexach exhaló un suspiro de alivio. Más de una persona en el mundo, incluidos los directivos del Newell’s Old Boys y el River Plate en Argentina, iba a arrepentirse de haber dejado escapar a aquel genio.

Concluida la comida, Rexach dio las gracias a Jorge y Leo y prometió entregar un contrato más formal lo antes posible. Cuando mostró la servilleta a Minguella y Gaggioli, los dos soltaron una sonora carcajada.

—¡¿Una servilleta?! —exclamó Minguella en voz tan alta que su secretaria entró corriendo en el despacho con un puñado de servilletas para él, convencida de que necesitaba una.

—¡Aquí tiene, señor Minguella! —dijo, acercándole una servilleta a la cara.

Todos prorrumpieron en risas, y Minguella y Gaggioli añadieron sus firmas al pie de la servilleta.

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