Max

Max


Capítulo 6

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Capítulo 6

 

Sonaba mal. Si era sincero consigo mismo debía reconocer que sonaba peor que mal. Ellos no, ellos estaban en perfecta sintonía, el que desentonaba en todo eso era él. Dejó el micro en la mesa y salió fuera. Era ya de noche, se notaba que los días empezaban a ser más cortos. Encendió un cigarrillo y dio una profunda calada, notando como el humo invadía sus pulmones, ofreciendo batalla al oxígeno y ganando la guerra al poder respirar. Tosió. Se sentía frustrado y cabreado, puede que, de haberle pillado en otro momento, lo hubiera dejado por imposible, pero ahora era una persona diferente, o quería intentar serlo. Y no quería rendirse ante la primera dificultad.

 

—Es cuestión de bajar medio tono —dijo Óscar sentándose a su lado y encendiendo también un cigarrillo.

—No soy buen cantante.

—¿Bromeas? Tienes una voz brutal, llena de matices y muy profunda. Solo tenemos que adaptar las canciones a ti, no intentar que tú te adaptes a las canciones.

—Eso es mucho trabajo.

—No importa, lo que importa es que suene bien ¿no?

 

Max agradeció las palabras del chico. La verdad es que todos estaban teniendo una paciencia infinita con él. Lo intentaba, no era que no lo hiciera. Se había aprendido las letras de las canciones en un tiempo récord, y debía reconocer que eran buenas, muy buenas, para nada su estilo, pero se notaba el toque de Andy en cada una de ellas. Todas muy románticas y tristes a la vez. Amores no correspondidos, despedidas, pérdidas, miedos, temores… Pero a pesar de eso, no sonaban del todo bien. Y la culpa era suya. Cuando se imaginaba en un escenario con cientos de ojos posados en él, se quedaba bloqueado. Y sí, obviamente la respuesta era no pensar en ello, pero no podía, era como cuando a alguien le decían eso de «no mires abajo», y acto seguido lo que hacía era mirar.

Aspiró profundamente la última calada y tiró la colilla al suelo. Se despidió de todos y empezó a caminar por el sendero pedregoso que llevaba a la carretera. Le gustaba la paz que se respiraba en ese lugar.

 

—Te escapas por velocidad.

—¡Si voy dando un paseo!

—Pero yo soy medio caracol, ¿recuerdas? —bromeó Andy.

 

Max le sonrió. Era verdad. No había nadie en el planeta que pareciera que en vez de correr para adelante corriera para atrás. Andy era una negada en cualquier actividad física que se le planteara, y a pesar de eso, tenía un físico envidiable y parecía mantenerse en forma.

 

—Podrías llevarme a correr algún día —propuso la chica y él enarcó una ceja—, bueno vale —desistió incluso antes de que Max dijese nada— pues podrías llevarme al gimnasio ese al que vas, dicen que hacen unos batidos post entreno riquíííísimos, y no me digas que solo se los dan a los que entrenan.

 

Max soltó una carcajada que rompió la silenciosa noche por la mitad. Andy sonrió satisfecha, le gustaba escucharle reír, porque lo hacía de verdad, sin reservas, si algo le divertía, no podía evitarlo, y era tan escandaloso, que parecía que su risa se comía el resto de los sonidos de su alrededor. Se tuvo que recordar cosas tan simples como pestañear, a veces cuando le miraba, lo hacía con tanta insistencia que parecía que lo iba a devorar con los ojos, o que no se podría contener y saltaría a sus brazos sin medir las consecuencias.

 

—¡Eh! —exclamó Max agarrándola de la cintura para evitar que se cayera— Cuidado… a ver si ahora te vas a lesionar.

—Andaba en las nubes.

—Sí, de algodón —sonrió él, y la soltó comprobando que estaba en total y estricta posición vertical— Oye, lo siento ehhh…

—Solo tenemos que bajar medio tono.

—Eso ha dicho Óscar, solo espero que las canciones no pierdan fuerza.

—¿Te gustan? —preguntó con cierta timidez.

—¡Claro! Bueno, las letras no son muy de mi estilo, demasiado románticas, a mí me gusta más el metal o hip hop, pero reconozco que tienen un algo… tienen alma.

—Vaya…

—Son buenas Andy, en serio, les van a encantar. «Ridículamente enamorada» es genial, esa entrada es… —Max palmeó ambas manos acompañando la exclamación con un salto— y después sube, sube, sube y ¡boom! Brutal.

 

Andy soltó una carcajada mezcla de agrado y satisfacción.

 

—También es de mis favoritas.

—Él es un capullo —estalló Max metiendo las manos en los bolsillos.

—¿Él? —preguntó extrañada Andy.

—El tipo de la canción, cómo la hace sufrir, es un capullo.

—Bueno, yo más bien diría, que no se entera de nada.

 

Andy lo miró de reojo. Se había soltado el pelo, que caía rizado hasta rozar sus hombros, llevaba unos días sin afeitarse, lo que endurecía aún más sus facciones, y esa manera de caminar, de moverse, de actuar… Ese ensayado modo de hacer parecer que nada iba con él, que estaba de vuelta de todo. Había sido así desde el instituto, un rompecorazones sin pretenderlo, con ese aire despistado que las volvía a todas locas. Un macarra engreído ataviado con chupa de cuero. Tenía un magnetismo especial, que se multiplicaba exponencialmente cuando cogía la guitarra o cantaba una canción. Entonces era total y absolutamente irresistible.

Andy se sacudió los recuerdos, pues cuanto más pensaba más sentía que había estado perdiendo el tiempo, siempre enamorada del hombre equivocado. En ese momento Max lanzó un suspiro al aire, como si hubiese recordado algo, y Andy deseó ser ella por quien suspiraba, como lo había deseado siempre, todos los sueños de su adolescencia habían ido muriendo, poco a poco, ser cantante, concertista, salir de esa pequeña ciudad… tenerle a él… sí, hasta ese sueño se había esfumado pero, de pronto, y sin pretenderlo, él regresaba y en sus sueños volvía a colarse el chico malo con alma de poeta. Y no podía evitarlo, era superior a ella. Ahora fue Andy la que suspiró clavando los ojos en él.

 

—¿Qué pasa, tengo un moco? —dijo Max sorprendido de su intensa mirada.

—¡Joder! —gruñó molesta— Te has cargado el momento.

—¿Qué momento? ¿Había un momento? —preguntó Max confundido.

—Ahora ya no.

—Pero el momento de qué —insistió verdaderamente intrigado.

—Maxwell…

—¿Sí? —inquirió sorprendido porque no hubiera usado el diminutivo.

—Eres muy tonto. ¡Bah! Déjalo, tú nunca te enteras de nada. 

 

Hicieron el resto del camino en el más absoluto de los silencios, cada uno enfrascado en sus propios pensamientos. Cuando finalmente se despidieron, Andy se quedó en el porche viendo cómo se alejaba, muriéndose de ganas de llamar su atención y pedirle que no se fuera. Pero como siempre, su valentía inicial y su determinación terminaban sepultados por los miedos y la vergüenza. ¿Cómo podría mirarle a la cara después de que la rechazara? Porque Andy tenía claro que eso era lo que iba a suceder, y más ahora, que Max parecía tan triste por lo de la chica esa, esa tal Lena. La odió con todas sus fuerzas.

 

Esa mañana Andy se despertó con energías renovadas, era domingo, un día que adoraba y odiaba a partes iguales. Pero ese domingo era especial o al menos pretendía que lo fuese. Saltó de la cama y se recogió el pelo en una coleta alta. Encendió la cafetera y se metió en la ducha mientras el aroma a café lo inundaba todo. Desde que sus padres se habían mudado con su hermana para ayudarla con los niños y se había quedado sola en la casa, era una mujer renovada.

Enrolló una toalla alrededor de su cuerpo y fue descalza hasta la cocina donde se sirvió una taza de humeante café, y mientras esperaba a que se atemperara encendió el reproductor. No concebía la vida sin música. Se sentó frente al gran ventanal que daba al patio trasero y dejó que su mente se evadiera envuelta en la melodía, daba pequeños tragos al café, mientras era arrastrada por el peligroso juego de imaginar ¿y si nunca se hubiese marchado? Siempre había tenido facilidad para abstraerse, soñar despierta y resultar a todas luces, algo loca. Así había sido desde el instituto, siempre en las nubes, tímida y poco popular. De hecho, solía ser invisible para casi todo el mundo. Hasta para Max. Pero todo cambiaba en las clases de música, allí era diferente y él acostumbraba a ser muy simpático y agradable con ella. Por eso suplicó a sus padres que la apuntaran más días a la semana, y así paso parte de su infancia y adolescencia. No sabía si Max había despertado su pasión por la música o su pasión por ella le había llevado hasta Max. Fuera como fuese, desde que tenía uso de razón, adoraba las dos cosas, y no podía vivir sin ellas. Por ese motivo, cuando él se marchó, se quedó como una silla a la que le habían cortado una pata. Estaba coja. Le llevó mucho tiempo sobreponerse, muchas noches llorando y muchos días fingiendo una feliz normalidad. Como si nada pasara, como si cada día solo fuese uno más, igual que el anterior, igual que probablemente sería el siguiente. Cinco años. Cinco largos años en los que él no dio señales de vida, y ella sobradas muestras de no tener intención de rehacer la suya.

Andy dejó la taza en la encimera y fue hasta el dormitorio para empezar a vestirse. Cinco años en los cuales, todos a su alrededor habían seguido adelante, pero no ella. No había podido. Era como si su vida se hubiese pausado en el momento en el que él se fue y se hubiera reactivado justo cuando reapareció. Se maldijo por ello. No quería ser la típica mujer que basaba toda su existencia alrededor de un hombre sin embargo, no era alguien cualquiera, era Max, y ese simple hecho como siempre, lo justificaba todo.

Eligió un vestido de tirantes de color azul, su madre decía que ese color resaltaba los reflejos dorados de su cabello, el cual decidió peinar y recoger en una larga trenza. Optó por unas sandalias sin tacón de color negro y remató el atuendo con unos pendientes largos de plata, regalo de su abuela. Estaba lista diez minutos antes de que sonara el timbre.

 

—¡Wow! —dijo Max cuando la vio— Jooooder —bufó abriendo mucho los ojos, pues frente a él se presentaba una Andy casi desconocida—. Oye, ¿has quedado con alguien? Puedo volver otro día —comentó siendo consciente, que a lo mejor no era el momento ideal para ponerse con las canciones, era domingo, podía tener planes.

—¡¿Qué?! ¡No! —respondió rauda Andy.

—Es que estás tan… Oye, ¿te has puesto guapa para mí? —se mofó entonces Max.

—¿Es que una chica solo puede arreglarse para un hombre? No sois el ombligo del mundo —le espetó la muchacha, desdibujándose la sonrisa que minutos antes había lucido.

—¡Vale, vale! —contestó alzando las manos, sin querer entrar en una confrontación de sexos. A esas alturas de su vida había aprendido un par de cosas y una de ellas era que no entendía porqué llamaban a la mujer «el sexo débil»— ¿Me vas a dejar pasar o me tendrás en el porche como si fuese una mascota?

 

Andy entornó los ojos, fue a decir algo, pero se mordió la lengua y se hizo a un lado para dejarlo entrar. La casa seguía como siempre, pensó Max, Andy le había dado su toque, pero seguía siendo la casa familiar. Había fotos de sus padres, su hermana y unos cuantos niños, así como instantáneas de todos rememorando tiempos pasados. Max se acercó a una vitrina y ojeó esos retratos y no pudo evitar soltar una carcajada.

 

—No recordaba los brackets.

—Grrrggg —gruñó Andy—. Odio esa foto.

—¿Por qué? ¡Estabas muy graciosa!

 

Pero para Andy los recuerdos de esa época no eran tan divertidos. A sus ya notorias dificultades para encajar se le sumaron esos horribles hierros en los dientes. Para colmo, a su alrededor, todas las chicas parecían dar el estirón menos ella, que siguió aún un par de años más con un cuerpo de niña mientras las otras ya tenían sus tan ansiadas curvas de mujer. Lo que le consolaba era que a algunas las curvas se le atragantaron.

 

—¿Café? —ofreció para cambiar de tema y huir de esos recuerdos.

—Eso siempre —Max la siguió hasta la cocina—. ¿Qué tal tu hermana?

—Preñada otra vez.

—¡No jodas! ¡Es una coneja! —rio, pero pronto se dio cuenta de que era un mal comentario y su risa se heló como una mueca.

—No pasa nada, puedes decirlo… —le sonrió Andy— Al sexto creo que le dan un premio o algo así.

—¿Y tú?

—¿Yo? ¿Yo qué?

—Tu hermana casada y con un equipo de futbol siete… ¿Tú para cuándo?

—Tengo entendido que para eso hace falta un hombre… La verdad es que siempre se me dio mal biología, pero hasta ese dato llego…

—¿No tienes pareja? —preguntó Max.

—Creo que está claro que no —respondió Andy.

—¿Por culpa del capullo? —inquirió al tiempo que echaba dos cucharaditas de azúcar en el café— El de la canción —añadió.

 

Andy se quedó parada en medio de la cocina. Sentado en la isleta estaba él, y no era exagerado decir que era el hombre de sus sueños, el tío por el que había bebido los vientos, y que a pesar de haber estado siempre a su lado, jamás la había visto. Ahora ese hombre le preguntaba por el protagonista de sus canciones. Una parte de ella, esa que tenía más loca e irracional, le instaba a decirle, que era un zoquete si no se daba cuenta de que todas las canciones trataban sobre él. Que el capullo que se marchó rompiéndole el corazón era él, que el tío del que estaba ridículamente enamorada no era otro que él. Imaginó la escena, se visualizó a sí misma gritándoselo todo, acompañando esa declaración de amor con algún golpe en la isleta que les separaba, puede que después de su confesión él se levantara, rodeara ese pequeño trozo de mármol y la besara como siempre había imaginado que un día lo haría.

O bien podía ser que se levantara y se largara, que era lo más seguro. Suspiró.

 

—No es un capullo —dejó escapar entre dientes— puede que la tonta haya sido siempre yo —se lamentó con voz rota, pero enseguida se sobrepuso, como siempre, sonrió y palmeó ambas manos—. ¿Nos ponemos a trabajar?

—¡Claro! —respondió raudo Max apurando el café— Había pensado en «Ridículamente enamorada» para empezar.

—¿Crees que podremos tocar más de una? —preguntó Andy caminando hacía donde estaba el piano.

—No estoy seguro, pero por si acaso, deberíamos preparar dos o tres… ¿Y esa que tocabas el otro día? —entrecerró los ojos intentando recordar.

—No sé cuál dices.

—El otro día cuando llegué estabas tocando algo… sonaba bien, ¿cómo era…? Na, na na naaa nanaaa —tarareó.

—Ni idea.

 

Max alzó la tapa del piano y se sentó frente a él. Andy le imitó, sentándose justo al lado. Max volvió a intentar hacer memoria, puso los dedos sobre el teclado y empezó a sonar una melodía que Andy reconoció enseguida.

 

—No —negó rotunda.

—Tiene algo… —insistió Max.

—No está terminada —trató de zafarse ella.

—Puedo ayudarte con…

—¿Qué? ¡No! —exclamó presa del pánico.

—Joder, siempre has sido una perfeccionista…

—No es por eso, es que… es personal.

—¿Personal? —Max entrecerró los ojos— ¿Tiene letra?

—Sssssss… no.

—¡Mientes!

—Noooo, no miento.

—Déjame leerla.

—Que te he dicho que no tiene letra —intentó disimular pero su mente la traicionó, y por un segundo sus ojos se desviaron a la carpeta que estaba sobre el piano.

—¡Mía! —aulló divertido Max haciéndose con la carpeta y apartándose de ella.

—No, ¡joder Max! —se quejó intentando inútilmente arrebatarle los papeles.

—«Siempre has sido tú» —leyó él en voz alta.

 

Siempre has sido tú.

Así empezaría cada canción que escribo

El que ronda en mis sueños,

Tú quien llena mis fantasías

 

Siempre has sido tú.

Y yo totalmente enamorada

Un macarra que me encantaba

Con tu guitarra obrabas magia y me fascinabas.

 

Siempre has sido tú.

Y no supe decirte que te amaba

Te fuiste y me dejaste destrozada

Recomponiendo los pedazos de mi alma machacada

 

Siempre has sido tú, solo tú…

 

Max leyó las tres primeras estrofas entre los zarandeos de Andy, que intentaba hacerse con la carpeta de nuevo. Solo fueron esas tres, pero algo le hizo detenerse y no fue precisamente ella, por más que lo intentó, sino todo lo que escondían esas frases. Miró a Andy que luchaba para que dejara de leer y sin más le devolvió la carpeta. Con ese «Siempre has sido tú» cual eco dentro de su cerebro.

 

—Eres un imbécil —se quejó ella verdaderamente molesta.

—Lo siento. Pero Andy… es muy buena.

—No está terminada —zanjó el tema guardando la carpeta en un cajón y al girarse le vio ahí plantado con la mirada puesta en ella—. ¿Estás bien? —Max asintió, pero su mirada había cambiado— ¿Max? Eoooo ¡Hola!

—Perdona —se sacudió e intentó retomar la sonrisa de siempre—. ¿Nos ponemos?

—Sí… será lo mejor.

 

Repasaron, apuntaron y ensayaron diversas canciones, todas listas para que Max pudiese ser el vocalista principal, aunque en algunas, Andy haría la segunda voz. Max se divirtió como hacía tiempo que no le pasaba. Estaba encantado, poder jugar así con la música era lo que necesitaba en ese momento, siempre había sido su vía de escape y después de lo acontecido en los últimos tiempos en su vida, aferrarse a ella era lo que verdaderamente necesitaba. Andy le hizo partícipe de sus canciones y le contagió su perpetua risa y entusiasmo, era como una droga, una de esas buenas que le ayudaba a flotar, Andy le hacía subir a las nubes sin la resaca de después. Eligieron cinco canciones, aunque el orden lo dejaron para cuando estuviesen todos. Max miraba esa última partitura que habían arreglado, repasaba mentalmente alguno de los giros y las notas que habían cambiado. Pero su mente iba una y otra vez a esas tres estrofas de esa nueva canción secreta de Andy. Sus letras eran siempre muy profundas, hacían sentir, pero esa canción, no sabía muy bien por qué, era especial. Andy reapareció al salón haciendo malabarismos con un par de refrescos.

 

—Nos lo hemos ganado y he pedido una pizza —anunció.

—¡Guay! Creo que hemos hecho una buena selección.

—No sé si podremos mostrarles todo, pero me conformo con que escuchen solo una…

—Seguro que les encanta —dijo Max recostándose en el sofá— creo que no venía a tu casa desde que cumpliste los quince años.

—Después te volviste demasiado interesante como para asistir a mis fiestas.

—¿Eso es lo que pasó? —Max se incorporó pensativo— Creo que dejaste de invitarme porque era un buscabroncas y siempre me peleaba.

—Siempre te peleabas —confirmó— pero seguía invitándote. Después volvimos a hacernos buenos amigos cuando encontramos «El garaje». Suerte de tener a tu madre, sino jamás habríamos conseguido los permisos.

—Mi madre habría hecho cualquier cosa por verme tocar —sonrió—. Además siempre le gustaste, eras su alumna favorita.

—¿De verdad crees que dejé de invitarte a mis fiestas de cumpleaños? —Andy se sentó a su lado.

—Bueno… puede que sí dejara de venir… Andy ¿quién celebraba sus cumpleaños en casa con los padres?

—Pues que sepas que te perdiste unas fiestas estupendas.

—Eso no lo dudo —rio Max con ganas y se levantó al tiempo que el timbre de la puerta sonaba—. Yo invito —dijo encaminándose a la entrada.

 

Comieron y hablaron animadamente, a media tarde se despidieron satisfechos del trabajo realizado, y porqué no decirlo, de esa amistad recién reestrenada. Max encendió un cigarrillo mientras volvía para su casa, lo fumó despacio, dejando que no solo el humo invadiera sus pulmones, sino que sus pensamientos fluyeran en su atormentada mente.

 

—Siempre has sido tú… —siseó— …un macarra que me encantaba…

 

Al día siguiente todo siguió igual, aunque por algún motivo, algo había cambiado. Estaba deseoso de acercarse a «El garaje» y no dejaba de pensar en ello. En su mente solo podía ver las partituras, y sin darse cuenta estuvo tarareando las canciones durante toda la jornada laboral. A veces se detenía de pronto, cuando le asaltaba alguna idea y la anotaba raudo antes de que se le olvidara. Y no sabía por qué, de vez en cuando alguna estrofa de aquella canción inacabada volvía a su mente. 

Salió de manera apresurada y cruzó el parque aún con más premura. Tenía que comprarse un coche o al final terminaría reventado de tanto correr de un lado a otro. Era una ciudad pequeña o un pueblo grande, según el optimismo o pesimismo de cada uno, pero las distancias entre un lado a otro y hechas cada día terminaban siendo agotadoras.

 

—Llego tarde —se disculpó dejando la guitarra sobre el sofá.

—Tranquilo, Víctor no ha llegado aún.

 

Andy estaba sentada en una silla y repasaba una de las partituras. Había ido directa del trabajo, así que su pelo estaba recogido en un perfecto moño bajo y sus facciones se veían más marcadas por el maquillaje, así como unos llamativos labios de color rojo que invitaban a soñar en pecados.

 

—Como la sigas mirando así la vas a desgastar —le susurró con mofa Marian.

 

Max se giró sorprendido y desvió la mirada a otro punto del local, como si con él no fuese el comentario, Marian no pudo más que soltar una carcajada, que hizo que todos dirigieran la mirada hacía ella.

 

—He tenido un remember brutal, y de pronto nos he visto a todos en el instituto —se excusó.

—¡Por fin! —exclamó Andy al ver aparecer a Víctor.

—Maldito tráfico —se quejó este tirando la americana sobre el sofá y aflojando el nudo de la corbata—. Cualquier día mando al bufete a la mierda.

—Ni caso —le dijo Marian a Max— siempre dice lo mismo, pero es demasiado calzonazos para hacer eso, Gloria le mataría.

—¡Claro que me mataría! Tengo pagos cada mes, tú como vives de prestado...

—Que es como mejor se vive —aseguró risueña Marian.

—¡Vale ya! Vamos a empezar, ayer Max y yo…

—¿Max y tú? En qué posición, ¿vertical u horizontal?

—¡Marian! —chilló Andy sin poder evitar que todo su rostro enrojeciera, Max sin embargo soltó una carcajada.

—Era curiosidad, venga dale…

—Estuvimos mirando las canciones, y haciendo algunos arreglos… —les alargó las partituras— Es poca cosa, pero creo que puede funcionar.

—¿No habéis incluido «Simplemente tú»? Esa es muy buena —propuso Óscar.

—No, porque simplemente es él —rio Marian clavando la mirada en Max.

—¿Y qué pasa con «Ahora que no estás»?

—¡Pues que ya ha vuelto! —volvió a carcajearse Marian, pero su risa se heló al ver la cara de Andy— Vale, vale —alzo ambas manos—, ya paro, es que me lo han puesto a huevo.

—Si tú tampoco entiendes nada, ya seremos dos —le dijo Víctor a Max, que alzó los hombros en señal de desconcierto.

 

Tocaron las canciones que sonaban mejor con los arreglos, ya que Max podía lucirse, tenía una voz profunda, de esas que envolvían al público y le hacía soñar, además poseía un estilo personal, una manera especial de adornar las canciones que se transformaban de buenas a insuperables. Andy sonrió satisfecha cuando terminaron. Estaban haciendo un buen trabajo. Hasta Marian, que siempre encontraba la nota negativa a todo, no tuvo nada que objetar. La elección de los temas era inmejorable, y si Max no se bloqueaba, cosa que aún no tenían del todo claro que no fuera a pasar, podían ofrecer una buena actuación. Por un segundo, hasta ella, mujer de pies anclados en el suelo, se permitió soñar un poco. Marian enfundó de nuevo el bajo antes de sentarse al lado de Óscar que ya tenía el cigarrillo para ella encendido.

Max respiró aliviado cuando terminaron. La verdad era que habían sonado muy bien, ahora solo faltaba ser capaz de repetirlo frente al público. Pero esa vez estaba más que concienciado y lo haría, no por él, que los sueños de ser una gran estrella del rock se habían ya esfumado, sino que lo haría por Andy, porque lo merecía. La miró de reojo. Se había soltado el pelo y descendido de los altos tacones del uniforme, ahora estaba descalza, con las mangas de la camisa arremangadas y el rostro perlado en sudor, y aún de esa guisa le pareció que estaba perfecta. Notó un ligero pinchazo en el estómago.

 

—Los tacones me van a matar —se quejó al tener que volver a ponérselos.

 

Estaban ya todos fuera del local.

 

—Que conduzca Max —propuso Marian.

—¿Yo? ¿Qué? ¡Oh claro! —reaccionó él— Dame las llaves, yo te llevo.

—No importa, no quiero molestar —rebatió Andy.

—No es molestia mujer.

 

Se despidieron después de concretar un nuevo encuentro. Max subió al utilitario de Andy, debido a su diferencia de altura, pasó un rato ajustando el asiento y los espejos.

 

—Tienes carnet, ¿no? —preguntó temerosa.

—¡Joder claro! Es solo que hace mucho que no cojo un coche.

—Deja, ya lo llevo yo —dijo soltándose el cinturón para bajarse.

—¡Pues vaya mierda de confianza tienes en mí!

 

Andy estuvo a punto de responder que no tenía ninguna, pero se calló la palabra antes que la abandonara, volvió a abrocharse, le miró de soslayo con los labios apretados y se dejó llevar. El camino fue en silencio. Extraño, incluso algo incómodo. Andy maldecía a Marian, sus comentarios fuera de lugar y sus ideas, y a la vez la adoraba, la quería y no sabía cómo agradecerle haberle proporcionado la excusa perfecta para alargar un poco más el rato con él. Era absurdo. Después de ese tiempo debería haber pasado página, el problema era que se había quedado anclada en el pasado.

 

—¿Te pasa algo? —se interesó Max al verla tan callada, no era propio de ella.

—Estoy cansada.

—Imagino… bueno pues te dejo en casa y me voy.

—¿Es que ibas a hacerlo de otro modo?

—La verdad es que tenía pensado echarte en cara que ayer pagué yo la pizza… —sonrió de medio lado, de un modo totalmente embaucador.

—¿Comida china? —se apresuró ella a decir.

—Un plan perfecto y en la mejor compañía.

 

A Andy le dio un vuelco el corazón y no pudo contener una sonrisa de pura felicidad. Siempre se habían entendido a la perfección, a pesar de ser tan diferentes. Conforme fueron creciendo, se convirtieron en buenos amigos, y después estaba el grupo, en el que ambos habían invertido mucho, sobre todo a nivel personal. Todo podía desmoronarse a su alrededor, pero en cuando se juntaban y la música sonaba, sabían que todo podía ir a mejor. Era su medicina, o para ser fieles a la verdad su droga. Y a pesar de eso se largó y ni una llamada en todo ese tiempo, a veces tenía que reprimir el impulso de preguntarle por qué no se había puesto en contacto con ella en todo ese tiempo, si es que había hecho algo malo para que no la llamara ni una sola vez.

Max observó a Andy preparando un par de bebidas, se movía por la cocina tarareando una canción, tal como solía hacer él siempre. Recordó el día en que Heit apareció y dijo «tengo una gran idea» después todo se precipitó, sus padres casi murieron del disgusto, aunque no se opusieran abiertamente a que se mudara con sus amigos, digamos que jugaron la baza de «tu verás lo que haces, pero…» ¡Como le jodía ahora tener que darles la razón! El grupo tampoco dijo nada, simplemente se quedaron callados y se guardaron sus opiniones, ni un solo reproche ni una mala palabra, ahora se daba cuenta después de cinco años, de lo gilipollas que había llegado a ser. Hicieron una fiesta para despedirse, pero Andy no apareció en ella. En ese momento no le molestó ni le dio mayor importancia, sin embargo, ahora todo cobraba un significado diferente. O puede que solo fuese su mente, que siempre se empeñaba en complicarle la existencia.

 

—Solo una ehhh —dijo ella al sentarse a su lado haciéndole volver a la realidad— con una me pongo simpática, pero con dos no soy persona.

—Me encantaría ver eso —comentó burlón.

—Te aseguro que no… —replicó dando un trago y haciendo una mueca— ¿Sabías que la primera borrachera que pillé fue con John?

—¿En serio?

—En el cumpleaños de su hermana Leah, teníamos dieciséis —sonrió al recordar—. No lo recuerdo todo, pero él fue quien me trajo a casa y el pobre tuvo que soportar una bronca descomunal de mi padre.

—¿Y yo dónde estaba?

—¿Tú? —Andy no pudo evitar poner una mueca de desagrado— Con Heit peleándote por Daniella.

—Cierto —soltó con un bufido—. Daniella… Ahí prometimos no volver a pelear por una tía.

—No todas las promesas son fáciles de cumplir, yo me prometí a mi misma qué jamás volvería a hablar con el capullo y que, si alguna vez me cruzaba con él, solo me acercaría para darle un sonoro bofetón, tenía toda la escena montada en mi cabeza, ya sabes, dramática muy a lo película de Hollywood.

—¿Y qué pasó?

 

Andy suspiró con resignación.

 

—Qué tú te has peleado con tus mejores amigos y yo, sigo enamorada de un capullo.

—Entonces brindo por las promesas incumplidas.

—Y por las que por cojones nos toca cumplir.

 

La semana pasó volando, le robaron tiempo al tiempo para poder ensayar, y después de cada ensayo Max y Andy se iban a cenar. Recordaron viejos tiempos y Max comprobó qué, poco a poco, hablar de Heit y John, había dejado de doler, aunque aún no había reunido fuerzas suficientes para hablar de Lena con Andy, temía que, en cuanto lo hiciera, Andy le juzgara y, por ende, se alejara de él. Le gustaba estar con ella, era divertida, alocada, pero estaba centrada, se había convertido en una mujer madura, sensata, con los pies en la tierra a pesar de sus cosas. Y estaba la música. Nunca había disfrutado tanto de ella como con Andy a su lado. Improvisar una melodía, una canción, tocar un clásico o versionar algún tema de moda cambiándole la letra. Con Andy aprendió que podía reír sin parar.

Habían cenado hacía un rato, pero se resistía a marcharse, así que había propuesto ver una película. Y ahí estaban, sentados en el sofá, poco a poco ella había ido dejándose caer y ahora estaba casi recostada por completo, con ambas piernas acurrucadas, y esa posición dejaba al aire sus muslos. Max desviaba la mirada más de la cuenta en esa dirección. Era guapa y divertida. La mejor pianista que había tenido el placer de escuchar en tiempo y una gran compositora. Si se paraba a pensarlo, no veía nada malo en ella y eso empezó a molestarle.

 

—¿Se puede saber qué narices te pasa? —dijo ella dándole una patada en el costado.

—¡Hostias! Que bruta eres —gruñó Max.

—No dejas de mirarme.

—Es que pensaba que te ibas a dormir.

—¿Y querías ponerme pasta de dientes o pintarme un bigote?

—¡Joder! ¡Qué bueno fue eso! Heit salió a la calle con la polla pintada en la mejilla.

—Erais todos unos burros.

—Éramos unos críos.

 

Andy apagó el televisor y se incorporó un poco en el sofá.

 

—Mañana es el gran día.

—Lo es, ¿estás nerviosa?

—Sé que lo haremos bien.

—Vosotros seguro.

—Oye Max, si no puedes, si te bloqueas o si… no sé… —se encogió de hombros— No pasa nada, ¿vale? Es solo una prueba…

 

Max sonrió, la verdad era que cuanto más lo pensaba más nervioso se ponía, pero a su vez estaba tranquilo, y en parte era por ella, como si tenerla al lado le diera un plus de fuerza, a pesar del pánico escénico, había algo que le decía que podría hacerlo.

 

—Andy… llevo días pensando en el capullo de las canciones.

—¿Qué? —inquirió ella incorporándose de golpe.

—Creo que sé quien es.

 

Andy no pudo evitar tensarse de repente, moviéndose inquieta en el sofá, enfrentando la mirada a la oscura de Max, casi sin pretenderlo, había dejado de respirar.

 

—¿Y…?

—Mañana, cuando estemos celebrándolo te lo digo.

 

 

 

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