Maya

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La carta a Vera » Hombre mosquito para un geco

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—Entonces tal vez te toca callarte ya —dije—. Me estoy poniendo muy nervioso, si te digo la verdad.

—Tú acuéstate si quieres —replicó—. Yo te cuidaré la botella.

—¡Nunca jamás! —grité, pues había llegado el momento: habría que anestesiar las sinapsis. Y entonces me lancé sobre él y sobre la botella.

Gordon caminó iracundo por mi mano, luego saltó a la pared y empezó a trepar mientras la botella se caía, rodaba por el suelo, y mi medicina vital salía a chorros, para desaparecer inmediatamente entre las anchas grietas de las tarimas del suelo. Por fin logré cogerla y llevarla hacia la luz. Vi que sólo quedaba un decilitro, o, en el mejor de los casos, decilitro y medio. Me llevé la botella a la boca y la vacié de un trago.

—¡Sinvergüenza! —ladró desde la pared—. ¡Volveremos a vernos!

Lo último que oí antes de dormirme fue a Gordon recitar las siguientes palabras robadas del surtido español, de Ana y José, de descripciones de la realidad:

Si existe un Dios, éste no sólo es un as en dejar huellas sino, sobre todo, un maestro en esconderse. Y el mundo no es de los que hablan más de la cuenta. El firmamento sigue callado. No hay mucho cotilleo entre las estrellas. Pero nadie ha olvidado todavía la gran explosión. Desde entonces, el silencio ha reinado ininterrumpidamente, y todo lo que existe se aleja de todo. Todavía es posible toparse con una luna. O con un cometa. No esperes que te reciban con amables clamores. En el cielo no se imprimen tarjetas de visita.

Sólo tengo unos recuerdos vagos, y en parte inconscientes, de lo que dijo Gordon para intentar mantenerme despierto lo que quedaba de noche, pero creo recordar que me despertó sobre las cinco de la madrugada con el siguiente aforismo:

Se tarda miles de millones de años en crear un ser humano. Y sólo se tarda segundos en morir.

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