Messi

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13. Aventurarse a lo desconocido

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Aventurarse a lo desconocido

Leo, con la nariz pegada a la ventanilla del avión, vio desfilar abajo el paisaje argentino y pensó que parecía un tablero de ajedrez.

En realidad no le gustaba la idea de alejarse de su casa en Rosario, así que para él ese viaje era toda una hazaña. Aventurarse a lo desconocido lo puso nervioso. Se desperezó en el asiento para relajarse y, al oírlo chirriar, sonrió.

El vuelo a Barcelona duró quince horas. Leo intentó ver las películas, pero sólo podía pensar en jugar con el Barça. Miró a su padre. Jorge dormía como un tronco. Se encogió de hombros, se levantó y se acercó al puesto de servicio en la parte delantera del avión, donde varios auxiliares de vuelo trajinaban con platos y bandejas.

—Me dijeron que si quería algo, sólo tenía que pedirlo. ¿Se acuerdan?

—Claro —contestó una de las azafatas—. ¿Qué podemos hacer por ti?

—Quiero ver El peque se va de marcha —dijo Leo—. Es una película.

Las azafatas se miraron. El auxiliar de vuelo lo encontró gracioso.

—Habría imaginado que querrías ver Jungla de cristal, pero no El peque se va de marcha.

—Es mi película favorita —explicó Leo—. Trata de un bebé que se escapa de casa y tiene muchas aventuras en la gran ciudad. Nadie espera que el bebé haga cosas asombrosas.

—Y el bebé menos que nadie —intervino una azafata, y todos rieron.

Al cabo de quince horas, Leo y su padre abandonaban en taxi el aeropuerto. Fueron directamente a un céntrico hotel de Barcelona, que no estaba muy lejos del Camp Nou. Leo mantuvo la cara contra la ventanilla del vehículo durante los veinte minutos del trayecto y contempló maravillado el paisaje urbano barcelonés. Nunca antes había visto una ciudad como ésa.

Al cabo de un par de días Leo ya no soportaba más estar encerrado. Durante ese tiempo su padre y él permanecieron en su habitación de la octava planta, bajando sólo para comer y comprobar si tenían algún mensaje. Pero no había noticias. A Leo lo enloquecía la sola idea de saber que el Camp Nou estaba relativamente cerca del hotel. Tenía que ver el estadio, pero Jorge insistió en que convenía quedarse en la habitación por si el club telefoneaba.

Cuando Leo ya no aguantaba más la espera, cogió su balón, salió furtivamente de la habitación y corrió por el pasillo hasta los ascensores.

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