Merrick

Merrick


Capítulo 5

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Le conté todo lo que les he contado hasta ahora.

Describí incluso mis escasos recuerdos de mi primer encuentro con la niña Merrick, y mi temor contenido cuando tuve la certeza de que los antepasados de los daguerrotipos habían manifestado su aprobación con respecto a Aarón y a mí.

Louis se mostró sorprendido cuando le referí esa parte de la historia, pero no me dejó detenerme, sino que me instó a proseguir.

Le expliqué brevemente que nuestro encuentro había desencadenado en mí otros recuerdos de Merrick, más eróticos, pero que ésta no había rechazado su petición.

Le dije que Merrick le había visto y que sabía quién era y qué era mucho antes de que los de Talamasca le hubieran pasado alguna información sobre los vampiros. Es más, que yo supiera, nadie había pasado a Merrick ninguna información sobre los vampiros.

—Recuerdo más de un encuentro con ella —comentó Louis—. Debí decírtelo, pero a estas alturas ya debes de saber cómo soy.

—¿Qué quieres decir?

—Sólo te cuento lo imprescindible —respondió suspirando—. Quiero creer lo que digo, pero es difícil. Sí, tuve un encuentro con Merrick. Es cierto. Y también es cierto que me maldijo. Eso bastó para que me alejara de ella. Cometí con ella un error de apreciación. Pero no estaba asustado. Si yo pudiera adivinar los pensamientos de los demás como haces tú, no habría caído en ese error.

—Explícate —dije.

—Me encontraba en un callejón, bastante peligroso. Creí que Merrick deseaba morir. Caminaba sola en la oscuridad y al oír mis pisadas tras ella, no se molestó en volverse ni apretar el paso. Fue una actitud imprudente y muy inusual en una mujer. Supuse que estaba cansada de vivir.

—Te comprendo.

—Pero luego, cuando me aproximé a ella —continuó Louis—, me fulminó con la mirada y me transmitió una advertencia que percibí con la misma claridad que si la hubiera expresado de viva voz: «Si me tocas te destruiré». Es la mejor traducción del francés que soy capaz de hacer. Me maldijo y me llamó de todo, unos insultos que no estoy seguro de lo que significan. Pero no me alejé de ella atemorizado. Simplemente, no le planté cara. Me acerqué a ella porque estaba sediento y creí que deseaba morir.

—Comprendo —dije—. Encaja con lo que ella me contó. Según tengo entendido, te ha visto en otras ocasiones, de lejos.

Louis reflexionó unos momentos antes de responder.

—Había una anciana, una anciana muy poderosa. —Así que has oído hablar de ella…

—Cuando acudí a ti para pedirte que te entrevistaras con Merrick, había oído hablar de ella, sí. Pero de eso hace mucho tiempo, cuando la anciana vivía. Me consta que me había visto algunas veces y sabía quién era yo. —Hizo una breve pausa y continuó —: Hace tiempo, antes de principios de siglo, había unas mujeres que practicaban el vudú y que estaban informadas de nuestra existencia. Pero estábamos seguros porque nadie las creía.

—Por supuesto —respondí.

—Confieso que nunca creí mucho en esas mujeres. Cuando me encontré con Merrick, presentí algo tremendamente poderoso y ajeno a mis conocimientos. Pero continúa, por favor. Cuéntame lo que ocurrió esa noche.

Le expliqué que después de haber acompañado a Merrick al hotel Windsor Court había caído sobre mí un conjuro acompañado de numerosas apariciones, la más nefasta y terrorífica de las cuales había sido la de Gran Nananne, la madrina de Merrick, que había muerto hacía años.

—Si hubieras visto a esas dos figuras hablando entre ellas en la entrada de la casa, si hubieras visto lo absortas que estaban en la conversación, su aire de complicidad y el descaro con que me observaron, se te habrían puesto los pelos de punta.

—No lo dudo —contestó Louis—. Y dices que las viste, como si realmente estuvieran allí. No fue simplemente una imaginación tuya.

—No, querido amigo, las vi con claridad. Parecían reales. Claro que no tenían el aspecto de la gente normal. ¡Pero estaban allí!

A continuación le conté lo de mi regreso al hotel, el altar, Papá Legba y mi vuelta a casa, y describí de nuevo la música de clavicémbalo y el canto de los pájaros enjaulados.

Louis se mostró visiblemente triste al oír eso, pero no me interrumpió.

—Como ya te he contado —dije—, reconocí la música. Era la primera sonata de Mozart. La persona que la tocaba lo hacía de una forma totalmente irreal, llena de…

—Cuéntame.

—Pero tú debiste de oírla. Fue escalofriante. Me refiero a que debiste de oír esa música hace mucho tiempo, cuando alguien la tocó en esta casa por primera vez, porque esos sucesos fantasmagóricos sólo repiten algo que sucedió antiguamente.

—Llena de ira —dijo Louis suavemente, como si la palabra «ira» le hiciera bajar la voz.

—Sí, estaba llena de ira. Era Claudia la que tocaba, ¿no es así?

Louis no respondió. Parecía sobrecogido por sus recuerdos y reflexiones.

—Pero no sabes si fue Claudia quien te hizo oír esos sonidos —dijo por fin—. Pudo haber sido Merrick y sus conjuros.

—Tienes razón, pero tampoco sabemos si fue Merrick quien provocó las otras apariciones. El altar, la vela, incluso mi sangre en el pañuelo… Nada de eso demuestra que fuera Merrick quien me envió esos espíritus. Debemos tener en cuenta el fantasma de Gran Nananne.

—¿Te refieres a que ese fantasma pudo interferirse entre nosotros?

—Quizás ese fantasma quiera proteger a Merrick —dije asintiendo con la cabeza—. Quizá quiera impedir que su ahijada invoque el alma de un vampiro. ¡Quién sabe!

Louis parecía a punto de caer en la desesperación. Seguía conservando la serenidad y la compostura, pero tenía el rostro crispado. Se dominó enseguida y se volvió hacia mí para cederme la palabra, como si no se sintiera capaz de expresar lo que sentía.

—Escucha, Louis. Sólo tengo unos conocimientos vagos sobre lo que voy a decir, pero es muy importante.

—¿De qué se trata? —Louis volvía a mostrarse animado y humilde, sentado muy tieso en la butaca, instándome a continuar.

—Tú y yo somos criaturas terrenales. Somos vampiros. Pero somos materiales. De hecho, estamos profundamente vinculados con el homo sapiens en tanto en cuanto nos alimentamos tan sólo de la sangre de esa especie. Sea cual sea el espíritu que se aloja en nuestros cuerpos, que rige nuestras células, que nos permite vivir, es un espíritu insensible y, por lo que a nosotros nos atañe, anónimo. Supongo que estarás de acuerdo en esto… —Desde luego —contestó Louis, ansioso por seguir escuchándome.

—Lo que hace Merrick es magia, Louis. Pertenece a otro ámbito.

No respondió. —Lo que le hemos pedido que haga es magia —proseguí—, el vudú es magia, al igual que el candomblé, al igual que el sacrificio de la misa. Louis se mostró sorprendido, pero fascinado.

—Dios es mágico —continué—, como también lo son los santos. Los ángeles son mágicos. Los fantasmas, si son las apariciones de unas almas que en otro tiempo habitaron en la Tierra, también son mágicos.

Louis asimiló estas palabras respetuosamente, en silencio.

—Quede claro —proseguí—, que no digo que todos estos elementos mágicos sean iguales. Lo que sí digo es que todos ellos están divorciados de lo material, de la Tierra, de la carne. Por supuesto, reaccionan recíprocamente con la materia, con la carne. Pero pertenecen al ámbito de la pura espiritualidad donde existen otras leyes, unas leyes distintas de nuestras leyes físicas y terrenales.

—Ya te entiendo —dijo Louis—. Me adviertes que esta mujer es capaz de hacer ciertas cosas que pueden confundirnos, como confundirían a unos hombres mortales.

—Sí, en parte eso es lo que pretendo —respondí—. No obstante, Merrick puede hacer mucho más que confundirnos. Debemos considerarla, tanto a ella como a sus poderes, con el máximo respecto.

—Te comprendo muy bien —dijo Louis—. Pero si los seres humanos poseen un alma que sobrevive a la muerte, un alma que puede manifestarse como un espíritu ante los vivos, eso significa que los seres humanos poseen también unos componentes mágicos.

—Sí, un componente mágico, que tú y yo todavía tenemos, junto con un componente adicional vampírico, pero cuando un alma abandona realmente su cuerpo físico entra en el reino de Dios.

—De modo que crees en Dios —dijo Louis, asombrado. —Sí, creo que sí. Miento, estoy seguro de ello. ¿Para qué ocultarlo como si fuera fruto de un talante ingenuo o absurdo?

—Entonces debes de sentir un gran respeto por Merrick y su magia —comentó Louis—. Y crees que Gran Nananne, como tú la llamas, puede ser un espíritu muy poderoso.

—Exactamente —respondí.

Louis se reclinó en la butaca, moviendo los ojos de un lado para otro bastante rápidamente. Se sentía excitado por lo que yo le había contado, pero su estado de ánimo era de profundo pesar y nada de lo que yo dijera podía hacerle adoptar una expresión alegre o satisfecha.

—Según dices, Gran Nananne puede ser peligrosa —murmuró—. Quizá quiera proteger a Merrick de…

Su pesadumbre le confería un aspecto espléndido. Pensé de nuevo en los retratos de Andrea del Sarto. Tenía una belleza sensual, pese a las líneas nítidas y pronunciadas de sus ojos y su boca.

—No espero que mi fe influya lo más mínimo en ti —dije—. Pero quiero recalcar estos sentimientos porque la cuestión del vudú, de los espíritus, es un tema peligroso.

Louis se mostraba turbado pero no atemorizado, ni siquiera en guardia. Yo quería añadir más, quería contarle mis experiencias en Brasil, pero no era ni el momento ni el lugar oportunos.

—Pero en lo referente a los fantasmas, David —dijo al cabo de unos momentos, manteniendo un tono respetuoso

—, sin duda existe todo tipo de fantasmas.

—Sí, me parece que sé lo que quieres decir —repuse.

—Concretamente, esta Gran Nananne, suponiendo que apareciera por voluntad propia, ¿de dónde provenía?

—Eso no podemos saberlo de ningún fantasma, Louis.

—Pero algunos fantasmas son manifestaciones de espíritus terrenales, según afirman los estudiosos de lo esotérico, ¿no es así?

—En efecto.

—Si esos fantasmas son los espíritus de los muertos terrenales, ¿cómo podemos afirmar que son puramente mágicos? ¿Acaso no se hallan dentro de la atmósfera? ¿Acaso no pugnan por alcanzar a los vivos? ¿No están divorciados de Dios?

¿Cómo interpretar si no el hecho de que Claudia se apareciera a Jesse? Si no fue Claudia, eso significa que no se ha trasladado a un ámbito puramente espiritual. Eso significa que Claudia no pertenece a las leyes ajenas a nosotros, que no ha alcanzado la paz.

—Ya entiendo —repuse—. De modo que éste es el motivo por el que quieres llevar a cabo el rito. —Me sentía como un estúpido por no haber caído hasta entonces en la cuenta—. Crees que Claudia sufre.

—Es posible —contestó Louis—, suponiendo que Claudia no se apareciera a Jesse tal como creyó ésta. —Parecía muy deprimido—. Francamente, confío en que no consigamos que se nos aparezca el espíritu de Claudia. Confío en que el poder de Merrick resulte ineficaz. Confío en que si Claudia tiene un alma inmortal, ésta se haya reunido con Dios. Confío en cosas en las que no creo.

—De modo que por eso te atormenta la historia del fantasma de Claudia. No quieres hablar con ella. Sólo quieres comprobar si está en paz.

—Sí, porque temo que su espíritu se sienta inquieto y atormentado. No puedo saberlo por las historias de otros. Nunca se me ha aparecido un espíritu, David. Ya te he dicho que nunca he oído aquí esa música de clavicémbalo, ni el canto de unos pájaros enjaulados. Nunca he presenciado nada que indique que Claudia existe en alguna parte bajo alguna forma. Quiero invocar a Claudia para saberlo.

Esta confesión le había costado un esfuerzo. Se reclinó de nuevo en la butaca y volvió el rostro, tal vez para replegarse en lo más íntimo de su alma.

—Si hubiera conseguido verla —dijo por fin, manteniendo los ojos fijos en un punto invisible en las sombras—, habría podido llegar a alguna conclusión, por vaga que fuera. Por más que intento convencerme de que ningún espíritu errante podría hacerme creer que era Claudia, lo cierto es que nunca he visto a un espíritu errante, ni nada remotamente parecido. Sólo me baso en la historia de Jesse sobre lo sucedido, que la misma Jesse trató de suavizar para no herir mis sentimientos, y las balbucientes declaraciones de Lestat de que Claudia se le apareció también a él, unas experiencias pasadas que lo abrumaron cuando padeció su aventura con el Ladrón de Cuerpos.

—Sí, le he oído hablar de eso.

—Pero tratándose de Lestat, cualquiera sabe… —dijo Louis—. Es posible que estuviera describiendo su conciencia a través de esas historias. No lo sé. Lo único que sé es que ansío desesperadamente que Merrick Mayfair trate de invocar el espíritu de Claudia y que estoy preparado para lo que pueda suceder.

—En todo caso, crees estar preparado —me apresuré a decir, un tanto injustamente.

—Comprendo que el conjuro del que has sido víctima esta noche te haya impresionado.

—No puedes imaginar hasta qué punto —contesté.

—De acuerdo, lo confieso. No puedo imaginarlo. Pero hay algo que no entiendo. Te has referido a un ámbito más allá de la Tierra y dices que Merrick utiliza la magia para tratar de alcanzarlo. Pero ¿qué tiene que ver en ello la sangre? Porque ella utiliza la sangre en sus ritos, ¿no es así? —Louis prosiguió, visiblemente enojado —: El vudú contiene casi siempre una ofrenda de sangre —afirmó—. Dices que el sacrificio de la misa es mágico, y te comprendo, porque si el pan y el vino se transforman en el sacrificio de la crucifixión, demuestra que es mágico, pero ¿qué tiene que ver la sangre? Somos unos seres terrenales, sí, pero un pequeño componente de nosotros es mágico, ¿y por qué exige ese componente de sangre?

Louis se expresó acaloradamente al terminar, mirándome casi con severidad, aunque yo sabía que sus emociones no tenían nada que ver conmigo.

—Lo que digo es que podemos comparar los rituales que se vienen practicando desde siempre en todo el mundo en las distintas religiones y sistemas de magia, pero siempre contienen un elemento de sangre. ¿Por qué? Sé que los seres humanos no pueden vivir sin sangre, por supuesto; sé que «la sangre es vida», según dice Drácula; sé que la humanidad habla a gritos y en murmullos sobre altares cubiertos de sangre, y sobre baños de sangre y parentescos de sangre, que la sangre exige sangre, y sobre la pureza de la sangre. Pero ¿por qué? ¿Cuál es el vínculo esencial que une a esas tradiciones y supersticiones? Y ante todo, ¿por qué Dios desea sangre?

No sabía qué decir. No quería precipitarme en mi respuesta. Por otra parte, no tenía una respuesta. Su pregunta era demasiado profunda. La sangre constituía una parte esencial del candomblé. Y también de los ritos auténticos del vudú.

—No me refiero concretamente a tu Dios —continuó Louis con tono amable—, pero el Dios del sagrado sacrificio de la misa exige sangre, y la crucifixión se considera uno de los sacrificios de sangre más importantes de todos los tiempos. Pero ¿y los otros dioses, los dioses de la antigua Roma para quienes era necesario que se derramara sangre en la arena del circo y sobre el altar, o los dioses aztecas que seguían exigiendo sacrificios humanos a cambio de gobernar el universo cuando los españoles desembarcaron en sus costas?

—Quizá no formulemos la pregunta en sus justos términos —respondí por fin—. Quizá no sean los dioses quienes exijan sangre, sino nosotros. Quizá la hayamos convertido en el vehículo de la transmisión divina. Quizás algún día el mundo consiga abandonar esta vieja superstición.

—Hummm, no se trata de un mero anacronismo —replicó Louis—, sino de un auténtico misterio. ¿Por qué los nativos de la antigua Suramérica tienen una sola palabra para designar a las flores y a la sangre?

Volvió a levantarse de la butaca, con expresión inquieta, se acercó de nuevo a la ventana y se puso a mirar a través de los visillos de encaje.

—Yo tengo mis propios sueños —dijo con voz queda—. Sueño con que ella vendrá para decirme que está en paz y me dará valor para hacer lo que debo hacer.

Esas palabras me entristecieron y turbaron.

—El Todopoderoso no ha fijado su canon contra mi inmolación —dijo parafraseando a Shakespeare—, porque para conseguirlo lo único que tengo que hacer es no refugiarme cuando despunte el día. Sueño con que ella me advertirá del fuego del infierno y la necesidad de que me arrepienta. Pero nos movemos dentro de una pequeña representación mágica, ¿no es cierto? Si ella se presenta, quizá tenga que avanzar a tientas. Quizá se sienta perdida entre las almas errantes que vio Lestat cuando viajó fuera de este mundo.

—Todo es posible —comenté.

Se produjo una larga pausa durante la cual me acerqué silenciosamente a él y apoyé una mano en su hombro, para indicarle que respetaba su dolor. El no respondió a ese pequeño gesto de intimidad. Volví a sentarme en el sofá y esperé. No tenía intención de dejarle con aquellos pensamientos tan sombríos. Por fin se volvió.

—No te muevas —dijo con voz queda, y salió de la habitación y echó a andar por el pasillo. Le oí abrir una puerta. Unos instantes después regresó con algo que parecía una pequeña fotografía antigua.

Sentí una gran curiosidad. ¿Podía ser lo que imaginaba?

Reconocí el pequeño estuche de gutapercha en el que estaba montada, como los daguerrotipos enmarcados que me había enseñado Merrick. Parecía antiguo y bien conservado.

Louis abrió el estuche y contempló la imagen. —Te has referido a las fotografías de parientes de nuestra querida bruja —dijo con tono reverencial—. Te preguntabas si no serían los vehículos para las almas tutelares.

—En efecto. Hubiera jurado que esos pequeños retratos nos miraban a Aarón y a mí.

—Dijiste que no podías imaginar lo que había significado para nosotros contemplar por primera vez, hace muchos años, unos daguerrotipos, o como se llamen.

Aquello me dejó asombrado. De modo que había estado allí, vivo, testigo de la escena. Se había trasladado del mundo de los retratos pintados al de las imágenes fotográficas. Se había desplazado a través de aquellas décadas y ahora estaba vivo, en nuestra época.

—Imagina unos espejos —dijo— a los que todo el mundo está acostumbrado. Imagina que el reflejo queda congelado para siempre. En eso consistía el mecanismo. Excepto que el color desaparecía por completo, mostrando tan sólo el horror, por así decir; pero a nadie le pareció un fenómeno extraordinario cuando se produjo, y poco después se convirtió en algo corriente. No fuimos capaces de apreciar ese milagro. Se hizo popular con demasiada rapidez. Al principio, cuando se instalaron los primeros estudios, no era para nosotros.

—¿Para nosotros?

—¿No lo entiendes, David? Tenían que tomarlas a la luz del día. Las primeras fotografías pertenecían sólo a los mortales.

—Por supuesto. No había caído en ello.

—Ella odiaba ese nuevo arte —dijo Louis, contemplando de nuevo la imagen—. Y una noche, sin que yo lo supiera, rompió la cerradura de uno de los nuevos estudios (había muchos) y sustrajo todas las fotografías que halló. Estaba furiosa y las rompió, las hizo pedazos. Dijo que era horrible que no nos pudiéramos hacer fotografías. «Sí, es como vernos en unos espejos, que según las viejas leyendas está prohibido —me gritó—. Pero ¿y este espejo? ¿Acaso no representa un peligroso juicio de valor?». Yo expresé una rotunda negativa.

»Recuerdo que Lestat se rió de ella. Dijo que era codiciosa y estúpida y que debía contentarse con lo que tenía. Ella, que no lo soportaba, ni siquiera le contestó. Entonces Lestat mandó que pintaran un retrato en miniatura de ella para que lo luciera en un medallón, el medallón que hallaste para él en una cámara acorazada de Talamasca.

—Comprendo —respondí—. Lestat no me había contado esa historia.

—Lestat olvida muchas cosas —dijo Louis con aire pensativo pero sin tono de censura—. Posteriormente mandó que pintaran otros retratos de ella. En esta casa hay uno muy grande, precioso. Nos lo llevamos a Europa. Llevamos numerosos baúles cargados con nuestras pertenencias, pero no quiero recordar esos tiempos. No quiero recordar el afán de Claudia en herir a Lestat.

Yo guardé un respetuoso silencio.

—Pero lo que a ella le gustaba —prosiguió— eran las fotografías, los daguerrotipos; quería tener una imagen real de sí misma sobre una placa. Estaba furiosa, como te he comentado. Pero años más tarde, cuando llegamos a París, en aquellas noches maravillosas antes de que diéramos con el Théátre des Vampires y los monstruos que la destruyeron, Claudia averiguó que esas imágenes mágicas podían tomarse de noche, con luz artificial.

Louis parecía revivir esa experiencia con dolor. Yo seguí callado.

—No puedes imaginar su entusiasmo. Había visto una exposición del famoso fotógrafo Nadar, unas fotografías de las catacumbas de París. Unas imágenes de montones de huesos humanos. Nadar era todo un personaje, como ya sabes. A Claudia le encantaron esas fotografías. Fue a su estudio por la noche, después de concertar una cita con él, y Nadar le hizo este retrato. Louis se acercó a mí.

—Es una imagen borrosa. Fue preciso utilizar un sinfín de espejos y luces artificiales. Claudia permaneció inmóvil durante mucho rato… Sólo una niña vampiro habría sido capaz de realizar este truco. Se quedó muy satisfecha del retrato. Lo tenía en su mesita de noche en el hotel Saint-Gabriel, el último lugar que constituyó nuestro hogar. Teníamos unas habitaciones espléndidas. Estaba cerca de la Ópera. No creo que Claudia llegara a sacar de las maletas los cuadros pintados. Lo que ella quería era esto. Pensé que Claudia llegaría a ser feliz en París. Quizá pudo haberlo sido… Pero no hubo tiempo. Ella creía que esta pequeña fotografía no era más que el principio, planeaba regresar al estudio de Nadar con un vestido aún más bonito…

Louis me miró.

Me levanté para coger la fotografía, que él depositó en mis manos con gran cuidado, como temiendo que la imagen se destruyera por propia voluntad.

Me quedé pasmado. Qué menuda e inocente parecía aquella niña irrecuperable con el pelo rubio y las mejillas regordetas, con unos labios oscuros y sensuales vestida de encaje blanco. Al contemplarla observé que sus ojos relampagueaban desde el sombrío cristal. Tuve de nuevo la sospecha, que había experimentado intensamente con los daguerrotipos de Merrick, de que la imagen me estaba mirando.

Quizá solté una pequeña exclamación. No lo sé. Cerré el pequeño estuche, e incluso conseguí accionar el diminuto cierre de oro.

—¿Verdad que era una belleza? —preguntó Louis—. A que sí. No se trata simplemente de una opinión. Era una belleza. No puede negarse.

Yo le miré. Quería decirle que tenía razón, que Claudia era una belleza, pero no conseguí articular palabra. —Tenemos este objeto para que Merrick realice el conjuro —dijo—. No su sangre, ni una prenda de vestir, ni un mechón de su cabello. Pero tenemos esto. Cuando murió, regresé a las habitaciones del hotel donde habíamos sido tan felices y lo cogí. El resto lo dejé.

Louis se guardó la fotografía en el bolsillo interior de la chaqueta. Parecía un tanto impresionado, con la mirada deliberadamente ausente. Luego meneó un momento la cabeza.

—¿No crees que será lo suficientemente potente para que Merrick consiga invocarla? —inquirió.

—Sí —contesté. En mi mente se agolpaba un montón de palabras tranquilizadoras, pero todas me parecían pobres y huecas.

Nos miramos directamente a los ojos. Me sorprendió la intensidad de su expresión. Presentaba un aspecto completamente humano, apasionado. Me parecía increíble que hubiera soportado aquel dolor.

—En realidad no quiero verla, David —dijo—. Créeme. No quiero que se me aparezca su fantasma y, francamente, dudo que lo consigamos.

—Te creo, Louis —dije.

—Pero si aparece, y está atormentada…

—Merrick sabrá guiarla —me apresuré a responder—. Sé que lo hará. Todos los médium de Talamasca saben cómo guiar a los espíritus. Todos los médium saben cómo orientar a los espíritus atormentados a buscar la luz. Louis asintió con la cabeza.

—Cuento con ello —dijo—. Pero no creo que Claudia se sienta perdida, sino que desea permanecer en el ámbito en el que se halla. Confío en que una bruja poderosa como Merrick logre convencerla de que más allá de ese ámbito hay un lugar donde no existe el dolor.

—Exactamente.

—Bien, no quiero molestarte más —dijo Louis—. Tengo que salir. Sé que Lestat está en la parte alta de la ciudad, en el viejo orfanato. Ha ido a escuchar música allí. Quiero asegurarme de que no ha entrado ningún intruso.

Yo sabía que eso era una quimera. Lestat, al margen de su estado de ánimo, podía defenderse contra casi todo, pero traté de aceptar sus palabras como habría hecho cualquier caballero.

—Tengo sed —añadió, mirándome con una leve sonrisa—. Tienes razón en eso. No voy a ver a Lestat. He estado en Ste. Elizabeth's. Lestat está solo con su música, tal como desea. Estoy muy sediento. Necesito beber sangre. Y debo ir solo.

—No —respondí suavemente—. Deja que vaya contigo. Después de experimentar el conjuro de Merrick, no quiero que salgas solo.

Louis accedió, aunque ésta no era la forma en que hacía las cosas.

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