Memento mori

Memento mori


Anidando liendres

Página 38 de 43

Anidando liendres

Trieste (Italia)

22 de marzo de 2011, a las 11:20

Es uno de esos días claros en los que el sol parece querer calentar por encima de sus posibilidades; incluso podría decirse que hace frío, pero he decidido no abrigarme para sentirme más vivo.

Como cualquier otra mañana, me he levantado a las 7:30 y he desayunado sin prisa, pausado. Luego he salido a correr mis ocho kilómetros escoltado por la discografía de Love of Lesbian. Tras aliviarme sin apetencia en la ducha, he recorrido mi calle hasta Viale 20 Settembre y he cruzado Via Carducci para darme de frente con la iglesia de Sant’Antonio Nuovo, que preside majestuosa la entrada del Canal Grande. Mientras caminaba unos metros en dirección al mar, he acudido a mi cita diaria con James Joyce en el puente que cruza con Via Roma. En este preciso lugar emerge la estatua de bronce a tamaño real del insigne escritor, mi padre literario e ilustre hijo adoptivo de Trieste. Cierro los ojos y le veo ataviado con su sombrero, su pajarita y su libro bajo el brazo. Va caminando como seguramente lo haría cada mañana durante los trece años en los que se paseó por estas mismas calles, hace poco más de un siglo. Siempre que vengo a visitarle, práctica más que frecuente, no puedo evitar leer la inscripción de la placa que descansa a sus pies: «La mia anima è a Trieste». Esa cita, extraída de una carta del propio Joyce a Nora, su gran amor, resume mi actual existencia. Mi alma está en Trieste, es un hecho; ahora bien, tengo que discernir si está o no prisionera. Normalmente, el encuentro no suele durar mucho. Paso a su lado y le doy los buenos días sin gran prosopopeya o, simplemente, le toco la espalda antes de continuar mi ruta hasta Molo Audace para terminar en el Caffè degli Specchi, en la piazza dell’Unità. Sin embargo, hoy es un día especial, cumplo treinta y tres años y siento la necesidad de rascarme un picor que está fuera de mi alcance.

«Hola, James, amigo, ¿cómo estás hoy? Supongo que agradecerás que este sol golpee tu armadura tras estas pasadas jornadas de intensa bora. Convivir con los avatares meteorológicos es un mal menor inherente a la inmortalidad, ¿verdad? Me vas a permitir que abuse de tu confianza, llevo un tiempo anidando liendres en mi cerebro y noto que están a punto de eclosionar. No es la primera vez que acudo a ti en busca de consejo. Seguí tu sugerencia y visito casi a diario el Caffè San Marco en busca de inspiración, pero ya no se respira esa esencia de la que tanto me has hablado; solo huele a ausencia, la tuya, la de Italo Svevo, la de Umberto Saba. Ahora no lo frecuentan más que procaces niñatos iletrados e insignes paseantes de libros, que no los consideran más allá de otros enseres pignorados. De los habituales, solo merece la pena el señor Busani, un pensionista acomodado con el que comparto tabaco y que no habla de otros asuntos que de las aventuras que vivió con su millecento nero. Todo aquello que tú conociste se ha volatilizado como si nunca hubiera existido. No obstante, todavía albergo la esperanza de encontrar esa atmósfera en Duino, aunque necesito dar con el momento preciso para recorrer el sendero de Rilke. Como ves, tengo algo enmohecido el espíritu, pero hoy es un día especial, y no busco consejos en materia literaria. ¡Escucha! Quizá te apetezca acompañarme en mi paseo diario y así te lo cuento con calma. ¡Sabía que no me dirías que no!

»Veamos. No sé muy bien por dónde empezar. Quizá todo sea un reflejo, puede que no sea más que una percepción pasajera y distorsionada, pero tengo una lacerante sensación de languidecer con el ominoso paso del tiempo; de ser consciente de estar siendo devorado por esta ciudad y no querer evitarlo. Es como si su salitre se hubiera filtrado por los poros de mi piel y me hubiera corroído los circuitos, porque apenas soy capaz de dominar mi voluntad. Nadie mejor que tú para entenderlo. Tengo la sospecha de estar por estar, descontando los días que están por llegar. Y nunca llegan. Impune tras una nueva máscara de mí mismo, hibernando a la deriva y, sin embargo, consciente. Admitiendo ser un medio dos, tutelado, sin identidad ni rumbo. Replegado en mi madriguera de canciones por escuchar, adormilado por el opio de los versos por escribir. Huyendo de sus unos y ceros mientras trato de reinventarme, de encontrar explicación a lo indescifrable. Asolado de forma transitoria por propia indecisión. Otra vez la eterna lucha entre su razón dominante y mi subyugado talento. Esa guerra que quiero ganar sin presentar batalla.

»Ya lo habrás adivinado, por supuesto, se trata de él, de mi complemento. Porque todo mi yo sigue girando en torno a él. Él la batuta; yo el instrumento; él mariscal y yo sargento. Porque la planificación es solo suya y mío solo el procedimiento; la perseverancia la hemos sepultado bajo toneladas de petulante cemento. Un cancerbero sin correa pero con bozal, indeciso ante una disyuntiva: retroceder para enfrentarnos al fracaso o avanzar para seguir creando. Sí, tienes razón, tamaña tesitura requiere de concienzudo examen y justo ahí está precisamente el problema: la parálisis por análisis. Tempora, tempore, tempera, aprovechar el tiempo, mi tiempo. Bien sabes de lo que hablo, nadie más cruelmente tratado por los designios del caprichoso Crono que tú. Tú que no llegaste a probar en vida el sabor del éxito, mi buen amigo… Yo no puedo consentir que me suceda, porque me debo al mundo, porque hay pocos que puedan ofrecer tanto. Eso es: ofrecerme. Crecer, sin temer a querer y no poder. Hacer y deshacer: renacer.

»No obstante, te aseguro que no pretendo dar la espalda al pasado y, considerando que mi presente es prestado, no puedo sino imaginarme un futuro de autogobierno. Tengo una deuda y seré congruente. Fue él quien me rescató de aquel perpetuo invierno sin deshielo, de aquella acre y pertinaz apnea. No pienso romper mi compromiso: sin él, yo ni siquiera era y, cuando tenga que desgarrarme para volverme a tejer, lo haré con las agujas de su consentimiento y, con total seguridad, impulsado por su aliento. Soy un torrente de versos sin afluentes, tengo que dejarme llevar por mi caudalosa corriente. No puedo ser el reo ni el testigo. Recuperaré mi talismán en persona para enfrentarme a su funesta melodía, pues no existe emperador que haya perdurado sin su trono, su cetro y su corona.

»Muchas gracias por escucharme, amigo, creo que hoy no tomaré café, necesito meditar todo esto y ponerle banda sonora, espero que sepas perdonarme. A presto, caro amico».

They rise above this,

they cry about this,

as we live and learn.

 

A broken promise,

I was not honest,

now I watch as tables turn.

 

And you’re singing

I’ll wait my turn,

to tear inside you.

Watch you burn.

I’ll wait my turn,

I’ll wait my turn.

 

I’ll cry about this,

and hide my cuckled eyes,

as you come off all concerned.

 

And I’ll find no solace

in your poor apology,

in your regret that sounds absurd.

And keep singing

I’ll wait my turn

to tear inside you.

 

Watch you burn.

And I’ll wait my turn

to terrorize you.

 

Watch you burn.

And I’ll wait my turn,

I’ll wait my turn.

 

And this is a promise.

Promise is a promise.

Promise is a promise.

Promise is a promise.

 

And I’ll wait my turn

to tear inside you.

Watch you burn.

I’ll wait my turn.

I’ll wait my turn.

 

A broken promise.

You were not honest!

I’ll bide my time.

I’ll wait my… turn.

Ir a la siguiente página

Report Page